La tormenta no daba tregua, y con cada relámpago, la realidad de nuestra situación se hacía más palpable. La lluvia, implacable, parecía querer lavar las culpas y los secretos que cada uno guardaba. La soledad se cernía sobre nosotros, una aliada tan inquietante como la oscuridad que nos envolvía.
El equipo médico había terminado su labor, dejándonos en un estado de recuperación tan frágil como el silencio que nos rodeaba. Los científicos, con sus manos temblorosas, se afanaban en el mantenimiento de los trajes, herramientas de supervivencia que ahora parecían jaulas de grafeno y larimar.
— ¿Cómo estás? —La voz de Binet, denotaba comprensión hacia lo ocurrido con Vidal, cuya figura yacía en una esquina, apenas discernible.
— ¡Bueno... ya sabes!, es complicado de explicar —la respuesta de Vidal era un murmullo roto, la voz de un hombre que había traspasado su propia moralidad.
— Yo... yo lamento tanto lo que dije.
— El que se debe disculpar, soy yo. Tenías razón, Binet, no podemos pretender salvar vidas, sin antes tener que despojar a otros de ella —Vidal enfoca su mirada en sus manos, manchadas con la sangre de un ser humano.
— Al que mataste, era una mala persona, no merecía vivir.
— Aun así, era un ser humano como tú y yo, quizás con miedos que lo impulsaban a cometer errores.
— Él escogió su destino...
— Aparentemente... También escogió el mío.
La conversación entre Vidal y Binet flotaba en el aire, un intento vano de aliviar la carga de la culpa. Era demasiado tarde para las redenciones.
Duarte, afuera del molino, vomitaba su alma, un reflejo de la brutalidad que había desatado sobre el enemigo, cuyos sesos ahora manchaban su máscara. Intenté ofrecer consuelo, pero las palabras de aliento se disolvían en la espesura de la noche. Torres, marcado por quemaduras que deformaban su piel, proponía un regreso inmediato al bosque, una búsqueda desesperada por recuperar los equipos anti-podredumbre. Pero el trauma había calado hondo en el grupo; nadie estaba listo para enfrentar nuevamente la oscuridad del bosque. A regañadientes, se decidió posponer la partida hasta el amanecer.
Las miradas se cruzaban, cargadas de sospechas y miedo. Torres, con su rostro marcado por la tragedia, se convirtió en el reflejo de nuestras propias dudas. ¿Quién podía ser el traidor entre nosotros? ¿Cómo podíamos confiar cuando la muerte acechaba en cada sombra?
Vidal, con su mano aún temblorosa por haber quitado una vida, buscaba algún tipo de redención ayudando a los heridos. González, por su parte, se refugiaba en analizar los registros post mortem, intentando encontrar respuestas en el caos. Y yo... yo no podía dejar de ver las manos que habían salvado y quitado vidas en una misma noche.
La cocina, ahora en manos de Almánzar y de los transportistas, se convertía en un refugio de normalidad. El maíz se molía, se transformaba en masa para tortillas, mientras los vegetales se pelaban para una sopa que pronto sería servida. La cena, sencilla y terrenal, era un recordatorio de la vida más allá de la muerte y la desolación. Los médicos, doctores y científicos, acostumbrados a la sofisticación, la recibían con desdén, mientras que para los transportistas y guardias, era un festín que devoraban con fervor, no dejaban nada, incluso si era de ser posible repetían. A diferencia de ellos, no nos imaginábamos lo que era pasar hambre o sentir que sería nuestra última comida en un largo tiempo o quizás lo último que nuestros estómagos recibirían antes de la muerte.
La madrugada nos encontró reunidos, una sombra de lo que alguna vez fuimos. Binet, con su voz firme, nos recordó la misión que aún teníamos pendiente; Batista, reparó los trajes estropeados.
— Debemos continuar —dijo Binet, con determinación—. La podredumbre sigue ahí fuera, y si no encontramos una cura, todo esto habrá sido en vano.
Asentimos, sabiendo que no había vuelta atrás. Preparamos nuestros equipos, revisamos cada traje, cada arma. La paradoja de curar y luchar por la vida con la muerte en nuestras manos no escapaba a ninguno.
Salimos al amanecer, el cielo aún oscuro, la lluvia convirtiéndose en una fina garúa. El bosque nos recibió con sonidos molestos que no daban espacio al silencio, un testigo de los horrores que habíamos vivido.
Torres, lideraba con dificultad este grupo de investigación y, con ayuda de López, desplegaba a los guardias para hacer un muro de cuerpo humano para la protección de nosotros.
Nos adentramos en la espesura, cada paso un desafío a la muerte que nos rodeaba. Los sonidos del bosque eran ahora nuestros aliados; cada crujido, cada movimiento, una pista en nuestra búsqueda. Los cuerpos comenzaron a aparecer, ocultos entre la vegetación y los árboles caídos. Los primeros eran enemigos, abandonados a su suerte, destinados a convertirse en uno con la tierra. González examinaba los cadáveres mientras los guardias saqueaban lo que pudieran. Dos lonas se extendían en el barro húmedo: una para los objetos robados, la otra para los cuerpos que serían sometidos a una autopsia improvisada.
Se me era imposible tocar los cuerpos inertes de quienes hace poco rebozaban del soplo de la vida, pero, mis temores no eran importantes para la misión; ayudé a González a examinar los cuerpos en busca de algún indicio de infección. Para sorpresa de nadie, se encontraban infectados y mostrando los primeros signos de la enfermedad.
— Adulto de unos 25 a 30 años, mide unos 1,60 metros aproximadamente, pero, su peso es desconcertante, teniendo un peso aproximado de unos 50 kilogramos. Su peso ideal para su altura y edad es de unos 70 a 75 kilogramos... Es probable que estuviese varios días enfermo —González hablaba con una frialdad clínica mientras revisaba uno de los cuerpos.
Mi labor estaba clara: apuntar todo lo que González me dictaba y asistir en todo lo que pudiera.
— Los informes recopilados de los doctores de Catha indican una creciente de bubones en las partes más sensible de la piel, pero tres de estos cuatro presentan avances a la segunda etapa de la infección, uno parece infectado recientemente —le mostré a González los bubones en las axilas, ingle y cuello de los infectados.
— ¡¡¡Mmm!!! Si son compañeros... debieron pasar mucho tiempo juntos, y aun así, los cuerpos muestran diferentes etapas de la enfermedad, ¿cuál es la diferencia? Todos los cuerpos son de edades promedias, tamaños promedios, pero, todos resultan tener unos 20 kilogramos menos a su peso ideal, ¡¿quizás no se alimentaban bien?! —González se cuestionaba, mientras habría los cuerpos en busca de respuestas.
Los bubones se extendían como raíces, buscando la grasa que debería haber estado allí, en el tejido hipodérmico. Era una visión macabra, bubones actuando como parásitos, drenando la vida de sus huéspedes.
El único cuerpo sin rastro de bubones mostraba manchas negras en la piel, precursoras de la infección que pronto se transformarían en bubones, y luego... ¿Qué sucedería después?
Tras terminar de revisar los cadáveres y de saquear todo lo posible por parte de los guardias, avanzamos adentrándonos más en la espesura del bosque. Las esperanzas depositadas en que nuestros compañeros se encontraran bien, se empezaban a desvanecer con cada cadáver encontrado. Como hoja caída de lo más alto al suelo en una danza majestuosa, pero, que presagia su final... así cayeron los ánimos del equipo al encontrar los cuerpos de nuestros compañeros, inertes, sucios, con miradas de terror grabadas en sus rostros. El miedo que debieron sentir en sus últimos momentos era indescriptible, el terror y la sensación de que se te escapa la vida... eso debe de ser atroz; tan atroz como el dolor en mi pecho de solo ver sus rostros agonizantes.
La frustración de Torres era evidente cuando el equipo anti-podredumbre del doctor Benjamín Taveras no fue encontrado, y en su lugar, su cuerpo desnudo y mutilado yacía sentado en el suelo, oculto por la vegetación, su carne expuesta a la voracidad de la naturaleza.
— Les dije que debíamos regresar ayer —gritó Torres, la irá vibrando en cada palabra.
— ¿Regresar? ¡¡¡Me estás jodiendo!!! ¡¿No vez cómo estamos todos con todo esto que está pasando?! Blodcaf y el grupo de gabinete del rey nos dijeron que combatiríamos contra la enfermedad, no contra hombres furiosos. —Vidal le respondió con igual furia.
— ¿Crees que los invitamos a morir aquí? A mí me jode más que a ustedes que se pierdan vidas y más las de los doctores. —Torres replicó, su voz cargada de un pesar que no podía ocultar.
— Sinceramente, no te importa una mierda, Torres, ni las vidas de tus hombres, ni la nuestra. Todo lo que te llena es ser condecorado tras terminar la misión... ¿Cuántas vidas vale una estúpida estrella colocada en tu pecho? —Vidal lo acusó, su desprecio por Torres tan claro como el amanecer que se aproximaba.
— ¡¡¡Vidal!!! —interrumpió López, que se encontraba cargado de ira—. No permitiré que hables así de mi capitán.
— ¡Eres un simple adulador, López! Harías cualquier cosa por tu capitán, pero dime, ¿cuántas almas estás dispuesto a condenar por salvar la suya? —sentencia González.
— Las vidas que sean necesarias... inclusive la mía si es necesario —contraataca López sin titubear.
— ¡¿Hablan como si vinieran a este infierno por la simple empatía, doctores?! Se les olvidó que, al igual que sus compañeros, vinieron únicamente para ser inmortalizados como los doctores que le pusieron fin a esta enfermedad... Y, si no les gusta, entonces sean ustedes los capitanes, ilumínanos con sus decisiones. —Torres desafió, su mano descansaba sobre el arma que descansaba en su cintura, presagio del temperamento violento que ocultaba.
— No quiero ser parte de esto. Me largo, Larel, González, ayúdenme a darle un entierro digno a nuestro hermano. —Vidal se alejó, mientras Torres lo observaba con una mezcla de ira y resignación.
— No vas a mover ese cuerpo —Torres advirtió, en su voz, un gruñido bajo se dejaba escuchar.
— ¡¡¡Cállate!!! A mí no me vas a mandar como a esos locos suicidas que tienes por guardias. —Vidal mostró una postura desafiante.
— El capitán te acaba de dar una orden —López gritó, desenfundando su arma y apuntándole a Vidal.
— ¿Me vas a matar? ¡Está bien, hazlo! ¡¡¡Dispara!!! —Vidal lo retó, su voz elevándose en un desafío final.
— Vidal, hazle caso —González, intervino, con tono suplicante, al ver la acalorada confrontación, que no tendría un buen desenlace—. Y usted... López, mantenga la compostura.
— ¡También tú, González!
— ¡¡¡López!!! No he dado la orden de desenfundar —le gritó Torres a López.
— No permitiré que pasen por encima de sus órdenes... mi capitán.
— Mi orden es que bajes el arma.
— Lo siento, Vidal, pero el cuerpo fue movido de la posición en la que pereció; la pigmentación morada de sus muslos y espalda, denotan que murió acostado, pero, lo sentaron pasado un tiempo. Las plantas de los pies y sus axilas tienen bubones negros; de su boca sale algo blanco que desconozco. Es probable que estemos ante el vistazo de la tercera etapa de la podredumbre. Necesitaremos el cuerpo para analizarlo y hacerle pruebas. Desconozco totalmente qué tan infeccioso sea o de si estos trajes serán suficientes para mantenernos a salvo.
— ¿Qué?, ¡¿Como si fuera un conejillo de nieves?! Simplemente, ¿vamos a experimentar con él? ¡Era nuestro amigo, González!
— No tenemos el equipo adecuado para manipular su cuerpo, ni siquiera deberíamos estar tan cerca. Su cuerpo está en muy mal estado como para manipularlo —alega Torres.
— Es muy probable que todos estemos infectados desde que cruzamos la gran muralla; eso explicaría el porqué de que su cuerpo se pudrió en menos de un día. Aunque su descomposición me inquieta a niveles alarmantes, por otro lado, tenemos todos los datos de Taveras y podemos hacer mejor hipótesis partiendo de esos datos —exhorta Gonzales.
— Aun así, ¡chicos! No podemos tratarlo como un mero objeto, él era nuestro amigo —retoma Vidal su postura.
— Te entiendo, Vidal, créeme que te entiendo, pero, su muerte y las de los demás serán en vano si no encontramos la cura. Él nos está ofreciendo la ayuda que requerimos para hacerle frente a este mal —exhorta Torres a modo de calmar a Vidal.
— Lo dice quien dejó morir a tantas personas sin darle un entierro digno, ¿esa es tu solución? Dejarlos tirados como meros objetos a la espera de podrirse o ser comida de animales. ¡Qué cínico eres!
— El capitán no es un monstruo, él también perdió a varios de sus hombres. Las cicatrices serán el recuerdo de esta odisea —dialoga López bajando por fin su arma y tomando una postura más compresiva—. Pero Taveras puede ser la clave.
— Los fantasmas de los caídos me perseguirán el resto de mi vida, por eso, no me permito descansar, no me permito pegar un ojo al dormir, no hasta que cumpla con mi misión... no hasta que puedan descansar los cuerpos que me negué a sepultar.
— ¿Esa es tu excusa para dejarlos tirados por doquier, sin una pizca de humanidad en tus actos?
— Sí. Vidal, ellos se encargarán de perturbarnos desde el más allá para cumplir con la misión, porque les negamos el descanso eterno, porque al igual que ellos, los vivos tampoco tendremos descanso.
— En pocas palabras, Torres; los muertos nos estarán viendo y velando a espera de cumplir con nuestro cometido, para luego vivos y muertos poder descansar una vez que la misión finalice. ¡Creí estar loco! —enfatizó González.
— Sí, Gonzales, yo más que nadie, me he negado todos estos años poder descansar, porque mis fantasmas no exigen terminar la misión... Exigen que les pague lo que les arrebate.
Después de una ardua deliberación, Vidal y el grupo regresaron al asentamiento con los restos recolectados, incluido el de nuestro camarada.
Almánzar se adelantó para informar a los demás, dándoles tiempo para acondicionar una morgue provisional en los establos, lejos del molino.
Cuatro horas antes del mediodía, el equipo examinaba los cuerpos; con la colaboración de médicos y científicos, la tarea fue más eficiente. Las hipótesis se acumulaban en nuestras notas. Los informes de Blodcaf y Gundir se convirtieron en la base de nuestra investigación. La pérdida de esos doctores no fue en vano y serán recordados como pioneros en la lucha contra esta calamidad.
Para Vidal, se trataba de un agente patógeno de origen desconocido, tal vez una variante más mortífera de la bacteria Yersinia pestis.
González consideraba la posibilidad de un virus transmitido por cadáveres de humanos o animales, dada la alta mortalidad en Santa Catha. Su teoría sugiere que un insecto o animal podría ser el vector hacia los humanos.
Otros especulaban sobre el Ébola, la Malaria, el Chagas, la Toxoplasmosis o la Leishmaniasis.
Cada hipótesis parecía plausible, pero se desmoronaban ante la escasez de datos y las diferencias entre los cuerpos. Algunos mostraban bubones, otros apenas manchas, y en casos extremos, como Taveras, una descomposición acelerada. La llamada 'tercera etapa' revelaba raíces internas devorando el cuerpo, llevando a la teoría más aceptada: un hongo desconocido de Catha es el causante.
Esta teoría cobraba fuerza al observar los bubones arraigados y las raíces blancas en la boca de Tavares, indicando un hongo que se nutre de la grasa humana y animal. Sin embargo, esta nueva hipótesis generaba más interrogantes que respuestas.
Tras la inspección, y con gran pesar, incineramos los restos para evitar la propagación de la enfermedad. Ese día, tuvimos que evacuar el asentamiento por el riesgo de contagio.
Nos dirigimos a Cartjuns, la ciudad más cercana. Allí, nuestra odisea tomaría un rumbo inesperado, marcando nuestro destino inexorablemente. Los médicos desinfectaron el equipo, los científicos prepararon filtros con hierbas y medicinas, los guardias revisaron las armas, y los doctores, nosotros, éramos meros testigos de la odisea... hasta que González rompió el silencio.
— ¡Chicos! —susurró. — Lo que encontramos en el bosque... debe ser una broma, ¿cierto?
— No menciones nada, González. Si se enteran de lo que vimos en la muralla, María... nada volverá a ser igual —advirtió Duarte.
— No diré una palabra, ¿para qué alarmar a todos?
— Es importante, González. Es la verdad y merecen conocerla.
— A veces, la ilusión es mejor que la realidad, Vidal.
— No permitiré que este mundo cruel destruya lo poco que queda de mi humanidad... No dejaré que mi alma se pudra.