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Chapter 6 - Capítulo 06: Los olvidados

El ocaso daba paso a un crepúsculo de tonos ardientes mientras nos distanciábamos del pueblo. Las siluetas de las construcciones menguaban en el horizonte, y con ellas, la esperanza de contener la implacable podredumbre.

El joven reposaba en un sueño agitado, exhausto, tras lamentar la pérdida de sus seres queridos. Al caer la noche, las estrellas surgían en el firmamento, mudos testigos de nuestro éxodo.

— Jamás imaginé que te atreverías a actuar con tal decisión —comentó Vidal con una mezcla de sorpresa y respeto.

— Es indescriptible lo que sentí al presenciar la desolación de Cartjuns —respondí, perdido en el recuerdo de aquel desamparo.

— Es evidente... la compasión te impulsó a intervenir ante el sufrimiento ajeno —acotó Binet, con un gesto de comprensión.

— Pero ahora, este joven tendrá un destino atroz en nuestras manos. Larel, ¿serás capaz de experimentar con él? —preguntó Vidal, inquieto por las palabras previas de Torres.

Las palabras de Vidal pesaban en mis hombros al saber que la vida de tan inocente joven recaía en mis manos y las de mis colegas.

— No pienso dejar que sea un mero objeto —grité determinado a proteger al joven.

— Entonces, permíteme compartir la carga que enfrentarás —ofreció Vidal, extendiendo su mano en señal de apoyo ante el dilema que se avecinaba.

Finalmente, arribamos a un campamento efímero, donde sanadores, curanderos y alquimistas de toda índole se congregaban en un esfuerzo conjunto por hallar un remedio a la calamidad. Los llamados "olvidados", aquellos a quienes el marqués Mcgregor había dejado a su suerte tras sellar la muralla Minerva, se agrupaban aquí para investigar y combatir la enfermedad.

—Sean bienvenidos —nos recibió una mujer de semblante sereno, su cabello oscuro recogido en un moño improvisado mostraba el despejo de toda belleza en post de jornadas arduas por salvar las vidas de los desfavorecidos—. Me llamo Mina Crandon, pero díganme Margery... y, estos son los valientes que luchan sin descanso por aliviar el dolor de quienes fueron olvidados por el marqués —mostró a sus compatriotas, quienes estaban en pequeños grupos ocupándose de diversas tareas.

— Gracias. Soy el capitán de la tercera división interna del gabinete del rey, Eliazar Torres. Nuestro equipo proviene del país de Orión, bajo la orden del mismísimo rey, Desmond tercero. Nos encontramos en una encrucijada tras perder contacto con la capital del país de Catha y, tras la muerte del pelotón de guarnición que nos esperaría en la muralla María.

Torres prosiguió a explicar la situación y la urgencia de llegar a la capital del país; el grupo de los olvidados entendía la misma urgencia. Para suerte de todos, la señora Margery y su grupo habían obtenido una radio dos lunas atrás, que podríamos usar para mandar un mensaje encriptado a la capital con la esperanza de recibir respuestas y ayuda. Un grupo del equipo de Margery y Torres se dispuso a interceptar las comunicaciones con la esperanza de poder tener comunicación con la capital. El resto del cuerpo de investigación de la podredumbre tuvimos un merecido baño tras cuatro día dentro del país; luego nos encargamos de aprender lo posible de los curanderos y alquimistas, quienes albergaban más conocimientos u datos de la enfermedad. Todo lo que fuese relevante para hacerle frente a esta enfermedad era bienvenido a nuestro escaso conocimiento. La luna ascendía, bañando el campamento en una luz plateada que parecía purificar el aire viciado. A nuestro alrededor, el cantar de conjuros se entrelazaba con el aroma de hierbas y ungüentos. Una clara visión de la diferencia entre los curanderos, médicos y alquimistas; quienes trabajan en conjunto, pese a tener criterios muy diferentes.

El joven fue sometido a varias pruebas por parte de los olvidados, para alivio nuestro, las pruebas no eran extremista y nada que no intentamos en un primer momento, solo que esta vez bajo otra perspectiva.

Aún con el duelo vigente y el odio en su mirar, él no parecía quejarse de las pruebas... todo lo contrario, se mostraba cooperador y comprensivo ante la situación que se esta viviendo.

— Creímos que perecieron ante la podredumbre —exhorté acercándome a Margery.

— Eso deseaba el duque... ¡Pero, no...! Seguimos aquí ayudando a los desafortunados pueblerinos que poco o nada le importaron al duque.

— ¿Qué nos pueden contar de la podredumbre? —pregunté mientras caminábamos hacia la hoguera; estaba ansioso por entender la naturaleza de este mal.

Margery intercambió una mirada grave con sus colegas antes de responder.

— Es una aflicción voraz, una maldición que consume la sangre y la grasa del cuerpo hasta podrir cada célula del organismo. Al final, raíces blancas manchan la escena del crimen —explicó con voz temblorosa—. Hemos visto a los más fuertes sucumbir en cuestión de días, y aún no discernimos su origen ni cura.

El silencio nocturno nos envolvía, interrumpido únicamente por el chasquido de las llamas cercanas. La gravedad de nuestro destino se asentaba pesadamente, como una losa fría y eterna.

— No nos rendiremos —declaró Margery, su voz, un faro de resistencia en la oscuridad—. Cada instante que desafiamos al abismo es una victoria, un acto de rebeldía contra la sombra que nos acecha. Es la razón de que exista esta base con la finalidad de salvaguardar a quienes aún resisten el azote.

Sentí cómo la resolución de Margery encendía un fuego de esperanza en mi ser. En el corazón de la desolación, aún podía brotar la esperanza... una esperanza que pronto se teñiría de horror con las palabras de Margery.

Se acercó al fuego, su semblante era un lienzo de miedo y fascinación; nunca podría creer lo que sus labios dejaron salir.

— Hace dos noches —cambió el brillo de las palabras por uno más deplorable—, algo se agitaba en los límites del bosque Cayó Oscuro. Buscábamos hierbas y hongos para nuestros remedios cuando lo vimos... Una figura espectral, casi dos metros de altura, danzando entre los árboles con una elegancia sobrenatural. Su silueta distorsionada, un reflejo oscuro de un hombre, fijó su mirada en nosotros. Su presencia nos llevó a la radio, pero también era el reflejo del monstruo que Mary Shelley inmortalizó en su obra. No sabría decir si aquello era completamente real o imaginario, humano o bestia... Todo lo que puedo asegurar, Larel, es que esa cosa no es algo normal.

— ¿Podría estar vinculado con la 'podredumbre'? —pregunté, una serpiente de inquietud anidando en mi vientre.

— No estoy segura, pero le mentiría si le diera una respuesta —respondió Margery, su mirada perdida en las sombras—. Pero su aura era... inquietante.

Un escalofrío me recorrió. La idea de que la podredumbre tomara forma viva era un pensamiento que helaba la sangre.

En medio de nuestro ferviente diálogo, una silueta encapuchada se deslizó en el campamento, deteniéndose ante el fuego. La luz de las llamas revelaba un rostro marcado por el cansancio y la lucha.

— ¿Quién eres? —interrogué, mi mano temblorosa, casi torpe buscaba el arma en su funda.

Almánzar, al percibir la presencia desconocida, no dudó en armarse y alertar a los demás. Los guardias, junto a Torres, abandonaron la radio y se posicionaron, apuntando a la enigmática figura apenas iluminada por el fuego.

López, desconcertado por la irrupción de la figura en su guardia, le hacía hervir la sangre.

— No soy un enemigo, vengo de tierras distantes —dijo la figura con una voz que resonaba con el peso de eones—. Me llaman Oswald, y traigo noticias y sabiduría que podrían ser cruciales en vuestra lucha contra la podredumbre.

Curiosidad y murmullos se propagaron entre nosotros. Era un hombre curtido por el tiempo, su piel adornada con vendajes, tatuajes y cicatrices; sus ojos, ventanas a un alma antigua, destilaban ira y resentimiento acumulados a lo largo de los años.

— ¿Cómo podemos saber que eres de fiar? —cuestionó Margery, siempre cautelosa.

— Por tu vida, responde sin movimientos bruscos —amenazó Torres, con su arma lista para disparar.

— A su orden, capitán —gritó López.

— No busco confianza, solo ofrezco mi auxilio —replicó Oswald, posando su mirada en las llamas—. La podredumbre no distingue entre jóvenes o ancianos, ricos o pobres. He presenciado su nacimiento y he sido testigo de su destrucción. Tal vez juntos, podamos hallar una solución.

— Si tanto sabes, ¿por qué no has hallado una cura? —desafió González, su mano temblorosa posaba sobre el arma.

— No soy doctor para descubrir curas —Oswald arrojó el libro a González—. Aquí encontrarán pistas sobre la enfermedad y su posible origen, pero el conocimiento tiene un precio.

— ¿Qué precio? —inquirió Torres.

— Una vez concluyan aquí, deben dirigirse a la ciudad de Santos, ahora llamada Liurn.

— Con el libro en nuestro poder, no estamos obligados a nada —replicó González.

La noche se llenaba de susurros y el crepitar de la madera. La tensión era palpable, cada mirada cargada de un temor ante lo desconocido; Margery, temía por los enfermos y sus colegas; Torres, llevaba en sus espaldas la protección de quienes le pondrían fin a este mal.

— ¿Qué conocimientos posees que puedan ser de ayuda? —pregunté mientras bajaba mi arma, intentaba disipar la desconfianza.

— La "podredumbre"... —Oswald habló, su voz se quebraba como la leña en brazos de las llamas—. No es solo una plaga. Es el augurio de algo más oscuro y ancestral que se cierne sobre nosotros.

— ¿Un augurio? —replicó Margery, su expresión, una mezcla de escepticismo y temor.

— Sí, y el libro que les he entregado contiene pistas sobre su verdadera naturaleza —respondió Oswald, señalando el tomo que ahora sostenía González con manos temblorosas.

González abrió el libro con cuidado, revelando páginas de símbolos y textos en lenguas olvidadas. Cada hoja parecía albergar secretos que desafiaban la razón, pero, que se mantendrían mudas y resguardadas de nuestra lengua.

— Esto está escrito en otro idioma —mostró González, exhibiendo el contenido.

— Por eso deben ir a Liurn. Solo yo puedo descifrar estas palabras. La podredumbre es solo el principio. Si no actuamos con prontitud, lo que vendrá podría ser el fin de todo lo que conocemos.

Un silencio perturbador se apoderó del campamento. La revelación de Oswald pesaba sobre nosotros como una profecía ominosa.

— ¿Qué propones? —pregunté, consciente de la urgencia.

— Viajar a Liurn —afirmó Oswald con convicción—. Allí hallarán respuestas y, quizás, la clave para detener esto antes de que sea irremediable.

— ¿Por qué tanto empeño en querer partir a Liurn con nosotros? —interrogó Vidal.

— Porque Liurn no solo es el epicentro del cataclismo, también fueron los primeros en registrar la enfermedad.

— ¿Y si es una trampa? —desconfió Torres.

— No tienen por qué creerme —respondió Oswald, encogiéndose de hombros—. Pero el tiempo corre en nuestra contra. Cada segundo de duda, más vidas se pierden ante la enfermedad.

Torres asintió lentamente, comprendiendo la seriedad del asunto.

— Al alba, partiremos —decidió—. Margery, necesitaremos tu ayuda y la de tus mejores sanadores y alquimistas. Oswald, serás nuestro guía.

— Así será —confirmó Margery, su tono resuelto a pesar de la incertidumbre—. Haremos lo necesario, pero, debemos dejar un grupo en la base; aún tenemos la misión de salvar a los más desdichados en estas tierras.

La noche avanzaba, y con ella, la sensación de estar al borde de un capítulo oscuro y desconocido de nuestra historia. Pero la resolución de mis compañeros me fortalecía. Unidos, enfrentaríamos lo que viniera, por peligroso que fuera. La decisión estaba tomada, pero la sombra de lo desconocido se cernía sobre nosotros como una neblina densa.

— Debemos ser cautelosos —advirtió Margery—. Liurn es una ciudad que renunció a toda fe y humanidad. Los informes indican que es protegida y próspera, pero hostil hacia los doctores.

— ¿Entonces, por qué ir? —preguntó Duarte, su juventud no disimulaba el miedo que le provocaba la idea.

— Porque a veces, el único camino hacia la luz es a través de la oscuridad —respondió Oswald, su mirada perdida en el fuego que danzaba ante nosotros—. Anteriormente a la endemia... la ciudad de Liurn, tenía por nombre "ciudad de Santos" y es justamente en esa ciudad, que se originó el primer brote de la podredumbre. Por esta razón, solicité su intervención en dicha ciudad, pues estoy convencido de que allí encontrarán la verdad.

La conversación se desvaneció en un silencio reflexivo. Cada uno de nosotros, sumido en sus pensamientos, observaba el fuego que se extinguía con la noche.

Al amanecer, el campamento era un hervidero de actividad. Los preparativos para la expedición estaban en marcha, y aunque el aire estaba impregnado de una tensión palpable, también había un sentido de propósito renovado.

Los análisis de Oswald, arrojaban positivismo tras corroborar que gozaba de buena salud, pese a ser un señor de la tercera edad; lo que extrañamente tenía a Margery en duda.

— Recuerden, no estamos solo luchando por nosotros —dijo Torres, dirigiéndose al grupo—. Estamos luchando por aquellos que ya no pueden hacerlo, por los que aún no han caído ante la podredumbre. Por el futuro.

Con esas palabras, la expedición partió. El sol ascendía en el horizonte junto a nubes cargadas de llantos, bañando el mundo en una luz dorada que parecía prometer un nuevo comienzo. Pero la sombra de la incertidumbre seguía presente, recordándonos que el camino a Liurn estaría lleno de desafíos. La radio sería nuestra aliada una vez pudiéramos comunicarnos con la capital. La marcha hacia Liurn se desarrollaba bajo un cielo que parecía llorar por la tierra enferma. Las gotas de lluvia caían pesadas, como si cada una llevara consigo el peso de las almas perdidas por culpa de la podredumbre. El barro dificultaba el movimiento de los caballos y las autocaravanas. El joven seguía mudo, con sus ojos enrojecidos por el llanto de la pérdida; sus ojos color ámbar reflejaban perfectamente la ira que guardaba su inocente rostro.

Nos turnábamos para cuidarlo, animarlo y estar presente para que la soledad no lo carcomiese, pero, el joven seguía mudo... Solo susurraba los nombres de sus seres queridos.

— Cada paso que damos es un desafío a la muerte misma —se quejó Duarte, su voz era melancólica, unida al sonido de la lluvia.

— Y cada paso que damos es también un paso hacia la esperanza —respondió Vidal, intentando infundir ánimo.

Oswald se mantenía en silencio, el libro firmemente sujeto contra su pecho; a pesar de su aspecto desgastado, había algo en su postura que mostraba a un ser afligido por miles de males.

— ¿Qué sabes de Liurn que no nos has contado? —pregunté, acercándome a él.

— Liurn es más que una ciudad... Era un santuario para los religiosos, un lugar donde podías conectar con Dios, puesto que es el seno del mismísimo Capítulo, donde se entrelaza la fe y el credo de formas que no podéis imaginar —relató Oswaldo.

— ¿Y crees que allí encontraremos la cura? —insistí.

— Temo que... No —respondió con gravedad—. Pero sí la cuna de esta enfermedad y por ende, la verdad que los llevará a la cura.

La revelación me dejó sin palabras. Si lo que decía era cierto, entonces Liurn no era solo el destino de nuestra expedición, sino también la clave para salvar al país y sus habitantes de la oscuridad que los carcome.

Al cabo de un día y, con el amanecer recibiéndonos, la ciudad de Liurn se acercaba. La radio, que había permanecido muda durante nuestro viaje, finalmente cobró vida con una transmisión encriptada desde la capital.

—¡Han respondido! —exclamó Torres, su rostro iluminado por la emoción—. ¡Envíe un mensaje con la posición de Liurn como punto de encuentro!

La noticia corrió como un reguero de pólvora entre nosotros, y por primera vez en mucho tiempo, una sensación de alivio nos invadió. No estábamos solos en esta lucha; había otros que también buscaban respuestas, otros que también se aferraban a la esperanza.

Finalmente, los muros de Liurn se alzaron ante nosotros. La ciudad que una vez fue conocida como la "ciudad de Santos" ahora era el comienzo de la salvación del país.

— Preparaos —dijo Margery, su voz firme—. Lo que encontraremos allí dentro cambiará todo lo que sabemos sobre la podredumbre y sobre nosotros mismos.

Con un suspiro colectivo, nos plasmamos en las puertas de Liurn. Lo que nos esperaba era un mundo aparte, un lugar donde la hostilidad y la supervivencia se encontraban en su máximo esplendor, y donde cada sombra podía ocultar un secreto o una promesa.

La búsqueda de la verdad sobre la 'podredumbre' acababa de comenzar.