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Chapter 5 - capítulo 05: la sombra de lo que fue y el futuro de lo que será

El amanecer trajo consigo un aire cargado de sentimientos encontrados. El equipo se levantó de sus improvisados lugares de descanso y comenzó a prepararse para la misión. La determinación era visible en cada rostro, a pesar de las sombras de duda que aún persistían.

González, quien había sido el primero en levantarse para continuar trabajando en sus análisis, finalmente se acercó a Binet con un semblante serio.

— Binet, he encontrado algo inusual —dijo González, mostrando unas muestras en su mano—. Estas muestras contienen trazas de un patógeno que no he visto antes. Podría ser la clave para entender la enfermedad que estamos enfrentando. Pero necesitaremos de equipos para una mejor examina información.

— Buen trabajo, González. Ahora, más que nunca, necesitamos respuestas. Nos dirigiremos a la puerta Ramón y necesitaremos estar preparado, si el trayecto nos favorece y espero que así sea, en poco tiempo llegaremos a la capital donde los equipos nos estarán esperando y podremos desentrañar este misterio.

— ¡Bien!... —Torres se dirigió a la tropa con una voz que resonaba con autoridad y urgencia. —Hemos mantenido a los doctores y científicos seguros entre las cinco caravanas hasta ahora. Pero las circunstancias exigen un cambio: los doctores y científicos se trasladarán a las primeras tres caravanas, y las dos últimas actuarán como señuelos. Dejaremos las provisiones en las últimas caravanas; si hay intentos de saqueo, esperamos que vayan por los suministros mientras nos dan tiempo para poder llegar del otro lado de la muralla a salvo.

— Pero capitán, si perdiésemos los suministros sería igual de devastador —interviene Sánchez.

— Entiendo su preocupación, pero, es más importante salvaguarda las vidas de estos prometedores hombres y de las medicinas. Sé que el país escasea en suministros y que tal vez no comamos por uno o dos días, pero es un riesgo comprensible.

Ante el veredicto de Torres, nadie objetó en contra a sabiendas de que la vida era un tesoro mayor que la comida o eso es solo para quienes no habían vivido el caos de la podredumbre.

En menos de una hora, ya estábamos listos, embarcándonos nuevamente en un trayecto marcado por un plan arriesgado, pero prometedor, al menos para los médicos, quienes en todo momento estaríamos protegidos por los guardias. El equipo se puso en marcha con rapidez. Los vehículos avanzaban con cautela por los caminos deteriorados, mientras López y Polanco se mantenían vigilantes en el perímetro. Las sombras de los árboles altos y deshojados proyectaban formas inquietantes en el suelo, creando un ambiente de tensión creciente.

Circundábamos la gran muralla, dirigiéndonos hacia la puerta noreste, adyacente al bosque.

A lo largo del camino, observábamos a lo lejos varios asentamientos y aldeas. Torres desplegaba pequeños destacamentos para realizar reconocimientos rápidos y verificar la presencia de enemigos o campesinos. Los lugares yacían en ruinas, carcomidos y putrefactos hasta el último vestigio de madera; los huesos de ganado y otros irreconocibles se amontonaban por doquier; más sin rastro de amenazas... Continuamos.

— Siento una presión en mi pecho indescriptible —rompió Santos el silencio.

— Puedo asegurar que todos estamos en las mismas Santos —exhorta Batista a modo de aliviar a su compañero.

— Este plan no augura nada bueno —interviene Duarte—. Con tantas personas desesperadas por ayuda y otras que decidieron vivir sus vidas como meras bestias... nos encontramos en un punto crítico.

— Creía que solo Gonzales, podía ser tan negativo—acusa Batista.

— Una vez que estudias los cerebros de humanos y sus comportamientos, te das cuenta de que no están alejados de los animales, que esta sociedad solo es una fachada para darle ropa a animales que se creen pensadores.

— Por eso me preocupo, Duarte. Pero sé que una sociedad en colapso no mide moralidad ni distingue la ética —refuerza Santos el pensamiento crítico de Duarte.

Aquella charla, lejos de animar al angustiado Santos, no hacía más que engrandecer sus temores.

A escasos kilómetros de la puerta Matías, cerca del Cabo San Rafael. Sin ningún tipo de aviso, se desató la calamidad. Nuestro camino, hasta entonces impecable, se convirtió en un torbellino, semejante a un barco golpeado por olas furiosas. Al avistar la Laguna Redonda, fuimos sorprendidos por un grupo armado a caballo que arremetieron con las caravanas desde la izquierda, dejándonos entre el ataque y la laguna a la derecha; dispararon contra el primer carruaje.

— ¡¡Guardias!! —gritó Torres, quien no vio venir el ataque—. Formación de arco por el franco izquierdo —ordenó.

Los guardias intentaban desesperadamente formarse y evitar más daños a los carros, pero el tiempo de reacción fue escaso. Las balas lograron alcanzar y penetrar el carro, hiriendo en la cabeza Yeremi Santos, en el hombro a González y a otros guardias que estaban logrando posicionarse.

Torres y los guardias respondieron al ataque, pero los caballos enemigos no eran meras bestias salvajes, sino criaturas entrenadas y preparadas para la cacería, a diferencia de los caballos del capitán y sus guardias, menos aptos para un enfrentamiento de tal magnitud debido a ser caballos domésticos prestados por los ciudadanos del país de Azula. Los bandidos tenían ventaja al ser conocedores del terreno, y a su vez tenían el elemento sorpresa de su lado.

Estábamos acorralados, sufriendo bajas; varios guardias eran derribados de sus monturas, impidiéndonos protegernos, mientras otros eran rodeados y masacrados como piñatas en una feria; solo que en lugar de dulces, eran órganos los que caían al suelo junto con la sangre.

— ¡¡¡Mierda!!! —gritó desesperado Fabiel Batista, al presenciar a su colega desangrarse—. No podemos abandonarlo, ¡Duarte!, ¡¡¡Duarte!!!... ¡Despierta de una vez!, tenemos que hacer algo —gritó aparentemente conmocionado por todo lo que estaba pasando.

— Olvídenlo, ya está muerto —sentenció González, quien sostenía con fuerza a Duarte, mientras presionaba su herida para no desangrarse.

— Todavía podemos salvarlo, usemos el equipo médico —exhortó Batista.

— Es inútil, solo desperdiciarán medicinas, morfina y vendajes en un cadáver... mejor reservarlos para los vivos —replicó González con pragmatismo ante la poca visión de Batista.

La discusión se intensificó entre los miembros de la CDE y la OMS, pero no había tiempo para disputas dada la situación crítica.

Torres y su equipo lograron repeler a algunos jinetes de la emboscada, pero la incertidumbre sobre el origen de los próximos ataques los mantenía en constante tensión. Sin alternativas claras, nos desviamos bordeando la laguna Redonda, intentando ganar tiempo mientras éramos trasladados a otros vehículos. Fue entonces cuando Torres ordenó dejar el cuerpo de Yeremi Santos a la orilla del río. El dolor que Binet sintió al ver a lo lejos como a uno de sus colegas inertes, era arrojado como un objeto desechable.

Era imperativo agilizar el intercambio y concebir un nuevo plan de escape. Pronto, los jinetes regresaron disparando, esta vez con el objetivo de eliminar a los conductores; los pocos kilómetros que nos separaban de la puerta se tornaban eternos, pese a la cercanía. Torres, junto a tres guardias y dos exploradores, cubrían el flanco izquierdo como escudos humanos, mientras que López y diez más mantenían la formación en la retaguardia; el frente estaba despejado tras la caída de siete guardias y dos exploradores.

Torres nos libró de la segunda oleada, ganando tiempo valioso para alcanzar la puerta Ramón. Como era de esperar, la puerta estaba cerrada, pero a diferencia de la puerta Matias, podíamos entrar. El problema eran los jinetes que se acercaban con refuerzos.

El sonido de los cascos de los caballos enemigos resonaba cada vez más cerca. Los guardias, conscientes del inminente peligro, se prepararon para defender la puerta Ramón, con lo que les quedaba de fuerzas. La situación era crítica, y la supervivencia del grupo dependía de decisiones rápidas y acertadas.

Torres, con su liderazgo firme, organizó a sus hombres en una formación defensiva. Comenzamos a cargar los equipos, mientras los transportistas improvisaban barricadas con las autocaravanas y abrían fuego para repeler al enemigo. López y algunos guardias intentaban forzar la puerta con el enemigo casi encima, mientras Torres y el resto de los guardias disparaban desde los flancos.

—¡Mantened la calma! —gritó Torres, infundiendo valor en sus hombres—. Den su vida si es necesaria para el rey y estos hombres.

— ¡¡¡Por el rey!!! —gritaron los guardias.

Los jinetes enemigos, ahora reforzados, cargaron con furia hacia la puerta Ramón. La confrontación era inevitable. Los primeros disparos resonaron en el aire, y las balas comenzaron a volar en ambas direcciones. La batalla era feroz y caótica, favoreciendo esta vez al capitán Torres, quien usaba los vehículos como escudo. No tardaron en presentar bajas el grupo enemigo y, con ello, la feroz batalla aumentaba llegando a su clímax.

González, a pesar de su herida, se esforzaba por mantener la compostura y brindar apoyo a los demás. Mientras tanto, los otros médicos intentaban prestar su ayuda a los heridos más graves. Cada segundo contaba y los recursos eran limitados.

—¡No recostaremos por mucho tiempo! —exclamó Torres, enfrentándose cara a cara con los jinetes enemigos.

El combate se prolongaba y los guardias comenzaban a agotarse. Sin embargo, su determinación era inquebrantable. Polanco y los demás se enfrentaban con valentía, haciendo retroceder a los atacantes cada vez que avanzaban.

Torres sabía que no podrían sortear por más tiempo esta intrincada batalla; sin un plan que nos favoreciera, era evidente el desenlace.