Hace veinte años, en los rincones más oscuros y olvidados de la sociedad, surgió una sombra que pronto se convertiría en una mancha imborrable en la historia. La secta de los sacros, una organización envuelta en el manto del misterio y alimentada por motivos religiosos desconocidos, se alzó como un titán oscuro entre los mortales.
Con más de mil fieles devotos, la secta marchaba al compás de las órdenes de su enigmático líder, Onaji Nikami. Su figura, envuelta en túnicas negras y ojos que parecían arder con un fuego profano, inspiraba tanto temor como devoción entre los suyos. A su lado, como una sombra fiel, se encontraba Guss Lincon, la mano derecha de Nikami, cuyo rostro marcado por las cicatrices hablaba de los horrores que había presenciado y perpetrado en nombre de su líder. Y entre las filas, emergiendo con la curiosidad y el fervor de la juventud, se encontraba Isabella Rojas, la aprendiz de Nikami, cuya mirada reflejaba una mezcla de admiración y ambición desenfrenada.
Los sacros, bajo la guía de Nikami, dejaron una estela de caos y desolación a su paso. Robos perpetrados con la precisión de una danza macabra, asesinatos envueltos en un aura de ritualidad siniestra, masacres que convertían los lugares más apacibles en campos de batalla infernales, y ataques terroristas que sembraban el pánico en los corazones de los inocentes.
Entre los callejones sombríos y los santuarios ocultos, los seguidores de los sacros conspiraban y tramaban, susurrando palabras impías y juramentos sellados con sangre. Y en el centro de todo, como una sombra omnipresente, Nikami dirigía los hilos de la oscuridad con una calma helada, su voz resonando como un eco de la misma perdición.
En el año 1526, la oscura maquinaria de los sacros se puso en marcha hacia un conflicto de proporciones épicas. La declaración de guerra resonó como un trueno en los corazones de aquellos que conocían el terror que los sacros podían desatar.
La causa de esta declaración de guerra se remontaba a un episodio olvidado por muchos, pero no por los seguidores de Nikami. Una división de la armada del estado "Gun" había proclamado al mundo que ellos eran los responsables de la purga brutal que había exterminado a todas las brujas en el año 1512.
Las brujas, un clan legendario conformado exclusivamente por mujeres, habitaban en las profundidades de un bosque abandonado, un lugar olvidado entre los estados de Saint Yura, Gun, Bellaniop y el Poblado Darmeno. Allí, apartadas de la sociedad, estas mujeres guardaban los secretos de una magia ancestral, una magia que se manifestaba a través de la energía zen de naturaleza mágica.
Esta energía les confería un poder único: la capacidad de crear objetos imbuidos con propiedades especiales y convocarlos a voluntad. Sin embargo, incluso con su dominio sobre la magia, las brujas no podían crear "Jibuns".
La declaración de guerra de los sacros contra el estado "Gun" no solo fue un acto de venganza, sino también una muestra de lealtad hacia aquellos que compartían su misma visión del mundo.
Tras un baño de sangre que tiñó los campos de batalla, la guerra de los treinta días llegó a su clímax con un acto de violencia sin precedentes. El presidente del estado "Gun" yacía sin vida, víctima frente al implacable Onaji Nikami.
Pero en el momento en que la victoria parecía estar al alcance de los dedos de los sacros, un giro inesperado sacudió los cimientos de la contienda. Desde las profundidades del horizonte, la armada de la Ciudad del Zen surgió como un titán en llamas, trayendo consigo a uno de los tres reyes de la marina: el temido contralmirante Pumba. Su presencia imponente marcó un cambio irrevocable en el curso de la guerra.
Con la llegada de la armada del Zen, la balanza se inclinó abruptamente en contra de los sacros. La batalla final se libró con una ferocidad indescriptible, cada bando luchando con una determinación feroz y un deseo desesperado de prevalecer.
Y así, en un día que sería grabado en las páginas más oscuras de la historia, la guerra llegó a su fin. Los sacros fueron derrotados, la mano derecha de su líder, Guss Lincon, arrastrado a la prisión de "Alkadar" para enfrentar la justicia que tanto tiempo había eludido.
Sin embargo, incluso en la derrota, Onaji Nikami demostró ser un estratega magistral. Con habilidad y astucia, logró orquestar su propia "muerte", utilizando a dos incautos como chivos expiatorios para desviar la atención de las autoridades. Aquel día, Onaji renació como "Same". Y junto a él, renació Isabella Rojas, ahora conocida como Gabriella, una aliada leal cuyo destino estaba entrelazado irrevocablemente con el suyo.
Michael despertó en un instante de confusión abrumadora. Para él, había sido un parpadeo fugaz en el vasto océano del tiempo, pero para el resto del mundo, dos días completos ya habían transcurrido, dejándolo desconcertado en un presente que parecía escapársele.
Un susurro familiar lo sacudió de su aturdimiento. Gabriella, la figura elegante que había compartido aquellos días inciertos, estaba de pie junto a la ventana, contemplando el mundo exterior empapado por la lluvia. Vestía solo una fina blusa corta y ropa interior cómoda, su figura delineada por la luz tamizada que se filtraba a través de las nubes grises.
—Hasta que por fin despiertas... dormilón —bromeó ella, con una sonrisa traviesa bailando en sus labios.
La voz de Gabriella arrastró a Michael de vuelta a la realidad, pero la claridad no llegó con ella. En cambio, una sensación de urgencia y peligro se arremolinó en su pecho cuando reconoció su presencia.
—¡¿Gabriella?!... te tengo que matar —exclamó, impulsado por una mezcla de desesperación y determinación, mientras luchaba por ponerse de pie. Sin embargo, sus músculos aún estaban entumecidos por el dolor, traicionándolo en su intento de confrontar a su enemiga.
—Parece que a Same se le pasó un poco la mano —murmuró Gabriella con calma, como si la idea de un error fuera simplemente una nota trivial en su sinfonía de caos y conspiración.
Las palabras de Gabriella resonaron en la habitación, marcando un contrapunto a la tensión creciente. Michael se esforzó por comprender, su mente aturdida buscando respuestas en un mar de incertidumbre.
—¿Qué hago aquí? ¿Por qué no me has matado? ¿Por qué estás vestida así?... ¿Acaso tú me hiciste algo sucio? —soltó, cada pregunta una flecha envenenada que buscaba un blanco en la niebla de su confusión.
La figura de Same emergió del baño, envuelta solo en una toalla que apenas cubría su desnudez, un contrapunto desnudo a la elegancia sofisticada de Gabriella.
—No tienes tanta suerte.
—Por si no te has dado cuenta, han pasado ya dos días… estás hablando con la nueva restrisora de la ciudad —comentó Gabriella, con una naturalidad que contrastaba con la gravedad de sus palabras. Se acomodó junto a Same en el sofá, una alianza silenciosa entre dos fuerzas en apariencia opuestas, mientras la televisión murmuraba en segundo plano. Para Michael, cada instante era un laberinto de preguntas sin respuestas, y la sola presencia de Gabriella ya era suficiente para hacerle temblar. Pero la proximidad de Same añadía una dimensión aún más inquietante a la escena, una sombra oscura que se cernía sobre él.
Same notó la mirada penetrante de Michael y, con la calma de un depredador acechante, giró lentamente para enfrentarlo.
—Que sepas que si estás vivo es por capricho mío —declaró, su voz un murmullo amenazador que envolvía la habitación—. Me gusta tu determinación.
Las palabras de Same resonaron en el aire, cargadas de una promesa oscura y una admiración retorcida que helaron la sangre en las venas de Michael.
—¿Qué van a hacer conmigo? —preguntó el joven, su voz temblorosa cargada de miedo y ansiedad. Gabriella se levantó del sofá con movimientos elegantes y silenciosos, como si cada gesto estuviera calculado para mantener el control. Tomó un traje del armario y se retiró al baño, dejando a Michael con Same, cuya presencia imponente llenaba la habitación con una tensión palpable.
—Te quiero reclutar para mi nueva familia —declaró Same, su tono imperturbable revelando poco de sus verdaderas intenciones, mientras observaba a Michael con ojos fríos y penetrantes.
—¿Y qué pasaría si yo me negara? —preguntó Michael, la incertidumbre burbujeando en su interior como un mar tormentoso.
La respuesta de Same cortó el aire como un cuchillo afilado.
—La camarera de la cafetería "El gato callejero", la sentaría en una bañera frente a ti, le quitaría toda la piel y luego te ahogaría en su sangre —dijo Same con una frialdad que cortaba más profundo que el acero, su voz sin emoción dejando a Michael completamente pálido.
Same había amenazado la vida de su amada sin titubear, sin darle a Michael la oportunidad de siquiera intentar protegerla. En ese momento, el joven se dio cuenta de la verdadera profundidad del abismo en el que se había adentrado, y la desesperación lo envolvió como una sombra ominosa.
—Qué bonito —dijo Gaby con un tono de sarcasmo, mientras se abotonaba los gemelos de las mangas de su traje—. Los tengo que dejar, tengo cosas de restrisora que hacer.
—¡No olvides llevar un paraguas! —exclamó Same con una ligera sonrisa, a lo que Gaby respondió agitando el paraguas que llevaba en la mano izquierda, mientras en la derecha sostenía su característico maletín.
—Hoy tenemos un par de cosas que hacer así que toma algo de mi ropa del armario, seguro que las camisas te quedan grandes pero en cuanto a pantalones parece que tenemos la misma talla… y no te olvides de bañarte, llevas ahí tirado dos días —ordenó Same sin despegar la vista del televisor, como si estuviera más interesado en el programa que en las acciones que estaban a punto de emprender.
Michael asintió en silencio y se dirigió al armario, donde encontró un pantalón de mezclilla gruesa, una musculosa gris y una colorida camisa hawaiana amarilla que claramente era una talla más grande de la que debería usar. Con un suspiro resignado, se vistió con las prendas prestadas, ajustando la musculosa por dentro del pantalón y dejando la camisa abierta para tratar de disimular las proporciones desiguales.
Una vez listo, salió del baño, sintiéndose extraño con la ropa ajena que colgaba holgadamente de su cuerpo. La sensación de ser un impostor se mezclaba con la tensión palpable en el aire, creando una atmósfera cargada de expectativa y peligro.
Same se había vestido con rapidez mientras Michael estaba en el baño. Llevaba una camisa blanca con las mangas arremangadas hasta los codos, un pantalón de vestir negro que le confería un aire de autoridad, y un par de zapatos elegantes del mismo color, completando su imagen imponente y segura de sí misma.
Una hora había pasado desde que salieron del hotel, y los dos hombres seguían parados en el mismo lugar, junto a la desolada carretera que se extendía más allá de los límites de la ciudad. Solo se protegían de la fuerte lluvia con un par de paraguas baratos, que apenas lograban contener el aguacero que caía sin piedad sobre ellos.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Michael, su paciencia agotada por la espera y el misterio que rodeaba su situación.
Same guardó silencio por un momento, como si estuviera sopesando sus palabras antes de responder.
—Nada de lo que te tengas que enterar —fue su lacónica respuesta, cargada de significado oculto y advertencia implícita.
—¿Entonces por qué me trajiste? —insistió Michael, su voz teñida de frustración y confusión.
Same lo miró con severidad, sus ojos oscuros brillando con una intensidad que dejaba claro que no toleraría más preguntas.
—Alguien te tiene que vigilar… ahora cállate —ordenó, su tono autoritario brotando con una fuerza que no admitía réplica, justo cuando una patrulla policial se aproximaba a su ubicación con paso lento pero decidido. El auto se detuvo junto a la carretera y de él descendió el jefe de la policía, Gordon Rivas.
—Llegas tarde, maldito marrano —espetó Same con furia apenas Gordon descendió del vehículo, sus palabras cargadas de desdén y descontento.
—Perdóneme, estuve firmando los descansos, el día de mañana no habrá guardias en la prisión de la ciudad… pero aun así se verá sospechoso si yo y los chicos de la comisaría no atendemos la alarma —se apresuró a explicar Gordon, su voz tintada de preocupación mientras buscaba una excusa para su demora.
Same frunció el ceño, evaluando las palabras del jefe de policía con una mirada penetrante que dejaba claro su descontento.
—Mañana un par de chicos de Gaby van a robar una casa de empeño, esa va a ser tu cuartada, solo tienes que encargarte de dejar las celdas de estas personas abiertas —explicó Same, entregándole una nota al jefe Gordon con un gesto brusco y determinado—. Los nombres escritos con tinta azul son mis chicos y los nombres en rojo son los que van a morir.
La gravedad de las palabras de Same colgaba en el aire, pesada y ominosa, mientras Gordon recibía la nota con una expresión sombría.
Mientras Same se encontraba inmerso en el torneo, un grupo de personas que había reclutado bajo su ala habían decidido traicionarlo y entregarse a las autoridades. La promesa de protección había sido tentadora, pero su ambición los llevó más allá: acordaron una reunión secreta para negociar su libertad a cambio de información valiosa. La fecha acordada para este encuentro era el día 20 de junio, una fecha que parecía lejana y segura.
Sin embargo, el destino tenía otros planes. Same, con sus conexiones y recursos, se enteró del complot mucho antes de lo esperado.
Para su desgracia, Same llegó a la ciudad antes de lo previsto. Ahora, con el conocimiento en sus manos, se preparaba para enfrentar la traición con toda la fuerza de su poder y astucia. La fecha de la reunión, una vez segura y prometedora, se había convertido ahora en un recordatorio ominoso de los peligros que acechaban en las sombras de la noche.
Al día siguiente, Same permaneció en la misma posición durante toda la mañana. Sentado con los codos apoyados en las rodillas y los dedos de las manos entrecruzados, su mirada se fijaba en el comunicador con una intensidad casi palpable. Cada segundo que pasaba sin una llamada aumentaba la tensión en la habitación, como si el silencio mismo fuera un presagio ominoso de lo que estaba por venir.
El aire estaba cargado de anticipación y nerviosismo, y aunque Same mantenía una apariencia serena, en su interior ardía una tormenta de pensamientos y emociones. Sabía lo que estaba en juego y estaba decidido a no dejar que nadie desafiara su autoridad impunemente.
Los desertores se encontraban en relativa calma en sus celdas, cada uno inmerso en sus propias actividades para pasar el tiempo. Uno de ellos estaba absorto en las páginas de un libro de cómics, mientras que el otro se ejercitaba en el suelo con flexiones, buscando mantener su cuerpo ocupado para mantener a raya la ansiedad.
De repente, el sonido del seguro de sus celdas siendo liberado rompió la monotonía del ambiente. Las rejas comenzaron a abrirse lentamente, provocando un alboroto entre los otros reclusos que observaban atentamente la escena.
—Oye Marki, ¿qué está pasando? —preguntó uno de los desertores, su voz teñida de confusión y preocupación.
—Creo que está claro… No hay ningún guardia en la prisión —respondió Marki con una resignación que reflejaba su entendimiento de la situación.
La incredulidad se reflejaba en los ojos de los dos hombres mientras salían de sus celdas, su mente girando rápidamente para tratar de comprender lo que estaba sucediendo.
—¿Crees que nos quieren silenciar? —preguntó Roman, su voz temblorosa por el miedo que comenzaba a apoderarse de él.
—La señorita Gabriella tiene gente muy influyente en la ciudad —respondió Marki, su tono resignado llevando consigo una sombra de reconocimiento de la situación en la que se encontraban.
—Voy a buscar a los otros, también los debieron liberar —dijo Roman con determinación antes de partir en busca de sus compañeros desertores. Con paso apresurado, se adentró en los intrincados pasillos de la prisión, su mente aturdida por el torbellino de emociones que lo embargaba. Sin embargo, su determinación se desvaneció abruptamente cuando giró la esquina y se encontró con una escena que lo dejó paralizado.
Los cuerpos sin vida de sus compañeros yacían en el suelo, sus cabezas separadas de sus cuerpos en un macabro acto de violencia. Dos reclusos, armados con navajas improvisadas, perpetraban el cruel asesinato con una frialdad que helaba la sangre.
El horror se apoderó de Roman mientras observaba la escena, su corazón latiendo con fuerza en su pecho mientras la realidad de la situación se desplegaba ante él en toda su brutalidad. Los agresores no se percataron de su presencia hasta que fue demasiado tarde, y Roman, movido por un instinto de supervivencia primal, se lanzó hacia la cabina telefónica más cercana.
Cada paso era un eco de desesperación y angustia mientras se abría paso entre los pasillos, su mente turbulenta con la urgencia de pedir ayuda al gobierno a cambio de la información que poseía. La promesa de libertad había perdido todo su significado en medio de la carnicería que había presenciado; ahora, lo único que importaba era sobrevivir.
El comunicador comenzó a vibrar con insistencia, sacudiendo el agua que reposaba en el vaso sobre la mesa de Same, creando ondas concéntricas que reflejaban la tensión en el aire.
—¿Sí? —preguntó Same, llevando el comunicador a su oído con gesto serio y determinado.
—Ya está listo —respondió la voz del interlocutor al otro lado de la línea, su tono imperturbable y seguro de sí mismo.
Same escuchó las palabras con atención, su mandíbula apretada mientras la información se filtraba en su mente. Sin decir una palabra más, simplemente cerró el puño con fuerza, destrozando el aparato.
Gabriella había estado ausente del departamento durante dos días, inmersa en debates y negociaciones en el senado para asegurar la aceptación de su propuesta. Sin embargo, al regresar el día 20 de Junio a las tres de la tarde, llevando consigo una bolsa de comida caliente, fue recibida por un olor que la golpeó como un puñetazo en el estómago.
—Huele horrible aquí adentro, ¿cómo pueden comer aquí? —exclamó Gabriella, arrugando la nariz con disgusto al percibir el olor penetrante que impregnaba el ambiente.
—No hemos comido nada desde que te fuiste —respondió Michael, su tono revelando el hambre y la fatiga que habían acumulado durante su ausencia. Gabriella se volvió hacia él, notando la preocupación dibujada en su rostro.
Pero su atención fue rápidamente desviada hacia la mesa, donde un tablero de juego reposaba entre Same y Michael.
—Ay no, están jugando "Senso no Asobi"... Michael, ¿qué han hecho estos días? —preguntó Gabriella, su voz teñida de preocupación al darse cuenta de la aparente falta de progreso durante su ausencia. Sin embargo, la mirada de Same, cargada con un recelo palpable.
—Me dijo que no me podía levantar hasta que le ganara —respondió Michael, su voz cargada de cansancio y frustración por la maratón de juegos interminables que había enfrentado en los últimos días.
Gabriella frunció el ceño ante la revelación, sus ojos buscando la confirmación en Same.
—¿Eso es verdad, Same? —preguntó, su tono exigente revelando su determinación de obtener respuestas claras y honestas.
—Él me dijo que era bueno en el juego —respondió Same, su voz casi justificándose ante la acusación implícita en la pregunta de Gabriella.
Pero la nueva restrisora no estaba dispuesta a aceptar excusas. Con un gesto decidido, colocó la bolsa de comida sobre el tablero de juego, interrumpiendo la partida en curso.
—Sabes muy bien que solo Guss te puede ganar en Senso no Asobi.
Volviéndose hacia Michael, extendió una mano hacia él con una mezcla de ternura y determinación.
—Vamos Michael, te llevaré a comer algo —anunció, su voz suave ofreciendo un respiro bienvenido en medio de la tensión que colmaba la habitación.
El joven se levantó del asiento con cautela, sus ojos aún fijos en Same, quien permanecía en silencio, su postura encorvada y su mirada perdida en algún punto del suelo. Sin una palabra más, ambos salieron del lugar, dejando atrás la atmósfera cargada de confrontación.
Michael y Gabriella se habían refugiado en la sucursal central de "Dog Burger" en la ciudad, buscando un respiro de la claustrofobia del apartamento y disfrutando del aire fresco en las mesas exteriores.
—Gracias por llevarme a mi casa para bañarme, ya necesitaba ropa de mi talla —comentó Michael entre mordiscos de su hamburguesa, su voz cargada de gratitud y alivio por el cambio de ambiente—. ¿Entonces ahora soy algo así como tu mascota?
—No… se podría decir que eres la mascota de Same que yo termino sacando a pasear —respondió Gabriella con un toque de ironía en su voz, mientras exhalaba una bocanada de humo de su cigarrillo. La adicción a la nicotina era algo que compartía con Same, y el hábito era una constante en la vida de ambos, incluso en momentos de aparente relajación como este.
El aroma de las hamburguesas recién hechas se mezclaba con el humo del cigarrillo, creando una atmósfera peculiar que encapsulaba la extraña dinámica entre Michael y Gabriella. A pesar de la ligereza de la conversación, flotaba en el aire un subtexto de tensión y complicidad.
—En verdad le gusta mucho ese juego —comentó Michael, buscando cambiar de tema y desviar la conversación hacia algo menos incómodo.
Gabriella asintió, exhalando una bocanada de humo antes de hablar de nuevo.
—Sí, solo hay una persona en el mundo que le puede ganar en el Senso no Asobi. Si no te sacaba de ahí, él se iba a quedar hasta morir de hambre. No lo hice por ti, lo hice por él… realmente le hace falta Guss —confesó, su tono revelando una mezcla de preocupación y compasión por Same.
Gabriella inhaló profundamente, dejando que el humo llenara sus pulmones antes de exhalar lentamente, como si estuviera liberando una carga emocional junto con el humo del cigarrillo. Había estado a punto de desahogarse delante de Michael, revelando más de lo que estaba dispuesta a compartir.
Al día siguiente, Same, Michael y Gabriella estaban sentados juntos en el sofá, pasando despreocupadamente por los canales de televisión cuando un reporte noticioso atrajo la atención de Same.
—Último minuto, parece que la marina ha dado un comunicado acerca del mandato de la nueva restrisora Gabriella Mendez… ¿Esto es en serio? —preguntó la presentadora de las noticias locales, su rostro reflejando el horror que sentía al leer las impactantes noticias—. Parece ser que el mandato de Gabriella Mendez será puesto en pausa debido a que la Marina ha confirmado que ella fue la responsable del asesinato del ex restrisor Kim. Ahora mismo un comando de la marina está en camino a la dirección que les dio el informante anónimo para arrestarla a ella y a su compañero apodado como "Same".
—Tardaron mucho —comentó Same con calma, dándole una suave palmada en la pierna a Michael antes de ponerse de pie, su rostro serio pero tranquilo ante la situación.
—Dame un poco de crédito, actué tan bien que no podían creer lo que Michael les dijo así como así —respondió Gabriella con una sonrisa irónica, imitando el gesto de Same al levantarse del sofá.
La revelación dejó a Michael atónito, sus ojos abiertos de par en par en incredulidad.
—Espera un minuto, ¿ustedes sabían que los delaté? —preguntó con ingenuidad, esperando una negación o una explicación que lo tranquilizara. Sin embargo, lo único que recibió como respuesta fue una mirada fría de Same y una larga carcajada de Gabriella, cuyo eco resonó en la habitación como un recordatorio de la traición y la intriga que los envolvía.
El día de las elecciones, el 16 de Junio, encontramos a Michael de regreso del supermercado, cargado con las herramientas necesarias para su plan de limpieza. Sin embargo, antes de sumergirse en su tarea, el joven se sumergió en una larga llamada telefónica. Al otro lado de la línea estaba uno de los altos mandos de la marina, a quien Michael confiaba los detalles escalofriantes de lo que había presenciado.
Al principio, el oficial no estaba convencido, la declaración era poco creíble, incluso para los estándares de la ciudad. Pero la convicción y el miedo palpable en la voz de Michael finalmente lo persuadieron.
El coronel decidió actuar. Envío a un cabo para investigar la mansión del señor Kim, solo para descubrir que la escena del crimen seguía prácticamente intacta, como si la policía hubiera retirado los cuerpos y poco más. Ni siquiera había cinta policial para marcar el área.
Estas revelaciones encendieron las alarmas del coronel, quien decidió escudriñar más a fondo. Envió a uno de sus hombres para vigilar al jefe Gordon, sospechando de su posible implicación en el encubrimiento. La vigilancia reveló una verdad aún más oscura: Gordon había ocultado las armas homicidas utilizadas en el crimen. El espía de la marina logró recuperar las armas para realizar análisis de huellas, confirmando las sospechas iniciales del coronel.
Los agentes de la marina rodearon el edificio, preparados para llevar a cabo la operación de arresto. A través del comunicador de Gabriella, recibieron la orden de permitir que Michael y los demás civiles abandonaran el lugar.
Same y Gabriella asintieron en silencio, sin moverse del sofá mientras observaban cómo Michael salía del departamento. Sin embargo, justo antes de que la puerta se cerrara detrás de él, las palabras de Same cortaron el aire con un eco inquietante.
—Mándale mis saludos a Linda… aunque no te pueda escuchar —susurró Same, sus palabras cargadas de un significado que solo él y Michael entendían.
Una vez que se confirmó que todos los civiles habían salido del edificio, los militares entraron con determinación, preparados para llevar a cabo el arresto. Sin embargo, se encontraron con una sorpresa inesperada: Same y Gabriella no opusieron resistencia en ningún momento. Aceptaron su destino con una calma casi sobrenatural, como si hubieran estado esperando este momento inevitable desde hacía mucho tiempo.