Una fuerte lluvia azotaba las calles estrechas de la ciudad del zen. Cada gota que caía resonaba como un tambor en el silencio de la medianoche, creando una atmósfera casi irreal.
El sonido del goteo insistente en la ventana interrumpió el sueño inquieto de Touko, cuyos ojos se abrieron pesadamente. No había podido conciliar el sueño adecuadamente en semanas, atormentada por los recuerdos de lo ocurrido en la nación Kaji. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar aquellos días tumultuosos.
Decidida a encontrar algo que la calmara, Touko se levantó de la cama y se dirigió a la cocina en busca de un vaso de agua. Al pasar por la sala principal, su mirada se desvió hacia la puerta de cristal, a través de la cual la lluvia caía con fuerza. Y allí, en el patio trasero, vio a Lewa, parado bajo el diluvio como si estuviera intentando encontrar consuelo en la tormenta.
—En la nación Kaji casi nunca llueve... —la voz de Lewa emergió entre sollozos, cortada por la emoción y el dolor que aún no había logrado superar—. Llovía, es por eso que cuando ocurría, mi madre nos dejaba salir a bañarnos.
Las palabras de Lewa resonaron en el aire, cargadas de nostalgia y tristeza. Touko comprendió el significado detrás de aquellos recuerdos, la necesidad de encontrar consuelo en lo familiar, incluso cuando el pasado se desdibujaba entre la lluvia y el viento.
Sin pronunciar una palabra, Touko se acercó al perchero y tomó un paraguas. Se colocó junto a Lewa, compartiendo su espacio bajo la lluvia torrencial. No había necesidad de palabras, el silencio era suficiente para expresar la solidaridad y el apoyo de la rubia.
—Quiero volver a casa —murmuró Lewa entre lágrimas, su voz apenas un susurro ahogado por la lluvia.
Touko asintió con comprensión, sintiendo el peso de la añoranza en cada fibra de su ser. En aquel momento, bajo el manto de lluvia que envolvía la ciudad del zen, dos almas encontraron consuelo en la compañía del otro, compartiendo la carga de los recuerdos y los sueños perdidos.
La mañana del 27 de julio se desplegaba con una calma tensa sobre la ciudad. El sol apenas comenzaba a asomarse entre las nubes, arrojando destellos dorados sobre los tejados y las calles empapadas por la lluvia de la noche anterior. En el puente de madera que conectaba el bullicioso parque central con la concurrida zona comercial, Lyra, Ik y Shori se reunieron tras la convocatoria de Mado y Crissalid.
—¿Entonces Lewa se está quedando en tu casa? —preguntó Lyra, desviando su atención de los peces que nadaban perezosamente en el riachuelo bajo el puente.
—Sí, mis padres decidieron que sería lo mejor. Lo están dejando vivir en casa hasta que se aclare la situación con la nación Kaji —respondió Shori con un tono sombrío, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación y agotamiento—. Pero últimamente... últimamente apenas sale de su habitación, o cuando lo hace, se queda afuera mirando al vacío.
La preocupación de Shori se transmitía en cada palabra, sus hombros caídos revelaban el peso de la responsabilidad que ahora cargaba sobre sus hombros. La situación con Lewa y la incertidumbre que rodeaba a la nación Kaji habían sumido a todos en un estado de ansiedad constante.
—Debe ser horrible, yo no sé qué haría en su lugar —comentó la niña de cabello color fantasía, su voz resonando con empatía y preocupación—. ¿Y tú, Ik? ¿Cómo has llevado todo este alboroto?
Ik dejó escapar un suspiro pesado, como si el peso del mundo descansara sobre sus hombros, y se tomó un momento antes de responder.
—Fatal —admitió con sinceridad, su mirada perdida en el horizonte mientras revivía el tormento de las noches sin descanso—. No he podido dormir bien. Esta maldita marca me quema todas las noches. Tuve que suspender mis clases con Finley un par de días porque simplemente no podía dar lo mejor de mí.
Con cuidado, Ik se quitó los vendajes de la frente, revelando la marca ardiente que parecía estar incrustada en su piel. Una luz roja titilaba en su interior, emitiendo una sensación de malestar palpable que invadía el aire a su alrededor. Sus amigos observaron en silencio, sintiendo el peso de la carga que Ik llevaba consigo día tras día.
—Nunca creí que diría esto acerca de mis alumnos, pero los he extrañado, chicos —dijo Mado con una sonrisa cálida mientras se acercaba junto a Crissalid, cuyos ojos brillaban con complicidad.
—Maestro Mado, me alegra verlo recuperado del Keiyaku postmortem —respondió Lyra con respeto, su voz resonando con una mezcla de admiración y camaradería.
—Así es, Criss ya me ha contado sobre su pequeña aventura en el torneo del Ming —agregó Mado, su tono revelando un toque de complicidad mientras miraba a Ik con una chispa traviesa en los ojos.
—¿Sí?, ¿qué tanto le contaste? —preguntó Ik, sintiéndose repentinamente avergonzado por la atención centrada en él.
—No hay motivo para sentir vergüenza, joven Orochi. Recuerden que todavía son novatos. Lo más importante es esforzarse cada día por ser mejores —respondió Mado con gentileza, colocando una mano reconfortante sobre el hombro de Ik y dándole unas palmadas alentadoras en la espalda.
La atmósfera se llenó de un sentido de camaradería y apoyo mutuo mientras Mado, Crissalid y los jóvenes se reunían en aquel puente de madera.
—¿Por qué nos pidieron venir hoy? ¿Hay alguna misión para nosotros? —preguntó Lyra, su voz vibrando con emoción contenida mientras se acercaba un paso más hacia Crissalid en busca de respuestas.
Crissalid mantuvo la calma, su expresión serena revelando la seriedad de la situación que estaba a punto de revelar.
—No exactamente —respondió con voz pausada, eligiendo cada palabra con cuidado—. Estamos al tanto de la delicada situación en la que se encuentra el mundo después de la completa destrucción de la nación Kaji y algunos pueblos cercanos a la Ciudad del Zen y "El Frontera".
Mado asintió, complementando las palabras de su compañero mientras sostenía tres chalecos rojos de la brigada de rescate en sus manos.
—Por eso varios estados están enviando voluntarios del gremio Warrior para ayudar en las brigadas de búsqueda y rescate que está organizando la marina en la nación Kaji —añadió Mado con solemnidad, su mirada fija en los rostros de sus jóvenes pupilos.
Lyra y Shori no dudaron ni un instante, tomando los uniformes ofrecidos con determinación y compromiso. Sin embargo, Ik parecía sumido en un dilema interno.
—Mado, Criss, lo siento, pero no puedo ir. Desde lo que ocurrió en el bosque Fuyuka, no he podido dormir bien... Temo que si voy, solo seré una carga para la brigada —confesó Ik con sinceridad, su voz cargada de pesar por no poder contribuir de la manera que desearía.
Crissalid asintió comprensivamente, reconociendo la valentía de Ik al reconocer sus limitaciones.
—Es sabio reconocer cuando no estás en condiciones para realizar algo. Respetamos tu decisión, Ik —respondió con amabilidad, ofreciendo un apoyo silencioso en medio de la difícil decisión que el chico había tomado.
Mientras tanto, en el tranquilo jardín de la majestuosa mansión Fujimori, Lewa estaba sentado en un banco de piedra, su mirada perdida entre las exuberantes flores del parterre. El silencio del lugar era solo interrumpido por el suave murmullo del viento entre las hojas y el rumor lejano de la ciudad despertando a la vida.
Touko salió de la mansión y se acercó a Lewa, tomando asiento a su lado en el banco de piedra. Había una sensación de complicidad en el aire, como si sus corazones compartieran un peso que no podían expresar con palabras.
—Hoy tampoco desayunaste, ¿verdad? —preguntó Touko, su voz suave y preocupada.
Lewa se tomó un momento antes de responder, sus ojos aún perdidos en el mundo de sus pensamientos.
—No, comeré más tarde —murmuró, su tono revelando una mezcla de indiferencia y resignación.
—Solo comes una vez al día, eso no es saludable —insistió Touko, tratando de romper el manto de silencio que los envolvía.
—Lo sé —respondió Lewa, su voz apenas un susurro cargado de pesar, antes de sumergirse nuevamente en el silencio.
Un largo período de quietud se extendió entre ellos, como si las palabras fueran insuficientes para abordar la carga emocional que compartían. Sin embargo, Touko no se rindió y buscó desesperadamente un punto de conexión.
—Entonces… te volviste a vendar el rostro —comentó, desesperada por mantener la conversación y encontrar algún destello de humanidad en la mirada perdida de Lewa.
—No se te escapa nada —respondió Lewa con una frialdad que cortaba como el filo de un cuchillo, sumiendo nuevamente el jardín en un silencio abrumador.
—Mañana mi equipo va a ir a una misión en "Miss Carlotta" —comentó Touko, rompiendo el tenso silencio que había envuelto su conversación.
Lewa asintió con comprensión, su rostro reflejando una mezcla de resignación y determinación.
—Ya veo, te ausentarás unos días... De cualquier forma, mañana pensaba buscar empleo. Tu familia no puede mantenerme el resto de mi vida —respondió, su voz cargada de un peso que pesaba sobre sus hombros.
Touko se giró hacia Lewa con determinación, su expresión reflejando una firmeza que no admitía objeciones.
—Claro que no lo harás. Quédate aquí hasta que yo vuelva. Entonces, hablaremos de opciones —dijo con seriedad, transmitiendo una confianza que Lewa no había sentido en mucho tiempo.
—¿Con qué sentido? No quiero ser una carga —dijo Lewa, su voz entrecortada por la angustia que amenazaba con desbordarse en lágrimas.
Touko no dudó ni un segundo. Se acercó a Lewa y lo abrazó con fuerza, rodeándolo con la calidez de su afecto y su determinación.
—No puedo asegurarte que todo estará bien ni que podremos resolverlo, porque no lo sé —susurró, sus palabras resonando con sinceridad y empatía—. Pero lo que sí sé es que quiero apoyarte y estar aquí para ti en este momento.
Las lágrimas finalmente cedieron, y Lewa se dejó llevar por el consuelo que encontró en los brazos de Touko. En ese abrazo, en medio del incierto futuro que los aguardaba, encontró un destello de esperanza y seguridad que había creído perdidos.
Durante la hora de la comida, Lyra regresó a casa y se sentó con Luna para compartir sus pensamientos y experiencias del día.
—Entonces, ¿te vas mañana? —preguntó Luna, su mirada llena de preocupación mientras servía la comida en los platos.
—Sí, Shori y yo iremos a la nación Kaji a buscar sobrevivientes —confirmó Lyra, su voz firme pero con un matiz de nerviosismo subyacente.
—¿Estás segura de esto? Podrías presenciar cosas horribles allá —advirtió Luna, sus ojos reflejando la preocupación de una hermana mayor.
Lyra tomó un momento para reflexionar antes de responder, sabiendo que sus palabras tendrían un impacto en Luna.
—Supongo que, siendo una warrior, algún día tendré que enfrentar la muerte de cerca. Aunque espero nunca tener que quitar una vida, debo aceptar que la muerte es algo natural —respondió Lyra con una madurez que sorprendió incluso a sí misma, consciente de la seriedad de las responsabilidades que asumía como miembro del gremio Warrior.
Luna asintió en silencio, suspirando con resignación ante la inevitable realidad que enfrentaba su hermana menor.
—Yo también espero que nunca tengas que quitar una vida. Mamá solía decir que lo único peor que morir es vivir con la culpa de haber matado a alguien —añadió Luna con una solemnidad que cortaba el aire como una navaja.
Lyra se sintió abrumada por la oscuridad repentina de la conversación y buscó desesperadamente cambiar el tema.
—De pronto esto se volvió muy oscuro, ¿no crees? —comentó, intentando inyectar un poco de ligereza en el ambiente.
Luna sonrió débilmente, reconociendo el intento de su hermana por suavizar la atmósfera. Juntas continuaron comiendo en silencio, compartiendo la tranquilidad de su compañía mientras preparaban sus corazones para los desafíos que les deparaban.
En medio de la oscuridad opresiva, el cabo Haram despertó entre los escombros de una calle devastada por el terremoto. El ambiente era un caos de destrucción y desolación, con los restos retorcidos de lo que alguna vez fueron hogares y vidas desperdigados a su alrededor. La medianoche envolvía la escena en un manto de sombras, mientras las nubes gruesas ocultaban la luz de la luna, sumiendo el paisaje en una negrura impenetrable.
El hedor nauseabundo de la muerte se infiltraba en sus sentidos, provocándole arcadas cada vez más intensas. Haram luchaba por mantener el control sobre su propio cuerpo, pero la sensación de vacío en su estómago le recordaba cruelmente que no había comido en mucho tiempo. Intentó vomitar para aliviar la sensación, pero no encontró más que el amargo sabor de la desesperación en su boca, ya que su estómago estaba vacío.
Fue entonces, en medio de su agonía física y emocional, que Haram se dio cuenta de un detalle aún más humillante: había manchado su ropa interior mientras dormía, su cuerpo había sucumbido a sus necesidades más básicas sin que él pudiera hacer nada al respecto. La vergüenza y el asco se mezclaron en su mente, pero Haram no tenía tiempo para lamentarse. Con determinación, se puso de pie, ignorando el frío helado que le calaba los huesos, y comenzó a caminar sin rumbo fijo entre los escombros y la oscuridad.
Fue entonces cuando una débil luz amarillenta parpadeando en la distancia captó su atención, una pequeña chispa de esperanza en medio del caos y la desesperación. Haram avanzó hacia ella, con la certeza de que, aunque el camino fuera difícil y oscuro, no podía rendirse.
Haram finalmente llegó al origen de la misteriosa luz, descubriendo que provenía de un pequeño estanque improvisado formado por escombros acumulados. La sed lo consumía, así que sin dudarlo, agarró una botella de plástico abandonada que yacía cerca y la llenó con el agua cristalina del estanque. Ansioso por calmar su sed, tomó un largo trago del líquido fresco y revitalizante.
Una vez que su sed fue saciada, Haram decidió enfrentar otro problema inmediato: su ropa interior sucia. Con determinación, se despojó de sus pantalones, desechando la prenda manchada y dejándola abandonada entre los escombros. Sintiendo una renovada sensación de limpieza, se sumergió en el estanque, dejando que el agua fresca y pura le limpiara el cuerpo de la mugre y el desaliento que lo habían envuelto.
Mientras se bañaba, aprovechó para lavar su pantalón, intentando eliminar cualquier rastro de suciedad y olor desagradable. Sin embargo, pronto comenzó a notar una leve comezón en su piel, una sensación incómoda que le advertía de algún peligro latente en el agua. Con cautela, decidió salir del estanque y vestirse rápidamente, evitando el contacto prolongado con el líquido turbio.
Una vez fuera del estanque, Haram continuó su viaje a través del yermo desolado, mientras a sus espaldas, la luz de la luna comenzaba a filtrarse tímidamente a través de las densas nubes. En la distancia, la silueta imponente de un gran letrero de la planta de emergía química lentamente emergió de la oscuridad, bañada por los suaves rayos plateados de la luna.
El día 28 de julio, a las once y media de la mañana, Lyra y Mado aguardaban pacientemente en el bullicioso aeropuerto de la ciudad, esperando la llegada de Shori para su misión con la brigada. Sin embargo, el reloj marcaba media hora desde la hora acordada y aún no había señales de su alumno.
—Ya no puedo hacerlo esperar por más tiempo a la brigada. Si no llega en diez minutos, nos vamos —declaró Mado con un tono de decepción palpable en su voz, su mirada reflejaba la preocupación por la ausencia prolongada de Shori.
—Suele ser impuntual, pero nunca había tardado tanto. Le llamaría, pero no tengo su número de comunicador —se lamentó Lyra, escaneando nerviosamente la multitud en busca de cualquier señal de su compañero.
—¿No tienes el número de Ik? Tal vez él pueda llamarle —sugirió Mado, buscando una solución rápida para resolver la situación.
—No, ¡pero tengo el de su hermana! —exclamó Lyra repentinamente, su energía renovada por la posibilidad de contactar a alguien que podría ayudar.
Justo cuando estaba a punto de marcar el número de Touko, un grito resonó a través del bullicio del aeropuerto, atrayendo la atención de Lyra y Mado. Giraron hacia la entrada y vieron a Shori, acompañado por Lewa, corriendo hacia ellos con expresiones de alivio y apuro en sus rostros.
—¡Esperen, un poco ya llegué! —anunció Shori, su aliento agitado por la carrera mientras se acercaba al grupo con una sonrisa de disculpa en su rostro.
—¡Eres un imbécil, los demás miembros de la brigada están hartos de esperarnos! —reclamó Lyra con voz elevada, su frustración palpable en cada palabra mientras se mantenía en el otro lado de la amplia sala de espera.
—Oye Lyra, estás haciendo un escándalo —le susurró Mado a su alumna, tratando de calmar los ánimos en medio de la tensión creciente.
—Lo siento, es mi culpa que Shori llegara tarde. Yo le saqué la información acerca de la brigada y quise acompañarlo —explicó Lewa con serenidad una vez que estuvo frente a Lyra y Mado, su tono lleno de una sincera disculpa.
—Está bien, puedes venir. Solo dame tu número de identificación del gremio de Warriors —respondió Crissalid con prisa, deseoso de resolver la situación y ponerse en marcha.
Sin dudarlo, Lewa proporcionó su número de identificación con determinación.
—Sí, es "K-012454".
—Espera, tu número de identificación inicia con "K", ¿eres de Kaji? —preguntó Mado sorprendido, su sorpresa reflejada en su mirada.
—Así es, quiero ayudar a la gente de mi estado —afirmó Lewa con firmeza, mostrando una determinación que no pasó desapercibida.
Mado asintió, reconociendo la valentía y el altruismo de Lewa, pero sintiendo la necesidad de asegurarse de que comprendiera las posibles consecuencias de su decisión.
—Solo quiero saber si estás consciente de lo que te puedes encontrar allá —advirtió con seriedad.
Lewa sostuvo la mirada de Mado con firmeza, sin vacilar en su determinación.
—Estoy completamente consciente y estoy dispuesto a aceptar mi nueva realidad. Solo quiero encontrar a mi familia, sin importar el resultado. Necesito librarme de esta incertidumbre —declaró con convicción, su voz resonando con una determinación inquebrantable.
—En ese caso… bienvenido a bordo —dijo Mado con una sonrisa de complicidad, indicando a los novatos que lo siguieran hacia el imponente volador que la marina había preparado para la misión de rescate.
El personal de la nave recibió a los recién llegados y les asignó una mesa con sillones en la zona VIP, reservada para el personal de mayor rango. Sin embargo, descubrieron que no estaban solos en esta área exclusiva, ya que el Barón y Pumba ocupaban una esquina de la gran sala.
—¡Miren, ahí hay una barra de buffet! Voy por algo —exclamó Shori de manera peculiar, con una repentina urgencia por satisfacer su apetito.
—Pero comimos antes de salir de tu casa —le recordó Lewa con una mirada de incredulidad.
—¿En serio tienes hambre? —preguntó Lyra.
—Sí, sí… bueno, ya saben, si ponen un buffet y nadie lo toca, podrían sentirse mal los cocineros —respondió Shori con una justificación poco convincente.
—Estoy segura de que casi todo ahí es comida congelada —observó Lewa, con un toque de escepticismo en su tono.
—En realidad, estoy más interesado en las bebidas —respondió Shori, desviando la conversación hacia su verdadero objetivo.
—¿Entonces, para qué dijiste eso de los cocineros? —preguntó Lyra, arqueando una ceja con curiosidad.
—Sí tienes sed, te puedo invitar un poco de agua, traje un termo —ofreció Lewa, tratando de cambiar de tema rápidamente.
—¡Bien, ya, quiero ir a orinar! —exclamó Shori de repente, su desesperación evidente en su tono—. Solo que no lo dije así porque estoy sentado junto a Nina y no quería que ella me imaginara en el baño. A nadie le gusta que la gente se lo imagine en el baño —añadió, su voz elevándose en un intento por explicarse.
Ante la confesión repentina de Shori, Lyra simplemente se levantó de su asiento, sin decir una palabra, dejando claro que entendía la urgencia del momento y no tenía intenciones de prolongar la conversación.
Mientras el joven rubio estaba ocupado en los orinales, a sus costados se desplegaba una tensa conversación entre el Barón y Pumba, que apenas podía escuchar entre el murmullo de la sala.
—No entiendo por qué me obligaron a venir aquí contigo como tu maldita niñera —gruñó el Barón, su voz cargada de irritación.
—Tranquilo, mascarita, no fue idea mía. Yo vine porque en realidad me jode toda esta mierda —respondió Pumba, intentando defenderse, aunque su tono delataba una fatiga palpable, como si no hubiera dormido en días.
—Más te vale terminar aquí pronto, mañana tengo una cena con la familia de Tadeo Ferreira —advirtió el Barón con frialdad, dejando claro que no tenía tiempo para demoras.
Mientras tanto, Shori se encontraba atrapado en sus propios pensamientos mientras esperaba pacientemente su turno. La presencia imponente de los dos hombres a su lado lo hacía sentir incómodo e inferior, y no podía evitar preguntarse cómo era posible que su cabeza apenas les llegara a la altura del ombligo.
"Maldición, no me sale nada con estos dos gigantes al lado mío. Me intimidan", pensó Shori, sintiendo la incomodidad crecer en su interior mientras seguía esperando en silencio.
—Ahora vuelvo, yo también tengo que ir al "buffet" —dijo Lewa a Lyra con una sonrisa mientras se levantaba de su asiento.
Justo cuando estaba por entrar al baño, se encontró con Pumba, quien salía del mismo. Ambos hombres se cruzaron y se saludaron por educación, sin saber que sus destinos estaban entrelazados de una manera que ninguno de ellos podría haber imaginado.
Mientras tanto, en el estado Miss Carlotta, Touko y su equipo liderado por la maestra Petra se encontraban inmersos en la pesada labor de cargar varios camiones con cajas de suministros destinados a la ciudad del zen, donde esperaban que las brigadas de rescate encontraran a personas necesitadas.
—¿Por qué nos hacen cargar estas cajas a nosotros? No tenemos la culpa de que haya habido un mega terremoto —se quejó Neutra, agotado por el esfuerzo físico de cargar pesadas cajas durante todo el día.
—¿Conoces la empatía, perro sarnoso? —respondió Touko, su tono lleno de indignación ante el egoísmo de su compañero—. Estoy segura de que cualquier warrior de la nación Kaji haría esto por nosotros sin quejarse.
—Eso solo lo dices porque tu noviesito es de la nación Kaji.
Licka, con su característica franqueza, decidió intervenir.
—Se acaba de delatar solo. El imbécil de Neutra solo está celoso porque ha estado enamorado de ti desde que nos emparejaron —bromeó Licka, su voz cargada de ironía mientras se burlaba abiertamente de su compañero.
—Yo nunca dije eso, Licka. No mientas para hacerme quedar mal —respondió Neutra, defendiéndose ante la acusación de su compañera.
—¿Por qué quedarías mal por estar enamorado de mí? ¿Acaso soy tan fea? —preguntó Touko con una sonrisa pícara, acercándose a Neutra con un gesto juguetón mientras desafiaba su orgullo.
—No, no es eso, solo no quería que piensen que lo digo por celos. Yo en realidad soy así de frío y sin sentimientos —se apresuró a aclarar Neutra, intentando mantener su postura ante las provocaciones.
—¿Sabes?, Lewa y yo no somos novios, así que podría darte un beso a cambio de que lleves las demás cajas que me corresponden —propuso Touko a Neutra, acercándose a él con una expresión traviesa mientras colocaba sus brazos sobre los hombros de su compañero.
Neutra quedó momentáneamente sorprendido por la propuesta inesperada de Touko. «¿Mi primer beso me lo va a dar Touko?», pensó brevemente, antes de reaccionar y aceptar la oferta con una sonrisa nerviosa. Tomó una de las cajas de Touko y salió del almacén, decidido a cumplir con su parte del trato.
—¿En serio vas a besar a ese tarado? —preguntó Licka con una mueca de disgusto al presenciar la escena.
—Claro que no, pero si él lleva mis cajas, yo puedo ayudarte con las tuyas y así nos vamos antes de que se dé cuenta de que le mentí —respondió Touko con astucia, tomando una de las cajas de Licka y preparándose para partir antes de que Neutra regresara y descubriera la verdad.
A las tres de la tarde, el imponente volador de la marina finalmente descendió en la zona oeste de la nación Kaji. Este sector, que alguna vez fue próspero y bullicioso, se encontraba ahora devastado por el terremoto, siendo el área más afectada debido a su proximidad con la base central de la marina. La tragedia se hizo aún más evidente al observar cómo gran parte del territorio se hundió, sumergiéndose al menos diez metros bajo el agua. La causa de este desastre era clara: el puerto de la base de la marina, que también funcionaba como represa, había colapsado junto con el resto de la infraestructura, desatando una inundación catastrófica que engulló la región.
En medio de esta desolación, solo emergían pequeñas islas del tamaño de un vecindario promedio, recordando apenas la forma de vida que alguna vez floreció allí. El volador encontró un espacio de aterrizaje en lo que antes había sido un bello parque, ahora transformado en una extensión aplanada por el equipo de preparación que había trabajado arduamente unos días antes. La nave descendió con un zumbido sordo, marcando el inicio de una misión crucial en medio de la desolación.
—Bien chicos, nosotros cuatro nos dividiremos en parejas. El equipo de preparación instaló unas plataformas automatizadas que harán la función de ferry transportándonos entre islas. Este es el mapa —anunció Mado a sus alumnos, extendiendo tres mapas improvisados de la zona hacia ellos. Los dibujos detallados mostraban las islas con nombres asignados por el equipo de preparación, cada una marcada con su propia ruta y puntos de interés.
La isla más cercana a la zona de aterrizaje era la isla "puente 1", que se alzaba como el primer punto de partida. Desde allí, tenían la opción de dirigirse hacia la isla "edificios en ruinas" o hacia la isla "centro", que parecía ser el núcleo del pequeño pueblo que se encontraba en esa zona. Mientras examinaban los mapas, podían notar los detalles meticulosos que revelaban la disposición del terreno y los posibles peligros que encontrarían en su camino.
—Desde la isla centro, pueden dirigirse hacia la isla "puente 2", que actúa como punto de conexión para las islas "centro", "catedral inundada", "edificios en ruinas" y "central eléctrica" —explicó Mado, señalando los puntos clave en los mapas para asegurarse de que todos estuvieran bien informados antes de comenzar la misión.
Los novatos subieron al ferry junto con Mado, quien activó la plataforma antes de aferrarse con fuerza a los barandales del aparato, preparándose para el viaje.
—Sujétense con fuerza, esto se tambalea mucho —advirtió Mado, su voz apenas audible sobre el ruido del motor y el crujido de la estructura.
—¡Demonios, siento que me voy a caer! —exclamó Lyra, luchando por mantener el equilibrio sobre la inestable góndola, sus manos agarradas con firmeza a los barrotes oxidados.
—Yo vine con la brigada de preparación a instalar estas cosas, al principio yo también sentía que me caería, pero luego de un par de viajes se acostumbrarán —tranquilizó Mado, tratando de infundir confianza en sus alumnos mientras la plataforma se balanceaba bajo sus pies.
—No creo —respondió Shori, quien había optado por sentarse en el suelo y abrazar los barandales con fuerza, su expresión reflejando claramente su incomodidad con la situación.
—Ahora nos dirigimos a la isla puente uno, ahí nos vamos a separar. Shori y yo iremos a la isla de edificios en ruinas, mientras que Lyra y Lewa irán a la isla central… Nuestra prioridad es encontrar supervivientes, ignoren cualquier cadáver o animal —ordenó el maestro mientras el ferry llegaba a la isla puente uno. Sin embargo, antes de bajar, los novatos tuvieron una pequeña muestra de los horrores que encontrarían en las ruinas de la nación Kaji.
Frente a ellos se alzaba una macabra montaña de escombros, de la cual emergían distintas partes de cuerpos humanos en un estado avanzado de descomposición. Cabezas, brazos y piernas yacían esparcidos entre los restos de lo que una vez fueron edificios y hogares. Pero lo que más llamaba la atención era un cadáver colgado de un poste de transmisión, su cuerpo inerte balanceándose suavemente con el viento. La escena era espeluznante, una cruel representación de los horrores que habían asolado a la nación Kaji.
Más allá del primer impacto, la imagen transmitía lo que sintieron esas pobres personas en sus últimos momentos: miedo, dolor, confusión y desesperanza. Al ver eso, Lewa no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su espalda, mientras una ola de desolación y tristeza lo invadía. Si su madre y su hermana habían muerto, ¿habrían experimentado un destino tan cruel y desesperanzador como el de aquellos cuerpos sin vida?.
El síndrome del superviviente, una condición mental que aflige a aquellos que han sobrevivido a eventos traumáticos cuando otros no lo lograron. Este síndrome había hecho presa de la mente del joven Lewa Kobayashi. La escena macabra frente a él, con cuerpos desmembrados y un cadáver oscilando en el aire como un macabro péndulo, desencadenó una oleada de emociones abrumadoras.
Lewa se encontraba atrapado en un torbellino de culpa y desesperación. ¿Por qué él había sobrevivido mientras otros habían perecido en condiciones tan horribles? El peso de la responsabilidad se cernía sobre sus hombros, y la imagen de aquellos cuerpos sin vida se grabó profundamente en su mente, alimentando sus miedos y dudas.