La noche del 27 de julio, el aire en la pequeña cafetería del centro de la Ciudad del Zen estaba impregnado de un aroma a café recién hecho y a limpieza reciente. Nozomi, con su franela y un frasco de jabón líquido desinfectante en mano, daba los toques finales a su turno, limpiando meticulosamente las mesas.
—Qué bueno que apareciste, Nozomi. Desde que falleció nuestra antigua camarera, teníamos mucho trabajo pesado —comentó la dueña del local, una mujer de mirada aguda, mientras calculaba las ganancias de la semana con un lápiz entre los dedos.
Nozomi asintió con una sonrisa cansada. —¿Hablas de Linda, verdad?
La dueña asintió solemnemente. —Sí, la perdimos cuando hubo esa ola de asesinatos orquestados por esa horrible mujer que quería convertirse en restrisora.
El cocinero, que había estado atento a la conversación mientras colgaba su delantal en el perchero, se unió al diálogo.
—Que Yavhe la tenga en su santa gloria, era una buena alma.
Nozomi asintió con solemnidad. La atmósfera se tornó un tanto sombría por un momento antes de que la dueña rompiera el silencio.
—Cambiando de tema, ¿soy yo o esta temporada de lluvias ha durado más de lo normal? —preguntó, su mirada fija en las gotas de lluvia que golpeaban con insistencia los ventanales del local—. Nozomi, cuando termines con esa mesa, puedes irte.
—Sí, señora. Qué bueno que traje mi paraguas —asintió Nozomi.
La dueña asintió y sacó un sobre de su caja registradora. —Aquí está tu pago de la semana, son seiscientas lanas. Disfrútalas. Está lloviendo bastante fuerte. Si me esperas unos diez minutos, te puedo llevar en mi auto —ofreció con amabilidad.
Nozomi agradeció con una sonrisa, pero sus gestos delataban cierta prisa. Tomó el sobre con su paga y lo guardó en su billetera con cuidado.
—Estaré bien con mi paraguas, gracias, señora Ramona.
La dueña asintió comprensivamente, observando cómo Nozomi se despedía con un gesto rápido y salía apresuradamente por la puerta, desapareciendo en la lluvia que caía con fuerza sobre la ciudad.
Nozomi se adentraba en la noche lluviosa con pasos rápidos y determinados, el sonido de sus pisadas se mezclaba con el tamborileo constante de las gotas sobre el pavimento. Sin embargo, su ritmo se vio interrumpido cuando notó la presencia de un hombre tambaleante detrás de ella. A pesar de la incomodidad que le generaba, decidió mantener su rumbo y acelerar el paso, esperando dejar atrás al intruso.
El hombre, visiblemente ebrio, persistió en su persecución, aumentando el nerviosismo de Nozomi. Con el corazón acelerado, se concentró en su objetivo: llegar a la farmacia antes de que cerrara. Afortunadamente, divisó las luces del establecimiento a lo lejos y redobló sus esfuerzos, ignorando las risas descontroladas que resonaban a su espalda.
Cuando por fin cruzó el umbral de la farmacia, un suspiro de alivio escapó de sus labios. Se acercó al mostrador, donde un empleado atento la recibió.
—"Jarabe de acto impuro", casi nadie compra esto. En todo el tiempo que llevo trabajando aquí, solo he vendido cinco botellas —comentó el encargado mientras salía de la bodega con el pedido de Nozomi.
—Lo sé, estuve buscando en varias farmacias, pero esta era la única que tenía licencia para vender esto.
El empleado le tomó el frasco con una sonrisa compasiva, reconociendo la urgencia en la expresión de Nozomi.
—Bien, si solo es esto, serían dos mil quinientas lanas. ¿Prefiere pagar en efectivo o con tarjeta? —preguntó el empleado de la farmacia con amabilidad, mientras revisaba el precio en el sistema.
Nozomi sintió cómo el corazón le daba un vuelco al escuchar la cifra. Frunció el ceño, confundida. —No, no, debe ser un error. La chica que estaba aquí hace un par de semanas me dijo que costaba mil cuatrocientas lanas —dijo, desesperada, sosteniendo en su mano derecha todos los billetes de su cartera.
—Sí, ella… la despidieron por no organizar bien el inventario. Seguramente te dio un precio equivocado.
El rostro de Nozomi palideció ante la revelación. Se sentía impotente, atrapada en una situación que escapaba a su control. Guardó el dinero en su cartera con manos temblorosas, sin atreverse a discutir más.
Salió de la farmacia en completo silencio, con el peso de la injusticia apretándole el pecho. Caminó por las calles mojadas, la lluvia parecía haberse intensificado, pero ya nada importaba. Sus pensamientos eran un torbellino de frustración y desasosiego.
De repente, un movimiento brusco la sacó de su ensimismamiento. Un sujeto pasó corriendo a su lado, arrebatándole la cartera con un tirón violento. Nozomi dio un grito ahogado, paralizada por el shock, mientras veía al ladrón desaparecer en la oscuridad de la noche lluviosa.
—¡Oye tú, maldito ladrón, detente! —exclamó Nozomi, dejando escapar un grito de indignación mientras veía cómo el delincuente se alejaba con su cartera. Sin pensarlo dos veces, se dispuso a correr tras él, pero antes de poder dar un solo paso, una mano se aferró con fuerza a su brazo.
Era el borracho que la había estado persiguiendo, ahora bloqueando su camino con una mirada turbia y manos ávidas. Nozomi sintió el terror recorrerle la espalda al ver cómo su paraguas, su única protección contra la furia de la lluvia, salía volando con el viento.
—Vamos, jovencita, sígueme al callejón de allá y vamos a divertirnos un rato —dijo el acosador con una sonrisa lasciva, tirando de su brazo con fuerza mientras el ladrón se perdía en la oscuridad de la noche.
La ira y el miedo se mezclaron en el pecho de Nozomi, alimentando una determinación feroz. Con un giro rápido, concentró toda su aura en su puño y lanzó un golpe certero hacia la mandíbula del hombre. Un crujido resonó en el aire cuando el hueso cedió bajo el impacto, y el acosador retrocedió, sosteniéndose la mandíbula con un gemido de dolor.
"Carajo, no lo noté hace un momento, pero esta maldita niña tiene un parche en el ojo derecho, lo que significa que es parte del gremio de warriors", pensó el acosador, su mente registrando la señal distintiva del gremio en el rostro de Nozomi. Con un gruñido de dolor y frustración, decidió que era mejor retirarse antes de enfrentarse a la ira de la warrior.
Nozomi sintió el impulso de perseguir al ladrón, de recuperar lo que le habían arrebatado injustamente, pero cuando finalmente se decidió a correr, era demasiado tarde. El ladrón ya se había desvanecido entre las sombras de la noche, llevándose consigo sus preciados ahorros.
El peso de la derrota y la impotencia la golpeó con fuerza, haciendo que sus piernas se sintieran débiles y temblorosas. Se dejó caer sobre un charco formado por la lluvia, sintiendo el frío penetrar en su ropa empapada. Las gotas de lluvia continuaban cayendo sobre su cabeza, mezclándose con las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
En medio de la oscuridad y la lluvia, Nozomi se permitió rendirse, permitiendo que la tristeza y la frustración la abrumaran. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo el agua de la lluvia debajo de ella, una mezcla amarga de derrota y desesperanza.
Cuando Nozomi finalmente llegó a casa, exhausta y empapada por la lluvia, se dirigió directamente a su habitación en busca de consuelo. El sonido reconfortante del agua cayendo en la ducha la recibió mientras se quitaba la ropa mojada, dejando atrás el peso de la noche.
Después de unos minutos bajo el chorro caliente, Nozomi emergió renovada, envuelta en una toalla suave. Se cambió en ropa cómoda para dormir y se dirigió a la cocina, donde el aroma familiar del café llenaba el aire.
—¿Eres tú la que entró, Nozomi? —la voz suave de su madre resonó desde la habitación contigua.
—Sí, mamá, estoy en la cocina preparándome un café. Te ofrecería uno, pero no puedes tomarlo —respondió Nozomi con gentileza antes de entrar en la habitación de su madre. La encontró sentada en la cama, envuelta en sábanas, con la mirada fija en la televisión.
Su madre sonrió débilmente al verla. —¿Cómo te fue hoy, mi vida?
La pregunta fue suficiente para romper ala chica. Las lágrimas brotaron sin control mientras se dejaba caer al lado de su madre. —Hoy… me fue muy mal, mamita. Perdón, no pude comprar tu medicina —susurró entre sollozos, dejando que la tristeza y la frustración se liberaran nuevamente.
—Hija, ya te dije que dejes de intentarlo. No te sigas preocupando por mí, deja ese segundo empleo y disfruta de tu juventud. Lo único que quiero es pasar mis últimos momentos contigo —dijo la madre de Nozomi con voz suave, llena de amor y preocupación, mientras su hija se dejaba caer exhausta en la alfombra, sintiendo el peso de la derrota.
Nozomi levantó la mirada hacia su madre, los ojos enrojecidos por el llanto. —Pero mamá, no puedo dejar de intentarlo. No puedo dejarte sin tu medicina, sin luchar por ti —respondió con determinación, aunque su voz temblaba con la emoción y el agotamiento.
—Nozomi, cariño, tú ya has hecho más de lo que cualquier madre podría pedir. Ya no quiero que te esfuerces tanto por mí. Solo quiero que estés aquí, a mi lado, disfrutando de cada momento que nos queda juntas.
Nozomi luchó por contener las lágrimas mientras absorbía las palabras de su madre. Se dejó caer sobre la alfombra, completamente derrotada física y emocionalmente.
—Claro que no, mamá. Yo voy a conseguir tu tratamiento y te voy a hacer vivir por mucho tiempo más —respondió con un hilo de voz, antes de dejarse vencer por el cansancio y caer en un sueño profundo, agotada de tanto llorar y preocuparse.
A la mañana siguiente, el sol pintaba de dorado la arboleda frontal del gremio, donde Kiyomi realizaba sus estiramientos matutinos. Vestida con un top deportivo que resaltaba su tonificada figura y unas mallas cortas del mismo estilo, se movía con gracia y determinación. A su lado, Tito, su compañero de equipo, le ofrecía un masaje en los hombros, sus manos fuertes trabajando los músculos con destreza.
—Otra vez ya es tarde y Nozomi aún no llega. Debe ser por ese segundo empleo en la cafetería, pero siempre se desvela y me preocupa —comentó Kiyomi, dejando escapar un suspiro de preocupación.
—Pues a mí no me importa. Por mí, la pueden sacar del gremio y meter a nuestro equipo a una chica más buena como tú. Nozomi está muy flaca y plana —respondió Tito con desdén mientras continuaba con el masaje, sin percatarse del gesto de molestia en el rostro de Kiyomi.
—Tú no puedes criticar a ninguna mujer, Tito. Mides un metro treinta y pesas tan poco que Nozomi podría levantarte con una mano. Además, ¿en qué momento yo te pedí ayuda con mis estiramientos? —replicó Kiyomi, en tono cortante, mientras se apartaba de él, molesta por su actitud invasiva.
La expresión de Tito cambió repentinamente, sus ojos se iluminaron con una expresión de admiración poco disimulada.
—¡Al fin pude tocar esa firme y brillante piel que tan loco me pone! —exclamó antes de salir corriendo del gremio, dejando a Kiyomi atónita y disgustada.
"Qué asco me da ese imbécil, tenía las manos empapadas con mi sudor y las estaba lamiendo", pensó Kiyomi, sintiendo un escalofrío de repulsión recorrer su cuerpo. Sin embargo, antes de que pudiera recuperarse del shock, vio a Nozomi entrar al gremio.
—Casi atropellan a Tito ahí afuera —comentó Nozomi entre bostezos, su voz aún adormilada por la falta de sueño.
—Siempre se salva ese bastardo. Qué bueno que llegas —respondió Kiyomi con una sonrisa al ver a su amiga entrar al gremio, su rostro iluminado por la alegría de verla.
—¿Ya terminaste tu rutina, verdad? Hoy no tengo ánimo para entrenar. ¿Qué te parece si vamos a dar una vuelta? —propuso Nozomi, su cabello negro todavía húmedo por la ducha matutina.
Kiyomi asintió con entusiasmo. —Bueno, acompáñame a mi casa para darme un baño y salimos. Necesito refrescarme antes de cualquier otra cosa —contestó, pasándose una mano por el cabello celeste, sus ojos brillando con anticipación mientras pensaba en la perspectiva de pasar tiempo con su amiga.
Mientras Kiyomi disfrutaba de una ducha reconfortante, Nozomi se sentó frente a la puerta del baño, deseando estar más cerca de su amiga mientras compartían sus preocupaciones. Desde el otro lado, la voz de Kiyomi sonaba amortiguada por el agua que caía.
—Entonces ese sujeto te robó todos tus ahorros —comentó Kiyomi, con tono compasivo, recordando la angustia de su amiga al contarle lo sucedido la noche anterior.
—Sí, pero trato de ya no pensar en ello para concentrarme mejor en encontrar la manera de conseguir más dinero —respondió Nozomi, su voz cargada de determinación y un toque de resignación.
—Pues en el gremio retiraron las misiones de pago. Todas son para ayudar en las brigadas que van a Kaji —informó Kiyomi.
—Podríamos intentar con una de las misiones de los mercenarios —sugirió Nozomi, cuya idea le había estado rondando por la cabeza desde hacía varios días, una chispa de emoción brillando en sus ojos.
—¿Misiones de mercenarios? Esas suelen ser puestas por gente peligrosa y nosotras apenas somos de rango novato —respondió Kiyomi, su voz teñida de preocupación mientras salía del baño, la toalla amarrada en la cintura y otra enredada en su cabello empapado.
—El requisito mínimo para tomar una misión de mercenario es tener un Jibun. Tú tienes uno y yo no lo necesito por mi naturaleza —explicó Nozomi.
Kiyomi consideró la idea por un momento, el ceño ligeramente fruncido por la incertidumbre. —Supongo que no perdemos nada yendo a revisar. Pero si todas las misiones resultan ser muy peligrosas, pensaremos en algo más —concedió, dejando entrever su preocupación por la seguridad de ambas.
La expresión de Nozomi se iluminó con una sonrisa de agradecimiento y alegría. —¡Gracias, eres la mejor! —exclamó, abrazando a su amiga con efusividad, agradecida por su apoyo.
Las dos chicas salieron de inmediato para tomar el autobús que las dejaría justo frente al pequeño local en la zona baja de la ciudad, que funcionaba como base de la organización que otorgaba misiones para los mercenarios. Nozomi y Kiyomi observaron cómo un par de hombres entraban en un rústico elevador, pero cuando intentaron seguirlos, el joven hombre de la recepción las detuvo de inmediato.
—¿Me permiten ver sus identificaciones de la "OCMI"? —preguntó el hombre, su tono de voz monótono y profesional.
—¿De la qué? ¿Qué es eso? —inquirió Kiyomi con un tono firme, desconcertada por la solicitud.
El hombre suspiró, acostumbrado a la confusión de los recién llegados. —La Organización Continental de Mercenarios Independientes —respondió, aclarando la situación.
—Somos warriors novatas. Le podemos dar nuestros números de identificación del gremio —propuso Nozomi, tratando de encontrar una solución.
El hombre negó con la cabeza. —Solo los miembros pueden acceder a las misiones y datos de nivel medio o superior. Si quieren, les puedo ofrecer el catálogo de misiones de rangos menores —ofreció, mostrándoles una carpeta con las misiones disponibles para ellas—. Estas misiones pagan poco, pero no suelen ser muy arriesgadas. Por eso mismo, a los miembros les parecen aburridas.
Nozomi y Kiyomi intercambiaron una mirada de resignación, sabiendo que no tenían muchas opciones. Aunque no era lo que esperaban, decidieron aceptar el catálogo y echarle un vistazo, conscientes de que, por el momento, era lo mejor que podían hacer.
—Mira, Nozomi, esta misión paga cinco mil lanas. Con eso puedes comprar el tratamiento de tu mamá —dijo Kiyomi emocionada luego de revisar detenidamente el catálogo.
Los ojos de Nozomi se iluminaron con esperanza. —Oh, ¿en serio? Quiero esa. Denos esa, por favor —solicitó, con un brillo de determinación en su mirada.
—Díganme el código de la misión. Está en la parte de abajo de la hoja.
—Claro, es la "813AF0".
El hombre ingresó el código en su computadora y revisó la información detallada de la misión. —Bien, los requisitos mínimos son saber usar los tres principios básicos del zen, tener un Jibun y un equipo de tres personas con las mismas capacidades. Bien, para ustedes, esta misión paga cinco mil lanas a cada miembro del equipo —informó, leyendo los detalles en la pantalla.
Nozomi se sintió aliviada, pero luego su expresión se ensombreció. —Pero solo somos dos, ¿no podríamos ir solo las dos? —preguntó preocupada.
—Déjenme revisar las anotaciones del cliente… no, parece que es obligatorio que sean tres miembros en el equipo. La misión es de seguridad para una fiesta en una isla privada —explicó el encargado, dejando claro el requisito indispensable.
—Aceptamos, podemos encontrar a alguien antes de la fecha que nos pida —declaró Kiyomi con determinación, decidida a no dejar escapar la oportunidad de obtener el dinero necesario para el tratamiento de la madre de Nozomi.
—La misión es para el día de mañana —informó el hombre, dejando a las chicas con una expresión de sorpresa y preocupación.
Nozomi y Kiyomi intercambiaron una mirada rápida, sintiendo el peso de la urgencia sobre sus hombros. —¡Apartamos esa misión para nosotras, volveremos pronto con alguien más! —exclamó Kiyomi, tomando la iniciativa mientras seguía a su amiga, quien salió corriendo del local, impulsada por la necesidad de actuar con rapidez.
—No se preocupen, nadie toma estas misiones aburridas.
Una hora después, las dos amigas se encontraban sentadas en una banca del parque central de la ciudad, visiblemente desanimadas por su fracaso anterior.
—Tito es un imbécil —declaró Kiyomi con amargura, mientras lamía el cono de helado que había comprado para intentar animarse.
—No sé por qué me odia tanto. En cuanto supo que la misión era para ayudarme, nos cerró la puerta en la cara —comentó Nozomi con tristeza, viendo cómo su paleta de hielo se derretía lentamente en su mano.
Kiyomi asintió con pesar. —Te dije que ese asqueroso enano no nos iba a ayudar. No vale la pena ni pensar en él.
—¿Pero qué otra opción tenemos? Todos los novatos como nosotras están en misiones de apoyo para la nación Kaji —se lamentó Nozomi, sintiendo que estaban atrapadas en un callejón sin salida.
Kiyomi frunció el ceño, reflexionando en silencio por un momento antes de que una idea iluminara su rostro.
—No todos, recuerda que nosotros no fuimos porque eran opcionales. Seguro que hay alguien más que haya rechazado ir a las misiones de ayuda. ¡Podemos ir al gremio para preguntar si algún otro warrior rechazó ir a su misión de ayuda! —exclamó la chica de cabello celeste, su entusiasmo renaciendo ante la perspectiva de encontrar una solución.
—Es verdad —respondió Nozomi, dejando escapar un suspiro de alivio ante la renovada esperanza que traía la sugerencia de Kiyomi. Animada, intentó terminarse lo que quedaba de su paleta de hielo en un intento de celebración. Sin embargo, la emoción la llevó a meterse todo lo que quedaba de la paleta en la boca de una sola vez.
No pasó mucho tiempo antes de que los efectos del cerebro congelado se hicieran sentir. Nozomi hizo una mueca de dolor y colocó una mano en su frente, sintiendo el repentino y agudo dolor que la invadió.
Cuando Ik regresó de la farmacia, se tomó las pastillas para la migraña que había comprado, se dio una larga ducha y comió un par de caramelos relajantes para dormir. El efecto fue casi inmediato, sumiéndolo en un sueño profundo que lo alejó de sus molestias. Sin embargo, el gusto por el descanso reparador duró poco, ya que apenas dos horas después, el insistente sonido del timbre lo sacó bruscamente de su letargo, obligándolo a abrir la puerta con gesto adormilado y malhumorado.
—¿Qué se te ofrece? —preguntó con tono frío el chico recién levantado, luchando por abrir los ojos completamente.
—Buenas tardes, guapo. Estoy buscando a Ik Orochi, ¿eres tú? —preguntó Kiyomi con una sonrisa, mientras su amiga se escondía detrás de ella, avergonzada por la interrupción.
—Sí, soy yo —respondió Ik entre largos bostezos, tratando de enfocarse en la conversación.
—Mi nombre es Kiyomi y ella es mi amiga Nozomi. Somos warriors del equipo treinta y seis, queríamos pedir tu ayuda para que te unas a una misión de mercenarios con nosotras —explicó Kiyomi, su tono mezclando determinación y esperanza.
—Por favor, eres nuestra última esperanza —añadió Nozomi tímidamente desde detrás de su amiga, dejando entrever la urgencia en su voz.
Ik frunció el ceño, aún lidiando con el sueño y el desconcierto por la repentina visita.
—Lo lamento, pero me negué a ir a la misión de ayuda porque no estoy en condiciones para participar, así que no creo poder ayudarlas —contestó Ik con pesar, intentando cerrar la puerta para volver a su merecido descanso. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, Kiyomi metió su cara en la abertura, recibiendo un golpe accidental por parte de Ik que la lastimó.
—Por favor, no tienes que hacer nada, solo venir con nosotras y recibirás cinco mil lanas… es su madre, está enferma y necesita el dinero para su tratamiento —suplicó Kiyomi con desesperación, una gota de sangre resbalando por su cabeza debido al golpe de la puerta. La urgencia y el dolor se reflejaban en su voz y en su mirada.
Al ver la determinación de Kiyomi por ayudar a su amiga, el joven novato sintió una punzada de empatía. Recordó a Lyra, y lo mucho que ella había luchado por él, incluso arriesgando su vida para traerlo de vuelta a la ciudad. En ese momento, se puso en el lugar de Kiyomi y comprendió lo desesperado que estaría si Lyra fuera la que necesitara ayuda.
Un sentimiento de solidaridad y responsabilidad lo invadió mientras miraba a las dos chicas frente a él, y se dio cuenta de que no podía simplemente dar la espalda a alguien que necesitaba ayuda. Con un suspiro resignado, Ik asintió con determinación.
—Está bien, iré con ustedes. Pero no puedo garantizar que pueda hacer mucho —concedió, consciente de sus propias limitaciones pero decidido a hacer lo que estuviera en su mano para ayudar.
El nuevo equipo volvió a la base de los mercenarios, dispuestos a firmar su asistencia a la misión de la isla privada. Sin embargo, antes de eso, el recepcionista les dijo que tenía que comprobar que los tres cumplieran con los requisitos básicos para la misión.
—Vayamos a la azotea para que me muestren sus Jibun —dijo el encargado, su voz resonando en el espacio amplio y silencioso del vestíbulo, donde las sombras se alargaban con la luz del atardecer que se filtraba por las ventanas altas.
Ik comenzó a caminar hacia la puerta del ascensor, pero una advertencia del recepcionista lo detuvo en seco, recordándole la importancia de seguir las normas y procedimientos establecidos por la OCMI. Con una inclinación de cabeza en señal de comprensión, Ik se unió a sus compañeras mientras seguían al encargado.
Los chicos pasaron detrás del mostrador, donde se podía sentir la tenue vibración de la maquinaria que impulsaba el ascensor, antes de subir a la azotea. Una escalera de mano empotrada en la pared los llevó hacia arriba, sus pasos resonando en el hueco metálico mientras ascendían hacia el cielo.
—Tú, el chico, muéstrame tu Jibun —ordenó el hombre que los estaba observando cerca de la entrada, su tono autoritario resonando en el aire tranquilo de la azotea. Ik aceptó la orden con serenidad y concentración, sabiendo que este era un paso crucial para su participación en la misión. Con movimientos precisos y controlados, comenzó a cargar la esfera sombra, sintiendo la energía acumulándose en sus manos mientras el ambiente se cargaba con anticipación.
El polvo y algunas pequeñas piedras que estaban debajo de él comenzaron a flotar alrededor de la gran esfera de energía, creando una atmósfera casi mágica mientras Ik canalizaba su poder. El encargado observaba con interés, evaluando la técnica y el potencial del joven novato. Cuando Ik finalmente separó las manos y la esfera desapareció de golpe, el silencio se rompió por el sonido de las piedras cayendo de nuevo al suelo, y la atmósfera eléctrica se disipó.
—Ese es mi Jibun, se llama esfera sombra —explicó Ik, su voz tranquila reflejando la confianza en su habilidad.
—Supongo que está bien. No es muy original el nombre, pero luce poderosa, aunque te deja bastante desprotegido —comentó el encargado con una mezcla de aprobación y crítica, su evaluación experta revelando detalles que Ik apenas había considerado.
"Le tomó menos de un minuto descifrar el punto débil de mi Jibun. Los mercenarios están a otro nivel", pensó Ik, sintiendo un leve atisbo de frustración ante la brecha entre sus habilidades y las de los profesionales.
—Ahora tú, la niña de cabello corto y pecas —dijo el hombre, su mirada aguda fijándose en Kiyomi mientras se preparaba para ver el siguiente Jibun. Kiyomi asintió con determinación, lista para demostrar su habilidad.
Se acercó al borde de la azotea y dio un rápido vistazo hacia abajo, una ráfaga de viento jugueteando con su cabello corto antes de volver a su posición inicial. Con un gesto de concentración, comenzó a elevar puntiagudas estacas de tierra endurecida con zen, que surgían del suelo con una elegancia casi danzarina. Las estacas comenzaron a rodear su cuerpo en un complejo patrón, formando dos aros que la cruzaban en diagonal mientras giraban a toda velocidad, como los engranajes de un reloj.
—Este es mi Jibun, "Vals de estacas" —anunció Kiyomi con orgullo, su voz resonando sobre el suave murmullo del viento. —Puedo crear hasta treinta estacas de tierra que pueden usarse tanto para defenderme, como lo estoy haciendo ahora mismo, o para atacar a distancias media y corta.
El encargado observó con atención, evaluando cada movimiento y cada detalle de la técnica de Kiyomi. Después de un momento de análisis, asintió con aprobación.
—Es bastante buena para la defensa y para el ataque. Aunque alguien experimentado puede romperla fácilmente, tiene mucho potencial. Además, eres de naturaleza de tierra, lo que te da ventaja sobre casi todas las demás naturalezas. Pasaste definitivamente —concluyó, su tono de voz revelando un respeto genuino por la habilidad de Kiyomi.
—Muchas gracias —respondió Kiyomi con una sonrisa radiante, sintiendo un alivio palpable al saber que había superado la prueba.
—Ahora veamos tu Jibun, jovencita —solicitó el encargado del local, dirigiéndose a Nozomi con una mezcla de curiosidad y anticipación en su voz. Nozomi no dijo una sola palabra en respuesta, pero su expresión tranquila y determinada hablaba por sí sola.
Con un gesto suave y elegante, Nozomi comenzó a rodear su cuerpo con un aura que parecía distorsionar la realidad misma, tejiendo un manto de colores negativos que alteraban la percepción de todo lo que los rodeaba. El ambiente se cargó con una energía palpable, y Nozomi comenzó a elevarse lentamente, sus pies apenas tocando el suelo mientras el poder psíquico la envolvía en su abrazo.
El cielo sobre el local se oscureció, las nubes se arremolinaron en un torbellino furioso y una ventisca aterradora se desató, envolviendo a los presentes en un remolino de viento y fuerza descomunal. El encargado observaba con asombro y admiración, sus ojos brillando con la emoción de presenciar un fenómeno tan extraordinario.
—Increíble, eres una usuaria de la naturaleza "Psíquica", ¡eres una en un millón! —exclamó sorprendido, su voz llena de admiración mientras contemplaba el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos.
Finalmente, Nozomi volvió a la normalidad, el aura psíquica disipándose con la misma gracia con la que había aparecido. Ante la mirada atónita del encargado, Nozomi se adelantó con humildad.
—Por mi naturaleza no puedo tener ningún Jibun ni Keiyaku, espero lo entienda —explicó Nozomi con serenidad, su voz tranquila pero firme. Hizo un gesto de agradecimiento antes de apartarse, dejando que la gravedad de su habilidad se asentara en la mente de los presentes.
El encargado los hizo bajar de vuelta a la recepción para firmar los papeles, mientras el tintineo de los bolígrafos sobre el papel llenaba el aire con una sensación de finalidad. Una vez todo estuvo preparado, el encargado les entregó los boletos de volador para llegar a "Vice Alley", el estado más cercano a la isla privada. La emoción palpitaba en el aire, mezclada con una pizca de aprehensión por lo que les esperaba en su próxima aventura.
Sin embargo, cuando estaban por irse del local, el encargado llamó a Nozomi, deteniéndola antes de que pudiera unirse a sus compañeros.
—Si le muestras eso al consejo de admisión, podrías obtener tu licencia de la OCMI muy fácilmente —le dijo, su tono serio pero lleno de sinceridad.
Nozomi se quedó un momento en silencio, considerando las palabras del encargado. Una oportunidad como esa no se presentaba todos los días, y la posibilidad de acceder a recursos y misiones más lucrativas era tentadora. Sin embargo, también estaba su lealtad hacia el gremio de warriors y su compromiso con su madre.
—¿En serio? Pero estoy bien con el gremio de warriors. Igual, gracias por la sugerencia —respondió Nozomi de forma amable, su voz reflejando su indecisión interna.
El encargado asintió con comprensión, respetando la decisión de Nozomi pero también dejando claro el potencial que tenía frente a ella.
—Piénsalo, la misión más barata de allá abajo paga el triple de lo que te van a pagar por esta. Los mercenarios tienen tanto dinero que la OCMI se asoció con algunas organizaciones del bajo mundo para crear nuestra propia moneda —comentó el encargado mientras sacaba un pequeño cilindro de hierro con varias inscripciones talladas en toda la superficie, mostrándoselo a Nozomi con un gesto significativo.
—¿Y cuánto vale una de esas monedas? —preguntó Nozomi intrigada, sus ojos centelleando con la emoción de lo desconocido.
—No hay un precio exacto, pero en el bajo mundo pueden comprar muchas cosas solo con una de estas. Además, he oído que algunos mercenarios las venden en casinos clandestinos por hasta cincuenta mil lanas —respondió el encargado, revelando un aspecto del mundo mercenario que Nozomi apenas había vislumbrado.
Nozomi asintió con agradecimiento, sus pensamientos dando vueltas mientras consideraba las implicaciones de lo que acababa de aprender.
—Me lo pensaré, señor. ¡Gracias por la información! —exclamó Nozomi con una sonrisa sincera, antes de salir corriendo del lugar para alcanzar a sus compañeros, que ya se habían adelantado, dejando atrás el local.
A la mañana siguiente, Ik se despertó con una sensación renovada de energía, como si las ocho horas de sueño hubieran recargado completamente sus baterías. Se estiró con un suspiro de satisfacción y se levantó de la cama, listo para enfrentar el día. Con paso ligero, se dirigió a la cocina y preparó un desayuno rápido: un par de panqueques congelados adornados con rodajas de plátano fresco y unas cuantas fresas, todo coronado con una generosa porción de crema batida.
Una vez que terminó de desayunar, Ik se encaminó hacia el baño y se dio una ducha rápida, dejando que el agua caliente le revitalizara los músculos y lo preparara para el día por delante. Después de cambiarse de la pijama a su conjunto de ropa de entrenamiento, se miró en el espejo con determinación. Su playera holgada de color negro con un estampado de calavera, las mallas largas debajo de unos pantalones cortos y sus confiables zapatos para correr lo convertían en un guerrero listo para la acción.
Con un último vistazo al reloj, Ik salió de su casa y se dirigió hacia la parada del autobús, donde abordó el vehículo que lo llevaría a la casa de Touko. Allí se encontraría con Finley para otra sesión de entrenamiento, una rutina que había estado siguiendo diligentemente desde los eventos que tuvieron lugar en el bosque Fuyuka.
—Recuerde, joven Ik, la daga siempre tiene que estar apuntando hacia abajo. Este estilo de pelea emplea como base la velocidad y si se tropieza mientras corre con el cuchillo mirando hacia arriba podría morir —advirtió Finley, su tono de voz serio reflejando la importancia de la lección.
—Lo sé, Finley, pero ¿no sería mejor apuntar el cuchillo hacia adelante? Así me ahorraría un par de microsegundos en girar la muñeca para atacar —planteó Ik, buscando optimizar su técnica.
—De hecho, esa es la forma correcta de correr para el ataque. Sin embargo, aún no puede poner en práctica esa pose. Aún es peligroso que haga la carrera con el cuchillo por delante. Por ahora, concéntrese en llegar a la marca de tiempo —instruyó Finley con firmeza, señalando la prioridad de la seguridad sobre la eficiencia en ese momento.
Sin más demora, Finley echó a andar el cronómetro justo cuando Ik comenzó a correr por la pista de obstáculos que habían preparado en el bosque EverGreen. La velocidad de Ik era impresionante, su agilidad y destreza en los movimientos habían mejorado notablemente desde que comenzaron su entrenamiento. Daba largos saltos, aprovechando el impulso de los árboles del entorno para avanzar con rapidez y fluidez a través del terreno irregular.
El novato se movía con una determinación feroz, superando cada obstáculo con destreza y concentración. Cada paso, cada salto, era calculado y preciso, demostrando el arduo trabajo y la dedicación que había puesto en su entrenamiento. No pasó mucho tiempo antes de que Ik regresara al principio de la pista, donde Finley detuvo el cronómetro con precisión milimétrica, evaluando el tiempo con una mirada crítica pero también orgullosa.
—¿Cómo me fue? —preguntó Ik, su respiración aún agitada por el esfuerzo.
—Dos milisegundos menos, ha batido su propio récord personal. Sin embargo, todavía está lejos de la marca que necesitamos —respondió Finley con una expresión seria, aunque con un destello de admiración en sus ojos.
—¿Por cuánto?
—Por medio segundo. Necesita superar esta pista en un solo segundo si quiere tener la velocidad suficiente para usar este estilo de pelea —explicó Finley, transmitiendo la importancia de la meta con su tono de voz firme.
—Demonios, creí que por fin lo había logrado. Hagámoslo de nuevo —declaró Ik con determinación, levantándose con renovado vigor y tomando firmemente la daga en su mano, listo para volver a intentarlo.
—No, es suficiente por hoy. Recuerde que solo puede hacer esta pista tres veces por sesión. De otra forma, podría lastimar algún ligamento —advirtió Finley, preocupado por el bienestar físico de su pupilo.
—¿En serio ya pasaron los tres intentos? —preguntó Ik, sorprendido por lo rápido que había transcurrido el tiempo.
—Sí, eso es todo por hoy. Además, ¿no se supone que usted tenía que ir a algún lugar? —recordó Finley, señalando el compromiso que Ik tenía pendiente.
—¡Es verdad, la misión de mercenario! ¿Qué hora es? —inquirió Ik, súbitamente preocupado por el tiempo.
—Son las doce del mediodía —respondió Finley, verificando la hora en su reloj de muñeca.
—Bien, aún tengo dos horas antes de que salga el vuelo —calculó Ik, aliviado al saber que todavía tenía tiempo suficiente. Tomó su mochila y se preparó para salir del lugar, agradecido por el entrenamiento pero ansioso por cumplir con su siguiente compromiso.