Lewa y Crissalid corrían a toda velocidad tras Yin, quien les llevaba una considerable ventaja gracias a su impresionante velocidad.
El viento soplaba con fuerza entre los árboles del bosque mientras las hojas crujían bajo los pies de los perseguidores.
—Aún desconozco su Jibun, pero he llegado a esta conclusión: Yin tiene un contrato de poder para su Keiyaku, por lo que si lo usa no podría tener otra técnica activa. ¿Y qué técnica ya sabemos que puede tener activa? —preguntó Criss, su voz resonando entre el murmullo del viento.
—Lo más probable es que tenga bajo su control mental al chico que vinieron a buscar, pero aún no sé cómo los controla mentalmente —respondió Lewa, esforzándose por mantener el ritmo mientras esquivaban ramas y raíces.
—Lo más probable es que sea un mentalista clase S —concluyó Crissalid, con determinación en su tono, mientras la persecución continuaba a través del oscuro y frondoso bosque.
—¿Cómo que de clase S? —Lewa apenas podía contener su sorpresa mientras continuaban persiguiendo a Yin a través del denso bosque.
—La naturaleza mentalista está dividida por categorías: los mentalistas clase C solo pueden influir ligeramente en algunas personas o animales si hacen contacto físico; los clase B pueden controlar con acciones básicas animales pequeños; los clase A pueden hacer lo mismo que los de clase B, pero también con humanos. Por último, los clase S pueden dar órdenes complejas a uno o más objetivos teniendo únicamente que lanzar su aura a la víctima, pero solo si la víctima tiene menos capacidad mental que el atacante —explicó Criss, con un conocimiento profundo sobre la naturaleza—. Es por eso que no va a utilizar un Keiyaku y, si pudiera usar un Jibun, lo habría usado antes en lugar de escapar.
—Entonces, ¿estás diciendo que lo podemos atacar sin preocuparnos de un ataque con zen? —inquirió Lewa, buscando una estrategia para neutralizar a su escurridizo objetivo.
—Sí y no. Aún puede tomar bajo su control mental a más personas como al viejo del bar, sin embargo, ya sabemos cómo hace para meterlos en ese estado. Así que mientras evitemos ser apuntados con la palma de su mano, podemos golpearlo sin otra preocupación —explicó Criss, su voz cargada de determinación mientras trazaba mentalmente su estrategia. Pero gracias a esta revelación, Lewa se percató de algo terrible:
—¡Se está dirigiendo a la villa diez! —exclamó Lewa, su voz vibrando con urgencia.
—¿Qué es la villa diez? —preguntó Criss, su mente ya trabajando para anticipar los posibles peligros.
—Dentro de la reserva hay varias villas de casas primitivas donde viven las personas de las tribus, son gente que decidió alejarse de las ciudades por un tiempo y conectarse con la naturaleza —explicó el novato, con un tono de preocupación en su voz.
—Los va a intentar poseer para formar un pequeño ejército contra nosotros —asumió Crissalid, su mente calculando rápidamente las posibles consecuencias mientras aceleraba el paso para evitar que algún inocente terminara herido en manos del astuto Yin.
Mientras tanto, en lo alto del risco, Touko se encontraba en una situación desesperada. Las heridas causadas por el uso de su Jibun no solo le hacían perder sangre por el costado, sino que ahora también emanaba sangre de las profundas laceraciones que las raíces de su Keiyaku le habían infligido en el brazo.
—Soy una estúpida, a este paso me voy a desangrar, tengo que pensar en algo rápido —murmuró Touko para sí misma, su voz apenas un susurro en la vastedad del paisaje montañoso, mientras se dirigía hacia la nube de polvo que se había levantado donde yacía Jasha. Sin embargo, no fue hasta que el polvo se dispersó que pudo ver la verdadera magnitud del horror: Jasha seguía de pie, sosteniéndose precariamente de una roca de hielo que había materializado. Su pierna y brazo derechos estaban destrozados, reducidos a grotescos sacos de piel desgarrada, con pedazos de carne molida y huesos triturados asomándose entre los despojos.
"Esta chica me ha dejado completamente fuera de combate con un solo movimiento, aún no sé si eso fue un Jibun o un Keiyaku, pero a esta altura ya da lo mismo, no puede hacer nada más", pensaba Jasha mientras observaba cómo las piernas de Touko cedían ante el agotamiento, maravillado por la determinación de su adversaria. A pesar de su estado, ella continuaba arrastrándose hacia él, con una fuerza interior que desafiaba cualquier adversidad. "Si nos hubiéramos conocido en un lugar y momento distintos, yo habría dado mi vida por ti, podría haberte conquistado, pudimos haber tenido una familia… ahora me odio por ser yo quien te quite la vida", se lamentaba el chico de cabello blanco, perdido en pensamientos de lo que podría haber sido en un mundo distinto, mientras Touko se aproximaba cada vez más, determinada a seguir luchando.
—¡No voy a hacer esto por compasión, lo que voy a hacer es un acto de amor! —exclamó Jasha, su voz cargada de emociones encontradas, justo antes de lanzar una gran esfera de escarcha hacia la joven rubia que yacía en el suelo, exhausta y sin fuerzas para esquivar el ataque. El rostro de Touko reflejaba una mezcla de resignación y determinación, mientras el proyectil se acercaba inexorablemente.
La esfera de escarcha impactó con fuerza, envolviendo a Touko en un estallido de frío y cristales, y Jasha no pudo evitar sentir una punzada de pesar al verla caer. "Espero poder encontrarme contigo en otra vida", murmuró con voz entrecortada, incapaz de ocultar el remordimiento en sus palabras, mientras el silencio del risco absorbía el eco de sus últimas palabras.
Casi de inmediato, el cielo nublado que se había preparado durante todo el día estalló, y comenzó a llover con fuerza. La lluvia caía en una intensa cortina de gotas, empapando la tierra y creando charcos en el suelo. Aquel cielo, una vez sereno, ahora rugía con truenos y relámpagos, como si expresara su pesar por lo que acababa de suceder.
Existe un antiguo mito que decía que la lluvia era el llanto del cielo tras presenciar la muerte de un alma pura, y ahora, en medio de esa tormenta furiosa, ese mito cobraba un sentido más profundo y sombrío. Cada gota de lluvia parecía llevar consigo una pizca del dolor y la tristeza que envolvía el lugar, como si la naturaleza misma llorara la pérdida de una vida valiosa.
Varios minutos antes de que comenzara la lluvia, Crissalid y Lewa lograron llegar a la entrada de aquella villa, donde fueron recibidos por un grito de guerra resonante en la distancia. Una figura se recortaba contra el horizonte, una mujer de unos cuarenta años, empuñando una escoba rústica que blandía como un arma contra los recién llegados.
—Esta mujer está siendo controlada por Yin, trata de no lastimarla —advirtió Crissalid con furia palpable en su voz, su mandíbula tensa de frustración—. El malnacido tuvo tiempo de ponerla bajo su control.
—Tenemos que dejarla inconsciente antes de que atrape a más personas —sugirió Lewa, ágilmente esquivando los golpes que llovían sobre ellos con la escoba convertida en arma.
"¡No se preocupen, no les quitaré mucho tiempo!", dijo Yin para sí mismo en su mente, revelando que observaba y escuchaba todo a través de los ojos de la mujer poseída. Sin perder un segundo, chasqueó los dedos, activando su Jibun: "Bomber-man".
Crissalid y Lewa se quedaron desconcertados al presenciar cómo la mujer, en un abrir y cerrar de ojos, dejó de atacarlos para convertirse en una figura inflada, con gigantescas ampollas brotando por todo su cuerpo.
—¿Va a pasar lo que creo que va a pasar? —preguntó Lewa, su voz temblorosa por el terror que sentía ante la situación.
—Por si acaso, activa tu Armor —ordenó Criss, su tono firme y decidido, antes de tomarlo del brazo y alejarse lo más rápido posible en la fracción de segundo que tardó en estallar el cuerpo de la inocente mujer. La explosión fue devastadora, equivalente a la detonación de una pequeña carga de dinamita; partes del cuerpo salieron despedidas por los aires, acompañadas de un torrente de sangre. La parte superior del uniforme de Criss estaba hecha jirones, su brazo izquierdo y parte del torso expuestos, mientras que el pantalón de Lewa presentaba algunos pequeños agujeros y rasgaduras.
—Ese bastardo acaba de violar la ley de guerra más importante pactada por la Asociación de la Sala Blanca: no matar civiles intencionalmente —comentó Criss, con una mezcla de ira y consternación al contemplar el terrible panorama —. Yin creó su Jibun en base a romper esa regla.
Lewa se levantó, aún aturdido y mareado por la explosión, mientras contemplaba el horrible y grotesco escenario que se desarrollaba ante sus ojos. Las palabras de Crissalid resonaban en su mente, penetrando en su conciencia como una advertencia sombría.
—Lewa, lamento tener que pedirte esto, pero te vas a tener que defender —dijo Crissalid con pesar en su voz, una sola lágrima deslizándose por su mejilla mientras observaba con impotencia cómo tres civiles inocentes, poseídos por Yin, se acercaban peligrosamente.
—¿Qué haremos? ¡¿Vamos a permitir que nos obligue a matar civiles?! —exclamó Lewa, su voz cargada de furia y desesperación, al ver cómo Criss empujaba con fuerza a la marioneta que lideraba el grupo, desencadenando el proceso de explosión que envolvió a los otros dos civiles que venían tras él en una cadena de destrucción.
—Lo ideal sería encontrarlo antes de que siga mandando a más… pero parece que no nos va a dejar respirar, se va a aprovechar de cada alma en este lugar —respondió Criss, su mirada fija en la inminente amenaza mientras una docena de marionetas se aproximaba hacia ellos, llevando consigo el peso de la tragedia y el conflicto moral que enfrentaban.
En el lago, la feroz batalla entre Lyra e Ik continuaba, con la joven manejando la situación con destreza gracias al poder del Tiger Beast. Sin embargo, Ik no se quedaba rezagado; el sello en su frente le confería una resistencia formidable, permitiéndole soportar fácilmente cada embate de Lyra.
En un momento crucial de la pelea, Lyra logró conectarle a Ik una poderosa patada cargada con el manto oscuro justo debajo de la mandíbula, lanzándolo por los aires en una acrobática pirueta. Sin embargo, antes de que pudiera saborear su aparente victoria, Ik aprovechó su posición en el aire para ejecutar dos rápidas patadas dirigidas hacia Lyra, quien, confiada en su éxito, se encontraba desprevenida, esperando el momento en que él cayera para asestar el golpe final.
Una vez que la joven novata quedó derribada boca abajo en el suelo del lago, Ik se posicionó sobre ella, sometiéndola con una llave que la mantenía sumergida, impidiéndole tomar aire, mientras el agua del lago amenazaba con ahogarla. Lyra, sintiendo el pánico y la urgencia, concentró toda su fuerza en el brazo que Ik tenía aferrado y, con un esfuerzo sobrehumano, logró liberarse, girando hábilmente para quedar encima de él.
En ese momento, la joven tuvo la oportunidad perfecta para dejar a Ik inconsciente, asfixiándolo con sus propias manos. Sin embargo, dejó que su ira y frustración se manifestaran a través de sus puños, golpeando con furia el rostro de Ik, cuyos labios ya estaban rotos y la nariz sangrante, aunque él parecía no demostrar dolor.
Fue entonces cuando el sello Manautra en la frente de Ik se activó por segunda vez, revelando un segundo Ruptis. La lágrima tatuada en su rostro con el primer Ruptis se transformó, extendiéndose en una línea que terminaba en una punta y se deslizaba desde sus ojos hasta la mitad de sus mejillas, marcando una transformación aún más profunda en su poder.
Aprovechando la oportunidad mientras Lyra mantenía sus manos ocupadas, Ik liberó sus propias manos atrapadas por las piernas de la joven. Luego, agarró a Lyra del cuello de su blusa y la jaló hacia él con una fuerza descomunal, propinándole un golpe devastador en el rostro que la lanzó varios metros hacia atrás, dejándola aturdida y vulnerable en el agua turbulenta del lago.
En ese momento, tanto Lyra como Ik se habían transformado en seres irreconocibles para ellos mismos y para los demás. Lyra actuaba más como un animal, impulsada por sus instintos más primitivos y sus emociones descontroladas, mientras que Ik parecía haberse convertido en una máquina sin emociones, obedeciendo órdenes sin cuestionarlas.
Sin embargo, la transformación de Lyra no duró mucho. Su cuerpo, no preparado para soportar el poder del Tiger beast, repentinamente lo rechazó, y perdió todo ese poder en un instante. Las manchas oscuras que habían aparecido en su piel se convirtieron en heridas abiertas, de las cuales brotaba sangre, tiñendo lentamente el agua a sus pies con un tono carmesí. Lyra, ahora vulnerada y debilitada, se encontraba en desventaja ante la fría y calculadora presencia de Ik, cuya expresión permanecía imperturbable incluso ante el caos que los rodeaba.
El subconsciente de Ik se sumergía en las profundidades de un abismo oscuro y desolado, donde el tiempo parecía detenerse y el espacio se distorsionaba en un laberinto sin fin. Entre sombras y susurros, su mente vagaba sin rumbo, aferrándose a la débil esperanza representada por un pequeño destello de luz que se erguía en la lejanía, tan distante como una estrella en el firmamento pero irradiando un calor reconfortante, tan cálido como el sol.
"No tiene sentido, he caminado durante horas pero la luz no parece acercarse", pensó Ik, sintiendo el agotamiento pesar sobre sus hombros mientras sus pasos se desvanecían en la oscuridad sin fin que lo rodeaba. Sin embargo, como un faro en la noche, el destello persistía, atrayendo su atención una y otra vez, como un llamado irresistible desde lo más profundo de su ser.
Entonces, en un giro repentino, fue la luz misma la que comenzó a aproximarse, como si respondiera al anhelo de Ik. Un destello de esperanza resurgió en su interior y, con renovado vigor, se lanzó hacia adelante, atravesando la oscuridad con determinación y coraje. "Mientras más me acerco a la luz, más tranquilo me siento. Ya no siento dolor en mis pies ni tengo frío", reflexionaba Ik mientras su corazón latía con frenesí, alimentado por la promesa de lo desconocido que aguardaba más allá de la luz.
La figura emergente cobraba forma gradualmente, como una obra de arte esculpida en la luz misma, y aunque la claridad aún era difusa, Ik sentía una extraña familiaridad en su presencia. La silueta se acercaba, y con cada paso, el alma de Ik se estremecía ante la sensación de reconocimiento que lo envolvía. Y entonces, en el éxtasis del encuentro, comprendió: esa luz radiante tenía la forma exacta de la primera persona con la que había forjado un vínculo de amistad, esa luz era Lyra.
—Esta calidez, esta luz, siempre estuvo ahí… eras tú —dijo Ik, con voz entrecortada por la emoción, mientras tomaba las manos de Lyra entre las suyas, sintiendo la conexión que trascendía los límites de la realidad misma.
Al parpadear, lo primero que vio Ik fue a aquella persona, aquel ser de luz que lo había salvado, ahora estaba inconsciente, bañada en sangre y de rodillas ante él, tras haber recibido un golpe suyo. El contraste entre la imagen que había visto en su subconsciente y la realidad cruda y dolorosa que se desplegaba ante sus ojos lo abrumaba, dejándolo con un sentimiento de culpa y desesperación.
Varios minutos antes, en la villa diez, Crissalid se encontraba en una situación desesperada. Obligado por las manipulaciones mentales de Yin, había sido forzado a detonar a media docena de civiles inocentes, mientras que Lewa, incapaz de infligir daño a personas inocentes, se limitaba a intentar escapar de la pesadilla que se estaba desplegando ante ellos.
—Me encanta ver esas caras llenas de frustración —declaraba Yin con un tono siniestro, mientras los observaba desde lo alto del campanario de la pequeña capilla, que servía como centro comunitario en la villa diez. A su lado, una macabra pila de cuerpos yacía amontonada, cada uno de ellos una víctima de las maquinaciones retorcidas de Yin, a punto de convertirse en bombas vivientes en contra de su voluntad, sin posibilidad alguna de resistirse.
—Ya solo me quedan ocho… cuando acabe el espectáculo me largo de aquí —añadió Yin con indiferencia, como si estuviera hablando de un simple juego de niños, mientras contemplaba con frialdad el caos que había desatado.
En un instante, seis marionetas rodearon a Lewa, dejándolo atrapado en un círculo de peligro inminente. Criss, luchando con tres marionetas a la vez, se veía impedido de acudir en su ayuda, sumido en una lucha desesperada por mantenerse a flote ante la embestida implacable de sus enemigos.
Lewa, sintiendo el peso de la desesperación aplastándolo, se encontraba acorralado, sin vislumbrar una salida segura. Dondequiera que dirigiera su mirada, solo encontraba la amenaza de una explosión inminente que amenazaba con desgarrar su existencia en pedazos. En medio de la angustia y el miedo, una certeza se afianzaba en su mente: "Solo hay una salida", pensó, resignado, mientras su cuerpo temblaba y la tristeza se reflejaba en su rostro, un reflejo del tormento interno que lo consumía.
—¡Torbellino infernal! —rugió Lewa con una mezcla de ira y desesperación, liberando toda la furia y el odio que albergaba hacia el responsable de su desgracia. Con un salto audaz, apuntó una poderosa ráfaga de viento hacia el suelo, que lo impulsó lejos de la zona de peligro mientras dañaba a las marionetas lo suficiente como para desencadenar la explosión en cadena que tanto temía.
El estruendo retumbó en el aire, alertando a toda la fauna cercana que huyó despavorida ante el peligro inminente. Criss, corriendo hacia donde había caído Lewa, se apresuró a auxiliarlo. Sin embargo, al llegar frente a él, se detuvo en seco, sorprendido y alarmado por la imagen que tenía ante sus ojos. El novato, con el rostro empapado en sangre y emanando una intensa aura de sed de sangre, estaba irreconocible, transformado por la brutalidad del conflicto en el que se encontraban inmersos.
La sed de sangre, también conocida como "Blood lust", es una reacción del aura desencadenada por intensos sentimientos de odio, ira o el deseo de infligir daño a otros. Este fenómeno es extremadamente raro y solo se manifiesta en situaciones de extrema tensión emocional, especialmente cuando alguien está utilizando Armor, una habilidad que potencia las capacidades físicas y mentales de un individuo.
En casos extremos, el Blood lust puede provocar una transformación en la persona afectada, sumiéndola en un estado de frenesí violento y descontrolado. Sin embargo, algunas personas tienen la capacidad de entrenar sus mentes para desatar el Blood lust a voluntad, convirtiéndolo en un arma poderosa en combate.
Cuando alguien se ve expuesto al Blood lust de otro individuo, puede experimentar una amplia gama de síntomas perturbadores. Esto incluye miedo intenso, angustia, una sensación de parálisis, alucinaciones y, en casos extremos, incluso dolor físico descrito como una sensación similar a tener un gran trozo de hielo adherido a la piel durante un largo período de tiempo. Esta influencia psicológica y física puede dejar a la víctima vulnerable y desorientada, dificultando su capacidad para resistir o escapar del peligro que representa el individuo afectado por el Blood lust.
Lewa extendió ambos brazos a los lados, alzando las manos con las muñecas inclinadas hacia el cielo en una pose que optimizaba la recolección de energía Zen. Con determinación en sus ojos, el joven novato se volvió hacia su compañero y le comunicó su plan:
—Cubréme, tengo una idea.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Crissalid, su atención dividida entre contener a las marionetas y las palabras de su compañero.
—Te explicaré después —respondió Lewa, sin detener su concentración en la recolección de energía. Con movimientos fluidos, comenzó a girar lentamente mientras lanzaba pequeñas ráfagas de aire. El viento soplaba suavemente a su alrededor, apenas perceptible, como un susurro en la brisa.
—¡Lo encontré! Está en el campanario de la capilla —exclamó Lewa emocionado. Antes de que pudiera parpadear, Crissalid desapareció, dejando solo las huellas marcadas en el césped calcinado por la velocidad de su partida. Con el cielo nublado y la atención de Yin distraída, los destellos de las pisadas en llamas de Criss a toda velocidad desorientaron al gigantesco hombre, haciéndolo caer del campanario con un estruendo atronador. En el cielo, una gran llamarada comenzó a surcar el firmamento, descendiendo sobre Yin, quien apenas lograba levantarse. Era el Jibun de Crissalid: "El Fénix", manifestándose en una explosión de fuego y luz.
"El cuerpo del agente Star está cubierto de llamas que forman un par de alas en su espalda, se mueve tan rápido que solo puedo ver el rastro de fuego que deja en el aire al planear", pensó Yin, su corazón palpitando con temor mientras observaba la imponente figura de Crissalid desplegarse en el cielo en llamas.
Antes de que pudiera reaccionar, Crissalid ya había descendido sobre él, con un golpe tan contundente que Yin perdió momentáneamente el conocimiento. A medida que la oscuridad amenazaba con engullirlo por completo, unas pocas gotas de lluvia lo sacudieron de su aturdimiento, recordándole que aún tenía una oportunidad de escapar de aquella pesadilla.
"Berserker", pensó Yin, invocando el poder contenido en su Keiyaku. Con un esfuerzo titánico, canalizó toda su energía zen disponible hacia la habilidad, desactivando cualquier otra capacidad que estuviera utilizando en ese momento. Era su única esperanza de enfrentar al formidable adversario que tenía delante.
—¡Malnacidos, me están haciendo fallarle a Khal! —gritó Yin, su voz resonando con furia mientras su aura crecía, generando una gran onda expansiva que empujó a Crissalid hacia atrás, haciéndolo chocar contra Lewa, quien apenas mantenía en pie su camino hacia el campanario con las últimas reservas de energía que le quedaban. Con determinación implacable, Yin extendió ambos brazos y se lanzó en dirección a los Warriors, listo para embestirlos con toda su fuerza.
En su interior, Yin no experimentaba ira por haber perdido la pelea; su furia era un torrente alimentado por la frustración de haber sido acorralado. Lewa y Criss lo habían forzado a usar su Keiyaku, lo que significaba que Ik ahora estaba libre. Yin sabía que sin su control mental, Lyra recuperaría a su compañero. A pesar de su rabia, Yin era consciente de sus limitaciones; no podía permitirse matar ni a Criss ni a Lewa. En ese momento, su orgullo herido ardía más intensamente que cualquier dolor físico que pudiera sentir.
—¿Y ahora qué? ¿Se supone que los tengo que dejar ir como si nada? —gruñó Yin, su voz cargada de furia contenida. En su mente, la ira bullía, pero también la conciencia de las consecuencias. "Si no fueran Warriors, los asesinaría sin pensarlo… pero no, no quiero tener a toda la maldita alianza de gobiernos detrás de mí", reflexionó con amargura mientras luchaba por contener la violenta tormenta emocional que lo consumía.
Mientras tanto, en el gélido lago, Ik se encontraba sumido en una confusión abrumadora, sosteniendo en sus brazos a la primera persona que había llegado a considerar como una amiga. Lyra yacía en sus brazos, su cuerpo envuelto en una corriente carmesí que fluía de las heridas infligidas por el poderoso Tiger Beast.
Cuando Ik finalmente regresó a su propio cuerpo, fue como si despertara de un sueño turbulento. Todas las imágenes de lo ocurrido se deslizaban ante él como un fugaz déjà vu, dejando una estela de confusión y angustia en su estela.
Después de unos minutos, Crissalid y Lewa recobraron el conocimiento, y se pusieron rápidamente de pie, aunque aún estaban completamente desorientados. "¿A dónde se fue?" se preguntó Crissalid, tratando de discernir la presencia de Yin en medio del caos. Sin embargo, su preocupación se vio interrumpida por la voz alarmada de Lewa, quien, apenas logró ponerse en pie, exclamó:
—¡Touko y la otra chica, las dejamos solas!
—Cierto, nunca llegaron, podrían estar en peligro —confirmó Criss, mientras se apresuraba a correr en dirección al claro en el acantilado, con Lewa siguiéndolo de cerca. La urgencia latente los impulsaba a actuar con rapidez, conscientes de que el tiempo podía ser crucial para la seguridad de sus compañeras.
Al llegar al claro, Crissalid y Lewa se encontraron con una escena desgarradora: Touko yacía tendida sobre el pasto, su frágil figura manchada por la oscura marca de la sangre, mientras Jasha se mantenía de pie frente a ella, todavía aferrado al gran trozo de hielo que había conjurado. Lewa, apoyado por Crissalid para mantenerse en pie, no vaciló ni un segundo en soltarse y correr hacia Touko.
—¡Touko, no! —gritó Lewa, cayendo de rodillas junto a la pequeña rubia —. ¡Maldito sea!, ¿qué le hiciste?... Touko, despierta, por favor, dime que estás bien.
Mientras Lewa intentaba desesperadamente despertar a Touko, Crissalid se acercó con cautela a Jasha, quien permanecía inmóvil desde la llegada de los Warriors.
—¡Crissalid, mira esto! —exclamó Lewa, observando cómo los puntos de hemorragia de Touko habían sido sellados congelando la sangre por encima. La joven rubia tosió un par de veces, la mirada aún nublada por la confusión, antes de preguntar por la chica de cabello rosa.
—Ese trozo de hielo, no puede ser natural… tú eres un elemental del hielo, ¿verdad? —interrogó Crissalid al joven de cabello largo, sin recibir respuesta alguna —. ¿Fuiste tú quien la salvó?
—¡Criss, ya está despertando, pero tenemos que llevarla a un hospital rápidamente! —exclamó Lewa con urgencia. Sin embargo, al girarse para buscar a su compañero, se encontró con la imagen de Crissalid arrodillado frente al cuerpo sin vida de Jasha.
—No sé qué ha pasado aquí, pero te agradezco desde lo más profundo de mi ser por haber salvado a esta chica. Esa era mi responsabilidad y una vez más, fallé —murmuró Crissalid, su voz cargada de pesar y autocrítica.
—Lleva a Touko al hospital de inmediato, yo me quedaré para buscar a la otra chica y al novato que vinimos a rescatar. Lo más probable es que Yin se haya rendido, por eso nos dejó ir —explicó Lewa con premura. Antes de que pudiera terminar su frase, una figura conocida apareció subiendo por el costado de la montaña, cargando a Lyra en sus brazos.
Ninguno de ellos pudo salir victorioso en sus respectivas batallas, y sin embargo, la misión fue un completo éxito.