La noche se había adueñado del campamento. Crissalid, con el delantal manchado de sopa, servía el humeante caldo de pescado en cuencos de hojalata, mientras los chicos, iluminados por el resplandor de la fogata, se acomodaban alrededor del caldero, esperando con ansias las noticias que Criss tenía para compartir.
—He conseguido información sobre Ik Orochi y el hombre que se lo llevó —anunció Criss, captando la atención de todos—. Algunos en el pueblo cercano lo conocen como Yin. Viene seguido a la reserva. Parece que es amigo del dueño de un bar a la orilla del camino principal para turistas.
Los destellos de las llamas bailaban en los ojos de los jóvenes, reflejando su mezcla de emociones: preocupación, curiosidad y determinación. Las sombras se retorcían entre los árboles cercanos, añadiendo un aire de misterio a la conversación.
Durante toda la cena, Lyra permaneció ensimismada, su semblante reflejaba una mezcla de cansancio y desánimo. Sabía que durante la pelea había sido más receptora de golpes que ejecutora de ellos.
—Será mejor que todos nos retiremos a descansar —sugirió Touko cuando notó que los platos estaban vacíos y el ánimo decaído en la mesa.
—Ahí vas de nuevo, con esa actitud desprendida y arrogante. ¿Crees que esto es un juego? ¡Mi amigo está secuestrado!
Touko bajó la mirada, guardando silencio mientras el eco de los pasos de Lyra se alejaba en dirección al bosque. Lewa y Criss intercambiaron miradas, conscientes de que no era su lugar intervenir en aquella discusión.
—Me retiro a mi tienda, nos vemos por la mañana —murmuró Touko con la voz quebrada, cubriendo su rostro con las manos ahora teñidas por lágrimas. Las palabras de Lyra le dolían más que las de cualquier otra persona.
Seis años atrás, en un cálido día de primavera, la mañana se despertaba con la promesa de un día radiante. En el jardín central de la majestuosa mansión de sus padres, una joven Touko de apenas ocho años regaba con ternura las delicadas flores de un parterre. El sol acariciaba su rostro mientras se sumergía en la tarea, ajena a cualquier preocupación.
De repente, la serenidad fue interrumpida por un sonido sordo y repentino. Una pelota cayó abruptamente sobre un par de dalias rojas, aplastándolas y rompiendo sus tallos delicados. Touko observó la escena con tristeza, sus ojos llenos de consternación por la destrucción inesperada.
Por unos instantes, se quedó allí, contemplando el desastre en silencio. Pero luego, su determinación infantil tomó el control. Comenzó a buscar culpables a su alrededor, con una mezcla de curiosidad y resentimiento.
No le costó mucho deducir de dónde venía el proyectil. Más allá de las enormes rejas que rodeaban el palacete, un grupo de niños charlaba animadamente en la calle, apuntando hacia la casa de la pequeña rubia.
Touko se acercó sigilosamente a la reja, deseando escuchar la conversación que tenía lugar al otro lado.
—¡Yo no quiero ir por la pelota! ¡Ve tú por ella! —gritaba uno de los niños, señalando con insistencia a la única niña del grupo: Lyra. Los demás chicos asentían en apoyo al que demandaba, empujando a Lyra hacia la tarea.
Con un gesto resignado, Lyra se adelantó y recuperó la pelota, caminando hacia Touko con paso vacilante. Al encontrarse frente a frente, Lyra notó los ojos llorosos de la chica mientras sostenía el objeto del conflicto.
—¿Estás bien? ¿Te golpeó la pelota? —preguntó Lyra, sintiéndose culpable por la situación.
—Mis flores, las aplastaron —respondió Touko entre sollozos, su voz quebrada por la tristeza de ver su trabajo destrozado. Lyra se sintió abrumada por el peso de la culpa, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para consolar a Touko.
Touko entendió en ese momento que Lyra no tenía la culpa de lo sucedido. Devolvió la pelota a Lyra y se retiró al jardín, dejando a la rubia con un nudo en la garganta. Cuando Lyra tuvo la pelota en sus manos, una mezcla de ira y frustración se apoderó de ella. Levantó el objeto a la altura de su pecho y, con un gesto decidido, lo soltó, propinando una fuerte patada que hizo que la bola golpeara la cabeza del chico que la había lanzado originalmente para recuperarla.
Touko continuaba podando con delicadeza los arbustos del parterre cuando diviso a lo lejos la figura de su mayordomo personal acercándose.
—¡Señorita Fujimori! ¿Vamos a tener que hacer esto cada jueves? —exclamó Finley, con una mezcla de exasperación y humor.
—Oh, Finley, déjame disfrutar al menos un día a la semana cuidando de mi jardín —respondió Touko, con una sonrisa traviesa.
—Si dependiera de mí, le daría una semana entera para hacerlo, pero ya sabe cómo es su madre. Para ella, el jardín es solo una distracción —explicó Finley, con tono comprensivo.
Touko dejó caer la mirada, sabiendo que su pasión por la jardinería no era del agrado de su madre.
—Ya no quiero ir a las clases de baile. Las niñas de ahí no quieren estar conmigo. Dicen que soy una pesada porque tengo dinero —confesó Touko, con la voz entrecortada por la tristeza.
Finley se puso a la altura de la joven rubia, con una expresión de ternura en su rostro.
—Eso es porque no te conocen. Si tan solo se tomaran el tiempo, verían que eres la amiga que todos necesitan en su vida —dijo Finley, con sinceridad, antes de ayudar a Touko a apartar un tulipán que estaba a punto de cortar por error.
—¡Hola, niña bonita! —gritó Lyra desde el otro lado de la reja, atrayendo la atención de Touko y Finley.
—¿Qué tiene esa niña entre manos? —preguntó Finley, entrecerrando los ojos para tratar de distinguir con claridad lo que Lyra sostenía.
—Creo que es una maceta —respondió Touko, levantándose. Juntos, se acercaron a donde estaba Lyra para abrir la reja y permitirle pasar.
—Te traje más flores... por las que arruinamos antes —dijo Lyra, con el overol cubierto de barro. Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Touko, seguida de una breve carcajada al ver a Lyra en ese estado. Finley volteó rápidamente hacia Touko, sorprendido: la pequeña Fujimori no había sonreído en semanas.
—¿Por qué no entras y ayudas a Touko a plantar esas flores? —propuso Finley a Lyra, mientras desbloqueaba la reja. Lyra asintió con la cabeza y entró a la mansión. Touko tomó la maceta que había traído Lyra y la condujo hacia el parterre donde estaban sus flores.
—Hoy no irá a la clase de baile, pero no debemos permitir que su madre ni su padre se enteren de esto —advirtió Finley a Touko, mientras caminaban junto a las niñas de regreso a la casa.
—Bien, ¿ahora cómo las plantamos? —preguntó Lyra con una brillante sonrisa, mostrando un genuino interés en el pasatiempo de la pequeña rubia.
—Primero veamos qué trajiste, hay muchas flores diferentes —respondió Touko, examinando el contenido de la maceta con curiosidad.
—¿Sí te sirven estas? Si no, puedo conseguir más —ofreció Lyra, con una generosidad que sorprendió a Touko.
—Estas están perfectas, pero... ¿de dónde las sacaste? —preguntó Touko con una mezcla de asombro y curiosidad, recibiendo como única respuesta una mueca juguetona por parte de Lyra.
Después de un par de horas de trabajo arduo y conversaciones animadas, Lyra y Touko entraron a la casa juntas, riendo y jugueteando como si fueran amigas de toda la vida.
—Finley, ¿Lyra se puede quedar a dormir hoy? —preguntó Touko, con una chispa de emoción en los ojos.
—Supongo que si los padres de ambas están de acuerdo, yo no puedo negarme —respondió el mayordomo, alcanzando el teléfono de la cocina para dárselo a las niñas.
Touko fue la primera en llamar, manteniendo una breve y privada conversación que dejó una sonrisa radiante en su rostro. Lyra y Finley captaron la respuesta incluso antes de que colgara el teléfono. Ahora era el turno de Lyra, quien marcó rápidamente el número de teléfono de su casa, con la emoción palpable en su voz.
—Hola, buenas tardes —saludó Luna al tomar la llamada.
—Hermana, soy yo, Lyra.
—¿Dónde estás, niña? Ya es tarde para que sigas en la calle.
—Estoy en casa de mi nueva amiga. ¿Me puedo quedar a dormir? —preguntó Lyra en tono inocente, aunque Finley pudo percibir algo peculiar en la expresión de Touko. Era la primera vez que alguien se refería a ella como su amiga.
—Claro que no, ni siquiera sé quién es o dónde vive —respondió Luna, con comprensible preocupación.
—Se llama Touko Fujimori, vive en la gran casa que está rumbo a la escuela. No estoy lejos de casa.
—Lyra, ¿estás en la mansión Fujimori?
—Sí, aquí vive mi nueva amiga. ¿Entonces me puedo quedar a dormir?
—Mejor invitala mañana a comer para que la conozca y tenga más confianza en dejarte hacer una pijamada con ella —propuso Luna a su hermanita. Lyra colgó el teléfono y compartió la propuesta con Finley y Touko, quienes la aceptaron con entusiasmo.
—Señorita Lyra, ¿le gustaría que la llevemos a su casa? —preguntó Finley a la niña de cabello de fantasía. Lyra simplemente asintió con la cabeza en respuesta.
La madre de Touko regresó de un largo viaje de negocios junto con Shori una semana después de los eventos. Al llegar, fue recibida por la noticia de que Touko había abandonado las clases de baile y modelaje.
—Sinceramente, no pensé que fueras tan tonta, Touko. Te estoy regalando el futuro que cualquier niña querría. Te estoy preparando para que seas una modelo y actriz famosa, y tú simplemente lo quieres desperdiciar —regañó la señora Fujimori, su tono de voz lleno de decepción y frustración.
—Pero yo no quiero eso.
—¿Entonces qué quieres? ¿Esperas simplemente vivir sin hacer nada? —le preguntó la madre a su hija, sumergiéndola en una profunda reflexión. Abrumada por la pregunta, Touko simplemente salió al jardín, donde el aire fresco y el susurro de las hojas le ofrecían un refugio para su frustración.
Mientras regaba las plantas del parterre y dejaba que las lágrimas se mezclaran con el agua, Touko escuchó el suave golpeteo de los dedos de Lyra contra la reja de la mansión. Sin dudarlo, abrió la puerta y dejó entrar a su amiga, buscando consuelo en su compañía.
—¿Estás bien, Touko? Parece que estás triste —observó Lyra, preocupada por su amiga.
—Lyra... ¿Qué quieres ser de grande? —preguntó Touko, buscando una distracción en la conversación.
—Una mujer adulta —respondió Lyra con toda seriedad, provocando una breve risa en Touko por la respuesta inesperada.
—No, me refiero a qué quieres hacer cuando seas adulta.
—Voy a ser una Warrior como mi mamá —contestó Lyra, adoptando una postura más seria. Touko reflexionó sobre sus propios deseos por un momento antes de sugerir:
—Mi padre siempre ha querido que yo sea una Warrior. Tal vez podríamos unirnos al gremio juntas.
—Eso sería genial, podríamos entrenar juntas para ser fuertes —dijo Lyra, esbozando una sonrisa ante la idea de unirse en un nuevo camino junto a su amiga.
Al día siguiente, Touko tomó una decisión firme y decisiva. Le había comunicado la noticia a su padre, y no había nada que su madre pudiera hacer para cambiarlo. Sin embargo, a raíz de esa conversación, la señora Fujimori comenzó a distanciarse un poco más de su hija, mientras mostraba una mayor atención y cariño hacia el pequeño Shori. El cambio en la dinámica familiar no pasó desapercibido para Touko, quien sintió el peso de la desconexión entre ella y su madre.
En la oscuridad de la noche, el sonido sordo de los golpes resonaba en el aire, marcando el ritmo de la ira y la frustración de Lyra. Con cada puñetazo, parecía liberar una parte de su tormento interior, sumergida en una danza casi mecánica de desahogo.
—Ya es más de media noche, ¿por qué no vuelves al campamento y duermes un poco? —preguntó una voz cercana, interrumpiendo el flujo de sus pensamientos. Era el chico de la cara vendada, acercándose con cautela a Lyra en medio de la penumbra.
—Ah, eres tú... Lewa, ¿cierto? No es común de Touko mandar a alguien a hablar por ella, ¿te mando Criss? —respondió Lyra, su tono de voz cargado de desconfianza y determinación.
—No me envió nadie a hablar contigo, de hecho, creo que lo que más quiere Touko ahora es hablar contigo —contestó Lewa, lanzándole una pequeña botella de agua que Lyra atrapó al vuelo con gesto ágil.
—¿Entonces qué quieres de mí? ¿Solo me trajiste agua? —inquirió Lyra, devolviendo la botella con la misma franqueza con la que la recibió.
—Sí, estás sudando mucho —explicó Lewa antes de lanzarle nuevamente la botella.
—Bien, la tomaré... supongo que tienes algo para decirme —aceptó Lyra, reconociendo la buena voluntad detrás del gesto, aunque aún cautelosa ante la conversación que se avecinaba.
—Sé cómo te sientes... es como si no lograras nada por mucho que te esfuerces. Cada vez que logras un avance, alguno de tus amigos ya lo ha logrado o superado antes... —comentó Lewa, su voz cargada de empatía mientras comenzaba a desprender lentamente los vendajes de su rostro—. Hace un par de años, nunca se me habría cruzado por la mente la idea de ser un Warrior. Yo era un simple pandillero buscapleitos sin futuro.
Lyra observaba en silencio, sintiendo cómo las palabras de Lewa resonaban en lo más profundo de su ser. Aunque no lo expresara, ella entendía el peso de la autoduda y la sensación de no estar a la altura.
—Me pasaba las mañanas haciendo ejercicios en mi habitación y por las tardes salía para juntarme con mi pandilla en un terreno abandonado. Yo los consideraba casi como mi familia, pero ellos ni siquiera me veían como un amigo. Para ellos, yo era simplemente el chico que hacía lo que nadie más quería hacer. Era a quien golpeaban para desahogar sus frustraciones tras perder peleas con otras pandillas. Y por más que entrenara, no me podía defender, siempre terminaba en el suelo.
—No es necesario —intervino brevemente Lyra ,luego de que Lewa comenzara a cubrir con los vendajes de su cara sus maltratados nudillos, él simplemente le dedicó una sonrisa comprensiva y continuó con su relato, como si necesitara sacar esas palabras de su pecho.
—Un día, un chico nuevo entró a la pandilla, se trataba de David, el hijo del señor de la tienda. Tenía mi misma edad, por lo que rápidamente nos hicimos amigos —continuó Lewa, su voz cargada de nostalgia y pesar al recordar aquellos tiempos turbios—. El problema era que, al ser los más jóvenes del grupo, mi situación no había cambiado y ahora David sufría lo mismo que yo. Pero David... él confrontaba constantemente a los demás, hasta que un día, sin previo aviso, decidieron que entre todos le darían una paliza y si la soportaba sin llorar o pedir que pararan, lo dejarían estar a la altura de los demás.
—Eso es horrible —murmuró Lyra, estremecida por la crueldad de la situación.
—Sí, lo es... pero así eran las cosas —suspiró Lewa, su mirada perdida en el pasado oscuro que compartía con David y la pandilla—. Resulta que David lo resistió. Una semana después, lo trataban como a un igual. Al chico nuevo que había entrado hace un par de semanas, ahora lo trataban más como a un amigo que a mí. Creo que sabes muy bien cómo me sentí en ese momento.
Un silencio tenso llenó el aire mientras Lyra asentía con comprensión, captando la carga emocional de la confesión de Lewa.
—Así que, aunque David nunca me trató diferente, una noche me dejé llevar por mis emociones y simplemente exploté; insultos fueron y vinieron entre los dos, hasta que lo solté —un nudo en la garganta obligó a Lewa a hacer una pequeña pausa antes de continuar con la voz entrecortada—. Esa noche le deseé la muerte a mi mejor amigo.
Lyra discretamente bajó la mirada, sintiendo el peso de la confesión de Lewa mientras evitaba ver las lágrimas que surcaban las mejillas del chico de la nación Kaji. Decidió simplemente escuchar, dejando que sus propias emociones se entrelazaran con las palabras de su compañero.
—Al día siguiente, cuando llegué a nuestro punto de reunión, no había nadie. Esperé hasta que oscureció, pero nadie llegó —continuó Lewa, su voz temblorosa mientras revivía aquellos dolorosos recuerdos—. Fue un día después que salió en los periódicos; todos habían muerto en una pelea de pandillas... Y no es que me sienta culpable por haber sido alguna suerte de ángel de la muerte. Es solo que lo último que le dije a mi único amigo fue algo que yo no sentía realmente. Fue algo que dije por frustración y enojo hacia mí mismo.
Lyra escuchaba en silencio, su corazón apretado por la tristeza y la compasión hacia Lewa. Las palabras de su historia resonaban en su mente, creando un eco de remordimiento por sus propias acciones.
No encontraba palabras para expresar lo que sentía en ese momento, pero su mirada lo decía todo. Estaba completamente arrepentida por lo que le había dicho a Touko. La comprensión y la empatía llenaban sus ojos mientras su mente se llenaba de preguntas sin respuesta sobre el peso de las palabras y las consecuencias de la ira desatada.
—No sé bien cuál sea tu relación con Touko, pero si realmente te importa, deberías explicarle cómo te sientes —aconsejó Lewa con serenidad, su voz cargada de sabiduría y experiencia.
—Pero, ¿qué pasa si no quiere escucharme? —inquirió Lyra, sintiendo la incertidumbre pesar sobre sus hombros.
—Pierdes más si no lo intentas —respondió Lewa con firmeza antes de encaminarse hacia el campamento, dejando a Lyra sola con sus pensamientos.
Al llegar a la tienda de campaña que compartía con Touko, Lyra vaciló un momento antes de reunir el coraje suficiente para entrar. Con un largo suspiro, finalmente se decidió.
—Touko, ¿sigues despierta? —susurró Lyra en voz baja, encontrando a su amiga recostada en su saco de dormir, mirándola en silencio con una mezcla de curiosidad y expectativa.
—No tengo justificación por cómo te traté. Eres mi mejor amiga, hemos estado juntas durante años, y no quiero volver a hacerte sentir mal por mi culpa —confesó Lyra, sus palabras cargadas de sinceridad y arrepentimiento mientras buscaba el perdón en los ojos de Touko.
—Lyra... Está bien. Siempre te voy a perdonar, siempre te voy a apoyar, no importa lo que hagas o digas —respondió Touko con suavidad, extendiendo sus brazos en un gesto de reconciliación antes de abrazar a Lyra con ternura y depositar un cálido beso en su mejilla, sellando así la paz entre ellas.
El vínculo entre Lyra y Touko se había forjado en un crisol de experiencias compartidas y complicidad mutua desde una edad temprana. Para Touko, Lyra representaba mucho más que una simple amiga; era su confidente, su compañera de aventuras y, sobre todo, su ancla emocional en un mundo de expectativas y presiones familiares.
Ser la primera niña de su edad que mostró interés en ella fue un acontecimiento trascendental para Touko. Aquel gesto de amistad y aceptación fue como un rayo de luz en su vida, una señal de que no estaba sola en medio de la oscuridad. Con el tiempo, esa conexión se profundizó, y Touko comenzó a idealizar y normalizar los ataques de ira y egoísmo de Lyra, aceptándolos como parte inseparable de su amistad.
Con los años, esta dependencia emocional hacia su mejor amiga se arraigó aún más en el corazón de Touko. A pesar de las heridas emocionales causadas por los arrebatos de Lyra, Touko estaba dispuesta a perdonar una y otra vez, sacrificando su propia paz interior con tal de mantenerla en su vida. Para Touko, la presencia de Lyra era un bálsamo para su alma, una fuente de consuelo y apoyo incondicional que estaba dispuesta a proteger a cualquier costo.