Mi padre comenzó a desesperarse con el paso de los días, incluso los malgastos de mi madre habían pasado a segundo plano, lo que realmente le importaba era confirmar o desmentir las palabras de Lady Shwarz, no obstante, no podía hacer mucho yendo a Sacris, al menos hasta recibir oficialmente el decreto del rey o una invitación al palacio por parte de la reina madre.
Mi ánimo también fue decayendo, el abrir los ojos cada mañana y saber que la sombra del rey aun me acechaba, me inquietaba horriblemente al no dejar de pensar en Jane y en cómo le afectaría la noticia. Aunque tuve que fingir que no sucedía nada, de una u otra manera, Melanie, quien era la persona más cercana a mí, comenzó a sospechar que algo me ocurría.
—Sé que tal vez no es de mi incumbencia, pero verla sufrir en silencio me está partiendo el alma—expresó con pesar, sacándome de mi trance auto infligido. Me encontraba en el saloncito de té, quizás el lugar que más odiaba de toda la casa, pero ahí, donde la servidumbre no se atrevía a entrar podía sufrir sin que nadie lo notara, pero no conté con que Melanie entraría para hacerme compañía.
—¿Sufrir?—cuestione tratando de disimular con ironía y dibuje en mis labios una sonrisa que ayudara a sostener mi mentira.
—Comprendo si no quiere compartir conmigo lo que le molesta, pero no solo soy empleada de esta casa, también soy su amiga.
Aquellas palabras de consuelo consiguieron abrir una herida que no tenía, lamente mucho no poder revelarle el secreto que me consumía por dentro, solo sonreí y volví la mirada hacia el libro en mis manos. Había releído el mismo párrafo una diez veces, ni siquiera sabía de qué trataba el libro, estos días ya nada me entraba en la cabeza, no lograba prestar atención a nada y mucho menos lograr mantener una conversación.
Un viernes por la tarde, justo un día antes de la llegada de Jane y mi madre, arribo un mensajero, el cual traía consigo un decreto oficial dirigido a mis padres, no tuve la oportunidad de leerlo, pero por la expresión de mi padre supe que el pergamino enrollado y sellado con el sello real era la confirmación que necesitábamos para saber que la carta de lady Shwarz era real.
—¿Qué podemos hacer?—pregunté acunando en mi corazón, la esperanza de poder ser liberada de un enlace matrimonial injusto, pero solo me respondió el silencio, ni siquiera recibí una sonrisa que tratara de esconder su inseguridad.
Esa tarde subí a mi habitación decidida a obtener una respuesta, escribí una carta a quién podía saber mucho más de esta extraña y horrible situación, lady Katherine Shwarz.
Desesperada, me atreví a mencionar que no estaba conforme ni de acuerdo con la decisión que se habia tomado sin mi consentimiento respecto al rumbo por el cual deseaban que transitara mi vida y que de todos los años que llevaba conociéndola no creí que precisamente ella, quien habia prácticamente escapado del palacio se dignaba a comunicarme tan deliberadamente y con tan poco tacto, los deseos del rey. Ciertamente estaba indignada y no dude en expresarle en esa carta mi enfado y para finalizar mi carta exigí una pronta respuesta de su parte, era lo menos que merecía después de todo.
Al cabo de media hora, ordene enviaran mi carta, aunque sabía qué, de ser entregada y contestada, eso tardaría al menos una semana, si el servicio de correos era eficaz en la entrega, aunque para ese entonces las respuestas que necesitaba tal vez me serian comunicadas por mis padres o incluso por el mismo rey. Mi mente divagaba pensando en lo que sucedería porque no tenía idea sobre las costumbres de la realeza, lo único que podía hacer era suponer en como ese hombre deseaba enlazar su vida a la mía.
A la hora de la cena y con un silencio sepulcral a mi alrededor que me inquietaba demasiado, me decidí hablar, pero un segundo antes, mi padre tomo la palabra.
—No quisiera decirle nada a tu madre sobre esto, pero no hay otra alternativa, de todos modos se enterara tarde o temprano.
El tic tac del reloj en el vestíbulo volvió a escucharse como si se tratase del repicar de un campanario, fue mi silencio lo que lo hizo que se percibiera tan estrepitoso.
—Pensé en ir al palacio y arreglar este asunto yo mismo—dijo nuevamente—pero después de pensarlo varias horas, creí que lo mejor sería esperar y hablar con tu madre sobre esto, enfrentarlos como familia.
—¿Qué dirá ella sobre esto?—hubo silencio y tomo mi mano por encima de la mesa—sin importar la actitud de tu madre, te aseguro que ella no permitirá que el rey te lleve por capricho.
—¿Crees que todo esto es por eso? ¿Un capricho?
—No lo sé—admitió agachando la mirada—quiero creer que no, pero que otra cosa puede ser si no eso, no creo que la reina madre lo apruebe, una princesa sería lo más adecuado, un matrimonio que una naciones, no tu mi niña, tú eres mi princesa del campo, no de ellos.
—¿Negarnos no representa más problemas para nuestra familia?—esa idea rondaba mi cabeza, pero mi padre estaba decidido a rehusarse, si era un capricho o no, sabía que de una u otra manera, mi familia pagaría el precio.
—Ya me han quitado todas las posesiones que podían quitarme, ahora se quieren llevar mi más grande tesoro y eso no lo voy a permitir.
—No quiero que tu ni mi madre y mucho menos Jane tengan problemas por mi causa, podrían ser castigados por desobedecer una orden del rey.
—Ningún hombre que desee desposarte por la fuerza puede merecerte, incluso un rey. Ten por seguro que ningún castigo será más doloroso que perderte.
—Gracias papá.
Esa noche no pude dormir y cuando el sol se asomó por el horizonte, fui presa de una terrible inquietud que no me permitió probar alimento alguno, me daba asco, no el comer por supuesto, si no yo. Habia una guerra interna en donde mis demonios me responsabilizaban por la situación y mi delito, bailar con el rey.
Fui a la oficina de mi padre, ahí me sentí menos propensa a caer en la desesperación y por alguna razón me sentía segura. El lugar era oscuro, las cortinas eran demasiado gruesas e impedían el paso del sol, solo así los libros conservaban la blancura de sus hojas y tampoco se humedecían por culpa del clima. Mi padre se sentaba la mayor parte del día aquí cuando no debía salir debido al trabajo, así que cuando llegué y lo vi ahí, frente a su escritorio, sentí alivio. Últimamente él lograba apaciguar todas mis penas.
Le di un beso en la mejilla y posteriormente me dispuse a tomar un libro, en realidad no tenía la intención de leer porque no tenía el ánimo para hacerlo, estaba ahí porque necesitaba de su compañía para sentir que mi mundo no caería porque él lo sostendría por mí.
Camine como animal enjaulado, entre los sofás y los libros, creando en mi imaginación los peores escenarios para cuando mi madre y Jane llegaran a casa. Estaba nerviosa y mi padre lo noto enseguida.
—Siéntate—me dijo—todo saldrá bien.
La mirada que me dirigió era la de un hombre seguro, dispuesto a enfrentar a cualquier bestia infernal con tal de evitar mi destino y precisamente en ese instante se escucharon las ruedas de un carruaje, mi madre y Jane finalmente habían llegado.
Deje respirar, pero enseguida mi cuerpo me obligo a inhalar y exhalar nuevamente, mi padre me ofreció su brazo, incluso en ese momento no me abandonaría. Camine a su lado, suspirando a cada rato para que los nervios que me consumían se alejaran de mí, pero antes de llegar a la entrada, se detuvo un instante y levanto mi mentón.
—Sonríe, no hay razón para tener esa cara.
Sostuve una sonrisa como él sugirió y al salir vi a mi madre, alegre por llegar a casa y a Jane, como siempre, preciosa, pero una sombra de melancoliza opacaba su belleza. Levantó la vista y cuando nos miramos sonreímos, fue evidentemente que no lo hicimos como antes, algo habia cambiado y ese algo era el peso de una corona que yo no deseaba.
—Helena—se aproximó para darme un abrazo, un gesto de cariño que tanto deseaba sentir de su parte—te extrañe.
—Y yo a ti.
—Lo dudo, seguramente disfrutaste mucho de nuestra ausencia estas dos últimas semanas, cuéntame. ¿Qué hiciste?
—No mucho, vagar por el campo, leer y bañarme en lodo.
Soltó una pequeña risita que alivió la tensión que habia entre ambas, sonrió y tomó mi brazo para envolverlo en el suyo.
—Si se lo dices a nuestra madre seguro te creerá.
—Lo sé.
Ambas reímos por lo bajo dirigiendo nuestra atención hacia nuestros padres. Ambos parecían estar felices y no dudaron en demostrárselo dándose un beso en los labios, si habia una prueba de que el amor podía vencer cualquier cosa eran ellos dos, en primer lugar porque tuvieron que enfrentar obstáculos antes de casarse y por último, ambos eran la versión contraria del otro y por alguna razón se complementaban.
—¿Qué te ha parecido Sacris en esta época del año?
Bajo la mirada un segundo para después suspirar.
—Triste—respondió—o quizás soy solo yo quien percibió la capital de esa forma, ya debes saberlo ¿No?
Me miró de reojo y volvió la mirada hacia la fachada de la casa, como si necesitará revisar cada detalle de la construcción, como si tratara de convencerse a sí misma de que nuestro hogar no era una jaula o eso fue lo que pensé.
—¿El compromiso del rey?
—Si—dijo tristemente— ya lo he superado, al fin y al cabo, nunca tuve oportunidad, pero quisiera pedirte un favor, no menciones el tema, al menos por un tiempo, me avergüenza mi comportamiento y quisiera olvidar todo lo que paso.
—Jane yo...
—Si me disculpas, quiero descansar un poco, el viaje ha sido largo.
—¿Quieres que haga compañía?
—No, necesito estar sola.
Entró a la casa con el corazón hecho pedazos, como si hubiera regresado de la guerra y al final hubiera perdido, sabía que sus esfuerzos habían sido en vano y ahora no quedaba más que la resignación.
Mientras observaba como mi única hermana se marchaba con los hombros caídos, escuche detrás de mi, las palabras que tanto me atemorizaba escuchar.
—Querida, tenemos que hablar.
Gire en su dirección, nerviosa, asustada y sobre todo angustiada. ¿Qué diría al saber la verdad?
—¿Podemos hacerlo después de la cena?—expresó desinteresada—el viaje ha sido largo, solo quiero descansar ¿Si?
—Por supuesto—le contesto mi padre después de un segundo de meditación— ve y descansa, nos vemos en la cena.
Mi madre entro despreocupada mientras que mi padre se aproximó a mí, coloco sus manos sobre mis hombros y después me dio un beso en la frente, interprete ese beso como un "tranquila", pero la angustia que sentía mi corazón no podía irse así como así, al menos no hasta comprobar las palabras de mi padre, que ella no se atrevería a dejarme ir, que no me entregaría al rey.