Los días se presentaban sorprendentemente tranquilos y como lo había prometido mi padre, logramos disfrutar de nuestra mutua compañía. Cabalgábamos en las mañanas después del desayuno, paseábamos en el jardín para después disfrutar de un buen picnic en el jardín y para finalizar nuestro día, después de la cena, disfrutábamos de un buen libro y chocolate caliente frente a la chimenea de su despacho, pero de todas esas actividades lo que más disfrute fue del ser yo misma.
Mi padre respondía algunas cartas, algunas de negocios y algunas otras eran comunicados de deudas por vencer, las cuales torpemente intentaba esconder de mi vista escondiéndolos en un cajón de su escritorio, pero lo que él no sabía era que yo reconocía la tinta azul con la que sellaban esas cartas, era frustrante ver esa correspondencia cada fin de mes y darme cuenta que a pesar de nuestros esfuerzos, nuestras deudas nunca acabarían. Mi vista se desviaba entre la pila de libros que trataba de guardar y de aquel cajón. Conte cuatro de esas cartas y temía que no fueran las únicas ya que mi padre aún seguía revisando la correspondencia.
—El clima de hoy es precioso, deberías salir y tomar un poco el sol—sugirió mi padre, supuse que más que una sugerencia era un pretexto para hacerme salir, quizás para que pudiera leer esas cartas sin temor de mí.
—Aunque el día es perfecto para salir a pasear por el prado, quedarme aquí es igual de agradable que afuera—exprese mientras colocaba el último libro en el estante y bajaba del banquillo.
—¿Es mejor el silencio que tu padre te ofrece que salir a pasear? —aludió con cierto tono de ironía en su voz, se estaba burlando de mi— deberías aprovechar la ausencia de tu madre y hablando de ella...
Hubo silencio, una carta, al parecer de mi madre le interrumpió. Con el viejo abre cartas de mi abuelo atravesó el sobre de papel y desplego la hoja para poder leer su contenido en silencio.
—¿Volverán pronto?
—Al parecer extenderán su visita—soltó mi padre con un suspiro cansado.
—¿Por qué?— cuestione conmocionada, aunque quizás más que eso, estaba enfada. Mi padre era demasiado indulgente con ellas, no sabía que motivo le habrían dado para poder quedarse en Sacris.
—La familia real emitió un comunicado, el rey finalmente encontró esposa—anuncio mi padre, aquella noticia representaba para el reino una gran alegría, pero para mi familia, era diferente.Significaba para mi padre gastos que no había contemplado porque ambos sabíamos que mi madre trataría de consolar a mi querida hermana, comprando cosas que quizás no necesitaba.
—¿Quién es la desdichada mujer que tendrá el privilegio de gobernar?—bromee para aligerar el peso de las preocupaciones que debían estar formulándose en su cabeza, pero él solo levanto la vista, me miro severamente y volvió la mirada hacia la carta.
—Tu madre no lo menciona aquí y será mejor que ni siquiera sepamos su nombre, mientras menos hablemos de eso en esta casa mucho mejor para nosotros.
—De acuerdo—musite apenada, estaba molesto y pensé que lo mejor sería dejarlo solo. Di media vuelta y me encaminé hacia la salida.
—Espera—me dijo y al girar a verlo, tenía su brazo extendido hacia mí, y una carta sobre su mano— es una carta de lady Shwarz, tal vez ella te diga los por menores de la notica.
Sonreí, no porque quisiera hacerlo, pero creí que mi padre debía saber que todo saldría bien, siempre salíamos adelante gracias a su sabiduría y a sus sacrificios, al menos yo lo comprendía y quería que lo supiera. Volví y tomé la carta entre mis manos, le di un beso en la mejilla y salí en silencio.
Fui a mi habitación, en realidad no habia mucho que hacer y con la noticia, salir no me apetecía del todo, disfrutar de lo que me gustaba hacer mientras mi familia sufría, era desconsiderado de mi parte.
Al entrar, lo primero que vi fue a Melanie, limpiando con un plumero los perfumes que descansaban sobre mi pequeño tocador. Pocas veces los utilizaba y por esa razón se acumulaba regularmente una delicada capa de polvo en ese mueble.
—Buenas tardes, señorita. ¿Desea descansar?— me recibió con un sonrisa. Se encamino diligentemente a cerrar la ventana por la cual el polvo se disipaba.
—Si—musite exhausta aproximándome a la cama, donde precisamente esa ventana me ofrecía un bello panorama de un campo verde.
—¿Le aflige algo señorita?
Al ver a Melanie contemple en su mirar un sentimiento de inquietud, como la de una amiga o quizás una hermana.
—No—respondí y negué con la cabeza solo para confirmar, aunque ella, con lo bien que me conocía ya debía sospechar que le mentía.
—¿Desea comer algo?—insistió—usted ya estaba acostumbrada a tomar el té con su madre y hermana, su agotamiento puede ser por falta de azúcar.
—Puede que si—le di el beneficio de la duda.
—Entonces le traeré un poco de té y un bocadillo, no parece ser usted misma el día de hoy.
Pocos segundos después Melanie se marchó, sin preguntarme si quiera que tipo de bocadillo quería o necesitaba, pero conociéndola traería algo especial para mí. Fue entonces que recordé la carta que me habia dado mi padre, lady Shwarz me habia escrito, algo verdaderamente insólito y no dudaba que el contenido de aquella carta resultará, quizás, de lo que todo el reino debía estar hablando, de la nueva soberana del reino.
Rompí el sello rojo con el que se habia cerrado la carta, podía reconocer el escudo de la familia Shwarz incluso con los ojos cerrados ya que la amiga de mi madre solía aromatizar sus cartas con un agradable perfume de gardenias que me fascinaba y tanto el sobre como la carta olían de maravilla, no dude en leer la carta al sospechar de que se trataba:
Mi Querida Helena
A pesar de conocernos prácticamente de toda la vida, debo reconocer que sé muy poco de ti, de tu vida, tus sueños y deseos, tal vez debas creer que soy una hipócrita por ignorar todo eso, no te culpo si me odias y sé que después de leer estas líneas que te dirijo probablemente comiences a odiarme si es que antes no lo hacías.
A estas alturas ya debes conocer la gran noticia que todo el reino festeja, pero también debes deducir que no todos están alegres por el anunció de la familia real. Tu madre y hermana, son el ejemplo perfecto de lo que trato de explicarte, les ha afectado tanto la noticia y no sé cómo reaccionaran al saber quién ha sido la mujer elegida para gobernar junto a mi hermano.
Quiero aclarar que realmente trate de revelarle la verdad a quien ha sido más que una amiga para mí, aunque sea difícil de creer, tu madre ha sido la figura materna de la cual yo carecí, pero a pesar de mis intentos no pude decírselo por miedo a perder su amistad y al no poder hacerlo solo me queda decírtelo a ti, mi querida Helena.
Tu eres una joven inteligente, bondadosa y sobre todo comprensiva, cualidades que te llevara lejos en la vida y aquí es donde te suplico que comprendas la situación a la que has de enfrentarte, porque tu mi apreciada Helena eres esa mujer de la que todo el reino habla, el rey te eligió por encima de cualquier otra, como su futura esposa.
Sé que mis palabras pueden ser motivo de duda, pero te pido que pienses detenidamente que harás a partir de este momento y te pido que cualquier decisión que tomes, lo hagas pensando en el bien de los que te rodean.
Con mucho afecto, Lady Katherine Shwarz.
Con una lagrima recorriendo mi mejilla me levante de mi asiento, aun sumida en mis pensamientos, pero pensara en lo que pensara cada pensamiento me llevaba a un solo recuerdo. El rey.
—¿Le sucede algo señorita?—cuestionó una voz preocupada al mismo tiempo que sentí una mano sobre mi hombro izquierdo, era Melanie.
Al ver su rostro, observe en su mirada algo que me recordó a él. Era un terrible castigo, que me atormentaría por el resto de mi vida.
—Yo...—tartamudee, gire la vista hacia la ventana esperando encontrar consuelo en ese campo verde que me fascinaba para ya no recordar a ese hombre que le causaría tanto daño a mi familia.
—¿Se encuentra bien?
—Si no es mucha molestia—logré decir con un nudo en la garganta sofocándome— puedes regresar la comida a la cocina, debo bajar y hablar con mi padre—sonreí para calmar su preocupación hacia mí.
—Por supuesto, pero... ¿Se encuentra bien?
—Si—dije limpiando el rastro que habia dejado aquella lágrima.
Me pareció que mi respuesta no le habia convencido del todo, pero tuvo que conformarse con ello, aunque consideraba a Melanie más que una sirvienta de la casa, habia cosas que no podía contarle directamente porque no sabía si me comprendería, si sabría aconsejarme o consolarme o en este caso, no sabía cómo explicarle.
Se marcho enseguida llevándose con ella una bandeja con lo que habia traído para mí, al encontrarme sola me invadió el miedo y el recuerdo del rey se volvió para mí, causa de duda, preguntándome a mí misma. ¿Por qué? ¿Por qué habia sido yo la elegida?
Por instinto, me levanté y salí de la habitación, no me di cuenta de mi alrededor hasta que me encontré observando la puerta de caoba de la oficina de mi padre, la habia visto tantas veces al entrar y salir de ahí, pero nunca me habia detenido a observar los detalles sobre el marco. Me quede ahí al menos un minuto, las manos me temblaban y mis lagrimas no cesaban. Mi cuerpo me habia llevado con la persona más sabia e inteligente que conocía, el único que podía ayudarme a encontrar una solución.
Llamé a la puerta y mi padre respondió enseguida, al adentrarme no pude contener el llanto y él, por obvias razones, se levantó de su asiento y acudió en mi auxilio.
—¿Qué ocurre, helena?—cuestionó alarmado por mis lágrimas.
No respondí, solo levante la carta que aun sostenía en la mano y se la entregue, él miro el pedazo de papel de forma desconfiada, quizás dudaba en si debía leer el contenido. La tomo y devoró cada palabra escrita ahí como si su vida dependiera de ello. Al terminar su lectura, la palidez de su rostro fue notable y al igual que yo, la noticia fue una dura impresión, difícil de creer.
—Debe ser un error—logre decir—no puede ser posible.
—Cálmate hija—expresó tomándome por los hombros.
—No es más que una confusión ¿No es así?
—No lo sé...—se detuvo para ver de reojo la carta en su mano—primero debemos averiguar la veracidad del contenido y si lo que dice aquí es cierto, debemos esperar un mandato oficial para poder hacer algo. No te preocupes mi cielo, nadie, ni siquiera el rey te separara de mi lado.
En el transcurso de mis casi diecisiete años de vida, jamás desconfié de una promesa de mi padre, pero en esta ocasión fue diferente, él no parecía estar seguro de lo que decía y yo comencé a sospechar que un hombre tan bueno y sabio él no podía hacer nada en contra de los deseos de nuestro monarca.