La lluvia no para y no creo que llegue a cesar, los truenos no dejan que mis sentidos puedan descansar, vivir huyendo no es algo que me gustaría hacer, pero Aza no se rendirá hasta que me pueda poseer.
Lo odio tanto y no creo poder perdonarle la desdicha que me ha causado, mi vida no es vida si no puedo morir, la idea de tener una apariencia de veinticinco y en realidad tener ciento cuarenta y seis años no es algo que me haga muy feliz.
—Por favor, en verdad quiero desaparecer...
—Mencioné implorando con la voz rota bajo el diluvio, entonces pregunté a gritos como si en verdad, quién sea que está destinado a mí me pudiera escuchar— ¡¿Por qué no puedo encontrarte?!
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—¡¿Dónde esta Ara?! —gritó Aza con ira.
Al ver que ninguno de sus inhumanos pudo responder a su cuestión con molestia, decide abandonar la cámara. Al llegar a sus aposentos toma el retrato de Ara en manos conteniendo su fuerza para no romper lo único que le queda de ella.
—No te maldije para que estuvieras huyendo —Suelta un suspiro des dichoso—, es tan difícil entender que no podía dejar que murieras como un mortal.
« ¿Por qué nos haces esto?, ¿acaso no quieres ser mía por toda la eternidad?». —Se cuestionó en sus más profundos pensamientos.
De inmediato la puerta de sus aposentos se abre sin autorización, a lo que esté disgustado está a punto de gritarle, pero nota la apariencia mojada y la agitación de su subordinado; así que espera a que esté recupere la compostura para que aquel pudiese darle una explicación de su estado.
—La encontré, amo. —Sonrío triunfal.
—¿En dónde se encuentra?
—Está en el distrito de las sombras.