"Hola amigos, me llamo Thabita Rolls. Este es mi primer trabajo (づ。◕‿‿◕。)づ Los capítulos serán actualizados todos los lunes, espero que disfrutes esta historia conmigo. Abrazo Xoxo."
En el mundo de los sueños, las expectativas se expanden hasta el horizonte, desafiando cualquier obstáculo que pretenda entorpecer su fluir.
En ese reino etéreo, cada pensamiento es una semilla de posibilidad y cada deseo, un impulso hacia lo inalcanzable. No hay espacio para barreras ni limitaciones; solo la libertad de crear sin restricciones.
Así, en el vasto mundo de la imaginación, las fantasías se crean con ilusión y las historias se vuelven realidad.
—Listo, hemos subido la presentación y el primer capítulo, ahora queda esperar —dice la mujer con una expresión de satisfacción mientras cierra la computadora.
Desde el primer piso, una voz familiar llama a Thabita. Sin titubear, desciende por las escaleras de madera, y en apenas unos minutos, se encuentra con ella cara a cara.
—¡Mamá!, ¿cómo les fue?
No obstante, algo parece fuera de lo común. La madre organiza las compras con calma, extrayendo cada artículo de las bolsas uno por uno. Lo hace con precisión, sin dirigir ni una mirada hacia su hija, en un silencio total, sin emitir la más mínima respuesta.
Sin embargo, la mujer comienza a sentir un nudo de ansiedad al percatarse de que algo falta y pregunta con nerviosismo:
—¿Dónde está Eli mamá?
Los pensamientos se agitan y la calma desaparece del rostro de Thabita. Una sensación extraña se aloja en el pecho, y el miedo invade su mente. Con manos temblorosas agarra los hombros de su madre, repite una y otra vez:
—Mamá, por favor, ¿dónde está mi hijo? ¡Responde, por favor!
La risa de la madre resuena en la habitación y el aire se enrarece. Los colores del entorno se desvanecen uno a uno y la temperatura desciende, envolviéndola en un frío que le corta la respiración.
Thabita observa cómo los rasgos de su madre se deforman mientras sonidos chirriantes y perturbadores le salen de la boca.
Un escalofrío le recorre la espalda al sentir un dolor punzante. Como si un hierro hirviente se le clavara en el cráneo, la obliga a llevar la mano hacia la parte posterior de la cabeza. Cuando mira, el temor se apodera de ella al notar que la palma está empapada en un líquido rojizo, el mismo que se desliza por su rostro.
Un grito desgarrador escapa de los labios mientras una oscuridad asfixiante la envuelve.
Le resulta imposible abrir los ojos, se esfuerza, pero los parpados se niegan a hacer una apertura.
El dolor es insoportable, la sensación de que la cabeza está a punto de estallar la asusta y el cuerpo embebido en sudor se desploma.
El frío del suelo se filtra a través de la piel, pero solo puede percibir el calor del líquido que se extiende en cada poro del cuerpo.
Con la poca lucidez que le queda, Thabita extiende el brazo hacia la oscuridad que la rodea, gritando y suplicando ayuda a su madre, pero no hay respuesta.
—Tengo frío... tanto frío. ¿Por qué no estoy en casa? ¿Por qué me está sucediendo esto? Elí... mi bebé, ¿por qué? ¿Por qué? ¡Por qué!
Las lágrimas brotan sin control, se aferra a las rodillas e intenta con desesperación controlar los gemidos de angustia.
Voces desconocidas comienzan a surgir desde la oscuridad circundante:
"¡Debemos hacer algo, ella está muerta!"
"No puede ser, intentemos de nuevo."
"Busquemos otra alternativa."
Siente como si el cuerpo estuviera siendo aplastado, las costillas comprimidas y el aliento ahogado por la presión. Una poderosa fuerza la arrastra hacia arriba; Thabita suplica con miedo y odio:
—¡Basta! ¡Deténganse! Duele tanto, por favor, que alguien los detenga...
Un torrente de sangre hirviente brota desde lo más profundo del abdomen ascendiendo hasta la garganta. Solo cuando logra expulsarlo hacia afuera, la oscuridad que la rodea desaparece.
Aquella brisa la acaricia una vez más, pero la vista borrosa le impide distinguir quién está frente a ella. Minutos después, la figura se materializa lentamente.
Es el emperador.
Darius la sostiene entre los brazos, la santa ha estado sin vida durante unos diez minutos. Envuelta en energía, siete sacerdotes curativos le devolvieron la vida.
Con delicadeza, el hombre limpia la sangre del rostro de la mujer con un pañuelo.
—Esta a salvo —dice con voz suave, intenta influir calma.
Pero esa tranquilidad es efímera. El plan de Thabita ha fracasado, y su rostro refleja frustración y desagrado.
—¿Qué estás tramando?
—Estoy tratando de salvarla, por supuesto.
—¿Salvándome? —La ira tiñe el rostro de la mujer, los dientes apretados en un gesto de furia—. Diles que se detengan.
El emperador permanece impasible, consciente de que esta reacción absurda es solo el resultado del impacto inicial:
—No se preocupe, en breve estará completamente recuperada.
La mujer agarra con rudeza la mano que la está limpiando, los ojos ardientes de rabia:
—Detenlos ahora.
—No —responde él con voz dura.
Ella presiona con más fuerza la mano que está reteniendo. Darius lucha por mantener la calma, sacando un poco de paciencia de su interior e intentando ser amable:
—No desespere, falta muy poco.
Pero Thabita ya está al límite, con el rostro contorsionado grita:
—¡MALDICIÓN! ¡PAREN AHORA!
La santa estalla en cólera, pero todos a su alrededor continúan sin darle importancia. Sin embargo, ella no puede contener la risa, perdiendo completamente el control.
Clava los hermosos ojos en el apuesto personaje masculino, observándolo con una intensidad que hiela el aire. Se queda en silencio por un momento, ladea la cabeza hacia los sacerdotes y murmura con una voz cargada de amenaza:
—¿Así que no se van a detener? Entonces los mataré a todos...
El emperador queda perplejo.
—¿Qué dijiste?
La comisura de los labios de la mujer se curva en una sonrisa extensa. Una energía de tono púrpura comienza a emerger de su mano, mientras la temperatura corporal se eleva ominosamente.
Las cejas rectas y oscuras del hombre se tensan, los ojos cenizos mostrando un atisbo de desconcierto. Darius que la sostiene, la aferra a su cuerpo.
—No la voy a soltar. Así que no haga nada de lo que se arrepienta.
Pero la belleza iracunda adopta un tono macabro al hablar:
—Entonces te vas a quemar. ¿Cuánto más vas a aguantar?
El calor que emana del cuerpo de Thabita comienza a causar heridas al emperador. Ya no es solo el sudor que brota por el rostro, sino también el aroma acre de la ropa que empieza a quemarse, mezclándose con el vaho ferroso del cuerpo entre los brazos de Darius.
A pesar de que la situación parece estar confinada a ellos dos, el hombre se mantiene firme, decidido a no ceder ante la amenaza. Pero la mujer tampoco está dispuesta a dar marcha atrás.
Con suavidad, suelta la mano que había inmovilizado con fuerza y acaricia el rostro del emperador con sus delgados dedos. Luego, baja hacia su cuello, rozando la tersa piel blanca de Darius, deteniéndose por un momento en la chaqueta negra con intrincados diseños en color plata.
A primera vista, podría parecer una escena de amor entre amantes perdidos que se encuentran de nuevo, pero en realidad, es todo lo contrario.
Con el pulgar, Thabita vuelve a subir y presiona una parte específica de la garganta del emperador, generando una descarga que entumece las extremidades del hombre. En ese momento, él queda inmovilizado, incapaz de retenerla.
"Milennia, la Santa, una figura esbelta y delicada comparable a una escultura de porcelana fina.
Su cabello fluye como una cascada de nieve, mientras su mirada brilla con la pureza de un cristal transparente.
Encarna la esencia misma de la castidad y la devoción, como un lirio blanco en el jardín de la fe.
En el imperio, su presencia irradia una frescura gélida, como una estrella en el firmamento.
Su belleza celestial ilumina a todos los que tienen el privilegio de estar cerca de ella."
Esa "Milennia" es única, nada parecida a esta mujer de belleza ordinaria. De pie, los largos cabellos castaños ondean en el aire, mientras los ojos color miel emanan un brillo tenebroso. Una energía devastadora se desata a su alrededor, y la mujer amenaza:
—¡PAREN O LOS MATO!
─•──────•♥∘♥•──────•─