Thabita, ahora llamada Milennia, despierta con un estremecimiento. Con cada inhalación, recuerda los crujidos de sus costillas. La sensación de los músculos desgarrándose parece grabada en su cerebro, como si cada neurona recordara el dolor agudo que atravesó.
La mujer se sumerge en un silencio profundo, intentando liberarse de esas marcas que se han incrustado en sus huesos. Levanta la mano y observa una antigua fractura, aquella que le sirve como testigo de su historia, de su inocencia y su desesperación. «¡Aaaaaaah! Cuando haya humedad, todo esto será molesto, ya estoy grande», su semblante se transforma en una expresión de fastidio.
Una joven que sale del baño privado se acerca hacia ella con preocupación. Al verla despierta, da un salto de alegría y la abraza:
—¡Mi señora!
Millenia permanece inmóvil, los ojos abiertos de par en par.
Un silencio incómodo llena la habitación, su cuerpo se queda estático.
La joven que la abraza muestra signos de fatiga en sus ojos acuosos y unas ojeras que son evidencia de las noches sin dormir.
La mujer inclina la cabeza y se sumerge en el enjambre de rizos rojizos.
Es Pierina.
La adolescente, que solloza, intenta recobrar la calma, pero las lágrimas fluyen sin control y las pequeñas pecas se esconden entre el rubor que inunda las mejillas.
Milennia la observa con ternura y le da unos suaves toques en la espalda:
—Tranquila. Deja de llorar, estoy bien.
Al percatarse del cruce de límites, Pierina se aparta.
—Mis disculpas, mi señora —dice avergonzada, mientras hace temblar la túnica gris, amplia y conservadora.
—No te preocupes —contesta en un tono amable.
En ese momento, una emoción inunda el corazón de esta falsa Milennia.
A pesar de que los personajes son ficticios y no pueden discernir que ella es todo lo contrario a la prístina heroína, no puede evitar sentir una inquietud frente a tanta devoción.
Al crear el perfil de Pierina, se basó en una pequeña alumna suya; las pecas, los rizos y los ojos redondos rebosantes de vida. Sin embargo, cuando llegó el momento de dar uso a ese pequeño personaje, la autora había tenido un mal día.
Desgarró su pasado y arruinó su futuro, convirtiendo a esa joven en un rehén perpetuo de los estragos de la guerra.
Primero le arrebató a su padre, destinándolo como carne de cañón, vendió a su madre como objeto de un burdel y, asesinó a sus seis hermanos entre las plagas y la hambruna.
Ella le había arrebatado todo.
Pero los lectores anhelan el drama y la violencia. Buscan pasados oscuros y futuros inciertos. Los seres humanos necesitan que alguien más experimente el sufrimiento, alguien cuya vida sea aún más miserable.
Y ahora, esa jovencita de quince años la observa con ternura, a Milennia, la santa. Aquella que la acogió en el templo del Norte y la salvó de ser vendida como alimento para cerdos. Por un instante, la mujer se siente abrumada y su rostro palidece.
Al observarla, la joven se sobresalta:
—¡Mi señora! ¿Se encuentra bien?
—Lo siento, estoy bien —afirma, mientras cierra los ojos por un momento.
Contempla en su interior, busca disipar estas emociones asfixiantes. Procura calmar esta sensación sin sentido y en vano, porque, al fin de cuentas, este mundo no es más que una ilusión. Pierina es producto de su propia imaginación, solo un personaje más en una historia de mala calidad.
Luego de unos minutos, la santa rompe el silencio.
—Dime, ¿cómo está la situación?
—Los sanadores aseguran que se recuperará, mi señora.
Al observar la habitación, la mujer se da cuenta de que no es la que le corresponde:
—¿Cuánto llevo aquí?
—Estuvo inconsciente durante dos días, mi señora.
Queda en blanco ante la respuesta; sin embargo, la joven continúa:
—Mi señora, necesito decirle algo importante.
Con un ligero gesto de agachar la cabeza, Pierina se detiene brevemente. Las manos le tiemblan y a pesar del esfuerzo por mantener una expresión seria, un sutil parpadeo en los ojos delatan su ansiedad.
—El emperador no me permitía quedarme, pero le advertí que no iba a permitir que otra persona la cuide.
—Espera, ¿por qué no te permitiría quedarte?
La joven duda por un momento, pero al final explica:
—Mi señora, en realidad ellos no me lo han dicho. El emperador dio la orden de que solo las personas de su confianza podrían estar junto a usted. —Aprieta el puño con una expresión de ira—. Le dije que no podía hacer eso, que usted es mi señora y que llevo muchos años a su lado, yo... —Se arrodilla de golpe, evitando cruzar la mirada con la mujer de enfrente—, le dije que si no me dejaba estar a su lado iba a ir al Templo del Norte y haría que el Sumo Sacerdote le retirara su apoyo.
Con una sonrisa, Milennia no puede evitar sentirse orgullosa de la pequeña leona que había mostrado las garras:
—¿Cómo hubieras logrado eso?, no creo que el emperador haya accedido a una amenaza así.
Pierina cierra los ojos llena de vergüenza.
—Le dije que... que diría, que la encerraron en la mazmorra, cometiendo actos terribles. Yo, yo le advertí que afirmaría que... ¡Qué ultrajó su pureza!
Si bien se sorprende al escucharla, vuelve a sonreír satisfecha. «¡Qué ovarios de oro!»
—Entiendo... entiendo, vamos levántate. —Se acerca hacia ella y extiende la mano.
—Mi señora, estoy dispuesta a aceptar cualquier castigo que usted considere apropiado por mi error.
—¿Por qué lo haría? —Se arrodilla frente a ella y le da un cálido abrazo—. Gracias.
«Gracias, pequeña, lamento haberte arruinado la vida», explicar algo que solo ella entendería, no tiene sentido. Las disculpas no servirán de nada.
Por más que el pecho se oprimiera.
Por más culpa que tuviera.
En el suelo, dos mujeres de belleza resplandeciente permanecen arrodilladas. La joven derrama lágrimas, mientras que la adulta la reconforta con gestos maternales. Una escena conmovedora y llena de ternura.
Pero la trama corre y no se detiene, de repente aparece la persona de la que estaban hablando.
El hombre de metro noventa cruza la puerta sin previo aviso. A pesar de su apariencia seria, su voz rebosa socarronería:
—Buenos días, veo que la bella durmiente despertó.
El rostro de Milennia se vuelve azul y sus ojos parecen dos líneas horizontales. Pierina salta furiosa y cubre la visión de la santa con su cuerpo:
—¡Cómo se atreve!
El silencio se vuelve denso, todos los ojos se centran en el emperador. Se habían olvidado, Milennia está vestida con una fina prenda interior.
Darius, se gira avergonzado:
—Vuelvo, en un momento.
La niña quiere arrancarle la piel al descarado, está furiosa:
—¡Mi señora! ¡Ese hombre es un pervertido!
La mujer se acaricia la frente.«Esta escena es tan ... ¡Aaaaaah!».
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