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La santa debe morir

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Synopsis

Chapter 1 - Capítulo 1: Está autora debe morir.

«¿Dónde estoy?, ¿qué lugar es este?», son las preguntas que se hace Thabita al abrir los ojos.

Desconcertada, se levanta de la cama y comienza a recorrer la habitación; sábanas de seda, detalles dorados, un pequeño balcón, rosas de jade y un candelabro en el centro del techo, decorado con gemas que reflejan la luz que entra por el ventanal.

«¡No es cierto, no es cierto! », ese pensamiento se repite sin interrupción. Con una mueca de disgusto, no puede evitar reírse de la fastuosa situación:

—¡Esto es un mal chiste!

Se percata de que tiene un conocimiento más profundo de ese lugar que cualquier otra persona.

"La muerte de la santa", un libro que había estado escribiendo durante meses. La historia que empezó como una forma de aliviar el estrés que experimentaba todos los días. Era tan cliché que incluso decidió cambiar el final.

«¡Mierda! ¡Maldita pesadilla, soñar con esta historia mediocre!». Adopta una postura firme, frunce esas hermosas cejas en forma de ala y con un puño sobre la palma se enfoca en lo importante.

—¡Tengo que despertar!

Primero se pellizca un brazo; aunque el dolor parece real, aún no puede creerlo. Se abofetea un par de veces y luego golpea la cabeza contra la pared.

¡Pum! ¡Ouch!

—¡Duele... duele mucho!

Mientras permanece en el suelo reflexiona sobre el hecho de que se encuentra atrapada dentro de su propio libro. «Comencemos a entender por qué llegué aquí», se presiona la frente y se tortura a sí misma.

—Recuerda, recuerda, recuerda —murmura, hasta que los fragmentos empiezan a llegar—. Era martes, estaba dando clases cuando llamaron para avisarme que...

Las pupilas de la mujer se dilatan y una gota de sudor frío cae por la frente. La mirada se quiebra y el nerviosismo le invade el cuerpo. «Eli estaba con fiebre, salí corriendo hacia el hospital, me desespere... quería llegar a la guardia y cuando...cuando estaba cerca yo...yo...»

—¡NO! ¡IMPOSIBLE! —grita, mientras trata de aferrarse a algo para no caer.

Comienza a sollozar sin freno alguno, mientras los pensamientos entran en conflicto. «¡Estoy muerta!, ¿muerta?, ¿me morí? ¡Mierda, mierda, mierda!, ¡no es cierto!, ¡no puede ser!».

Por más de una hora se queda en el mismo rincón, en la misma posición. Dos horas después, las emociones se apaciguan y la mente vuelve en sí. Sin embargo, inicia una lucha interna consigo misma.

«¡Cálmate Thabita!, ¡solucionemos esto!»

—Respira, inhala, exhala, ¡piensa, mujer!

«No podemos quedarnos acá, ¡hay que volver a casa! »

—¡Tengo que enfocarme!, ¡Eli debe de estar asustado!

«¡Debo encontrar una solución rápida!»

—¡Lo tengo! —exclama, mientras centra la atención en la solución.

En tanto que Thabita comienza a trazar la estrategia para regresar, en una habitación diferente, otro personaje comienza el desarrollo de la trama.

≪•◦♥∘♥◦•≫

Este sujeto tiene un papel crucial en la historia y se ubica en una de las torres del palacio, esperando a uno de sus consejeros más cercanos.

El estudio cuenta con amplias ventanas que permiten la entrada de luz natural, ofreciendo una vista panorámica de los jardines y los alrededores. Una impresionante lámpara de cristal ilumina la sala con un fulgor suave y cálido. La silla en la que se encuentra está decorada con elegancia, tapizada en terciopelo negro con apoyabrazos tallados.

Mientras se encuentra inmerso en la revisión de algunos papeles, su atención se ve interrumpida por un golpe en la puerta.

La persona que espera ha llegado. Al entrar, el hombre muestra su deferencia de una manera ceremonial. Lleva una mano al pecho y se inclina en un ángulo de cuarenta y cinco grados, rindiendo homenaje con palabras sinceras:

—¡Saludos al sol de nuestro Imperio, emperador Daríus Settleres! ¡Que la bendición del Dios Elysiam siempre te acompañé!

—Que las bendiciones te acompañen a ti también Maurice —responde con una sutil sonrisa que asoma en la comisura de los labios.

—Agradezco sus palabras, mi señor.

—Por favor, acércate.

¿Pero quién es este hombre?

Darius Settleres es el noveno emperador de las tierras de Obsidian, asumió al trono a la temprana edad de catorce años y desde entonces dejó una marca imborrable. Su magnificencia se manifiesta de manera innegable, siendo tanto objeto de odio por parte de extranjeros, como de fervorosa admiración por parte del pueblo. Para él, su vida es su Imperio. Ha consolidado su posición como el gobernante supremo, erigiendo los cimientos de su dominio bajo la sangre de sus enemigos y el apoyo de los cuatro venerados templos.

Un líder despiadado y arrogante, al mismo tiempo irónico y benevolente.

El hombre más hermoso y seductor de este mundo y de los otros.

Sí, él es nuestro protagonista masculino.

—Maurice, te he pedido en repetidas ocasiones que me llames por mi nombre.

El hombre vestido con un impecable uniforme negro no muestra sorpresa ante la solicitud. En su respuesta, mantiene la misma formalidad de siempre:

—Mi señor, como bien sabe eso no sería apropiado.

—Es cierto, debemos respetar las normas protocolares. Al menos, ¿podrías evitar el saludo extendido?, me resulta estresante escucharlo todo el tiempo.

—Prometo hacer mi mejor esfuerzo, mi señor. —Hace una reverencia y avanza hacia él.

Sin embargo, Darius tiene claro que eso es poco probable.

—Muy bien, pasemos a lo que nos concierne. Infórmame.

—Mi señor, la santa se encuentra en el ala sur, en el cuarto de las rosas. Anoche, al llegar solicitó no ser interrumpida a menos que fuera necesario.

Una inesperada sensación de desagrado le inunda la garganta al emperador.

—¿Así que la señora carece por completo de humildad? —Frunce el ceño y el tono de voz cambia a uno lleno de molestia—. Considera al anfitrión como un ser insignificante, ¿pueden los tocados por las manos de Dios ser tan narcisistas?, ¿son tan diferentes de ti, de mí o del pueblo?

El consejero siente un escalofrío recorrer su columna vertebral. Conoce esa expresión y ese tono de voz.

—No, no sé qué responderle mi señor.

Darius sonríe como un niño que está por cometer una travesura. Es consciente de que sus palabras inquietan a Maurice:

—Tranquilo, pareces asustado, por favor llama a Philip y ve a la cocina para informar que la santa almorzará conmigo.

—Señor, ni siquiera ha ingresado su doncella al cuarto.

—No te preocupes, en todo caso, quien ha sido ofendido soy yo. —Agita las manos como si estuviera espantando moscas —. Apúrate, tráeme a Philip, así haremos la invitación.

Mientras el emperador espera a que la escolta llegue, Thabita se encuentra en una encrucijada. Basándose en todo lo que había leído a lo largo de los años sobre reencarnados y transmigrados, llegó a una única solución para regresar a su realidad.

Tiene que perder la vida en el mundo de fantasía en el que se encuentra.

—¡No puede ser!, revise este maldito lugar de arriba abajo, ¡no hay nada que me sea útil, maldición!

«No puedo creer que mi muerte deba ser de esta manera. No puedo esperar tanto tiempo, falta mucho para que llegue mi fin». Luego de dar vuelta el lugar solo encontró dos opciones: la primera sería romper el espejo y usar los fragmentos. La segunda sería atar las sábanas y colgarse del candelabro.

—¡La próxima vez diseñaré cuartos llenos de armamento!—rechista, mientras da vueltas en círculos en el cuarto.

Hasta que por fin lo decide. La forma más rápida es colgarse con las sábanas.

Han transcurrido varias horas desde que los primeros rayos del sol la despertaron. Pronto, recibirá una visita con la cual no tiene el menor interés en encontrarse. Piensa que tan solo ver a un personaje de la historia, podría desencadenar el curso de los acontecimientos. Si eso ocurriera, perdería la oportunidad de regresar a su mundo de manera rápida.

Pero es demasiado tarde.

—Santa Milennia del Templo del Norte, solicita su permiso para entrar el gobernante del Imperio, nuestro emperador Darius Settleres.

Esas palabras se repiten una y otra vez, mientras el joven golpea la puerta de entrada a la habitación.

La mujer se alerta. «¡No me jodan! ¡Ya llego!, tengo que apurarme, si me cuelgo ahora van a tumbar la puerta antes que muera». Una sensación de calidez parece llamarla, cuando voltea hacía ella, comprende que la respuesta siempre ha estado allí.

Fácil y rápido.

Pero el emperador está impaciente:

—Philip, ¿no debería haber respondido a esta altura?, ¡amenázala!

—¡Santa!, se solicita que abra la puerta. Si no lo hace, nos veremos obligados a entrar a la fuerza —grita el joven escolta.

Después de unos minutos en silencio, la solicitud no obtiene respuesta. Darius presiente que algo está ocurriendo:

—Esto es extraño, abrí ahora.

—Sí, mi señor.

La puerta que estaba cerrada con llave es profanada de un solo golpe. Al ingresar, Darius detiene a Philip y le indica que se quede atrás, tomando la delantera de forma sigilosa.

La habitación está revuelta, pero Millenia, la santa, no se encuentra a la vista. La brisa que entra por la izquierda le indica el camino al hombre. En la barandilla, una mujer está sentada de espaldas. Medio cuerpo asentado en el balcón y la otra mitad perdida hacia la nada.

—¡No te acerques! —brama molesta.

Él no puede verle el rostro, pero aún así, está seguro de que esta no es la persona que busca:

—¿Quién eres? —Se acerca despacio, evitando hacer ruido con los pasos.

La mujer cubierta con un fino vestido de gasas blancas enfurece .

—¡Te dije que no te acercaras!, ¡volvé por donde viniste!

Con un toque de ironía y un dejo de malicia, el emperador continúa sin detenerse:

—Primero dime quién eres, si la respuesta me convence, veré qué decisión tomar.

Ella ladea la cabeza hacia la dirección de él, pero al verlo, esboza una sonrisa llena de arrogancia:

—Espera un momento, me vas a matar de la risa.

El hombre se detiene y observa la figura.

—¿De verdad te parece gracioso?—dice con molestia.

—En absoluto, Darius. Lo que me hace gracia, es que en esta situación lo que más te intriga es saber quién soy.

—Tiene razón, qué descortés de mi parte. ¿Por qué no baja y me cuenta sus penurias? , tal vez un oído amigo pueda reconfortarla.

Paso a paso, el emperador acorta la distancia.

«El desgraciado no retrocede, ¡bien, entonces lo haremos así!»

—Señor...—Los labios rosáceos se curvan y los finos y largos cabellos crepitan con el viento—. Tiene razón, no hay mayor consuelo que ser escuchada por un buen amigo, pero antes tengo algo importante que hacer.

La mujer que ha revelado el rostro sonríe con serenidad, mientras el emperador mantiene una expresión de intriga. Ella suspira como si hubiera liberado un peso que llevaba años amarrado al pecho. Con los ojos color miel recorre al hombre que tiene adelante y pronuncia palabras con dulzura:

—Darius, eres más atractivo de lo que había imaginado.

En un abrir y cerrar de ojos la mujer desaparece.

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