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—Muerte Rápida... —Roy llamó a su nueva criada.
—¿Sí?
—Toma.
Ella se giró, solo para verlo convocar de la nada un objeto brillante y lanzárselo.
—¡Ay! —Lo agarró, pero era tan pesado que cayó de culo. Así que un grito de dolor escapó de sus pequeños labios rojos.
Al abrir los ojos, vio lo que era.
«¿Esto realmente me está sucediendo a mí?»
Durante un momento, no creyó lo que veía.
Pero la realidad era que en su regazo yacía un cofre lleno de oro.
Su corazón se calentó, y sus ojos se inundaron de lágrimas.
Su expresión endurecida se quebró al mirar hacia arriba a su nuevo amo. —¿De verdad me lo estás dando?
Roy simplemente le dio una afirmación silenciosa con la cabeza.
Bajo su mirada, sus pestañas aletearon, subiendo y bajando, provocando que las lágrimas brillando en sus ojos cayeran.
Si alguien pudiera ver el estado actual de Muerte Rápida, pensarían que él había hecho algo faceto con ella.
En el rostro de Roy amaneció el reconocimiento.