Dando un giro desde el pasillo, Raze había entrado en uno de los amplios salones de enseñanza. Había gradas ascendentes de asientos a su izquierda y, a la derecha, una gran pantalla de lienzo vacía junto con un escritorio en la esquina.
No era nada especial; se veía igual que las otras aulas en las que Raze había estado hoy, pero la sensación al entrar, la ligera diferencia en el olor, la ligera orientación de los asientos arriba, era su aula.
Esta era el aula, y la academia, a la que prácticamente había entregado su vida, habiendo pasado más de 20 años enseñando aquí.
—Aprender magia en aquel entonces me liberó de mi antigua vida. Gracias a la magia pude cambiar mi destino y salir de los barrios bajos que se decía que era tan imposible de escapar —reflexionó Raze.
En aquel entonces, cuando él se fue, nunca intentó mirar atrás a lo que había sucedido con su padre. Nunca volvió a aquel lugar de nuevo, dejándolo todo atrás e intentando vivir una vida superior.