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—¿Sabes que Íleo tiene un cofre lleno de estos libros? —dijo Kaizan a Anastasia.
La chica se quedó inmóvil. El calor en su rostro se extendió a su cuello y de repente el suéter que llevaba puesto se sintió como si estuviera envuelta en llamas. Sintiéndose extremadamente inapropiada al estar cerca de él, casi se encogió. Tragó saliva y miró a Íleo. Pero el hombre tenía un aire bastante engreído.
—Bueno, ¿te gustaría ver esos libros, Ana? Son muy interesantes, te lo aseguro —se encogió de hombros y dijo con indiferencia.
—No quiero verlos. ¡Te lo aseguro! —respondió ella bruscamente. Diciendo eso, Anastasia se alejó de allí sintiéndose tan avergonzada que esperaba que la tierra la tragara. Pero el problema era que su curiosidad había aumentado y antes de que la tierra la tragase, realmente quería ver el interior del libro. ¿Qué demonios había en ese libro? Si al menos pudiera echar un vistazo. Suspiró y silenciosamente le pidió a la tierra que se mantuviera firme.