—Sí, pero no a mi habitación. ¡Vamos a la oficina de la emperatriz! —Pero antes de que pudiera dar un paso más, todas las criadas le bloquearon el camino con rostros pálidos como la muerte.
—No podemos ir allí sin permiso, mi señora —dijo una de ellas.
—Sí, ¿qué tal si esperas aquí y yo voy a preguntarle a la Señora Scarlet al respecto? —sugirió otra.
Los ojos de Hazel se volvieron fríos mirando sus ojos temerosos, levantó una ceja y cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Y quién creéis que es Scarlet? Yo soy la emperatriz y no necesito permiso de nadie para ir a ningún lado, especialmente a mi propia oficina. ¡Aun quiero ver quién se atreve a detenerme!
Ella los miró tan duro con sus ojos fríos que todos inclinaron sus cabezas y no se atrevieron a decir una palabra más cuando se alejó de allí.
Les tomó unos segundos volver en sí y seguirla con pasos apresurados por si más tarde les culpaban.