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Chapter 8 - La chica de blanco

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El hombre de ojos rojos miraba hacia la multitud que se había reunido en el salón de baile. Sus ojos se movían pausadamente hacia la gente que tocaba la música en la esquina del cuarto, la música que era de su agrado y que más disfrutaba.

—¿Harás conocer tu presencia? —preguntó el hombre que se echó un paso atrás, abriéndole paso para que se colocara al frente.

—Veamos —murmuró el hombre de la máscara completa—. Hubiera sido mejor tener gente de nuestra clase, pero supongo que no está tan mal. No todos los días tenemos la oportunidad de ver a la gente que vive en sus madrigueras. ¿Verdad, Theo?

—Supongo que no, milord —respondió el hombre llamado Theo con su cabello castaño peinado hacia un lado, inclinando la cabeza—. No todos tienen la bendición de encontrarse y verlo.

—No es difícil diferenciar a los invitados de los nuestros. Humanos —dijo el hombre, mientras sus ojos se posaban en un par de personas que parecían curiosas—. Frágiles y débiles, como corderos a quienes se les da pasto. Vendrán a masticar sin saber que el carnicero va a cortar su cuello. Criaturitas curiosas y necias.

—Escuché que Lady Sophie se comprometía con el duque. Sus padres quieren que se case con ese hombre —comentó Theo.

—Que así sea. Hay muchas mujeres como ella. Tratando de ganarse mi favor, lo que disfruté por un día, pero incluso la adulación se vuelve tediosa. Un día más y sus padres la encontrarían flotando en el río.

Theodore ofreció una sonrisa cómplice. El hombre a su lado era difícil de complacer, especialmente con los años y el tiempo transcurrido, había pocas cosas que podían mantener su atención, y cuando lo hacían, el Rey las tomaba para sí mismo.

—Milord —apareció una criada que sostenía una bandeja con vino. Tenía la cabeza inclinada y no se atrevía a levantarla. Las manos de la muchacha parecían temblar, y ella intentaba mantenerse quieta.

Theodore fue quien recogió las dos copas y luego le hizo un gesto con la mano para que se fuera. Se preguntó si a la criada la habían tocado o si la habían advertido y amenazado para que sus manos temblaran. Entregó la copa y declaró:

—Disfrutas el baile —y recibió una carcajada como respuesta.

—¿Qué no hay para disfrutar? Hay música. Comida. Mujeres y chicas con vestidos adornados esperando y dispuestas a ser llevadas a la cama. Hombres, mujeres. Es un festín para todos —dijo la persona, levantando su copa para beber el vino a través de la pequeña línea de espacio que apenas mostraba sus labios.

Theodore alzó su bebida como si brindara, asintiendo a las palabras dichas antes de dar un sorbo a la copa, —¿Piensas bajar, Calhoun? —preguntó Theodore.

—Adelante. Me uniré después de un tiempo.

Theodore hizo una reverencia y dejó el lado del Rey, uniéndose a la alegría de Hallow que tenía lugar en el castillo.

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El hombre de la máscara plateada observaba a la multitud desde la galería, con música que resonaba y zumbaba en el cuarto en el que se encontraban. Mientras sus ojos rojos sangre recorrían el cuarto, notó algo que no esperaba ver.

En el mar de oscuridad que había sido creado por los invitados que vestían ropas oscuras y chicas que en su mayoría vestían de rojo en un intento de captar la atención del Rey, el hombre notó a una chica que llevaba un vestido de color claro. Y tal vez era el vestido o tal vez era la máscara en su rostro que se había deslizado, las cintas soltándose detrás de su cabeza para caer y mostrar el rostro de la chica.

Sus ojos rojos se fijaron en ella, inmóviles y captando toda la atención donde el resto de la multitud parecía haber desaparecido en su vista.

Tenía rasgos refinados. Sus ojos expresivos aunque no estaba hablando con nadie, sus labios sin pintura roja, sino un rosa discreto. Sus cabellos rubios cayendo sobre su espalda. Su vestido exponía sus delicados hombros que parecían suaves. Podría haber muchas chicas hermosas, pero había algo en esta chica, una gota de inocencia más que en las demás.

Antes de que pudiera verla más, la chica ató su máscara de prisa para ocultar su rostro y uno de sus manos se cerró sobre la barandilla de la galería. Sus ojos se entrecerraron ligeramente por no poder ver más sin la máscara y uno de los lados de su boca se curvó en regocijo.

Dejando la copa de vino, el hombre salió de la galería para dirigirse hacia el salón de baile.

Madeline estaba en medio de la multitud con su hermana, Beth, hasta que un caballero le pidió a su hermana mayor bailar con él. Su hermana bailaba con las otras parejas al ritmo de la música que sonaba cuando sintió que su máscara dorada se deslizaba de su rostro. La atrapó justo a tiempo antes de que cayera al suelo donde no habría manera de recuperarla con la gente yendo y viniendo y los vestidos cubriendo el suelo.

La ató de nuevo, mirando a izquierda y derecha para asegurarse de que nadie hubiera visto caer su máscara, y soltó un suspiro.

Sus padres debieron haber estado observando el castillo ya que no los había notado en la sala. Su hermana estaba disfrutando su tiempo bailando con el hombre, y sus padres seguramente se estaban divirtiendo por su cuenta, lo que hizo sonreír a Madeline.

Pasó algunos minutos más antes de decidir salir del salón de baile.

Pero cuando Madeline se dio la vuelta, lista para caminar hacia adelante, vio a una persona no muy lejos caminando en la dirección opuesta a la suya. Por la ropa, notó que era un hombre, pero llevaba una máscara diferente a cualquiera en la sala. Era una máscara de color plateado, cubriendo la cara entera de la persona excepto por los ojos que eran de color rojo.

Madeline comenzó a caminar hacia adelante, apartando la vista de la persona para mirar a otros invitados, pero sus ojos volvieron a mirarlo, notando que él la miraba y casi se sentía como si se dirigiera hacia ella.

Justo cuando estaban a punto de cruzarse, él parecía estar mirando a otro lado y ella se dio cuenta de que estaba equivocada al pensar que la estaba observando. Madeline soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo, lo cual fue demasiado pronto cuando a dos pasos de distancia, escuchó la profunda voz de un hombre decir:

—Dama bella... Creo que ha dejado caer su pañuelo.