Diego se dirigió al equipo de cocineros reunidos en la cocina y les comunicó las tareas a realizar:"¡Bien, chicos! Para empezar, vamos a preparar una deliciosa tortilla con cebolla. Pablo, encárgate de pelar las cebollas y cortarlas en cubos finos. Miguel, tú te ocuparás de batir los huevos y sazonarlos adecuadamente. Carlos y Martín, asegúrense de tener listos todos los ingredientes adicionales, como el perejil."
"Además", continuó Diego, "vamos a preparar unas exquisitas costillas de jabalí. Martín, encárgate de marinar la carne con las especias adecuadas y déjala reposar durante al menos una hora. Carlos y Miguel, preparen la parrilla y asegúrense de que esté lista para cocinar las costillas a la perfección."
"Por último", añadió Diego, "vamos a hacer un sabroso guiso de carne de jabalí. Javier, encárgate de cortar la carne en trozos pequeños y sazonarla con especias. Pablo, prepara la olla y asegúrate de que esté lista para cocinar el guiso a fuego lento durante varias horas. Carlos y Martín, asegúrense de tener todos los ingredientes adicionales listos y dispuestos para agregar al guiso según sea necesario."
Diego, luego de dar las instrucciones, escuchó atentamente mientras Martín mencionaba: "Diego, no encontré jabalí en la despensa. Tendremos que enviar a alguien a comprarlo".
Diego frunció el ceño, consciente de la importancia de tener todos los ingredientes necesarios. "Bien, Martín. ¿Alguna idea de cuánto nos costará?".
Martín reflexionó un momento antes de responder: "Según recuerdo, la última vez que lo compramos, cada libra romana de jabalí nos costó alrededor de 20 monedas de plata".
Diego asintió, calculando mentalmente. "Está bien, envía a alguien de inmediato. No podemos preparar estos platos sin el jabalí", indicó con determinación.
Martín asintió y salió de la cocina para cumplir con la tarea asignada. Mientras tanto, Diego se apresuró a coordinar las actividades de los demás cocineros para asegurarse de que todo estuviera listo cuando el jabalí llegara.
Diego observó con preocupación cómo Martín abandonaba la cocina para cumplir con la urgente misión de conseguir el jabalí que tanto necesitaban. "Maldición", murmuró para sí mismo, consciente de que la ausencia de ese ingrediente crucial complicaría la preparación del banquete.
Con determinación, Diego se volvió hacia los demás cocineros, quienes aguardaban expectantes sus instrucciones. "Muy bien, chicos. Necesitamos mantenernos enfocados y continuar con la preparación. Miguel, Pablo, Carlos, sigan con las tareas asignadas. No podemos permitirnos retrasos", ordenó, su voz resonando con autoridad sobre el bullicio de la cocina.
Mientras los cocineros seguían con sus labores, Diego se esforzaba por idear soluciones alternativas en caso de que Martín no lograra encontrar el jabalí a tiempo. "Carlos, ¿puedes verificar si hay alguna otra opción de carne disponible en la despensa? Quizás podamos improvisar con algo más", sugirió, consciente de la necesidad de tener un plan B.
Carlos asintió y se apresuró a revisar los suministros disponibles, mientras Diego supervisaba cada detalle de la preparación. El tiempo apremiaba, y cada minuto contaba en la carrera contra el reloj.
Mientras tanto, Miguel y Pablo continuaron con la preparación de la tortilla de cebolla, trabajando en perfecta armonía para lograr la mezcla perfecta de sabores y texturas. Miguel batía los huevos con destreza, mientras Pablo cortaba las cebollas con precisión milimétrica.
"¿Crees que deberíamos agregar un poco de botillo a la tortilla?" sugirió Miguel, mirando a Pablo en busca de aprobación.
Pablo asintió con entusiasmo. "¡Buena idea! El botillo le dará un toque extra de sabor. Ve a buscarlo a la despensa", respondió, su voz llena de emoción ante la posibilidad de mejorar aún más el plato.
"Diego", intervino Carlos con voz calmada pero decidida, "hay bastantes tipos de carne en la despensa. Podríamos usar ciervo en lugar del jabalí, ya que aún nos queda una buena cantidad de esa carne".
Diego asintió, considerando la sugerencia de Carlos. "Es una opción viable" respondió.
Mientras Diego consideraba la sugerencia de Carlos, Miguel y Pablo tomaron una sartén y la colocaron sobre el fuego. Con destreza, añadieron un poco de aceite y pusieron el botillo previamente limpio de tripas en la sartén caliente. Con un sonido siseante, el botillo comenzó a dorarse lentamente mientras lo removían con una cuchara de madera, mezclando los sabores y aromas que llenaban la cocina.
El aroma del botillo cocinándose llenó el aire, despertando el apetito de quienes trabajaban en la cocina. Miguel y Pablo intercambiaron una sonrisa de complicidad mientras seguían cocinando, disfrutando del proceso de preparación de un plato tan delicioso y reconfortante.
"Miguel, ¿puedes traerme la cebolla cortada y un plato, por favor?" solicitó Pablo mientras continuaba removiendo el botillo dorado en la sartén.
Miguel asintió y se apresuró a cumplir con la solicitud de su compañero. Regresó rápidamente con la cebolla cortada en cubos y un plato limpio en la mano.
Con cuidado, Pablo vertió la cebolla sobre el botillo en la sartén caliente, mezclándola hábilmente con una cuchara de madera. El aroma de la cebolla se mezclaba con el del botillo, creando una combinación irresistible.
Después de unos 4 minutos de cocción, Pablo retiró la sartén del fuego y vertió el contenido en el plato que había traído. Con habilidad, dividió la mezcla en tres partes iguales, asegurándose de que cada porción fuera generosa y apetitosa.
"Pablo, dividí los huevos batidos en tres partes y los traje", informó Miguel, entregando los recipientes con los huevos divididos.
Pablo tomó los huevos y agradeció a Miguel antes de proceder con la preparación de la tortilla. Con destreza, esparció una pizca de sal y una pizca de pimienta sobre cada porción de huevos, asegurándose de sazonarlas adecuadamente.
Luego, añadió una porción del botillo con cebolla a cada recipiente de huevos, mezclando con cuidado para distribuir uniformemente los ingredientes. La mezcla adquirió un aspecto deliciosamente combinado, listo para ser convertido en una tortilla sabrosa.
Con la sartén caliente y un poco de aceite, Pablo vertió una porción de la mezcla de huevos y botillo en la sartén, extendiéndola uniformemente para formar la tortilla. El aroma tentador de los ingredientes se difundía por la cocina, despertando el apetito de todos los presentes.
Con habilidad, Pablo cocinó la tortilla hasta que estuvo dorada y firme en el fondo. Luego, con un movimiento rápido y seguro, volteó la tortilla para cocinar el otro lado, asegurándose de que quedara perfectamente cocida por dentro.
Una vez lista, Pablo deslizó la tortilla caliente sobre un plato y la cortó en ocho porciones individuales, listas para ser servidas como parte del festín que estaban preparando con tanto esmero.
Después de completar la primera tortilla, Pablo repitió el proceso dos veces más, utilizando las porciones restantes de la mezcla de huevos y botillo. Con maestría, preparó otras dos tortillas, asegurándose de que cada una quedara igualmente dorada y deliciosa.
Una vez que todas las tortillas estuvieron listas, Pablo las colocó en un plato grande y las cortó en ocho porciones individuales. Ahora tenían tres tortillas perfectamente cocidas, listas para ser disfrutadas por los comensales que esperaban ansiosamente el festín que se avecinaba.