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Chapter 11 - Capítulo 11: El Festín Pendiente

Urraca tomó la carta entre sus manos con una calma aparente, aunque en su interior se desataba un torbellino de emociones.

Sus ojos escrutaron las líneas del mensaje con una expresión serena, pero un ligero fruncimiento en su frente delataba su desconcierto.

Por un momento, una sombra de preocupación cruzó sus ojos, como si intuyera algo inquietante entre las palabras escritas en el papel.

Una inquietud apenas perceptible se instaló en su corazón, sugiriendo que algo no estaba del todo bien, aunque aún no podía identificar qué era exactamente.

Decidió apartar esos pensamientos por un momento y se dirigió a María, la sirvienta principal. "María, por favor, ve y dile a los cocineros que ya pueden empezar a preparar la comida", ordenó con voz serena pero firme.

María asintió con respeto y se apresuró a salir de la oficina de Urraca para cumplir con su encargo. Sus pasos resonaban suavemente en los pasillos mientras se dirigía hacia la cocina.

Al llegar a la cocina, encontró a los cocineros ocupados preparando los utensilios y organizando los ingredientes.

María se acercó a los cocineros mientras ordenaban y limpiaban la cocina. El bullicio había disminuido ligeramente, permitiendo que su conversación se escuchara con mayor claridad sobre el trasfondo de los utensilios chocando y el crujido de las tablas de cortar.

"¿Dónde está Diego?", preguntó María con urgencia, buscando al cocinero principal para transmitirle las instrucciones de la señora Urraca.

Diego, el cocinero principal, respondió desde los almacenes: "¡Estoy aquí! ¡Ahora mismo salgo!", su voz resonando desde la distancia.

Diego salió apresuradamente de los almacenes y se acercó a María con curiosidad. "¿Qué pasa, María?" preguntó, notando la expresión preocupada en el rostro de la sirvienta.

María le entregó el mensaje de Urraca y le explicó: "La señora Urraca ha pedido que los cocineros comiencen a preparar la comida de inmediato."

Diego recibió el mensaje de María con un gesto de entendimiento y asintió. "Bien, ahora mismo comenzamos", respondió con determinación, apresurándose a reunir a los demás cocineros para poner en marcha las órdenes de la señora Urraca.

Diego se dirigió al equipo de cocineros reunidos en la cocina y les comunicó las tareas a realizar:"¡Bien, chicos! Para empezar, vamos a preparar una deliciosa tortilla con cebolla. Pablo, encárgate de pelar las cebollas y cortarlas en cubos finos. Miguel, tú te ocuparás de batir los huevos y sazonarlos adecuadamente. Carlos y Martín, asegúrense de tener listos todos los ingredientes adicionales, como el perejil."

"Además", continuó Diego, "vamos a preparar unas exquisitas costillas de jabalí. Martín, encárgate de marinar la carne con las especias adecuadas y déjala reposar durante al menos una hora. Carlos y Miguel, preparen la parrilla y asegúrense de que esté lista para cocinar las costillas a la perfección."

"Por último", añadió Diego, "vamos a hacer un sabroso guiso de carne de jabalí. Javier, encárgate de cortar la carne en trozos pequeños y sazonarla con especias. Pablo, prepara la olla y asegúrate de que esté lista para cocinar el guiso a fuego lento durante varias horas. Carlos y Martín, asegúrense de tener todos los ingredientes adicionales listos y dispuestos para agregar al guiso según sea necesario."

Diego, luego de dar las instrucciones, escuchó atentamente mientras Martín mencionaba: "Diego, no encontré jabalí en la despensa. Tendremos que enviar a alguien a comprarlo".

Diego frunció el ceño, consciente de la importancia de tener todos los ingredientes necesarios. "Bien, Martín. ¿Alguna idea de cuánto nos costará?".

Martín reflexionó un momento antes de responder: "Según recuerdo, la última vez que lo compramos, cada libra romana de jabalí nos costó alrededor de 20 monedas de plata".

Diego asintió, calculando mentalmente. "Está bien, envía a alguien de inmediato. No podemos preparar estos platos sin el jabalí", indicó con determinación.

Martín asintió y salió de la cocina para cumplir con la tarea asignada. Mientras tanto, Diego se apresuró a coordinar las actividades de los demás cocineros para asegurarse de que todo estuviera listo cuando el jabalí llegara.

Martín se apresuró a subir las escaleras que conducían al segundo piso del castillo, donde se encontraba la oficina del mayordomo principal. Con cada paso, sentía la urgencia de resolver la situación lo antes posible para asegurarse de que los cocineros tuvieran los ingredientes necesarios para preparar los platos.

Al llegar al segundo piso, se dirigió hacia la imponente puerta de roble que marcaba la entrada a la oficina del mayordomo principal. Golpeó con decisión y esperó, con el corazón latiendo rápido en su pecho.

Después de unos momentos, la puerta se abrió y apareció el rostro serio del mayordomo principal. "¿Qué necesitas, Martín?" preguntó con autoridad.

Martín inhaló profundamente, reuniendo su determinación. "Señor, necesitamos comprar jabalí para la comida de hoy. ¿Podría proporcionarme el dinero necesario para la compra?"

Pedro asintió con solemnidad. "Por supuesto, Martín. Espérame un momento", respondió antes de desaparecer brevemente en la oficina.

Regresó con una bolsa de tela que tintineaba con el sonido de las monedas. "Aquí tienes. Asegúrate de obtener la mejor calidad de jabalí disponible", instruyó, entregándole la bolsa.

Martín asintió con gratitud y se apresuró a tomar la bolsa. "Gracias, señor. Haré los arreglos necesarios de inmediato", dijo antes de retirarse de la oficina del mayordomo principal y emprender su camino de hacia la puerta del castillo.

Aceleró el paso por las calles empedradas del pueblo, con la bolsa de monedas golpeando rítmicamente su muslo.

Al llegar a la carnicería, saludó al carnicero, un hombre robusto con delantal manchado de sangre. "Buenos días, señor. Necesito adquirir una buena cantidad de carne de jabalí para el castillo", dijo Martín

El carnicero miró a Martín con interés. "¿Qué quieres, un jabalí entero o en piezas? Acaba de llegarme uno de unas 180 libras romanas, ¿te interesa?"

Martín asintió ante la sugerencia del carnicero. "Perfecto, necesitaré el jabalí entero,¿ cuanto costaría?"

El carnicero respondió con una sonrisa. "El jabalí entero costaría 72 dinares de oro, pero como eres tú, te lo dejaré en 70. ¿Quieres que te ayude a llevarlo?"

Martín consideró la oferta del carnicero y reconoció que cargar más de 180 libras romanas sería una tarea difícil para él solo. "En realidad, sería de gran ayuda, gracias", respondió con gratitud.

El carnicero, al ver la necesidad de Martín, llamó a su hijo para que se quedara vigilando la tienda mientras él acompañaba a Martín a buscar el jabalí. El hijo asintió con entendimiento y se quedó en la tienda, asegurándose de atender a cualquier cliente que llegara mientras su padre ayudaba a Martín.

Martín y el carnicero se dirigieron hacia donde estaba el jabalí, ubicado en la parte trasera de la carnicería. Con habilidad, el carnicero levantó al imponente animal por los hombros, mientras Martín sujetaba las patas traseras para ayudar a cargarlo. Juntos, con esfuerzo y determinación, llevaron al jabalí hasta una robusta carretilla que el carnicero utilizaba para transportar grandes piezas de carne.

Con cuidado, depositaron al jabalí en la carretilla, asegurándose de que estuviera bien acomodado. Martín agradeció al carnicero por su ayuda mientras se preparaban para llevar el preciado ingrediente de regreso al castillo. El carnicero asintió con una sonrisa y deseó a Martín buena suerte con la preparación de la comida.

Con el jabalí seguro en la carretilla, Martín y el carnicero emprendieron el camino de regreso al castillo.

Al llegar a la puerta del castillo, Martín divisó a los guardias que custodiaban la entrada. Con determinación, se acercó y les explicó la situación: "¡Necesitamos ayuda para transportar este jabalí hasta la cocina! ¡Es para la comida que la señora Urraca ha ordenado preparar de inmediato!"

Los guardias, al escuchar la urgencia en la voz de Martín, asintieron y se apresuraron a acudir en su ayuda. Juntos, levantaron la carretilla con el jabalí y comenzaron a llevarlo hacia el interior del castillo, sorteando los pasillos hasta llegar a la cocina.

Mientras los guardias cargaban al jabalí hacia la cocina, Martín se acercó al carnicero para completar la transacción. Con determinación, sacó la bolsa de tela que el mayordomo principal le había entregado y extrajo los 70 dinares de oro acordados por el jabalí.

"Gracias por tu ayuda y por el jabalí de alta calidad", dijo Martín mientras entregaba las monedas al carnicero.

El carnicero recibió el pago con una sonrisa de gratitud y asintió. "Ha sido un placer hacer negocios contigo, Martín. Estoy seguro de que la comida será todo un éxito", respondió con sinceridad.

Martín asintió con una sonrisa y agregó: "Después de llevar el jabalí a la cocina, te devolveremos la carretilla. Gracias nuevamente por tu colaboración".

Con el pago completado y el acuerdo hecho, Martín se apresuró a reunirse con los guardias y ayudar en el transporte del jabalí hacia la cocina.

Una vez en la cocina, Martín y los guardias depositaron con cuidado al jabalí cerca de los cocineros, quienes inmediatamente comenzaron a prepararlo para su uso en los deliciosos platos que se servirían más tarde.

Martín agradeció a los guardias por su ayuda mientras observaba cómo los cocineros se ponían manos a la obra con el ingrediente recién adquirido. Con el jabalí entregado con éxito, Martín se sintió aliviado de haber completado su tarea y se dispuso a seguir colaborando en la preparación de la comida bajo la atenta dirección de Diego, el cocinero principal.