Andrés y Estefanía se abrazaron, buscando consuelo en el calor del otro. Un viento helado comenzó a soplar por las rendijas de la cabaña, apagando las velas y creando una atmósfera aún más lúgubre. De repente, la puerta se abrió con violencia, y una oscuridad sin forma, como una ola de tinta negra, irrumpió en la habitación.
La oscuridad no tenía cuerpo, solo una presencia abrumadora que lo consumía todo. Un aura de terror y pánico se apoderó de Andrés y Estefanía, quienes se vieron envueltos en una niebla espesa que les impedía ver y respirar. La oscuridad los envolvía, absorbiendo la luz y la esperanza, dejando solo un vacío de terror y agonía.