Narra Alekxandra
Sentí cómo cada rincón de mi pecho se contraía de ansiedad.
Anastasia me mintió y lo hizo de una manera cruel. Era como si toda mi vida hubiera estado envuelta en una especie de pantomima, sufriendo y preguntándome por un padre que para empezar ni siquiera me pertenecía. Ahora entendía por qué ese hombre no se tomaba la molestia de buscarme.
Me senté lentamente en la cama y entre en trance, poniendo en duda todo lo que me había contado mi madre. Recordé cuando la hija de Alekxander parloteaba en el baño con las demás chicas. ¿Y si esos rumores eran ciertos?
Volví a mirarla, mis dedos temblorosos intentaron tallar mi sien en un reflejo de nerviosismo y mi boca se secó dejándome un sabor amargo. Las náuseas matinales hicieron su aparición y pude sentir cómo mi estómago quería contraerse. Cerré los ojos y una arcada atacó, sin embargo, no había absolutamente nada. Mi estómago estaba vacío. Empuñé la mano y tensé la mandíbula en un intento de aguantarlo y de asimilar cada palabra.
—Alek —habló con preocupación y sentí sus pasos. Se bajó a mi altura y tomó mi mano que yacía en mis piernas— ¿Estás bien?
Negué todavía con los ojos cerrados. Estaba muy mareada y un calor abrasador invadió mi cuerpo.
—Jamás lo estaré —murmuré con debilidad— me espera un infierno estos meses y todo por tu culpa.
Silencio.
—Ven, recuéstate —me tomó de la mano y esta vez no me opuse— ¿Estás enferma? ¿Qué tienes?
Acarició mi cabello con gentileza.
—¿Tú qué crees? —abrí los ojos y la observé— estoy embarazada, mamá —revelé y mi voz casi se diluyó en mis cuerdas vocales. Ella abrió los ojos de par en par, atónita. Sus ojos se llenaron de lágrimas y tocó mi barbilla suavemente con gentileza.
—Alek —se lamentó— nunca quise que esto sucediera. Me siento demasiado culpable pero no tenía opción mi amor.
La ignoré, la cólera corría por mis venas, pensando en todo lo que tenía que abandonar de ahora en más... Mis estudios, la universidad por este hijo que no deseé crear.
—No me importan tus lamentos ni tus disculpas, así que te pediré que las guardes para ti— le propuse— nada de lo que digas va a cambiar el hecho de que me arruinaste la vida junto con ese hombre infeliz violador. Ahora tengo que cargar con el pecado de las acciones de un hombre, que crece dentro de mí, y que, de una manera u otra no imputa ningún pecado.
—Lo sé, cariño se que no merezco tu perdón, sé que me escondí como una cobarde y te dejé a la deriva con ese hombre. Sin embargo, estarías muerta, de haber sido de otra manera. Preferí protegerte.
—Él me violó— sollocé— él utilizó mi cuerpo... Me humilló y me trató como una maldita basura. Me siento tan miserable mamá, me siento tan asquerosa.
Sus lágrimas se derramaron en sus mejillas y no pude evitar derrumbarme también. Ella estaba sintiendo mi dolor y sufrimiento.
Se quedó muda, porque le había advertido que nada de lo que dijera iba a tener sentido.
—Sé que ahora mismo estás cegada por la furia y te entiendo, pero yo soy tu madre y eso es algo que nunca va a cambiar.
—Quiero que te vayas —le pedí— quiero estar a solas. Yo te buscaré cuando quiera saber la verdad, por ahora déjame asimilar el hecho de que sigas viva y me vea obligada a perdonarte.
—Está bien —pronunció— pero quiero que sepas que puede ser demasiado tarde si tardas demasiado en buscarme. Porque nadie que sea yo puede explicarte mejor cómo pasaron las cosas.
—¿Quién más lo sabe?— cuestioné.
—Él lo sabe— respondió— él sabe que maté a su suegro. Pero no sabe que eres la hija perdida de Murad.
—Y ¿por qué te ayudó si mataste a un miembro de su familia?
—Porque quería escapar de sus responsabilidades —reveló— y me ayudó a cambio de conseguir su libertad. Sin embargo no lo hice y el precio que tuve que pagar por eso fue demasiado caro.
Ahora todo tenía sentido. Recordé la breve charla que tuve con él y cómo al final me trató como una basura. Aquella vez estuvo a punto de revelarme información sobre aquel suceso. ¿Qué lo detuvo?
Frunce el ceño aún más confundida.
—Sí. Él es hijo de uno de los socios del grupo Evliyaouglu y Yildiz, la empresa que fue de tu padre biológico. La tradición dice que los primeros hijos contraen matrimonio. No sé mucho sobre esas cosas porque Murad era muy cuidadoso con las palabras que decía.
—¿Por qué no lo ayudaste a escapar? —cuestioné con la voz temblorosa.
—Es complicado —respondió— no puedo decírtelo.
No pude evitar sentirme frustrada por el silencio de Anastasia. Estaba demasiado curiosa por saber mi origen. O cómo pasaron las cosas. Al menos hubiera sido menos difícil de comprender si no hubiera estado omitiendo cosas.
—Dijiste que me ibas a decir todo. No puedes esconderme cosas que a mí me conciernen. Tengo todo el derecho de saber qué es lo que pasa.
—Hija, temo por ti —habló después de su larga pausa, desviando mi atención—. Ese hijo que tienes en tu vientre puede ser el detonante de algo grande.
Inconscientemente mi mano subió a mi vientre y temblé aún más ante esa confesión. Me perturbé; el terror que sentí fue indescriptible.
—¿A qué te refieres?
—Puede ser tu boleto a la mansión de los Yildiz. Si le dices una palabra de esto, estoy segura de que no se dará por vencido en cuanto a dejarte en libertad.
Mis esperanzas se desvanecieron con esas palabras que me dijo Anastasia. Estaba más que claro que era un hombre sin escrúpulos y no podía confiar en su palabra.
—¿Qué es lo que quiere de mí? —cuestioné intranquila—. Él tiene su esposa, tiene dinero y puede conseguir la mujer que quiera. ¿Por qué no me deja en paz de una vez por todas?
—Porque está obsesionado contigo —dijo—. Sospecho que volverá. Ese hombre está loco. Así que, por favor, no le digas nada. Este será nuestro secreto. Al final tu padre está muerto y tú estás mejor lejos de ellos.
—Tengo mucho miedo —lloré en silencio.
—No estás obligada a tener ese bebé, Alekxandra —dijo—. Yo te voy a apoyar si quieres deshacerte de él.
Mi cara se desencajó en una mueca enfurecida.
—No lo haré. No lo voy a matar. Es mi hijo, él no tiene la culpa.
—No sabes lo que dices, Alek. Este hijo te va a atar a ese hombre, este hijo es de él y prontamente volverá por él. Entiende.
—¿Qué es lo que dices? Él no lo quiere. Incluso me pidió que me deshiciera de él.
—Eso lo dice ahora. Sin embargo, volverá por él. Buscará la manera de atarte a él.
—Hablas como si hubieras pasado toda tu vida con ese hombre, como si lo conocieras como la palma de tu mano.
—Es que yo los conozco. Cuando te di a luz yo viví un infierno porque tu padre te quería apartar de mi lado. No sabes cuánto le recé a Jesucristo para que me diera la fuerza para continuar. Yo pensé que él te quería, pero solo quería esperar a que crecieras y casarte con alguien por conveniencia y así volverse más rico asociándose con alguien más.
—¿Tan malo era?
—Él nunca me hizo daño, Alek. Yo lo amé y él me amó. Sin embargo, cuando se trata de ti y de protegerte sería capaz de asesinar a cualquiera.
Silencio.
Desvió la mirada y suspiró débilmente como si estuviera intentando recordar cosas del pasado.
—Te contaré cómo fueron exactamente las cosas, pero lo haré en el momento en el cual estemos fuera de esta casa —me dijo—. No quiero que nos escuchen hablar de un tema tan delicado.
—No iré contigo a ningún lado —le avisé—, y ni se te ocurra pedirlo. De ahora en adelante me las voy a arreglar yo sola.
—Vendrás conmigo. Eres menor de edad y yo soy tu madre.
Entendí lo que Anastasia intentaba hacer conmigo. Ella me quería utilizar nuevamente. En ese preciso momento algo me llegó a la cabeza. ¿Por qué Anastasia había escondido este secreto hasta ahora, por qué lo estaba diciendo ahora y no antes? ¿Me quería utilizar como un boleto hacia la libertad? ¿Por qué no simplemente lo pensó antes, así me hubiera ahorrado tanto sufrimiento, así me hubiera ahorrado el mal sabor que tuve con ese hombre en contra de mi voluntad? Así que me llené de valor y le dije:
—No voy a morir por tu culpa, no voy a correr el riesgo contigo.
—Tampoco puedes quedarte aquí —dijo—. No puedes quedarte en esta casa.
—¿Y quién te dijo que lo haré? Buscaré ayuda y me voy a alejar de ti. De ahora en adelante olvídate de mí, yo haré lo mismo. No te quiero en mi vida porque no me protegiste cuando debías.
Sus manos temblaban y se aferraron a las mías.
—Alek, no seas testaruda. Necesitamos estar juntas.
—No necesito estar junto a ti. Hasta ahora me las he arreglado sola. Y si pude cuidarme sola todo este tiempo, creo que no te necesito. Lo mejor será que me dejes ir con mi hermano, ya que yo merezco más que tú estar con él.
—Andres se va a quedar conmigo y tú también —aclaró—. ¿Crees que nos dejarán salir de aquí? Qué ilusa eres, Alek.
—Él me dijo que me dejaría en libertad.
Suponía que lo que significaba libertad para mí era dejarme ir de esta casa y esfumarse para siempre de mi vida.
—Se refería a que te iba a dejar en paz, no que te ibas a ir.
—¿Qué?
—Como lo escuchas, no puedes salir de esta casa. Así que sí, nos necesitamos la una a la otra. Necesitamos salir de aquí y para eso debemos estar juntas.
*Narra Sonya*
Habían pasado cinco horas después de aquella interacción entre nosotros. Mi ansiedad se incrementó al recordar una y otra vez cómo ese hombre me tomó y me tocó.
Tenía miedo, miedo de que me hiciera daño.
Estaba horrorizada.
Comencé a comerme las uñas y a pensar en cómo iba a hacer para escapar de aquí, porque para empezar ni siquiera sabía dónde me encontraba.
Solo podía ver árboles, neblina y una oscuridad tenebrosa que despedía este lugar. Era una especie de cabaña antigua abandonada.
¿Si escapaba iba a matarme? Me pregunté. ¿Si yo escapaba tenía más probabilidades de morir o de vivir? Chasqué los dientes y respiré hondo. Si tan solo hubiera tenido las manos desatadas, hubiera sido más fácil darle su merecido a ese hombre. Pero tenía que ser astuta, debía analizar a cada hombre que estuviera en esta casa antes de autodefenderme.
Escuché la madera crujir y me quedé inmóvil ante su presencia. Quería escapar de ahí. Quería salir de forma segura del lugar. La oscuridad y la neblina se volvían más espesas y no sabía cómo hacer para no ser atrapada por ese hombre de nuevo.
—¿Qué quiere? —pregunté con nerviosismo.
—Tiene que cenar —me avisó—. He preparado una sopa.
Fruncí la nariz asqueada.
—No gracias, odio la sopa. Es una comida para enfermos.
—No es una sugerencia, es una orden —me advirtió con frialdad—. Escuche, yo no seré su niñera dulce y tierna que la va a entender cuando no quiera hacer algo. Si le digo que lo haga tendrá que hacerlo sin refunfuñar.
—Es un maldito cerdo —farfullé— Ya le dije que no quiero... No tengo ganas de comer y menos en esta situación.
—Escúcheme, mi paciencia tiene un límite.
Se acercó hasta mí y tomó mi brazo con brusquedad.
—Muévase —me ordenó.
—Si quiere que me mueva, debe soltarme —le propuse—. ¿O quiere que me arrastre por el suelo?
Estaba frustrado pero no me contradijo porque sabía que si no me soltaba estaba cohibida de moverme y hubiera tenido que ayudarme, cosa que no era de su agrado.
Me soltó. Sonreí internamente, iba a lograr que me soltara. Estaba claro que él no sabía que había tomado clases de defensa personal. Estos turcos creían que las mujeres eran todas iguales: delicadas y femeninas. Pero yo le iba a demostrar quién realmente era yo. Tenía que aprovechar que él estuviera despistado porque sin duda alguna, no podía competir con su arma de fuego. Estaba dispuesta a escapar, aunque no supiera dónde diablos estaba. Era mucho mejor eso a morir aquí. Además, debía aprovechar que su patrón no estuviera aquí, de otro modo se iban a dificultar las cosas. Él era fuerte y alto, y yo no podía competir con su fuerza. Y para empezar no sabía si iba a competir con la fuerza de su gatillero, pero lo iba a intentar.
Su pistola estaba en su espalda, lo pude apreciar cuando se agachó para desatarse ese nudo. Cuando él puso sus manos en el nudo sentí como la adrenalina corría en mis venas. Intenté calamar mi pecho, pero era imposible porque mi cerebro sabía que estaba en una situación de riesgo y enviaba señales a mi cuerpo, el cual había empezado a sudar.
—Espero que se comporte bien —me advirtió—. Si intenta algo, no seré delicado.
—¿Cómo podría yo escapar de usted? —cuestioné— Para empezar, usted es un hombre y tiene un arma —me encogí de hombros bajo su mirada de desconfianza.
Me soltó las manos y acaricié la zona marcada por la cuerda. Sentí un leve ardor e hice una mueca de incomodidad. Era tedioso estar atada por tanto tiempo. Cuando me soltó los pies fue que pude reaccionar. No sé cómo lo hice, pero me incliné levemente y tomé la pistola que descansaba en su espalda. Gruñí sintiendo esa adrenalina corriéndome por las venas y mi corazón latiendo desquiciado de miedo.
Me cargó por las piernas y me dejó caer con brusquedad en la cama, sentí un leve golpe al caer de espalda sobre ella. El hombre trepó encima de mí y levanté el arma impidiendo que me despojara de ella.
Pensé en que haría; el tiempo se terminaba y mis esperanzas se volvieron polvo al saber que subestimé su fuerza. No podía competir con eso.
—Suelta el arma —exclamé empuñando duro el arma para que no me la quitara de las manos.
El hombre respiró profundamente, airado, y su cara se desencajó en una mueca de furia.
—Deme el arma —me pidió—. Si no me das el arma por tu cuenta, te irá peor.
Pero no podía dársela. No podía permitirme perder esta oportunidad de escapar. Tal vez estos eran mis últimos momentos de vida y no podía permitir que me silenciaran.
—No lo haré —negué—. No lo haré —farfullé iracunda, apretando su arma.
El hombre posó sus dos manos en mi cuello y las apretó con fuerza, y automáticamente sentí como poco a poco el aire se acortaba para mí. Lancé el arma hacia un lado y me solté por completo, exaltada, y él se tambaleó por el golpe. Reaccioné al instante y aproveché que él estaba en el suelo y corrí para buscar el arma.
Corrió hacia mí, ahora enceguecido de la furia por el daño que le había hecho. Tomé la pistola en la mano de espaldas y él se subió encima de mí, intentando quitármela nuevamente.
—le irá peor si no se tranquilizas —me dijo en un tono airado—. ¡Suelte la maldita arma!
—No lo haré, infeliz —negué—. Mejor será que me deje ir.
—Va a desear no haber nacido por ese golpe que me dio.
—Quíteme tus sucias manos de encima.
Entre el forcejeo y el peso de su cuerpo sobre el mío, la pistola se disparó, dejándome los oídos entumecidos. Perdí la fuerza por ese maldito dolor y el zumbido de mis oídos.
El hombre me quitó la pistola y tiró de mi cabello con brusquedad. Me dio una bofetada que me dejó la cara volteada y tiró aún más hasta que me vi obligada a levantarme.
Me empujó contra la cama y con unas esposas que guardaba en su bolsillo me dejó la mano amarrada a la madera.
Respiró agitadamente y posó una de sus manos en su cabeza, su labio inferior sangraba y estaba demasiado furioso.
—¡Maldición!— le dio a la madera y me sobresalté por el sonido estruendoso— agradezca que Murad la quiere viva, de lo contrario, la hubiera matado a golpes.
—¿Usted y cuántos más?— lo reté. Respiré profundamente sofocada por el esfuerzo que había hecho— no es más que un enano— sonreí con malicia— ¿tanto le costó amedrentarme? Creo que no se está alimentando bien. ¿No es así?
—Cállese— me señaló— estoy cansado de usted, le juro que la mataré si sigue hablando.
Tomó el arma y la sobó. Se sentó alrededor de la cama y posó su arma en mi mejilla.
—No sabe cuánto me hubiera gustado que cerdar la violara como la perra que es.
Temblé ante esa revelación.
—Pero Murad no quiere que la toquen y lo mató sin importar que fuera su primo.
—No sé de qué habla— expresé con voz temblorosa.
—Puede que Murad haya asesinado a cerdar y se crea que está a salvo, sin embargo, no cante victoria, de todos modos la van a coger como la perra que es.
Me endurecí por dentro con la palabra que dijo, así que una descarga de adrenalina recorrió mi cerebro y quise encararlo.
—¿Así como tu papá se cogió a la perra de tu madre?—reí.
Abrió los ojos de par en par y apretó los dientes, me dio una bofetada, mi cara ardió de una manera terrorífica y sentí como mis mejillas se adormecían.
Y sonreí, con los dientes ensangrentados. Porque sí, ese hombre era áspero. No sabía por qué actuaba de esa manera, pero estaba cansada y estresada y llena de impotencia al no lograr mi cometido.
—¿Tu papá y cuántos más?— continué con la burla— pedazo de imbécil.
Levantó la mano para devolverme el golpe pero escuché la voz de alguien más fuera.
—¿Todo bien?— cuestionó el hombre—
Escuché un disparo fuera.
El hombre se volteó y me dejó ver.
—¿Acaso se volvió loco?— inquirió tras entrar— ¿Sabe lo que le hará Murad cuando la encuentre así?
—Me importa un bledo— ladró en respuesta— si quiere que la traten como una reina debería venir él.
—¿Viste lo que le hizo a cerdar? Está diluyéndose en ácido. ¿Quieres hacerle compañía?
—Yo no soy cerdar, yo soy Mehmet— replicó con altivez.
—Mehmet— dije en un tono burlón — Mehmet el debilucho.
La adrenalina se fue desvaneciendo y el dolor hizo su aparición, comencé a sentir mi cuerpo débil y me dejé ir, me desmayé bajo la mirada de esos hombres.
No me importaba nada, solo quería descansar.
Escuché golpes. Abrí los ojos aturdida y me incorporé con dificultad. Recordé todo lo que pasó y cómo me volví una fiera por instinto de supervivencia, pero eso no fue suficiente para escapar de este infierno.
Me dolía la mejilla y comencé a acariciar esa parte de mi cara golpeada. Gemí de dolor y se me salieron las lágrimas.
Agucé mis oídos y ese sonido se continuó escuchando a lo lejos. Fruncí el ceño y aparté la mano de mi rostro para centrarme en el lugar de donde provenían esos sonidos raros. Para mi suerte estaba desatada y me pareció demasiado raro después de haber intentado escapar.
Decidí salir de la habitación y bajar las escaleras. La madera crujió, a pesar de que fui muy cuidadosa. Ese sonido raro se escuchaba aún más cerca mientras caminaba por uno de los pasillos.
Escuché el sonido de una respiración sofocada.
—¿Cómo te atreviste a tocarla?— gritó la voz de ese hombre. Estaba demasiado furioso, pude notarlo al mirar por la rendija de la puerta.
Tragué saliva al ver el panorama. Era como una carnicería y el rostro de aquel hombre que yacía de rodillas en el suelo estaba totalmente desfigurado. El se encontraba atado de brazos.
Temblé. Su cabeza estaba abajo y tiraron de su cabello con fuerza.
—Te vas a arrepentir de lo que hiciste— le advirtió—no seré condescendiente con nadie, ¿me escuchaste?
Abrió los ojos y sonrió, mientras la sangre de su boca se derramaba en la barbilla.
—Si no quieres que nadie golpee a tu princesita, deberías venir a cuidarla tú mismo— le sugirió sin ningún titubeo.
—¿Saben por qué mueren?— les inquirió a tres de sus hombres, los cuales estaban observando en silencio—porque solo quieren ser premiados y no se esfuerzan por ganarse el premio. ¿Ustedes creen que me importa la convivencia de tantos años si no hay lealtad?— Hizo un ademán con el arma en su mano—. ¿Ustedes creen que ser mi familia los hará quedar exentos de lo que hagan?
Tragué saliva intranquila. ¿Todos eran familia? ¿Cómo era posible que fuera capaz de hacerles eso a sus familiares? Estaba perturbada intentando entender todo.
—Creen que... ¿pueden hacer lo que se les dé la gana con lo que es mío?— sonrió con malicia.
—Mehmet es tu primo, tiene una esposa y una hija— habló uno de los hombres—no deberías asesinarlo por golpear a esa mujer.
—Nadie puede decirme qué debo hacer... Les diré algo: yo haré otro ejemplo. Si no puedo ser respetado, entonces... seré temido.
Soltó la pistola y se movió hasta la mesa. Mis ojos se movieron buscándolo porque lo había perdido de vista, así que volvió a su lugar, ahora con una espada en la mano.
¿Qué diablos iba hacer?
Con su mano bajo levemente la cabeza del hombre y subió sus brazos hacia arriba. Se me secó la boca y mi corazón latió apresuradamente desquiciado por el miedo. En un abrir y cerrar de ojos la cabeza del hombre yacía en el suelo y yo no pude soportarlo mas.
Grité fuerte, muy fuerte.