Narra Emir
Me tensé pero logré esconderlo porque no podía permitir que me descubrieran. Estaba furioso conmigo mismo porque no pude evitar que Kemal y su hermanastra vieran a Andrés. Sin embargo, ya no importaba lo que él dijera, yo iba a negarlo. Era eso o tener que dar explicaciones sobre todo lo que había acontecido entre la hija de Anastasia y yo.
No podía decir nada de lo que estaba pasando porque mis planes se iban a ver afectados por el moralista de mi mejor amigo. Estaba seguro de que él no iba a consentir mi relación con la hija de la asesina de su padre adoptivo y mucho menos cuando supiera de qué se trataba de una chica tan joven. Ya estaba escuchando su voz en mi cabeza calificando mi persona con adjetivos negativos.
—No sé de qué me estás hablando Kemal— mentí descaradamente—¿Acaso te volviste loco?
—¿Tienes la gallardía de mentirme?— cuestionó incrédulo— no puedo creer que pienses que soy tan estúpido para creer que lo que me dices es verdad.
—Escucha, en realidad no sé quién es el hijo de Anastasia— repliqué—jamás lo he visto. Pero si quieres puedes esperar a que la mujer regrese y así puedes interrogarla.
—¿De quién crees que sea hijo? Dos personas no pueden tener el mismo rostro Emir.
Era obvio que no. Pero existía la posibilidad de que alguien se pareciera a otra persona.
—Estoy cansado de tus interrogantes, como si yo fuera un maldito criminal. ¡Tengo muchas cosas que hacer como para estar perdiendo el tiempo con los hijos de Anastasia!
—Algo tramas— afirmó muy seguro—¿Te recuerdo la conexión que había entre ustedes? ¿Crees que me he olvidado de las cosas que se especulaban?
—¿Ah sí? ¿Y cuáles cosas se especulaba? según tú.
—Que te acostabas con ella.
Reí.
—Nunca me interesó acostarme con ella— respondí— y si lo hubiera hecho no trataría de esconderlo. Pero como nunca me interesó te sugiero que dejes de recriminar cosas que no he hecho.
—¿Por qué me mientes? ¡¿Qué demonios está pasando?!— insistió.
—No puedo hablar en este momento, tengo mucho trabajo. Ya te dije que si quieres información del niño esperes a la madre. Así veremos si se te quitan las ganas de estar cuestionando cosas inapropiadas.
(...)
Narra Alekxandra.
Tuve un mal sueño. Soñé que un hombre sin rostro me sometía. Era mi padre.
Abrí los ojos y me senté en la cama. Necesitaba pensar en cómo iba a salir de aquí. El tiempo pasaba muy lento en este maldito lugar y la ansiedad crecía a cada instante.
Un toque en la puerta hizo que dejara de pensar en lo descolorida que era mi vida por unos instantes.
—¿Alekxandra?
Era esa voz, la voz de la señora Zhera. Por un momento creí que era él y dejé salir el aire que tomé.
—¿Sí?— respondí.
—¿Puedo pasar?
—Puedes pasar Zhera— le indiqué. Ella entró y al verme hizo lo que todos los días. Sorprenderse.
—¿Por qué estás levantada? El médico dijo que no te puedes levantar.
—Lo siento, pero yo no quiero quedarme sentada aquí, necesito salir y tomar aire fresco.
Me dedicó una sonrisa mientras se aproximaba.
—Siempre puedes pedirme ayuda cuando lo necesites— dijo en un tono materno mientras palmeaba mi hombro— ¿Sabes? Yo también tengo una hija y tiene tu misma edad. Su nombre es Aylín.
—¿Enserio?
Nos movimos lentamente y nos dirigimos al pequeño ascensor. Ella lo configuró para que nos llevará hasta el primer piso.
—Me recuerdas mucho a ella.
Mi sonrisa se desvaneció lentamente y mi ceño se frunció.
—¿Por qué hablas como si ya no estuviera?
—Es una larga historia— pronunció e intentó cambiar la expresión— si quieres podemos salir al jardín. Solo que hace mucho frío, debes abrigarte bien.
Tomó el teléfono para marcar un número telefónico y lo llevó a su oreja.
—Mónica, ¿Puedes llevar ropa abrigada al jardín? Los necesito para ahora. También trae té y galletitas.
Colgó.
—¿Dónde está mi madre?— le pregunté— ¿Por qué no ha venido a verme?
Salimos del ascensor.
—Debe estar en algún lugar— contestó no muy segura— el señor Evliyaouglu le ordenó a su personal de aislamiento que la mantuviera apartada de ti.
—Quiero verla—le pedí— necesito hablar con ella.
—Me temo que no puedo ayudarte en ello— murmuró— el señor Evliyaouglu me pidió que no interfiera en eso. Lo siento.
Quería gruñir de la molestía que sentí pero opté por tranquilizarme.
—Ya no quiero estar aquí— me expresé desesperada e incliné mi eje, para susurrar— necesito que me ayudes a escapar.
—Te aseguro que aquí estás más a salvo que allá fuera, mi niña. Puede parecer que allá fuera está tu salvación, sin embargo, si decides salir de aquí las cosas pueden salirse de control y pueden matarte.
Eso que me dijo me dejó pensando. ¿De verdad estaba más segura aquí? ¿Qué tanto poder tenían ellos? Y yo misma me conteste esa pregunta: lo suficiente como para someterme a mí.
Me arrepentí de dejar ir a mi madre. Tal vez hubiera estado contándome cómo en realidad pasaron las cosas y no estuviera preguntándome tanto.
—Anastasia me contó algunas cosas— agregué, llamando su atención. Quería que alguien iluminará mi cabeza y me hiciera entender de una vez por todas todo lo que pasó. Pensé que Zhera podía saberlo— me dijo lo que hizo en el pasado... ¿Quién era ese señor? Necesito que me cuentes todo acerca de Murad.
Se tensó y se puso cabizbaja, tomé su mano que yacía en su rodilla— ¿Acaso dije algo malo? ¿Tienes prohibido hablar de él?
Dudó para argumentar una respuesta.
—No. Solo que— hizo una leve pausa para mirar mis ojos y en ellos pude ver nerviosismo— lo único que sucede es que fue una historia muy trágica para la familia Yildiz.
Fruncí el ceño.
—¿Trabajas para ellos?— le pregunté.
Negó.
Mónica apareció en nuestro campo de visión y nos cedió lo que pedimos. Zhera me ayudó a colocarme el abrigo y Mónica se marchó, antes avisó que prepararía el té. Así que cuando ella se fue, fue que Zhera pudo argumentar otras palabras.
—En ese momento no trabajaba para ellos— dijo— pero cuando Emir se casó con la señora, sí.
—¿Cómo se llama su esposa?—cuestioné con curiosidad.
—Nurbahar. Pero todos le dicen Bahar.
Ella era mi hermana. Si lo que decía mi madre era verdad y mi verdadero padre era ese hombre entonces su sangre corría por mis venas.
Esto era tan retorcido, había estado acostándome involuntariamente con el esposo de mi hermana biológica. Me sentía tan rara. Era demasiado asqueroso. Sin duda ese hombre no tenía escrúpulos.
—Te mostraré— se incorporó y se dirigió a algún lugar de la gran sala de estar y yo la seguí con la mirada curiosa hasta que desapareció. Luego volvió con una especie de álbum antiguo.
Tragué saliva y jugué con mis dedos.
Ella se sentó a mi lado y comenzó a mostrarme fotos.
—Esta es su esposa— señaló a una mujer cuyo cabello estaba escondido en un velo. Ella estaba sonriendo, su mano y la de Evliyaoglu estaban unidas por un hilo rojo. Busqué algún parecido entre nosotras, alguna característica y la encontré. Yo tenía su nariz, y ese lunar debajo un poco más arriba de la comisura de mis labios. Sus cejas eran pobladas y negras, su tez clara, y era de baja estatura, así, como yo.
Sonreí y no podía entender por qué tenía ese sentimiento en mi pecho. Siempre había querido tener una hermana, nunca pensé que la tendría.
Ni siquiera me había dado cuenta cuando cambio la hoja. Así que mi vista volvió al álbum.
—¿Quién es él?— cuestioné al reconocerlo. Lo había visto en algún lugar, el problema era que no recordaba cuándo.
—Es Kemal, el hermano adoptivo de Bahar— dijo— Murad que en paz descanse lo adoptó cuando era un niño. La señora de la casa y el difunto señor lo criaron como si fuera de la familia.
—Imagino que cuando el señor Murad murió sus hijos quedaron devastados— murmuré sin pensarlo— pobrecitos.
—Si, ellos sufrieron demasiado. A la señora le costó mucho recuperarse de aquella tragedia. Sin duda fue algo muy duro.
Silencio. Y yo la miré.
—Y él fue Murad— pronunció y mi vista volvió al álbum. No sé qué fue lo que sentí, no puedo describirlo. Pero por una parte me sentía aliviada y aunque pude esconder lo emocionada que estaba por ponerle rostro a el hombre que era mi padre no pude dejar de sentir molestía, porque fui engañada por mi madre.
Y yo lo miré atentamente. Su cabello negro, las cejas pobladas, el mismo lunar que yo y un bigote antíguo. Como me hubiera gustado conocerlo en persona, decirle papá y poder haber tenido la dicha de estar en sus brazos.
Y entonces descubrí lo mucho que deseaba ser una niña de Papá. Y por desgracia jamás iba a tener un padre porque la mujer que me dio la vida me arrebató esa oportunidad de vivir esa experiencia y de igual manera continuaba arrebatándome mi libertad.
—Fue un hombre honorable— sonrió— era una gran persona. Ayudaba a los niños huérfanos y fue un gran padre. Sus hijos lo adoraban.
La miré a los ojos y en ellos pude ver tristeza.
—Lo siento tanto.
Sentí mi corazón acongojado.
—No te preocupes— palmo mi mano— ya ha transcurrido demasiado tiempo y poco a poco aprendieron a vivir sin él.
—¿Cuánto tiempo transcurrió?— inquirí.
—Quince años de su muerte.
Jamás olvidaría ese rostro, ese lunar que adornaba la comisura de sus labios. Esos ojos marrones que inspiraban confianza. Era mi padre. Al final había quitado un peso de mi hombro, porque toda mi vida había creído que era la segunda opción, toda mi vida había sentido ese rechazo hacia mi persona. Me reconfortó saber que allá fuera, alguna vez estuvo mi padre luchando por mí independientemente de su arcaica cultura.
—A pesar de ello no era un santo— habló luego de su gran silencio— una vez me tocó trabajar en la mansión, en un cóctel de negocios... Se celebraba el quinceavo aniversario de la empresa de cosméticos. Aquella noche se celebraba el lanzamiento de una nueva fragancia masculina, la cual se había convertido en popular. En ese mismo año tu madre se había introducido a la mansión, el señor Evliyaouglu la contrató para educar a su hijo desde casa. Esa noche, yo los ví. Los ví besándose. Jamás le dije esto a nadie, ni siquiera a la señora.
Abrí los ojos de par en par.
Anastasia me dijo que ella solo quería protegerme pero con esta nueva revelación había puesto en duda todo lo que me dijo.
¿Acaso mi madre era una mujer inmoral? ¿Acaso no conocía a la mujer que se hacía llamar mi madre? ¿Continuaría queriéndola a sabiendas de que prácticamente me vendió y no solo eso, le quitó la vida a mi padre?
¿Merecía mi perdón?
¿Y por qué Zhera me estaba confesando esas cosas? ¿Acaso ya sabía que yo era la hija perdida de ese hombre?
—Desde ese momento ellos dos robaron mi atención— continuó— no podía evitarlo y lo que antes eran saludos cordiales cada vez que el señor Murad nos visitaba habían tomado otros significados. Otros no lo veían pero yo sí, yo podía notar sus coqueteos y sus miradas furtivas. A pesar de que el señor Murad era un gran hombre, no hizo méritos siendo un buen esposo.
—¿La señora llegó a saberlo? ¿Ella llegó a descubrir que ese señor tenía un amorío con mi madre?
—Lo sospechaba sin embargo, nunca lo confirmó.
—Ella le quitó la vida— repliqué— supongo que lo confirmó con eso.
—Los hermanos de Murad dedujeron que esa mujer se infiltró a trabajar con el objetivo de ultimar a su hermano.
—¿La razón?
—Todavía intentan descifrarlo. Ellos creen que pudo ser alguien de otra tribu cercana.
Fruncí el ceño
—¿Tribus?
Asintió.
—¿Cómo funcionan?— cuestioné con curiosidad.
—Zhera— escuché una voz femenina—¿Puedes venir un momento?
Ella me quitó toda la atención.
—Enseguida voy, Mónica—le respondió. Y luego, palmo mi mano.
—Continuaremos está conversación más tarde, linda.
Asentí.
(...)
Narra Vladimir Petrov
Extrañaba a San Petersburgo y el olor a chocolate caliente de la abuela, la cual nos recibió con mucha alegría. Mi abuela materna era como un sol cálido en la mañana de un lugar tropical.
Mi madre, de igual manera, estaba encantada con su presencia, y es que desde que pasó el suceso con mi padre no la veía sonreír así, tan genuinamente.
Mi abuela Irma vacacionaba en un lugar apartado, parecido a una especie de cabaña perdida en el bosque. Así que todo lo que veía alrededor eran árboles, y el suelo estaba invadido por capas de nieve. Me preguntaba si el lago estaba congelado y recordé que muchas veces cuando lo visitamos me perdía horas y horas fotografiando la naturaleza.
—Vladimir, pero ¡qué alto estás!— exclamó encantada, sus ojos verdes me observaba con fascinación— la última vez que te ví estabas de mi estatura. Te has convertido en un hombre.
Le sonreí.
—Tu estás tan bella y elegante como siempre— le halagüe— ya se de donde viene el buen gusto por la moda.
Mi mamá sonrió y ella la miró y le devolvió el gesto.
—Sasha, hija, ¿Cómo has estado?
Se abrazaron.
—Aunque las cosas han sido bastante difíciles intentó estar bien.
—Ya estás con mamá. Aquí van a poder distraerse.
Cuando mi abuela se separó de mi madre volvió a prestarme atención.
—Te he comprado algo que te va a gustar— me dijo— no te muevas de aquí, iré por tu regalo.
Asentí sonriente.
La ví marcharse.
—¿Te gusta, Vladimir?— mamá rompió el silencio.
—Es muy lindo todo— contesté.
—Aquí venía con papá que en paz descanse cuando queríamos vacacionar en invierno. Era divertido andar en trineo. Si quieres podemos armar uno ¿qué te parece?
—Me encantaría.
Mi abuela regresó con una mediana caja envuelta con papel amarillo y por encima de la tapa de cartón tenía adherido un moño.
—Abuela, no te hubieras molestado.
—No te preocupes— me dedicó una sonrisa gentil— se cuanto te gusta lo que hay dentro, espero que sepas sacarle el mejor provecho.
—¿Qué es?
—Si te digo que es ya no será una sorpresa.
Nos sentamos y yo comencé a abrir la caja. Y lo que ví me emocionó demasiado.
—Por Dios, no puedo creerlo— exclamé atónito y feliz— es una cámara profesional.
—Esta muy bonita mamá, muchas gracias— habló Sasha.
—No fue nada.
—En esa cámara puedes grabar y tomar fotos— me dijo— sé que ya lo sabes. Por qué debes tener una colección? Por una extraña razón no la tienes.
—Es que había abandonado mi hobby de la fotografía, por eso no me animaba a comprar otra cámara —respondí.
—Eres muy bueno en lo que haces. Por favor, ya no desperdicies tu talento. Hay tantas cosas bonitas aquí para fotografiar. ¿Tienes novia, Vladimir?
—No —contesté.
—Pues —se acercó para murmurar— aquí entre nosotros, hay muchas chicas lindas por aquí.
Sonreí.
—Tal vez puedas ir a explorar con tu lente y capturarlas.
(...)
Le hice caso a la sugerencia de la abuela. Me encantaba el clima y explorar la naturaleza, aunque para algunas personas, decían que no se puede apreciar nada con la nieve, es todo lo contrario.
Dejé libre la pequeña cámara y la llevé hasta mi nariz, buscando un gran ángulo que me demostrara que los demás estaban equivocados. Ella pudo capturar a una pequeña ardilla recorriendo uno de los grandes árboles.
También capturé una imagen del cielo. Me llamó la atención cómo se veían alineados los árboles debajo del cielo, repletos de la nieve que había dejado de caer.
Supe que debía explorar más, pero el cielo estaba oscuro. Sin embargo, podía hacerlo. Supuse que el camino de árboles me llevaría a un lugar donde hubiera más novedades.
Quince minutos de caminata y muchas fotos después, pude detenerme en lo que parecía ser una lujosa mansión. Así que me quedé ahí, mirando.
Empecé a tomar fotos de la arquitectura desde diferentes ángulos y puntos.
La arquitectura de esa mansión era distinta a la que había estado acostumbrado. Parecía más un gran castillo extranjero, pero con la diferencia de que era más moderna.
Colgué la cámara en mi cuello y aproveché para subirme a uno de los árboles para observar más de cerca esta gran obra de arte. Con dificultad, me elevé sosteniendo mi peso en uno de los troncos. Subí mis pies y, en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba arriba de ese árbol.
Cuando logré mirar desde dentro de mi cámara, me detuve por unos momentos. Vi una figura femenina, ella estaba sentada cabizbaja.
Era ella y no dudé, le tomé una foto para asegurarme de que lo que vi era real. Pude ver cansancio en su postura, ni siquiera podía estar relajada. Noté que se acomodó hacia atrás y recostó la cabeza en el mueble que la sostenía y suspiró, aliviada.
Me pregunté si estaba viendo una ilusión y si era verdad que hacía ella aquí cuando todos la estábamos buscando. ¿Acaso estaba secuestrada? ¿O estaba ahí por voluntad propia? Debía averiguarlo.
Mi corazón palpitó fuerte de ansiedad. No sabía cómo actuar ante esa situación. No quería irme, pero estaba oscureciendo y podía estar expuesto a cualquier peligro.
Busqué más puntos de entrada con la cámara y observé un auto en movimiento. No dudé, le tomé una foto. Era un Mercedes Benz que se deslizaba hacia la entrada de la puerta. Enfoqué la placa, sin embargo, no pude capturar la imagen.
El auto desapareció al entrar por el portón grande. Sólo vi que se detuvo delante de un arbusto y eso me obstruyó más la vista.
La puerta delantera del auto se abrió, entonces lo vi, a un hombre. Era alto, castaño, y llevaba una gabardina negra que le cubría hasta la rodilla, dejando apreciar más abajo su pantalón. Solo pude tomarle una foto de espaldas porque escuché una voz.
—¡Oye! —me gritó una voz masculina— esto es propiedad privada.
Lo miré y estaba lejos, así que colgué mi cámara sobre mi cuello y no supe cómo bajé de aquel árbol sin romper mis piernas, pero lo logré.
—¡Detente, niño! —me gritó, pero no pude hacerlo porque no podía permitir que me detuviera. No sabía si Alekxandra se encontraba en peligro y debía ayudarla.
Corrí lejos, hasta que creí perderme de vista. Estaba oscuro y logré esconderme detrás de uno de los árboles. El hombre giró la cabeza en ambos lados buscándome, pero no logró encontrarme. Así que se rindió.
Narra Alekxandra.
Me observé en el espejo y repasé una y otra vez mi vientre; a pesar de que no había ningún cambio, por los pocos meses me sentía demasiado abrumada por este bebé que se estaba creando ahí dentro.
No estaba segura de quererlo. Al final, Evliyaoglu tenía razón: todo esto era por mis creencias religiosas y porque no sería capaz de asesinar a un ser tan puro e inocente. No quería convertirme en un monstruo, no quería ser como su padre.
Ni siquiera sabía lo que quería para mi vida. Tal vez en el transcurso del tiempo iba a descubrirlo y esta angustia de no sentir amor por este bebé iba a desvanecerse.
Pensé que tal vez si las cosas hubieran sido distintas y él no hubiera aparecido en mi vida, estaría muy feliz y otra vida me esperaría.
Tenía la esperanza de que las cosas iban a cambiar en algún momento y esto era un gran avance. Lograr que desistiera de estar cerca de mí, lograr que, de una manera u otra, tuviera una pizca de remordimientos.
Pensé en Sonya y mi pecho se contrajo. Lágrimas se derramaron, tan solo de pensar que no podía hacer nada para ayudarla.
No iba a poder soportarlo si algo malo le ocurría. Estaba desesperada y tenía las manos atadas. Sequé mis lágrimas y me incliné sobre el lavabo, abrí el grifo y lavé mi rostro. Cubrí mi cuerpo con la toalla y cuando me giré, noté la presencia de alguien en el umbral de la puerta, y me sobresalté al encontrarme con esa mirada zafiro, la cual estaba puesta en mí. Y cuando descubrí que estaba observando mi figura descaradamente, lo fulminé con la mirada.
—¿Qué haces aquí? —cuestioné. Su presencia me hacía estar nerviosa.
—Quiero hablar contigo —dijo en un tono tranquilo—. ¿Por qué estás levantada? Se supone que debes cuidarte.
Estaba confundida por su repentina preocupación. Me extrañaba lo considerado que se volvió.
—¿Desde cuándo te importa mi bienestar?
Sonrió levemente.
—Desde que supe que estabas delicada de salud. Tiene sentido, ¿no?
Tragué saliva.
—¿Qué quieres? Dijiste que me dejarías en paz, pero todavía estás aquí.
—Cambié de opinión —replicó. Me tensé y maldije en mi cabeza. Era demasiado bueno para ser verdad.
—¿Dónde está mi madre?
Estaba por alterarme, aunque hacía el mejor esfuerzo.
—Ordené que la instalaran en una habitación apartada de ti —respondió.
—¿Por qué? No tenías ningún derecho de hacer eso. ¿Ahora me vas a prohibir que tenga contacto con mi madre?
—¿Pretendes inspirarme?
—¿Puedes salir? Estoy desnuda y no quiero que me veas así.
Sonrió descaradamente mientras observaba mis piernas desnudas.
—No es nada que yo no haya visto.
—Eres un descarado y poco hombre que ni siquiera puede cumplir su palabra —despotriqué en su contra— eres un imbécil.
Se quedó tranquilo ante mi histeria.
—Necesito que hablemos, Alekxandra —propuso— no te alteres, no quiero que le pase nada a nuestro hijo.
—¿Nuestro hijo? —reí sin gracia— escúchame bien, este bebé nunca será tuyo. Desde ahora te digo que nunca lo vas a conocer.
—¿Quién me lo va a impedir? Tú no puedes impedirlo. Es mi hijo y, por lo tanto, tendrá mi apellido, quieras o no.
—Después que querías que me deshiciera de este bebé, ahora vienes como si nada hubiera pasado. ¿Quieres jugar a la casita feliz conmigo?
—Quiero que seas mía —repuso— quiero que nos casemos.
—¿Qué?— murmuré sin poder creer la ridiculez que había dicho. Y mi corazón palpitó fuerte.
—Ya escuchaste.
— Mamá tenía razón, ella no se equivocó cuando me dijo que volverías a martirizar mi vida.
Me llevé el cabello hacía atrás con frustración y respiré profundamente, intentando calmar esta maldita ansiedad. Él no iba a desistir de esto, él no iba a dejarme ir tranquila. Parecía que cada día que pasaba, la obsesión que tenía por mi persona crecía mucho más.
—A ella no le importó dejarte conmigo, así que no deberías de escucharla.
—Emir, ya déjame ir —le supliqué— tienes una esposa, eres exitoso, puedes tener a la mujer que quieras. Así que déjame ir con mi bebé, ¿sí?
Busqué su aprobación y no logré conectar con su mirada, al contrario, se acercó lentamente a mí y su imponente estatura me hizo sentir pequeña. Temblé cuando su mano tibia tocó mi mentón. No quería mirarlo a los ojos porque sabía que iba a sentirme más culpable por lo que estaba sintiendo ante su toque.
—No te dejaré ir, jamás voy a renunciar a ti —aseveró— jamás dejaré que te vayas, y es bueno que lo entiendas.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Eres un maldito psicópata —pronuncié con voz llorosa.
—Pero me deseas —murmuró— tanto así que estás temblando.
—No estoy temblando de deseo, estoy temblando porque no puedo matarte, imbécil.
Levantó una ceja y su expresión era de burla.
—Te ves tan hermosa cuando arrugas la nariz. ¿Puedes hacerlo otra vez?
—No estoy bromeando.
—Yo tampoco —negó— así que, no me importa lo que digas, tú serás mi esposa.
—No seré tu esposa, primero muerta, ¿me oyes?
—No serías capaz de quitarte la vida.
—No me subestimes.
—No te subestimo, lo único que sé es que por más que quisieras irte, jamás dejarías a un hijo sin su madre. ¿O me equivoco?
Tenía razón. Jamás dejaría a mi bebé con él.
—En eso tienes razón, jamás dejaría a mi hijo contigo. Eres la escoria más grande que ha parido esta tierra.
—No me excites, sabes que no puedo darte duro como quisiera.
—Maldito pervertido asqueroso.
—¿Ya se terminó la tregua? —asentí— ¿Sabes? Esto se va a poner divertido. Es divertido cuando me maldices, te haces la difícil y luego caes doblegada ante mí, Alekxandra. Me encanta cuando tus maldiciones se vuelven gemidos de placer.
Lo empujé y quise escapar, pero él fue más rápido y tiró de mi brazo delicadamente. Cuando me jalo, mi cuerpo chocó levemente con su musculatura abdominal.
—Te niegas a escuchar mis palabras porque sabes el efecto que tienen en ti —cerré los ojos y sentí uno que otro calambre recorrer mi vientre— Mira como tiemblas de deseo.
—Si de verdad te importa tu hijo, te pido que por favor no me hagas daño.
—No te haré daño. Solo quiero demostrarte que no puedes escapar de mí porque, para empezar, en el fondo, tú me deseas.
—No me importa lo que creas, solo sé que nunca más volverás a tocarme, ¿me escuchaste? Y no me casaré contigo, no lo haré. Primero muerta.
Quise escaparme de su agarre y él lo notó, así que su agarre se volvió fuerte.
—¡Lo harás! —aseveró— te casarás conmigo y tendremos a nuestro hijo. Quieras o no.
—Eres un maldito cerdo asqueroso, me das asco Emir. Cada día te aborrezco más.
Su brazo musculoso se enredó en mi cintura y sus dedos tibios descendieron sobre mi cadera desnuda.
No podía describir lo que sentía cada vez que él me tocaba. Era como si él fuera un imán y me atrajera hacia él. No lo podía negar, me gustaba, en el fondo me gustaba lo que él me hacía. Me encantaba su severidad, pero no era sano.
Estaba volviéndome loca por él, por sentirlo nuevamente entre mis piernas, llenándome con su gran virilidad y gimiendo con cada acometida suya.
Nada de esto me estaba ayudando. Cada día descendía, cada día que pasaba sentía que me enloquecía más. Estaba entre la delgada línea de huir de mi verdugo, pero por otro quería quedarme en sus brazos, en esta maldita adicción, perdida en sus ojos, perdida en esa maldita descarga de adrenalina que me provocan sus caricias.
Suspiré.
—¿Acaso te gusta que te maltrate? —mordí mi labio inferior y lo miré con deseo— ¿por eso te gusta desafiarme?
Sentí como los músculos del vientre se tensaron.
—No hagas esto Emir —pronuncié con debilidad— no me toques.
—No quieres que te toque, pero no haces ningún esfuerzo por escapar de mi lado.
Su mano se escapó a mi trasero desnudo, bajo la toalla, y lancé un sonoro jadeo cuando mi parte íntima tembló por dentro.
Estaba nerviosa, tanto así que empecé a transpirar.
—Tu cuerpo te delata, chiquilla testaruda —continuó— pero insistes en hacerte la difícil.
Tragué saliva y desvié la mirada.
—Déjame ir —rogué— ya suéltame.
Estaba anonadada.
—Cásate conmigo —se acercó a mi boca y no pude poner más resistencia. Él me besó y yo correspondí.