El sonido de las manecillas del reloj colgado en la pared de la oficina del doctor ambienta el lugar. Takeuchi, sentado en su asiento, presiona sus muslos y tensa los hombros, desviando la mirada en todo momento.
—No sabía que usted era quien me había buscado. Que irónico, ¿no?—
El doctor guarda silencio y enfoca su atención en la hoja. Esboza una sonrisa y ríe satisfecho.
—Parece que le agradaste a nuestro amigo. Habla muy bien de ti—
—No sé si pueda decir lo mismo— responde Takeuchi con una risa nerviosa.
El doctor guarda la hoja en el bolsillo de su bata y fija su mirada en Takeuchi.
—Supongo que todo esto debe tenerte muy confundido, así que seré claro—
Takeuchi se mantiene callado. Enfoca toda su atención en el doctor.
—Dime, ¿qué piensas de los cazadores?—
Takeuchi se agarra la nuca y se rasca la cabeza.
—Bueno, la verdad, no estoy muy seguro que decirle. He oído rumores pero…—
El doctor mantiene su mirada en Takeuchi. De la frente del muchacho, gotas de sudor comienzan a caer.
—Ya veo—
El doctor acomoda sus lentes. Coloca su mano sobre su mentón y cierra los ojos.
—¿Y si te dijera que podrías pagar tu deuda sin tener que mancharte las manos?—
—¿Mancharme las manos? ¿A qué se refiere?—
—Verás, no es para cualquiera ser un cazador. Pero hay otras formas de ganar buen dinero como ellos—
—¿Cómo?—
—Simple—
El doctor le entrega un celular a Takeuchi, quien lo toma desconcertado.
—Tú serás nuestro informante—
—¿Qué? ¿Informar sobre que y a quien?—
—Estarás de encubierto en lugares donde se sospecha de portadores de sangre especial. Tú nos mandas un mensaje, lo capturamos y te damos una comisión—
Takeuchi observa su reflejo en la pantalla oscura del celular. Sus ojos verdes y su cabello castaño algo despeinado y puntiagudo, con un mechón que cae desde su frente.
En la oficina, el silencio se hace presente. El doctor apoya su rostro con sus dos manos sobre su barbilla, esperando la respuesta de Takeuchi. Por su parte, Takeuchi se queda observando su reflejo.
El silencio se ve interrumpido por el doctor, quien se levanta de su asiento.
—¿Tienes idea de por qué la sangre que buscamos fue bautizada como sangre especial?—
Takeuchi ignora al doctor. Su mirada sigue atenta a su reflejo.
—Hace ciento cincuenta años, se descubrió al primer portador de dicha sangre. Fue rescatado por unos policías de un lunático que buscaba venderlo al mercado negro. Al principio, nadie aceptaba que algo así pudiera existir. Rumores surgieron sobre su origen, desde extraterrestres hasta un experimento del gobierno—
El doctor camina hacia la ventana de su oficina. Baja las persianas y observa a las personas caminar por la calle.
—En realidad, fue más que eso. Esa sangre resultó ser la clave para la cura de muchas enfermedades. Cáncer, VIH, la que tú nombres. Todas son solo un recuerdo. La humanidad poco a poco fue aceptándolos como seres independientes. Personas como tú y como yo. Incluso, llegaron a ser considerados como héroes—
Takeuchi dirige su mirada al doctor, quien se mantiene de espaldas observando por la ventana.
—El nivel de glóbulos blancos en su sangre hace que sean el remedio perfecto para ser inmune a cualquier enfermedad, y es compatible con cualquier tipo de sangre. Y eso incluye a tu abuelo. Pero hay un problema—
El doctor toma una de las persianas, jalándola hacia abajo con fuerza desmedida.
Impactado con la reacción del doctor, Takeuchi se queda tieso en su asiento.
El doctor aprieta los dientes y golpea la ventana sin parar, formando una grieta en el vidrio.
—Los portadores comenzaron a creerse superiores a nosotros. Nosotros, quienes les dimos cabida en nuestro mundo y reconocimiento cuando eran rechazados cómo fenómenos. Incontables vidas se perdieron y todo por culpa de su arrogancia. Fueron sus aires de grandeza los que hicieron que la humanidad volviera a odiarlos—
El doctor exhala profundamente y recupera la compostura. Se sacude la bata y acomoda las persianas como estaban. Toma asiento de nuevo, estando tan tranquilo como al principio. Atónito, Takeuchi se queda callado.
—El rencor de muchos hizo que varios se unieran para un propósito en común: matar a todo aquel que portara sangre especial. Niños, ancianos, mujeres. Sin excepción. No faltó mucho para que lo vieran como un gran negocio, y comenzaron a venderlo a la comunidad científica por grandes sumas de dinero. El santo Grial de nuestros días, diría yo—
El doctor extiende la mano a Takeuchi con una mirada fría y sombría.
—Si te nos unes, no estarás asesinando gente. Estarás salvando vidas. Y te prometo, que la de tu abuelo será la primera en tu lista. Dime, Takeuchi, ¿dejarías morir a tu abuelo por proteger a personas que no moverán ni un dedo para salvarlo?—
Takeuchi medita en su mente sobre la historia que le ha contado el doctor. Un escalofrío recorre su espalda.
—¿Qué debo hacer? Yo quiero que mi abuelo viva pero, si acepto…—
El sonido de su corazón latiendo retumba en sus orejas como si diez tambores se tocaran al mismo tiempo justo a su lado.
—De verdad, ¿seré inocente de toda la sangre que se derrame?—
Takeuchi extiende su mano y estrecha la del doctor.
—Prométame que no le dirá nada de esto a mi abuelo— dice Takeuchi, serio y con su mirada agachada.
El doctor sonríe de oreja a oreja, mostrando una satisfacción retorcida en su rostro.
—Bienvenido, Takeuchi—