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Chapter 7 - Entre Espadas y Alianzas: parte 4

—Señor Western, durante mi ausencia ha olvidado que declarar una guerra significa la destrucción total del perdedor. Le vuelvo a recordar: si los Halcones vuelven a perder, no tendremos misericordia —dijo Liliana, mostrando una sonrisa angelical.

Western sudó frío; sin embargo, como líder nato, no dejó que sus emociones lo vencieran. Armado con la audacia que lo caracterizaba, intentó destacar la necesidad de paz

—¿Por qué negar, una unión que traerá prosperidad y entablara buenos lazos de amistad?

—Señor Western, usted sabe el motivo por el cual nuestras familias nunca deben mezclarse. Si ha olvidado este mandato, me veo obligada a recordárselo. Una boda es imposible, debido a que el poder de Roster está divido en tres facciones.

—¿No podemos resolver todo el rencor de nuestros ancestros con esta boda? —dijo Lucero, dando un paso hacia adelante. En el proceso, tomó la mano de Axel, quien percibía las malas intenciones.

—Hermana, no es momento de insistir —dijo Beatriz, acercándose con una expresión de miedo en su mirada. Su esfuerzo por llevarse a su hermana era evidente, pero jalarla del vestido parecía no dar resultado. Lucero, en cambio, estaba completamente absorbida por los beneficios y el poder que la boda podría ofrecerle.

Un sudor frío recorría su espalda al ver la insistencia en esa mirada que le causaba pavor. Axel deseaba apartarla, pero mientras más lo intentaba, ella se aferraba con más fuerza, hasta clavarle las uñas. Liliana se acercó y sin mediar palabras, alzó la mano y un estruendoso golpe resonó en la sala.

El silencio envolvía la escena, cargado de tensión. Cada mirada impactada y cada acción inminente marcaban el momento. El golpe fue tan fuerte que Lucero perdió el equilibrio, sin comprender qué había sucedido. Lo único que podía sentir era el frío mármol en su piel desnuda y luego un ardor intenso en su mejilla.

Desde el suelo, miraba a Liliana, quien la observaba con una ira enardecida, como si fuera la peor basura que hubiera visto en su vida. Esto encendió la ira de Lucero, que logró levantarse solo para clavarle la mirada y alzarle la voz.

—¡¿Qué crees que estás haciendo con la futura esposa?! —gritó Lucero, mientras se agarraba la mejilla enrojecida. Sin previo aviso, una línea de sangre comenzó a fluir de su nariz, evidenciando la fuerza del golpe.

La ira no solo golpeó su corazón como las olas del mar, sino que también la llevó a actuar desenfrenadamente. Sin la autoridad del líder de la familia, chasqueó los dedos, y los caballeros que habían observado la escena comprendieron inmediatamente lo que deseaba su señorita. Las espadas fueron desenfundadas, y el brillo de las hojas resplandeció como una luna en la oscuridad.

Liliana, al ver esa acción, no mostró miedo. En lugar de eso, le dedicó una sonrisa que avivó aún más su ira.

—¿Qué piensas que haces, niña? —dijo ella con una risa calculada mientras los caballeros se acercaban en formación—. ¿De verdad crees que saldrás ilesa después de amenazar públicamente al líder de los Winter? Si eso es lo que piensas, que así sea.

Liliana chasqueó los dedos, y tan rápido como el sonido recorrió el lugar, unas sombras emergieron y se colocaron delante de ella. Las espadas chocaron, y el brillo implacable de las hojas se tiñó con la sangre de los caídos. Axel observaba por primera vez una escena tan brutal y reflexionaba: "¿Todo esto por una simple disputa?"

Ester, se puso delante de su señor mientras desenfundaba su brillante espada y, con voz firme, declaró: —¡Cualquiera que cruce el límite marcado morirá!

El caos de la batalla continuaba, pero a medida que pasaban los minutos, el choque de espadas comenzó a desvanecerse. Aunque Axel no temía por su seguridad, una tristeza se apoderó de su corazón al ver cómo la sangre formaba un charco rojo en el suelo que reflejaba su rostro.

De los diez caballeros de los Halcones, no quedó ninguno en pie, mientras que de los diez de Liliana, solo siete salieron ilesos. Era una victoria aplastante. Axel observó el desenlace con asombro y se preguntó: "¿Mis caballeros serán así de hábiles?"

El líder de los Halcones se mantuvo al margen durante todo el conflicto, sin mostrar pesar por la pérdida de sus más leales caballeros, quienes murieron por la orden de su heredera. Sin embargo, ahora era el momento de actuar si deseaba salvar a su hija de una ejecución pública que estaba enfureciendo a los invitados.

—¡Cómo te atreves a insultar la ceremonia! —¡No tienes vergüenza de faltarle el respeto a nuestro líder! —gritaban los ciudadanos y nobles de Roster.

La presión era tanta que la ira en el corazón de Lucero se extinguió, y finalmente comenzó a comprender las consecuencias de sus acciones. Arrodillada y con el frío de la espada rozando su cuello, miraba a quienes la insultaban. Luego vio a su padre, que parecía indiferente, y a su hermana, que, con lágrimas en los ojos, se arrodillaba ante él, suplicando que la salvara de alguna manera.

A pesar de ser la favorita y la privilegiada, Lucero se dio cuenta de que nadie iría en su defensa. Sin embargo, su hermana, a quien menos esperaba, seguía rogando por su salvación. Beatriz, sabiendo que su voz no sería escuchada, se acercó de rodillas ante el heredero de los Winter, suplicando por piedad.

Ester, levantando su espada y apuntando directamente al cuello de Lucero, exclamó:

—¡Cómo se atreven a pedir piedad después de este acto de guerra!

Aunque Ester no lo dijo en voz alta, su mirada transmitía claramente su deseo de ejecución.

—Ya basta, Ester —dijo Axel, apartando la espada—. Levántate, segunda hija de los Halcones, y deja de llorar.

Beatriz se puso de pie mientras Axel secaba sus lágrimas. —Entiendo el amor fraternal, así que solo esta vez tendré piedad. Pero recuerda esto: no habrá una segunda oportunidad.

Axel dictó su veredicto, pero parecía que sus órdenes no se aplicaban a los caballeros negros de Liliana, quienes continuaban ignorando su voz. Al ver que la espada estaba a punto de descender como una guillotina, Axel alzó la voz:

—¡Detente! ¡Es una orden!

Un silbido cortante rompió el aire cuando una daga impactó su objetivo, deteniendo la ejecución. Todos se preguntaban a quién pertenecía. Al mirar alrededor, se dieron cuenta de que era Ester.

—¡No oíste la voz de mi señor! —exclamó ella, levantando su espada en el aire y apuntando al ejecutor desde la distancia. Ester odiaba dos cosas en su vida: que se faltara el respeto a su señor y que no se obedecieran las órdenes absolutas en su presencia.

Western, por un momento, pareció reconocer algo familiar, como un eco del pasado. Sin embargo, no podía precisar a quién le recordaba. Esto lo llevó a acercarse y preguntar:

—Tu postura, tu destreza y tu determinación me recuerdan a alguien… pero no logro recordar quién.

Ester, al escuchar sus palabras, respondió:

—Un líder a menudo olvida a sus leales sombras del pasado. Solo alguien que conoce la verdad sabrá quiénes éramos en realidad.