El sol poniente bañaba el bosque en destellos verdes; cada hoja brillaba como una esmeralda a mi paso. Al observar el horizonte, vi las montañas con picos afilados, semejantes a colmillos de un guardián eterno. La mansión de los Lobos se veía imponente, con sus torres de vigilancia y banderas negras ondeando, como si fueran vestigios de una era olvidada.
Mientras avanzaba, noté las miradas de los guardianes, frías y afiladas como espadas. Sentí su desconfianza como un peso sobre mis hombros, pero no podía mostrar debilidad. Al dar el primer paso, sus espadas fueron desenvainadas como una advertencia. Una parte de mí quiso devolverles la mirada desafiante, pero recordé que no estaba aquí para empezar una pelea; al menos, no aún.
Mi misión era clara: conseguir el permiso para que mi ejército marchara contra los Halcones. No había lugar para la diplomacia, no después de lo que habían hecho. Secuestrar a mi señor… eso era imperdonable.
Con un gesto solemne, ordené a mi comitiva que esperaran. Respetar sus costumbres era un acto de buena fe. Lancé al aire el ramo de flores negras que traía y dejé que el viento hiciera su trabajo; los pétalos se esparcieron como una cascada oscura detrás de mí.
—He venido a pedir una audiencia con vuestro líder —dije con calma, midiendo mis palabras.
—Este no es un lugar para visitas, y nadie ve a nuestro líder sin razón —gruñó uno de los guardias.
Los vientos fríos me recordaban lo lejos que estaba de casa, fuera de mi elemento, en un lugar donde las cortesías y las apariencias significaban tanto. "¿Pensé que los Lobos sabían reconocer a una enviada?" me dije, conteniendo mi frustración. Nunca me acostumbraré a esto, a los modales, a las sedas... no nací para ser una damisela. Pero, a veces, ser subestimada es la mejor ventaja.
Guardé silencio mientras dejaba que mi insignia hablara por mí. Finalmente, con una sonrisa calculada, dije: "El respaldo de los Winter es suficiente para abrir cualquier puerta... ¿o debo recordártelo?"
Los guardias se enderezaron y desenvainaron sus espadas; al menos, ya no me trataban como una intrusa. Ahora lo entendía: esta insignia no era solo un símbolo, era mi llave para abrir las puertas y pedir audiencia con los fundadores. Mi señor, juro que pagaré con creces la confianza que depositó en mí.
Desde lo alto de una torre, la joven observaba con interés a la recién llegada. La enviada de la capital caminaba con la gracia de alguien acostumbrada a los desafíos, pero la sucesora de los Lobos no estaba convencida. La insignia que Ester portaba le había garantizado un acceso que pocos recibían, pero aquello no era suficiente para tranquilizarla.
"¿Qué busca realmente aquí?" se preguntó la joven, con sus manos apretadas en los bordes de su capa oscura. Habían pasado años desde que alguien usara tal autoridad sin ser un fundador.
Bajó por las escaleras con paso firme, mientras su armadura emitía ligeros ecos en el corredor de piedra. Sabía que no podía ignorar la presencia de Ester. Cuando la encontró al pie de la gran escalera, la sucesora no dudó en tomar la iniciativa.
—Señorita Ester —dijo con voz firme—, espero que vuestra presencia no perturbe nuestra paz. Antes de llevarte con mi padre, deseo saber el motivo de tu visita.
Sabía que la hija del líder intentaba ponerme a prueba. Quizá pensara que soy solo otra diplomática que busca favores. Me detuve, enfrentando su mirada con la mía.
—Veo que tienes prisa por imponer tu autoridad —dije, sin ocultar mi desdén—. Pero no te equivoques, no soy tu subordinada. Lo que tengo que decir solo debe ser oído por tu padre.
Sus ojos reflejaban una mezcla de curiosidad y desconfianza. La joven sucesora me condujo hacia el interior de la fortaleza. A pesar de la tensión, noté una rara armonía entre la naturaleza y lo moderno; sentía que la arquitectura respiraba junto a los árboles y plantas que nos rodeaban.
—No te estoy obligando, solo busco sinceridad. Es curioso verte en mis dominios, sin la presencia de tu señor.
—No vine para ser recibida con honores y respeto.
—Han pasado cuatro años desde que Axel perdió a su familia: cuatro años de miradas vacías y distancias que él nunca quiso que yo cruzara —dijo con melancolía, mientras extendía la mano para sostener una hoja seca.
—Es comprensible que mi señor alejara a los demás, incluso lo intentó conmigo.
—Deseaba volver a la capital; sin embargo, cada vez que lo hacía, él me miraba con indiferencia, hasta el punto de que mis visitas eran prohibidas.
Las estatuas de antiguos guerreros de su clan parecían observar cada uno de mis movimientos con ojos de piedra. Las ventanas del largo pasillo dejaban entrar la luz del atardecer, iluminando los tapices dorados y los retratos de generaciones pasadas. No podía permitirme cometer errores aquí. No después de lo que estaba en juego.