4 de octubre de 2015.
Han transcurrido cinco días desde que mi señor fue secuestrado. La unidad de ataque, compuesta por los mejores guerreros de la capital, ha despertado la curiosidad de los ciudadanos, lo que me lleva a comprender la necesidad de ser cautelosa.
Ayer, solicité permiso a la casa fundadora de los Lobos para cruzar sus fronteras. Ellos son los únicos con el poder de interferir en mis planes, y esa intervención es un riesgo que no puedo permitirme descuidar.
Mientras avanzamos por el sendero hacia el territorio enemigo, la brisa salada me trae los recuerdos de mi niñez; es el mismo aire que solía respirar al amanecer, cuando el sol se asomaba y los pescadores salían en sus botes. Al llegar al acantilado que nos separa de las murallas Halcones, siento el peso de la responsabilidad en mis hombros.
Revisando la formación, los soldados toman posiciones de batalla. Algunos intercambian miradas de incertidumbre, apretando con fuerza las empuñaduras de sus espadas, mientras que los veteranos se mueven con una calma sonora, como si la batalla fuera una danza que ya habían aprendido a dominar.
Mis manos tiemblan con anticipación, anhelando empuñar mi espada y teñirla con la sangre de mis enemigos. Sin embargo, en mi mente, la traición se transforma en veneno que mina mis estrategias de guerra. No puedo lanzarme al ataque junto a las tropas de Liliana; por ese motivo, las usaría como carne de cañón en mi acercamiento al fundador.
Hace noventa años, el poder de los Winter se dividió en tres facciones, conocidas hoy como los nuevos fundadores. Esta decisión del patriarca solo sirvió para calmar futuras rebeliones; ahora, ese traidor se atreve a morder a su maestro. En mi corazón hay un fuerte deseo de recuperar lo que nos fue arrebatado: el poder debe pertenecer a la familia que sirvo.
Ester alineó los binoculares, fijando su mirada en la línea de combate. La atmósfera vibraba con anticipación, y cada sutil movimiento de las tropas parecía amplificarse en el profundo silencio que anunciaba la tormenta.
Los soldados, jóvenes e inexpertos, se veían nerviosos; algunos intercambiaban miradas de incertidumbre, otros apretaban con fuerza las empuñaduras de sus espadas. A su alrededor, los veteranos se movían con una calma sonora, como si la batalla fuera una danza que ya habían aprendido a dominar.
El viento sopló más fuerte, y de repente un trueno retumbó en la distancia, y las nubes comenzaron a cubrir el cielo. Era el momento de actuar.
—¡Adelante! —gritó con voz de mando—. ¡Por la casa Winter!
Con un movimiento decidido, ajustó su manto y su capucha, alzo su espada en el proceso dando la orden de atacar. La artillería pesada disparo una oleada de misiles que impacto de lleno en las murallas. Mientras las llamas comenzaban a expandirse, sintió cómo la adrenalina fluía a través de sus venas.
Los caballeros respondieron con un rugido ensordecedor, y con una carga unida, se lanzaron hacia el enemigo. Ester esperó pacientemente hasta que las tropas aliadas de Liliana fueron diezmadas en el proceso. Sin culpa ni remordimientos por posibles traidores, calmó su inquietud y ordenó a los caballeros del juramento avanzar junto a ella. Sus miradas compartieron determinación, cada uno consciente de que ese día podría ser el último.
El campo de batalla se convirtió en un caos de acero, disparos y gritos, pero, en medio de la confusión, su mente se mantuvo clara. Con cada movimiento y cada golpe, recordaba las estrategias que había ensayado. Había estudiado los puntos débiles de las murallas y las tácticas de sus oponentes; ahora era el momento de aplicarlas.
Ester observó a sus hombres ceder ante la embestida del enemigo y su corazón se hundió. Pero no podía rendirse; si lo hacía, todo estaría perdido. Con un gesto rápido, dio la orden por radio a un grupo de fusileros que se habían ocultado en una colina cercana.
—¡Cubran nuestra flanqueo, no dejen que nos rodeen!
El batallón de infantería, consciente de su responsabilidad, se posicionó y comenzó a disparar. Con cada proyectil que caía, Ester sentía un destello de esperanza encender la lucha en su pecho. Mientras el combate continuaba, recordaba las palabras de Luna: "La verdadera victoria no se mide solo en conquistas, sino en la fuerza del corazón que uno demuestra en la lucha". Era su momento de demostrarlo. Con la mente clara y espada en mano, Ester se adentró aún más en el caos, decidida a reclamar la victoria.
Con el tiempo, su campo de visión se volvió borroso ante la sangre que salpicada de sus enemigos.
Un hombre alto destacaba entre las filas enemigas. Con el rostro era endurecido por la guerra, se interpuso en su camino, blandiendo una gran hacha de guerra mientras eliminaba a sus enemigas como si fueran simples muñecos. A pesar del agotamiento y la falta de armas de fuego, Ester respiró hondo y se acercó a él velozmente. Con movimientos precisos y letales, logró clavar su espada en su garganta y reclamar su cabeza como trofeo para motivar a sus aliados.
El sonido del combate continuaba rugiendo a su alrededor, pero en ese momento, todo pareció detenerse para ella. La muerte estaba presente en cada rincón y en cada caído que había luchado por su causa.
La sangre de los caídos fluía como ríos, y las espadas clavadas en la tierra eran la única tumba de enemigos y aliados. Ester se sentía un lirio blanco teñido de rojo; sus botas de cuero y su capa inmaculada absorbieron el rastro de la guerra. Finalmente, el campo de combate quedó en silencio, salvo por el murmullo del viento y el goteo de sangre. Al apartarse del campamento, alzó la mirada a la luna brillante en el cielo despejado, cuya luz fría y plateada la iluminó.