—¿Qué pasó aquí? — preguntó Ester con voz tensa, su mirada fría y teñida de sangre, contenía una furia que lo decía todo.
—¿Qué quieres saber? —mi voz se quebró al responder, como si cada palabra se volviera veneno en mi garganta—. Aún no tengo información. ¿Debería suponer que me estás ocultando algo?
El aire estaba cargado de un silencio abrumador, como si la noche misma hubiera dejado de respirar.
—¿Mi señor sigue con vida? —A pesar de su esfuerzo por mantener la calma, su voz reflejaba la preocupación por el destino de Axel.
—No temas —respondí, intentando infundir una calma que ni siquiera yo sentía del todo—. Estoy seguro de que Axel y Nadia están a salvo. Dudo que alguien sea lo suficientemente imprudente como para atacar a los Winter en sus dominios. Sin embargo, necesito saber si tienes alguna información crucial para resolver este asunto.
Ester asintió lentamente, reconociendo la gravedad de la situación. Aunque su rostro permanecía impasible, una chispa de esperanza brillaba en sus ojos mientras compartía lo que sabía.
—En la ceremonia ocurrió un altercado que resultó en la muerte de los caballeros de los Halcones —reveló con rabia y determinación—. ¡Ellos son los culpables… esos malditos! Estefan, haz tu trabajo y averigua el resto. Yo me encargaré de lo que sigue.
Sus palabras confirmaron mis peores temores: la guerra, que hasta ahora habíamos logrado evitar con acuerdos y amenazas veladas, estaba a punto de estallar con toda su crudeza. Si lo que decía era cierto, ninguna medida preventiva podría protegernos de la tormenta que se avecinaba. Liliana, con su frialdad calculadora, jugaría un papel decisivo, pero sus intenciones seguían envueltas en misterio.
Con un gesto decidido, Ester ordenó a los caballeros que la siguieran. Su determinación imponía una solemnidad innegable; yo, por mi parte, me sentí frustrado al quedarme con la tarea de limpiar el desastre. Al verla alejarse, sentí cómo el viento susurraba promesas de venganza y caos, una premonición de la guerra inminente.
—Mi verdadero nombre es un vestigio de mi pasado, un recuerdo que lucho por olvidar. No hay mayor satisfacción en mi vida que servir a mi señor; no es solo una deuda de gratitud, sino una elección consciente. Como un capullo, mis sentimientos florecieron al ver esa sonrisa que lo caracterizaba. Aún siento el frío y el hambre que padecí en el pasado.
Ahora me han arrebatado mi razón de ser. Mi señor, espéreme un poco más; pronto nos reuniremos y olvidaremos lo sucedido. Ester siempre estuvo a su lado, en sus peores momentos. Yo estuve allí para reemplazar esa soledad, para brindarle el consuelo que nadie más podía ofrecer.
Le traeré de regreso, cueste lo que cueste. Si las vidas de nuestros enemigos son el precio, no me importará usar la autoridad que se me ha otorgado. El emblema que sostengo en mis manos es prueba de su confianza en mí.
—Señorita Ester, hemos llegado a nuestro destino —anunció Sir Roland, posando una mano sobre mi hombro.
—¿Está segura de presentarse ante Liliana de esa forma? —preguntó otro caballero, preocupado por mi apariencia en lugar de la situación.
Mi túnica y capa blanca estaban manchadas de rojo y olían a óxido, pero no era el momento de preocuparse por las formalidades. Deseaba saber qué estaba tramando Liliana y qué postura adoptaría. Esperaba que nuestros planes convergieran; de lo contrario, dudaba que llegáramos a un acuerdo.
Al llegar a la sede principal, donde mi señor convocaba al consejo, levanté la vista y contemplé un coloso oscuro de cristal y acero. Los truenos y la lluvia jugaban con mi mente, provocando alucinaciones, pero eso no importaba. Si tenía que enfrentar a un gigante, no dudaría en hacerlo.
Al ingresar, me encontré con numerosos guardianes vestidos con armaduras negras. Nosotros, diez en total, parecíamos estrellas en la oscuridad, navegando por un lago. Liliana, en ausencia de Axel, parecía asumir con seriedad su papel como nueva heredera. Me pregunté cómo había conseguido reunir a tantas personas a su lado. Apenas una semana atrás había regresado del país de "Saint Morning", y su influencia parecía haberla seguido hasta Roster.
—Ester, explícame por qué desobedeces mis órdenes —dijo Liliana con firmeza—. Recuerda que en ausencia de mi hermano, yo asumo el liderazgo.
En sus ojos azules brillaba el deseo de escuchar mi respuesta. Levanté la mano derecha y cerré el puño, dando la orden de que esperaran afuera. Frente al consejo reunido, sentí sus miradas de desdén y repulsión. Comprendía que mi apariencia y el olor no eran los más apropiados para la ocasión.
—¿No mostrarás respeto a la nueva heredera? —la voz de Marissa resonó con afilada desdén, pero contuve la furia que bullía en mi interior. Apreté el puño con tanta fuerza que los nudillos palidecieron bajo mi capa.
En silencio, bajé la capucha, exponiendo mi rostro. La sangre seca de mis enemigos formaba un intrincado mapa de cicatrices, como si cada línea y mancha contara una historia. Los presentes me miraron con inquietud, pero Liliana permaneció inmóvil, con una expresión inmutable y observadora.
—Respeto... —murmuré, levantando la mirada para encontrarme con los ojos de Marissa—. Solo quien lo ha ganado merece respeto. La devoción, en cambio, la dedico únicamente a Axel Winter.
—Ignoremos esta falta, estamos de acuerdo —dijo Liliana, aunque sus palabras parecían aún incompletas—. Sin embargo, no puedo pasar por alto que aniquilaste a mis escoltas.
—Se interpusieron en mi camino y me apuntaron con sus espadas, lo que me dio motivos para erradicarlos.
—¿Actuaste por tu cuenta o contaste con la ayuda de los caballeros que te acompañan?
—¿De verdad crees que necesito ayuda? Tus peones no me detendrán. Incluso ahora, llevo su sangre teñida en mí.
A pesar de la audacia de mis palabras, sabía que debía mostrar que no me sometería ante nadie.
—¡Ester! —La voz de Liliana, normalmente fría como el hielo, se rompió en un grito que resonó en la sala—. ¡No solo te niegas a inclinarte, sino que desobedeces mis órdenes! ¿Qué te hace pensar que no pagarás por esto?
Sus ojos chispeaban con furia contenida, pero había algo más oscuro y frágil escondido tras su mirada. Mantuve mi postura, aunque la seguridad en mis palabras empezaba a tambalearse. ¿Y si Liliana tenía razón? ¿Y si no era más que una sombra en este juego de poder?
Mis dedos rozaron el emblema de los Winter, símbolo de la confianza que mi señor había depositado en mí y recordatorio del peso que conllevaba.
—Mi señor confía en mí —dije, intentando mantener la firmeza en mi voz, aunque una ligera vacilación asomaba en mi mirada. ¿Realmente Axel confía en mí, o solo soy una herramienta? Sentí las miradas del consejo clavadas en mí, evaluando cada uno de mis movimientos.
Lentamente, levanté el emblema por encima de mi cabeza, dejando que la luz se reflejara en el objeto. La sala cayó en silencio, y percibí una mezcla de respeto y odio entre los presentes. Pero lo que más me inquietaba era la mirada de Liliana, fija en el emblema.
—Nadie aquí puede contradecir esta autoridad —dije, con el corazón pesado pero sin inclinarme.
—¿Qué deseas de mí para devolverme el emblema? —La voz de Liliana se suavizó, con un veneno dulce en sus labios—. Te aseguro Ester, que las verdades cambian como los vientos que arrastran las hojas muertas. ¿Estás tan segura de tu posición? ¿O es que el peso de ese emblema te está aplastando?
Liliana dio un paso adelante.
—¿Qué harás cuando esa confianza se desvanezca? Cuando ya no seas útil, serás descartada como en el pasado.
La pregunta colgó en el aire, y sentí una presión en el pecho. ¿Y si para mi señor ya no soy de utilidad? No puedo permitir dudar ahora.
—Lo que deseo… —pausé, apretando mis manos contra mi pecho—. ¡Buscar justicia! Los Halcones tienen la culpa de todo esto. ¿No pueden verlo? El altercado en la ceremonia y el ataque reciente son pruebas suficientes para identificar al enemigo.
Mi voz resonó con firmeza, y Liliana escuchó mi determinación.
—¿Sabes lo que ocurrirá si declaramos la guerra? —Ahora tenía su atención.
—¿Crees que dejaré que esto quede impune? Te veo demasiado tranquila. ¿Tienes algo que ver con esto o intentas ganar tiempo? Cada segundo cuenta, y no me detendré. Aunque tengas la autoridad, lo que tengo en mis manos me obliga a actuar por mi cuenta.
—Hagamos esto, Ester. Apoyaré tu causa con todo mi poder, pero al final me entregarás el emblema. ¿Qué opinas?
—La guerra con los Halcones es inevitable. Yo misma la comandaré y obtendré respuestas.
Mientras me alejaba de los miembros del consejo, sentí el peso de sus miradas clavadas en mi espalda. Un silencio denso llenaba la sala, pero no ofrecía consuelo. Algo me decía que esta calma era solo el preludio de una tormenta.
Me detuve justo antes de salir, girando lentamente para enfrentar a Liliana una vez más. La determinación ardía en mis venas, pero la duda comenzaba a instalarse en mi mente.
—Liliana —dije, con voz baja pero desafiante—, aunque tengas a tus lacayos vigilando cada rincón, no podrán detenerme. Si intentan atacarme, que lo tengan claro: seré la única que quede en pie.
Liliana esbozó una sonrisa lenta y apenas perceptible, dando un paso adelante. Su voz, suave como un susurro, cortó el aire como una espada afilada.
—¿Tan segura estás, Ester? —preguntó, y su tono me puso en alerta—. Entonces, dime, ¿qué harás cuando descubras que tu querido Axel ya no es quien tú crees?
Su insinuación fue un balde de agua helada. Sentí cómo la sangre se me helaba en las venas. Los susurros que había ignorado ahora resonaban con fuerza.
—¡Estás mintiendo! —respondí, aunque mi voz traicionaba una vacilación que intenté disimular.
Liliana no respondió. En cambio, sus labios se curvaron en una sonrisa enigmática mientras me daba la espalda y regresaba a su lugar.
—Buena suerte, Ester —dijo, sin mirarme—. La necesitarás.
El eco de sus palabras resonó en la sala mientras me alejaba. Afuera, la lluvia caía con más fuerza. Justo cuando estaba a punto de cruzar la entrada, una voz suave, casi imperceptible, se filtró en mi mente, una voz que no había escuchado en años pero que nunca podría olvidar.
—Ester... por favor, protege a mi hermano Axel.
Me detuve en seco. El color abandonó mi rostro mientras sentía una fría presencia detrás de mí. Al voltear, vi el fantasma de Luna, cuya etérea presencia me acompañó un instante, recordándome que debía cumplir mi promesa.