Siguiendo el curso de la noche, decidí escuchar las conversaciones de los ancianos. Su murmullo era un canto lejano, lleno de sabiduría y especulación. Después de un rato, me dirigí nuevamente al área de bebidas. El barman, un hombre de rostro serio y manos expertas, me observó en silencio mientras preparaba un cóctel.
—Que sean dos bebidas —ordenó una mujer que se sentó a mi lado. Era Liliana, que había llegado con la discreción de un susurro. A medida que se acercaba, su presencia se hacía más notable, como una obra de arte que cobra vida con cada pincelada.
A sus diecinueve años, en la flor de su juventud, irradiaba una belleza etérea que me hizo detener la copa para admirarla. Su piel, pálida como la luna, contrastaba con sus cabellos dorados en suaves cascadas. Sus ojos azules reflejaban un cielo sereno, y de vez en cuando, un destello de vida brillaba en su mirada, recordando que bajo su apariencia imperturbable latía un corazón lleno de emociones. Sus labios se curvaban en una sonrisa cálida en mi presencia, y el vestido rojo que envolvía su figura esbelta la hacía parecer una flor ardiente en un campo de nieve.
—Hermanito, ¿estás seguro de alejar a Nadia ahora?
—Sí, es lo mejor para ella. Debo resolver esto solo; no quiero ponerla en peligro — respondí, mientras Liliana sellaba mis labios con una sonrisa tranquilizadora.
—Resolveremos esto juntos —afirmó ella, con una determinación que me dio fuerza.
Mientras compartíamos secretos y bebíamos vino dulce, el tiempo parecía deslizarse sin prisa. Cada minuto que pasábamos planeando nuestro siguiente movimiento se sentía lleno de importancia y calma. El primer paso era mantener a Nadia oculta para protegerla de mis enemigos; el segundo, que Liliana aprovechara su larga ausencia para pasar desapercibida, mientras yo avanzaba con mi escolta.
Los invitados se apartaban con reverencia mientras las trompetas anunciaban nuestra llegada. Los músicos afinaban sus instrumentos en un rincón, añadiendo un murmullo de anticipación al ambiente.
Finalmente, las grandes puertas adornadas con los emblemas de las familias fundadoras se abrieron lentamente, revelando el espléndido salón. Mi mirada recorrió el espacio, admirando las paredes adornadas con relieves de plata y oro que reflejaban la tenue luz de los candelabros. Las columnas del vestíbulo se alzaban majestuosamente hacia el alto techo, decorado con un fresco que narraba la alianza de Roster. Cada paso sobre el mosaico de mármol negro y blanco me recordaba un tablero de ajedrez, un sutil reflejo de la compleja política y el poder en juego.
El gran salón de la ceremonia era un reflejo del poder y la historia de las casas fundadoras que gobernaban Roster; cada detalle de los adornos y cuadros artísticos servía como un eco de las glorias y tragedias del pasado. Con los ojos fijos en el trono central, sentía el peso de las generaciones sobre sus hombros. No era solo un asiento de madera y terciopelo; era el símbolo de una autoridad que había sido suya por derecho de sangre.
Al tragar saliva, el miedo comenzó a apoderarse de su cuerpo. Los nobles y dignatarios, ya acomodados en sus asientos, murmuraban entre ellos. Cada mirada en la sala y cada reflejo en los espejos dorados le recordaban que no solo debía demostrar su habilidad en la política. ¿Sería Axel capaz de guiar el legado de su familia hacia un futuro brillante, o acabaría siendo otro capítulo fallido en la larga historia de Roster?
Ester, siempre a su lado, lo observaba con orgullo. Sus ojos, aunque cansados por los preparativos, no perdían detalle de cada movimiento de su señor. "Recuerda, Axel," le susurró antes de la ceremonia, "no solo estás asumiendo un trono. Estás llevando el peso de nuestros sueños y esperanzas".
En el centro del gran salón, un estrado elevado se alzaba, accesible por una escalinata de mármol que reflejaba la luz de los candelabros dorados. Los tronos, adornados con emblemas pertenecientes a las casas fundadoras, lucían majestuosos. Axel se detuvo frente al trono central, el del león rampante, símbolo de la autoridad que pronto asumiría. El dosel de terciopelo blanco, bordado con hilos de oro, parecía brillar con un resplandor propio, como si estuviera vivo con las esperanzas y los sueños de aquellos que habían ocupado ese asiento antes que él.
A su izquierda, un trono de menor tamaño ostentaba el estandarte de un halcón plateado en vuelo, su mirada penetrante sugiriendo astucia y visión aguda. A la derecha, otro trono, decorado con el estandarte de un lobo negro sobre fondo gris, evocaba ferocidad y lealtad, cualidades que Axel sabía que debía encarnar si quería ser digno de su legado.
Mientras se sentaba en su trono, los murmullos de la sala se acallaron. El eco de las trompetas resonó en el salón, anunciando que el joven Winter tomaba su lugar, no solo como hijo de Estela Winter, sino como su sucesor. Ester, siempre atenta, ajustó el micrófono para que la voz de Axel resonara con claridad, una tarea que realizó con un rostro sereno, pero cuya mirada revelaba el orgullo que sentía por su señor.
—Estoy complacido y feliz de verlos a todos reunidos. Por favor, disfruten de la fiesta —dijo él con una amabilidad que escondía el torbellino de emociones que sentía.
Los caballeros, representantes de las familias fundadoras, se mantenían en sus posiciones con la dignidad de piezas en un tablero de ajedrez, cada uno sosteniendo con orgullo el estandarte de la casa a la que servían. Axel sabía que esos símbolos no solo representaban lealtad, sino que eran un recordatorio constante de la frágil alianza que mantenía unido al país.
David, el anciano líder de los Lobos, se levantó con la elegancia de alguien que había vivido más allá de los años de la mayoría. Su saludo estaba lleno de una cortesía que solo un verdadero fundador podía mostrar, un gesto que él recibió con gratitud.
—Señor David, es un honor tenerlo aquí —respondió Axel con calidez, aunque en su corazón sabía que las palabras de David siempre llevaban un peso que no podía ignorar.
—Sus palabras son demasiado halagadoras, joven Winter —respondió con humildad, pero su mirada penetrante dejó claro que no se trataba de halagos vacíos—. Usted tiene el mismo potencial que su madre para dejar una huella en Roster. El tiempo solo apremiará sus esfuerzos.
Las palabras de David resonaron en su mente, tejiendo un hilo invisible entre el pasado y el presente. El joven líder, absorto en las historias de su madre, sintió cómo la luz de la esperanza y la presión del deber se entrelazaban en su interior. Los recuerdos de su madre no eran solo historias; eran un legado que debía honrar y superar.
—Es más que bienvenido en nuestra humilde mansión. Tener su amistad es un privilegio —dijo David. Sin embargo, la llegada de los Halcones interrumpió la armonía de la conversación. Esos ojos grises destilaban arrogancia.
—Qué agradable bienvenida, señor Albert —dijo Axel con cortesía, manteniendo el encanto de la conversación amistosa.
El choque de miradas entre las casas rivales era evidente, revelando el odio o el rencor que existía entre ellas. David, actuando como mediador, alzó su bastón y golpeó ligeramente el suelo para restablecer el orden.
—No se exalten, caballeros —dijo David, el sabio y miembro más viejo de los fundadores—. Tengo entendido que existen problemas entre ustedes. Es hora de resolver estos rencores. Exijo respeto y seriedad.
—Soy Albert Western, fundador actual de los Halcones —dijo el nuevo arribado con firmeza—. Vengo a reclamar las tierras que me pertenecían en el norte. Además, joven Winter, si desea solucionar este problema, solo tiene que acceder a mis demandas, si es que desea hacerlo.
Para David y para mí, el tono en la voz de Western era inaceptable, como si el respeto se hubiera desvanecido.
—Señor Western, cuide el tono de su voz. No permitiré que se exprese de ese modo hacia el fundador más joven. No olvide que los tres tenemos el mismo estatus. Espero no tener que repetir esto.
Sentí el apoyo de David como una armadura invisible, reforzando mi determinación. No podía ceder ante las demandas de Western; sabía que hacerlo significaría debilitar mi posición y traicionar el legado de mis ancestros.
—Como representante y líder de los Winter, no accederé a sus demandas —respondí con voz firme, aunque por dentro sentía la tensión de la situación aumentar.
Mis palabras desencadenaron una tormenta en el rostro de Western, cuya furia se reflejó en un gesto de amenaza. Me apuntó con sus manos, simulando una pistola hacia mi cabeza. El salón, que había estado en silencio, parecía contener la respiración ante la posibilidad de un conflicto abierto.
Ester, siempre leal, no podía permitir que una ofensa así pasara sin respuesta.
—¡Cómo se atreve a amenazar a mi señor! —exclamó, su voz llena de ira resonó en las paredes del salón. Pero antes de que pudiera acercarse más, Western la abofeteó, un acto que dejó una marca no solo en su rostro, sino también en mi corazón.
—Señor Western, deténgase ahí. No permitiré que siga haciendo lo que le plazca con mi leal mensajera —mi voz ahora era fría como el acero, una advertencia que nadie en la sala pudo ignorar.
Western, con una sonrisa forzada, retrocedió, llamando a sus hijas para presentármelas. Las observé con cuidado, notando la ambición en los ojos de la mayor y la timidez en la menor. A pesar de mi juventud, podía ver que detrás de esa presentación había intenciones que no me agradaban.
—Permítame presentarme. Soy Lucero Western, la hija mayor —dijo ella con respeto, revelando todo su encanto.
—Mi… señor, permítame presentarme… soy Beatriz Western, la segunda hija —dijo ella con voz entrecortada, dejando en claro que la mayor era la candidata para el matrimonio.
—Agradezco su presencia, señoritas. Tienen los mismos ojos grises que su padre y la misma agudeza que lo caracteriza —dije, con una cortesía que apenas ocultaba mi desagrado—. Sin embargo, señor Western, no estoy a favor de este matrimonio.
Mi negativa fue como un golpe para Western, cuya furia se intensificó al ser desafiado. La tensión en la sala alcanzó su punto máximo cuando Western, alzando la voz, exigió una respuesta final.
—¿No aceptará este matrimonio y también nos negará el derecho a nuestras tierras del norte? —Western siguió señalándome, aunque dejó de usar ese gesto.
—Las tierras del norte no serán devueltas. Sus ancestros pagaron el precio por perder en la revuelta contra nuestra casa en el pasado —mis palabras le recordaron a mi madre, y ver esa determinación en mí hizo que Western sintiera una ira creciente.
—Entonces, joven Winter… ¿no desea ningún acuerdo? —La sonrisa de Western se desvaneció y llamó a su mensajero para traer un documento importante.
—Ya basta, Western. No sigas con esto… recuerda que tu esposa no quería que esto sucediera —interrumpió David—. Sabes que tu decisión traerá desgracia; no olvides el sacrificio que hicieron todos para mantener esta paz.
Yo sabía que esto podría significar solo dos cosas: un tratado de no agresión o el inicio de una guerra. Sin embargo, la palabra "esposa" me hizo pensar un momento. Recordé algo breve. Claro, cómo olvidar que su querida mujer había fallecido. Aún sigo pensando qué clase de sacrificio hicieron los demás… ¿acaso también estaría vinculado con la muerte de mi madre y mis hermanas? Deseaba preguntarle a David, pero no era el momento adecuado.
—Joven Winter, esta es la última vez que lo diré. He hecho todo lo posible por recuperar esas tierras. Entiendo que no me las cederá, necesito confirmar si no acepta el matrimonio, que significaría la unión y la paz entre nuestras casas. Decida ahora. Esta decisión afectará la vida de millones de personas.
Con el tiempo apremiando, me sentí atrapado; mi mente se nubló por la presión. Mientras el mensajero de los Western se acercaba, empecé a perder el juicio.
—Mi señor, no caiga en sus juegos.
Atrapado en mis principios y en los de mi gente, sentí cómo la presión aplastaba mi corazón. Pero la presencia de Ester a mi lado, su toque suave y su mirada de apoyo, me dieron la fuerza que necesitaba para mantenerme firme.
—¡No permitiré que abusen de mi hermanito! —la voz de Liliana, quien había entrado sigilosamente en el salón, resonó con una autoridad que cortó el aire como un cuchillo—. Parece que esta ave calva ha extendido demasiado sus alas. Si intentas declarar la guerra contra nuestra casa, te costará caro. Como su hermana mayor, protegeré a Axel y a todo lo que representa.