El país de Roster se sumergía en un velo nocturno mientras me preparaba para uno de los momentos decisivos de mi vida. El medallón en mi cuello parecía más pesado que nunca, simbolizando mi responsabilidad. Al mirar la fotografía familiar, las caras sonrientes de mis seres queridos se mezclaban con mis temores sobre el futuro. La ansiedad me envolvía, manifestándose en el temblor de mis manos y los suspiros entrecortados; necesitaba un respiro, un momento de claridad para enfrentar lo que se avecinaba.
Me levanté del sofá y me dirigí al balcón. El cambio de ambiente era justo lo que necesitaba para despejar mi mente. Al salir, las luces de neón proyectaban un desfile de sombras en el suelo. En medio de esta calma urbana, recibí una llamada telefónica. Miré la pantalla y vi el nombre de Ester brillando. Mi corazón dio un salto, y me preparé para enfrentar mi destino, el mismo que había estado anticipando con tanta ansiedad. El momento había llegado, y debía enfrentar lo que se avecinaba como el nuevo heredero.
—Mi señor, he reunido a sus leales caballeros que lo protegerán —dijo Ester con firmeza, aunque un ligero temblor en su voz revelaba el peso de la responsabilidad que cargaba, igual que yo.
Mientras hablaba con esa firmeza y devoción, me sentí algo reconfortado, aunque la preocupación persistía. ¿La lealtad de los caballeros Winter era un pilar en el que podía confiar…? Sentí el peso de la historia y la tradición, que siempre me había llevado a cuestionar mi posición.
—Gracias... no sé cómo compensarte —respondí, intentando mantener la calma.
—Nada me hace más feliz que servirle. Mi único deseo es estar a su lado —dijo ella, y no pude evitar sonreír genuinamente ante su lealtad.
Desde que asumí el liderazgo, había evitado usar el poder tradicional de mi familia. Los caballeros, que en tiempos pasados habían jurado lealtad a mis hermanas Luna y Aurora, debían demostrar si ese compromiso se extendía hacia mí. La incertidumbre sobre si renovarían su voto me inquietaba profundamente.
—Ya es hora —dije con determinación, antes de colgar la llamada.
Un golpe ligero en la puerta solicitó mi presencia, Al acercarme, abrí la puerta lentamente. Cuando Nadia apareció, su presencia fue como una luz en medio de la oscuridad que me envolvía. Su sonrisa era un bálsamo para mi inquieto corazón; el contacto de su mano, aunque ligero, me recordó que no estaba solo en este viaje. El vestido blanco que llevaba no solo resaltaba su belleza, sino que también me hacía sentir que el mundo podía ofrecer momentos de pureza y belleza, incluso en tiempos oscuros.
Sentí la suave seda del vestido de Nadia rozando mi piel, una caricia ligera que me hizo luchar por encontrar las palabras adecuadas para expresar mi asombro. Finalmente, extendí mi mano temblorosa y besé la suya para sellar nuestro encuentro.
—Estás deslumbrante esta noche —dije, tratando de mostrar los sentimientos que ella había despertado en mí.
—Gracias... Tú también luces increíblemente guapo —respondió ella con una sonrisa tímida.
Mientras abandonábamos la seguridad de mi hogar, una lujosa limusina nos esperaba. Con cada paso hacia adelante, sentía que nos adentrábamos en un nuevo futuro. Dentro del vehículo, le ofrecí un regalo envuelto que crearía nuevos recuerdos. El collar, una estrella plateada suspendida en una cadena, hizo que el frío toque del metal envolviera la envolviera en un escalofrío de emoción.
El 29 de septiembre de 2015 finalmente llegó. Al abrir la puerta de la limusina, el estallido de luz que me recibió era casi cegador. Cada paso sobre la alfombra roja era un eco de mis propios latidos acelerados. Mientras Nadia y yo avanzábamos, el murmullo de la multitud crecía, reflejando la alegría de mi gente. La noche prometía ser un torbellino de emociones, y me aferraba a cada momento con la esperanza de que todo saliera bien.
El murmullo del público y los medios llenaba el aire con entusiasmo al reconocerme como el joven heredero. Las luces de los flashes estallaban y el bullicio de las cámaras y periodistas creaba una atmósfera vibrante, pero la seguridad del evento mantenía a los no autorizados a raya, marcando claramente los límites de nuestra exclusividad.
Justo cuando estaba a punto de cruzar el umbral del evento, una voz familiar resonó detrás de mí, sacándome de mi concentración.
—Mi señor, he reunido a sus leales caballeros.
Giré la cabeza y vi a los caballeros; la luz lunar bañaba sus armaduras forjadas en una aleación de titanio y carbono, acentuando los intrincados grabados de leones albinos que representaban a mi familia. Su entrada fue una sinfonía de precisión y disciplina. Avanzaron al unísono con pasos firmes, y el sonido metálico dejaba sin aliento a cualquier observador temeroso. Aunque sus armaduras eran ligeras, ofrecían una protección formidable y un rango de movimiento impresionante, mientras que sus capas ondeantes reflejaban no solo estatus, sino un honor ganado a través de arduos esfuerzos. Sus rostros permanecían ocultos tras sofisticadas máscaras, pero podía sentir la intensidad de su vigilancia en cada uno de sus gestos.
—Mi señor, no dude. Sus leales espadas están aquí para jurarle lealtad —dijo Ester, con confianza en su mirada.
—Yo, Sir Roland Blackthorn, en presencia de mis compañeros y bajo la mirada de la luna, juro solemnemente mi lealtad y devoción a Axel Winter. Prometo defender y proteger a mi señor con valentía, integridad y fidelidad. No me dejaré influenciar por intereses personales ni abandonaré mi deber, sin importar las pruebas que se presenten. Mi lealtad es mi fuerza, y mi honor es mi guía. Así lo juro, en el nombre de la Casa del León Albino y bajo el testimonio de mis hermanos de armas.
Uno a uno, los caballeros siguieron el ejemplo de Sir Roland, arrodillándose en señal de compromiso y respeto. Los flashes de las cámaras estallaron a mi alrededor, inmortalizando el juramento de lealtad, marcando el inicio de una nueva era para nuestra casa.
Después del juramento, me acerqué a Ester. No pude contener mi gratitud y afecto hacia ella, que se había convertido en un pilar fundamental en mi vida. La abracé con fuerza; aunque el gesto la sorprendió, transmitió el cariño y aprecio que sentía. Visiblemente emocionada, se sonrojó ante mi inesperado gesto.
Detrás de mí, Nadia observaba la escena con una mezcla de orgullo y celos. Sus ojos brillaban con el reflejo de las luces mientras capturaba cada momento con su cámara.
Al alcanzar la entrada del Salón de los Fundadores, ingresamos. Los invitados de todos los rincones me esperaban ansiosos. Con un paso disciplinado y alerta, mis guardianes formaron una escolta a mi alrededor, subrayando mi posición como líder de los Winter.
La atmósfera era una sinfonía de elegancia. La música suave flotaba en el aire, entrelazándose con el delicado perfume de las flores que adornaban el lugar. Candelabros dorados proyectaban una luz cálida sobre la multitud, reflejando el brillo de las joyas y los trajes formales, mientras las conversaciones fluían con la misma naturalidad que el vino en las copas de cristal.
Con cada paso que daba, atraía todas las miradas. Mi legado y mi linaje hablaban por sí mismos, eliminando la necesidad de presentaciones formales. A medida que me adentraba en el juego de la diplomacia, buscaba entablar buenas relaciones con los patriarcas de las familias menores. Nadia, a mi lado, se movía con una gracia cautivadora entre los invitados, aceptando elogios con una modestia encantadora que me llenaba de orgullo.
Finalmente, decidí tomar un respiro y me dirigí al área de bebidas, donde encontré a un viejo amigo. En lugar de un abrazo convencional, coloqué mi mano derecha sobre mi corazón, un gesto de hermandad que nos conectaba de una manera especial. Estefan, al reconocer el saludo, respondió tocando su frente con las yemas de los dedos y compartiendo una sonrisa cómplice.
—Aún llevas nuestro saludo —comenté, sintiendo una mezcla de nostalgia y aprecio.
—Antes de seguir, permíteme presentarme. Los ojos de tu acompañante parecen preguntarse quién soy —dijo Estefan con cortesía, inclinándose para besar el guante de seda que cubría la mano de Nadia—. Me siento avergonzado de molestarte en este día tan especial.
Aunque Estefan se disculpó por el malentendido, lo tranquilicé con una sonrisa amable. Su presencia emanaba seguridad y profesionalismo, como un centinela vigilante en la oscuridad de la noche. Con su aspecto impecable y su cabello negro peinado hacia atrás, se destacaba entre los demás guardianes del evento por su habilidad innata. A sus veinticuatro años y con una altura de un metro noventa, era imposible no notarlo al acercarme al área de bebidas.
Mientras compartíamos un momento de amistad, Estefan tuvo que partir para cumplir con su rol como guardián del evento. Su partida marcó el final de un breve pero significativo reencuentro.