Chapter 4 - TRES

Abrir los ojos no cambió nada.

La oscuridad rodeaba a Led por completo, siendo incapaz de observar algo más allá de su nariz. Con dificultad, se incorporó y tosió a causa del polvillo que se escurría por sus fosas nasales. La garganta le ardía y el almuerzo le amenazaba con su regreso.

La cabeza le palpitaba, pero decidió ignorar aquella molestia y centrarse en el lugar donde estaba. Bajó la cremallera de su chaqueta y extrajo el celular que, por misericordia del cielo, se encontraba en perfecto estado.

En cuanto activó la linterna de su móvil, el horror lo consumió al contemplar la enorme pila de escombros que lo rodeaba; parecía no haber salida. Estaba atrapado… Estaban, se corrigió, al recordar que Jackson estuvo con él durante el derrumbe.

—¡Jackson! —llamó a gritos una y otra vez, pero no obtuvo respuesta—. ¡Jackson!

Led apuntó el haz de luz en todas las direcciones, hasta dar con un cuerpo que yacía inmóvil en una posición bastante incomoda; las rocas, junto con la sangre y el polvillo, lo cubrían sin piedad.

—Dios mío… ¡Jackson!

Con paso rengo, se acercó hasta su agresor, pero el espanto lo hizo retroceder al ver la expresión que dominaba el desfigurado rostro de aquel cuerpo sin vida. Los ojos, vidriosos y abiertos como dos enormes platos, se encontraban clavados en el ruinoso techo, mientras que la mandíbula había sido arrancada con brutalidad. Aquella imagen le quedaría grabada a fuego.

Su respiración, al igual que las palpitaciones de su corazón, estaba descontrolada. Se dejó caer en el suelo, abrazando sus rodillas y siendo incapaz de apartar la mirada del cuerpo. Permaneció un largo tiempo en esa posición, llorando, sintiendo como su interior se fracturaba; era la primera vez que veía un cadáver.

Una imagen destelló en su memoria: se vio a sí mismo estar sobre Jackson. Bajó la mirada y tragó en seco.

—¿Qué fue lo que ocurrió? —se preguntó, al comprobar que sus manos se encontraban manchadas de tinta roja.

Su mente estaba en blanco. Lo único que recordaba era la paliza que le habían propinado, y unos minutos después estaba cayendo hacia la oscuridad.

De pronto, un pequeño destello carmesí captó su atención. Parecía provenir desde el otro lado de una ruinosa pared.

—¿Hola? —llamó, y el destelló volvió a parpadear—. ¡Estoy aquí! —gritó con todas sus fuerzas, esperanzado porque alguien había ido en su rescate.

Agotado, y cubierto de polvo, sangre y sudor, se posicionó frente a la pared de escombros con la intención de abrir un camino que lo llevara hacia el exterior.

—¡Estoy aquí! —Podía imaginarse las ambulancias, los cuerpos de rescate y la multitud de curiosos—. ¡Hola!

No hubo respuesta.

La luz continuaba latiendo en silencio, y más de eso no ocurría.

Se escuchó un rugido, y Led retrocedió justo cuando aquella pared se desplomó, alzando a su alrededor una espesa cortina de polvo.

Entre toses, agitaba la mano para recuperar un poco la visibilidad y arrugó el entrecejo al ver que, entre los escombros, la luz brillaba con más fuerza. No se trataba de la luminaria de una patrulla como él pensaba, sino de una diminuta canica.

Con curiosidad, Led la tomó entre sus dedos para examinarla con detenimiento. En su interior podía observarse un remolino nebuloso girando sin parar, con el destello carmesí palpitando en su centro.

Las yemas de sus dedos dieron con una textura rugosa, como si se tratara de alguna inscripción. Conteniendo el aliento, se dispuso a buscar su teléfono; en algún lugar lo tuvo que haber dejado caer tras el susto que le propinó el cuerpo de Jackson. A un extremo del recinto, lo avistó entre un montón de rocas; la pantalla estaba agrietada, pero, para su suerte, funcionaba.

En cuanto encendió la luz de la linterna, distinguió un grupo de runas inscritas en la superficie del cristal. Parecía un idioma bastante arcano, familiar. Led estaba seguro de haberlo visto antes.

De pronto, las runas emprendieron a vibrar, lo que Led atribuyó al cansancio, a pesar de que éstas se distorsionaron hasta formar un nombre.

—Rakso —leyó.

Una poderosa luz carmesí estalló de la canica, provocando que Led la arrojara al otro lado de la sala. El viento que se desprendía levantaba el polvo con violencia. Las piernas del joven no resistieron y se vio arrojado contra el suelo, no sin antes estrellar la espalda contra una pila de desechos pétreos.

Se escuchó el rugir de un trueno, y un poderoso torbellino de tinieblas se alzó en vuelo, perforando el tejado y ocasionando una lluvia de pequeñas rocas.

La calma volvió.

Sobre la canica flotaba un extraño y enorme capullo, el cual se fue abriendo para dejar en claro que se trataban de un par de alas. En el centro, se encontraba un joven de cabello dorado y mirada penetrante.

Led, desde el suelo, no podía apartar la mirada de aquel misterioso ser que iba ataviado con una gabardina tan negra como la noche. Ojos rojos, mentón cuadrado, alas que se asemejaban a las de un murciélago y un par de cuernos flameantes que brotaban de su cabeza. No había que ser un genio para saber que se encontraba ante la presencia de un ser que despedía maldad pura.

‹‹Un demonio››, pensó Led con estupor.

Con el andar de un cazador, la criatura humanoide avanzó hasta Led y, de la misma forma, se acuclilló ante él.

—Dos años encarcelado dentro de mis peores miedos, y esto es lo primero que encuentro al ser liberado —La voz del demonio era gruesa y bastante clara, como la de un locutor de radio—: Un patético mortal.

A causa del terror, Led era incapaz de mover un sólo musculo; era como si todo su cuerpo se hubiese convertido en piedra, y carecía de la fuerza necesaria para ponerlo en marcha.

El demonio lanzó una rápida mirada de soslayo a la prisión que aun reposaba sobre el suelo; ya no desprendía ningún tipo de luz.

—Mi nombre es Rakso, el demonio de la ira y uno de los siete príncipes infernales —se presentó, clavando la mirada en los ojos azules de Led. Sin miramientos, tomó al muchacho por el cuello y lo obligó a ponerse de pie—. ¿Quién eres tú?

—Le-Led —balbuceó, retrocediendo unos pocos pasos al sentir que la pesadez abandonaba sus extremidades—. Me-me… Me llamo Led.

El demonio sonrió orgulloso al ver el miedo que le propinaba al mortal.

—¿Cómo las luces? —quiso saber, recordando el significado de los nombres de algunos ángeles —Led asintió—. Muy bien, humano. Dime, ¿dónde estamos exactamente?

—E-en Seattle —Led luchaba por controlar su miedo; estaba seguro de que su balbuceo terminaría por obstinar al demonio de la ira, lo que se traducía en su cabeza sobre una pica—. E-estamos atrapados… Un… Un edificio ca-cayó sobre nosotros.

—Ya —comprendió, examinando el lugar que lo rodeaba—. ¿Y dónde está el demonio que pronunció mi nombre? Y esta vez responde sin tartamudear. No voy a matarte.

Led entrelazó sus manos en un intento desesperado por controlar los espasmos de su cuerpo.

La mente del aterrado joven no paraba de maquinar ante la situación en que se veía envuelto. Aun no podía creérselo. ¡Estaba ante un demonio! Todas esas historias que había leído en la biblia, que había escuchado por medio de su madre o el pastor de la iglesia a la que asistía, eran ciertas. Su mundo daba un terrible vuelco y no sabía dónde lo dejaría eso.

—Sólo estoy yo —declaró con la cabeza gacha—. Fu-fui yo quien pronunció tu nombre.

Rakso lo miraba incrédulo. De pronto, soltó una carcajada y se volvió para recuperar la canica que había sido su prisión.

—Bromeas, ¿verdad? —Sopló la esfera y la frotó en la tela de su túnica para limpiarla—. ¿Estás diciendo que tú, un simple mortal, me liberó de la máxima prisión jamás creada?

—Eso creo… ¿Por qué es tan difícil de creer?

El demonio se volvió y, con el rostro contorsionado de rabia, sujetó a Led por el cuello y lo estampó con violencia contra una pared. Sus cuernos ardían bajo una resplandeciente llamarada roja.

—Sólo un demonio de gran poder puede liberar a alguien de esta prisión —explicó, con la canica a la altura de los ojos de su presa.

‹‹¿Qué quiere decir con eso?››, se preguntó el muchacho.

Las llamas se apaciguaron y una sonrisa maliciosa se curvó en sus labios.

Sin decir palabra alguna, cambió la canica por una daga de aspecto letal. Led tragó en seco, podía imaginar el metal de aquel objeto hundiéndose en su garganta.

—¿Tienes miedo?

Led cerró los ojos para contener las lágrimas y asintió con la cabeza. Escuchó una risa burlona, luego el molesto chirrido del metal deslizándose sobre la roca.

Led se permitió dar un vistazo y Rakso lo liberó de sus garras.

—Lee —le ordenó, señalando las runas que había trazado en un pedazo de piedra.

En silencio, y sin darle motivos para que su captor se enojara, Led se acercó a la roca y fijó los ojos en aquellas runas que no dejaban de vibrar al igual que su cuerpo; los trazos se reorganizaban ante él y una palabra surgió. Un nombre.

—Amon —leyó con asombro.

Rakso asintió satisfecho y guardó el arma.

—Es el nombre de mi padre —declaró, tomando asiento sobre el cuerpo sin vida de Jackson. Contempló el rostro y le dirigió un pulgar en alto a Led—. Buen trabajo.

—Yo no lo hice —sentenció con horror.

—¿Y quién lo hizo? —alzó las manos para abarcar toda la estancia, la cual no dejaba de amenazar con un segundo derrumbe—. Eras el único que estaba aquí.

Led permaneció en silencio, intentado recordar lo que había pasado.

—Lo quieras o no, eres un demonio. Puede que un mestizo, porque no voy a negar que destilas humanidad —prosiguió Rakso. Volvió a levantarse y tomó el rostro del muchacho entre sus pálidas manos para escrutarlo con más detenimiento—. Si fuiste capaz de liberarme de esa prisión, lo más lógico es que seas hijo de uno de los antiguos —Led apartó a Rakso de un empujón. Aquella declaración lo había perturbado y necesitaba mantenerse alejado; estaba seguro de que el demonio lo estaba engañando, un plan para corromperlo y llevarse su alma a las entrañas del infierno—. La pregunta es, ¿quién es tu padre? El color de tus ojos no pertenece a ninguno de los siete antiguos.

—¿A qué te refieres? —escupió con desagrado.

—Me refiero a que los hijos heredan los ojos de su padre. Tu madre es humana, tu padre es un demonio, y por tal, él tiene el… ¿cómo le dicen? El gen dominante —añadió, chasqueando los dedos.

—Te equivocas, mis padres son humanos —Podía escucharse con absoluta claridad la desesperación en su voz—. Mi madre es una mujer cristiana que se dedica a la fisioterapia, y mi padre era músico.

—No estás siendo objetivo —lo interrumpió el demonio con los brazos cruzados. Comenzaba a perder la paciencia—. Pudiste liberarme de la prisión —le recordó, levantando la canica entre sus dedos— y puedes leer el lenguaje demoniaco —señaló las runas que dormitaban sobre la roca—. Eso te hace un demonio, punto.

—Pero… Mis padres… —El mundo de Led se desmoronaba con cada palabra, pero Rakso tenía un punto, ¿cómo era posible que pudiera leer una lengua que nunca antes había visto en su vida? Tal vez, eso explicaría por qué se le hacía tan familiar.

—Dime algo. ¿Conoces a tu padre?

Led enmudeció. Su padre había abandonado a su madre cuando ésta confirmó el embarazo. Desde ese entonces, ella no supo más de él, decidiendo borrar todo rastro del hombre que la abandonó junto a su hijo.

—No —contestó Led sin ánimos. Su mirada yacía en el suelo, pues, sentía que toda su vida era una mentira, sin embargo, podía darle un origen a esos pensamientos vengativos que solía tener.

—Ahí lo tienes —dijo, presuntuoso ante su vitoria—. Estoy seguro de que tu madre no lo sabe, y no tenía por qué. Los demonios trabajamos así. Sólo queremos dejar nuestra semilla en el mundo natural —concluyó, con un encogimiento de hombros para restarle importancia.

Led se tumbó en el suelo, con los brazos extendidos a cada lado y meditando las terribles revelaciones de la noche.

‹‹Lo quieras o no, eres un demonio››, las palabras de Rakso resonaban en el interior de su cabeza.

—¿Y que se supone que debo hacer ahora?

‹‹Morir —se contestó en sus pensamientos—. Algo como tú no merece respirar››. Pero apartó la idea de su cabeza. Era suicidio, y eso, según las charlas de su madre, era un terrible pecado ante los ojos de Dios.

—Seguir con tu vida —contestó el demonio, mientras jugaba con su daga.

La estructura volvió a rechinar, y el techo descendió unos pocos centímetros, escupiendo trozos de concreto y acero sobre sus prisioneros.

Led soltó una risotada.

—Creo que mi vida acaba aquí.

La sonrisa del demonio se ensanchó. Era como su padre le solía decir: Un poco de violencia, luego una dosis de carisma para empatizar y, por último, la propuesta para solventar el problema que agobia al mortal.

Puede que Led fuera un demonio, pero en parte también era un humano, y uno bastante ingenuo a su parecer.

—Entonces… ¿Sí quieres vivir… o te entregarás a la muerte?

Led pensó en su madre, en sus amigos, en su arte y la oportunidad que se había abierto ante él con la llegada del concurso. Enjugó sus ojos y se incorporó.

—Quiero vivir.

Rakso asintió. Lo tenía todo servido en bandeja de plata.

—¿Qué te parece si hacemos un pacto?