La habitación era irregular, con paredes de piedras tan frías que podían congelar los huesos de quien se atreviera a tocarlas. Led llevaba puesto unos sucios trapos con signos de violencia, al igual que todo su cuerpo. Los cabellos, sucios y despeinados, le cubrían gran parte del rostro y le hacían sentir la cabeza extrañamente pesada.
Los demonios, que comenzaban a reunirse al otro lado de los barrotes, reían con crueldad sin dejar de señalarlo con sus pútridas zarpas.
—Tu hora ha llegado —repetían a coro una y otra vez.
Led lloraba, mientras despotricaba contra aquellas criaturas; sus manos apretaban con fuerza los barrotes y luchaba con desesperación para doblarlos y crear una salida.
Los demonios no dejaban de reír.
Un par de manos, tan ásperas como un papel de lija, lo sujetaron de los hombros y lo obligaron a volverse. Un grito emergió de su garganta para suplicar su libertad.
El demonio le mostró los colmillos y, una vez más, le arrancó la vestimenta con un tirón de sus garras.
—Es hora —gruñó la criatura antes de olfatear el cuerpo de su prisionero.
Una bofetada, y Led terminó contra el piso de piedra, con los ojos vidriosos contemplando el techo de la caverna. Él se retorcía, luchaba por su libertad a medida que lo obligaban a abrir sus piernas. La lengua viperina de aquella criatura se deslizaba por su piel; era escamosa, y dejaba pequeñas cortadas por donde franqueaba.
—Eres mío —siseó.
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Se sentó en la cama de golpe, con la mano de Rakso sobre su boca para ahogar el grito. El demonio llevó su dedo índice a los labios y Led, entre lágrimas y con el cabello pegado a la frente por un sudor frío, asintió.
Las primeras luces del alba comenzaban a iluminar el cielo color plomo de Seattle al ritmo en que Led recuperaba la compostura.
—Creo que ya encontré la oferta perfecta.
Led lo miraba con odio. Estuvo a punto de escupirle, pero se vio obligado a atender el celular que no paraba de chillar. Era un milagro que aun funcionara.
—Estaba tan preocupada —soltó Olivia Landcastle al otro lado de la línea—. Ni tú ni tu madre atendían mis llamadas, y luego me envía un mensaje de voz para decirme que estuviste en emergencias. ¡Por todos los dioses, Led! ¿Qué carajos fue lo que pasó?
—Ahora no es un buen momento para hablar, Olivia —dijo, mirando de soslayo a su acompañante infernal.
La chica se puso como una furia, pero Led le aseguró que estaba bien y que sólo necesitaba descansar; órdenes del doctor, le había dicho. La muchacha entendió y le avisó que se alistaría para irlo a visitar junto con Axel.
—¡No! —se apresuró en decir—. ¿Qué tal si nos vemos en un café? —propuso. No quería poner en riesgo a sus amigos y mucho menos mezclarlos con aquel demonio que amenazaba con asesinarlos.
—¿Seguro estás bien? —insistió ella—. Led, de verdad, no hay problema en que nosotros vayamos a tu casa.
—Estoy bien. Enserio… Y la verdad es que me haría bien salir. Lo menos que deseo es estar encerrado en casa. De acuerdo, es perfecto. Nos vemos en una hora.
Colgó la llamada y marchó con la toalla en mano hacia el baño. Rakso, con expresión aburrida, le seguía como una sombra.
—Tú, quédate en mi habitación… O mejor aún, lárgate de mi casa —le ordenó en voz baja.
—Temes que mami te vea con otro hombre en el baño —se burló el demonio, apoyando el brazo en el marco de la puerta en una actitud fanfarrona.
Led rodó los ojos y le cerró la puerta en la cara.
El baño duró un par de minutos, y al salir, su madre aguardaba en la puerta abrigada con su bata de ‹‹sábados especiales›› y sosteniendo algunas revistas, esponjas y lociones. Era su día de descanso y solía iniciarlo sumergida en una tina tibia, repleta de esencias aromáticas y música instrumental.
Led le avisó que saldría a reunirse con Olivia y Axel en el Bang Bang Cafe y a ésta le pareció una excelente idea.
De vuelta en su alcoba, no le sorprendió ver a Rakso husmeando entre sus cosas. Ni siquiera se molestó en dirigirle la palabra. Pensó que, tal vez, si lo ignoraba, éste terminaría por irse.
—Tengo una oferta que hacerte, mestizo.
—No tengo tiempo —le cortó, abriendo el armario y cogiendo la ropa que usaría para ese día. Estuvo a punto de retirar la toalla, cuando recordó a su visitante. Con las mejillas encendidas, le pidió que se diera la vuelta y no lo viera—. Gracias.
—No tienes nada que no haya visto antes —le reprochó, acariciando la gema violácea que permanecía incrustada en el mango de su daga; el obsequio de un ser querido.
—Se llama privacidad. Listo —anunció el muchacho—. De acuerdo, dime tu oferta para rechazarla y hacer que te marches.
Rakso sonrió con malicia.
—Puedo hacer que tus pesadillas, que ese tormento que llevas dentro se acabe.
El demonio había dado en el clavo, y lo sabía gracias a la expresión que enmascaraba el rostro de Led.
—No-No sé de qué hablas —refutó el muchacho, mientras amarraba los cordeles de sus zapatos.
—Te vi dormir, mestizo —confesó con crueldad, sus labios rozándole los oídos—. Vi tus pesadillas, los bosquejos en tus cuadernos y las pinturas que escondes en el armario.
—Basta.
Pero Rakso lo ignoró. Lo volvía a tener en sus manos y no lo soltaría hasta quebrarlo.
—Eres incapaz de soltar el pasado. Rememoras esa tortura todas las noches, intentas dejarlo atrás pero no puedes. El dolor es mucho más fuerte, te consume, te llena de ira y te hace recordar lo débil que eres.
Led no aguantó y dirigió un golpe hacia el rostro del demonio, pero éste lo detuvo sin esfuerzo alguno. Apretó el puño y retorció el brazo del muchacho, doblegándolo contra el suelo alfombrado.
De rodillas, Led era obligado a escuchar cada una de las palabras que articulaba sobre su persona. Los sollozos lo amenazaban y no pudo evitar sentir asco de sí mismo.
—Eres un quebrantado, mestizo. Nadie puede ayudarte, salvo yo —declaró—. Puedo hacer que toda esa tortura se detenga. Sólo debes ayudarme a recuperar mis habilidades.
—¿Un quebrantado? —Su voz sonaba lastimera.
Satisfecho de su logro, Rakso se apartó, dejando en libertad al muchacho, quien se negó a ponerse de pie por culpa de la vergüenza.
—Todos los mortales son, de alguna forma, prisioneros de las tinieblas en alguna parte de su alma, a través del pecado, del miedo y del dolor —El demonio había tomado asiento en el alfeizar de la ventana—. No necesitamos poseer toda el alma de un mortal para llevarla a nuestros dominios. Con un fragmento de ella nos es suficiente, y cuando lo conseguimos, lo establecemos en una de nuestras regiones para torturarlo.
—¿Có-cómo obtienen ese trozo? ¿Cómo es eso posible? —preguntó atónito. La curiosidad y el miedo lo abrigaban con fuerza.
—Quebrantamos a la persona por medio de una situación de profundo temor, un trauma o un dolor agudo. También pude ser a través del pecado o por participar en lo oculto. En tu caso —El demonio aspiró una bocanada de aire y trabó la mirada con la de Led—. El trauma que cargas contigo fragmentó tu alma. Fue cuando tenías dieciséis, ¿no es así? Para ese entonces, los súbditos de Asmodeo se encargaron de robarla y llevarla a una de sus prisiones. Ellos la torturan allá, y al hacerlo, se refleja en ti a través de miedos, inseguridades…
—Mis pesadillas —concluyó Led, encontrándole el sentido a todo: sus pinturas, sus pesadillas, sus miedos…
Rakso asintió.
—Vi tus pinturas. Retratas con exactitud las prisiones de Asmodeo… de Lux —se corrigió.
—Asmodeo representa la lujuria —recordó Led en una de sus lecturas por la red. En el libro de Tobías, aquel demonio se había enamorado de una humana, y cada vez que la chica contraía matrimonio, asesinaba al esposo en la noche de bodas para evitar que consumaran el matrimonio; era una lástima que no recordara como se había desecho de aquella criatura—. Lux sería el demonio que ocupa su lugar, ¿no es así?
—Concéntrate en lo importante, mestizo. Lo que quiero que entiendas es que eres capaz de ver tu prisión. Puedes intentar movilizarte cuando vuelvas a ese lugar y así trazarme un mapa —Soltó una sonrisa torcida—. No cabe duda, eres el hijo de uno de los siete.
—No menciones eso —le pidió, arrojándole una mirada asesina. Se hizo un largo silencio, y en cuanto el demonio aceptó, Led alzó la cúpula de mutismo—. Entonces… —No podía creer lo que estaba a punto de preguntar—. ¿Puedes ayudarme?
—Depende. ¿Me ayudarás a recuperar mis habilidades? Para liberar ese fragmento, debemos bajar al reino de las tinieblas y no puedo hacerlo sin ellas.
—¿Cómo sé que cumplirás tu palabra?
—Para eso es el pacto. Si no lo cumplo, me reduciré en cenizas—Se puso de pie—. ¿Quieres cerrar el trato o no?
Rakso comenzaba a impacientarse.
La oferta era muy tentadora, pero Led aún seguía sin estar seguro. ¿Sería capaz de traicionar todos sus principios, con tal de recuperar aquel fragmento de su alma? Traicionaría a Dios, a su madre y a sí mismo, sin embargo, le pondría fin a su tortura. No más pesadillas, acabarían sus sesiones con la doctora Sherman y obtendría la paz que tanto anhelaba.
Rakso aguardaba con la mano extendida.
Con la duda palpitando en sus entrañas, Led alzó la mano, pero el pitido de su teléfono le impidió cerrar el trato.
Las blasfemias no se hicieron esperar por parte del demonio; su cuerpo estalló en llamas anaranjadas y uno de sus puños se había estrellado contra la pared.
Led retrocedió, y cuando la calma volvió, le riñó por el agujero que había dejado en su pared. El demonio rodó los ojos y, valiéndose de un afiche y cinta adhesiva, cubrió el daño ocasionado.
—Debo irme. Ya estoy muy retrasado y Axel detesta esperar —Ansioso, Led tomó su billetera y los audífonos que dormitaban sobre la mesita de noche—. Esta conversación no ha terminado —finalizó justo antes de abandonar la alcoba.
El demonio se irguió complacido.
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Belzer sentía los párpados como si se los hubiesen cosido. Imaginaba que sentía la piel desgarrándose mientras los abría tras su travesía por el mundo natural. Advirtió que Anro permanecía en un rincón de la sala rocosa, sumergido en una enorme colcha que terminaba de tejer; por un momento pensó que su hermano había practicado el fino arte de la costura en sus ojos.
—Roncas cuando duermes —lo saludó el demonio sin apartar la mirada de su trabajo. Se encontraba sentado en un taburete armado por piedras y viejos huesos humanos, junto a la luz danzarina de una antorcha—. ¿Qué tal tu incursión por el mundo de los mortales?
—Nutritiva —contestó sin ganas. Dejó escapar un bostezo y decidió ponerse de pie para estirar su cuerpo—. ¿Se puede saber qué haces en mi alcoba?
—Necesitaba de un lugar tranquilo para terminar —explicó. Los palillos metálicos se movían con rapidez bajo la dirección de sus dedos.
—Anro —El tono de su voz obligó al demonio a detener el tejido. La mirada de Belzer carecía de expresión alguna, lo que se traducía en malas noticias—… Rakso está libre.
Diez minutos más tarde, los demonios de la acidia y la avaricia se hallaban de rodillas ante su rey con la lengua desenrollada. No se habían permitido guardar ningún detalle.
Desde la comodidad de su trono, Eccles parecía reacio a creer lo que escuchaba. Era imposible que Rakso estuviera libre, su prisión del miedo era la más poderosa y nadie podía escapar de ella, salvo que un demonio de gran poder pronunciara el nombre del prisionero. Pero eso era imposible, ninguno de sus hermanos se atrevería a traicionarlo, y Blizzt permanecía inactiva desde que envió a El Exterminador tras ella.
—Tal vez te equivocas, hermano —repuso con mirada pensativa. En aquella ocasión vestía una gabardina color burdeos y degustaba sus papilas con una bebida tan espesa y roja como la sangre.
—Con el debido respeto, no es así, mi rey —contestó Belzer, aun con la cabeza gacha y rostro soñoliento—. Estoy seguro de lo que vi en mi viaje astral. Rakso ha sido liberado, y no está solo… Parece que un humano lo acompaña.
El rey dibujó un atisbo de sonrisa. ¿Qué podía estar haciendo Rakso con una forma de vida tan insignificante? Si lo que le decían era cierto, al menos le confirmaba que Blizzt no era la responsable y que El Exterminador había cumplido con su deber.
Con todo y eso, la incógnita seguía latente. ¿Quién había liberado a Rakso? ¿Acaso existía un tercer traidor en su círculo? Pensó en Lux, pero la desechó al recordar que su hermana aún se mantenía reorganizando sus prisiones; eran millones las almas que capturaba gracias a los pecados que se cometían por medio de la lujuria.
—De momento, olvidémonos de él —sentenció con más calma, agitando la copa entre sus dedos. Tenía asuntos más delicados que atender—. Rakso no cuenta con sus habilidades, y si un humano está de su lado —Se encogió de hombros. Encontraba divertido imaginar a aquel demonio compartiendo tiempo de calidad con un mortal; eso era caer bajo—, ¿qué importa? No le será de mucha ayuda. Rakso no es una amenaza, no es nada.
Aquella decisión no le agradó del todo a Anro. La soberbia de su rey era la que hablaba y no podían permitirse subestimar al enemigo, y mucho menos al demonio de la ira.
—Mi señor —comenzó a hablar el demonio de la avaricia. Su gabardina negra iba abierta, lo que dejaba al descubierto un pectoral tonificado y un extraño medallón repleto de símbolos y letras incrustado en él—. Por favor, deme la orden y yo mismo me encargaré de él. Si lo desea, lo traeré con vida.
Eccles se irguió en su trono, con tridente en mano y las llamas lamiendo cada rincón de la estancia.
—¡Dije que no!
—Pe-pero, señor. No podemos permitirnos…
—¡He dicho que no! —espetó el rey con furia. Las llamas se avivaron y los súbditos se encogieron de hombros—. Tenemos asuntos más importantes que atender —les recordó con más calma—. Debemos concentrarnos en el Tercer Cielo. Las cosas se están complicando allá afuera y no podemos caer, no ahora.
Belzer y Anro asintieron en silencio y recuperaron la altura en cuanto su rey lo demandó.
—Los quiero en el frente —Sus ojos grises resplandecían por las llamas del salón—. Derroten al capitán de la línea enemiga y regresen en cuanto lo hagan. Nuestros soldados podrán con el resto. Ahora, retírense de mi vista.
Las puertas volvieron a unirse a sus espaldas, y sin darle tiempo de reñirle por su insolencia, Anro sujetó el brazo de su hermano y le suplicó con la mirada.
—Sabes tan bien como yo que nuestro hermano se equivoca.
—Nuestro rey —le corrigió Belzer, zafándose de aquellas pinzas—. Y te apoyo, Anro, pero ya sabes cómo es, y si no quieres terminar en una de sus prisiones, te sugiero que sigas las órdenes que te dieron.
—No puedo, hermano.
Belzer ya veía por donde iba la cosa.
—Anro…
—Rakso es una amenaza, y con habilidades o sin ellas, puede condenarnos en el campo de batalla. No podemos dejarlo libre. No puedo.
El demonio pareció pensarlo por un momento. Sabía que su hermano estaba en lo cierto, pero contradecir al rey le valdría un pase directo con sus peores miedos.
—De acuerdo —accedió de mala gana, mientras acomodaba el cuello de su gabardina. Maldecía cada vez que lo arrinconaban entre la espada y la pared—. Te llevaré, pero si preguntan…
—Actué solo. Lo sé.