Chapter 5 - CUATRO

Un pacto con el diablo. Ni en los peores escenarios, ni en las más locas de sus fantasías, Led Starcrash se imaginó estar ante aquella posibilidad. Había escuchado de los pactos con demonios, no sólo en las películas o en los libros, sino en la iglesia, de la palabra del reverendo, donde les advertía a los fieles sobre las terribles consecuencias que aquello traía. Siempre lo había visto como algo imposible, o una metáfora, pues, ¿cuáles eran las posibilidades de toparse, literal, con un demonio y que éste le ofreciera un trato?

—Bromeas, ¿verdad? —A Led le costaba procesar aquella palabra. Sabía que el demonio no bromeaba, y su expresión se lo decía, pero necesitaba que este se lo dijera para que fuera real.

—¿Por qué bromearía? —Rakso se había repantigado contra una pared en una actitud de superioridad—. Soy un demonio, y es lo que hago. ¿Acaso la iglesia no te enseña nada?

—Sí nos ha hablado del tema —se defendió el joven—, y también he visto muchas películas para saber que eso nunca termina bien… Al menos para el humano.

—Pero tú cuentas con una ventaja —le recordó el demonio, despegándose de la pared y rodeando a su presa con pasos acechantes—. Una parte de ti lleva la sangre del reino de las tinieblas, una parte de ti es un demonio.

Led parecía pensarlo. Lo menos que deseaba era morir aplastado sobre aquella masa de concreto y acero. Era un dilema: hacer un pacto con el demonio estaba mal, pero rendirse y esperar la muerte era suicidio… Ambos eran pecados terribles. ¿Qué podía hacer?

El furor de la incertidumbre comenzaba a consumirlo, sus puños se cerraban con fuerza y vio a un sonriente Rakso aguardando su decisión.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó con temblorosa curiosidad. Los dientes apretados—. ¿Qué puede ofrecerle alguien como yo a un príncipe infernal? ¿Mi alma para ser torturada en el infierno por toda la eternidad?

El demonio rio, y la estructura volvió a crujir junto con un temblor que hizo retroceder al mestizo.

—Pensar en el mundo espiritual como un cielo y un infierno demuestra una percepción limitada y de poco conocimiento —declaró, escrutando la mirada rabiosa del joven—. No quiero tu alma, mestizo. Lo que necesito es que me ayudes en una simple tarea —concluyó, susurrando contra su oído.

La rabia dentro de Led crecía… De pronto, el joven recordó que Rakso era el demonio de la ira. ¿Acaso se estaba enojando por su cuenta, o por la influencia del demonio?

‹‹No permitas que el mal influya en ti, Led››, recordó las palabras que su madre le había dedicado durante un verano en el que ambos pintaban el departamento.

El muchacho cerró los ojos y pensó en los momentos felices que había vivido con su madre y sus amigos. Poco a poco, la irritación lo fue abandonando, y Rakso, controlando su molestia, pudo percatarse de ello.

—¿Qué tipo de tarea? —preguntó. Su serenidad era una burla hacia el demonio.

Los labios del príncipe se tensaron en una fina línea, con la cólera concentrándose en los puños. No iba a permitir que aquel mestizo se burlara de él haciéndole perder el control.

—Hace cuatro años, un demonio llamado Eccles inició una rebelión en lo que llamas ‹‹infierno›› —comenzó, formando comillas con los dedos de sus manos para resaltar la palabra—. Con ayuda de su círculo, derrocó a los antiguos príncipes infernales y los encarceló en las profundidades de El Abadón para así hacerse con la corona y el control absoluto del reino de las tinieblas.

Led no podía dar crédito a lo que sus oídos escuchaban. Era tan fascinante como terrorífico, y una parte de él no deseaba perderse ninguna de las palabras de Rakso.

—A ver si entendí. ¿Quieres decir que —Led simuló dos cuernos con sus dedos para referirse a Lucifer, cosa que le causó gracia a Rakso, pues, algunos humanos detestaban pronunciar el nombre del antiguo rey—… ya no es el que manda allá abajo?

—¿Te han dicho que eres adorable? —coqueteó el demonio sin molestarse en disfrazar el tono de burla. Sus dedos retenían con delicadeza la barbilla de Led, pero éste se apartó con desagrado—. Así es —siguió—. Lucifer ya no gobierna, y en su lugar lo hace Eccles, su hijo. El resto de su círculo tomó el puesto de los príncipes infernales restantes y lo ayudamos a dirigir.

—¿Ayudamos? —repitió Led de forma interrogante—. Formaste parte del círculo de la rebelión —La mente de Led maquinaba a toda marcha—. Eres el demonio de la ira, así que el resto del círculo es un demonio que representa un pecado capital, ¿no es así? Eccles es el rey, por lo tanto, es la soberbia —Rakso asintió en silencio para corroborar la teoría de Led—. Tú estabas atrapado en la canica que llevas en la gabardina, así que Eccles fue quien te encerró, ¿o me equivoco? ¿Por qué?

—Eccles tomó el control del infierno con la idea de reinar en equilibrio, de ponerle fin a la dictadura de Lucifer y hacer que todos fuéramos iguales. Al principio fue así, pero el poder se le subió a la cabeza y se tornó peor que su padre. Cuando descubrí las verdaderas intenciones de Eccles, me alié con otro demonio para detenerlo —El recuerdo de aquella alianza y sus consecuencias le revolvían las tripas—, pero nos descubrió y nos despojó de nuestras habilidades. Mi aliado me abandonó —Su rostro se ensombreció por el rencor—, y dejó que Eccles me encerrara en esa prisión.

Rakso mantenía la mirada clavada en la nada.

—¿Quieres recuperar tus habilidades para vengarte de tu hermano? —No hubo respuesta. El demonio parecía bastante incómodo—. Quieres el trono, ¿no es así? —Siguió aventurando.

—¡Quiero que el reino de las tinieblas vuelva a ser como antes! —estalló en un arrebato de ira. Una pequeña lluvia de rocas cayó sobre ellos a causa de las vibraciones que provocaba el demonio con su colera. Una vez calmado, se acercó a Led de forma amenazante—. Derrotaré a Eccles y le devolveré el trono a su legítimo gobernante así sea lo último que haga y así me cueste la vida una vez que lo consiga.

Rakso estaba furibundo. Las venas le brotaban por todo el cuerpo de forma grotesca.

—Necesito detenerlo —Sus dedos aferraban con fuerza el cuello de la chaqueta de Led—, pero no puedo hacerlo sin mis habilidades, y es ahí donde entras tú, mestizo.

—¿Có-cómo?

—Los mestizos funcionan como un radar. Pueden detectar energías demoniacas. Tú localizarás mis habilidades, y una vez que las tenga, podré enfrentar a Eccles y devolverle el trono a Lucifer.

De mala gana, el demonio lo dejó caer en el suelo y le tendió la mano.

—¿Qué dices, mestizo? ¿Cerramos el trato? —Las sombras parecían hacerse más oscuras. Las manos de Led temblaban, sus pensamientos habían entrado en un conflicto dual—. Me ayudas a localizar mis habilidades y, a cambio, te liberaré de esta prisión que está a punto de convertirse en tu tumba.

Aquello era demasiado. Las palabras de Rakso le habían dado a entender que no sabía nada del cielo ni del infierno, ni siquiera de sí mismo. Apenas descubría que era un demonio y aquel príncipe esperaba que lo ayudara en tan colosal tarea. Si ni siquiera era apto para cocinar un arroz sin que se le pegara, ¿cómo podría localizar unas habilidades demoniacas? Asimismo, una aventura así implicaba peligros, peleas, muchas emociones para alguien como Led. Era una locura, una total y absoluta locura.

Bajo aquel escenario, lo único que Led deseaba era salir de aquel agujero infernal y olvidar, por lo que el trato que le ofrecían era bastante tentador. A pesar de ello, no podía traicionar las enseñanzas de su madre y en todo lo que ambos creían.

—No puedo —sentenció, apartando la mano de Rakso—. Es demasiado.

—¡¿CÓMO QUE NO PUEDES?! —se exasperó el demonio, encendiendo una vez más las llamas de sus cuernos—. ¿Prefieres morir en este agujero que seguir con tu vida?

—Tendrás que hacerlo tu solo, Rakso. Mi madre me enseñó bien, y no pienso venderte mi alma, ni involucrarme en asuntos infernales. Si he de morir aquí, que así sea.

Rakso soltó una carcajada histérica. No podía creer lo que estaba escuchando.

—Cuando este lugar esté por aplastarte —Su rostro estaba a escasos centímetros del de Led—, rogarás por mi ayuda…

Un rugido interrumpió el flujo de sus palabras, ambos alzaron la mirada y vieron como los escombros se apartaban gracias a la intervención de unas enormes garras metálicas. La luz de los reflectores entraba como una cascada, y algunas siluetas humanas se divisaban en lo alto.

—¿Hay alguien ahí abajo? —preguntó uno de los rescatistas.

—Maldito suertudo —gruñó Rakso desde las sombras.

—No es suerte —le corrigió con una sonrisa de oreja a oreja—. Es como mi madre dice. Dios siempre está velando por sus hijos y obrando de formas increíbles.

—Aún no termino contigo, mestizo.

Y sin más que decir, Rakso desplegó sus alas y emprendió vuelo como si se tratara de una potente bala, perdiéndose en el cielo y de la vista de Led.

El joven se desplomó por completo en el suelo a causa de la falta de energía; era como si el demonio lo hubiera drenado hasta dejarlo seco. El miedo volvía a dominarlo una vez más y las lágrimas no pararon de correr. Con su último aliento, se arrastró hasta el círculo de luz proveniente de las alturas y gritó.

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Ignorando el caso de Led Starcrash, Jackson Brown y algunos pacientes con torceduras o dolor estomacal, era una noche tranquila en la unidad de emergencias del Hospital Virginia Mason.

Angustiada, la señora Starcrash se mantenía caminando de un lado a otro en la sala de espera sin saber sobre el estado de su hijo y dando gracias a Dios de no estar en la misma situación que la familia Brown

Era extraordinario como las cosas podían cambiar con tan sólo una llamada de cinco minutos. Esa noche, Christine Starcrash se encontraba cenando con sus vecinos, los Ottman, mientras esperaba el regreso de su hijo; la preocupación los abordaba a todos, pues, no había señales de Led, y cuando una llamada del hospital entró a su celular, sintió como el alma se escapaba de su cuerpo.

Ignacio Ottman se había ofrecido a llevarla directo al hospital y brindarle compañía durante la temible espera, y en ese momento, de no ser por la esposa de Ignacio, Christine estaría bebiendo su quinto vaso del terrible café que ofrecían las máquinas del pasillo, y no la reconfortante bebida humeante que aquella amable mujer había preparado en menos de cinco segundos.

—Él está bien, Christine —le aseguró Ignacio desde una de las gélidas bancas de aluminio. No paraba de juguetear con las llaves del auto—. Led es un chico fuerte, y el doctor nos dijo que no parecía ser grave.

—Lo sé —dijo ella, tomando asiento al lado del hombre—. Pero igual me preocupo y no estaré tranquila hasta tenerlo en mis brazos.

Él asintió en silencio y deslizó su brazo por los hombros de Christine en señal de apoyo.

Ignacio residía en Los Ángeles junto a su esposa Katherine y su pequeña hija adoptiva de ocho años, Vicky, claro está, habían viajado a Seattle a causa del repentino fallecimiento de su suegra y los trámites burocráticos que acarreaban dicha situación.

Las puertas que daban al área de emergencia se abrieron, y ambos adultos se pusieron de pie al ver que Led caminaba hacia ellos con un paso rengo. A su lado iban un médico y un oficial de policía con cara de pocos amigos.

—¡Led! —soltó la angustiada madre, corriendo con los brazos extendidos para rodear a su hijo y propinarle cientos de besos en las mejillas. Una vez culminado el escaneo maternal, miró al oficial de policía con cierto recelo—. ¿Qué significa su presencia? ¿Acaso lo interrogaron sin mi presencia? Mi hijo aun no es mayor de edad…

—Señora Starcrash, tranquilícese, su hijo quiso hacerlo así —la interrumpió el oficial con voz monótona.

—Sólo querían saber lo que ocurrió, mamá —agregó el joven al recuperar su espacio personal—. No estoy en problemas ni nada parecido.

—Su hijo es una víctima, señora Starcrash —indicó el oficial—. Jackson Brown, y otros cuatro jóvenes, lo agredieron. Desafortunadamente, la ley ya no puede caer sobre el joven Brown, pero podemos investigar y dar con el resto de los culpables. Su hijo nos suministró toda la información que necesitamos.

La mujer asintió y el oficial, antes de retirarse, le tendió una tarjeta a Led.

—Llámame si recuerdas algo —La mirada del oficial era inquisitiva—. Que pasen buenas noches.

En cuanto quedaron a solas, el doctor explicó que Led no presentaba lesiones graves. Únicamente una leve torcedura en el tobillo y algunos moretones que sanarían en pocos días.

—Sólo necesita descansar —finalizó, tras facilitarle un récipe donde figuraba el nombre de un calmante que podía emplear por si se presentaba algún dolor—. Espero que pasen buenas noches.

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El viaje en auto estaba sumido en el silencio. Christine intentaba sacarle algo de información a su hijo, pero Led se negaba a hablar; sólo deseaba borrar las últimas horas de su vida: olvidar el cuerpo de Jackson, olvidar su verdadera naturaleza y, sobre todo, olvidar a Rakso.

Las luces de la ciudad se deslizaban como estelas al otro lado del cristal, las calles estaban desiertas y Led no paraba de darle vueltas a su pequeña reunión con el oficial de policía. Le había contado todo, a excepción de la aparición demoniaca; no quería que lo creyeran un loco. Por otro lado, sabía que la policía lo mantendría vigilado, pues, sus manos estaban cubiertas por la sangre de Jackson y era el único que se encontraba presente al momento de su muerte. Era demasiado, y no quería preocupar a su madre.

—Se sincero, Led. ¿Asesinaste a Jackson Brown? —le había preguntado el oficial sin el menor tacto posible—. No tengas miedo. Podemos alegar que fue en defensa propia. Las huellas de Jackson están por todo tu cuerpo, hay una filmación de ti huyendo de esos brabucones y, si no es suficiente, los puños de Jackson están repletos de tu sangre.

—No fui yo —le había contestado con voz trémula. Su mirada estaba perdida en la nada—. Él me golpeaba, luego el edificio se derrumbó y caímos… Cuando desperté —Las náuseas lo atacaron—, es-estaba así —No pudo resistirlo más y echó el almuerzo sobre las mantas que arropaban su regazo. Led estaba avergonzado. Todas las emociones que había reprimido durante su estadía en aquel pozo de oscuridad las terminó liberando, de la forma más asquerosa, durante su estancia en emergencias.

El auto se detuvo, y en un parpadeo ya se veía encerrado en el interior de un ascensor repleto de espejos, custodiado por su madre y su vecino temporal. En cuanto las puertas se abrieron, una mujer con el cabello hasta los hombros corrió hasta ellos con las manos ocupadas por juguetes. Verlos de vuelta en casa la llenaba de gran alivio.

—¡Gracias al cielo! —soltó, obsequiándole un abrazo a cada uno de los recién llegados. Su mirada se detuvo en los ojos azules de Led—. Nos tenías preocupados. Cuando llamaron a tu madre, sentimos que el mundo se había detenido, pero ahora estás a salvo y en casa —continuó, haciéndose a un lado para que el pequeño grupo abandonara la cabina—. Estoy segura de que mueres de hambre, así que te preparé algo de comer.

—No debiste molestarte…

—No es molestia, Christine. Estamos para ayudar en lo que podamos. Ustedes son como nuestra familia —sentenció, al momento en que su esposo la rodeaba con un brazo. Su atención volvió con Led—. ¿Qué dices?

—Muchas gracias, señora Ottman. No quiero ser grosero, pero la verdad es que sólo quiero tomar un baño y dormir.

—Entendemos, amigo —La mano de Ignacio se posó en el hombro del muchacho—. Atravesaste una situación bastante difícil y lo mejor es que descanses. Te lo mereces.

Led miró los muñecos que la señora Ottman sostenía en sus manos.

—¿Son de Vicky?

Ella asintió con una diminuta sonrisa.

—Quiso esperar hasta que regresaras, así que se puso a jugar en el pasillo —Su mirada señalaba el lugar donde la pequeña solía sentarse a jugar—, pero el sueño pudo más.

Led sonrió y volvió a darle las gracias antes de entrar a su departamento. El cansancio lo aplastaba y no sabía cuánto tiempo podría durar en pie.

Su madre, preocupada, mantenía la mirada fija en las espaldas de su muchacho, sin dejar de preguntarse por lo ocurrido.

—Christine —La aludida se volvió y vislumbró a su vecina con un enorme tazón repleto de ramen—. Por si acaso… Ya sabes cómo son los muchachos.

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El agua de la regadera fluía y acariciaba con exquisitez el maltratado cuerpo de Led, llevándose consigo la tierra y la sangre por el drenaje. Su cuerpo comenzaba a relajarse bajo los mimos del jabón, el agua y la toalla que usaba para sacarse.

—En el microondas hay un tazón de ramen, por si tienes hambre —le avisó su madre al verlo salir del baño envuelto en una toalla.

El estómago de Led rugió, ocasionando que sus mejillas se ruborizaran. Con su nuevo andar, llegó hasta la mesita del comedor y tomó asiento junto a su madre, quien ya le estaba sirviendo una buena porción.

—¿Te duele mucho? —inquirió, refiriéndose al tobillo—. ¿Quieres que te busque una bolsa con hielo?

Él negó con la cabeza, mientras se llevaba la primera oleada de fideos a la boca. Estaban deliciosos, y su estómago le daba las gracias por alimentarlo.

—El dolor se ha calmado. De seguro estaré mejor en la mañana.

Christine removió el cabello de su hijo con dulzura y lo observó vaciar el tazón en silencio. Su pequeño estaba bien, estaba a salvo con ella.

—Linda trompeta —comentó Led al advertir el instrumento dorado que reposaba en la mesita de la sala—. ¿Desde hace cuánto la tienes?

Christine se tomó de las manos a causa de los nervios. Agradecía que Led fuera muy despistado y no captara ciertas conductas en los demás.

—Desde esta mañana. Un premio al empleado del mes.

El joven apartó el plato y le propino un abrazo a su madre.

—Felicidades. Ya era hora de que reconocieran tu esfuerzo.

Mientras terminaba su segundo platillo, Led le comentaba sobre los deliciosos cupcakes que Olivia planeaba llevar para el bazar de la iglesia y la exhibición de arte que tendría lugar en el Seattle Center.

Después de las felicitaciones, y un brindis con zumo de naranja, Led ya se refugiaba en su alcoba, con el aliento fresco a menta y lamentando la pérdida de su mochila y el maletín donde guardaba algunos de sus implementos de arte.

Abrió el armario, vislumbró las pinturas que reposaban en el fondo y decidió evaluarlas mañana en la tarde para elegir las tres que presentaría en la exhibición.

Tendió la toalla en la puerta y cubrió sus partes con un bóxer que, según las palabras de Olivia, le realzaba el trasero. El mero recuerdo le arrancaba una sonrisa.

—Parece que necesitas un abrazo —Led dio un respingo al escuchar aquella voz peculiar. Se dio la vuelta y advirtió que Rakso lo miraba de pie, desde el techo—. ¿Quieres que te dé uno?

—¿Qué haces aquí? —exigió saber en un bajo susurro. No quería que su madre se enterara de que un demonio yacía bajo el techo de su hogar, menos aún, que su propio hijo era el responsable de haberlo puesto en libertad.

—Acosarte —respondió sin miramientos. Con elegancia, bajó del techo y tumbó algunas cosas de la mesita de noche con sus alas.

—¡Cuidado! Estás haciendo un desastre —le riñó el joven, atrapando una bola de cristal antes de que tocara el piso.

Rakso replegó sus alas y tomó asiento en la esquina de la cama. Sus ojos rojos escudriñaban la habitación, como si se tratara de algo creciendo bajo el fregadero.

—Que pocilga.

—¡Largo de aquí! —le ordenó Led, señalando la ventana con su dedo índice. La furia que le inducía el demonio le restaba miedo.

Rakso negó con la cabeza. Se quitó las botas y terminó por acomodarse en la desordenada cama, dando por sentado que sería el nuevo compañero de cuarto del mestizo.

El muchacho tomó la biblia que reposaba sobre una de las repisas junto a la puerta y la apuntó hacia el demonio, quien rio divertido ante la ignorancia.

—Esos son puros cuentos de vieja chismosa —le reveló, pillando el comic que reposaba en la mesita de noche—. ¿Por qué no la usas como pisapapeles o para asegurar la puerta? —le propuso, agitando la mano de forma displicente.

La rabia terminó por dominar a Led y, sin pensarlo, le arrojó el libro a la cara. El demonio se quejó a causa del golpe; le había dejado una quemada en la nariz.

—¿Qué rayos te sucede, mestizo? —protestó, indignado ante la agresividad—. Ten más cuidado, pudiste sacarme un ojo, o peor, romperme un cuerno.

Led no sabía si sorprenderse o reír ante aquel descubrimiento. El temible demonio de la ira, uno de los siete poderosos príncipes infernales, podía ser lastimado con una vieja biblia que había sido lustrada con un poco de agua bendita; sin mencionar que su actitud podía ser como la de un chico de su edad.

—Quiero que te largues de mi casa —repitió, sacando a su acosador infernal de la cama a empujones.

—No lo haré, mestizo —Era peor que un niño malcriado. A la velocidad de un rayo, Rakso giró sobre Led para inmovilizarlo del brazo y derribarlo sobre la cama; empleaba sus manos y piernas para mantenerlo cautivo bajo su peso—. Tú me liberaste, así que te acosaré hasta que aceptes el pacto que quiero.

—No lo haré —escupió Led con los dientes apretados, sin reparar en que la quemadura de su agresor había sanado sin dejar rastro—. Tendrás que buscarte a otro.

El demonio desenfundó las cuchillas de acero que hacía pasar como garras. Con la punta de una de ellas, recorrió la garganta de Led.

—Sería una pena que la sangre de tu madre salpicara las baldosas de esta casa —Su mirada era oscura, y la voz que la acompañaba era como el gruñido de una bestia—. Tal vez, los gritos de Olivia y Axel sean un incentivo para ti.

Aquello fue un golpe bajo. ¿Cómo era posible que Rakso supiera de Olivia y Axel? Supuso que, siendo un demonio, era lógico que estuviera al corriente de la vida de todos los seres del planeta.

La cabeza de Led comenzó a dar vueltas. Aquel demonio atentaba contra la vida de las personas que más quería. Si se negaba a ayudarlo, uno de ellos podría perder la vida. No podía permitirlo. Tenía que ser más listo que el diablo, como solía decirle su madre. ‹‹El mal es astuto, Led, pero nosotros podemos serlo aún más, siempre de la mano de Dios››.

Tragó en seco. Tenía una idea, pero era muy peligrosa.

—Tó-Tócales un cabello —tartamudeó, pero no le importó—, y te-ten por seguro que no te ayudaré. No hay nada que puedas ofrecerme, demonio.

Rakso enfundó las garras. Su mirada ardía de odio contra Led. Sin decir nada, avanzó hasta la ventana y la abrió con un simple movimiento. El viento golpeó el rostro de Led con sus bajas temperaturas.

—Todos tienen un precio, mestizo —Despacio, abordó el descanso de las escaleras metálicas que se extendían a un lateral del edificio. Sus alas se extendieron de forma solemne y, antes de perderse en el cielo nocturno de Seattle, añadió—: y voy a averiguar el tuyo.