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Chapter 3 - Acto primero. El extraño suceso. -

Necromancer fue próspero; nació como un paraíso de tranquilidad, y se transformó con los años en un depósito de lamentaciones. Eso es una obra perfecta de sus habitantes. Con la guerra concluyó en una última pincelada. - Tierra de Necromancer - Continente de Murias. -

El acto de la guerra consiste en vivir

27 de Junio de 1915....()....

A toda velocidad se dirige arremetiendo cada enemigo. Un disparo desestabilizó la gravedad de la enorme máquina de guerra. Se había envuelto entre decenas de enemigos que caían a su alrededor entre el desdén y la impronta acelerada de su desesperación que solo tenía como objetivo acabar con todos.

"No importa lo que suceda. Juré. Al final el destino es polvo en nuestras manos".

Mal herido intenta culminar con el último enemigo que delante de él golpea la cabina de mando. Aquel golpe derriba al guerrero alado. El aventurero se mantiene inconsciente en el suelo de una tierra lejana. En su mente soñolienta baila su actriz de la vida entre un campo de girasoles que alaban su bella figura, mientras él, con una mano en su bolsillo y la otra firme sonríe contemplándola.

- ¿Podemos vivir aquí algún día no te parece?

- Claro que sí. Claro – Dijo con entusiasmo.

Al despertar, la mirada del monstruo dirigía sus garras cuando Hermes, el teniente y jefe, el aviador, el aventurero Hermes Phileas, acuchilló con su daga metálica a esa criatura amorfa. Ella cae al suelo encima de él. La batalla ha concluido y todo es un vasto cementerio de cuerpos que se fusionan con la humareda de los incendios y corto circuitos del aceite, grasa y metales, y con ello el hedor de cadáveres que asolaban en su pútrida presencia de una descomposición. Y su viejo modelo yace en ruinas. Solo contemplaba ese cielo cuasi nocturno de un terreno

desconocido muy, pero muy lejos de su hogar. La mirada de ella se fue para siempre entre las angustias y el canto de las sirenas. Se fueron para siempre todos los que pasaron por su vida. -

Y así sonó aquel despertador en la mañana calurosa de 1915 año de nuestro señor Jesucristo. "Me había tomado el día libre a pesar de que estamos en guerra. En el cuartel el grupo estaba siendo direccionado por Hambelt quien me seguía al mando. Y nuevamente esta pesadilla que me corrompe los sueños con nubes grises. Ya ha pasado un año de aquel accidente. De esa batalla que quisiera olvidar. Si no fuese por la guerra estaría recluido en alguna montaña en el pacifico sur para no ser visto jamás, pero en definitiva debía continuar. De eso se trata de seguir. No podía aunque lo deseara abandonar todo. Mi familia, amigos; mi país. Había comenzado la guerra cuando el archiduque Francisco Fernando, fue víctima de un atentado fatal que le costó la vida y a Europa le valió una guerra de trincheras y aviones que se disputan el cielo en determinantes duelos hasta la muerte. Hasta ese momento mi vida era la de un simple aviador y viajero de aventuras. Pero no quiero recordar ello. No, no lo quiero".

- Lleven de inmediato al teniente Phileas.

- Aún respira señor.

- Bien. Esto es un desastre.

- Señor, ¿Cree que haya más sobrevivientes?

- Lo dudo cabo. Vea todo alrededor.

- Señor. El teniente Phileas ha despertado

- ¡Hermes! Estas, mal herido. No te muevas.

- Estoy bien. Solo es el entumecimiento en el cuerpo.

- ¡Vamos viejo! No eres de acero.

- Hank, estoy bien.

Los enfermeros llegaban a propinar la atención. Las bajas de aquel combate eran muy amplias. El teniente Phileas descansa en un cuarto de la carpa de hospital

ambulante. Aturdido por el sonido de los motores que aún rechinan en su mente ve una vez más a su mujer danzando entre las flores.

- ¡Leticia! – se ríe Hermes – ¡Leticia! – ¡Ven!

- ¡Hermes estoy aquí! – ¡Hermes!

Ella sale de entre aquel campo de flores silvestres, su vestido rosado se entre mescla con su piel perfumada de néctar y sus ojos color cielo. El uno al otro, se reencuentran y ambos se abrazan desconsoladamente.

- ¡Leticia! Creí que te habías ido.

- Amor. Estoy aquí contigo – Ella acaricia su mejilla con su mano derecha y los ojos de Hermes se dilatan reflejándose este en los ojos de Leticia.

- Te extrañé mi vida – Besa apasionadamente a su mujer. Ambos se miran entre tactos, en cuanto sus manos se palpan los sentimientos del cuerpo.

- Estarás bien Hermes – le sonríe luego de aquel beso – estarás bien.

- ¿Leticia? - el viento sopla fuertemente y los granos del polvo se levantan con esplendor al cielo desvaneciendo en su insoslayable destino –

¡¡¡Leticia!!! ¡¡¡Leticia!!!

- Debes irte Hermes. No es aquí.

- No quiero irme.

- Debes irte. Adiós Hermes ¡Adiós!

- ¡No! ¡¡No te vayas!!

Ella sonríe como lo supo hacer siempre. Y a medida que el viento rosa desde su cabello extenso recorriendo su rostro, y cuerpo desaparece en infinitos granos de arena hasta desaparecer.

- ¡¡¡No!!! ¡¡¡Leticia!!! Hermes intenta atraparla, pero es inútil. Al querer abrazarla solo es un manto de aire entre sus brazos. Y el cielo se estremece con una nube gigante de fuego que parece venir a él. Un golpe destellante de luces se bifurca con amplio panorama. Y allí él sale disparado a lo lejos por una fuerza centrífuga.

Una bomba cae en el campo y Hermes cae arrodillado al suelo a muchos metros. Apenas puede moverse y al recobrar el sentido solo cabe la desolación de una meseta lúgubre y nebulosa en la cual predomina el hedor de la carne quemada y el aceite chirriante. Hermes en el suelo lastimado, extiende su brazo y luego su mano como queriendo tocar el paisaje. Solo eso.

- ¡¡¡NO!!!–

Una enfermera ingresa al cuarto de inmediato

- ¡Señor Hermes! ¿Está usted bien? – De inmediato toma su pulso. Mientras éste ladea la cabeza – ¿Parece que tuvo una pesadilla?

- ¡Sí!

- Trate de descansar y relajarse un poco. Está a salvo.

- Lo último que recuerdo es a mi compañero de armas Hank.

- Luego de la batalla llevaron a todos los heridos rápidamente. No se preocupe. Usted se encuentra a salvo ¿Cálmese sí?

- Estoy bien. Solo quiero un poco de agua.

La enfermera toma un vaso que había en una precaria mesa y una jarra. Allí vierte la misma. Hermes se mantiene impoluto hacia un poco fijo en su mirada. Internamente pensaba en aquel sueño. En esa persecución de una pesadilla interminable que siempre lo manipulaba.

- Señor Phileas. ¡Aquí tiene!

- ¿Eh? ¡Ah! ¡Discúlpeme! ¡Y gracias por su atención!

- No es nada. Ahora recupérese – La enfermera toma unas notas y escribe un recetario a título de informe para el médico de cabecera.

"Hermes se mantiene estable. Tiene contusiones y lesiones leves". Su estado físico solo presenta dolores musculares y hematomas producto de la lesión. Estado mental. Estable, en estado de shock debido a la contienda vivida. Fin de parte"

Siempre era lo mismo para Phileas. Posiblemente para muchos, pero él, parecía estar destinado a ello. Había en muchas batallas, sido derribado, aunque de una, u otra manera lograba sortear la muerte. Aunque al teniente Phileas eso, no le importaba.

Eternamente regresaba al punto de partida para encontrarse con ella.

Leticia y su extenso cabello oscuro que parecía brillar cuando el sol se confundía entre sus risos. Tal vez el tiempo no ayudó como tampoco el espacio en el cual nos encontrábamos.

- Comandante, tengo el parte de los médicos del turno de la cruz roja.

- Démelo soldado. – El sargento Stevenson releía cada uno. Cabo Takeda, ya lo ha visto el general Mayer?

- No señor.

- Bien. Otra vez tenemos al teniente Phileas entre los heridos. Parece que le encanta jugar al audaz en plena acción bélica.

- Yo no diría eso Comandante segundo – le expresa el comandante primero Caballero.

- ¿Y qué se puede pensar de él?

- O que disfruta de la guerra, y el asesinar a los Bismarquianos, o es un tonto que tiene suerte. Posiblemente una, u otra, o ambas. – El cinismo de Caballero, daba a concluir que no había un ápice de sentimiento en Phileas más que su sangre de muerte. -

- No lo sé. La cuestión es que ello puede producir problemas con su pelotón.

- ¿Desde cuándo se preocupa usted por él?

- No le preocupo. Solo que no quiero rebeldías innecesarias que acaben con todos nosotros teniente. Cabo Takeda lleve esto al general.

- De inmediato señor.

No tardo mucho en llegar a la tienda de campaña del general aunque si, hizo una pausa para fumarse un cigarrillo que tenía el cabo armado desde que comenzó su guardia.

- Ey! Viejo ¿No te sobra uno? – Le comentó un colega amigo. -

- ¡Claro que no! Pude guardar un poco de tabaco. Ya sabes que escasea.

- No seas así. Tienes los informes de los heridos

- ¿Sí?. El sargento estaba molesto con el comandante del pelotón albatros Phileas.

- Bueno – Mueve las manos y la cabeza en ademan negativo – Estévez – Pobre es un caso perdido.

- ¿Caso perdido?

- Si, ya sabes las historias. Desde que perdió a su mujer. No hace otra cosa que beber y salir a combate de forma desmedida. Le dicen el temerario, pero es más una angustia que valor.

- Terrible cuando no se quiere vivir más.

- Al menos derriba muchos enemigos

- Hasta que llegue su momento.

- Él lo está buscando y se seguir así lo encontrará.

- Increíble cómo llegó a ser teniente, y liderar un escuadrón por mínimo que sea.

- Ha perdido la cabeza desde aquel hecho.

Takeda se despide de Estévez que continúa su guardia en la base aledaña a la que se encuentra el General Rolff. Al ingresar El general se encuentra leyendo un diario matutino, sentado en su silla, con una pierna cruzada en la otra por comodidad, sin levantar la mirada continua. Takeda hace un saludo, y lo ve a él, omnipotente hombre de rango que levanta la mirada con el reflejo de sus lentes que caen al territorio de su nariz.

- Señor, buenos días, me presento. Soy el cabo Takeda. Vengo a traer los informes médicos.

- Descanse soldado. Puede dejarlos aquí sobre la mesa.

- Perfecto señor.

Takeda Inu, de origen japonés, se encontró viviendo en España en la época que estalló la guerra, y no tuvo más remedio que enlistarse, cuando todos fueron llamados a luchar por la paz del continente, y del mundo. El general observa el parte de los enfermeros. En el mismo se detalla las bajas sufridas.

- Si seguimos con esta guerra, no va regresar nadie a casa cabo. –

- Señor, estamos dando buenas batallas. –

- ¿Buenas? Cabo, las victorias pírricas solo son eso victorias, que se simulan como ellas pero no lo son ¿Se da cuenta de cuántos muertos ha habido en las trincheras?

Takeda agacha la cabeza, en su manera de pensar. El general lo observa.

- ¿Otra vez el teniente Phileas? – Se pregunta el general. – ¿Hasta cuanto este muchacho va seguir así? Acaso no sabe que hay una vida por delante.

- Señor, disculpe mi intromisión. Quizás es un buen soldado, y hace su deber.

- Eso no se discute cabo. La excelencia se ve en los ojos, mi pregunta es,

¿Hasta cuándo va seguir así?

Ambos se mantuvieron en silencio, hasta que el general dio orden de retirarse al cabo Takeda Inu.

- Cabo, antes que lo olvide. Ha sido asignado al escuadrón del teniente Phileas. Tome contacto con él en cuanto se recupere. –

- Enterado, señor – Takeda, se imaginó el desastre, en un batallón aéreo. -

- Retírese Cabo

- Con su permiso señor. –

Con solo un día, el teniente Hermes Phileas, estaba fuera.

- Teniente, no está en condiciones de irse – Comenta Claris, una de las médicas encargadas.

- Ya me encuentro bien, parece que siempre estas allí para darme algún que otro remedio –

- Es mi trabajo Hermes. Trata de no generar más disturbios. No tenemos suministros, y tú regresas una y otra vez. No voy a indagar en ti, por las razones.

- Las razones son personales. En fin gracias por todo, y adiós. –

- Cuídese soldado. -

Hermes sale caminando de las carpas en las cuales estaban muchos de los soldados heridos. Saco de su bolsillo, goma de mascar. Era mejor que fumar, ante los nervios y el desahogo. Del trayecto saludo algunos colegas. El campamento estaba en su estado de alerta. En la derecha estaba las carpas de los médicos y enfermeros..se ubicaban en una primera línea, luego el campamento en la parte detrás cerca de los arboles los superiores. Se habían instalado cerca de un rio, para proveerse de agua potable. Eran un mini centro de casillas precarias que fueron levantadas por el momento cerca de la base central de aviación, y armamento terrestre, debido que los cuarteles habían sido destruidos por bombardeos. Bien a lo lejos de las tiendas y se realizan las trincheras para los ataques terrestres, como también los vallados de alambres, y colocación de minas. Los civiles se mantenían en la ciudad aislados.

Entre ellos Hartia, mi viejo amigo de su nación, que se encontraba en otro pelotón de bando terrestre. Habia pedido el cambio a la fuerza aérea, pero le había sido denegada.

- Teniente Hermes Phileas en persona. –

- ¿Qué tal Hartia? – Saluda con sus manos en los bolsillos. –

- Siempre aplicado mi amigo. –

- No digas, eso sabes que los formalismos no son lo mío

- Lo tuyo es anarquía. – ¿Leíste las ultimas noticias de ellos?

- ¿La noticia de la bomba en el Banco? No es de extrañar.

- No puedo creer que estés afiliado a ellos.

- Es solo afiliación. Esta sociedad precisa de un cambio. Ve alrededor Hermes señala todo el espacio ¿Diles a todos ellos si esta guerra es justa?

- No lo es Hermes, ¿Pero qué debemos hacer?

- Resistir. – Se resigna el teniente. –Bien, ¡Nos vemos amigo! Cuídate – Saluda El teniente dando la espalda y levantando a lo lejos su brazo y mano izquierda. –

Hartia lo observa.

- Cuídate viejo. –

Hermes solía en sus tiempos libres ir a la ciudad, pero ahora siente la necesidad de caminar por el rio, pensaba que fluir, era tan importante, y por ello los admiraba. Entre sus pasos, levanta la mirada al cielo y sobre pasa la salida del campamento. Se les ha indicado que no vayan al norte debido a la colocación de minas. Solo al sur a donde se encuentra la ciudad. Primero iría aprovechando su lesión al rio, y luego a beber unos tragos, al bar más cercano en donde se acomodaba su mente de angustias. –

Había caminado menos de un kilómetro en las afueras del campamento. Allí se sentó en medio de un árbol a pensar. Era un roble cuyas hojas estaban detallando el verano inconmensurable que en su forma anómala desprendía sus hojas que volaban en dirección a la corriente del agua. Y que venía desplazada a gran velocidad. Aquel rio nacía de los afluentes de varios tipos descendiendo desde una montaña nevada. Se ubicaba en medio de los Cárpatos, de Europa oriental. Para ser especificó, era una zona de bosques, y estepas rocallosas, que servían de apoyo para los ataques. Los alemanes del imperio de Bismark, se habían ubicado del otro lado, pero su infantería estaba muy bien preparada. Ahora en su inmediatez Hermes refleja su mirada al suelo del agua, pensando cuando acabaría todo esto.

"No es nostalgia que sienta, pero desde aquella vez, no puedo pensar en otro motivos que alienten mi alma. Y pensar que hace unos años, en mi juventud, escalé parte de estos cerros. En una viaje de confort a mi estilo ¡Rayos! ¿Quién iba a pensar que hoy en día volvería como un soldado de los cielos? Parece todo una mentira infame de este mundo. ¿O no Leticia?

Tú, si sabías comprenderme. En lo que se llama comprensión. Era tan simple como caer en tus brazos en la mañana que nuestros cuerpos se descubrían con la pasión de luna que nos iluminaba en el pacto del amor. Esos son recuerdos, me dijiste una vez. Únicos e irrepetibles ¿Son buenos recuerdos, o malos?Son un arma de doble filo, cuando quien los comparte ya no está más que en nuestro corazón. Es allí cuando son realmente malvados. Una y otra vez nos atormentan, sin sentido, y se estancan como una daga potente que nos hiere para siempre.

Es así Leticia, que todo entonces debe fluir, y continuar, sin embargo, no es tan fácil de hacer, siquiera de decir. Y mira que intento, sobrellevar el tiempo, aunque el tiempo termina llevándome a mí hacia ti como todas las noches, como todos los días en que la daga de los recuerdos traiga a mi mente tu mirada sonriente, tu cuerpo desnudo de lujuria, tu corazón lleno de amor. El olvido solo es un sortilegio sagrado para entes carentes de alma, y yo quisiera ser uno de ellos, quisiera serlo, por lo menos en lo que me reste de vida, de la cual no estimo respeto bajo ningún concepto".

Hermes que estaba de cuclillas en el suelo, bajo el árbol. Toma una flor que suele crecer allí. La arranca y la arroja al rio. Vé, tranquila. Sé libre, donde quiera que vayas, se dice. Luego se incorpora y respira hondo el verde de los pastos con un suspiro.

Sin que se diera cuenta a unos metros una señora con harapos y una canasta recolectaba algunas hierbas. Tenía una mirada antigua, y la vejez había deteriorado su rostro en arrugas constantes. Su pelo estaba recogido con un

pañuelo gris. Y poseía un vestido amplio de la época con unas pantuflas y calcetines.

- Esta suspirando – Le dice – Déje el pasado morir, sino morirá usted. –

- ¿No entiendo?

- No debe entender – Le comenta en cuanto tomas un racimo de un arbusto.

-

- Así es la guerra. Se recuerda el pasado, por lo sucedido. –

- Lo importante es el presente, y el futuro. –

- ¿Y qué sabe del presente?

- Que le espera una gran misión. –

- Siempre he tenido misiones. –

- No es lo que parece. Esta tierra es sagrada, como sagrado es el mundo que habitamos.

- ¿Qué quiere decirme?

- Que hoy estamos aquí, y mañana podremos no estarlo. Estar en otros sitios.

- ¿El destino será entonces?

- No lo sabemos con certeza, pero algo importante va pasarle

- ¿Y a mí justamente? – Se dice pensando en las patrañas de una persona ladina que quiera engañarlo con brujería de gitanos, en cuanto dirige su visión al rio. -

- ¡Nada es casual Hermes! Nada lo es. – Se ríe la dama antigua. –

Hermes se sorprende al ser nombrado, y direcciona su vista a ella, que ya no está en ningún sitio. Solo el viento sopla sobre el arbusto. El teniente se mantiene perspectivo en todo el sitio unos momentos más, pero nada sucede. Nada hace al asombro de esa inverosímil figura. -

- Es hora de continuar camino. – Explica asimismo, sin darle importancia al asunto. -

Hermes, descubre que cae la noche y se dirige a la entrada del camino de la ciudad. Prefería caminar a tomar un vehículo. En el cuartel ya sabían de sus andadas en algún tugurio que merezca el placer de unas copas para ansiar el apetito de las angustias. Estaba cayendo la tarde, y algunos autos paraban cerca de aquel bar. Hermes ingresó como todas las veces que lo vieron desde que se instalaron como punto de apoyo en la ciudad pequeña; poblado de un pilado de habitantes que resistían a la invasión, cerca de la capital Bucarest, Rumania. El teniente, veía las luces del otro lado de la puerta de madera. Un cartel enorme decía "Bebida Nocturna". Era una taberna de pocas mañas atendido por su dueño, Ivan Gref, un veterano de alguna familia plebeya de combatientes del rey Drakul, en las viejas campañas contra los turcos otomanos. –

El teniente ingresa, abriendo la puerta principal. A las afueras dos jarrones con plantas secas, que no recibían más que el agua de la lluvia. Del otro lado varias mesas, y sillas de una madera rustica. Un cuadro grande del paisaje de las montañas, en su nocturna noche con una luna semi menguante que solo iluminaba las nieves de aquella cúspide desplegando un solo rayo. La barra grande, y el viejo Ivan Gref, con su trapo sucio de grasa limpiando un vaso recién lavado. El polvo de la barra estaba lleno de ácaros y otras ocurrencias de la naturaleza. El aseo no era la especialidad de la casa. Eso le decía Hermes a Iván. Ahora se dirige a la barra y se sienta en el asiento del medio. Todos los demás se encuentran vacíos, salvo el de la punta, en la cual un militar disfruta de una copa de ginebra rancia. Las demás mesas se mantienen ocupadas. La luz del local es un único foco que apenas alumbra aquel sitio, y las imágenes que se podían observan en el bar eran sombras que platicaban sobre la situación actual. -

- ¡Buenas noches Hermes! – Saluda el viejo. –

- ¡Buenas noches! – Replica Hermes sin mirarlo, manteniendo su postura al suelo de la madera de la barra.

- ¿Lo de siempre?

- ¡Sí!

- ¿Cómo te trata la vida?

- MMM no me quejo. –

- Bien. Así debe ser. – Ivan toma un vaso, y le coloca una botella de vino. Un vino barato de un alcohol fuerte y tajante. -

Pasaron algunas copas, hasta que el militar levanta su vaso en dirección al techo.

- ¡Brindo! , ¡Sí!, por esta miseria de bebida. ¿Oiga? – Le dice a Ivan. –

- Si, dígame – Lo mira con cierto recelo. –

- No tiene alguna otra bebida, más patética

- Es lo mejor que tenemos. –

- ¡Ah! Bueno, parece que estamos en una muy mala situación ¿No lo cree usted? Se dirige a Phileas. –

Hermes lo observa, y vuelve a su mundo contemplando su bebida. –

- ¡Oiga! ¡Soldado! Le estoy hablando. –

Hermes seguía impoluto en sí mismo, sin prestarle atención. –

- Hombre, deje los pretéritos para otro momento, señor – Le dice Iván –

- ¡Cállese! Nadie me da órdenes. – El hombre se incorpora de su asiento y se direcciona a Hermes. – Sus pasos van tambaleándose como un péndulo, y con una mano va palpando la mesa de la barra hasta llegar a él. – ¡Oiga, le estoy hablando!

Hermes, aún continuaba insumido en su bebida, y toma un sorbo de aquel de un trago.

- ¡Ey! ¡Me estas ignorando! ¡Inútil soldado! – El hombre lo toma con mano izquierda de la camisa, arrugándola. –

- ¡Hombre basta ya!

- ¡No se meta! – Aplica su vos de borracho balbuceando. – Algunos soldados que vinieron con él de otros grupos se reían- Acaba con él, Biff, decían. Si destrózalo, eran sus palabras.

Biff, un hombre robusto de infantería, que era conocido por su carácter maleante y de vándalo. –

- ¡Vamos! ¿O estás muerto?

- Suéltame maldita escoria – refunfuña Hermes, sin mirarlo a los ojos. –

- ¿O qué? – Se rie él y los suyos. –

Hermes, se mueve en forma veloz, y amarra con su brazo derecho el izquierdo de Biff, llevando este a golpear su rostro contra el filo de la mesa rompiendo totalmente su nariz. Luego con una lo toma con las dos manos del cuello –

- ¡TE DIJE BASURA QUE ME SOLTARAS! – Gruñe con furia -

¡Hermes alto!

Sus compañeros se incorporaron de inmediato, y varios fueron en su ayuda. El primero en ir hacia él, fue lanzado a una mesa golpeándose la espalda, el otro intento tomarlo de atrás con sus brazos, mientras Hermes recibía un par de golpes en su rostro. Un salto desde aquel amarre y patea fuerte a su agresor, y luego con los codos intenta soltarse de su captor golpeando las costillas de éste. Al dejarlo entumecido, lanzó un puñetazo sobre su rostro. Hermes estaba rodeado. Otro que logra acercarse a él con una navaja es vencido cuando el teniente le choca la botella en su cabeza. De inmediato ante la desventaja toma la navaja. Iván estaba listo ayudar a su amigo, y fue al otro lado del sector de la salida de la barra a evitar el conflicto, pero era inútil. A tiempo la policía se hizo presente, y en la escena principal, Phileas estaba con un cuchillo en su mano derecha, y varios soldados golpeados. –

No tardaron en ir al campamento como presos por disturbios. El comandante Biff de infantería estaba en otro sector, por lo que su influencia en medios hizo que saliera sobreseído del asunto No mejor suerte tuvo Hermes. Tenía, un historial de borracho, peleador callejero, y otras hazañas del bajo mundo que lo hacían si no fuera por su rango, un delincuente nato.

- ¿Y ahora que ha ocurrido teniente?- Se enfada el comandante – ¿Qué rayos ha hecho?

- Fue solo una pelea señor

- ¿Una pelea? ¿Solo una pelea?

- Sí, señor. Solo eso. -

- Sabe que ese patán de Biff, siempre ha despreciado a la aviación ¿No se ha dado cuenta que lo estaba provocando?

- Señor perdone ¡No volverá a pasar!

- Quisiera poder hacer caso de sus palabras teniente. Realmente quisiera. Debería ir a corte, pero un buen piloto, y la misión de mañana lo requiere.

Hermes Phileas no explayaba nada en el asunto.

- No quiero más tonterías ¿Me oye?

- ¡Gracias señor! ¡Y Permiso!

- Lárguese de mi vista. –

Hermes salió de la tienda de campaña directo a su tienda. Debía descansar. Su cabeza daba vueltas como un trompo por los golpes y la bebida. Y tenían tanto desorden en aquel lugar, que de hecho no se había programado ninguna misión. Y ahora estaba enterado de ello. A pesar de tener aún el permiso del hospital. Lamentablemente la guerra había dado tantas bajas que precisaban de todos los disponibles, y no se toleraría, alguien que habiendo salido del hospital fuera por unas copas, y en medio de ello se causare un alboroto por su culpa. –

Hermes comió algo ligero antes de irse a dormir. Dos latas de atún, y un poco de pan rancio. Luego sin más pretextos se lavó el cuerpo con un poco de agua, y al concluir, se secó y se lanzó en la cama. El sueño y el día lo habían dejado agotado. Y no tardo en cerrar los ojos. Sentía que su mirada se desvanecía en una pradera frente a las montañas

- ¡Vamos!, ¿No me digas que no quieres ir?

- ¡Pero luego de acabar el servicio! Te gustaría ir allí.

- Comprar una casa, y vivir de la naturaleza. Sería bello amor.

- ¡Entonces haremos eso! – Le dice Hermes a su amada. –

- ¿Pero prométeme que no morirás? – Le comenta Leticia. –

La cabeza de Hermes sobre las rodillas de ella, se mantenía apacible, mientras se miraban en ese día de picnic. Él, ante la pregunta suspira. -

- Te prometo que no moriré. –

- TE LO PROMETO

- TE LO PROMETO

- NO MORIRE.

- NO MORIRE

- Gracias amor. De todas maneras debo irme. – La figura de Leticia pronto desaparece

- ¡No! ¡No te vayas! ¿Leticia? ¿LETICIAAA?

¡¡¡Ahhhh!!! El grito del teniente en medio de la noche, lo despierta, y él se levanta transpirando en todos sus poros.

- Solo era una pesadilla. Solo eso. – Phileas vuelve a dormirse en la noche. -

Y así en el eco se hizo el suspiro mayor al otro. Hermes despierta con el rayo de sol alumbrando sus retinas

Al despertar completamente, se lavó la cara, y desayunó algo ligero. Recordó que una vez en un campo de batalla, se alzaron en una forma bella infinidad de flores.

"A pesar de todo éste desastre los pétalos de muchas flores decidieron alzar su vuelo de entre la tristeza. Esa es una verdadera forma de amar la vida". -

Luego regresó en sì. Tenían una misión de reconocimiento junto a tres de sus hombres del escuadrón, más para el medio día cerca del otro lado de la colina que limitaba con el país lindero. Como en la mayoría de las veces recibieron el parte, y el teniente le había dado las órdenes al sargento Salva. –

- Señor estamos listos para el vuelo

- Perfecto Salva – Dame la lista del grupo -

- Tome teniente. –

- Salva, Brain, Takeda

- ¿Takeda?

- Es un nuevo señor. El cabo Takeda Inu. Ha sido asignado en el día de ayer.

- ¿Y ya lo envían con nosotros al reconocimiento? Siquiera sé si tiene experiencia en aviación, proviniendo de infantería.

- Está preparado con varias horas de vuelo. –

- No es suficiente. Varias horas. Esperemos no haya problemas.

- Esperemos eso señor. –

- Puede retirarse Salva.

- Gracias señor, con su permiso. –

Hermes observaba la lista. Estaba acostumbrando a tenerlas. Eran muchos los nombres que se perdían. No podía memorizarlos todos. Así es la guerra se dijo. –

Al media día una lluvia leve estaba tomando el cielo con nubes de gran calibre. La pista estaba preparada para los cuatro aviones listos de despegue.

- Teniente este será su nuevo modelo – Expresa un soldado. -

- Gracias. – Agradeció y se acercó a él. Es un Albatros D.R, muy parecido a los modelos D.V alemanes. Una copia de un color anaranjado. Mientras que sus

soldados de rango bajo usaban modelos estilo francés. –

- Bien Teniente estamos listos. –

- Perfecto. – Tanto el teniente como sus soldados, se habían colocado sus chaquetas de vuelo con bufandas y lentes para el ascenso de reconocimiento de área. Usaban pantalones de cuero, con zapatos.

Ya preparados el vigía dio la orden con sus banderas, y salieron desplegándose al cielo. En medio del aire se señalaban para dirigirse en cada sector. En medio

de la altura recorrían los diferentes poblados en su magnificencia. Eran puntos pequeños que apenas atisbaban. En una reflexión el teniente les pidió antes de salir que tuviesen cuidado. Pronto pudieron visualizar la gran montaña que se encontraba escondida entre las alturas. Hicieron un acercamiento próximo para tomar nota del sitio que podían consideran un campo lleno de alemanes. Entonces fue que se produjo un gran trueno. Aquel impacto se sintió en todos los alrededores. Phileas diviso que todos se encontrasen bien. El pulgar de la mano derecha de Brain lo tranquilizó. Haremos esto rápidamente y nos retiramos, vendrá una gran tormenta parece.

Luego de media hora de vuelo sobrepasaron la montaña, y veían un complejo de otras que se ramificaban. Raro, se supone que había un campo hace unos instantes. Sus compañeros se sintieron confundidos. Dieron la vuelta, y Brain con su seguridad sobrepasó al grupo que estaba liderado por el teniente, y detrás de él, los demás.

- ¿Brain! ¡Qué demonios haces? – Grita el teniente. – De inmediato, Brain es alcanzado por un disparo de proyectil del campo. –

- ¡¡¡Brain!!! Los alemanes nos descubrieron. – Grita el teniente – Brain caía estrellándose su avión al suelo y volando en mil pedazos. –

- Teniente nos están atacando. – Se acerca Salva al avión de Hermes

- Hagan maniobras con Takeda -Señala con señas - La balacera se hizo evidente entre los truenos que pronto dieron lugar a relámpagos. Habían sido emboscados, pronto tres cazas de aviones biplanos alemanes se hicieron presente.

Un giro inesperado de Takeda, dio en el blanco con uno de ellos-

- Muy bien niño – Se dijo El teniente – Ahora iremos por los otros. – Al dar la vuelta el sargento Salva es perseguido por uno de ellos, y el teniente llega de inmediato para socorrerlo dando en el blanco del ala derecha de ello se desprende aquel desciende.

- Gracias Teniente – Saluda Salva. – Al bajar la guardia – Aquel alemán en una locura se lanza contra el avión de Salva –

- Sargento ¡¡¡Cuidado!!! – Grita Takeda, pero es tarde golpea a éste explotando ambos en dirección a la cúspide de la gran montaña.

Lo relámpagos comenzaron a lanzarse en todas las direcciones haciendo imposible el vuelo. El teniente se encuentra en plena batalla con el último de los aviones del imperio. Éste ataca por detrás a Hermes que coloca la palanca en dirección al cielo subiendo lo que más podía entre tiros de proyectiles y metralletas, dando una vuelta circular de trescientos sesenta grados para aparecer detrás del imperial.

- Te tengo – Dispara Hermes acabando con aquel avión. –

- Bien hecho Señor – Se dice Takeda. – Ambos se colocan a la par. La lluvia crece en cada instante, y entre disparos deben salir de allí. Un rayo cae explota cerca de ambos, y las luces se pronuncian cegando a los dos aviadores.

- ¡Dios! No veo nada de nada. – Expresa Hermes que continúa su rumbo sin dirección. Pronto pierde el control de los motores. – ¡No! Esto no puede estar sucediendo – La luz era más intensa, y solo se oían truenos y ruidos de balas. A su lado, se colocaba una silueta de un biplano. Era Takeda que corría la misma suerte. – ¡Cabo! ¡Cabo! ¿Me oye? – Fue imposible entre las palabras y el sonido. Pronto la luz parecía succionarlo todo, y con ello a Hermes que junto a su avión caían en picada al suelo. – Este es el fin, se dijo. – Es el fin. –

- Uno debe buscar un motivo. Algo importante va pasar Hermes. Algo va ocurrir. –

La vehemente luz completaba todo el circulo en una aureola fugaz que todo lo adquiría como si fuera un agujero negro. Al gran trueno, la lluvia intensa. Pronto las balas cedieron. Y un silencio nato se estaba gestando hasta que un nuevo relámpago realizó su aparición. Y ese silencio se esfumó con nuevas lluvias, nuevos truenos, y una forma de luminiscencia desconocida. Todo detrás de las montañas en la cual puede suceder lo imposible, según las brujas del mundo que todo lo conocen y lo saben. –

........ Aquí comienza la aventura. -

......... Volar, no fue un intento desesperado por querer ocupar mi tiempo, ni tampoco el ejército, ni ser un senderista, ni todas las ocupaciones. Solo quería calmar algo en mi interior que me lo pedía. Si pudiera escribiría una historia sobre un aviador en otra vida, en algún futuro en donde quizás existan motivos.