El camino de regreso a la ciudad fue un desafío en sí mismo. Reynarth tuvo que moverse sigilosamente, evitando las calles principales y utilizando las sombras como su aliado. A pesar de que dudaba que lo reconocieran, no quería llamar la atención innecesariamente.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegó a las afueras de la ciudad. Se detuvo, como sacado de una cinta cinematográfica, contemplando a lo lejos cómo las luces urbanas titilaban en la penumbra, semejantes a luciérnagas en una velada estival. La metrópoli bullía, vibrante de sonidos y movimiento, cada esquina palpitaba con vida propia.
Esa urbe, antes tan familiar y prosaica, se desplegaba ahora ante él como un escenario inédito, envuelto en el velo nocturno. Los edificios, antes anodinos, se erguían como colosos en silencio, proyectando sombras que se contorsionaban en formas caprichosas y enigmáticas.
La iluminación de farolas y neones componía una estampa onírica, sumergiendo las calles en un caleidoscopio de tonalidades vivaces y oscuros contrastes. El rumor de conversaciones y el zumbido de vehículos en tránsito tejían una sinfonía urbana, una melodía constante que saturaba el ambiente.
En la lejanía, bares y clubes nocturnos destellaban con sus neones, un espectáculo cromático. La música, una amalgama de carcajadas y melodías, se diluía en la oscuridad. Pese a su coyuntura, Reynarth se sentía seducido por el dinamismo de la noche citadina.
"Quién lo hubiera imaginado", reflexionó, "mi primer encuentro con esta faceta de la ciudad no surge de una noche de copas, sino de esta peculiar situación".
Deslizándose hacia los rincones menos iluminados, decidió que necesitaba vestimenta. No podía seguir vagando semidesnudo. Escudriñó el entorno, buscando vestigios de ropa olvidada. Pronto, su atención se fijó en un tendedero repleto en un patio cercano. Una sonrisa de alivio se esbozó en su rostro y, sin dudar, se aproximó.
El patio, oasis de calma en la bulliciosa ciudad, estaba cercado por una valla de madera. Inspiró hondo, preparando su cuerpo para el salto. "SSSS HAAA", exhaló, llenando sus pulmones. Se impulsó hacia adelante, usando la valla como apoyo. Pero en vez del suave aterrizaje esperado, un estruendo rompió la calma nocturna. "CRAAAK", resonó el crujir de la madera al ceder bajo su peso.
Paralizado, atónito, permaneció unos instantes, hasta que las luces de la vivienda se encendieron. El pánico lo invadió y, sin pensar, tomó las prendas más cercanas y huyó, abandonando la escena del desastre.
Con el tiempo, halló un rincón apartado para vestirse con lo robad… tomado prestado. Aunque descalzo, ya no estaba tan expuesto. Se enfundó unos pantalones holgados que, pese a su delgadez, le sentaban bien. Se cubrió con una gabardina beige que le llegaba a las rodillas, áspera al tacto, pero preferible a la desnudez.
"Objetivo cumplido, ahora a casa. He perdido demasiado tiempo, mamá debe estar fuera de sí, ay carajo". Vestido con lo hallado, se sintió algo más seguro. La ropa, desgastada y con olor a humedad, era mejor que nada. Con un suspiro, retomó el camino a su hogar.
Penetrando en la ciudad, la vida nocturna se desplegaba ante él. Las calles rebosaban de personas, las luces de los faroles bañaban los adoquines y el bullicio urbano lo envolvía. A pesar de la avanzada hora, la ciudad rebosaba energía.
Reynarth avanzaba cauteloso, apegado a las sombras, evitando las vías transitadas. Su aspecto desaliñado no debía llamar la atención. Sin embargo, conforme se adentraba, notaba miradas inquisitivas posándose en él, añadiendo intriga a su ya compleja situación.
Ajeno a la magnitud de su transformación, continuó su marcha. Se sentía inusitadamente ligero, como liberado de una carga pesada, y su mente, más lúcida que nunca. Aún así, no había tenido tiempo para reflexionar sobre estos cambios. Su única meta era llegar a casa, manteniendo un perfil bajo.
Al principio, atribuyó las miradas a su atuendo desgastado. Pero luego, comprendió que se centraban en él, no en su ropa. Algunos se detenían para observarlo, sus ojos reflejando asombro y, en ocasiones, deseo. Confuso ante tal atención, Reynarth se inspeccionó. Fue entonces cuando comprendió su metamorfosis. Su cuerpo, antes esmirriado y débil, ahora mostraba un porte atlético y robusto. Su piel, previamente pálida y áspera, lucía ahora un blanco radiante, suave y terso, capaz de despertar envidia.
Las líneas de su rostro, antes delicadas y juveniles, se habían definido, otorgándole un aire tanto atractivo como formidable. Sus ojos, que solían tener un azul tenue, ahora destellaban con un azul profundo y estelar. Incluso su altura, antes apenas promedio, se había incrementado, añadiendo a su presencia un aire de autoridad.
"¿Qué…?" susurró, su reflejo en el cristal lo dejó perplejo. El asombro lo paralizó. Lo que veía era inconcebible. ¿Era esa imagen realmente suya? ¿Cómo había pasado por alto tal transformación? Mientras su mente luchaba por asimilar la realidad, una oleada de poder lo envolvía. Sentía una vitalidad desconocida, una fuerza que brotaba de su esencia.
Reynarth permaneció inmóvil, en plena vía pública, intentando descifrar su nueva realidad. A pesar de la confusión, una verdad resplandecía: su vida anterior había quedado atrás. Había cambiado, y estaba decidido a explorar su nueva identidad.