Chapter 10 - 10: LUCHA

A partir de este capítulo los pensamientos los manejare con un - al inicio y final de cada uno

Finalmente, su mirada se detuvo en un hombre de mediana edad, que sostenía una alabarda plateada. Reynarth lo observó, sus ojos llenos de sed de sangre. Parecía como si hubiera encontrado su próximo objetivo.

El hombre de mediana edad, con cabellos grises cortos y ojos agudos, sujetó con firmeza su arma. La tenue luz se reflejaba en el filo de la alabarda, creando un aura misteriosa a su alrededor. Adoptó una postura de pelea, sus pies estaban separados al ancho de los hombros, con el pie derecho un poco adelante del izquierdo. Sostenía el arma con ambas manos, la mano derecha cerca de la base de la asta y la izquierda más arriba, cerca del inicio de la hoja. La punta de la alabarda estaba ligeramente elevada, apuntando hacia Reynarth. Su espalda recta y su mirada fija en su oponente denotaban la experiencia de un guerrero veterano. La tranquilidad que emanaba de él contrastaba con la atmósfera tensa del sótano.

Los músculos de sus brazos se tensaron mientras sostenía su arma; el metal frío y desgastado por el tiempo se sentía familiar y reconfortante en sus manos. La hoja afilada y letal seguía reflejando la luz tenue, otorgándole un aura misteriosa y amenazante.

-A pesar de ser un caído y ya no poder avanzar más, aun soy capaz de enfrentarme a un pequeño bastardo sin cordura- Pensó el hombre antes de que Reynarth se lanzara hacia él.

Y así el sótano se convirtió en el centro de una pelea entre estos dos seres, uno guiado por su deseo desenfrenado de sangre y el otro por su deseo de sobrevivir.

El sótano se llenó con el estruendo de la batalla, el sonido del acero chocando contra las garras llenaba el aire. Reynarth, en su estado de locura, atacaba con una brutalidad desenfrenada, cada golpe y arañazo lleno de un deseo primordial de sangre. No había estrategia en sus movimientos, solo un instinto salvaje y desenfrenado.

El hombre de mediana edad, a pesar de su edad, se movía con una gracia y velocidad que desafiaban sus años. Cada esquiva y bloqueo era un testimonio de su habilidad, cada golpe de su alabarda resonaba con la fuerza de su determinación. La alabarda plateada se movía en perfecta armonía con él, como una extensión de su voluntad, repeliendo los ataques frenéticos de Reynarth.

Con un grito de desafío, el hombre lanzó un ataque final. Su alabarda se movió como un rayo, apuntando directamente al corazón de Reynarth. Pero Reynarth, impulsado por su instinto, reaccionó. Con un movimiento ágil, saltó hacia atrás, evitando el golpe por poco...

El hombre, con su cuerpo bien construido y su fuerza y velocidad superiores, dominaba la pelea. Esquivaba y bloqueaba los ataques frenéticos de Reynarth con una facilidad que hablaba de su superioridad física. Cada golpe de su alabarda resonaba en las paredes del sótano, creando un ritmo constante de acero contra garra.

A pesar de su estado de locura, Reynarth era un oponente formidable. Pero el hombre no se dejó intimidar. Luchó con todo lo que tenía, utilizando su experiencia y habilidades para mantener a raya a la bestia.

La pelea se prolongó, el sudor y la sangre empapaban el suelo del sótano. El hombre y Reynarth se enfrentaban en un baile letal, cada uno luchando por su vida. La alabarda del hombre cortaba el aire, dejando estelas plateadas a su paso, mientras que las garras de Reynarth rasgaban el espacio con su ferocidad.

Finalmente, después de una serie de golpes y contraataques, Reynarth encontró una abertura en la defensa del hombre. Con un último esfuerzo, clavó sus garras en el costado del hombre, haciendo que un grito de dolor escapara de sus labios. El hombre cayó al suelo, gravemente herido, mientras Reynarth, también al borde de la muerte, se tambaleaba hacia atrás, victorioso, pero casi a las puertas de la muerte.

Con un ruido sordo, Reynarth cayó al suelo. Pero no estaba derrotado. A pesar de sus heridas, se arrastró hacia el hombre, su vista fija en él. Una voz gutural en su cabeza solo decía una cosa: ¡matar! ¡matar! ¡matar!

Con un último esfuerzo, Reynarth se lanzó sobre el hombre y le arrancó el corazón. Lo devoró, sintiendo cómo su cuerpo se curaba un poco de sus heridas, solo lo suficiente para que ya no corriera peligro su vida. Pero, aun así, estaba muy mal herido.

Luego, se dirigió a las personas que estaban en las camillas. También se comió sus corazones, haciendo todo un desastre. Finalmente, agarró una de las camillas y la lanzó contra los contenedores de cristal que estaban en medio del sótano. Absorbió toda la esencia vital que tenían dentro, fortaleciéndose aún más.

Momentos después de que la batalla hubiera terminado, los ojos de Reynarth lentamente dejaron de ser rojos. La cordura empezaba a regresar a él, sus garras se retractaron y volvió a tener una apariencia totalmente humana.

****

Reynarth se quedó helado, al recordar todo con absoluta precisión: el deseo de sangre, el olor metálico en el aire, la sensación de cómo sus garras atravesaban la carne, el dolor punzante de las heridas que había sufrido, de las cuales no quedaba ni una marca. No sintió nada cuando quitaba vidas, como si estuviera cortando coles.

El solo hecho de recordar cómo se comía los corazones, la sensación de masticarlos, el sabor de la sangre al correr por su garganta, le revolvió el estómago.

Justo cuando empezaba a sumergirse en un abismo de desesperación al recordar todas esas vidas inocentes que había eliminado y que la policía encontraría rastros de su aparición en aquel lugar, escuchó un sonido que venía de la entrada.

¡CLICK!

Era el girar de la manija de la puerta. "¡Reynarth!" se escuchó una voz melodiosa de una mujer que lo llamaba.

- ¡Oh, mierda! ¿Por qué tenían que volver ahora? - Su mente giraba a toda velocidad tratando de encontrar una solución al repentino problema. Desgraciadamente, no tuvo tiempo para pensar en algo cuando escuchó que los pasos se acercaban a la sala, rápidamente dejó todo y se apresuró a encerrarse en el baño.

Unos segundos después, se escuchó que tocaron la puerta del baño y la voz de Marianne, su madre. "Reynarth, ¿estás bien? He vuelto antes de lo esperado. ¿Por qué estás encerrado en el baño?"

Reynarth, aún en el baño, respondió con voz temblorosa, "Estoy bien, mamá. Solo necesito un momento." Marianne, sin sospechar nada, asintió y se alejó de la puerta, dejando a Reynarth solo con sus pensamientos y el eco de las vidas que había tomado.

Quince minutos más tarde, Reynarth salió del baño. Estaba pálido y sudoroso, y aunque no estaba consciente de lo que hacía en ese momento, el saber que había arrebatado la vida a personas inocentes no lo hacía sentir mucho mejor. Lo único que lo reconfortó fue que al menos ya no los estaban usando como bolsas de sangre vivientes.

Mientras tanto, Marianne estaba en la cocina preparando huevos fritos con tocino. Era una mujer de belleza serena y atemporal, cuya figura armoniosa evocaba la clásica forma de un reloj de arena. Sus curvas definidas delineaban una silueta femenina que, junto a sus piernas largas y bien formadas, reflejaban su vitalidad y fortaleza. Sus ojos azul profundo, espejos de calidez y bondad, se complementaban con su cabello castaño claro, largo y ondulado, adornado con mechas rubias que realzaban aún más su mirada. Su rostro, de rasgos suaves y delicados, se iluminaba con una sonrisa amable y acogedora, mientras que las sutiles arrugas decoraban las esquinas de sus ojos. Cada movimiento que realizaba era un testimonio de su salud y energía, y su presencia era indudablemente atractiva a la vista. La forma en que su cintura se deslizaba hacia sus caderas con gracia discreta revelaba una silueta femenina y proporcionada. Marianne, era la descripción de una verdadera belleza, parecía detener el tiempo mismo para ser admirada, como una obra de arte clásica que conserva su encanto a través de los años.

Marianne se giró, los platos aún en sus manos, y en ese instante, su mundo se detuvo. Los platos resbalaron de sus dedos, estrellándose contra el suelo con un estruendo que resonó en el silencio de la cocina. Sus ojos se abrieron ampliamente, no por el sonido del vidrio quebrándose, sino por la figura que se erguía ante ella. Reynarth, quien solo dos días antes medía 1,68 metros, ahora se imponía en la habitación con una estatura de 1,75 metros. La diferencia era sutil, pero en la cercanía de aquel espacio compartido, se notaba con claridad.

La piel de Reynarth, antes pálida y enfermiza, ahora tenía el tono del jade más puro, una blancura que irradiaba vitalidad. Sus músculos, definidos y casi marcados, habían transformado su físico esquelético en una apariencia saludable y robusta. Marianne no podía apartar la vista de él.

"¡Oh, Dios mío!" fue lo único que escapó de sus dulces labios antes de llevarse las manos a la boca, una expresión de sorpresa claramente dibujada en su rostro.

"¿Có... cómo es que...?"

"¿Cómo es posible que haya cambiado tanto?" Reynarth se interrumpió a sí mismo, completando su pregunta. Ella solo asintió con la cabeza.

~suspiro~

"Es una larga historia, pero la versión corta es que tiene que ver con esto," dijo él, mientras extendía su brazo y Marianne fue testigo de cómo los dedos de sus manos se transformaban en unas afiladas garras negras.

La expresión de sorpresa se profundizó. Ahí estaba ella, de pie enfrente de Reynarth, con la mente en blanco, solo observando esas garras negras que le recordaron a todos los chismes y susurros que había escuchado de los altos mandos en el hospital cada vez que regresaban de sus reuniones en otras ciudades. Hablaban sobre seres que parecían humanos pero que podían convertirse en bestias. Luego recordó la historia que Richard le había contado sobre su niñez, una historia que había tomado como meras divagaciones de un niño para superar un trauma. Sin embargo, lo que tenía frente a ella le gritaba en la cara que no eran divagaciones.

"Reynarth, tú eres..." Su voz se estaba quebrando.

"¿Lo que soy?" - ¿Cómo demonios se supone que sepa lo que soy? Hasta hace dos días pensé que este cuerpo en el que entré era humano. -

En el pasado, después de ese intento fallido de asalto que terminó con Reynarth perdiendo la vida, sintió cómo su cuerpo se volvía pesado y el frío se extendía, mientras su vista se iba poniendo borrosa. Después, todo fue oscuridad. No sentía frío, dolor ni todo el resentimiento e ira que sentía hacia su padre. Todo era paz; ya no había preocupaciones ni cargas. Solo flotaba en la infinita oscuridad. Pero cuando se estaba acostumbrando a esa sensación, de repente sintió un pequeño tirón que después lo jaló con fuerza, seguido de una luz deslumbrante y una dulce voz.

Recobrando poco a poco sus sentidos, sintió cómo unos brazos lo rodeaban, transmitiéndole calor.

(En un idioma desconocido) "£/ Oh, gracias a Dios, está vivo. Cuando sentí su cuerpo tan frío y pálido, pensé lo peor. No entiendo cómo existen personas tan crueles como para abandonar a un pequeño de 4 meses en la calle con este frío. \£"

Un sonido de galimatías fue lo primero que escuchó cuando recuperó por completo los sentidos. Estaba en el cuerpo de un bebé y estaba siendo cargado por Marianne en una manta desgastada.

"£/ Hay mucha gente desquiciada en este mundo, gente sin un ápice de humanidad en sus corazones. Volvamos adentro, mañana hay que llevarlo a una estación de policía. \£" Dijo una voz gruesa y un hombre con barba apareció detrás de la mujer mientras le ponía una mano en el hombro.

Richard y Marianne habían sido recientemente ascendidos y estaban a punto de ir a festejarlo.

Marianne llevaba un vestido rojo que abrazaba su figura curvilínea, toda una femme fatale. El tejido se adhería a su cuerpo como una segunda piel, destacando la forma de reloj de arena que tanto la caracterizaba. El escote en V pronunciado y las mangas largas añadían un toque de elegancia, mientras que la falda ceñida se abría en una ligera cola, permitiendo libertad de movimiento y un aire de sofisticación.

Richard vestía un traje que era la definición misma de la elegancia clásica. El tejido, de un azul oscuro casi negro, tenía un sutil brillo que capturaba la luz con cada movimiento. La chaqueta, perfectamente ajustada, resaltaba su porte atlético, mientras que los pantalones de corte recto le conferían una silueta imponente. La camisa blanca, impecable y bien planchada, contrastaba con la corbata de seda que llevaba, la cual tenía un patrón geométrico discreto que añadía un toque de modernidad al conjunto. Para completar su atuendo, un pañuelo de bolsillo blanco asomaba con elegancia, y sus zapatos de cuero brillaban con un pulido meticuloso.

Después de hacer el reporte y nunca encontrar a los responsables, los Zephyr decidieron quedarse con Reynarth, y así es como llegó a vivir con ellos. Durante el tiempo en que Reynarth era un bebé, aprendió el nuevo idioma, y su escritura no se desarrolló hasta que les pidió a sus padres que le enseñaran. Aunque sorprendidos de que un niño pequeño prefiriera aprender en vez de jugar, aceptaron con gusto.

Durante todo ese tiempo, Reynarth dedicó sus días a aprender de todo, lo que empezó a forjar en sus padres la imagen de "un niño genio". Haciendo uso de sus recuerdos, comenzó a tener una ventaja sobre los otros niños de su edad. Sin embargo, no fue hasta que finalmente entró a la escuela que se dio cuenta de que no estaba en el planeta Tierra, sino en otro mundo. Nunca se había percatado ni lo había imaginado, ya que todo era idéntico a lo que recordaba de la Tierra, y pensaba que estaba en otro país debido al habla y escritura extraña.

El planeta se llama Smythos, pero en sus clases solo se mencionaba una fracción muy pequeña en comparación con lo que debería ser el tamaño total del planeta.

En esta nueva vida, Reynarth decidió vivir plenamente, dispuesto a recibir y experimentar todo aquello que en su vida pasada le fue negado. Ahora tenía una familia cariñosa y afectuosa, una etapa escolar adecuada, amigos, un amorío y, sobre todo, una vida de paz.

"Pero no siempre se obtiene lo que se desea…"