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Chapter 3 - Capítulo 3. Sin sentido

NA: Esta historia es de mi autoría, todos los derechos reservados.

Oliver observaba a Ana recibiendo los servicios matutinos de sus criadas. Eran tres sirvientas que parecían damas de compañía. En estos momentos dos de ellas peinaban los largos cabellos dorados de Ana y la tercera cortaba las uñas de sus dedos, mientas Oliver observaba desde la entrada de la pequeña cabaña de enredaderas, que ella misma creó el día anterior. «Esta chica es demasiado poderosa», pensó Oliver.

Había dos formas de que una hechicera fuera tan poderosa al nacer. La primera y más tradicional, era ser la hija de una poderosa hechicera. La segunda era heredar la semilla de una hechicera poderosa. De hecho, el plan de Oliver en un principio era localizar a la heredera de la semilla de Alice.

Ella, sin ningún esfuerzo, sería capaz de levantar la maldición que esta colocó sobre él. En estos momentos y calculando que Alice llevaba tres años muerta, su heredera debía tener unos dos años. El problema era que localizar a una niña recién nacida era problemático. Su esperanza era que la niña empezara a usar las habilidades únicas de Alice y se armara un gran revuelo que delatara su posición ante él.

Las duquesas Amelia y Amanda también llegarían al lugar, pero Oliver estaba seguro de poder escapar si llegaba a encontrarse con ellas. Él solo necesitaba un momento con la heredera de Alice para obligarle a retirar su maldición. Oliver ya tenía todo preparado para huir al continente medio con su familia si algo salía mal y debía forzar las cosas.

Oliver pensó en Ana. ¿Sería ella la semilla de alguna hechicera muerta? Pero para que naciera alguien como Ana por este segundo método, debía morir alguna hechicera por lo menos tan poderosa como una de las dos duquesas, Amelia o Amanda. Pero eso era imposible. Si una de ellas muriera se armaría un gran revuelo en el reino.

Para nadie era un secreto que Alice no prestaba atención a los asuntos de gobierno y eran las dos duquesas las que se encargaban de todos los asuntos del reino. Durante todo el año que él vivió con Alice, nunca la vio comunicarse con nadie. Por eso no le extrañaba que cuatro años después de su muerte, el reino siguiera sin ningún cambio.

Quizás nadie se enteraría hasta que estallara la siguiente guerra con el continente medio gobernado por los hechiceros y Alice no se presentara a la batalla. Eso sería un gran golpe para el reino y las hechiceras. Oliver no se preocupaba por ello. Las guerras de las hechiceras y hechiceros no tenían sentido alguno para él.

Oliver devolvió su atención a Ana y sus ilusiones. Él siempre había sentido interés por los conflictos entre hechiceras y hechiceros. Ningún libro de historia hablaba del asunto, y la iglesia se había negado a darle acceso a sus archivos sobre el tema.

—Ana, ¿por qué se matan las hechiceras y los hechiceros? —Ana se tensó.

—Los hombres quieren tratarnos como a las mujeres comunes. Quieren que nos sometamos a ellos. Son…

Oliver la miró con frialdad y volteó su vista a otro lado. Esta descarada le estaba mintiendo. También era buena haciéndolo. De no ser porque lo que decía era absurdo, Oliver le hubiera creído.

Oliver se sintió como si le echaran un balde de agua fría. Él había estado confiando en las palabras de esta chica. ¿Cuánto de lo que le había dicho antes también era mentira, se preguntó Oliver tratando de hacer un recuento de daños. Él no podía mentirle, pero esta chica sí podía hacerlo, y él no lo había tomado en cuenta.

«Soy un idiota. Ana», pensó Oliver. Él le dio el nombre de Ana. Había superpuesto la imagen de su hermanita con la de esta chica. Pero su hermanita era una santa, y esta chica era la hija de algún monstruo. Ella había heredado mucho más que sus recuerdos…

—¡Lo siento! —dijo Ana en tono lastimero.

—Claro —dijo Oliver como sin darle importancia—. Avisa cuando estés lista. Ya es algo tarde, debemos partir —agregó y miró al cielo.

«Ana, ¡lo siento mucho! Le di tu nombre a un futuro monstruo», pensó Oliver mirando el cielo. Esta chica se había infiltrado tras sus defensas gracias a su parecido con su hermanita. No volvería a pasar.

Oliver pensó en su hermana Ana con melancolía. ¿Cómo se le ocurría comparar a su santa hermanita con una hechicera? Debería morir por insultarla de esa forma. Esta chica era una mentirosa y su hermanita era una santa.

¿Qué hubieran hecho sus padres con él si se enteraban de lo que le hizo a Ana el día de su despedida? Él no estaba seguro respecto de su padre, pero su madre lo mataría a golpes por incestuoso y degenerado. Ella parecía tener una querella personal en contra del tema y despreciaba todo lo referente a las personas que practicaban alguna clase de incesto.

Si su hermanita le hubiera contado lo que hizo a su madre, Oliver perdería a su familia. Pero en las cartas de su familia no había mención al tema y tampoco en las de Ana. Todo eran ánimos y apoyos para él.

Ese monstruo de Alice le hacía leer las cartas apenas llegaban. Ella quería mantenerle lo más motivado posible para que su mente no sucumbiera bajo sus incesantes torturas. Incluso cuando llegaban cartas y era día del entrenamiento con los ojos quemados, ella lo curaba para que pudiera leer las cartas. Y sin duda eran efectivas. La voluntad de Oliver jamás flaqueó y nunca llegó a pensar siquiera en escapar.

Cuando surgía algún ligero pensamiento de suicidio en su mente tras alguna tortura algo cruel, como cuando Alice le hacía trotar sobre un campo de clavos y le rociaba con ácido para que su piel expuesta al Sol se derritiera como el hielo, Oliver solo tenía que recordar lo que le dijo Alice sobre torturar a Ana, para correr y ni siquiera prestar atención a su piel que se derretía y a los clavos que perforaban sus pies desnudos.

«Ana, pensó Oliver. ¿Por qué son tan fuertes mis sentimientos hacia ella?» Él la veía como a una mujer. Lo sabía y ya lo había aceptado hacía mucho tiempo. ¿Por qué a ella? Él tenía dos hermanas. Un día pensó que quizás era un degenerado y no veía la diferencia entre su familia y otras mujeres, pero al tratar de pensar en su otra hermana como una mujer, simplemente le fue imposible hacerlo.

Había un muro infranqueable de visceral repulsión entre él y esos pensamientos que llevaba la palabra hermana grabado en él. Ni siquiera podía tratar de hacerlo, le era imposible. Solo podía pensar en la palabra hermana para referirse a su primera hermana.

En un principio había sido así con Ana. Pero en algún momento de su vida, la palabra hermana fue sustituida por la palabra linda en ese muro infranqueable. «Linda, demasiado linda». Eran las palabras que venían a su mente cuando pensaba en Ana estando en el monasterio. Le gustaba estar a su lado. No le incomodaba nada que ella le pidiera o le exigiera.

Si Ana quería jugar con él eso hacía, si quería que le leyera eso hacía. Incluso la llevaba en su espalda. Nunca hizo esas cosas por ninguno de sus hermanos. Mucho menos por otros niños que encontraba algo cochinos y le daban repelús.

Por supuesto, de hacer todas aquellas cosas por su linda hermana a pensar en ella como mujer había un gran abismo. Pero justo cayó en ese abismo cuando conoció a Alice. Ese monstruo le quitó todo. Su vida, su libertad, su orgullo. Le había humillado y avergonzado. No le dejó nada más que desesperación y muchas ganas de llorar y morir. Y justo cuando creyó que ya no tenía nada y se preparaba a ir con Alice, allí estaba su hermanita llorando en sus brazos.

La palabra linda en ese muro infranqueable fue reemplazada por la palabra hermosa y el muro se hizo pedazos. «Hermosa mujer». Su hermanita iba a ser una hermosa mujer. Cálida, amable, lista, fiel, pura. Él la necesitaba. No tenía nada más a lo que aferrarse. No tenía esperanzas e iba a morir o a convertirse en una marioneta para Alice…

Oliver suspiró. Aún hoy no podía abandonar su ilusión a pesar de haber recuperado muchas de las cosas que había perdido, y de haber ganado muchas más…

—¡Lo siento! —dijo Ana que se había acercado a él mientras pensaba. Oliver frunció el ceño mirándola.

—Te escuché la primera vez. Si ya estás lista es hora de partir —dijo y se levantó estirando sus piernas—. Oye, ¿puedes crear un par de caballos? La hechicera que me secuestró antes podía hacerlo —agregó, pero Ana seguía mirándole dolida.

—¡Lo siento! —dijo por tercera vez y una lagrima salió de su ojo izquierdo. Oliver se preguntó si creía que él era sordo.

—Te he dicho que ya te escuché. No tiene importancia. Olvídalo. Solo tenía algo de interés en el tema. No es nada personal. No me molesta que hayas mentido sobre ello —explicó Oliver para que la chica dejara de molestarlo, pero Ana empezó a llorar a moco tendido.

Oliver la observó sin saber qué rayos le sucedía. Acababa de salir de su capullo hacía unas semanas, pero este descontrol en sus emociones era absurdo.

—¿Qué te sucede? No te miento. El tema solo es una curiosidad para mí. No tiene importancia que me hayas mentido sobre ello. ¿Acaso le ha pasado algo a tu hechizo de detectar mentiras? —preguntó Oliver algo molesto por su patético llanto.

—¡Dices la verdad, pero de todas formas estás mintiendo! ¡Me odias! —se quejó entre lloros.

«Esta chica se volvió loca», pensó Oliver. «¿Le pasaría algo a su capullo?». Oliver la miró de arriba abajo.

La chica era de estatura promedio y tenía la belleza divina de una hechicera. Era hermosa como ninguna otra mujer podía ser jamás, al igual que otras hechiceras. No era posible confundir su edad con esa altura y esos pechos. Pero actuaba raro y emocional. ¿Debería largarse y dejarla?

No, no podía dejarla, la necesitaba para que retirara su maldición y poder regresar junto a Ana… Junto a su familia. Pero ¿qué iba a decir para que la loca se calmara? Sus palabras eran un absurdo. Si le dijera la verdad y dijera que no la odiaba, ¿le acusaría de nuevo de estar diciendo la verdad, pero de estar mintiendo de todas formas? Esto era de locos. No se podía razonar con este absurdo.

—¿Cómo sabes que te odio? —fue lo único que se le ocurrió preguntar, a Oliver observando a la chica parada a su lado llorando con absoluta impotencia.

—¡Me estás mirando feo! —dijo acusadora sin parar su llanto.

Oliver se sintió ofendido por su respuesta. Hasta le hizo recordar a aquellos aldeanos que lo llamaron sombrío y apático. Debido a esto no pudo ocultar el descontento en su voz.

—¡Así miro a todo el mundo! ¡Siempre! —respondió. No quería pelearse con esta chica, pero en verdad se había pasado.

—¡Cuando te conocí cambiaste tu mirada, solo para mí! ¡Me miraste diferente solo a mí! Pero ahora me miras igual que a esos campesinos y a ese hombre al que mataste —se quejó aumentando su llanto.

Esta chica, ¿cómo? Es… Oliver no podía pensar de lo atontado e inferior que se sentía. ¿Era esta la diferencia entre él y un prodigio? Se preguntó en su atontamiento y le tomó todo un minuto volver a pensar con claridad.

Esta chica superaba todo. No podía dar nada por hecho con ella. Mientras él encajaba el golpe, la chica seguía llorando. Oliver se levantó y se acercó a ella para colocar sus manos en los hombros de la chica.

—Ana —dijo en tono serio. La chica le miró y luchó por controlar su llanto hasta dar suaves jipidos—. Yo, ¡lo siento! La primera vez que te vi, yo te ignoré por completo. Lo que quiero decir, es que veía a otra persona en tu lugar —explicó—. Pero yo no te odio. Hay cosas que te gustan, y cosas a las que eres indiferente. No las mirarás igual, pero eso no significa que odies todo por lo que no sientes algo especial. ¿Entiendes? —preguntó.

—¡No es justo! —se quejó la chica—. ¡Quiero que me mires como a esa persona! —exigió.

Oliver sintió ganas de abofetearla, pero luego le invadió la tristeza y se sintió deprimido.

—No. ¡Tú no quieres eso! ¡Mis sentimientos por esa persona son asquerosos, la ensucian! —dijo en un susurro—. ¡Atiende! —reprendió cuando la chica hizo intención de ignorarle y seguir quejándose—. No hay manera de que yo pueda mirarte de forma especial. Nos acabamos de conocer.

»Las relaciones de confianza se construyen con años de práctica y error. He hecho algo malo al ignorarte y tratarte como a otra persona. Ha sido un error. No significa que en un futuro no pueda confiar en ti porque has dicho una u otra mentira. Hasta mis padres me han mentido muchas veces y yo les amo —explicó Oliver.

Oliver se sintió morir. ¿Por qué tenía que explicar sus sentimientos frente a esta chica? No la conocía. No sentía nada por ella. Pero la necesitaba. Ella era la única oportunidad que tenía de librarse de esta maldición que le hacía permanecer aislado. No quería estar solo el resto de su vida. Quería volver con su familia. Quería ser libre. Quería una vida…

—¿A esa persona la miras igual que a tus padres? —preguntó la chica.

Quería ahorcar a esta chica, pensó Oliver. La chica pareció notarlo y un rastro de miedo cruzó por sus ojos. No. No pareció notarlo, se corrigió Oliver. Ella lo había notado. Era un prodigio después de todo.

—¡Chica, solo otra persona en este mundo ha empujado tanto en mí, y créeme, no querrás que te mire como a ella! —amenazó Oliver perdiendo la razón.

—¡Quiero que me mires como a esa persona! —rogó.

«Es un hecho, esta chica está loca». Su madre debió heredarle su locura. O quizás nació con alguna enfermedad mental y por eso la dejaron en este pantano. Ni las hechiceras tenían cura para algunos casos de locura. Esta chica debía ser uno de esos casos, por eso su madre la dejó en este pantano a pesar de lo poderosa que era.

—¡No puedo! —dijo Oliver con enfado y se dio la vuelta para irse.

Una hechicera loca no le serviría para nada. Se sentía asqueado. Todas esas cosas que dijo las había guardado en su corazón bajo llave. Eran dolorosas para él, y hoy se había visto obligado a decírselas a esta chica que apenas conocía. Pero al final todo fue para nada. Él había dado su máximo esfuerzo y no ganaría nada a cambio pensó, y se sintió humillado mientras daba un paso al frente para emprender su búsqueda nuevamente.

—¿Por qué no? —preguntó la chica. Esta vez se oía enojada.

Oliver miró al cielo y sintió ganas de gritar. «Qué más da», pensó Oliver.

—¡Porque ella nunca me mentiría! —respondió con sinceridad.

Oliver empezó a caminar, pero cuando iba por su tercer paso sintió algo cálido en su espalda.

«Un hechizo», pensó Oliver alarmado, pero sabía que ya era demasiado tarde para esquivarlo. Si llevara su armadura completa no le preocuparía, pero ese no era el caso ahora y esta chica era poderosa.

Si quisiera matarlo por sorpresa podría hacerlo. ¿Iba a morir? ¿Por qué le dio la espalda a esta chica loca?

«Ana, lo siento, no volveré», pensó al final y sus lágrimas brotaron mientras el hechizo le atravesaba y se situaba en su pecho…

No es un hechizo, comprendió Oliver con incredulidad. Un juramento del alma, pensó con más incredulidad mientras se daba la vuelta y miraba a la chica que le miraba con expresión tranquila y decidida.

—¡Juro que a partir de ahora nunca más te mentiré! —estas palabras encadenaron el fragmento del alma de la chica en su interior y lo ataron a ellas.

Oliver perdió su razonamiento por segunda vez en apenas minutos.

—¡Estás loca! —dijo con sinceridad.

No era una expresión filosófica ni nada parecido. Era con exactitud lo que pensaba en este momento de esta chica.

—¿Te marcharás ahora? —preguntó Ana.

«Lárgate ahora mismo. Esta loca es peligrosa», le urgió su cerebro. Pero Oliver se quedó allí paralizado observando a la chica loca que había atado su alma con un juramento. Ni siquiera respondió.

Después de cinco minutos parados allí, Ana pareció decidir que él no se iría y volvió al interior de la cabaña por otros cinco minutos. Cuando salió parecía serena e impecable. Ella hizo desaparecer la cabaña y ambos emprendieron el segundo día de camino.

Oliver no dijo nada durante el resto del día. Se sentía horrible. Vapuleado y cansado, muy cansado. Ni siquiera las torturas de Alice le hicieron sentir nunca tan cansado.