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Chapter 8 - Capítulo 8. Confesiones de una reina

Oliver observaba las calles de la capital. Ya era de noche. Cuando ellos salieron del castillo de Alice era temprano y a toda velocidad por la vía principal de piedra hubiesen llegado a la capital a medio día, pero Ana le había agarrado afición a la comida y se detuvo en cada posada lujosa que vio para comer y ver que platos le gustaban más.

Oliver no le puso quejas y estaba encantado. Por esa razón se habían tardado seis horas más de lo debido. Ahora recorrían las calles de la ciudad en dirección al palacio donde vivía la primera víctima de su lista, el joven de la realeza que se atrevió a amenazar a su familia y sobre todo hizo llorar a su santa hermanita.

Ana le había pedido que no matara a nadie, pero Oliver no podía dejar el asunto así. En cuanto a visitar a su familia, Oliver recordó que debía hablar con sus padres sobre él y su hermana, pero las piernas le temblaron, por lo que decidió dejar ese horrible asunto para después.

La capital no era muy diferente a la ciudad de Rimnar, pero estaba gobernada por Amelia y Amanda que mantenían allí la sede del gobierno.

—¿Qué haremos al llegar? —preguntó Ana que estaba sentada al lado de su hermana enfrente de él.

—Entraré, sacaré al joven arrastras afuera y le daré un apropiado castigo. Si se presentan Amelia o Amanda, aprovecharemos para presentarnos. Si son otras hechiceras tal vez las apalee un poco para hacerlas salir. —Ana asintió conforme.

Alguien que es la mano derecha de Alice no iría a suplicar ayuda para su hermana. Si alguien cometiera la temeridad de ofender a Amelia o Amanda estas cortarían cabezas sin preguntar nada, por lo que él no planeaba ser amable con ellas. Tal cosa la tomarían como debilidad. Oliver necesitaba mostrar algo de fuerza.

—¡Ten cuidado! —dijo su hermana.

Su hermano basilisco apoyó la decisión con un siseo. Ana le dirigió una mirada fría.

—¡Guarda silencio, lagarto degenerado! —reprendió Ana y su hermano basilisco se encogió.

Al salir del castillo en la mañana, ellos habían encontrado a su hermano basilisco en frente de la muralla despatarrado panza arriba, con otros cinco basiliscos hembras sobre su cuerpo y las cinco botellas de sangre diluida vacías y regadas a su alrededor. Oliver se alegró por él, pero Ana le acusó de contratar prostitutas para montar una orgía. Su hermana también le reprendió con seriedad. Ellas no preguntaron si los basiliscos eran monógamos.

El carruaje de Ana se detuvo en frente de uno de los muchos palacios de la ciudad. Oliver fue el primero en salir embutido de pies a cabeza en su armadura plateada. Al salir tendió su mano a Ana que bajó usando su elegante vestido azul y luego a su hermana que llevaba su vestido negro con decoraciones de hilo de oro. Oliver se percató que había mucha gente en el lugar.

—Creo que es una fiesta —susurró Ana cuando los sirvientes les señalaron la entrada del palacio.

La entrada estaba a unos treinta metros después de un jardín que ocupaba todo el frente. Los sirvientes que les hicieron reverencias mientras ellos caminaban hacia la entrada, no les pidieron invitaciones ni se atrevieron a preguntarles nada. Ellos sabían como se veía una hechicera y no se atreverían a importunar a dos de ellas. Ni siquiera se atrevieron a preguntarle a él por su hermano basilisco que estaba agazapado y deprimido en su hombro.

Al llegar otro sirviente le abrió las puertas del palacio que daba directo al salón principal. Los presentes en el lugar eran unos cien nobles. El salón era alto y espacioso, de unos cien metros de largo por sesenta de ancho. Había mesas y sillas decoradas, una pista de baile, algunos músicos, una alfombra al medio, hermosos candelabros alumbrando desde el techo y pinturas al óleo en las paredes.

Los nobles al ver a dos hechiceras lucieron asombrados. Este palacio era de la realeza, pero sus dueños eran sirvientes que equivalían a la alta nobleza. No eran hechiceras.

A Oliver no le interesaban los nobles, y nunca tuvo ilusión de convertirse en uno de ellos. Copiándole a Alice su forma de referirse a él, le parecían criaturas insulsas y sin ningún valor. Sus vidas giraban en torno al poder y las cosas que él valoraba, como el conocimiento, el desarrollo, los nuevos descubrimientos, el arte y el teatro, para ellos eran mero entretenimiento. No era una característica valorada, solo una curiosidad más entre los suyos.

Oliver les había dado un repaso rápido a los presentes y ya se preparaba a preguntarle a Ana dónde estaba el desdichado que haría sufrir, cuando vio a un hombre que le observaba con una sonrisa en su flaco rostro.

El hombre era de estatura promedio, piel pálida, flaco, de cabellos negros y largos que combinaban con el color de sus ojos, y a pesar de estar vestido con ropas de seda, emanaba un aire de amenaza y peligro como una serpiente de colores llamativos.

Era el hombre que Oliver había matado y convertido en cenizas hacía solo unos días, el compañero que le había asignado el obispo de la inquisición y del cual no sabía su nombre, solo que algo dentro de él le urgía a matarlo apenas le vio. Y era evidente que a pesar de que Oliver llevaba su armadura completa, el hombre le reconoció, por lo que no había duda de que era él. Oliver se preparaba para ir a interrogarle, cuando un joven que estaba de su lado izquierdo a unos diez metros habló:

—¿Ana? —preguntó el joven.

El joven tenía el pelo rubio, los ojos azules y era alto, de porte digno y elegante. Oliver recordó la historia de Ana y señaló al joven.

—¿Este es el chismoso? —preguntó Oliver con tranquilidad.

Según Ana, su padre se negó a mostrársela a los otros nobles, por lo que este debía ser el engendro que causó todo. Su hermana asintió.

—Ana, cuida de mi hermana un momento —pidió Oliver a Ana y devolvió la vista a su hermana—. Ana, aunque haré algunas cosas que puede que te parezcan feas, te prometo que no mataré a nadie. Si es demasiado para ti, por favor cubre tus ojos —pidió Oliver y su hermana asintió.

Oliver caminó hasta el joven que lo miró en estado de confusión y con recelo. Allí todos vestían sedas y Oliver llevaba una armadura completa. Además, su armadura no era algo común y resaltaba bastante. Todos los presentes le miraban confusos, pero nadie se atrevía a importunar a un caballero que era acompañado por dos hechiceras.

—Mi nombre es Oliver, hermano de Ana —se presentó Oliver con su mejor reverencia.

Cuando el joven sonrió para corresponderle, Oliver estiró el brazo a toda velocidad y le sacó un ojo. Él tuvo que esperar todo un segundo para que el joven se diera cuenta de lo que había hecho y abriera la boca para empezar a gritar.

Antes de que pudiera hacerlo Oliver le metió el ojo en la boca. Luego con sus dos manos le agarró las mandíbulas y le obligó a masticar haciéndole morder su lengua en el proceso para aplastarla junto a su ojo.

Al final Oliver volvió a meterle la mano en la boca y empujó el ojo masticado y los trozos de su lengua por su gaznate. Todo el proceso le llevo cinco segundos. Los presentes ni siquiera habían reaccionado aún. Pero los gritos de las mujeres y los rugidos furiosos de los hombres no se hicieron esperar.

Oliver les ignoró y sacó el otro ojo del desvalido joven para lanzarlo contra la pared de la entrada y agarrar del cuello a un hombre parecido que le atacaba en ese momento y que supuso que era el padre del joven. Oliver le metió el ojo de su hijo en la boca y le sacó los suyos también, para hacerlos comer aplicando la misma receta que a su hijo.

Luego de terminar con sus presas, Oliver le sacó un ojo a cada hombre que se acercó a detenerlo. Cuando había él sacado diez ojos, ningún hombre se acercaba y ninguna mujer se atrevía a gritar.

—¡Cómo te atreves! —gritó un hombre mayor desde el centro del salón.

El hombre parecía noble y orgulloso, pero cuando comenzó todo Oliver le había visto huir a un rincón y activar un talismán. De seguro su ama le había contestado y estaba en camino por lo que se erguía con gran fanfarria haciéndose el valiente.

Oliver dirigió su vista a su hermana que lucía algo preocupada, pero se mantenía erguida y serena.

—¿Este es el padre de ese joven que te amenazó? —preguntó Oliver.

—No, es su abuelo —explicó su hermana.

—Caballero, sin importar sus razones, este palacio pertenece a... —El viejo dejó de hablar cuando Oliver emprendió una carrera hacia él.

Su recia determinación se hizo pedazos e intentó huir, pero Oliver recorrió los cincuenta metros que los separaban en menos de tres segundos y lo pescó antes de que él hubiese dado tres pasos en su huida.

—¿Dónde está tu nieto?, ¿el que amenazó a mi hermana Ana? —preguntó Oliver con tranquilidad.

—¡Aquí estoy! —dijo un joven de cabellos castaños y ojos grises que salió al frente con porte orgulloso—. ¿Tienes algún asunto conmigo? Escuché antes de que le sacaras los ojos a mi amigo que eras hermano de Ana.

»Supongo que es Ana, esa chica de la familia campesina que se convirtió en noble —dijo el joven mirando a su hermana y dedicándole una sonrisa orgullosa—. Veo que has decidido atender a mi pedido y presentarte en mi palacio, pero aún te quedaba un mes, las prisas no eran necesarias —dijo con tono burlón.

Oliver bajó al anciano que tenía agarrado por el cuello con suavidad y lo dejó en el piso. Luego caminó hacia el joven con tranquilidad.

—¡Te lo advierto campesino! Nuestra familia sirve a la duquesa Amanda y ella te hará pedazos si continúas este deplorable espectáculo —amenazó.

Oliver llegó enfrente de él, colocó su mano derecha en la entrepierna del joven y le arrancó los testículos con su correspondiente fragmento de pantalón. Cuando abrió la boca para gritar se los hizo comer y tragar. Fue más difícil de lo que pensó en un principio.

Los testículos eran más grandes que un ojo y Oliver tuvo que empujar con fuerza para que le pasaran por el gaznate. No hubo gritos esta vez, solo un silencio espantado y el suave gemido del joven que yacía tirado a sus pies.

Oliver miró a los presentes. Todos estaban paralizados y espantados.

—Soy Oliver y aquella es mi santa hermana Ana. Espero que, en un futuro, si mi hermana abre la boca para negarse a alguna petición, ustedes se arrodillen y supliquen su perdón por importunarla. ¿Entendieron? —preguntó Oliver.

—Interesante. Un campesino dando órdenes e intimidando a mis sirvientes en uno de mis palacios —dijo una voz suave y divertida que se escuchó en todo el salón y que vino desde arriba.

—Te dije que sería interesante venir a ver esto —dijo otra voz divertida y grácil.

En el techo, la oscuridad se agolpó y cubrió todo el salón. Al desaparecer, más de cincuenta hechiceras con Amanda y Amelia al frente estaban en medio del salón.

«Estas mujeres son unas exageradas», pensó Oliver. Ellas, para someter a un caballero se trajeron a todo un ejército de hechiceras.

Oliver supuso que se debía a la presencia de Ana y su hermana y no a él. Los presentes que estaban en medio del salón y que ahora no sabían cómo habían llegado a las orillas, siguieron ahí inmóviles. Nadie se atrevía a decir nada.

—¿Quién eres tú y qué haces con estos campesinos causando líos en mi palacio? —preguntó Amanda la hechicera de la oscuridad ignorando a Oliver y mirando a Ana.

Amanda llevaba un vestido escarlata que resaltaba su largo cabello negro. Amelia llevaba un vestido dorado que combinaba con sus cabellos dorados peinados en bucles que caían a su espalda. Ellas eran el vivo retrato de sus bustos tallados en las monedas de plata. También eran más voluptuosas que Alice y eran un derroche de sensualidad y gracia divina. Amanda frunció el ceño mirando a Ana con extrañeza. Oliver se dio cuenta que su vista estaba fija en el vestido Azul que llevaba Ana.

Ana les dedicó una mirada asesina por su falta de respeto al hablarle, pero no dijo nada y señaló a Oliver.

—Pueden preguntarle esas cosas a mi prometido —dijo Ana siendo igual de irrespetuosa que ellas con su forma de hablar.

Amelia y Amanda la miraron incrédulas por unos milisegundos, antes de convertir sus expresiones divertidas en unas de furia, con ira en los ojos.

—No sé quién eres ni de dónde vienes, pero si no te conocemos debes ser una rebelde —dijo Amelia—. He sido amable contigo y tus campesinos porque veo que eres joven y ni siquiera has alcanzado la edad adulta. Pero tú has ignorado todo eso y nos has insultado pidiéndonos hablar con un campesino y la putita de su hermana. Esto... —Amelia detuvo sus palabras y junto a Amanda observó con asombro el objeto dorado del tamaño de un puño que rodo y se detuvo a sus pies.

—¡No lo hagas! —exclamó Ana con urgencia en su voz.

—¡Hermano, por favor para! —rogó Ana.

Las cincuenta hechiceras detrás de Amelia y Amanda cayeron de rodillas ante la proximidad del sello.

Oliver caminaba con tranquilidad hacia Amelia y Amanda, que salieron de su asombro al escuchar la exclamación de Ana y la súplica de su hermana, ambas comprendieron de inmediato que esto ya no era un juego. Ana agarró a su hermana para que no corriera hacia él.

—Oliver, ¡no lo hagas! —volvió a urgir Ana.

—¿Cómo tienes eso? —preguntó Amelia mirando el sello muy asustada.

—Se lo robé a Alice después de partirle la cabeza en dos con esta espada, y esperar todo un día frente a su cadáver esperando a que muriera por completo —dijo Oliver sacando su espada de empuñadura dorada y hoja de cristal escarlata.

Amelia y Amanda primero le miraron como si él hubiera hablado algún extraño idioma, luego parecieron confusas mirando el sello en el suelo y finalmente atacaron. Ambas usaron hechizos de supresión que afectaban su cuerpo. Eran fuertes, pero no mortales. Ellas querían capturarle con vida. Oliver siguió caminando hacia ellas como si no hubieran hecho nada.

—También le robé esta armadura —explicó Oliver y levantó su antebrazo para mostrarles el emblema de Alice en su armadura. Eran tres gotas de sangre escarlata en caída libre.

Amelia y Amanda colocaron expresiones serias. Oliver atacó a toda velocidad partiendo en dos una corriente de fuego que se dirigía hacia él.

Amelia y Amanda ya habían desaparecido en una nube de oscuridad cuando él llegó a su lugar. Oliver levantó sus dos brazos y apuntó hacia arriba a su izquierda, disparando dos dardos que atravesaron un escudo mágico e impactaron uno en Amelia y otro en Amanda que aparecieron flotando en el lugar. Él no quería matarlas ni hacerles mucho daño, por lo que usó solo una gota de su sangre.

Amanda había recibido el dardo en la mano que interpuso cuando este atravesó su escudo. Amelia no había sido tan rápida y recibió el dardo en su abdomen. Ambas caras se tornaron pálidas de dolor mirando los dardos cristalinos incrustados en sus cuerpos.

Amanda chilló arrancando el dardo de su mano, pero eso no alivió su dolor.

—¡Campesino infeliz! —chilló Amelia arrancando el dardo de su vientre.

Amelia trató de romper el dardo con un hechizo, pero no pudo y eso aumentó su incredulidad.

Las otras hechiceras ya habían logrado ponerse de pie y habían huido del centro del escenario para unirse a la asombrada multitud en su observación. Oliver supuso que las dos duquesas no pedirían su ayuda para enfrentarse a un campesino por miedo a perder su reputación de invencibles.

—¡Vas a morir de la peor manera! —chilló Amelia tan furiosa que su cara estaba roja y sus bucles dorados algo desordenados.

El salón volvió a quedar en la oscuridad. Oliver no interrumpió su hechizo esta vez y dejó que el vacío le absorbiera. Lo único que hizo él, fue agarrar a su hermano basilisco y cubrirlo con su capa, para que se quedara atrás. Esta lucha iba a ser dura.

Cuando la oscuridad desapareció Amelia y Amanda ya se habían recuperado de su atroz dolor, y lucían orgullosas y serenas plantadas en el aire sobre una nube de oscuridad a unos diez metros de él. En el cielo había relámpagos y vientos ácidos que derretían la piel y batían un terreno árido y devastado.

Este era el mundo devastado, la razón de que nadie con dos dedos de frente se atreviera a desafiar a una hechicera por muy débil que esta se viera.

Todas las hechiceras tenían la capacidad de abrir un camino hacia este mundo en ruinas que sería la muerte más atroz para cualquier mortal.

Amelia y Amanda, consientes de esto, solo habían traído a sus hechiceras, a ellas mismas, a Oliver, a Ana y a su hermanita. Este hecho apuntó la furia asesina de Oliver. Este par de engendros creían que su hermanita no era una hechicera y si la trajeron a este lugar significaba que ellas trataban de matarla.

Oliver levantó su espada hacia ellas y habló:

—¿Se van a quedar allí todo el día par de gallinas chillonas? ¡Ataquen de una vez antes de que me aburra y empiece a desnudar a sus criadas para entretenerme! —exclamó Oliver con el tono más vulgar que podía usar.

Pero nadie le atacó, todas las mujeres presentes mostraban expresiones alteradas ante tal vulgaridad. Ana y su hermana no eran la excepción. Oliver estaba satisfecho, él quería ofenderlas.

Amanda y Amelia no hablaron ni hicieron nada más que atacar después de recuperarse del shock. Ellas comprendieron que solo los ataques físicos concentrados funcionaban en él y una lluvia de proyectiles de rocas tras otros se abatió sobre él.

Oliver esquivaba todo lo que podía, pero esto era una tormenta de rocas y muchas impactaban en su armadura con la potencia de un huracán respaldándolas. En casos leves su armadura se aboyaba y en casos graves pequeños fragmentos de esta salían volando, dejando pequeñas heridas de las que no manaba sangre.

Amelia y Amanda gritaban de dolor cada vez que uno de sus dardos atravesaba su defensa mágica como si no existiera y se clavaba en su piel. Ambas usaban sus habilidades en una combinación perfecta; Amanda cubría todo mientras Amelia abría portales para huir de las envestidas de Oliver.

Los rayos caían por todos lados y a Oliver ya le habían impactado unos tres. Su hermana ya había entendido que él no se detendría hasta tener a estos dos engendros de rodillas, pero Ana seguía pidiéndole que se detuviera y cada vez parecía más desesperada.

Oliver se preguntó si estaba pensando que todos morirían cuando los hechiceros volvieran y encontraran el reino sin sus principales guardianes. A Oliver le interesaba poco. Habían llamado puta a su santa hermanita. Las pondría de rodillas ante ella y les haría implorar su piedad.

Oliver se detuvo cuando un proyectil de roca le impactó traspasando su rodilla y doblándola. Amelia y Amanda al verle inmóvil, con su armadura hecha pedazos y jadeando de agotamiento, sonrieron. Ellas solo habían gastado una mínima parte de su magia.

—¿Acaso pensaste que porqué eres un guerrero algo especial puedes luchar contra una hechicera? —preguntó Amanda con condescendencia y desprecio en su tono, mientras hacía un ademán para acomodarse su largo cabello negro.

Oliver empezó a carcajearse. Luego, ante la atónita mirada de Amanda y Amelia, sacó una botellita transparente de su cinturón. Dentro había una gota de sangre.

Oliver destapó la botella y vertió la gota de sangre sobre su armadura. En segundos su armadura estaba radiante, sin la más mínima mota de polvo o raspadura en ella. Su capa negra ondeaba al viento dando una sensación de frescura y vitalidad. Oliver se volvió a carcajear ante sus miradas incrédulas y las apuntó con su espada de nuevo.

—Cambie de opinión. Una vez que agoten su magia, voy a desnudarlas a todas, y las colocaré en fila para tocarles los pechos —dijo Oliver entre carcajadas.

Estas hechiceras se atrevían a llamar puta a su hermanita. Él las insultaría de la misma forma una y otra vez por su ofensa.

Esta vez Oliver no dejó que Amelia y Amanda atacaran. Él empleó al máximo su fuerza, y saltó hacia ellas como una bola de cañón mágico estrellando una patada en la cara atónita de Amanda, que ante tal velocidad no pudo reaccionar.

«Dos segundos», contó Oliver en su mente. El efecto de la sangre de una hechicera desaparecía apenas minutos después de aplicarse, pero en él, este tiempo se reducía a segundos. Durante ese tiempo podía esforzarse al máximo sin romper su propio cuerpo en el proceso.

Antes de que Amanda volara lejos, Oliver ya le había estampado la empuñadura de la espada a Amelia en toda su perfecta nariz aplastándosela y enviándola a la arena a veinte metros de Amanda.

Una vez separadas y cuando Oliver tocó tierra y ambas hechiceras trataban de reunirse de nuevo, Oliver volvió a atacar hacia Amelia que lo miró furiosa con su nariz ya reparada y abrió un portal en frente de ella para enviar a Oliver quien sabía dónde.

Oliver se cubrió con su capa y su patada impactó en el vientre de Amelia en un amasijo de trapos. Alice había creado esa capa para evitar que él fuese transportado al mundo devastado con facilidad, pero le venía de maravilla para anular los portales de Amelia que se basaban en la misma magia.

Oliver le sacó los ojos a Amelia y la dejó gritando para dirigirse hacia Amanda, pero cuando giró, una estaca de hierro negro de dos metros de largo y con una tonelada de peso atravesó su armadura y sus tripas.

Amanda lo miraba con furia y satisfacción a diez metros de él. Oliver levantó el brazo y le disparó dos dardos que se le clavaron en la cara y la hicieron rodar por el suelo gritando de dolor.

Oliver, sin hacer ninguna pausa, sacó la estaca de sus tripas, y antes de que su herida se hubiera cerrado por el efecto residual de la sangre de Alice, él ya había vertido otra gota sobre su armadura.

Oliver no atacó más. Se quedó allí de pie esperando a que las dos hechiceras se levantaran. Ellas tampoco tenían ni el más mínimo rasguño además de uno que otro arañazo en sus vestidos de falda larga, pero le miraron con horror al comprender por fin la situación en la que se encontraban.

—Este cinturón también se lo robé a Alice. Tiene cincuenta y tres bolcillos y en cada uno hay tres botellas que contienen una gota de sangre de Alice. La sangre se la robé después de matarla —explicó Oliver por las dudas—. Yo he gastado dos gotas de sangre hasta este momento, lo que significa que me quedan ciento cincuenta y un gotas.

»Cada vez que tome una, mi cansancio se irá, mi armadura se restaurará, y todas mis heridas se curarán.

»Ah, se me olvidaba. Soy inmune al dolor. No me detendré en mis ataques, aunque todo mi cuerpo este atravesado por flechas de metal al rojo blanco —explicó Oliver.

Amanda y Amelia le miraron horrorizadas. No son nada en comparación con Alice entendió Oliver. Ella de seguro le hubiese devuelto una sonrisa amable y le hubiese llamado criatura insulsa.

—¡Ayúdennos! —gritó Amanda a sus subordinadas masticando sus palabras con humillación.

—¿Llaman puta a mi santa hermanita? ¡Les voy a quitar toda su dignidad y las arrastraré desnudas por la avenida principal de cada uno de sus palacios! —gritó Oliver usando toda la fuerza de sus pulmones e imprimiendo en sus palabras toda su furia.

—¡Oliver, para! ¡Ana no está bien! —gritó su hermana cuando Oliver corría hacia Amanda que seguía en frente de él y sus hechiceras se apresuraban a defenderla.

Oliver detuvo su impulso a diez metros de ella y su cara horrorizada. Luego miró hacia Ana.

Su hermana estaba sentada sobre la arena y sostenía a Ana que estaba sobre sus piernas escupiendo sangre con la cara pálida. Oliver supo sin necesidad de buscar nada en su cerebro cual era la causa de su sufrimiento. Él tenía ingentes cantidades de información sobre el tema. Ana estaba rompiendo un juramento o se negaba a cumplir con un juramento. Los efectos eran los mismos en ambos casos.

Amelia y Amanda detuvieron sus ataques al momento, tan confundidas como él por lo sucedido a Ana. Ellas tendrían sobrada experiencia en estos casos, pero sus hechiceras no se detuvieron y muchas de ellas clavaron dagas, espadas y toda clase de objetos físicos en el cuerpo de Oliver que no se defendió por el shock.

—¡Ya basta! ¡Retírense todas! —reprendió Amelia.

Oliver sacó una gota de sangre de su cinturón y la vertió sobre su armadura por puro instinto. Su armadura se restauró y expulsó todas las armas filosas y estacas que la atravesaban. Luego se dirigió hacia su hermana y Ana dando un salto. Amelia y Amanda le siguieron en confusión total.

—¡Idiota! ¡Te dije que pararas muchas veces! ¿Acaso no escuchaste? —se quejó Ana entre toces sanguinolentas cuando él se acercó. ¡No quiero! ¡No quiero! —lloró Ana en brazos de su hermana y sus lágrimas brotaron—. ¡Yo ni siquiera te he dicho lo que siento! ¡No es justo! ¡Es tu culpa! ¡Te dije que no armaras escándalos y no me hiciste caso, campesino idiota! —dijo Ana y su voz cambió de tono—. ¡Tú, insulsa criatura! ¡Sigues tan desobediente como siempre! —dijo Ana con voz suave y amable. La voz de Alice.

Alice recuperó el color de su cara y la sangre vertida sobre ella fue reabsorbida. Alice se levantó y miró su vestido con un leve gesto de curiosidad en los ojos. Luego miró a Amanda y a Amelia ignorando a un paralizado Oliver y a una confusa Ana.

—¡Ustedes dos, denme su sangre! —ordenó.

Amelia y Amanda estaban tan paralizadas como el mismo Oliver, pero levantaron sus manos y su sangre fluyó hacia Ana, que la recibió formando una esfera en su mano derecha y no dejó de exigirles más hasta que había obtenido unos tres litros de cada una de las duquesas, y estas estaban tan pálidas como el papel.

—Amelia, dejen a sus hechiceras acá y llévanos al resto a mi habitación en el palacio principal —ordenó Alice.

Amelia les encerró a todos en una esfera de paredes que parecían agua oscura y que al retirarse, les dejó en una habitación que era una réplica exacta de la habitación de Alice en el castillo de las montañas. Este no era el castillo de las montañas por que la voz que las recibió era la de Amelia.

—Bienvenidos, mi reina, caballero, condesas. ¿Mi reina, es esta joven su invitada? —preguntó la voz.

Alice no miró a nadie. Ella estaba de pie en medio de todos ellos con la apariencia de Ana, pero con su expresión serena y amable, sosteniendo la esfera de sangre que flotaba en su mano derecha.

—Sí —dijo Alice.

—¡Maravilloso! —prepararé una habitación—. Caballero, imagino que también querrás una habitación. ¿Preparo tu habitación o prefieres la habitación de la reina y su baño como la última vez?

Alice no perdió su expresión serena, pero todo rastro de amabilidad de su rostro se esfumó al momento y la furia inundó sus ojos, dirigiendo su mirada hacia Oliver que empezó a temblar sin poder moverse.

—¿Qué preferís...?

—¡Silencio! —interrumpió Alice. Su voz estaba llena de furia.

—Sí, mi reina —respondió el castillo.

—Ustedes dos, márchense y vuelvan luego cuando se los ordene —ordenó a Amelia y Amanda que desaparecieron incluso antes de que ella acabara de dar su orden.

Alice volvió su mirada serena con ojos llenos de furia hacia él. En su mano derecha flotaban más de seis litros de sangre que le quitó a Amelia y a Amanda.

—Tú, criatura insulsa, campesino vulgar, ¿Te atreves a revolcarte en mi cama y usar mi baño? —Alice exhaló mirando a Oliver que estaba temblando—. Supongo que un ser tan patético no tiene otra forma de satisfacer su ego —dijo con desprecio.

—¡Deja de insultar a mi hermano! ¡Das pena ajena! —dijo Ana enfadada detrás de Alice.

Alice se olvidó de Oliver, pero la furia volvió a sus ojos.

—Ah, tú... tú... —Alice parecía atragantarse con sus palabras cada vez que trataba de responderle a Ana.

Alice tragó saliva. Ese gesto hizo desaparecer toda la furia de sus ojos.

—No tengo tiempo que perder rebajándome a discutir con campesinos —dijo con tranquilidad.

—Tú, monta guardia en la puerta y llévate a tu hermana de mi habitación. Tampoco vuelvas hasta que te llame —ordenó.

—Sí, mi reina —respondió Oliver de forma automática y tomó a Ana del brazo para salir de la habitación y hacer guardia fuera, pero Ana no se movió cuando él la agarró.

—¡Por favor hermano! ¡Te lo ruego! ¡Escúchame solo a mí! —rogó Ana.

—Ya conoces el precio de la desobediencia —dijo Alice.

Oliver empujó a Ana con desesperación para sacarla fuera, pero se sentía tan cansado que sus propios brazos le pesaban y no pudo empujar a Ana ni un milímetro.

Oliver empezó a respirar de forma agitada, pero siguió empujando a Ana para sacarla de allí mientras imaginaba a Alice torturándola sobre un altar con clavos al rojo.

Ana suspiró e inhaló hondo. Luego apretó su puño y lo estrelló con fuerza en el abdomen de Oliver, porque mucho antes de que ella lo tocara toda su armadura había caído al suelo.

—¡Hermano tonto! —dijo Ana y le golpeó de nuevo—. ¡Tonto, tonto, tonto! —acusó con furia dándole otro golpe mientras lloraba—. Ella no puede hacernos daño, ¿no ves que está tan indefensa como un gatito? —dijo su hermana agarrándole la cabeza y girándosela para que viera a Alice.

Había furia en los ojos de Alice. La última vez que Oliver miró furia en sus ojos ella había usado cristales de sangre para taladrar sus manos. Pero esta vez ella no le hizo nada.

Oliver convocó a su espada a su mano e intentó partirle la cabeza a Alice por segunda vez, pero Ana ya estaba entre ellos.

—¡No por favor! ¡No la lastimes! —Oliver la miró con incredulidad, pero bajó su espada con calma.

—Es Alice. Hay que matarla o torturará a nuestra familia para siempre. Te torturará a ti —explicó Oliver con desesperación.

—No, es Ana, y Alice trata de matarla —replicó su hermana.

—Tú... tu... —Alice trataba de hablar, pero Ana tenía razón, ella ni siquiera era capaz de insultarlos.

Su hermana comprendió que él no atacaría y se dio la vuelta para enfrentarse a Alice.

—Ana, si dejas que ella haga esto, te convertirás en esta triste criatura. Estarás sola para siempre. Vivirás por vivir. Todos temblarán de terror ante ti. Solo habrá el miedo más atroz en sus ojos cuando te miren.

»Esta criatura en la que una vez te convertiste no tiene amigos ni esperanza alguna. Ella fue torturada por tanto tiempo que es incapaz de sentir nada bueno por otra persona. Ana, ¿Quieres volver a eso?

La expresión de Alice se tornó en una de desesperación y miedo.

—No. ¡No quiero! Es que no me escucharon. ¡No quiero! Pero ella es Alice. La verdadera Alice, no un accidente en un hechizo de reencarnación que salió mal por la interferencia de un horrible lagarto —se quejó Ana entre lloros.

Oliver soltó su espada. De nuevo, él de nuevo no entendió nada. Tampoco sabía que hacer ahora. Ana seguía allí de pie llorando de desesperación.

—¡Solo deja que suceda! ¡Todo estará bien! —dijo su hermana acariciando el rostro de Ana con dulzura, para limpiar sus lágrimas. El rostro de Ana volvió a ser el de Alice.

—No, ni hablar. ¡Jamás! —dijo Alice mirando a Ana. Luego miró a Oliver—. Si no me ayudas esta mujer dañará mi alma y mi poder se reducirá. ¿Crees que ese espectáculo que montaste no llegará a esos bastardos? En cuanto se enteren de mi debilidad atacarán y nos exterminarán a todas, incluyendo a tu hermana.

»No tienes idea de lo que estás haciendo. Ese hombre tiene los mismos conocimientos que yo, en cuanto te vea a ti y a tu hermana sabrá lo que son y si tiene que morir para exterminarlos a ambos, no dudará ni un segundo. En cambio, yo estoy dispuesta a... a... —Alice parecía no poder hablar.

Ella está tratando de mentirme, comprendió Oliver. Los juramentos de Alice eran los de Ana y los Juramentos de Ana eran los de Alice.

Alice había jurado proteger a sus hechiceras y Ana había sufrido las consecuencias de tratar de negarse a hacerlo. Y Ana había jurado por su alma no mentirle jamás y Alice tampoco podía hacerlo.

—Si me obligan a hacer esto, ustedes van a morir —aseguró Alice una vez comprendió su error.

—No te obligaremos a nada —dijo Ana volviendo a acariciar su rostro con dulzura—. Pero no dejaré que tú obligues a Ana a hacer algo que no quiere. Ana, confía en mí, estaremos bien. No necesitamos que te condenes a ti misma para ello.

»Mi hermano es algo tonto, ya lo sabes. Pero se sentirá triste si renuncias a ti misma para salvar su vida. Además, Alice no cumplirá su parte del trato. Ella va a matarme a mí para romper el juramento de almas que le impide esclavizar a mi hermano y luego someterá su voluntad. ¿Crees que eso es una vida? Siempre sabrá que sirve a la mujer que nos mató a las dos, pero no tendrá voluntad para oponerse a ello —finalizó Ana.

Alice dejó caer la sangre al suelo y fue a sentarse en su cama. Ella parecía estar cansada.

—¿Y qué? Solo es un campesino —dijo y agachó la cabeza con abatimiento—. ¿Acaso vale más una persona que todo un reino? Yo debo protegerlas a todas, eso he jurado. Día tras día, en cada guerra, en cada invasión, por la eternidad.

»¿Cómo criaturas insulsas como ustedes podrían entender eso? Quieren vivir libres. ¡Yo soy la reina y no soy libre! ¿Cómo unos campesinos se atreven a reclamar tal derecho? ¿Si yo tengo que ser una esclava? ¿Qué derecho tendrían criaturas como ustedes a ser libres?

»Si yo crecí en el dolor y la miseria, huyendo día y noche sobreviviendo a duras penas, ¿Por qué tendrían ustedes el derecho a ser felices sin preocuparse por nada? El dolor no es nada, el sufrimiento no es nada, la muerte no es una opción. Para que todos sobrevivamos muchos deben sacrificarse. Yo solo he exigido el sacrificio de un miserable campesino para salvar a todo un reino.

»Para ello he sacrificado mi propia sangre, he pasado todo un año sin dormir, siempre vigilando, siempre atenta, siempre pensando que una vez el peligro pase muchas personas recuperarán algo de su libertad. Solo me preocupo por mi reino, pero en vez de agradecérmelo, ustedes, par de campesinos insignificantes, estropean siglos de trabajo duro para poder satisfacer sus efímeros deseos, en sus efímeras e insulsas vidas —concluyó Alice en voz baja.

Oliver se sintió triste por esta mujer. Ana tenía toda la razón, Alice era un ser lamentable.

Ana se acercó a la cama y se sentó al lado de Alice. Oliver no se atrevió a decir nada. Él había hecho un desastre y como siempre solo podía contar con su santa hermanita para resolverlo todo. Él sabía que era un inconsciente y un aprovechado, pero ¿qué culpa había tenido él de nacer sin cerebro? Por suerte él tenía una hermanita que era una santa.

Ana levantó la cara de Alice que la miró con expresión serena, pero abatida.

—Confía en mí. Todo estará bien —dijo su hermana consolándola.

—Yo soy la reina. Dime, ¿qué se podría decir de mí si confío el futuro de mi reino a una campesina con ínfulas de santa? —preguntó Alice con sinceridad.

Ana negó con la cabeza con un suspiro.

—Tonta, tonta, tonta —dijo su hermanita con pesar—. ¿No acabas de repetir hasta el cansancio que tú no eres libre? No eres una reina, eres una esclava de lo más lamentable. Confiar en una campesina es todo un privilegio para ti. Cualquiera con medio cerebro podría decírtelo —dijo Ana sacudiendo la cabeza con pesar. Alice la miró con incredulidad.

—Tú eres muy cruel —dijo Alice dolida.

—No, esas son tus propias palabras. Tú eres cruel contigo misma —replicó su hermana.

Alice se levantó y caminó hacia Oliver.

—Tú, campesino. Trataste de matarme. Te regodeaste en mi dolor por todo un día. Pero eso no te bastó. Después de matarme fuiste y te revolcaste en mi cama y te bañaste en mi baño. Luego me perseguiste y cuando me encontraste desprotegida y confusa te aprovechaste de mí. ¿Qué tienes que decir acerca de eso? —preguntó Alice, pero no estaba molesta, solo parecía cansada.

Oliver tragó saliva. La verdad era que como ella decía las cosas él parecía un ser horrible...

Oliver decidió dejar de pensar. ¿Para qué iba a hacerlo? Siempre la cagaba por mucho que pensara. Solo le quedaba admitir todo y a ver cómo iba después.

Oliver convocó a su armadura, su cinturón y su espada. Cuando estuvo embutido de pies a cabeza, se arrodilló con las manos sosteniendo la espada en vertical en frente de él.

—Mi reina, ¡lo siento mucho! He obrado mal y me siento triste por ello, pero no puedo aceptar tus planes —concluyó Oliver.

—Te aseguro que en este reino no hay alguien que sea más descarado que tú —acusó Alice y volvió a sentarse en la cama—. Salgan de aquí, quiero estar sola —ordenó.

Oliver dudó, pero su hermana se apresuró a empujarle fuera y cerrarle la puerta en la cara luego.

—¡Nos corrieron a los dos! —se quejó Oliver.

Oliver suspiró, él todavía debía averiguar en donde estaba su hermano basilisco. Pero antes...

—¿Castillo? —llamó Oliver.

—Dime, caballero —respondió el castillo con la voz de Amelia.

—¿Por qué no me dijiste que eras un hechizo que operaba en todos los castillos de Alice? —preguntó Oliver.

—Porque no lo preguntaste, caballero —dijo con desdén.

«Una respuesta obvia», pensó Oliver deprimido.

—Castillo, ¿por qué no reconociste a Alice antes?

—Mi reina usó un hechizo de reencarnación para crear un cuerpo falso. Tal hechizo es algo incomprensible para mí, no existen archivos sobre él en este mundo. Desconocido, sin precedentes. Hasta que ella no reveló su esencia por voluntad propia nadie podría identificarla.

Oliver se quedó fuera de la habitación de Alice por tres largos días sin moverse. Al tercer día una criada salió del cuarto y le dijo que se le convocaba dentro y que entrara sin su armadura. Oliver se quitó su armadura y entró.

Ella no puede apalearme, se dijo a sí mismo. Su santa hermanita le protegería. Siempre lo hacía.

Cuando Oliver llegó al frente de la cama, había dos hermosas mujeres allí. Una era la más hermosa de todas, su hermanita Ana que se apartó sin mirarle y salió de la habitación. Eso no le gustó para nada.

La otra mujer llevaba un vestido azul y tenía el cabello castaño largo, de ojos verdes y expresión serena y amable. Estatura promedio, rasgos suaves, cuerpo perfecto, y postura elegante, sentada a la orilla de la cama, con sus dos manos sobre su regazo y la espalda recta. Ella era Alice. Oliver tragó saliva. Tu hermanita no te abandonaría se repitió Oliver una y otra vez en su mente.

—¿Cumplirás tu juramento? —preguntó Alice mirándole con expresión serena y amable.

Oliver asintió sin ninguna duda. Las mejillas de Alice se tiñeron de un suave rosa.

—¡Ana! —exclamó Oliver feliz.

—¡No me digas Ana, degenerado! —reprendió Ana enrojeciendo de vergüenza.

—Sí, mi reina —se apresuró a decir Oliver.

—Bien, también es aceptable —dijo su reina volviendo a su estado calmado—. ¿Ya sabes qué son tú y tu hermana? —preguntó.

—Devoradores del vacío —respondió Oliver.

Hasta alguien tan obtuso como él podía entenderlo. Su reina asintió.

—Hace algunos siglos, yo y ese cretino estábamos luchando en el mundo devastado y dimos con unas ruinas antiguas. Allí se narraban todos los acontecimientos finales del primer mundo y cómo fue desplazado al vacío y sustituido por nuestro mundo actual. Al final el cretino se fue, pero yo me di de cuenta que había algo más y volví luego para obtenerlo.

»Era información sobre las semillas y las almas humanas, pero lo más importante que encontré allí, fue la diferencia entre una semilla de hechicera y de los devoradores del vacío que son sus hijos.

»El alma de los Devoradores del vacío no es rechazada por el mundo como la semilla de un hechicero o hechicera, por lo que esta vuelve a renacer como los humanos comunes.

»Tardé tres siglos más investigando sobre el tema. Al final descubrí que las líneas de sangre de los devoradores del vacío seguían en este mundo, pero eran tan débiles que se necesitarían milenios para que despertara de nuevo uno de ellos de forma natural.

»Llegados a este punto no necesité nada más que localizar a uno de ellos que fuera del linaje más puro y despertar su sangre a la fuerza.

»El resto ya lo sabes. Un campesino se aprovechó de mí y ahora estamos aquí.

«En extremo resumido», pensó Oliver. Cualquiera que leyera su relato lo estaría buscando para lapidarlo. Oliver carraspeó para tratar de hablar.

—Mi reina, ¿recuerdas al hombre flaco que era mi compañero? —preguntó Oliver.

—También le he visto. No es un hechicero, y estoy segura de que sus restos en ese momento no eran falsos. Pero es evidente que él te reconoció. Eso significa que él es igual que tú y tu hermana. He estado pensando en la habilidad de Ana desde que le vimos por segunda vez. Ahora que tengo mi memoria completa, puedo entender cómo es que Ana es indetectable para nosotras, ya que ella es igual a ti.

»Ese hombre también lo es y su habilidad debe ser más compleja que un hechizo de proyección o ilusión. Podría jurar que es capaz de crear un clon perfecto de sí mismo, algo imposible para cualquiera de nosotros. Ese cretino ha usado clones antes en nuestras batallas, pero aún le es imposible usarlos más que como simples marionetas con muchos defectos inherentes.

»Ese hombre es una criatura asombrosa al igual que tu hermana Ana. Es de suponer que haya más como él y que en ese entonces tratara de contactar contigo para reclutarte a su grupo, pero como mataste a su clon, decidió apartarse.

»Lo que me pareció raro fue que, en esa fiesta, él no te miró con rabia, furia u odio. Si un hechicero lograra crear un clon perfecto y este fuese destruido, sería un gran golpe para él y de ninguna manera sonreiría a la persona que cometió tal acto. Eso me lleva a concluir que este hombre no le daba ningún valor a su clon, lo que significaría que puede crearlos con facilidad, tal vez sin ninguna dificultad —concluyó su reina.

Oliver se quedó sin nada que decir. las observaciones y conclusiones de su reina habían superado todo lo que él había pensado, por lo que solo pudo asentir.

—Mi reina, ¿el cretino del que hablas es el rey hechicero? —preguntó Oliver interesado en el tema. Su reina asintió.

—Ese hombre siente miedo de los devoradores del vacío, y como a su juicio solo hay una manera de que estos nazcan en este mundo, decidió eliminarnos y evitarse dolores de cabeza. Cuando le pregunté por que decidía eliminarnos a nosotras, él contestó que él era un hombre y si alguien tenía que morir no sería él, solo era mala suerte. En mi estado actual no puedo enfrentarme a él, me tomará un año recuperarme —dijo su reina con furia en los ojos.

«Sí, es un cretino», pensó Oliver.

—Mi reina, ¿qué haremos ahora? —preguntó Oliver.

—En primer lugar, nos casaremos. Yo ya he alcanzado mi edad adulta y ese fue nuestro juramento.

—Solo es un juramento de sangre, para alguien como tú, romperlo no... —Su reina mostró tristeza en los ojos.

—¿Es que no piensas dejarme un ápice de dignidad? ¿También piensas obligarme a decir...

—¡Quiero decir, que sin duda debemos cumplir ese juramento! —dijo Oliver. Las mejillas de su reina volvieron a mostrar un suave rosa, pero ella siguió allí con expresión serena y amable, en su postura elegante con las manos sobre su regazo.

—Bien. Una vez casados no tienes que preocuparte por tu semilla. A diferencia de los hechiceros que les es imposible mantener un cambio en las partes de sus cuerpos debido a su factor regenerativo instantáneo, contigo podremos cortar el problema de raíz —aseguró su reina.

A Oliver empezaron a temblarle las piernas y sintió unas ganas terribles de proteger sus partes nobles.

—¿De raíz? —preguntó Oliver y el espanto se coló en su voz.

—No voy a convertirte en eunuco, solo pondré algunos obstáculos en el camino para tu semilla que impedirá que salga. Eso es todo —explicó su reina.

Oliver respiró aliviado y luego abrió mucho los ojos.

—Entonces, ¿tú dejaras que yo? —Oliver no se atrevió a preguntar más.

—Dejaré que satisfagas tu lujuria por las noches con mi cuerpo como toda esposa —dijo su reina con su cara serena y amable.

—¿Solo serán todas las noches? —preguntó Oliver cuando la sangre se le subió a la cabeza.

—¿Todas las noches? —preguntó su reina perdiendo su expresión serena.

Oliver se dio cuenta que ella había dicho, por las noches y no todas las noches.

—Bien, bien, será así entonces —dijo ella.

Oliver asintió con seriedad y se sentó a su lado.

—Si rompes este vestido te haré sufrir —dijo su reina con tono amable.

«Esta reina tiene más experiencia que una chica de dieciséis», pensó Oliver. Pero él tenía la suficiente poca vergüenza para continuar adelante. Tomó a la reina que lo miró amenazadora y la colocó sentada en sus piernas.

—Mi reina, ¿puedes enseñarle a tu caballero cómo se quita este vestido sin romperlo? Solo por curiosidad —dijo Oliver.

—Tú de verdad no tienes vergüenza —dijo la reina y empezó a desatar cintas y cordones. Su postura digna y serena, como si se enfrentara a alguna difícil prueba le dejó encantado. Y esta no era una chica de dieciséis que perdería la compostura después de unos minutos, esta era una mujer que mantuvo esa expresión por tres mil años y no se vendría abajo con facilidad.

Cuando la segunda mujer más hermosa sobre la faz del planeta estuvo desnuda de cintura para arriba, y él se preparaba a cumplir su trato, la mujer lo abrazó.

—Gracias, por no mirarme como a ella —dijo abrazándose a él con suavidad.

—Ana, yo...

—¡No me digas Ana, degenerado! —reprendió su reina dándole unos fuertes pellizcos.

—Sí, mi reina —dijo Oliver con prisas—. Mi reina, ¿qué sucederá con mi hermana? Yo no puedo...

—Ella seguirá con nosotros. Ella es... para mí... —Su reina no dijo más, pero Oliver supo que ahora tenía competencia—. ¿Tienes que decirles a tus padres sobre su relación? Son criaturas insulsas, su opinión no cuenta, pero si todo este reino de criaturas insulsas se enterara, no creo que puedas explicarles la situación a todos y entonces yo tendría que suicidarme ante tal humillación —dijo su reina abrazada a su pecho.

Oliver suspiró por dentro. Esta mujer nunca perdería su arrogancia ni sentido de superioridad hacia los demás sin importar cuantas veces renaciera.

—Yo tendré cuidado —aseguró Oliver.

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