Hacia dos meses que intentaba mentalizar-me y auto convencerme de que el cambio de trabajo era una buena idea para mí. Siempre me había gustado mi anterior trabajo, una orquesta te permitía viajar, conocer gente, hacer un poco de turismo y realizar-te como persona e interprete. Pasar de ser una concertista a dar clases en una universidad pública presentaba un reto para mí, pero el hecho de poder volver a mi ciudad natal me creaba más satisfacción que el puesto de trabajo en sí.
No era una ciudad muy rica, pero estos últimos años había crecido lo suficiente como para que los políticos decidieran establecer una universidad a las afueras de la ciudad, permitiéndome presentarme para una plaza de profesora en musicología, enseñando diferentes materias sobre mi arte a los futuros músicos, aunque la mayoría no sepan ni cómo coger una guitarra. Pensaba que era mejor para ellos que una persona curtida en la práctica musical les enseñara este fantástico mundo, que no un musicólogo el cual solo ha leído libros.
La universidad era muy bonita. Había un par de tiendas para que los alumnos que vivían por la zona se pudieran abastecer de lo básico: comida, enseres personales y libros, sobretodo libros. No había mucha más cosa, ya que la ciudad en cuestión tampoco era muy grande y solo que fueras quince minutos en bici te plantabas en medio del centro, lleno de tiendas de todo tipo y con muchos bares que les dan vida a las calles.
Al principio no las tenía todas, me apunte cuando mi amiga Joana me informó mientras estaba en Londres, en medio de una gira de conciertos Wagnerianos, sobre la buena nueva de la universidad y como últimamente estaba con un poco de morriña añorando mi tierra, quise probar dejándolo un poco al azar: si lo conseguía me asentaría en mi tierra natal y sino, seguiría con mi plaza en la orquesta disfrutando de mi vida con la música en mi piel, supongo que esta tranquilidad me ayudó a estar concentrada y sacarme la oposición con buena nota.
Cuando me enteré me puse muy contenta, aunque a medida que avanzaba todo eran dudas. No tenía casa donde vivir y me faltaba preparar todo el material del curso mientras hablaba con las inmobiliarias, además de renunciar a mi antiguo trabajo, el que llevaba cinco años ejerciendo, desde que terminé la carrera y después de un master sudado en sangre.
Al final encontré una casa más arriba de la universidad, casi a las afueras, en un barrio rodeado de una vegetación que anunciaba la cercanía de las montañas. Fue una buena compra, el barrio estaba medio muerto ya que todo el mundo se desplazaba al centro o cerca de la mar, eso ayudó a rebajar el precio. Una cosa menos de que preocuparse.
La semana antes de irme mis compañeros de orquesta se despidieron de mi con una cena que se alargó hasta la madrugada, llena de recuerdos, anécdotas y un par de regalos de lo más útiles, entre ellos una mochila de tela impermeable y numerosos bolsillos de color verde oscuro para ir a trabajar y un termo tamaño grande para llenarlo de un café que seguro necesitaría diariamente.
Me pase casi todas las horas del aeropuerto y el vuelo trabajando en mis unidades didácticas, la cena de despedida y las penitencias de después me hicieron perder un par de días de recuperación que me obligaron a trabajar contra reloj para tener todo el material listo antes de llegar a mi ciudad, teniendo en cuenta que solo pisar un pie en tierra me tendría que concentrar en la casa y las gestiones de la universidad.
Solo quitar el modo avión al llegar a tierra ya tenía muchos mensajes de mis amigas, a las cuales hacía mucho que no veía y me reclamaban para ponernos al día, así que mientras terminaba las gestiones del hogar aprovechaba para desconectar con Joana y Dativa. Me enteré que Joana trabajaría conmigo en la universidad, lo cual facilitaba mucho las cosas, tener a alguien conocido en tu nuevo lugar de trabajo te permite un punto de relajación agradable.
La casa era preciosa, de construcción antigua pero fuerte, con paredes de ladrillo claros que envejecían muy bien y muebles de madera oscura. Tenía todo el cableado y fontanería a la vista porque lo habían cambiado por ley hacía poco y así el antiguo dueño se ahorró abrir las paredes, pero no me importaba porque los revestimientos eran bonitos y quedaban muy bien con la casa. De concepto abierto constaba de un pequeño recibidor con acceso directo a comedor y cocina en ese orden. Solo se veía el baño escondido detrás de las escaleras que daban a un segundo piso con dos habitaciones de diferentes tamaños y un baño completa y más grande que el de abajo. Al llegar a la cocina me di cuenta que una puerta de cristal muy gruesa y grande daba acceso a un patio trasero con un jardín bastante descuidado y un huerto muerto.
- Esto no estaba en las fotos, ¿no? –le dije a la chica de la inmobiliaria—
- No, como ves no está en muy buen estado así que no hay fotos, pero lo ponemos en la descripción –dijo precipitadamente –
- No me di cuenta, pero está bien, me gusta – respondí con una media sonrisa, de hecho, siempre me ha tentado tener un huerto, pero nunca he tenido el tiempo ni la paciencia, seria todo un reto para mí. – ¿Cuántos vecinos tengo? He visto que muchas casas están deshabitadas –
- Si, este barrio, como te dije, se está despoblando porque todo el mundo quiere vivir en el centro de la ciudad. La mayoría de casas las ha comprado una sociedad, pero por lo que tengo entendido no tienen intención ni de construir ni demoler nada, no sé porque lo compran. – dijo con un poco de desprecio— solo tienes al final de la calle una señora mayor que no se quiere ir y a la calle de abajo una mujer joven que ha comprado hace poco y creo que tiene la casa como segunda residencia, así que tampoco está siempre.
- Vaya, dos vecinos de... ¿Cuántas casas?
- Unas veinte. Era un buen barrio hace años, pero ahora la gente quiere otras cosas.
Las dos teníamos ganas de terminar, por lo que firmamos todo lo antes posible y nos despedimos cordialmente ya que no me caía muy bien y creo que era mutuo. Como cambian las personas por teléfono.
Necesité dos semanas solo para desempaquetar y poner todo en su sitio, por no hablar de hacer de aquella casa un hogar, esto tendría que ser un proceso más largo y progresivo del cual seguramente tendría la ayuda de mi amiga Joana, que estaba por casa día sí día también, con eso de empezar a trabajar juntas estábamos más unidas que nunca.
Mi primer lunes de universidad. Me sentía nerviosa, como una adolescente llegando a su instituto nuevo. No quería causar una mala impresión, así que decidí optar por llevar unos tejanos básicos y un jersey desahogado negro, con una chaqueta verde tipo impermeable porque durante la noche había llovido un poco, por si acaso volvían a caer algunas gotas, todo conjuntado con mi melena salvaje e indomable de rizos morenos deshechos que recogí con una pinza, un poco de rímel y bálsamo para los labios eran toda mi pintura, quería parecer natural. Joana y yo habíamos quedado para tomarnos un café a las siete de la mañana e ir juntas con mi coche al nuevo edificio, y cuando digo nuevo me refiero a que las paredes olían a recién pintadas, a pesar que Joana durante el camino me informó que lo habían terminada en julio y llevaba todo el agosto con las puertas cerradas. A lo mejor era por eso que el olor se había quedado impregnado en los pasillos. Fuera como fuese, era como estrenar un juguete nuevo.
Al llegar no sabía muy bien por dónde ir, así que me dejé guiar por mi amiga y los carteles que diferenciaban claramente el parking de los estudiantes a la parte lateral del edificio con el de los profesores a la parte de atrás, era tan grande que le tuve que preguntar dónde dejar el coche. Como cada edificio estaba destinado a una enseñanza distinta los coches que había estaban muy separados entre ellos. Nuestro edificio estaba justo en el medio, entre el de medicina y el de literatura y lengua, dónde iba a trabajar ella.
Había muchas caras jóvenes, tenía sentido ya que la universidad era nueva y había muchas vacantes con nuevas oportunidades para todos, eso me dejó un poco más tranquila porque no sería la nueva del departamento. Me despedí de mi amiga y entré por la puerta que me correspondía. Era preciosa, de madera con grabados musicales y muy ancha, como para pasar un piano por ella. Tal como pensaba, en secretaria estaban con mucho trabajo, y eso que la primera reunión no era hasta las 11 de la mañana, pero como en el correo ponía que a partir de las nueve el profesorado ya podía acceder al centro para conocer su lugar de trabajo quisimos madrugar, y menos mal que lo hicimos, porque a pesar de que secretaria estaba a tope de trabajo aún no había nadie que las distrajera, a excepción de una servidora.
Aunque estuvieran agobiadas las dos mujeres que trabajaban allí, me atendieron muy agradablemente. Con un mapa del centro, un tríptico con las diferentes áreas a las que podía acceder como docente y la ubicación de la que sería mi clase. También me ofrecieron un boletín de material, por si necesitaba que la universidad adquiriera alguna cosa extra para mi clase.
Todo estaba perfectamente tranquilo, como esperaba los pasadizos estaban vacíos y acceder por la parte trasera del edificio no afectó a mi orientación. La sala de profesores era una cafetera con nevera bastante voluminosa y un par de microondas, de un tamaño perfecto para recoger unos quince profesores sin sentir claustrofobia. Mi despacho particular tenía un tamaño ideal, con una librería medio desnuda, solo con los libros que utilizarían mis alumnos durante el curso, lista para ser rellenada de todo lo que me apeteciera. Dejé mis cosas y me puse en marcha para dar una vuelta al centro. Primero, mi aula: la típica sala inclinada que se ven en las películas. Me impresionó bastante, mi educación fue en unas salas antiguas de un edificio remodelado, por lo que las clases tenían sus limitaciones, tanto de tamaño como de prestaciones. Aquí estaba todo hecho a posta para dar clases, mi asombro era tal que cuando me di cuenta estaba con la boca abierta y los ojos como platos, y eso que aún no me había girado y había visto el proyector con la pantalla desplegable que al mismo tiempo era pizarra, ¡que modernidad!
Una vez revisado todo lo que tenía en el aula y su capacidad, de unos cuarenta alumnos (me parecieron muchísimos), fui a ver el exterior, quería ver cómo era el campus antes de que se llenara de alumnos y no pudiera apreciar los detalles. La parte principal era preciosa, si no sabías que detrás había un parking para el profesorado jurarías que estaba todo envuelto de bosque y maleza. Tenía una zona con hierba y arboles enormes, con diferentes mesas y sillas alargadas de madera a las sombras de las ramas. La zona del parking del alumnado quedaba un poco lejos, obligándoles a andar tanto si querían como sino. La única manera de llegar hasta la puerta con vehículo era con bicicleta porque se podían divisar unas filas muy grandes de aparcamiento de bicis a pocos metros de la entrada del edificio. Pasada la carretera, ancha y lejana, se podía ver una zona llena de pisos, arquitectura muy conveniente para los estudiantes que no vivieran en la ciudad, supongo que debía ser una especie de campus o pisos de alquiler estratégicamente puestos para el beneficio de la universidad.
Poco a poco se iba escuchando un ruido tímido de voces que llenaban todos los espacios, por lo que creí conveniente volver al despacho para prepararme en mi primera reunión. Fue bien, nos dieron acreditaciones de acceso online para la plataforma de la universidad, tanto para ponernos en contacto con los alumnos como para trabajar internamente entre profesores. También dieron un seguido de documentos que, acabada la reunión, cada uno se apresuró a realizar en sus respectivos despachos. A la una del mediodía ya lo tenía prácticamente todo hecho, así que después de comer solo tendría que repasarlo para asegurarme que estaba todo correcto y enviarlo al jefe de departamento.
Durante la comida nos encontramos todos en el comedor. Los días previos al inicio de curso lo utilizaríamos los profesores mientras no hubiera alumnos, aunque teniendo un horario de ocho a tres no lo necesitaríamos mucho. La comida me sorprendió gratamente e hice migas con un par de profesores novatos como yo. A mitán comer un hombre nos pidió permiso para compartir mesa con nosotros, con lo que accedimos sin problemas. Se llamaba Jan y era su tercer año como profesor, se había trasladado desde otra universidad al enterarse que abrían nuevo centro en su ciudad natal. Su asignatura era la historia y como estaba en el edificio contiguo al nuestro compartíamos comedor. Se interesó mucho por nuestra adaptación al centro, se ve que a él lo ayudaron cuando empezó a trabajar y quería hacer lo mismo, muy simpático por su parte. Cuando se fue, mis compañeros empezaron a cuchichear.
- ¿Qué pasa? –pregunté al no enterarme de lo que decían—
- Es que forma parte de la reserva y son un poco raros.
- ¿Reserva? – dije con desconcierto-- ¿Qué reserva?
- ¿Tú no eres de aquí? Como es que no lo conoces la reserva
- No sé, me marché cuando empecé la carrera y no he vuelto desde entonces.
- ¡Ha! – dijeron con acierto—por eso no lo conoces. Se instalaron hace como seis años. Se consideró reserva natural casi toda la montaña, prohibiendo construir casas y creando un plan de conservación. Los únicos que pueden subir son los de la comunidad Taruldabej, que firmaron un convenio para la preservación de los bosques. No sé cómo lo hicieron, pero demostraron que eran antiguos nativos de la zona y les permitieron asentarse en una especie de reserva dentro de la misma montaña. Un poco raro todo, la verdad.
- Pero, ¿no me has dicho que no se puede construir?
- No se pueden construir chalets o segundas residencias con jardines de la medida de un campo de golf, pero se ve que hay un tipo de vivienda que es tradicional de aquí y esas sí se pueden construir, pero claro, necesitas muchos permisos y tampoco son gran cosa. No vale la pena.
- Pues Jan se ve simpático, lo decís como si fueran bichos raros.
- Se ha cabreado mucha gente. La montaña se podría haber convertido en una zona residencial de lujo y ahora ya no se puede.
- Bueno, si es por bien no lo veo tan mal –me miraron un poco mal, se ve que era gente que no estaba acostumbrada a ponerse zapatillas nada más que para ir al gimnasio con su ropa llena de logos, así que no quise entrar mucho más en detalles— Mi barrio, que se llama el Chopo, se está muriendo y sería una zona muy bonita para hacer casas –enfaticé—y de todo tipo.
- ¿No lo sabes? Todo tu barrio lo está comprando la gente de Taruldabej.
- ¿Qué dices? La gestora me dijo que una sociedad había comprado la mayoría, no me dijo nada de la comunidad.
- Pues si chica, las están comprando ellos. De hecho, estarás viviendo sola, ¿no?
- Casi per no, hay una señora mayor que vive cerca y me han dicho que una mujer joven con su hija también se ha mudado hace poco.
- Si es comprada, seguro que pertenece a Taruldabej, porque es todo suyo. ¿Cómo conseguiste comprar una casa allí?
- Pues no lo tengo muy claro, me arriesgué e hice casi todos los tramites a distancia, creo que el comprador se negaba a venderla a una compañía y quería que se la quedara una particular, pero tampoco lo puedo confirmar.
Cuando nos dimos cuenta ya era tarde, así que recogimos y nos fuimos cada uno a sus respectivos despachos después de despedirnos. Al salir del comedor me volví a encontrar con Jan, quien se acercó decidido.
- Perdona –me dijo tímidamente por interrumpir mi ensimismamiento—no he podido evitar oír que vives en el barrio del Chopo, ¿puede ser? –me miraba con cara de sorprendido—
- Si, allí vivo –media sonrisa se dibujó en mi cara—
- Bueno, quería darte la bienvenida al barrio. La casa de tu lado es mía.
- ¿A sí? Espera, ¿Cómo sabes en que casa vivo?
- Porque a mi tía le interesaba tu casa, pero te adelantaste –me sonrío tímidamente—.
Mientras me hablaba me miraba como si estuviera examinando cada detalle de mi cara, al final me intimidó un poco y di un paso atrás instintivamente.
- Vaya, lo siento, tuve suerte – aproveché el momento para evadirme educadamente—lo siento, pero tengo que terminar unos papeles antes de terminar el día. Me tengo que ir.
- Sí, sí, claro. Nos vemos.
A las tres ya lo tenía todo terminado, hasta el jueves no había otra reunión, pero igualmente tenía que asistir al centro todos los días. No me preocupaba, así me iba familiarizando con los pasadizos y las aulas.
El segundo día ya fui en bicicleta al centro, los profesores también tenían aparcamiento de bicicletas delante de cada puerta trasera del edificio, cosa que me hizo bastante feliz.
- ¡Hola Irene!
- Hola Joana, buenos días. Que madrugadora eres.
- Tú no te quedas corta, llegas quince minutos antes.
- Ya... no he calculado bien el tiempo con la bicicleta.
- ¿Te apetece hacer un café antes de ponernos delante de las pantallas? Así nos ponemos al día de ayer, que tuve que hirme con prisas y no nos despedimos como toca.
- No me apetece, ¡lo necesito! ¿Puedes entrar en mi parte del edificio?
- Si claro ¿no te diste cuenta ayer? Los edificios por dentro están conectados, lo de las puertas es para ir más directo. A demás, el comedor es compartido.
Antes de entrar nos encontramos con Jan hablando con un hombre a la entrada de uno de los edificios anexos al nuestro, el de medicina creo que era. Joana lo llamó por si quería tomar un café con nosotras, se ve que eran compañeros de trabajo, al fin y al cabo, ella también enseñaba literatura en el mismo edificio. A penas le dio tiempo a contestar que ya estaba llamándolo otra vez, creo que le gustaba un poco. Jan nos hizo una señal para que nos aproximáramos, señal que Joana consideró algo sagrado con la forma que tenia de cogerme el brazo para llegar lo más rápido posible.
- Buenos días chicas, os presento a Eudald, es doctor en el hospital y también imparte clases aquí un par de días a la semana.
Eudald saludó a Joana y cuando iba a hacerlo conmigo se quedó parado. Solo me miraba a los ojos. Sé que mi pelo puede parecer que tiene serpientes a veces por su condición salvaje, pero no había petrificado nunca a nadie.
- Hola –intenté romper el silencio que se me estaba haciendo eterno—soy Irene, encantada –le ofrecí mi mano, pero la rechazó, evitando mi mirada y evadiendo la situación mirándose el reloj—
- Lo siento Jan –Eudald tenía una voz profunda pero no necesariamente muy grabe—tengo que irme para dentro, ha sido un placer—dijo sin mirar a nadie—
Cuando se fue, tanto Joana como yo debíamos hacer una cara que hablaba por sí sola porque Jan se disculpó en su nombre por la escena vivida.
- Perdonad-lo, ya os he dicho que es médico en el hospital y profesor aquí, al pobre no le dan las horas con tanto trabajo. Hoy tiene varias reuniones y está nervioso, normalmente es más agradable.
- Ya – dijo Joana—bueno, te vienes a tomar un café con nosotras, ¿no? Te llamábamos por eso.
Entramos en el comedor para iniciar la tertulia relacionada al estrés inicial y pensando en las próximas vacaciones. Cuando les dije que ya tenía todo el trabajo hecho hasta que llegaran los alumnos me miraron con una cara que llevaba la palabra "repelente" grabada en la frente, pero no les hice mucho caso. La conversación siguió informal hasta que nos retiramos a los despachos.
Hoy no había comida, nos avisaron que se tenía que cerrar para cambiar no sé qué. A lo que los comentarios relacionados con intoxicación alimentaria y problemas por no hacer las cosas bien inundaron las salas. Como a las tres terminábamos ya comería en casa, solo necesitaba alguna cosa para matar el dolor de corazón a media mañana.
A las dos y media Joana vino a mi despacho. Estaba aborrecida y no tenía ganas de trabajar, pero tampoco podía irse a casa hasta las tres.
- ¿Qué haces?
- Me organizo el material de clase, ya sabes, trabajar y esas cosas de adultos. Lo estoy pasando todo a ordenador, con todo esto de la web nueva no me aclaro.
- ¿No habías trabajado nunca con programas así?
- No, es mi primera vez. ¿Tú sí?
- Claro, antes de tener la plaza fija he estado haciendo sustituciones durante años, ahora casi todos los centros trabajan así. Es verdad que es tu primera vez como profesora. La verdad es que has tenido mucha suerte entrando en una plaza fija tan rápido en tus primeras oposiciones.
- Yo también lo creo, deben ir muy necesitados de profesores.
- No digas eso, obviamente te cogieron porque lo vales, por favor, si ya tienes todo el trabajo terminado cuando muchos de nosotros todavía no habíamos empezado.
- Supongo. ¿Qué haces por este edificio por cierto?
- Me aburro y no quiero trabajar más hoy, estoy colapsada –hizo una pausa pensativa acompañada de una mirada furtiva—escucha, Jan es muy mono, ¿no te parece? – me sonrió—
- Ya noté antes que le hacías ojitos, por no hablar de tu insistencia por hacer un café esta mañana.
- Ya sabes, trabajo nuevo, vida nueva y mirar no hace daño a nadie.
- Tu no quieres solo mirar.
- Por ahora solo miro.
La verdad es que Jan era guapo. Un hombre alto, de unos treinta y pocos como nosotras, con la piel clara y pelo castaño oscuro y rizos que se asomaban como podían por su melena corta. Tenía un físico delgado, pero se notaba que bajo la camisa había un músculo fibroso. Si se ponía a mi lado, de no ser por la altura, se vería poca cosa en comparación con mis curvas. En cambio, al lado de Joana parecía incluso más alto. Ella era de una estatura que yo consideraba normal, casi éramos iguales así que debía medir metro sesenta y siete más o menos, pero era muy delgada. Se veía que era la típica persona que comía lo que quería sin engordar ni un gramo, siempre con su tipo y actitud de modelo de pasarela, era muy guapa y rubia, así que llamaba bastante la atención.
- Pero el que me ha llamado la atención ha sido su amigo. ¿Has visto que pieza?
- ¿Qué? ¿Cómo? Perdona, estaba desconectada.
- ¡Irene! Te hablo de su amigo, Eudald, ¿no lo has visto? Menudo armario.
- He visto un maleducado ¿No te has fijado cómo se ha quedado al presentarnos y cómo se ha despedido? Muy desagradable...
- Pero no me puedes negar que es guapo, este te coge y te destroza seguro.
- Por mí que destroce bien lejos, no me ha caído bien.
- Pero mujer, no hace falta hacerse su amigo, sólo que vaya pasando por los pasadizos para alegrarnos la vista es suficiente.
Mi respuesta fue una mueca acompañada de una sonrisa, la verdad es que era guapo con su piel morena y pelo oscuro. Lo bueno de la conversación es que cuando nos dimos cuenta ya eran las tres y nos podíamos marchar a casa.
Me prepare una ensalada con salmón para comer. Algo ligero porque tenía intención de cenar pizza, por lo que había que compensar o mi cuerpo lo notaria de seguida. Por la tarde, cómo no tenía pensado nada especial decidí hacer una excursión, para recordar cuando me escapaba para pensar en mis cosas sin reloj ni móvil, me decidí por la playa, ya que estaba a unas dos horas más o menos con bici, lo que me gustaba decir: un podcast de camino. Me enfundé una toalla, un libro y una buena botella de te helado en mi cesta delantera antes de empezar a pedalear. Era agradable dejarse acariciar por el viento de la mar, tan salado que te cambiaba el sabor de los labios mientras te deleitaba el rumor de las olas chocando con las rocas. Un paraíso para mis sentidos. La mar se estaba convirtiendo en la gran olvidada, cuando en un tiempo pasado fue la mano que acunaba la humanidad, por eso me gustaba tanto, por todo lo que escondía en sus profundidades, incluida su historia.
Extendí la toalla mientras abría el libro por la página marcada. Estaba leyendo un libro en catalán, "El capità groc" se llamaba, estaba aprendiendo la lengua y que mejor manera que con misterio y secretos escondidos. Treinta minutos leyendo y ya se me interrumpió. Una voz me llamaba por detrás de mí. Era Jan, que iba
acompañado de una mujer muy parecida a Joana, pero con el pelo oscuro, que decepción se va a llevar cuando se lo diga, pensé.
- ¿Qué haces por aquí Irene?
- He venido a leer un rato, para revivir los recuerdos ¿y vosotros?
- Paseando. Te presento a mí amiga Ares –dijo con precipitación cuando se dio cuenta que estaba siendo poco cordial—es la prometida de Eudald.
- ¿A si? Vaya, enhorabuena entonces—Joana aún tiene posibilidades—
- Gracias, pero hace mucho que estamos prometidos, el matrimonio es prácticamente un tecnicismo –tenía una sonrisa perfecta entre alineada y blanca, que contrastaba con el moreno de su piel—
- Si, fue una cosa bastante arreglada –dijo Jan entre dientes—
- ¿Arreglada? ¿Os arreglaron el matrimonio? –mi cara cambió por completo en cuestión de milésimas de segundo al mismo tiempo que notaba como mi cara se ponía roja por el tono de sorpresa y el atrevimiento— creía que estas cosas ya no se hacían en nuestra cultura –barbaridad es lo que era, pero la vergüenza impedía que me explayára en mi comentario—
- Bueno, son cosas de la cultura de los Taruldabej, pero no es lo que tú crees, tranquila.
- Vale... bueno –me miré el reloj para disimular—será mejor que vaya retirándome, he venido en bici y no quiero que se me haga oscuro por el camino.
- ¿Vienes en bici des del centro? –ahora la cara de espanto la ponía Ares—
- No, vivo en las afueras, en la urbanización Chopo.
Su cara volvió a cambiar, muy parecida a la de Jan cuando me hablo el primer día de universidad mientras me explicaba que ellos también tenían una casa allí.
- ¿Qué casa tienes? Por curiosidad, no te ofendas.
- Tranquila no me ofendo, estoy en el numero dos
- Será mejor que nosotros también nos vayamos –interrumpió Jan precipitadamente mientras le daba un toquecito en el brazo—
Cada vez que sale el nombre de mi barrio a la gente le cambia la cara. Me pasé casi todo el camino de vuelta escuchando el podcast, pero sin poder parar de pensar con la reacción que tenía la gente conmigo. Al llegar a mi casa, preocupada por eso pensé que un poco de investigación me podría ayudar y, después de una ducha caliente y el aroma de la pizza recién hecha maridada con vino blanco, delante del portátil me puse a buscar información y posibles noticias en relación con mi barrio. Por desgracia, no encontré nada y decepcionada, me puse otra copa de vino para pasar mejor el disgusto.
Los días siguientes fueron muy tranquilos, la reunión del jueves fue muy bien así que solo nos quedaba despedir la semana antes de empezar oficialmente las clases con los alumnos. El viernes Joana me propuso ir a tomar algo al centro y accedí encantada. Me había pasado toda la semana haciendo excursiones tanto a la playa como a la montaña, un poco de civilización no me iría mal. Obviamente, le preguntó a Jan si quería venirse con nosotras para intentar ligar con él y parece que funcionó porque se apuntó sin dudarlo. Me hacía mucha gracia sus reacciones, se notaba que tenía ganas de vivir la vida y experimentar con el mayor esplendor posible. Era admirable.
No sabía muy bien dónde iríamos y la duda del que me pongo se apoderó de mi mente. Al final me decidí por un jersey con trasparencias en las mangas y la parte superior del abdomen, con unos dibujos de amapolas rojas bordadas por todos lados y unos tejanos de tiro alto ajustados de la cadera y amplios por las piernas, con unos zapatos de tacón y una chaqueta tejana a conjunto. Creo que quedaba bien tanto para tomar unas copas por la noche como para salir un rato de fiesta. Lo acabé de conjuntar con un pintalabios rojo oscuro, rímel y sombras de ojos atenuadas. Intenté arreglarme el pelo, pero fracasé, así que dejé mis bucles caer por la espalda en un estilo totalmente natural.
Quedamos en un bar del centro, cuando llegué Joana, Jan y unos cuantos amigos de él ya estaban presentes, después de las salutaciones cordiales y pedir la primera ronda de copas establecimos conversaciones con temas universales para romper el hielo como el trabajo, la adaptación a la ciudad, el clima... y poco a poco se fueron disipando creando varios grupos de tertulia. Jan invitó a dos amigos y tres amigas de los cuales olvidé sus nombres nada más decírmelos, pero eran todos muy agradables y simpáticos con nosotras. Me sorprendió después de que dijeran que todos pertenecían a Taruldabej, ya que después de mi última experiencia les había cogido un poco de tirria, pero la verdad es que eran muy agradables, hasta que la conversación se desvió un poco...
- ¿Habéis oído lo que ha sucedido hoy? –una de las chicas llamó la atención precipitando sus manos y cara encima de la mesa—
- Sí, para no saberlo. Son dos familias importantes de Taruldabej. Imposible no enterarse.
Cuando Joana escuchó el cambio de tono de la conversación dejó de mirar a Jan y se centró en la conversación para intentar extraer información, la señora que llevaba dentro estaba asomando la cabeza.
- ¿De quién estáis hablando? ¿Los conocemos?
- Si –contestó a regañadientes Jan—hablan de Eudald y Ares, su prometida. Han cortado el compromiso.
- ¿De verdad? –dijimos prácticamente a la vez—
- Es complicado –continuó un amigo de Jan del cual no recordaba el nombre—seguramente vosotras no lo entendéis, pero sus familias querían que estos dos terminaran juntos desde que eran muy pequeños. Dentro de nuestra comunidad son familias importantes y su unión significaría mucho para nosotros.
Joana y yo nos miramos con una cara que evidenciaba que no estábamos conformes con eso del matrimonio concertado. Nuestra opinión sobre ellos era muy dispar. Realmente parecían buenas personas, durante la conversación vimos que tenían opiniones modernas, actualizadas al siglo que estábamos viviendo, pero cada vez que salía ese tema era cómo si me dieran un golpe seco en el pecho, no llegaba a entenderlos.
- Perdonad –no pude evitar preguntar—pero no puedo entender como alguien puede obligar, hoy en día, a casarse con una persona. Por muchos que haya temas económicos o sociales por medio eso no puede terminar bien.
- Ya os lo he dicho, es complicado. Pero las dos familias tienen algo que les gustaría juntar y por eso pusieron a dos niños de por medio, pero lo intentaron hacer de la mejor forma posible, que fuera algo natural para ellos. De hecho, los dos se han criado juntos desde muy pequeños, prácticamente son como hermanos. Muchos matrimonios empiezan así, supongo que quisieron intentarlo.
- O sea, que les comisteis el cerebro de pequeño y los criaron como ganado para conseguir sus objetivos. Es una bestialidad –Joana me tocó el brazo para que me relajara, estaba siendo demasiado intensa sobre algo que no iba conmigo e intentó meterse en la conversación para relajar el ambiente—
- ¿Por qué se han separado? Después de tanto tiempo porque lo dejan, ¿han abierto los ojos o algo así? –dijo con un tono más cordial y relajado—
- Se ve –una de las chicas le contestó—que él se ha enamorado de otra.
- ¡Oh! Qué bonito –Joana hacía lo que podía para no dejarme hablar—al final el amor siempre triunfa, es importante que esté con quien quiera –no pudo evitar mirar a Jan mientras decía su última frase—
- Si –le contestó—pero también le conozco desde que éramos pequeños y creo que la decisión no ha sido fácil para él, y mucho menos que la acepten.
- Pero un amor forzado no puede ser nunca un amor de verdad, eso es que ya se había acostumbrado a él. Son cosas diferentes, ¿no creéis?
Todos se encogieron de hombros, no sabían demasiado bien que decir, como si su opinión no fuera valida o si no se atrevieran a hablar. Después pensé que todos los hombres con los que había estado los había despachado bastante rápido, ya sea porque no quería abandonar mi independencia o porque no me gustaba lo mismo que a ellos y terminábamos haciendo más cosas separados que juntos. Al darme cuenta de la situación quise suavizar un poco el ambiente, ya que la causante de aquello era yo.
- Bueno, es una opinión, al fin y al cabo. Nunca me he visto implicada en cosas así por lo que no sabría cómo reaccionar tampoco. Es meramente teoría, fíjate en los reyes, obligados a casarse entre ellos y muchos matrimonios eran bien avenidos, al final es saber convivir con otra persona y saber tolerarse.
Por suerte, una canción que a Joana y a mí nos encantaba empezó a sonar y el tema de conversación cambió drásticamente. No tardamos mucho más en despedirnos y dar la noche por terminada.Hacia dos meses que intentaba mentalizar-me y auto convencerme de que el cambio de trabajo era una buena idea para mí. Siempre me había gustado mi anterior trabajo, una orquesta te permitía viajar, conocer gente, hacer un poco de turismo y realizar-te como persona e interprete. Pasar de ser una concertista a dar clases en una universidad pública presentaba un reto para mí, pero el hecho de poder volver a mi ciudad natal me creaba más satisfacción que el puesto de trabajo en sí.
No era una ciudad muy rica, pero estos últimos años había crecido lo suficiente como para que los políticos decidieran establecer una universidad a las afueras de la ciudad, permitiéndome presentarme para una plaza de profesora en musicología, enseñando diferentes materias sobre mi arte a los futuros músicos, aunque la mayoría no sepan ni cómo coger una guitarra. Pensaba que era mejor para ellos que una persona curtida en la práctica musical les enseñara este fantástico mundo, que no un musicólogo el cual solo ha leído libros.
La universidad era muy bonita. Había un par de tiendas para que los alumnos que vivían por la zona se pudieran abastecer de lo básico: comida, enseres personales y libros, sobretodo libros. No había mucha más cosa, ya que la ciudad en cuestión tampoco era muy grande y solo que fueras quince minutos en bici te plantabas en medio del centro, lleno de tiendas de todo tipo y con muchos bares que les dan vida a las calles.
Al principio no las tenía todas, me apunte cuando mi amiga Joana me informó mientras estaba en Londres, en medio de una gira de conciertos Wagnerianos, sobre la buena nueva de la universidad y como últimamente estaba con un poco de morriña añorando mi tierra, quise probar dejándolo un poco al azar: si lo conseguía me asentaría en mi tierra natal y sino, seguiría con mi plaza en la orquesta disfrutando de mi vida con la música en mi piel, supongo que esta tranquilidad me ayudó a estar concentrada y sacarme la oposición con buena nota.
Cuando me enteré me puse muy contenta, aunque a medida que avanzaba todo eran dudas. No tenía casa donde vivir y me faltaba preparar todo el material del curso mientras hablaba con las inmobiliarias, además de renunciar a mi antiguo trabajo, el que llevaba cinco años ejerciendo, desde que terminé la carrera y después de un master sudado en sangre.
Al final encontré una casa más arriba de la universidad, casi a las afueras, en un barrio rodeado de una vegetación que anunciaba la cercanía de las montañas. Fue una buena compra, el barrio estaba medio muerto ya que todo el mundo se desplazaba al centro o cerca de la mar, eso ayudó a rebajar el precio. Una cosa menos de que preocuparse.
La semana antes de irme mis compañeros de orquesta se despidieron de mi con una cena que se alargó hasta la madrugada, llena de recuerdos, anécdotas y un par de regalos de lo más útiles, entre ellos una mochila de tela impermeable y numerosos bolsillos de color verde oscuro para ir a trabajar y un termo tamaño grande para llenarlo de un café que seguro necesitaría diariamente.
Me pase casi todas las horas del aeropuerto y el vuelo trabajando en mis unidades didácticas, la cena de despedida y las penitencias de después me hicieron perder un par de días de recuperación que me obligaron a trabajar contra reloj para tener todo el material listo antes de llegar a mi ciudad, teniendo en cuenta que solo pisar un pie en tierra me tendría que concentrar en la casa y las gestiones de la universidad.
Solo quitar el modo avión al llegar a tierra ya tenía muchos mensajes de mis amigas, a las cuales hacía mucho que no veía y me reclamaban para ponernos al día, así que mientras terminaba las gestiones del hogar aprovechaba para desconectar con Joana y Dativa. Me enteré que Joana trabajaría conmigo en la universidad, lo cual facilitaba mucho las cosas, tener a alguien conocido en tu nuevo lugar de trabajo te permite un punto de relajación agradable.
La casa era preciosa, de construcción antigua pero fuerte, con paredes de ladrillo claros que envejecían muy bien y muebles de madera oscura. Tenía todo el cableado y fontanería a la vista porque lo habían cambiado por ley hacía poco y así el antiguo dueño se ahorró abrir las paredes, pero no me importaba porque los revestimientos eran bonitos y quedaban muy bien con la casa. De concepto abierto constaba de un pequeño recibidor con acceso directo a comedor y cocina en ese orden. Solo se veía el baño escondido detrás de las escaleras que daban a un segundo piso con dos habitaciones de diferentes tamaños y un baño completa y más grande que el de abajo. Al llegar a la cocina me di cuenta que una puerta de cristal muy gruesa y grande daba acceso a un patio trasero con un jardín bastante descuidado y un huerto muerto.
- Esto no estaba en las fotos, ¿no? –le dije a la chica de la inmobiliaria—
- No, como ves no está en muy buen estado así que no hay fotos, pero lo ponemos en la descripción –dijo precipitadamente –
- No me di cuenta, pero está bien, me gusta – respondí con una media sonrisa, de hecho, siempre me ha tentado tener un huerto, pero nunca he tenido el tiempo ni la paciencia, seria todo un reto para mí. – ¿Cuántos vecinos tengo? He visto que muchas casas están deshabitadas –
- Si, este barrio, como te dije, se está despoblando porque todo el mundo quiere vivir en el centro de la ciudad. La mayoría de casas las ha comprado una sociedad, pero por lo que tengo entendido no tienen intención ni de construir ni demoler nada, no sé porque lo compran. – dijo con un poco de desprecio— solo tienes al final de la calle una señora mayor que no se quiere ir y a la calle de abajo una mujer joven que ha comprado hace poco y creo que tiene la casa como segunda residencia, así que tampoco está siempre.
- Vaya, dos vecinos de... ¿Cuántas casas?
- Unas veinte. Era un buen barrio hace años, pero ahora la gente quiere otras cosas.
Las dos teníamos ganas de terminar, por lo que firmamos todo lo antes posible y nos despedimos cordialmente ya que no me caía muy bien y creo que era mutuo. Como cambian las personas por teléfono.
Necesité dos semanas solo para desempaquetar y poner todo en su sitio, por no hablar de hacer de aquella casa un hogar, esto tendría que ser un proceso más largo y progresivo del cual seguramente tendría la ayuda de mi amiga Joana, que estaba por casa día sí día también, con eso de empezar a trabajar juntas estábamos más unidas que nunca.
Mi primer lunes de universidad. Me sentía nerviosa, como una adolescente llegando a su instituto nuevo. No quería causar una mala impresión, así que decidí optar por llevar unos tejanos básicos y un jersey desahogado negro, con una chaqueta verde tipo impermeable porque durante la noche había llovido un poco, por si acaso volvían a caer algunas gotas, todo conjuntado con mi melena salvaje e indomable de rizos morenos deshechos que recogí con una pinza, un poco de rímel y bálsamo para los labios eran toda mi pintura, quería parecer natural. Joana y yo habíamos quedado para tomarnos un café a las siete de la mañana e ir juntas con mi coche al nuevo edificio, y cuando digo nuevo me refiero a que las paredes olían a recién pintadas, a pesar que Joana durante el camino me informó que lo habían terminada en julio y llevaba todo el agosto con las puertas cerradas. A lo mejor era por eso que el olor se había quedado impregnado en los pasillos. Fuera como fuese, era como estrenar un juguete nuevo.
Al llegar no sabía muy bien por dónde ir, así que me dejé guiar por mi amiga y los carteles que diferenciaban claramente el parking de los estudiantes a la parte lateral del edificio con el de los profesores a la parte de atrás, era tan grande que le tuve que preguntar dónde dejar el coche. Como cada edificio estaba destinado a una enseñanza distinta los coches que había estaban muy separados entre ellos. Nuestro edificio estaba justo en el medio, entre el de medicina y el de literatura y lengua, dónde iba a trabajar ella.
Había muchas caras jóvenes, tenía sentido ya que la universidad era nueva y había muchas vacantes con nuevas oportunidades para todos, eso me dejó un poco más tranquila porque no sería la nueva del departamento. Me despedí de mi amiga y entré por la puerta que me correspondía. Era preciosa, de madera con grabados musicales y muy ancha, como para pasar un piano por ella. Tal como pensaba, en secretaria estaban con mucho trabajo, y eso que la primera reunión no era hasta las 11 de la mañana, pero como en el correo ponía que a partir de las nueve el profesorado ya podía acceder al centro para conocer su lugar de trabajo quisimos madrugar, y menos mal que lo hicimos, porque a pesar de que secretaria estaba a tope de trabajo aún no había nadie que las distrajera, a excepción de una servidora.
Aunque estuvieran agobiadas las dos mujeres que trabajaban allí, me atendieron muy agradablemente. Con un mapa del centro, un tríptico con las diferentes áreas a las que podía acceder como docente y la ubicación de la que sería mi clase. También me ofrecieron un boletín de material, por si necesitaba que la universidad adquiriera alguna cosa extra para mi clase.
Todo estaba perfectamente tranquilo, como esperaba los pasadizos estaban vacíos y acceder por la parte trasera del edificio no afectó a mi orientación. La sala de profesores era una cafetera con nevera bastante voluminosa y un par de microondas, de un tamaño perfecto para recoger unos quince profesores sin sentir claustrofobia. Mi despacho particular tenía un tamaño ideal, con una librería medio desnuda, solo con los libros que utilizarían mis alumnos durante el curso, lista para ser rellenada de todo lo que me apeteciera. Dejé mis cosas y me puse en marcha para dar una vuelta al centro. Primero, mi aula: la típica sala inclinada que se ven en las películas. Me impresionó bastante, mi educación fue en unas salas antiguas de un edificio remodelado, por lo que las clases tenían sus limitaciones, tanto de tamaño como de prestaciones. Aquí estaba todo hecho a posta para dar clases, mi asombro era tal que cuando me di cuenta estaba con la boca abierta y los ojos como platos, y eso que aún no me había girado y había visto el proyector con la pantalla desplegable que al mismo tiempo era pizarra, ¡que modernidad!
Una vez revisado todo lo que tenía en el aula y su capacidad, de unos cuarenta alumnos (me parecieron muchísimos), fui a ver el exterior, quería ver cómo era el campus antes de que se llenara de alumnos y no pudiera apreciar los detalles. La parte principal era preciosa, si no sabías que detrás había un parking para el profesorado jurarías que estaba todo envuelto de bosque y maleza. Tenía una zona con hierba y arboles enormes, con diferentes mesas y sillas alargadas de madera a las sombras de las ramas. La zona del parking del alumnado quedaba un poco lejos, obligándoles a andar tanto si querían como sino. La única manera de llegar hasta la puerta con vehículo era con bicicleta porque se podían divisar unas filas muy grandes de aparcamiento de bicis a pocos metros de la entrada del edificio. Pasada la carretera, ancha y lejana, se podía ver una zona llena de pisos, arquitectura muy conveniente para los estudiantes que no vivieran en la ciudad, supongo que debía ser una especie de campus o pisos de alquiler estratégicamente puestos para el beneficio de la universidad.
Poco a poco se iba escuchando un ruido tímido de voces que llenaban todos los espacios, por lo que creí conveniente volver al despacho para prepararme en mi primera reunión. Fue bien, nos dieron acreditaciones de acceso online para la plataforma de la universidad, tanto para ponernos en contacto con los alumnos como para trabajar internamente entre profesores. También dieron un seguido de documentos que, acabada la reunión, cada uno se apresuró a realizar en sus respectivos despachos. A la una del mediodía ya lo tenía prácticamente todo hecho, así que después de comer solo tendría que repasarlo para asegurarme que estaba todo correcto y enviarlo al jefe de departamento.
Durante la comida nos encontramos todos en el comedor. Los días previos al inicio de curso lo utilizaríamos los profesores mientras no hubiera alumnos, aunque teniendo un horario de ocho a tres no lo necesitaríamos mucho. La comida me sorprendió gratamente e hice migas con un par de profesores novatos como yo. A mitán comer un hombre nos pidió permiso para compartir mesa con nosotros, con lo que accedimos sin problemas. Se llamaba Jan y era su tercer año como profesor, se había trasladado desde otra universidad al enterarse que abrían nuevo centro en su ciudad natal. Su asignatura era la historia y como estaba en el edificio contiguo al nuestro compartíamos comedor. Se interesó mucho por nuestra adaptación al centro, se ve que a él lo ayudaron cuando empezó a trabajar y quería hacer lo mismo, muy simpático por su parte. Cuando se fue, mis compañeros empezaron a cuchichear.
- ¿Qué pasa? –pregunté al no enterarme de lo que decían—
- Es que forma parte de la reserva y son un poco raros.
- ¿Reserva? – dije con desconcierto-- ¿Qué reserva?
- ¿Tú no eres de aquí? Como es que no lo conoces la reserva
- No sé, me marché cuando empecé la carrera y no he vuelto desde entonces.
- ¡Ha! – dijeron con acierto—por eso no lo conoces. Se instalaron hace como seis años. Se consideró reserva natural casi toda la montaña, prohibiendo construir casas y creando un plan de conservación. Los únicos que pueden subir son los de la comunidad Taruldabej, que firmaron un convenio para la preservación de los bosques. No sé cómo lo hicieron, pero demostraron que eran antiguos nativos de la zona y les permitieron asentarse en una especie de reserva dentro de la misma montaña. Un poco raro todo, la verdad.
- Pero, ¿no me has dicho que no se puede construir?
- No se pueden construir chalets o segundas residencias con jardines de la medida de un campo de golf, pero se ve que hay un tipo de vivienda que es tradicional de aquí y esas sí se pueden construir, pero claro, necesitas muchos permisos y tampoco son gran cosa. No vale la pena.
- Pues Jan se ve simpático, lo decís como si fueran bichos raros.
- Se ha cabreado mucha gente. La montaña se podría haber convertido en una zona residencial de lujo y ahora ya no se puede.
- Bueno, si es por bien no lo veo tan mal –me miraron un poco mal, se ve que era gente que no estaba acostumbrada a ponerse zapatillas nada más que para ir al gimnasio con su ropa llena de logos, así que no quise entrar mucho más en detalles— Mi barrio, que se llama el Chopo, se está muriendo y sería una zona muy bonita para hacer casas –enfaticé—y de todo tipo.
- ¿No lo sabes? Todo tu barrio lo está comprando la gente de Taruldabej.
- ¿Qué dices? La gestora me dijo que una sociedad había comprado la mayoría, no me dijo nada de la comunidad.
- Pues si chica, las están comprando ellos. De hecho, estarás viviendo sola, ¿no?
- Casi per no, hay una señora mayor que vive cerca y me han dicho que una mujer joven con su hija también se ha mudado hace poco.
- Si es comprada, seguro que pertenece a Taruldabej, porque es todo suyo. ¿Cómo conseguiste comprar una casa allí?
- Pues no lo tengo muy claro, me arriesgué e hice casi todos los tramites a distancia, creo que el comprador se negaba a venderla a una compañía y quería que se la quedara una particular, pero tampoco lo puedo confirmar.
Cuando nos dimos cuenta ya era tarde, así que recogimos y nos fuimos cada uno a sus respectivos despachos después de despedirnos. Al salir del comedor me volví a encontrar con Jan, quien se acercó decidido.
- Perdona –me dijo tímidamente por interrumpir mi ensimismamiento—no he podido evitar oír que vives en el barrio del Chopo, ¿puede ser? –me miraba con cara de sorprendido—
- Si, allí vivo –media sonrisa se dibujó en mi cara—
- Bueno, quería darte la bienvenida al barrio. La casa de tu lado es mía.
- ¿A sí? Espera, ¿Cómo sabes en que casa vivo?
- Porque a mi tía le interesaba tu casa, pero te adelantaste –me sonrío tímidamente—.
Mientras me hablaba me miraba como si estuviera examinando cada detalle de mi cara, al final me intimidó un poco y di un paso atrás instintivamente.
- Vaya, lo siento, tuve suerte – aproveché el momento para evadirme educadamente—lo siento, pero tengo que terminar unos papeles antes de terminar el día. Me tengo que ir.
- Sí, sí, claro. Nos vemos.
A las tres ya lo tenía todo terminado, hasta el jueves no había otra reunión, pero igualmente tenía que asistir al centro todos los días. No me preocupaba, así me iba familiarizando con los pasadizos y las aulas.
El segundo día ya fui en bicicleta al centro, los profesores también tenían aparcamiento de bicicletas delante de cada puerta trasera del edificio, cosa que me hizo bastante feliz.
- ¡Hola Irene!
- Hola Joana, buenos días. Que madrugadora eres.
- Tú no te quedas corta, llegas quince minutos antes.
- Ya... no he calculado bien el tiempo con la bicicleta.
- ¿Te apetece hacer un café antes de ponernos delante de las pantallas? Así nos ponemos al día de ayer, que tuve que hirme con prisas y no nos despedimos como toca.
- No me apetece, ¡lo necesito! ¿Puedes entrar en mi parte del edificio?
- Si claro ¿no te diste cuenta ayer? Los edificios por dentro están conectados, lo de las puertas es para ir más directo. A demás, el comedor es compartido.
Antes de entrar nos encontramos con Jan hablando con un hombre a la entrada de uno de los edificios anexos al nuestro, el de medicina creo que era. Joana lo llamó por si quería tomar un café con nosotras, se ve que eran compañeros de trabajo, al fin y al cabo, ella también enseñaba literatura en el mismo edificio. A penas le dio tiempo a contestar que ya estaba llamándolo otra vez, creo que le gustaba un poco. Jan nos hizo una señal para que nos aproximáramos, señal que Joana consideró algo sagrado con la forma que tenia de cogerme el brazo para llegar lo más rápido posible.
- Buenos días chicas, os presento a Eudald, es doctor en el hospital y también imparte clases aquí un par de días a la semana.
Eudald saludó a Joana y cuando iba a hacerlo conmigo se quedó parado. Solo me miraba a los ojos. Sé que mi pelo puede parecer que tiene serpientes a veces por su condición salvaje, pero no había petrificado nunca a nadie.
- Hola –intenté romper el silencio que se me estaba haciendo eterno—soy Irene, encantada –le ofrecí mi mano, pero la rechazó, evitando mi mirada y evadiendo la situación mirándose el reloj—
- Lo siento Jan –Eudald tenía una voz profunda pero no necesariamente muy grabe—tengo que irme para dentro, ha sido un placer—dijo sin mirar a nadie—
Cuando se fue, tanto Joana como yo debíamos hacer una cara que hablaba por sí sola porque Jan se disculpó en su nombre por la escena vivida.
- Perdonad-lo, ya os he dicho que es médico en el hospital y profesor aquí, al pobre no le dan las horas con tanto trabajo. Hoy tiene varias reuniones y está nervioso, normalmente es más agradable.
- Ya – dijo Joana—bueno, te vienes a tomar un café con nosotras, ¿no? Te llamábamos por eso.
Entramos en el comedor para iniciar la tertulia relacionada al estrés inicial y pensando en las próximas vacaciones. Cuando les dije que ya tenía todo el trabajo hecho hasta que llegaran los alumnos me miraron con una cara que llevaba la palabra "repelente" grabada en la frente, pero no les hice mucho caso. La conversación siguió informal hasta que nos retiramos a los despachos.
Hoy no había comida, nos avisaron que se tenía que cerrar para cambiar no sé qué. A lo que los comentarios relacionados con intoxicación alimentaria y problemas por no hacer las cosas bien inundaron las salas. Como a las tres terminábamos ya comería en casa, solo necesitaba alguna cosa para matar el dolor de corazón a media mañana.
A las dos y media Joana vino a mi despacho. Estaba aborrecida y no tenía ganas de trabajar, pero tampoco podía irse a casa hasta las tres.
- ¿Qué haces?
- Me organizo el material de clase, ya sabes, trabajar y esas cosas de adultos. Lo estoy pasando todo a ordenador, con todo esto de la web nueva no me aclaro.
- ¿No habías trabajado nunca con programas así?
- No, es mi primera vez. ¿Tú sí?
- Claro, antes de tener la plaza fija he estado haciendo sustituciones durante años, ahora casi todos los centros trabajan así. Es verdad que es tu primera vez como profesora. La verdad es que has tenido mucha suerte entrando en una plaza fija tan rápido en tus primeras oposiciones.
- Yo también lo creo, deben ir muy necesitados de profesores.
- No digas eso, obviamente te cogieron porque lo vales, por favor, si ya tienes todo el trabajo terminado cuando muchos de nosotros todavía no habíamos empezado.
- Supongo. ¿Qué haces por este edificio por cierto?
- Me aburro y no quiero trabajar más hoy, estoy colapsada –hizo una pausa pensativa acompañada de una mirada furtiva—escucha, Jan es muy mono, ¿no te parece? – me sonrió—
- Ya noté antes que le hacías ojitos, por no hablar de tu insistencia por hacer un café esta mañana.
- Ya sabes, trabajo nuevo, vida nueva y mirar no hace daño a nadie.
- Tu no quieres solo mirar.
- Por ahora solo miro.
La verdad es que Jan era guapo. Un hombre alto, de unos treinta y pocos como nosotras, con la piel clara y pelo castaño oscuro y rizos que se asomaban como podían por su melena corta. Tenía un físico delgado, pero se notaba que bajo la camisa había un músculo fibroso. Si se ponía a mi lado, de no ser por la altura, se vería poca cosa en comparación con mis curvas. En cambio, al lado de Joana parecía incluso más alto. Ella era de una estatura que yo consideraba normal, casi éramos iguales así que debía medir metro sesenta y siete más o menos, pero era muy delgada. Se veía que era la típica persona que comía lo que quería sin engordar ni un gramo, siempre con su tipo y actitud de modelo de pasarela, era muy guapa y rubia, así que llamaba bastante la atención.
- Pero el que me ha llamado la atención ha sido su amigo. ¿Has visto que pieza?
- ¿Qué? ¿Cómo? Perdona, estaba desconectada.
- ¡Irene! Te hablo de su amigo, Eudald, ¿no lo has visto? Menudo armario.
- He visto un maleducado ¿No te has fijado cómo se ha quedado al presentarnos y cómo se ha despedido? Muy desagradable...
- Pero no me puedes negar que es guapo, este te coge y te destroza seguro.
- Por mí que destroce bien lejos, no me ha caído bien.
- Pero mujer, no hace falta hacerse su amigo, sólo que vaya pasando por los pasadizos para alegrarnos la vista es suficiente.
Mi respuesta fue una mueca acompañada de una sonrisa, la verdad es que era guapo con su piel morena y pelo oscuro. Lo bueno de la conversación es que cuando nos dimos cuenta ya eran las tres y nos podíamos marchar a casa.
Me prepare una ensalada con salmón para comer. Algo ligero porque tenía intención de cenar pizza, por lo que había que compensar o mi cuerpo lo notaria de seguida. Por la tarde, cómo no tenía pensado nada especial decidí hacer una excursión, para recordar cuando me escapaba para pensar en mis cosas sin reloj ni móvil, me decidí por la playa, ya que estaba a unas dos horas más o menos con bici, lo que me gustaba decir: un podcast de camino. Me enfundé una toalla, un libro y una buena botella de te helado en mi cesta delantera antes de empezar a pedalear. Era agradable dejarse acariciar por el viento de la mar, tan salado que te cambiaba el sabor de los labios mientras te deleitaba el rumor de las olas chocando con las rocas. Un paraíso para mis sentidos. La mar se estaba convirtiendo en la gran olvidada, cuando en un tiempo pasado fue la mano que acunaba la humanidad, por eso me gustaba tanto, por todo lo que escondía en sus profundidades, incluida su historia.
Extendí la toalla mientras abría el libro por la página marcada. Estaba leyendo un libro en catalán, "El capità groc" se llamaba, estaba aprendiendo la lengua y que mejor manera que con misterio y secretos escondidos. Treinta minutos leyendo y ya se me interrumpió. Una voz me llamaba por detrás de mí. Era Jan, que iba
acompañado de una mujer muy parecida a Joana, pero con el pelo oscuro, que decepción se va a llevar cuando se lo diga, pensé.
- ¿Qué haces por aquí Irene?
- He venido a leer un rato, para revivir los recuerdos ¿y vosotros?
- Paseando. Te presento a mí amiga Ares –dijo con precipitación cuando se dio cuenta que estaba siendo poco cordial—es la prometida de Eudald.
- ¿A si? Vaya, enhorabuena entonces—Joana aún tiene posibilidades—
- Gracias, pero hace mucho que estamos prometidos, el matrimonio es prácticamente un tecnicismo –tenía una sonrisa perfecta entre alineada y blanca, que contrastaba con el moreno de su piel—
- Si, fue una cosa bastante arreglada –dijo Jan entre dientes—
- ¿Arreglada? ¿Os arreglaron el matrimonio? –mi cara cambió por completo en cuestión de milésimas de segundo al mismo tiempo que notaba como mi cara se ponía roja por el tono de sorpresa y el atrevimiento— creía que estas cosas ya no se hacían en nuestra cultura –barbaridad es lo que era, pero la vergüenza impedía que me explayára en mi comentario—
- Bueno, son cosas de la cultura de los Taruldabej, pero no es lo que tú crees, tranquila.
- Vale... bueno –me miré el reloj para disimular—será mejor que vaya retirándome, he venido en bici y no quiero que se me haga oscuro por el camino.
- ¿Vienes en bici des del centro? –ahora la cara de espanto la ponía Ares—
- No, vivo en las afueras, en la urbanización Chopo.
Su cara volvió a cambiar, muy parecida a la de Jan cuando me hablo el primer día de universidad mientras me explicaba que ellos también tenían una casa allí.
- ¿Qué casa tienes? Por curiosidad, no te ofendas.
- Tranquila no me ofendo, estoy en el numero dos
- Será mejor que nosotros también nos vayamos –interrumpió Jan precipitadamente mientras le daba un toquecito en el brazo—
Cada vez que sale el nombre de mi barrio a la gente le cambia la cara. Me pasé casi todo el camino de vuelta escuchando el podcast, pero sin poder parar de pensar con la reacción que tenía la gente conmigo. Al llegar a mi casa, preocupada por eso pensé que un poco de investigación me podría ayudar y, después de una ducha caliente y el aroma de la pizza recién hecha maridada con vino blanco, delante del portátil me puse a buscar información y posibles noticias en relación con mi barrio. Por desgracia, no encontré nada y decepcionada, me puse otra copa de vino para pasar mejor el disgusto.
Los días siguientes fueron muy tranquilos, la reunión del jueves fue muy bien así que solo nos quedaba despedir la semana antes de empezar oficialmente las clases con los alumnos. El viernes Joana me propuso ir a tomar algo al centro y accedí encantada. Me había pasado toda la semana haciendo excursiones tanto a la playa como a la montaña, un poco de civilización no me iría mal. Obviamente, le preguntó a Jan si quería venirse con nosotras para intentar ligar con él y parece que funcionó porque se apuntó sin dudarlo. Me hacía mucha gracia sus reacciones, se notaba que tenía ganas de vivir la vida y experimentar con el mayor esplendor posible. Era admirable.
No sabía muy bien dónde iríamos y la duda del que me pongo se apoderó de mi mente. Al final me decidí por un jersey con trasparencias en las mangas y la parte superior del abdomen, con unos dibujos de amapolas rojas bordadas por todos lados y unos tejanos de tiro alto ajustados de la cadera y amplios por las piernas, con unos zapatos de tacón y una chaqueta tejana a conjunto. Creo que quedaba bien tanto para tomar unas copas por la noche como para salir un rato de fiesta. Lo acabé de conjuntar con un pintalabios rojo oscuro, rímel y sombras de ojos atenuadas. Intenté arreglarme el pelo, pero fracasé, así que dejé mis bucles caer por la espalda en un estilo totalmente natural.
Quedamos en un bar del centro, cuando llegué Joana, Jan y unos cuantos amigos de él ya estaban presentes, después de las salutaciones cordiales y pedir la primera ronda de copas establecimos conversaciones con temas universales para romper el hielo como el trabajo, la adaptación a la ciudad, el clima... y poco a poco se fueron disipando creando varios grupos de tertulia. Jan invitó a dos amigos y tres amigas de los cuales olvidé sus nombres nada más decírmelos, pero eran todos muy agradables y simpáticos con nosotras. Me sorprendió después de que dijeran que todos pertenecían a Taruldabej, ya que después de mi última experiencia les había cogido un poco de tirria, pero la verdad es que eran muy agradables, hasta que la conversación se desvió un poco...
- ¿Habéis oído lo que ha sucedido hoy? –una de las chicas llamó la atención precipitando sus manos y cara encima de la mesa—
- Sí, para no saberlo. Son dos familias importantes de Taruldabej. Imposible no enterarse.
Cuando Joana escuchó el cambio de tono de la conversación dejó de mirar a Jan y se centró en la conversación para intentar extraer información, la señora que llevaba dentro estaba asomando la cabeza.
- ¿De quién estáis hablando? ¿Los conocemos?
- Si –contestó a regañadientes Jan—hablan de Eudald y Ares, su prometida. Han cortado el compromiso.
- ¿De verdad? –dijimos prácticamente a la vez—
- Es complicado –continuó un amigo de Jan del cual no recordaba el nombre—seguramente vosotras no lo entendéis, pero sus familias querían que estos dos terminaran juntos desde que eran muy pequeños. Dentro de nuestra comunidad son familias importantes y su unión significaría mucho para nosotros.
Joana y yo nos miramos con una cara que evidenciaba que no estábamos conformes con eso del matrimonio concertado. Nuestra opinión sobre ellos era muy dispar. Realmente parecían buenas personas, durante la conversación vimos que tenían opiniones modernas, actualizadas al siglo que estábamos viviendo, pero cada vez que salía ese tema era cómo si me dieran un golpe seco en el pecho, no llegaba a entenderlos.
- Perdonad –no pude evitar preguntar—pero no puedo entender como alguien puede obligar, hoy en día, a casarse con una persona. Por muchos que haya temas económicos o sociales por medio eso no puede terminar bien.
- Ya os lo he dicho, es complicado. Pero las dos familias tienen algo que les gustaría juntar y por eso pusieron a dos niños de por medio, pero lo intentaron hacer de la mejor forma posible, que fuera algo natural para ellos. De hecho, los dos se han criado juntos desde muy pequeños, prácticamente son como hermanos. Muchos matrimonios empiezan así, supongo que quisieron intentarlo.
- O sea, que les comisteis el cerebro de pequeño y los criaron como ganado para conseguir sus objetivos. Es una bestialidad –Joana me tocó el brazo para que me relajara, estaba siendo demasiado intensa sobre algo que no iba conmigo e intentó meterse en la conversación para relajar el ambiente—
- ¿Por qué se han separado? Después de tanto tiempo porque lo dejan, ¿han abierto los ojos o algo así? –dijo con un tono más cordial y relajado—
- Se ve –una de las chicas le contestó—que él se ha enamorado de otra.
- ¡Oh! Qué bonito –Joana hacía lo que podía para no dejarme hablar—al final el amor siempre triunfa, es importante que esté con quien quiera –no pudo evitar mirar a Jan mientras decía su última frase—
- Si –le contestó—pero también le conozco desde que éramos pequeños y creo que la decisión no ha sido fácil para él, y mucho menos que la acepten.
- Pero un amor forzado no puede ser nunca un amor de verdad, eso es que ya se había acostumbrado a él. Son cosas diferentes, ¿no creéis?
Todos se encogieron de hombros, no sabían demasiado bien que decir, como si su opinión no fuera valida o si no se atrevieran a hablar. Después pensé que todos los hombres con los que había estado los había despachado bastante rápido, ya sea porque no quería abandonar mi independencia o porque no me gustaba lo mismo que a ellos y terminábamos haciendo más cosas separados que juntos. Al darme cuenta de la situación quise suavizar un poco el ambiente, ya que la causante de aquello era yo.
- Bueno, es una opinión, al fin y al cabo. Nunca me he visto implicada en cosas así por lo que no sabría cómo reaccionar tampoco. Es meramente teoría, fíjate en los reyes, obligados a casarse entre ellos y muchos matrimonios eran bien avenidos, al final es saber convivir con otra persona y saber tolerarse.
Por suerte, una canción que a Joana y a mí nos encantaba empezó a sonar y el tema de conversación cambió drásticamente. No tardamos mucho más en despedirnos y dar la noche por terminada.