El trayecto empezó como si fuera una ruta de senderismo en coche, pero poco a poco empezamos a divisar carteles de "Prohibido pasar" y los baches se hacían palpables en la ranchera de Eudald. Por otro lado, el paisaje era precioso, las plantas desprendían un olor fuerte y agradable porque por la noche, a aquellas alturas, había mucha humedad y estaba todo mojado, ayudándolas a sacar lo mejor de ellas mismas. La radio estaba puesta a un volumen lo suficientemente bajo cómo para escuchar el rumor de las ruedas y aunque intentaba disimular, sé que Eudald me miraba de vez en cuando por el rabillo del ojo. Hablábamos poco, él estaba concentrado conduciendo y yo escuchaba la radio mezclada con el ruido de la tierra; me relajaba. Lo único que me tenía un poco nerviosa era el hecho de que supieran que iba a su reserva. Me sentía como una adolescente entrando en casa ajena teniendo que pedir permiso para pasar ante un desconocido.
Después de dos horas de viaje en coche, llegamos a una explanada muy grande donde se divisaban otros vehículos aparcados de forma irregular. A medida que nos acercábamos veía más detalles de las casas; eran unos edificios rectangulares muy marcados, donde los techos llegaban casi al suelo y sinceramente, no parecían adaptadas a la vida actual de las personas. Como más te acercabas más veías las imperfecciones de las paredes, hechas de fango y el techo, hecho de una especie de paja muy compacta.
- ¿La gente vive aquí? –dije antes de bajar del coche con una cara un poco de desagrado–.
- No, las casas son las típicas de la zona, tal y como se hacían antes. Es lo único que podemos construir aquí arriba. Para nosotros es importante continuar con las tradiciones, aunque hagamos un poco de trampas –me señaló unos paneles solares puestos en un sitio un poco escondido– antes no había electricidad.
- ¿Pero vivís aquí arriba?
- Para nada, las construimos sobre todo porque a veces, por cuestiones de trabajo, nos tenemos que quedar a dormir o por si nos pilla alguna tormenta, aquí en temporada no se las ve venir.
- Tiene sentido, está lejos de la ciudad, aunque no sé si me sentiría muy segura aquí dentro.
- Son más resistentes de lo que parecen y están equipadas con todo lo necesario para vivir.
Lo miré. Sus ojos estaban diferentes, me volvieron a recordar al lobo del bosque, si no fuera por el color diría que eran los mismos. Por un momento me puse nerviosa y mi respiración se aceleró acompañada de un escalofrío que me recorrió tímidamente la espalda. Se supone que era una reacción que él no podía notar, pero juraría que la notó por la forma en que se rio tímidamente, evitando su mirada de mi, observando el suelo y moviendo los pies mientras se ofrecía a enseñarme la zona antes de presentarme a su abuelo.
Dando una vuelta por allí me di cuenta de que las casas no tenían una continuidad, no formaban calles ni estaban situadas de forma que quedara algún tipo de espacio entre ellas. Por lo que me comentó al decírselo, se ve que las casas las construían dependiendo del terreno, como no se alteraba el suelo, había algunas que estaban muy juntas y otras más separadas, dependiendo de la zona y el tamaño de la casa en cuestión. Lo encontré un hecho curioso, al mismo tiempo que lo llegaba a entender y le encontraba el sentido con las explicaciones de Eudald. También me comentó que eran casas hechas para vivir en familia, ya que eran casas no hechas para el día a día, sino para evitar daños personales en caso de fuerza mayor, aunque también me dijo que era habitual venir a pasar el fin de semana o puente por puro placer.
Cuando terminó de enseñarme la parte más urbana, bastante vacía de gente para mi sorpresa, se ofreció a enseñarme su casa familiar. Me sobresalté un poco, no quería meterme en casas ajenas sin permiso ni conocerlos, pensaba que era un poco violento, pero él insistió diciendo que no habría nadie y pasándome la mano por la espalda para acompañar mi paso. Me quedé mirando extrañada, nunca me había tocado tan directamente. Su mano estaba caliente, tanto que noté un cambio de temperatura a través de mi jersey. Me volví a poner nerviosa y a creer que él se daba cuenta por su comportamiento, otra vez.
Su casa estaba entre otras dos, tan juntas que apenas se podía pasar entre ellas. Cuando entré me quedé fascinada. El espacio estaba muy bien aprovechado. Tal como entrabas se podía ver un comedor muy grande, con una alfombra oscura aguantando una mesa de madera preciosa y unas sillas juntas en una esquina. Al fondo, una especie de cocina con barra americana y muy bien preparada a pesar de su parecido básico. Me di cuenta de que justo al lado, bajo de las escaleras (me recordaba a mi casa) había una puerta que al abrirla daba a un baño de compostaje natural. Me sorprendió, nunca había visto ninguno.
- Cuando te acostumbras es como un baño normal –al girarme estaba él riéndose de mi reacción– cumple su función. –volvió a alargar el brazo para que pasara delante señalando las escaleras– Ven, te acabaré de mostrar la casa.
Las escaleras tenían muy poca inclinación y su recorrido implicaba a buena parte del lateral de la casa. La parte superior era un pasadizo muy largo con varias puertas a los lados. Me quedé mirando a Eudald, creo que había visto demasiadas películas de terror. Pasó por delante de mí rozándome con su cuerpo y mi pulso se volvió a acelerar al notar el olor a hierba recién cortada. Tienes que controlarte, pensé, no entendía por qué de repente reaccionaba así ante él, no entendía qué me pasaba.
- La mía es la primera puerta, no te voy a hacer andar el pasillo, no te preocupes.
¿Podía saber que me impactó ese pasillo? Imposible.
- Es pequeña, pero aquí duermo solo.
Me abrió la puerta dándome paso a una habitación pequeña, con un colchón grande que ocupaba casi todo el suelo y un armario sin puerta lleno de ropa deportiva.
- Soy grande, por eso el colchón también lo es.
- No tienes que justificar tus cosas.
- Lo siento, es que tienes cara de espanto.
- No esperaba que me enseñaras tu casa familiar, me ha pillado por sorpresa.
- ¿Por qué?
- No sé, no sabía que teníamos tanta confianza.
- He vivido en tu casa, qué menos que abrirte la mía.
- Pero no es la tuya, es la de tu familia –hice una pausa– y no me lo esperaba. Perdona, no quería que te sintieras mal, es todo un detalle que me lo enseñes todo –sonreí tímidamente–.
- No me pidas perdón, entiendo lo que dices, pero te lo quería mostrar igualmente. Además, como todos trabajan no hay nadie, por eso te traje con tanta tranquilidad.
- ¿Trabajáis aquí arriba?
- Algunos sí, nos encargamos del mantenimiento de la montaña. En teoría el bosque no nos necesita, pero los humanos inconscientemente lo estamos alterando, así que nos encargamos de que esté limpio para evitar incendios, que los animales no caigan en trampas de cazadores y se queden atrapados hasta morir y controlamos la población en general. Además, la mayoría de los Taruldabej tienen carreras dedicadas al medio ambiente.
- Tú eres médico.
- Y veterinario.
- Eso –le sonreí–.
- Me gustaba más. También hay muchos policías curiosamente –agachó la cabeza, como si evadiera información– Ven, vamos a ver a mi abuelo.
Me acompañó con la mano para que bajara, teniendo cuidado de mí como si me pudiera caer, algo totalmente innecesario, pero lo encontré tierno y agradable.
Mientras salíamos de aquella casa le pregunté por su labor y me puso un ejemplo bastante claro que les pasó hace poco más de dos años. Al parecer hubo una caza masiva de lobos, eso provocó que hubiera más ciervos por qué son uno de los alimentos principales de los lobos. Los ciervos son herbívoros y comen plantas, las cuales la mayoría están cerca del río. Menos plantas en primera línea de río significa que el material que aguanta los límites del río desapareció, eso provocó que el río se expandiera y se comiera una parte del bosque, zonas donde los animales viven y coexisten, provocando un conflicto de especias y desapareciendo algunas como los castores que, al descontrolarse el río, perdieron su hábitat, por no hablar de la vegetación que desapareció, porque afectó incluso a la ciudad, ya que los árboles y plantas del bosque generan oxígeno y limpian el aire, además, como muchos animales vieron afectado su hábitat decidieron bajar a la ciudad; osos, ciervos, jabalís... Al final todo es un circuito sin fin que a la mínima alteración puede provocar un desastre natural que nos afecta a todos. Una cuerda floja donde estamos todos perfectamente equilibrados... hasta que alguien se quiere salir.
Me quedé todo el camino escuchando y con el cerebro petrificado. Toda aquella información parecía tan básica y no acababa de entender como no la tenía presente en mi vida, de hecho porque no la teníamos todos presentes en nuestra vida. Ahora entendía el sentido de la reserva y el trabajo de los Taruldabej. De repente me caían un poco mejor e incluso llegaba a entender sus valores.
Mi huerto me vino a la cabeza, le pregunté si tenía algo que ver con todo lo que me acababa de contar, pero su respuesta fue bastante escueta y fría. Según él, ahora las cosas se complicaban un poco más.
Andamos por una pequeña colina hasta un claro donde se divisaba una casa solitaria y más pequeña que las del asentamiento que dejamos atrás, pero de estructura similar. Justo en la entrada había un hombre y una mujer hablando como si discutieran. Tan pronto nos vieron, dejaron de hablar y me empecé a poner un poco nerviosa. La mujer se dirigió directamente a Eudald de una forma afable y cariñosa, enseguida supe que era su madre tal como le hablaba, mientras el hombre se limitaba a observar con cara seria.
- Tenemos que entrar –les dijo Eudald con tono serio sin dejar de mirar a su madre–.
- ¿No nos presentas? –A la mujer no le pareció bien que quisiera pasar sin formalidades–.
Eudald puso cara seria mientras evadía esa pregunta y me guiaba con el brazo para que pasara dentro, como si no quisiera que me involucrara con esa gente.
- ¿Son tus padres? –le pregunté al pasarle por el lado, rozando su brazo–.
- Sí, pero ahora no es el momento, hemos venido por otra cosa.
Noté una ligera presión en mi espalda de su cuerpo que me tiraba para adelante, para que ignorara a sus parientes y entrara en la casa.
Al entrar en la casa, mis ojos se tuvieron que abrir más de lo normal, la poca luz que había la hacían unas velas que no paraban de mover sus llamas por la puerta que acabábamos de abrir, creando sombras que dificultaban aún más diferenciar los objetos. Me quedé parada sin avanzar ni un paso, lo dicho, demasiadas películas de terror.
Eudald se me puso detrás, muy apegado a mí y el corazón me dio un vuelco, me giré levemente para mirarle y me sonrió. Desde que llegamos a la reserva era como si supiera todo lo que siento, pero era imposible.
- Siéntate a mi lado –me guio hasta una mesa y sillas de madera, la cual tuve que palpar antes porque mis ojos aún no se habían acostumbrado a tan poca luz–.
- Esto es raro –le susurré con un poco de nerviosismo en mi voz–
- No te preocupes, estás conmigo. No dejé que el lobo te atacara y no dejaré que mi abuelo te muerda.
Me lo quedé mirando con sorpresa mientras él se aguantaba la risa al ver que me asustaba por tener poca luz. Sin tiempo para poder contestarle, salió un hombre curvado y moreno, visible gracias a su barba blanca desaliñada y pelo corto peinado hacia atrás. Saludó dirigiéndose a los dos como si nos conociéramos de toda la vida, bueno, a él sí, pero yo era una desconocida.
- Te has hecho de rogar –me miró con sus ojos oscuros y hundidos, rodeados de arrugas y de una profundidad inmensa–.
- ¿Cómo? –Miré a Eudald antes de volver a dirigirme hacia aquel anciano de voz quebrada–.
- Abuelo, ella no sabe nada.
- No hace falta que me digas cómo actuar, – le cortó antes de poder terminar la frase– no es a la primera persona a la que descubro.
Eudald bajó la cabeza, sumiso ante aquel hombre que apenas le llegaba a la cintura y obviamente, con mucha menos fuerza que él, pero le mostraba un respeto enorme, me enterneció. Cuando me di cuenta estaba con la boca entreabierta, no sabía muy bien qué hacía en medio de aquella situación, pero tampoco quería irme, era hipnótico.
- Estoy seguro de que apreciará más la verdad de lo que imaginas.
- ¿Qué verdad? –mi voz era un hilo para no romper el pesado silencio que nos rodeaba, por suerte, mis ojos ya se habían adaptado a la poca luz y mi curiosidad en aquel momento se disparó–.
Aquel señor mayor me sonrió de una forma un poco extraña, como si quisiera jugar conmigo, pero sin decírmelo.
- Tengo entendido que te ha pasado algo en el huerto.
- ¿Cómo lo sabe?
- ¡Ay niña! A mi edad no hace falta salir mucho para saber cosas –hizo una pausa– y tengo móvil para llamar a mi nieto.
Me volvió a sonreír, pero esta vez de una forma diferente, ahora había conseguido que me relajara. Se lo expliqué todo, tal como había hecho con Eudald aquel día, también lo de las fiebres, para que supiera de una forma clara el porqué de Eudald en mi casa.
- Eudald no fue tu médico por casualidad. Él tenía que estar cerca de ti por norma –mi cuerpo se tensó y noté otro de los suspiros profundos de Eudald a mi lado que me preocupó-.
- No entiendo nada –los miré a los dos– él no podía saber que yo estaría enferma.
- Sí que lo podía saber, porque se lo dije yo.
- Usted –mis cejas se levantaron– usted tampoco podía saber que yo estaba enferma, no le había visto nunca –la situación tocaba lo delirante, tanto que decidí dejar mi mente en blanco para no entrar en pánico, no entendía nada–.
- Yo sé muchas cosas y tú puedes saberlas también porque somos muy parecidos. A demás, mi nieto puede engañar a esos de allí fuera, pero a mí no, supe desde el primer momento que él
- Para –la voz de Eudald resonó por las paredes–.
Le hizo un gesto a Eudald que entendí que quería decir que se marchara, porque acto seguido se levantó y se fue sin decir nada más que un débil gruñido.
- Este asunto no es de mi competencia, pero tu salud sí.
- ¿Está cabreado? ¿Mi salud? ¿Dónde va? –me estaba poniendo un poco nerviosa–.
- Tranquila, ahora nos toca hablar a nosotros. Tu salud es cosa mía porque tú eres como yo –acercó un poco la mirada hacia mí, como si me quisiera contar un secreto– y los de nuestra clase escasean.
- Voy a necesitar más información –dije después de una breve pausa que utilizó para beber agua–.
- Tú eres lo que se conoce como una bixta. Es una palabra que utilizamos para las personas con capacidades especiales en los bosques del norte.
- No estoy entendiendo, no tengo capacidades especiales, ¿todo esto es una broma?
- No juego con eso niña –se puso muy serio de repente, haciéndose palpables las arrugas que le recorrían el rostro–.
Me quedé mirando a ese hombre sin terminar de entender la situación, observando cada rasgo de su piel, no tenía motivos para creer todo eso que me decía, pero al mismo tiempo no se lo podía negar, hablaba de una forma tan convincente que si hubiera tenido pruebas, no habría dudado de él ni un minuto.
- Te lo contaré de una forma que seguro lo entenderás.
- Está bien –le contesté dudando un poco–.
- Hace muchos años, los humanos estábamos unidos a la naturaleza, de una manera natural y simple, aunque no lo parezca, pero tan simple era, que al mismo tiempo no se puede explicar. Este vínculo, a medida que han ido pasando los años y las personas han evolucionado urbanizándose y apartándose de lo que ahora conocemos como bosques, ha desaparecido. –se me quedó mirando, como esperando una respuesta, pero no sabía qué decir, así que me limité a esperar la continuación del relato– La cuestión es que había personas, que gracias a ese vínculo, adquirieron unas capacidades especiales, muy vinculadas a las fuerzas y elementos de la naturaleza. Tú, querida niña, eres una de esas personas.
- Yo no tengo nada de habilidades especiales –no podía evitar reírme mientras lo decía de lo estúpido que parecía–.
- ¿Estás segura?
- Completamente –no podía eliminar la sonrisa de mi cara–.
- Y lo de tu huerto, ¿qué?
- Qué pasa con mi huerto, solo tuve un problema de crecimiento.
- Un problema de crecimiento –pausa– fuera de lo normal. ¿Verdad que empezaste a ponerte enferma después de plantar tus hortalizas?
- Sí, pero eso no quiere decir nada.
- ¿Es la primera vez que te pones así de mala?
- Me he puesto enferma otras veces.
- Cuando eras pequeña, te pusiste igual de mala que ahora, o incluso peor, ¿verdad?
- No es por nada, pero los niños se ponen enfermos constantemente, es ley de vida.
- Vomitar sangre y tener fiebre alta sin poder dormir no es ley de vida.
- ¿Usted cómo sabe eso? –recordé que cuando tenía unos seis años enfermé de una manera que alteró hasta a los médicos, pero se me pasó cuando nos trasladamos de casa, aunque esto solo lo sabían mis padres–.
- Lo sé, porque esta enfermedad que tuviste fue por qué tu parte bixta estaba despertando, habituándose al entorno e intentando salir. Me refiero a que el viento, el clima, los olores, los animales y las plantas que había a tu alrededor crearon una zona de confort que tu cuerpo tenía que asimilar antes de poder hacer funcionar tus capacidades, por eso te pusiste enferma de pequeña.
- Pero yo no tengo ninguna capacidad especial, ni de pequeña ni ahora. ¿Cómo sabe lo de mi enfermedad?
- Por el historial médico, tengo enchufe –señaló la puerta, haciendo referencia a Eudald que se supone estaba fuera.– Lo que no sé –sus manos acariciaron su barba– es porque tu cuerpo lo ha mantenido dormido hasta ahora, aunque les pasa a muchos, que no pueden despertar su interior profundo, pero no lo despiertan de adultos. Cuando eras pequeña intentó despertar, pero algo lo frenó. Ahora, está volviendo a pasar, por eso te percibí. Puede que tus padres puedan darte algo de información.
- Mis padres están muertos –mi comentario le cambió la expresión– un accidente de coche cuando era pequeña, me crio mi abuela hasta que murió hace un par de años.
- Lo siento mucho.
- No tienes que sentirlo, pasó hace mucho tiempo, no pasa nada. –respiré profundamente mientras me estiraba un poco– igualmente, todo eso que has dicho es muy bonito y está muy bien explicado, pero no quita que no sea verdad. No tengo ninguna habilidad especial.
- Déjame terminar, por favor.
Me volví a sentar mirándolo, esperando a ver como terminaba la historia.
- Cuando plantaste en tu huerto, la parte bixta que vive en ti despertó, provocando que la parte vegetal que te rodeaba reaccionara bruscamente, por eso creció todo tan rápido. El problema es que tu cuerpo no está entrenado ni preparado para eso, por esto enfermaste y por eso le pedí a Eudald que estuviera en urgencias una temporada, para poder asistirte adecuadamente en caso de que lo necesitaras.
- ¿Obligaste a tu nieto a hacer horas extra por si se me pasaba por la cabeza ir al hospital? –no me podía creer hasta qué punto Eudald estaba sometido–.
- No te explicó por qué cortó con Ares, ¿verdad?
- Claro que no se lo pregunté, no era de mi incumbencia.
- Por Geratu.
- ¿Qué es geratu?
- Geratu –el anciano se apoderó de la conversación otra vez– es algo tan importante como el primer amor de un adolescente, pero de una forma tan fuerte y tan honda que no se puede escapar de él.
- ¿Me está diciendo que Eudald se ha enamorado de mí?
- No es solo amor Irene, es algo más, es cuando una persona no se puede apartar de ti, cuando no te puede hacer daño, cuando de tanto querer, a pesar de sufrir un dolor que te desgarra hasta el alma, te abandonaría si fuera necesario, porque de repente su vida pasa a segundo plano, priorizando todo para esa persona, es más que un amor, es una muerte.
- Esto... esto que dices, una muerte o un amor, me da igual, no puede estar relacionado conmigo.
- Es normal que no lo asimiles, ha sido mucha información, por favor, date tiempo.
- Pero yo no le quiero –creo que había empezado a sentir cosas por él, pero de aquí a decir que le quería había una distancia muy grande–
Justo en ese instante, Eudald irrumpió en la habitación, desafiando a su abuelo con la mirada e ignorándome.
- No tenías que decírselo –su tono era grave y denotaba claramente que estaba cabreado–.
- ¿Te has enamorado de mí? –siguió ignorándome–.
- Aún no he terminado, tendrías que esperar fuera –al abuelo no le hizo gracia su irrupción–.
- Suficiente información por hoy –me alargó el brazo para que le cogiera la mano para salir de allí, pero me la quedé mirando justo antes de buscar sus ojos con los míos–.
- ¿Qué quiere decir que tienes geratu por mí y desde cuando me lo ocultas?
- Eso –no sabía que decirme– es algo que no puedo controlar, pero te aseguro que no permitiré que me afecte.
El lobo volvió a aparecer en sus ojos, de esa forma que me helaba la sangre hasta el punto de perder el control de mi cuerpo.
- Aún no le he contado que eres un Edon.
- Ya ha tenido suficiente por hoy.
- No hables por mí –al fin me miró– ¿Qué es un Edon? –me dirigí al abuelo de Eudald, ignorando su berrinche–.
- Ya te he dicho que tú eres una bixta, tus dones se relacionan más con el mundo de las plantas, árboles y otros seres vivos inertes. Eudald tiene unas capacidades un poco más comunes y se les denomina edon. Sus capacidades están más relacionadas con los animales.
- El lobo –lo dije en voz alta sin darme cuenta, ahora tenía un poco más de sentido–.
- Por lo que veo ya le viste un poco en acción –el anciano parecía divertirse–.
- Me has ocultado muchas cosas –miré a Eudald cabreada, no sabía si creerme todo aquello aún, pero era evidente que me había utilizado–.
- Era por tu bien.
- Mi bien me lo controlo yo, ¿de verdad estás enamorado?
- No es exactamente así, no te enfades por favor.
- ¡Solo hace falta que me digas que no me enfade para que me enfade Eudald! ¿Tú te escuchas? Todo esto –me cogí la cabeza con las manos– ahora no puedo hablar, me voy.
Salí de allí tan rápido que el sol me dolió en los ojos, obligándome a parar el tiempo justo para que Eudald me cogiera del brazo para que no me fuera.
- Suéltame –me aparté de él, creo que tenía miedo–.
- Respira un poco, no tienes que asustarte.
- ¿Cómo sabes que estoy asustada? –le miré directamente a los ojos–.
- Yo –no sabía qué decir–.
- Llevo todo el día con la sensación de que sabes cómo me siento en cada momento, ¡qué coño pasa! –me alejé dos pasos de él–.
- Es una de mis habilidades –estaba tan serio que parecía una estatua– puedo percibir tus sentimientos porque puedo sentir tu pulso, el frío en tu piel y hasta los pelos de tu nuca cuando se erizan por los nervios y desde el momento que te vi en la universidad sabía que geratu había entrado en mí.
- Todo este tiempo...
- ¡No! –me cortó acercándose una pasa a mí– puedo controlarlo y utilizarlo o no según mi conveniencia, no estoy todo el rato sintiendo igual que tú no estás haciendo crecer plantas todo el tiempo –coló una broma a ver si me relajaba, pero no ayudó–.
- Sigo diciendo que me marcho y no quiero que vengas.
Me alejé de él mientras me seguía a una distancia prudente, repitiéndome que no podía ir sola hasta casa, demasiado lejos y peligroso, hasta que otra voz familiar se ofreció a llevarme a casa. Era Jan, que había visto de lejos la situación y se ofreció a sacarme de allí. Accedí, aunque sabía que él también sería un problema teniendo en cuenta que era un Taruldabej, pero ahora me quería alejar de aquel lugar y sobre todo, de Eudald.
En el coche, Jan me tranquilizó después de un largo tiempo de silencio necesario.
- No tienes que preocuparte por geratu, Eudald no te obligará a hacer nada que no quieras y en los Taruldabej tampoco, para que lo sepas.
- Demasiada información, ahora no –me crucé de brazos mientras miraba por la ventanilla–.
- Lo único que quiero decir es que Eudald sintió geratu por ti desde el primer momento en que te vio, aquel día tan incómodo en la universidad, y desde entonces ha ocultado sus capacidades a toda la comunidad, solo para que nadie se diera cuenta de que había dejado a Ares por ti, para que no te afectara de ninguna manera. Él nunca te haría nada malo. A demás Ares se ha mudado, así que
- No quiero saberlo –me reprimí las ganas de gritarle al cortarle la conversación– he tenido suficiente por hoy.
Puso la radio muy bajita para que no nos molestara y de repente me entraron ganas de llorar. Sentía una presión muy grande en la cabeza y no sabía si sería capaz de asimilar toda la información que se me había dado hoy. Para intentar evadirme le pregunté, aguantándome las lágrimas, si él era como Eudald, si podía notar las cosas como él. Me dijo que no, que se había criado en la comunidad y era portador del que denominó como don, pero no lo había desarrollado. Noté la decepción y la tristeza en su voz, como si fuera un bicho raro cuando yo lo veía al revés.
Al llegar a casa no le miré a la cara, me despedí dándole las gracias mientras abría la puerta y me fui directamente dentro. Tenía ganas de llorar, de ducharme, en cierta manera me sentía sucia y me apetecía tumbarme y cerrar los ojos, para olvidarlo todo, pero al abrir la puerta estaba él allí, de pie entre el recibidor y el comedor. Me sorprendí al mismo tiempo que me asusté, miré atrás rápidamente antes de entrar para ver si estaba Jan y poder llamarle para que me sacara de allí, pero ya era demasiado tarde, en la carretera no había nadie.
- No te voy a hacer nada, solo quiero hablar –dio un par de pasos cortos en mi dirección–.
- No te acerques a mí –se me saltó una lágrima– ¿Cómo has entrado? –la pregunta quedaba camuflada en mi tono de enfado–.
- La puerta de atrás estaba abierta.
No recordaba si la había cerrado o si me decía la verdad y sinceramente me daba igual, solo quería que se fuera.
- Fuera de mi casa.
- No antes de que hablemos, es importante.
- ¡No! No lo es. ¿No crees que ya he tenido suficiente por hoy de ti y tus mentiras?
- No te mentí por gusto, quería protegerte, tú no conocías nada de los Taruldabej, no quería que te sometieran a presiones innecesarias.
- Por eso te colaste en mi casa fingiendo ser mi médico
- No fingía –me cortó mientras intentaba respirar con tranquilidad y pausadamente– ser tu médico, soy médico, Irene.
- No voy a entrar en vuestros juegos de matrimonios concertados, a mí no me vas a comprar.
- No quiero eso.
- ¿Entonces? –le estaba gritando sin darme cuenta–.
- Entonces que, no puedo escoger quererte, es algo al que no tengo control.
Se me volvió a saltar una lágrima, recorriendo toda mi mejilla hasta la comisura de mi boca, cuando noté el agua salada en mi boca supe que la tenía abierta e intenté cerrarla, estaba tan nerviosa y desconcertada de mí misma que no era consciente de mi cuerpo.
- Ya te he dicho que yo no te quiero –apreté mis labios fuertemente, marcando mi ceño para aparentar seriedad y enfado, cuando por dentro estaba temblando–.
- Eso es mentira.
- ¡Deja de analizarme así!
- ¿Analizarte?
- ¡Eso que haces que sabes lo que siento, no tienes derecho a meterte en mí así! –volvía a gritar sin darme cuenta–.
- Entonces deja de mentir –ahora quien levantaba la voz era él, helándome la sangre con su voz profunda– hoy he decidido abrir mi edun por primera vez desde que te conozco y sé que también sientes algo por mí, sé que no puede ser geratu porque solo lo podemos parecer los que tenemos edun, pero es evidente que también te gusto.
- Pero yo no quiero quererte –ya no podía controlar mis lágrimas–.
Le cambió la expresión de la cara, una mezcla de decepción, tristeza y desconcierto nubló su mirada y noté como los músculos de su cuerpo se relajaban, abandonado la batalla.
- No quiero quererte –le volví a repetir– no puedo. No cuando sé que estabas prometido, cuando sé que la comunidad Taruldabej controla tu vida, quien dice que no van a controlar la mía, después de todo lo que se me ha explicado hoy no pienso
- Oye –notó como me venía abajo e intentó calmarme– eso no va a pasar, no lo consentiría.
Le volví a hacer una señal para que se fuera de casa, pero se le veía tan preocupado por mí que intentó volver a llamar mi atención, cuando se me acercó un poco me negué, le rogué que se fuera, que necesitaba tiempo y que me dejara, pero estaba al borde de un ataque de nervios y él no paraba de insistir en que no me quería dejar así, que se quería quedar y no paraba de intentar acercarse a mí. Cuando me cogió del brazo para que me tranquilizara, forcejeé con él, quería tener el control de mi cuerpo y él no paraba de decirme que me calmara o sería peor, hasta que no pude más y le propiné un guantazo, el cual me dolió más a mí que a él porque noté la piel de su cara dura y tersa. En ese momento, un estruendo en el patio nos sobresaltó por igual. Intenté retroceder, pero con el traqueo de la pelea verbal ya estaba prácticamente tocando la pared y solo pude dar un paso más mientras me tapaba la boca, impactada por lo que acababa de hacer. Eudald solo me miró con sus ojos de lobo, los que me paralizaban el cuerpo cada vez que salían, pero esta vez había enfado en ellos, enfado y hambre. Para mi sorpresa se alejó empezando a andar hacia el jardín. Mi mirada estaba fija al frente y en ese momento las piernas me cedieron, quedándome sentada en el suelo, tapándome aún la boca con las dos manos y las lágrimas inundando mi mirada. Cuando Eudald volvió, sus pasos sonaban como un terremoto, no le miré, quedándome sus piernas borrosas a la altura de mi mirada.
- Espero que abras los ojos antes de que sea demasiado tarde –su voz estaba quebrada, parecía que le costara hablar, como si el que estuviera al borde de las lágrimas ahora fuera él, pero eso nunca lo supe porque no le pude mirar–.
Acto seguido se marchó, cerrando la puerta suavemente detrás de él, como si nada hubiera ocurrido. Me quedé allí sentada, mirando el infinito y llorando sin saber ni siquiera si levantarme. Cuando no me quedaron más lágrimas que derramar, cuando la presión en la cabeza desapareció y mi cuerpo dejó de temblar, solo entonces, me recompuse lo suficiente para levantarme del suelo.
La puerta del patio estaba abierta, la habría dejado Eudald así. Al asomarme vi que mis árboles frutales estaban semi arrancados, con las raíces en dirección a mi casa, como si los mismos árboles quisiera coger las paredes que les rodeaban con sus extremidades inferiores, todo estaba lleno de tierra y a penas se podía pasar entre las raíces y la puerta. Me quedé de piedra mirando aquella escena durante varios segundos, sin atreverme a tocar nada. De repente me empezó a temblar todo, como si hubiera perdido las fuerzas, me apoyé en un mueble de la cocina como pude y me dirigí al piso de arriba agarrándome por todas partes. En los pies de mi cama me recompuse lo suficiente para dejar de hiperventilar y darme cuenta de que estaba empapada en sudor frío. Me di un baño caliente en silencio, abrazándome a mí misma, sin ganas de salir de allí, sin ganas de afrontar lo que venía.