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Chapter 2 - 2. Ruta de la cabra

El fin de semana lo empecé sin despertador por mi propia salud tanto física como mental. A las diez de la mañana abría los ojos sintiéndome la bella durmiente, sino fuera por el dolor de cabeza que me acompañaba y que provocó que el café con leche fuera corto de café y estuviera acompañado con ibuprofeno y croissant. Aproveché para hacer trabajos de casa, por suerte en una mañana tuve suficiente, ya que no compré una muy grande y estaba bastante vacía aún, además, con pijama se hace todo mejor. Para comer me preparé un milhojas de pera con queso y jamón mientras veía las noticias por la televisión. Después de una ducha me puse un chándal formado por medias oscuras y el primer jersey que encontré por el armario con la excusa de que el negro combina con todo. Me apetecía hacer una ruta de montaña y salí a sabiendas que hoy me encontraría con más gente de lo común al ser fin de semana, no todo el mundo tiene un horario que le permita aprovechar las tardes libremente.

Sí que había muchos senderistas durante los primeros tramos del camino, todos de diferentes edades y tan bien preparados para andar por montaña que incluso me sentí un poco mal de ir tan desahogada por la falta de mi equipamiento; solo llevaba una mochila de unos 10 litros para guardar llaves, monedero, móvil, agua y un libro. Siempre llevaba un libro encima, nunca sabes cuando puedes aprovechar para leer. A medida que entraba a las profundidades del bosque me encontraba con menos gente, el camino también se hacía más estrecho y lleno de maleza, indicando que no todo el mundo se adentraba tanto. Por desgracia para mí la ruta tenía un final bien marcado; una valla que indicaba que habías llegado al límite de la reserva natural, a partir de allí el terreno sólo era accesible si pertenecías a Taruldabej.

Cómo aún había luz, quise parar al lago que me había cruzado subiendo, te tenías que desviar un poco del sendero y andar entre árboles y plantas, pero merecía la pena. Lo recordé el primer día que fui de excursión al poco de llegar, solía ir a bañarme de joven con mis amigos y gracias a mi memoria inconsciente lo recordé al reemprender el camino. Me quité los zapatos para refrescar mis pies y dejar que mi cuerpo se relajara mientras me llenaba de la poca vitamina C que quedaba del día. Cinco minutos me duró el placer, en poco más de cinco minutos ya oí un ruido, exactamente igual que el primer día que redescubrí mi pequeño paraíso. Ante el nerviosismo que me provocó aquel susurrar de las plantas, que me advertían que había más vida entre los árboles que yo misma, me puse los calcetines y los zapatos lentamente, para no llamar la atención.

-          No tienes por qué irte – escuché que decían detrás de mí—.

Al girarme tuve que subir bastante la mirada para llegar a esa cara rasgada de piel y ojos oscuros y brillantes que tenía Eudald.

-          Hola –dije tímidamente—no es por ti, ya me iba –me apresuré un poco—

-          Vaya, pensé que tendría compañía hoy. Nos presentó Jan, ¿verdad?.

-          Sí, fue bastante rápido, pero sí –evidencié el comportamiento tan extraño que tuvo aquel día—soy Irene.

-          Lo sé, yo Eudald, encantado –se sentó a mi lado junto al lago, a una distancia prudencial de mi e iniciando el que parecía mí mismo ritual de poner los pies en el agua—.

-          No te había visto nunca por aquí, ¿sueles venir mucho? –intenté romper el hielo y darle una segunda oportunidad—.

-          La verdad es que vengo casi todos los días, como queda cerca de la reserva me viene prácticamente de camino si vas a pié.

-          Pues menuda casualidad que no nos hayamos cruzado nunca.

Él no paraba de mirar al frente, como si esperara alguna cosa, pero yo ya tenía los zapatos puestos y me disponía a marchar.

-          Ha sido un placer, hasta la próxima –intenté ser todo lo amable que pude, incluso le sonreí—.

-          ¿Ya te vas? Quédate todo el tiempo que quieras, no te vayas porque esté yo. Si quieres me voy.

-          No, —le interrumpí— de verdad –me puso nerviosa, ¿Por qué se tiene que ir por mí? – ya me iba cuando has llegado tú.

-          Vale –tardó un poco en contestar, como si le diera vergüenza hablar—como a veces paso por detrás y veo que te pasas mucho rato en el lago, no te quería cortar.

-          ¿Cómo que pasas por detrás? –espero que no fuera su intención, pero había sonado un poco a acosador—.

-          Sí, ¡pero no me paso a observar! Como te he dicho queda cerca la reserva y estoy obligado a pasar varias veces. Cuando voy a pie paso por aquí, —hizo una pausa para respirar profundamente y al parecer pensar— soy médico y veterinario voluntario. En la reserva tenemos una sede para los animales salvajes que se hacen daño, así que depende de la temporada tengo que pasar bastante.

Vaya, un superdotado, lo que me faltaba. Era guapo, inteligente y le gustaban los animales, la combinación perfecta prácticamente para todo el mundo. Seguro que tenía un carácter repelente, solo con oír su tono de voz al darme esa última información era evidente que se lo tenía creído.

-          Tú haces muchas cosas, ¿no? –me salió prácticamente del alma soltar esa pregunta—entre médico, veterinario y profesor no debes tener nada de tiempo libre.

Sonrió. Tenía una dentadura perfecta, con unos colmillos perfectamente alineados que le sobresalían un poco y una curvatura de la boca digna de un dios griego.

-          De veterinario solo ejerzo en la reserva, cómo he dicho es un voluntariado y solo voy cuando me necesitan –otra vez ese aire de creído—Como els Taruldabej se encargan de gestionar la reserva y somos familia, se queda todo en casa.

Al decir lo último me vino a la cabeza su matrimonio concertado y roto.

-          ¡Por fin te encuentro! –una voz femenina apareció detrás de mí con un tono estricto y enfadado—tenemos que hablar.

Ares, con su apariencia de ángel con el rayo de luz que le tocaba directamente en la cara hubiera dejado a más de uno con la boca abierta si no fuera por su expresión claramente enfadada.

-          ¿Es ella? –se me quedó mirando—.

-          ¿Cómo? –creo que palidecí de golpe solo del contacto visual—¡no! Por favor, no te confundas, nos hemos encontrado por casualidad, yo sólo hacía senderismo –estaba entrando en pánico—.

-          Vamos, aquí no es el sitio –por suerte Eudald se puso en medio, ya no sabía qué decir—.

Cuando se fueron por el sendero después de una despedida rápida y casi sin palabras, tuve la sensación de no haber estado respirando durante minutos, el aire volvió a mí con insignia de libertad. Me fui directamente a casa, casi sin levantar cabeza para no tropezar y lo más rápido posible.

Al llegar a casa me fui directa al baño. Hasta que no me quité el jersey no me di cuenta de que estaba toda sudada, no me pude quitar la escena de la cabeza mientras me bañaba. Entonces me conciencié de la situación tan tensa y complicada que estaban viviendo, si solo asomando la nariz en medio de esos dos ya termino prácticamente sin poder respirar, imagínate vivir todo el proceso de separación, la familia, la otra chica... menudo nudo de vida.

Después de la experiencia de ayer, escogí quedarme en casa, además, mientras me tomaba un café caliente acompañado con tostadas de pan con tomate con mi chándal-pijama observando mis vistas al patio, recordé que tenía un prototipo de huerto convertido en selva justo delante de mí. Siempre quise tener un huerto para cultivar mi propia verdura, así que cotilleé un poco el pequeño cobertizo que había en el patio, pero primero tuve que volver a entrar a la casa a por una pila porque no había nada de luz. Entre la oscuridad y que estaba todo amontonado no veía nada. Encontré un par de herramientas que me podían ser útiles y unos guantes que me irían perfectos para empezar a quitar la mala hierba. Me costó todo el día, pero lo dejé que daba gusto, ahora, estaba llena de tierra y alguna rama enganchada en el pelo. No fue hasta el día siguiente que fui a comprar semillas, algunas plantas y árboles frutales para dar vida a mi casa. El invernadero al que fui tenía servicio a domicilio, por lo que me podía permitir comprar lo que quisiera sin preocuparme por el espacio del maletero. Solo me llevé las semillas y las plantas pequeñas, pero no lo plantaría hasta que llegaran aquella tarde los árboles, por si acaso. Como era mi primera vez, quería evitar los errores lo máximo posible. Terminé el día cocinándome algo ligero para cenar mientras me hidrataba con un poco de vino y sintiendo el aroma de mi pelo recién lavado, aún húmedo.

Al día siguiente la rutina y los nervios se apoderaron de mí. El primer día con alumnos prometía bastante, más por mí que por ellos, de hecho así fue. Mi primera clase fue un éxito; lo di todo. A las cuatro y media salí por la puerta de profesores. Se suponía que terminaba a las tres, pero al dar mis primeras clases quería anotar algunas cosas antes de cerrar mi jornada laboral. Había iniciado el curso sin problemas con un buen número de alumnos en cada clase debido a las asignaturas compartidas entre disciplinas, como historia y estética de la música.

Hacía un tiempo muy bueno desde primera hora de la mañana y mientras el tiempo siguiera acompañando la bicicleta sería mi transporte estrella. Estaba deshaciendo el candado cuando escuché a alguien que me llamaba, me quedé parada cuando vi que la voz que llamaba mi atención era la de Eudald, se ve que tenía la imperativa necesidad de pedirme disculpas por la mini escena tensa que vivimos en el lago. Con el día de trabajo en el huerto ya ni me acordaba. Me vino la cara de Ares de inmediato a la cabeza y me entró un escalofrío.

-          Supongo que también tienes coche, ¿no? –quería empezar una conversación...—

-          Sí, el primer día vine en coche, supongo que no te diste cuenta.

-          Mejor, aquí en invierno nieva bastante, con la bici no podrás llegar muy lejos.

-          Lo sé, aunque no lo parezca, nací aquí.

La conversación fue corta porque mientras hablábamos iba subiendo en la bicicleta, me despedí rápidamente con la excusa de tener un poco de prisa y me impulsé para salir de allí tan rápido como pude. Solo quedaban los coches de un par de profesores, así que la huida fue rápida y recta. Mientras marchaba, tuve la sensación constante que me miraba, pero no me giré por dos grandes motivos: que si lo hacía se podría pensar que le quería mirar y aún no había decidido si me caía bien y dos, porque tendría muchos números de acabar por tierra y en ese caso necesitaría el servicio de un médico.

Creía que el día no podía ir mejor hasta que me pase el que quedaba de tarde arreglando el huerto. Fue muy emocionante, terminé el lunes respondiendo mensajes, la mayoría de mis amigas que me obligaron a realizar una videollamada, ya que no nos habíamos visto en todo el fin de semana: los días sagrados para relacionarse con gente. Nos pusimos al corriente con una copa de vino y risas aseguradas y les hice un tour por la casa porque hasta que no estuviera terminada no quería que vinieran a verla. Mi amiga Ariana abarcó casi toda la conversación porque acababa de mudarse a otra ciudad con su novio. Ella lo daba todo por su novio, incluido el trabajo, pero había tenido suerte al haberse sacado la carrera de matemáticas, encontraba trabajo sin problemas fuera dónde fuera. Todo iba sobre su nueva vida hasta que Joana sacó el tema de Jan y como no, de Eudald. Aproveché para contarles lo que nos pasó en el lago y las disculpas de la mañana, además de cómo se comportó cuando nos conocimos. No les conocían directamente, excepto Joana, pero una buena historia y un comportamiento fuera de lo común siempre llama la atención, aunque las respuestas que recibí no me ayudaron demasiado. "Esto es porque eres nueva", "No le des muchas vueltas", "estaba intentando ligar contigo" fueron las más repetidas.

Las primeras horas del martes las tenía de gestión, coincidiendo con Joana y Jan. Aprovechamos para hablar sobre nuestro inicio de curso con los alumnos y ya quedamos para salir un rato el viernes por la noche, para despedir la primera semana de clases oficialmente. Jan nos avisó que volvería a llevar a algunos amigos, nos lo dijo a las dos, pero se relacionaba más con Joana que conmigo. Nos pareció bien, aunque no me acordaba de nadie, eran bastante agradables. De hecho, nos preguntó si queríamos hacer algo aquella tarde, pero a mí me apetecía escaparme al monte, así aprovechaba para dejarles un poco de intimidad, era tan evidente... Aun así, por educación supongo, Jan se interesó por la ruta que tomaría. Cuando le dije que era una ruta que encontré por internet y parecía interesante se puso un poco serio, según él aquella ruta que se llamaba "de la cabra" era para expertos y peligrosa. Me sentí ofendida, Jan no sabía mi nivel de experiencia en montaña y le insinué de una manera bastante clara que era una actividad que hacía desde que tenía memoria. Al ser una mujer con curvas me retiraban, por aspecto, de las actividades deportivas rápidamente, lo que él no sabía era que tenía unos abdominales semi-marcados que serían la envidia de muchas, lo que pasa es que no los lucía nunca y me gustaba la ropa ancha. No sé para qué me molestaba en defenderme, dijera lo que dijera hubiera ido igualmente. Para que se quedara tranquilo, visto que mi respuesta no le convenció, le sugerí que me diera una alternativa a mi idea. Me propuso una ruta cercana y más llana, pero no tenía ninguna intención de realizarla, aunque le convencí.

Cuando se hicieron las tres me retiré arduamente para evitar encontrarme con nadie, aprovechando el tumulto de gente que marchaba apresuradamente del trabajo. Después de comerme la pasta que tenía preparada del día anterior en poco tiempo, me enfunde un chándal rápidamente. Cuando estaba preparándome la mochila para salir sonó el timbre, me costó un poco reaccionar porque no lo había escuchado aún y se me hizo extraño. Al abrir la puerta necesité un par de segundos para procesar la información, igual que al lago. Eudald estaba delante de mi casa.

-          Hola –dije tímidamente y sorprendida al mismo tiempo, no lo esperaba en mi casa—.

-          Hola –se hizo un silencio incómodo durante unos segundos—.

-          ¿Qué quieres? –no entendía nada—.

-          Jan me ha dicho que quieres hacer la ruta de la cabra.

Me sorprendí. No me esperaba que Jan le contara esto a Eudald y mucho menos que le importara a ninguno de ellos.

-          Sí, ¿y? ¿Por qué te lo ha dicho? No tendría que importarte.

-          Me invitó al café de esta tarde y me informó que no irías y por qué.

-          Lo siento, pero sigue sin ser tu asunto.

-          No puedes coger esa ruta, es peligrosa. La cortaron hace unos meses por varios incidentes.

Ya no me quedaban palabras para decirle que me daba igual su opinión. Mi respuesta se simplificó a un bufido con levantamiento de ceja bastante sarcástico.

-          No me mires así, de verdad que es muy peligrosa, está cortada, no has escuchado.

-          Mira, sois muy pesados y esta conversación es inútil. ¡Quién te has creído para venir a mi casa a decirme lo que puedo o no puedo hacer! Me sé cuidar solita – como más avanzaba nuestra relación, más me daba cuenta de que no me gustaba—.

Le cerré la puerta en la cara y anduve hasta la cocina. Quién se creía que era viniendo a mandarme a mi propia casa. Nunca he necesitado a nadie para cuidarme. No sé cómo era su antigua relación, pero si con la mujer que estaba antes podía hacer lo que quisiera no significaba que todas seamos iguales. Por muy guapo que fuera, si lo de dentro estaba tan podrido como creía tal y como se había comportado en mi casa no valía la pena ni para saludar. Cuando me di cuenta estaba dando vueltas por toda la casa. Necesitaba sacar ese mal genio que se había apoderado de mí mientras pensaba y correr sería una buena opción. Al aproximarme a la puerta pensé que si aún estaba por fuera volveríamos a la conversación de antes y no me apetecía. Entonces me fijé en la puerta del jardín, podía salir por allí saltando la valla, era la mejor opción si no me veía nadie. ¡Lo hice! Salté la valla con éxito después de cerrar todas las puertas por dentro y anduve por un sendero que recorría todas las casas por atrás sin que nadie me viera, cuando me di cuenta ya estaba en el sendero que entraba al bosque. !Lo había conseguido¡ menos mal que no tenía vecinos, si no sería la comidilla de todos, solo por eso seguro.

Media hora después de iniciar la carrera ya notaba como me destensaba y los nervios desaparecían. Cada vez podía pensar mejor y recapacitar. Mis amigas me dijeron que no le diera vueltas, pero yo creía que estaban pasando cosas que no me terminaban de gustar: caras extrañas, matrimonios concertados en pleno siglo veintiuno, comunidades naturistas o yo que sé lo que eran los Taruldabej. Nunca un trabajo me había provocado tantos dolores de cabeza externos. Si todo seguía así para el próximo curso me pediría el traslado.

Cuando decidí dar media vuelta noté que algo había cambiado. Había demasiado silencio, ni pájaros, ni insectos, no se oía nada. Al principio pensaba que podía ser yo que hacía demasiado ruido, pero no hacía más que de costumbre y siempre se escuchaba el sonido de la naturaleza. Otra vez ruido entre la maleza, deseé que fuera una persona, pero solo hicieron falta un par de segundos para darme cuenta de que era un sonido nuevo. Los dos ojos amarillos que aparecieron entre los arbustos me lo confirmaron y me quitaron la respiración al mismo tiempo, de repente no podía respirar, aunque lo intenté. Mirar a ese lobo a los ojos era como mirar un pozo viejo y profundo. Esos ojos querían comer. Se me helaron las manos, de repente tenía frío. Sabía la teoría de cómo comportarme delante de un animal salvaje, pero cuando el depredador no eres tú, pocos comportamientos te pueden ayudar delante de esos dientes, garras y ojos. Dio dos pasos hacia mí. No retrocedí, no porque no quisiera, sino porque estaba petrificada, sus ojos me tenían hipnotizada por completo. Era una sensación de vulnerabilidad y sumisión que no podía controlar. Yo peso más, yo estoy más evolucionada, yo soy más inteligente, pero no tengo el control de la situación, la tiene el lobo y solo con una mirada. No sabía qué hacer, hasta que de repente algo me tiró del brazo hacia atrás y caí de culo al suelo, saliendo de mi hipnosis con el lobo. En ese momento empecé a respirar otra vez, pude parpadear y noté que mi sangre latía por mi cuerpo con fuerza, cuando hacía unos segundos juraría que se había detenido hasta mi corazón. Al recobrar mi integridad en el suelo, alcé la vista recorriendo la espalda alta, cuadrada y aparentemente fuerte de Eudald. ¿Cómo me había encontrado? ¿Me ha seguido desde casa? ¿Ha sido casualidad? Empecé a hacerme preguntas olvidando que ahora era él quien le aguantaba la mirada al lobo. No sé qué hizo ni cómo, pero la cuestión es que en poco más de cinco segundos el lobo se relajó visiblemente y se fue dando media vuelta tranquilamente. Mi respiración se volvió a acelerar y más preguntas inundaron mi cerebro, hasta que al final pude hablar.

-          ¿Cómo lo has hecho? –me levanté lentamente, notando que mis piernas aún no habían recuperado enteramente su movilidad—.

-          ¿Estás loca? –al girarse le vi la cara, estaba muy, muy cabreado y los ojos parecía que le tenían que saltar de la cara en cualquier momento – ¿Nunca escuchas cuando te hablan? Te dije que esta ruta era muy peligrosa y que la habían cerrado.

-          No sabía que estaba en esta ruta, la he cogido sin darme cuenta –mentí–.

-          Eres una inconsciente, ¡peor que una niña pequeña! Tengo una sobrina de seis años que se porta mejor que tú ¡Eres una adulta, sé responsable!

-          ¡Cómo te atreves a hablarme así! –me estaba cabreando, no me gustaba que me hablaran así—¡Te he dicho que no sabía dónde estaba, si prácticamente no me hubieras obligado a salir a escondidas de casa puede que me hubiera orientado mejor y esto no hubiera pasado! Además, ¿Tú qué haces aquí? ¿Me has seguido? ¡Estás loco! –me giré en dirección a la población caminando rápido sin mirar atrás—.

-          ¿Así es cómo agradeces que te haya ayudado? ¡Eres una desagradecida!

No necesitaba girarme para saber que me estaba siguiendo de cerca.

-          ¡Yo no te he pedido ayuda! –le grité prácticamente a la cara. No me puedo ver, pero no era necesario saber que ahora la que tenía cara de cabreo era yo—¡si me hubiera mordido hubiera sido mi problema y mi responsabilidad!

-          ¿Pero tú te escuchas? ¡Es un lobo salvaje y los lobos no actúan solos! Era cuestión de segundos que aparecieran más, ¡no hubieras salido viva!

-          ¡Pues muy bien!

-          Quieres hacer el favor de parar y calmarte –me cogió del brazo mientras me lo decía, pero mis reflejos estaban funcionales otra vez y me permitieron soltarme con un movimiento ligero y un poco brusco—.

-          ¡No! –grité con una voz tajante y seca—¿Tú eres consciente de la conversación que hemos tenido en mi casa? Has aparecido así, sin más dándome órdenes del que puedo o no puedo hacer, sin conocerme de nada y mostrando cero empatías, ¡así que el único que tiene que parar y calmarse eres tú!

Le miraba a los ojos con el ceño fruncido, esperando el siguiente nivel de la batalla, pero solo me miraba. Dio un paso atrás y suspiró lentamente, como si cogiera energías para decir algo.

-          No eres consciente, ¿verdad?

-          ¿Qué dices ahora? –me desconcertó—.

-          Mi abuelo tenía razón, no sabes nada –pasó un segundo que se hizo eterno antes de seguir—acompáñame.

-          Yo no te acompaño a ningún sitio –le miré de arriba a abajo antes de dirigirme a sus ojos otra vez—.

-          Ven a la reserva de Taruldabej y te lo explico –su voz era más suave y calmada, pero incluso así no tenía ganas de historias—.

-          Te he dicho que no –calmé la voz para ponerme a su nivel, pero con seriedad—me vuelvo a casa y me voy sola –seguí mi camino con rapidez, sin mirar atrás—.

Con la luz del sol que se ponía solo veía mi sombra, buena señal, significaba que no me seguía. Igualmente, no me giré para asegurarme hasta que no llegué a la población, dónde pude confirmar que estaba sola. En casa me puse dentro de la bañera, preparada especialmente para relajarme y recuperar mi temperatura natural después de la montaña rusa de emociones que acababa de vivir. Necesitaba silencio, calma y respirar. Una parte de mí quería saber a qué venían aquellos comentarios tan peculiares, pero otra parte tenía muchas ganas de darle un bofetón y apartarlo de mi camino. No sabía qué quería hacer, pero lo que tenía claro era que no lo quería ver durante una temporada antes de tomar una decisión sobre todo eso.