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Chapter 4 - 4. El huerto

Cuando desperté, Eudald estaba sentado en el sofá mirando su teléfono, pero notó de seguida que habría los ojos porque, según él, de repente me movía mucho cuando había estado inmóvil por horas. Lo primero que hizo fue mirarme la temperatura y examinarme, lo cual encontré exagerado por una gripe, pero estaba tan serio y puesto en su trabajo que no me atreví a llevarle la contraria, aunque le dije varias veces que estaba exagerando un poco, decidió ignorarme en ese sentido.

Era casi hora de comer y a pesar de que no paraba de insistir en que se podía retirar, llegamos al acuerdo que se iría un rato y volvería para pasar la noche, ya que era cuando más posibilidades había de que me subiera la fiebre otra vez. Exagerado era la palabra que me venía a la mente cada vez que le veía observarme y hablarme, preguntándome cómo me encontraba reiteradamente y mirándome como si me fuera a explotar la cabeza en cualquier momento.

La bolsa que trajo Eudald me salvó la comida, un poco de sopa fina que te restaura hasta el alma y una ducha de agua caliente me hicieron una persona nueva. Justo al salir de la ducha sonaba el timbre de casa, abrí a Eudald envuelta con la toalla y con el pelo mojado. Cuando me miró se quedó pálido, me extrañé, pero no le di importancia, pensé que estaría helado porque también llevaba el pelo mojado. Vi que casi a escondidas detrás de su chaqueta de chándal llevaba otra bolsa de comida. ¿Cuándo había tenido tiempo de hacer tantas cosas? Yo solo me había dado una ducha. Me excusé para subir a ponerme lo primero que encontré, o sea, un chándal des-conjuntado con tonos oscuros. Por supuesto, al bajar me regañó por ir con el pelo húmedo, pero tenía calor y la temperatura de la casa era buena. No dejaba de mirarme.

-          ¿Qué pasa? –no pude evitar preguntar, me sentía un poco intimidada—.

-          Nada, ¿por?

-          Porque no paras de mirar, ¿tan mala cara hago?

-          No, es que –pausa—te queda bien el chándal.

-          Gracias, a ti también. ¿Qué llevas en la bolsa?

-          Esto –lo levantó levemente antes de hacer un gesto para que lo cogiera—un poco de comida apta para tu estado, supongo que no tienes ganas de cocinar.

-          Ya he comido, pero gracias, lo guardaré en la nevera. A no ser que te lo quieras comer tú.

-          No –me la ofreció acercándose un poco—toda para ti.

-          Gracias –lo metí en el frigorífico mientras le ofrecía ponerse cómodo—¿Qué quieres ver?

-          ¿Puedo escoger?

-          De alguna forma te tengo que pagar el favor que haces por mí –me posicioné a su lado ofreciéndole el mando—aparte te quedas a dormir, que menos.

-          Está bien –sonrió mientras me quitaba el mando con delicadeza—veremos Viernes 13.

-          ¡Uuuuu! –exclamé con emoción—me encantan los clásicos.

Miramos la película en absoluto silencio, exceptuando los momentos más míticos, dónde interpretábamos los diálogos al mismo tiempo que los actores de veces que la habíamos visto. Me encontré bien durante todo el tiempo. Al terminar, le ofrecí la habitación de invitados, pero prefería quedarse en el sofá, de tanto insistir le convencí.

Pensaba que había madrugado más que él, pero mientras bajaba ya escuché el delicioso aroma a café recién hecho que me abrió el estómago.

-          ¿No has madrugado mucho?

-          No te creas, ¿quieres almorzar? Estoy haciendo cruasanes –encontró una masa fresca que había por la nevera y se tomó libertades, pero no antes de disculparse por abrir mis cosas—.

-          Tengo mucha hambre y huele genial.

Mientras almorzábamos en la misma barra de la cocina puse las noticias para tener un poco de ruido de fondo, pensé que así no resultaría tan incómodo. Opté por la cadena de noticias locales y la verdad es que me quedé muy sorprendida, para ser una ciudad pequeña había actividades violentas prácticamente cada semana. Una en concreto nos llamó la atención, sobre todo a Eudald, ya que un hombre había intentado quemar la montaña. Se puso hecho una furia.

-          ¿Conoces esa zona? –curioseé al ver su actitud tan sería respeto a la noticia—.

-          Más o menos, está ubicado un poco más al norte de donde estamos nosotros, pero entra dentro nuestra reserva –se me quedó mirando como si buscara algún tipo de reacción en mí– ¿no te molesta que hagan esas cosas?

-          Por supuesto que me molesta. Me molesta y me disgusta, por suerte lo han cogido antes de que pasara nada grave.

-          No te creas, a este lo soltarán en pocos días y volverá a ser un peligro si lo vuelve a intentar.

-          ¿Tú crees? –no sabía demasiado de leyes, por no decir nada—si lo consideran un peligro para la sociedad lo tendrían que encerrar.

-          No sabes nada de leyes –puso los ojos en blanco—.

-          No es mi tema. No me digas que aparte de médico también eres abogado, porque ya me espero cualquier cosa de ti –puse la taza a lavar y oí su risilla por detrás de mí—.

-          No, no soy abogado, pero hacer funcionar la reserva correctamente nos ha costado mucho a los Taruldabej y al final aprendes cosas.

Mientras me comentaba lo de la reserva y una vez el lavavajillas cerrado, intenté crear un poco de distancia entre los dos. Llevábamos un par de días prácticamente conviviendo juntos y no quería que se pensase algo que no era, sería un malentendido muy incómodo y me estaba gustando su amistad.

Al final de las noticias aconteció el dejavú que estaba viviendo desde hacía horas: mi gripe mal gestionada por mi parte y la labor impecable de Eudald. Por suerte, como aquella noche ya me había encontrado bien, no precisaba más de sus servicios, por lo que volví a insinuar que podía disfrutar de su tiempo libre sin necesidad de realizar más voluntariados. Cedió dándome el alta de forma no oficial, siempre y cuando mantuviera los días de baja que me había dicho en el hospital respecto a mi trabajo. Antes de irse, se aseguró de una forma repetitiva y un poco agobiante que tenía el medicamento por si tenía una recaída y su teléfono personal a uno de los pocos imanes que tenía en la nevera por si necesitaba, según él, cualquier cosa, aunque los dos sabíamos que tendría que estar muy mal para llamarlo por algo así.

La mañana la pasé tranquila en casa, sin hacer mucha cosa, aparte de lavar, beber y comer. Por la tarde, cuando me sonó el timbre, creí que era Eudald haciéndose el preocupado y fui a abrir con mi mejor cara de indignación, la cual cambió de seguida al ver a Jan y Joana. Habían pensado en venir a ver como estaba después de trabajar y lo agradecí bastante. También me traían comida (¿todo el mundo lleva comida a los enfermos?). Les invité a tomar algo y que se quedasen un rato.

Les ofrecí una bebida caliente y nos acomodamos en el sofá con algo ligero de comer para ponernos al día. No tardaron ni cinco segundos en ponerse a hablar de Eudald, como no, se habían enterado de que se quedó en casa para cuidarme. Entre Ares y su amistad con Jan la información volaba. Les conté todo, mi visita al hospital, el ingreso exprés y la estancia de mi querido médico en casa, como si fuera una señora de bien. Joana se preocupó mucho por mí e intentó meter las narices para ver si era más que mi médico. La verdad es que empezaba a caerme bien, era detallista y hasta gracioso, pero venía de esa cosa que programa matrimonios y que no me gustaba nada. Obviamente, para Joana no fue suficiente e intentó rebuscar en mis palabras la mínima posibilidad de un roce cariñoso o una indirecta verbal, la cual hubo en algún momento, pero no estaba preparada para decírselo y menos con Jan delante. Con la tontería nos pasamos toda la tarde hablando y aunque escuchaba mi teléfono vibrar en la mesa detrás de mí, no le hice mucho caso, no esperaba la llamada de nadie. Cuando les despedí, de camino a la cocina, revisé mi teléfono. Como no, era Eudald, preguntándome por mensaje que como estaba, que si tenia síntomas, que porqué no contestaba... no hacía tanto que se había marchado de casa. Decidí llamar y así terminar antes:

¿Cómo tienes mi teléfono? No recuerdo que te lo diera –le abordé tan solo escuchar su voz con un ¿sí?–.

Está en tu historial médico.

¿Eso no es filtración indebida de información o algo así? ¿Me acosas ahora?

Te he atendido en casa, lo de la información no cuenta y no te acoso, si te acosara no estarías tan tranquila, ¿no me piensas decir cómo estás?

Estoy bien, justo ahora iba a tomarme la temperatura para confirmar. Tranquilo, te mandaré una foto del termómetro acosador.

No me llames así, no es apropiado.

Tampoco lo es que me mandes mil mensajes al poco de salir de esta casa.

Con tu historial, mil es poco.

De verdad me encuentro bien, no volveré a esperarme tanto, seré buena. Me marcho a descansar.

De acuerdo entonces, llámame para lo que sea.

Hecho.

La conversación la finalicé con una foto de mi termómetro a 36º, la guinda para que se quedara tranquilo.

A la mañana siguiente me desperté pasadas las once, ¡Dios mío! La última vez que me levanté tan tarde era por qué el día anterior había salido de fiesta, pues sí que estaba cansada y no lo sabía. Bajé al comedor para comer alguna cosa, por suerte para mí encontré unos cruasanes que sobraron de cuando Eudald estuvo en casa, aproveché para mirar el móvil mientras comía y me bebía mi café. Para mi sorpresa tenía una llamada perdida suya. No quería llamarle, me limité a enviarle un mensaje de buenos días diciéndole que me encontraba bien antes de volverlo a dejar sobre la mesa y planear mi día de confinamiento. Era el último que estaba de baja y tenía intenciones de pasarlo a mi manera: leyendo, comiendo y bebiendo mientras hacía la fotosíntesis en el jardín. Al salir me sorprendí de tal manera que me quedé con la boca abierta. Hacía pocos días que había plantado el huerto y ya estaba todo crecido, ¿Cómo podía ser? Me asombró tanto que hasta busqué por internet el tiempo de crecimiento de mis verduras y obviamente no era normal. Me asusté un poco, de hecho llegué a pensar que podía estar malo, que algo pasó en la tierra o que las semillas tenían algún fallo. Opte por arrancarlo todo y quemarlo, ya compraría otras al día siguiente y lo volvería a intentar. Terminé toda sudada y me notaba la frente un poco caliente, así que me di una ducha de agua fría para temperarme.

Justo cuando iba a prepararme algo para comer me llamó Eudald:

-          Me estoy replanteando lo del acoso, te lo digo en serio.

-          Llevas toda la mañana desconectada y no se nada de tu estado.

-          Pues si te mande un mensaje, ¿Qué más quieres? Además, se supone que estoy enferma, tengo derecho a estar desconectada.

-          No con tu doctor.

-          Mi doctor se está cogiendo demasiadas molestias y me está empezando a estresar –mi tono era llano y había movido poco los dientes, mostrando cómo empezaba a desagradarme aquello justo cuando llamaron a la puerta– espera– le dije, pero al abrir la puerta vi que era él.

-          ¿Me dejas pasar?

Le colgué y creo que mi mirada hablaba por sí sola al ver su cara de perdón y su chantaje emocional llevándome una bolsa que olía muy bien.

-          Dame un motivo lógico para que te deje entrar.

-          La comida que te traigo hoy es más consistente y buena que la última.

-          ¿Qué me traes?

-          Déjame entrar y lo sabrás.

Apreté los labios y esperé unos segundos antes de apartarme de la puerta como signo de paz y de que podía pasar. Se ofreció a hacerme un chequeo rápido a ver si me encontraba algún vestigio de gripe, pero tal como le dije, estaba perfecta. Le extrañó el olor a humo que venía del patio, así que le expliqué lo que había pasado esta mañana con el huerto. Esperaba ver cambiar su cara de expresión, pero la verdad es que la mantuvo inerte todo el rato. Cuando terminé de contarle hizo una respiración lenta y profunda que le movió todo el pecho antes de preguntarme si lo podía ver. Como no le veía el problema accedí. Pensé que, ya que hacía más años que yo que vivía en la ciudad, a lo mejor sabía algo que yo desconocía sobre la zona.

-          ¿Te había pasado alguna vez algo así? –me preguntó mirando el suelo–.

-          No. De hecho te lo explico por si tú sabes algo al respecto.

-          No sé nada.

-          Creo que me estás mintiendo.

-          Tú qué sabes –me miró por fin, esbozando una breve sonrisa–

-          Sé que mientes fatal, pero si te ha bajado el tono de voz y todo. Se te ve desde una hora lejos. Me cuentas que pasa o que.

-          No sé qué decirte Irene –había decepción en su tono de voz–.

-          ¿Tiene que ver con las tierras? ¿Por eso quieren comprar las casas tus amigos de Taruldabej?

-          No son mis amigos, son mi familia, que es diferente –nos quedamos mirando un momento en silencio, aguantando la mirada como si fuera un duelo–.

-          Si no me lo dices tú, se lo preguntaré a Jan o Ares.

-          No sabía que eras tan amiga de Ares.

-          Me cae bien –me crucé de brazos– bueno qué, me dices algo al respecto o qué.

-          Soy médico, Irene, no trabajo tierras. Lo que si te puedo asegurar –se aproximó peligrosamente a mí– es que no es un problema de la tierra, no tienes que preocuparte por eso.

Descrucé uno de mis brazos para con dos dedos separarlo un poco de mí, pero no funcionó. Su piel estaba considerablemente muy dura, tanto que mis dedos cedieron antes de que él se moviera. Me cambió la cara al notarlo, eso significaba muchas horas de gimnasio y deporte, no entiendo de dónde sacaba el tiempo para todo lo que hacía.

-          ¿Te gustaría ir a la reserva? –dijo mirando mis dedos blancos de hacer fuerza contra su torso–. 

Me quedé de piedra, no sabía qué contestar. Le dije que eso puede que estuviera fuera de lugar, pero según él, no era desapropiado. De hecho intentó convencerme explicándome que su abuelo sabía de tierras, sobre todo las de esa zona porque se había criado allí, así que me podría ayudar con lo que me había pasado. Seguía sin tenerlo muy claro, Jan me contó que las relaciones entre familias estaban tensas por todo lo que había pasado, no quería meterme en medio de todo eso y menos del lado de uno de los protagonistas. Intenté que me explicara cómo estaba su situación familiar en ese momento y me aseguró que no había ningún problema en que fuera, que sería bienvenida y que lo había aclarado todo con sus padres y otros familiares afectados. Por curiosidad, por entender lo que me pasaba tanto a mí como a mi alrededor, accedí.