El mundo entero se preguntaba qué había pasado con el Príncipe Heredero de Tinopai. Era inusual para él demorarse tanto en un trabajo. Por lo general, resolvería el problema en menor tiempo que una persona corriente. ¿Acaso era tan bravo el demonio?
No fue cuestión de tiempo para que en las calles de todos los reinos se comenzara a comentar que el Príncipe habría fallado en su misión. Especulaciones como que habría muerto a manos del demonio o sido devorado; en realidad no era tan fuerte como lo hacían parecer. Al final había sido otro debilucho nacido en cuna de oro. Pero la que sobrepaso los límites, fue aquel rumor de que la Alteza real continuaba vivo en el bosque y fornicaba con el monstruo. No era ninguna novedad que los demonios eran unos íncubos y el heredero una buena presa.
Era un misterio cómo había nacido ese rumor, pero la voz se corrió de punta a punta hasta llegar a los oídos del Rey que con el rostro rojo por la cólera, apretó los puños con fuerza.
¿¡Cómo un futuro rey podría tener tales rumores detrás suyo!? La incompetencia de su hijo le estaba trayendo vergüenza a él y al reino entero.
Era inevitable no preocuparse por la reputación tanto del heredero como de sus dominios, de ella dependía su futuro y prosperidad. Tinopai era el reino número uno en el mundo, por lo que era admirado como odiado y envidiado. Innumerables eran los reinos que deseaban verlos caer para aprovecharse de eso. Ansiaban pasarles por encima y lo único que los mantenía quietos por ahora, era la increíble reputación que se había formado entorno a Anselin. Mientras ese Príncipe estuviera en su reino, nadie podría siquiera pensar en tocarlo, porque le costaría la vida y sus tierras. Así de increíble era el estigma de su heredero.
Pero esa imagen comenzaba a flaquear. Tenía que poner sus manos sobre el asunto.
Todos los soberanos estaban curiosos y expectantes por la situación del Príncipe. Pero uno de ellos en particular ardía en la misma cólera que el Rey Tinop. Sin previo aviso, apareció frente a él exigiendo respuestas.
— ¡Ya ha transcurrido cuarenta días desde la partida del Príncipe!, ¡Teníamos un acuerdo que se debió concretar hace catorce días! —Bramó— ¿Cuál es la respuesta que pueden darnos ante esta falta de respeto?
El Rey de Tulav había alzado la voz, sentado en una mesa y silla para invitados en la parte lateral del trono, mientras eran atendidos por los sirvientes que les servían té a él y a su hija.
La Princesa Irina tenía que haber desposado al Príncipe heredero hace días. Los preparativos de la boda llevaban más de un mes aguardando la llegada de Anselin. No había quien no supiese que ella sería la futura reina de Tinopai, la ausencia del Príncipe la ponía en vergüenza ante el mundo.
—No hay persona en la tierra que no esté hablando sobre como el Príncipe Anselin comete adulterio con el demonio. ¡No aceptaremos semejante humillación! Mi hija no se casará con él —decretó.
Sentada junto a él, la Princesa intentó calmar y hacer entrar en razón a su padre. —Majestad, le ruego que lo reconsidere. No conocemos la situación del Príncipe, no debemos dar por sentado los rumores mal intencionados.
Su voz era dulce y melodiosa. Sin duda era una mujer hermosa de piel morena clara y cabello largo y ondulado. Su inteligencia era de la misma magnitud que su belleza; detrás de su padre, era ella quien realmente tomaba las mejores decisiones para su reino. Era la voz del juicio.
El Rey de Tulav recobró un poco la compostura. —He oído que su alteza está marchando junto al demonio, ¿es eso cierto?
Manteniendo un porte relajado, Tinop abrió la boca. —No creo que estés en posición de amenazar con nuestra alianza. Después de todo, ¿Quiénes son los que realmente se beneficiaran con este compromiso? —el Rey de Tulav apretó los dientes y Tinop le dio un sorbo a su taza de té antes de continuar— Envié al bosque a mi único hijo para que matase al único demonio en tierras humanas porque confío en su buen juicio. No permitiré que su nombre y el de nuestro reino sean insultados por rumores en bocas de gentuza. Espero que puedas entender nuestra situación, sin embargo, si deseas romper el compromiso adelante. No me opondré.
Más enfadado que antes el Rey de Tulav se mordió la lengua. Ahora era él quien fue humillado cuando Tinop le recordó que su reino era insignificante en comparación.
A pesar de las malas lenguas, Irina realmente deseaba casarse con Anselin. Sus manos habían sido entregadas en matrimonio desde que eran unos niños, y desde entonces se habían organizado numerosas reuniones entre ellos para que convivieran. Amaba al Príncipe y soñaba con el día en el que él también la amase. No obstante, nunca supo si sus sentimientos eran recíprocos. A pesar de que Anselin la trataba como a un tesoro, siempre temió que la viese de forma fraternal.
Impidiendo que su padre añadiera más cosas que podrían perjudicar su compromiso, se precipitó a hablar. —No es necesario que las Majestades se apresuren en tomar una decisión. Mi prometido debe estar trabajando muy duro para capturar al demonio, les ruego que cambiemos la fecha de la boda a una más tardía. Si permiten mi osadía, me gustaría decir: sería mejor elegir un día adecuado cuando su alteza regrese victorioso —sugirió, con una sonrisa amable en sus labios.
El Rey de Tulav cerró los ojos con soberbia. —Si tanto deseas casarte, está bien. Seré paciente.
—Gracias, padre. ¿Qué opina Su Majestad, el Rey de Tinopai?
La mirada de la joven era risueña y encantadora. No había hombre que no cediera ante ella.
—Mh... estoy de acuerdo —asintió.
Dentro de ella, Irina suspiró aliviada. Ahora solo debía esperar a que su amado regresara sano y salvo a sus brazos.
El sonido de un chapoteo y dolorosos jadeos era lo único que se escuchaba en el tranquilo bosque.
—Ah... ¡ah! Más... más despacio, ¡duele!
Anselin gimió con los ojos aguados.
—Su Alteza debe quedarse quieto... —susurró Daimon— Prometo que seré más cuidadoso con su cuerpo.
—¡Ahh! –Gruñó el Príncipe— ¡Me estás lastimando, hazte a un lado! ¡Lo haré yo mismo!
Empujó con su pie a Daimon, haciendo que cayera sentado sobre el agua.
—Maldición, cómo puede ser que sea tan doloroso quitar estas espinas —espetó.
Hace apenas unos momentos, Anselin se había quitado la armadura porque sentía que un insecto se había metido dentro y se paseaba por todo su cuerpo. Asquerosa fue la sorpresa que se llevó cuando encontró una tarántula sobre su pecho. Intentó sacarla, pero la desgraciada saltó directo a su rostro. No entraría en detalles sobre la apariencia del bicho para no darle lugar a la imaginación de aracnofóbicos, pero su tamaño era considerable. Cualquiera entraría en pánico si algo como eso se pegara justo en el medio de tu cara. Por la sorpresa Anselin terminó perdiendo el equilibrio y cayendo sobre ortigas y otras plantas espinosas que al parecer disfrutaban de amontonarse todas en un mismo lugar. Su cuerpo terminó lleno de ronchas y espinas, pero por suerte Daimon había retirado el insecto antes de que lo picase.
Como si no pudiera evitarlo, pasar tiempo en este lugar lo volvía un día más inútil que ayer.
Casi de inmediato se sumergió en el agua a pesar del frío, en un desesperado intento de aliviar la urticaria a la vez que intentaba quitarse las espinas. El demonio quiso ser gentil y ayudarlo a deshacerse de ellas, pero terminó siendo literalmente pateado a un lado.
Veía como el Príncipe impaciente y enfadado arrancaba los pinchos de su cuerpo, a la vez que apretaba los labios y fruncía el ceño. Era graciosa la manera en la que su cuerpo se llenó de manchas rojas haciendo juego con su cabello, y haciendo desaparecer las pecas del mismo color en todo su rostro y cuerpo. Ahora verdaderamente parecía una flor; con todo el pelo alborotado y llenos de restos de plantas parecía pertenecer al bosque.
Cuidadosamente volvió a acercarse a él y con una mano, vertió con delicadeza agua sobre los hombros desnudos de Anselin. —Tal vez el bosque no sea un buen lugar para el Príncipe.
Anselin lo miró a los ojos, pero el otro no le devolvió la mirada. En cambio, continuó majándolo.
Pensó que no podría estar equivocado. Desde que puso un pie en este lugar no había dejado de actuar como un incompetente. Como si no fuera el Príncipe Heredero.
Sentía frío, dolor, angustia, ansiedad, inseguridad, se sentía débil y era más torpe. Quería quejarse en voz alta de todas y cada una de las cosas que lo molestaban, lo cual era una función deshabilitada en él. Pero también había comenzado a experimentar emociones nuevas, y agradables que hace mucho olvidó. Era como si su verdadero yo se hubiera permitido escapar para ser libre allí. A pesar de revelar todos los defectos que tanto se había esforzado por reprimir y ocultar, no le molestaba del todo mostrase de esta manera frente a Daimon. No sentía aquella obligación de mostrarse fuerte e imponente. Estar allí era un receso para su actuación.
—¿Quieres que me vaya? —musitó.
El demonio se detuvo en seco y no contesto.
—Pues, mala suerte para ti, porque todavía no encuentro lo que busco.
—¿El Príncipe todavía busca aquella peculiar planta? —continuó con lo que hacía.
—Sí. Todavía sigo buscando respuestas sobre aquella flor que crece en la adversidad.
A pesar de que sus ojos no se habían apartado de Daimon, este no había volteado ni una vez a mirarlo.
Tal vez no debí patearlo.
—Entonces —habló de nuevo—, me quedaré un poco más si no te molesta.
—Su Alteza puede hacer lo que desee.
Durante el siguiente rato, después de haber eliminado las espinas de su cuerpo, Anselin se quedó jugando en el río para no sentir picazón, acompañado de Daimon. Sin embargo, este no había vuelto a pronunciar un sonido.
No podía soportar que el demonio estuviese tan callado. Tenía la impresión de que muchas cosas debían estar pasando en su mente mientras se quedaba allí parado en el agua, sin mirar en ningún lado en particular.
Se sumergió en el agua y al salir sacudió la cabeza salpicando por todas partes, y a propósito sobre Daimon. Este solo volteó a verlo un segundo para luego volver a ignorarlo. Entonces Anselin pasó por su lado y volvió a salpicarle, haciéndose el tonto.
—Lo siento —dijo sin sentirlo y al cabo de un rato, volvió a hacerlo.
Repitió esta acción varias veces porque le resultaba divertida la confusión en el rostro del otro, hasta que llegó el momento en el que Daimon se cansó.
En otras de sus vueltas por el riachuelo, observó como el demonio se peinaba el cabello mojado hacía atrás, dejando todo su rostro al descubierto. Sin duda era un hombre muy atractivo.
¿¡Cómo puede ser!? ¿¡Cómo puede verse así de bien a pesar de no verse como un humano!? ¿O es porque no se ve como un humano ordinario que es así de guapo?
Ver que era tan atractivo le causaba comezón en las manos por querer tocarlo. Quería mojarlo más. Disimuladamente volvió a acercarse a él y antes de que pudiera empaparlo de nuevo el demonio lo sujeto de las muñecas. En un abrir y cerrar de ojos, la espalda de Anselin estaba pegada a una fría y áspera roca. Había sido acorralado con un perfecto kabe-don. Daimon se había encorvado lo suficiente para poder acercar su rostro al de él y lo miraba con molestia.
¡Demasiado cerca! ¡Esta cercanía es imprudente hasta para dos comprometidos!
Anselin estaba desconcertado, no había esperado esta reacción.
Ni siquiera he estado en esta posición con la Princesa, ¡Y ella será la madre de mis hijos!
No querría imaginar cual sería la cara que pondría su futura esposa si lo viera así con otro hombre. La pobre moriría del disgusto.
—¿Al Príncipe le gusta jugar?
El tono en su voz le produjo un escalofrío por todo el cuerpo. Su aliento que olía a bayas chocaba contra su boca. Anselin dirigió su vista allí, notando como los colmillos sobresalían un poco de sus labios entre abiertos. Intentó soltarse de su agarre, pero sus muñecas estaban bien sujetas en ambos lados a la altura de su cabeza.
¿¡Por qué está actuando de esta manera!? ¡Puedo sentir el peligro en todo mi cuerpo!
La cabeza de Anselin no paraba de labrar en cada milisegundo, intentando entender por qué esa sensación de "peligro" no le desagradaba del todo.
—¡Solo estaba jugando!, ¿¡Por qué te comportas así!? —soltó enfadado.
Los ojos de Daimon eran intensos y oscuros, brillando con una malicia benévola. —Entonces, ya hemos jugado el juego del Príncipe. Ahora es turno del mío.
Anselin tragó saliva con nerviosismo. Era la primera vez en... ¡nunca! Que se sentía tan nervioso. ¡Ni siquiera la primera vez que había sido enviado a combate se sintió así! Y eso que tuvo muchas vidas bajo su mando.
El aire que se volvía dulce al mezclarse con el aliento de Daimon rompía la concentración del Príncipe. Mirar sus ojos era similar a contemplar el horizonte a la orilla del mar un día nublado: intimidante, imponente y maravilloso. Dejó de forcejear y esperó un movimiento de su parte, pero en cambio, Daimon se quedó en aquella postura deslizando sus ojos por momentos a distintas partes de su rostro.
—Si vas a hacer algo, hazlo. Pero luego atente a las consecuencias —le advirtió, severo.
Anselin no manejaba bien el suspenso.
Bruscamente, un silbido rompió el viento y con un ruido sordo una flecha impactó en el cuerno del demonio. Los dos voltearon desconcertados al unísono y el corazón de Anselin dio una pequeña punzada cuando vio a Darren parado en la orilla, junto a una tropa de guardias reales detrás de él, apuntándolos con arco y flecha.
Daimon alzó la mano y se quitó la flecha sin problema. El impacto había dejado una marca profunda en su cuerno izquierdo.
—¡Monstruo asqueroso, aléjate de él! —Darren bramó con ira.
Pero nadie se movió. El Príncipe estaba petrificado. Jamás creyó que entrarían al bosque para buscarlo, nunca había necesitado que le brindasen ayuda. Súbitamente y como si le hubieran dado una bofetada volvió en sí, dándose cuenta de que se estaba humillando a él mismo.
¿¡Qué imagen era esta!? ¡Estaba casi desnudo y con el demonio pegado a su cuerpo!
Deprisa empujó a Daimon y se apartó de su lado.
En el momento en que el demonio fue desplazado, los arqueros tensaron la cuerda de sus arcos, listos para disparar.
Anselin levantó los brazos. —¡Esperen! Todavía estoy en el blanco.
Caminó hasta la orilla, ocultando su vergüenza. Con un semblante serio, levantó sus cosas y volvió a colocárselas.
—Príncipe, ¿te encuentras bien? —le preguntó Darren, sin quitarle la vista de encima al demonio que seguía parado en el río.
—Lo estoy. No tenían de qué preocuparse, no necesitaba que enviaran ayuda.
—Su Majestad el Rey estaba muy preocupado por ti. Todo el mundo lo está y se pregunta la razón de tu tardanza. ¿Esta cosa te causo muchos problemas?
Anselin terminó de acomodar su muñequera y volteo para mirar a Daimon. No se había movido ni un centímetro de donde lo había empujado, y lo miraba con una expresión extraña que hacía que su pecho pinchara.
—Solo un poco. Pero nada que no pudiera manejar —dijo.
Darren continuó mirándolo con desprecio, nunca olvidaría la forma en la que encontró a su amigo con ese demonio. Daimon le devolvió la mirada con el mismo sentimiento.
—Sucia bestia —siseó entre dientes—. ¡Preparen fuego!
La cabeza de Anselin funcionó más rápido que un rayo antes de alzar la voz. —No disparen —soltó. Por primera vez desde que llegó, Darren despegó los ojos del demonio para mirar al Príncipe con confusión. Entonces explicó—: Él no fue malo y mostró signos leves de civilización. Es la primera vez en la tierra que podríamos tener registros a detalle de un cambión.
—¿Qué es lo que insinúas?
—Quiero llevarlo al reino para seguir estudiándolo.
Darren lo miró con desacuerdo. —A Su Majestad podría no gustarle la idea. No es sensato, piénsalo bien.
Anselin titubeó un momento antes de contestar. —Ya lo he pensado. Me aseguraré que sea una idea grata para mi padre.
—Anselin... No es una buena idea.
El Príncipe le dio una mirada severa. —¿Me faltas el respeto y te niegas a obedecer?
Darren apretó los labios y suspiró rendido. —Disculpe mi osadía, Su Alteza. Se hará lo que ordene.
Ellos podrían ser buenos amigos, pero jamás debían olvidar sus jerarquías. Después de todo uno ordenaba y el otro obedecería.
Daimon que escuchaba toda la conversación, no pronunció ni una sola palabra. Caminó por el agua hasta salir del río, con cada paso adelante que él daba, los guardias daban uno atrás. Al final cuando llegó a la orilla, solo Anselin y Darren habían permanecido inmóviles. Los dos hombres levantaron la cabeza para mirar al demonio; Anselin permanecía inexpresivo y Darren ya se había preparado para desenfundar su espada.
El silencio entre el Príncipe y el demonio fue sepulcral.
Con una seña del capitán, los guardias reales se fueron al humo sobre Daimon. Lo sometieron hasta dejarlo de rodillas en el suelo. Rodearon su cuerpo, incluyendo su cuello, con cadenas grandes y gruesas con la intención de asfixiarlo.
A pesar de todo, él jamás apartó su mirada del Príncipe. Anselin quería mantener su postura, pero sus ojos le revolvían el estómago y el pecho. Tragó con dificultad y desvió la vista a otro lado.