Chapter 11 - Decapitación

Daimon alcanzó a oírla y su entrecejo tembló. En ese momento, una puerta próxima se abrió y de ella salió un hombre de cabellos blancos como la nieve. ―Mei, es hora de volver a casa.

El anciano notó el estado devastado de su hija, pero no lo entendió hasta que se percató de la presencia del demonio. Sus ojos se abrieron de par en par al mismo tiempo que perdió ligeramente el equilibrio por la impresión. Jamás esperaba ver a ese monstruo frente suyo una vez más. Padre e hija estaban petrificados ante el demonio que los miraban con confusión.

―Bestia sucia ―El anciano siseó con voz áspera y temblorosa―. ¿Qué haces aquí? Tú no perteneces a este lugar, debes morir hace mucho tiempo. ¡Deberías estar muerto! ¡Maldito sangre sucia!

Los alaridos del viejo llamaron la atención del palacio, haciendo presencia inmediata. Los guardias rodearon al demonio poniendo lanzas sobre su cuello, mientras este permanecía inmóvil y con el rostro oscurecido.

Darren salió de la misma habitación donde habían estado el anciano y su hija antes ―Alcalde Wong, ¿Se encuentra bien? ―su vista voló rápidamente a Daimon― ¿Qué hiciste, demonio?

Daimon optó por el silencio. No había hecho nada malo, no tenía por qué dar explicaciones.

En ese preciso instante, Anselin apareció por el pasillo caminando con apuro sin perder la majestuosidad de sus pasos. En una de sus manos traía La Lotus. ― ¿Qué está pasando aquí? ―Preguntó con autoridad. Le ordenó a los guardias que apartaran sus lanzas de Daimon, sin siquiera preguntar cuál fue la razón en primer lugar de que lo acorralaran.

El alcalde contempló estupefacto la acción del Príncipe. ―¿Qué significa esto?, ¿¡Por qué el demonio camina libremente por el palacio, en lugar de que su cabeza cuelgue de un palo!? ―Su hija con los ojos húmedos, lo sujetó para que no se descompensara por el asco―. ¡¡Esa bestia asquerosa debería estar muerta!!

―Alcalde Wong, el demonio no es una amenaza. Tengo el permiso del Rey para tenerlo aquí. Le pido que no vuelva a decir esas palabras ―Anselin advirtió.

El anciano Wong negó con la cabeza, sin caer en sus palabras. ―No, ¡Él no debe existir!, ¡Su existencia es un insulto a los cielos ya todos los humanos!, ¡Los dioses nos castigarán por su culpa!

El Príncipe miró de reojo a Daimon; su rostro no mostraba señales de perturbación alguna, pero sus manos se habían cerrado en puños. ―Daimon está aquí porque será presentado frente a la corte real para llevar a cabo un juicio justo; como mestizo, tiene los mismos derechos que nosotros y merece el beneficio de la duda hasta que se demuestre lo contrario.

―¡Exijo hablar con el Rey!, ¡¡Cómo puede ser posible que este monstruo tenga los mismos beneficios que un humano!?

―Fue Su Majestad el Rey quien lo decretó de este modo ―Anselin se esforzó para no perder los modales―. Se le hará saber la fecha del juicio, en cuanto se reúna la evidencia necesaria. Hasta entonces, le ruego que no divulgue ni una palabra sobre el asunto, Alcalde.

Ese día el anciano Wong casi sufrió un infarto. Era una deshonra para todos los antepasados ​​que lucharon por el futuro de la humanidad. Se burlaban de la historia y los sacrificios que tomaron innumerables vidas humanas. Los cielos los castigarían por tal ofensa y los primeros en verso afectados, sería sin duda, su familia. Desde hace varios años que pagaban con el precio del pecado de uno de ellos.

El demonio, en quien en sus venas corría sangre muy peligrosa, debía desaparecer para contentar a los dioses y mantener la paz entre los mundos.

Una paz que se encontraba muy lejos de ser una realidad.

Poco a poco las voces fueron saliendo de los muros del castillo, hasta llegar a la gente del pueblo. En menos de lo que se apaga un incienso, todos habían oído sobre el rumor de que el demonio del bosque estaba viviendo como un noble en el palacio. El descontento de la gente era enorme; ¿Cómo el Rey y el Príncipe Heredero podrían permitir semejante cosa? El demonio vivía rodeado de lujos y manjares, mientras ellos debían trabajar bajo el sol y pagar impuestos. Pero nadie se atrevía a ir y tocar la puerta del castillo para quejarse al respecto. No hasta que llegara un valiente, o un tonto, que lo hiciera primero.

El mismo Anselin junto a Darren, fueron quienes se ocuparon de descender a la ciudad para recopilar pruebas y testimonios. Daimon era acusado de muchas cosas, pero la más grave era sobre los sanguinarios asesinatos, donde los cuerpos drenados y descuartizados terminaban en diferentes partes de la ciudad. Claro está que los habitantes creían que era una provocación del demonio; Destrozar los cuerpos y dejarlos allí era solo para infundir miedo.

Algo curioso sobre estos casos, era que a los cadáveres siempre los encontraban con algún faltante. Podría ser una pierna, los ojos, los dedos, la sangre ya veces hasta que el cuero cabelludo era arrancado. Los cuerpos eran destrozados y terminaban casi irreconocibles. Era difícil mirar hasta para quienes trabajaban haciendo autopsias.

Habían tenido el testimonio de un panadero, que les contó que hasta hace no mucho, habían encontrado otro cadáver con los mismos indicios, muy cerca de los límites con la ciudad vecina.

Al llegar allí, dieron con la persona que había encontrado el cuerpo. Una mujer de mediana edad que temblaba con solo recordar, ―Era imposible de ver, no hay un solo humano en la tierra que pudiera hacer algo tan terrible y salvaje. Era solo un niño... Un niño...

―¿Qué hicieron con el cuerpo? ―inquirió Anselin.

―Hace unos días fue llevado a la morgue, debe estar ahí.

Tal y como dijo la mujer, el cuerpo del niño había sido guardado en la morgue a la espera de una sepultura. Solo tuvieron que decir que venían de parte del Rey para que les dejaran ver el cadáver. El corazón de Anselin se estrujó al ver al pequeño de no más de diez años. Sus ojos y lengua habían sido arrancados, y su rostro mantenía una expresión de miedo y dolor. Realmente era insoportable de ver.

Darren hizo una investigación cautelosa― ¿Exactamente hace cuantos días lo encontraron?

El forense se colocó unos guantes blancos y dijo―: Fue hace menos de una semana. Hace cuatro días para ser más exactos. Sin embargo, especulamos que ya llevaba un día muerto ―Se acercó al cuerpo sobre la mesa y señaló―. Miren aquí, a juzgar por estás marcas, hubo resistencia por parte del pequeño. Especulamos que le arrancaron la lengua de un tirón, ya que no hay marcas de cortes. Lo mismo con los ojos.

Anselin apartó la mirada, ya no podía seguir mirando. ―¿Hay algún sospechoso?

El forense afirmó, ―Por lo que supe, no fueron muy limpios en cometer los asesinatos, no obstante eso hizo que fuera más difícil seguir las pistas. Pero casi todas parecen dirigirse a los montes, o bosques. Son muchas las personas que aseguran que fue el demonio del bosque ―dijo―. Y por estás marcas ―Le dio la vuelta al cuerpo del niño, mostrando en su espalda unos rasguños muy profundos de cinco garras―, yo también lo creo.

Anselin no dijo nada. Pensaba que era imposible que Daimon fuera el asesino porque, en primer lugar, no había salido en ningún momento del castillo, y segundo, a pesar de que a veces vislumbraba algo oscuro en sus ojos, él aún se negaba a creer que podría ser capaz. de cometer tales actos.

Una vez fuera del recinto, el Príncipe le preguntó a Darren, ― ¿Qué opinas sobre todo esto? ―Necesitaba saber qué pensaba su amigo al respecto, aunque sabía que no obtendría la respuesta que quería.

―Todos y cada uno de los casos son peculiares y se conectan entre sí. Todos apuntan a un mismo culpable.

Anselin hizo una mueca. ― ¿Piensas que fue Daimon?

Era incluso tonto preguntar.

―Príncipe, es el único demonio en tierras humanas. El salvajismo con el cual fueron destrozados los cuerpos es digno de los de su especie, es difícil encontrar otro culpable –Lo sentenció.

Anselin titubeo reflexivo por un minuto, ―Conviví con él en el bosque, nunca lo vi comportarse de manera salvaje.

Darren frunció el ceño y pronunció con seriedad: "Con todo respeto, solo estuviste un mes y días con él". Y aunque se tratara de lo contrario, aun así pases cien años, jamás lograras conocer por completo a la otra persona. Aunque en este caso no sea una persona, eso fortalece el punto.

Tenía razón.

El Príncipe estaba a punto de dar su punto de vista, pero un grito agudo los sorprendió de pronto. Corrieron hasta detrás del patio de una iglesia cercana el cual daba a un capo que encaminaba a un monte. Una novicia se encontró desplomada de rodillas en el suelo; todo su cuerpo temblaba mientras contemplaba frente a ella a una de sus compañeras tendida en el suelo, con el estómago abierto y los órganos revueltos, como si hubieran estado buscando algo en específico allí.

Darren se acercó a la joven para preguntarle si había sufrido algún daño, pero apenas podía hilar dos palabras. Por su lado, Anselin se agachó junto al cuerpo y al tocarlo notó que seguía tibio; había sido asesinada recientemente.

Su voz se dirigió a la novicia―: ¿Viste algo?

Le llevó todo su esfuerzo a la muchacha respondedora, ―E-era a-alto. No, no era humano, fue el demonio... fue el demonio.

Los dos hombres se miraron entre ellos, y en seguida de llamar a alguien que se hiciera carga del cuerpo, volaron hasta el palacio. Lo primero que hizo al entrar fue buscar a Daimon. Después de casi tirar el castillo por la ventana y de que nadie supiera decirle dónde estaba, lo encontró detrás de las puertas de su habitación; sentado sobre un escritorio, mientras sujetaba una pluma y escribía algo en un cuaderno con mucha concentración. Anselin no pudo evitar suspirar aliviado. Pero por alguna razón, sentí que algo no iba bien.

Entrando a la habitación, habló para llamar su atención―Daimon, ¿qué haces aquí?

Con una tranquilidad que a Anselin le pareció exagerada, el demonio cerró el cuaderno y miró al Príncipe con una sonrisa serena. ―Su Alteza me dijo que practicara, y eso hago.

Una brisa acarició su mejilla, haciendo que se diera cuenta de que la ventana de su habitación estaba ligeramente abierta. Cuando volvió a mirar a Daimon, sus ojos bicolores se clavaban en él con intensidad. Un escalofrío le recorrió la espalda. ―¿Todo el tiempo estuviste aquí?

Daimon entornó levemente los ojos y sonriendo. ―No se me permite ir a otro lugar.

―Nadie sabía decirme dónde estabas, ¿qué puedes decir sobre eso?

―Tal vez los guardias en los que Su Alteza tanto confía, no son tan competentes como crees ―soltó.

El vientecillo que seguía entrando por la ventana e insistía en acariciar su rostro le estaba molestando. Sin decir nada, caminó hasta ella para cerrarla; acción que quedó en la nada cuando notó que el brillo de la cerámica en el suelo era perturbado por tierra que solo dejaría la marca de un zapato.

Tierra.

¿Por qué había suciedad en su habitación, junto al ventanal?

Contempló la tierra, intentando descubrir de qué otra manera pudo llegar ahí, que no fuera de alguien entrando por la ventana.

―Daimon, ¿Estuviste todo el tiempo en la habitación? ―volvió a preguntar, sin voltear a mirarlo.

El silencio reinó en el lugar. Luego, el sonido de una silla desplazándose y el continuo sonido de unos pasos lentos llegaron a sus oídos.

―Ya respondí a esa pregunta. ¿Su Alteza está desconfiando de mí?

Su voz sonó a sus espaldas. Volteó para encararlo y sus ojos se clavaron en él. Intentó buscar cualquier indicio, marca, rasguño o mancha que pudiera culparlo de salir del palacio. Pero estaba limpio.

Aunque todavía había algo que lo inquietaba. Los ojos de Daimon eran como dos canicas vacías y oscuras; expresando un alma del mismo tono y frialdad. En ese momento, a pesar de que un lado suyo no quería, volvió a desconfiar de él. La profundidad en su mirada le decía que esos ojos ocultaban cosas desagradables y pérfidas. Daimon no estaba siendo honesto.

No habló, pero su expresión pudo haberlo dicho todo.

Daimon dio un paso adelante para acercarse y él retrocedió. De repente, se sintió pequeño y un helamiento le recorría el cuerpo. ―Responde, ¿Estuviste todo el tiempo aquí? ―Insistió― ¿O saliste del castillo, Daimon?

Su apariencia se tornó severa. No sabía qué quería conseguir con la respuesta del demonio. Tal vez, solo estaba queriendo ganar tiempo.

Con el rostro oscurecido, el demonio respondió con otra pregunta. ― ¿Por qué insiste en saber?

―Acabo de volver de buscar información que avalen tú inocencia ―confesó―. Y no solo fue una búsqueda deficiente, sino que mientras estaba en ello ocurrió otro asesinato casi en frente de mis narices. El culpable escapó antes que lleguemos, pero el testigo describió a alguien muy peculiar ―No dijo más, pero con eso dejó muy claro a donde quería llegar.

―Insinúas que yo los mate. ―sonrió sin una pizca de diversión.

Ni siquiera fue una pregunta, estaba afirmando los sentimientos del Príncipe. Tal vez era la conmoción del momento, pero le pareció que la voz de Daimon se oyó herida por un instante.

―Si no quieres que lo haga, simplemente contesta con la verdad.

Daimon soltó una risa gélida ―Lo haga o no, ¿haría alguna diferencia?

En ese momento la cabeza de Anselin era semejante a un torbellino de pensamientos y cuestiones. Por primera vez en su vida se vio enredado entre la verdad o la mentira. Tenía miedo de cometer un error irreparable.

De repente, un tumulto ruidoso se hizo presente en las puertas del palacio; Gritos, insultos y súplicas se mezclaban entre sí para pedir algo al Rey: la muerte del demonio.

―¡Dejen de proteger al demonio, y hagan justicia por el pueblo!

―¡El Príncipe trajo al monstruo nuestras casas!

Anselin contempló a la muchedumbre desde la distancia de su cuarto, atónito. El pueblo le estaba echando la culpa de las desgracias en el reino. Su corazón comenzó a latir con rapidez y la arrepentida sensación de asfixia lo volvería loco.

Al cabo de un momento, la puerta de su habitación se abrió de golpe, y una décima de soldados ingresó armados. Detrás de ellos apareció Darren con su armadura puesta, ―Por órdenes del Rey, serás encerrado ―le dijo a Daimon, a la vez que este estaba rodeado.

El Príncipe lo miró exigiendo respuestas, ni siquiera le hizo falta preguntar porque su amigo ya había comenzado a explicarle ―: Se han encontrado más muertos, esta vez en nuestra ciudad cerca del palacio. Todos comparten las mismas características; fueron asesinados hace menos de una hora ―musitó―. Hay testigos que confirman que era el demonio.

La sangre de Anselin se congeló, helando su cuerpo y corazón.

No dijo nada.

No dijo nada cuando Daimon lo miró esperando algo y no dijo nada cuando Darren le hizo saber que sería sentenciado a muerte.

Era un demonio, no merecía un juicio justo.

 

Su cabeza se sentía ausente. Actuaba y hablaba de manera automática. No le importó cuando su padre le gritó por haber tomado la decisión de traer al demonio vivo. Y no sintió cuando abofeteó su mejilla.

Por primera vez en mucho tiempo, el pueblo se había levantado en contra del Rey y el Heredero. Estaban furiosos con el accionar de las majestades. Tratar al demonio como a un ser humano y permitirle vivir a pesar de las atrocidades que cometía, era un insulto. No lo permitirían mucho tiempo más.

Y no solo fue la gente de Tinopai; Los demás reinos entraron en descontento al enterarse que ocultaban al demonio tras las paredes del castillo. ¿Con qué propósito?, ¿qué tramaban el Rey junto al Príncipe?

Anselin había traído grandes problemas al reino ya la monarquía. Siguió su propia voluntad por primera vez y lo único que consiguió un cambio fueron consecuencias. De ello, aprendió que no tenía que volver a salirse del molde que había creado su padre y el mundo para él.

Después de gritarle como si no hubiera un mañana, y castigarlo con cien golpes en la espalda; el Rey lo casaría con la Princesa de Tulav luego de la decapitación del demonio y acto seguido, lo mandaría a más misiones que pondrían en juego su vida para limpiar su reputación y la del reino.

El Príncipe recibió los castigos en silencio, y sin derramar ni una sola lagrima a pesar de la angustia y ardor en su pecho.

Los ciudadanos seguían amontonados en la puerta del palacio, esta vez esperando a que se abran para ir a presenciar la muerte del demonio.

A las mil setecientos de la tarde, más de la mitad del reino y gente de los reinos vecinos, ya estaban atestando los jardines del castillo y las calles de la ciudad, como si se tratase de una gran celebración. El alcalde Wong y su hija ocupaban un lugar especial, esperando complacidos.

El Rey había mandado a construir un escenario de madera en uno de los jardines, donde se llevaría a cabo la ejecución para que todos pudieran ver sin perderse nada. Era algo muy tétrico deleitarse de la tortura de alguien más, aun si fuera un demonio. Anselin no compartía ese tipo de sentencias públicas y presenciales. Había presenciado muchas muertes, no entendía la felicidad que causaba en algunas verlas en carne propia.

Parados sobre el escenario, como si estuvieran a punto de presentar un show, el Rey Tinop vociferó primero―: ¡Populus de Tinopai!, ¡¡Hoy será el día en el que ejecutaremos al demonio y libraremos al reino humano de su mala presencia! !

Acto seguido, varios guardias subieron al escenario escoltando a Daimon; su cuello, manos y piernas estaban rodeadas de cadenas gruesas y pesadas que le dificultaban moverse. Estaba envuelto en harapos que habían sido intencionalmente manchados con excremento y otros fluidos que Anselin no quiso imaginar. Todo su cuerpo mostraba marcas recientes de golpes y cortes profundos que sanaban con rapidez. Su imagen era aún más lamentable de cuando estaba en el bosque. Pero lo que lo hizo más lamentable, fue aferrarse desesperadamente a aquel trapo celeste que no habían logrado quitarle.

Pensó en como rápidamente parecieron perderle el miedo para atreverse a golpearlo y humillarlo de ese modo.

Sus ojos se cruzaron con los de Daimon en el momento que lo obligaron a ponerse de rodillas. Anselin no quiso haberlo mirado. Su rostro era frío y oscuro, pero persistía un destello que momento a momento, parecía desvanecerse. Como si continuara esperando algo y poco a poco renunciara que sucediera.

Volteando el rostro a otro lado, el corazón de Anselin se estrujó y un nudo se formó en su garganta. Sin embargo, la otra mirada seguía allí.

Su padre apareció frente a él, extendiéndole con una mano La Lotus. El semblante del Príncipe tembló. Miró al Rey y este no pronunció ni una palabra, pero ya sabía lo que tenía que hacer.

Mientras escuchaba los gritos desaforados de la multitud, su mano no tembló al tomar la espada. Caminó lentamente hasta el demonio, siendo talentoso:

― ¡Decapítelo!, ¡Enmienda tu error!

― ¡El hijo del diablo debe morir!

― ¡Matelo!

Cuando estuvo frente a frente, lo observará desde arriba. Esta vez Daimon ya no lo miraba; su cabeza se mantenía baja, todo su cuerpo estaba rodeado por un aura y sensación oscura. Anselin tuvo la sensación de que si no actuaba pronto, ya no habría vuelta atrás.

La Lotus se alzó en el aire y con un silbido agudo cortó el viento y algo más. Pero antes de que alguien pudiera ver la cabeza del demonio rodar por el suelo, tanto la espada como el Príncipe fueron expulsados ​​por el aire.

El cuerpo del demonio comenzó a deformarse de manera espeluznante y grotesca que poco a poco fue dando forma a un gigantesco dragón. Rugió con ferocidad y amenazante. De todos inmediato los presentes comenzaron a huir de la bestia.

Anselin se levantó aturdido. Su vista era borrosa y sus oídos pitaban por el reciente rugido. Contempló estupefacto al dragón que alzó vuelo a solo metros suyos.

Un dragón.

Daimon era descendiente del linaje demoníaco de los dragones.