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Chapter 13 - Una visita al burdel

ADVERTENCIA:

ESTE CAPITULO CONTIENE MENCIÓN A CADÁVERES Y DESCUARTIZACIONES.

Anselin no había logrado encontrar nada en el monte que dijera "el demonio está aquí". Comenzó a pensar que fue bastante estúpido de su parte guiarse por la historia de un egocéntrico charlatán. Y lo era, pero tampoco tenía muchas opciones.

Aun así decidió volver una vez más. Esta vez había empeñado una copa de oro por una buena espada. No se comparaba con la legendaria La Lotus, pero era peor andar por allí desarmado. Esta vez se aseguraría de separar la cabeza de los lobos de sus cuerpos. 

Se adentró en la noche. Nuevamente estaba rodeado de vegetación, oscuridad y del sonido de los animales nocturnos. Pero algo no encajaba con la naturaleza; un olor fétido llegó a él abofeteándole el rostro y quemando sus fosas nasales. Por reflejo se cubrió la mitad del rostro, aguantándose las náuseas y las arcadas.

Era un olor similar a la carne pudriéndose, pero mucho peor del que haría un cadáver. Contaminaba todo el aire haciendo que sea difícil respirar con normalidad.

Sacrificando su nariz y su estómago, rastreó el hedor. Lo condujo hasta una parte del monte donde los árboles eran escasos y aislados, pero de pastizales que llegaban a la altura de la cintura. El olor provenía de alguna parte de allí.

Bajo la luz de la luna y guiado por su olfato, se metió con seguridad entre los pastizales. Intentó abrirse paso cortando la vegetación con el filo de su espada. En medio del camino, notó un montículo. Se acercó a él, ya siendo difícil respirar sin vomitar.

Su ceño se frunció con sorpresa cuando descubrió que el montículo resultó ser un par de carnes magulladas y destrozadas. Y se sorprendió más al detectar que eran los lobos que lo habían atacado la noche anterior.

Anselin juraba que eran los mismos, no tenía ninguna duda. Pero olían como si llevaran meses en descomposición. Era curioso como estaban apilados uno sobre el otro; parecían haber sido colocados así adrede. Sus cuerpos tenían marcas profundas; las carnes habían sido arrancadas y perforadas de forma salvaje y sus gargantas estaban fuera de su lugar, expuestas a la vista.

Era una escena excesiva y grotesca. No se imaginaba qué tipo de animal pudo haber atacado con tal brutalidad.

Su vista revoloteó en la oscuridad, y no muy lejos divisó una mano entre los matorrales. Se acercó con lentitud, como si esperara que algo saltara desde el césped para atacarlo y apartó la hierba con la espada.

Hizo una mueca, ―Pobre Gastón.

O al menos, se compadecía de la parte que había quedado de él. Del busto hacía abajo, todo había sido arrancado, dejando a la vista algunas costillas y órganos dispersados.

Anselin estaba aturdido, no por la imagen grotesca, sino porque no lograba hilar una explicación de lo que pudo haber sucedido. Perezosamente, dedujo que los lobos se habrían estado comiendo el cadáver, cuando un animal más grande los atacó. Sin embargo, no los devoró, ni se comió los restos de Gastón.

¿Solo había atacado por diversión? Entonces eso lo volvía mucho más peligroso.

La hipótesis lo inquietaba, pero teniendo en cuenta que había un bosque no muy lejos, pudo haberse tratado de un enorme oso.

El viento sopló y con él se hizo presente el sonido susurrante del césped acariciándose entre sí. El Príncipe pensaba que así sonaba la soledad. Miró al cielo y suspiró agobiado. ―Bien. Por lo menos ya no tengo que preocuparme por esto ―Picó el cadáver de un lobo con la punta de la espada.

Al día siguiente no comentó sobre Gastón en la ciudad. No quería tener que responder preguntas sobre qué hacía él en el monte a esas horas, ni mucho menos estaba interesado en convertirse en un sospechoso por brutal su muerte.

Se sintió un poco culpable por no aportar nada en su búsqueda sabiendo dónde estaba, pero consideró que si un oso andaba suelto, tampoco era buena idea que otras personas deambularan por allí.

Concluyó que el supuesto "demonio" en el monte eran los lobos. No tenía tiempo para indagar más en el asunto, así que lo dio por terminado. Si a lo largo del tiempo volvía a oír historias similares sobre esta ciudad, entonces regresaría a investigar.

El tiempo corría muy rápido, por lo que tenía que mantenerse en movimiento si quería acabar con esto antes de que se presentara un imprevisto.

Trató de averiguar sobre si en algún reino se hablaba de la presencia de un dragón, pero para su poca sorpresa del único que se comentaba era del que había atacado su reino. Obviamente era el que buscaba, pero no necesitaba oír una historia que él mismo había presenciado y causado.

¿Cómo pudo haber desaparecido simplemente?, ¡Era una monstruosidad de cien metros de altura! No podía ser invisible a los ojos. Pero entonces, Anselin recordó que en el momento en el que Daimon desapareció, tampoco fue capaz de verlo.

¿Si quiera seguía con vida? Él había interpretado todo ese humo negro y desvanecimiento como una huida. No había pasado por su mente, hasta ahora, que también pudo tratarse de una muerte repentina.

Sacudió la cabeza para borrar esa idea. Aunque sea un demonio y su naturaleza sea diferente a la humana, nada puede morir o desaparecer así como así. Estaba siendo demasiado dramático.

Pasó días y noches vagando de ciudad a ciudad, y de reino en reino. Donde fuera que vaya, su vida se había vuelto pacífica. Ni siquiera los mosquitos se atrevían a acercarse. Anselin no reparó en lo extraño que eso era, porque se dejó llevar por la tranquilidad. Era como si su cabeza no terminaba de asimilar la complejidad de los últimos acontecimientos y se hubiera tomado unas vacaciones. Siempre se recordaba así mismo que no estaba de paseo para no tomarle el gusto al ocio.

En diferentes lugares comenzó a darse cuenta que varías personas lo observaban con detenimiento. Lo miraban de pies a cabeza y le clavaban los ojos intentando ver un poco más allá de lo que la capa que le cubría el rostro dejaba ver.

Era consciente de su fama, pero no se había percatado hasta el momento de que podrían reconocerlo muy fácil.

Los días de carnaval se acercaban y a pesar de los asesinatos y desapariciones en serie que seguían ocurriendo, la gente se preparaba con alegría para celebrar el exilio de los demonios hace dos mil años atrás. Era una festividad que duraba cuatro meses enteros en todo el dominio humano. Las calles de todos los reinos eran decoradas acorde el motivo, y era normal ver a niños y adultos disfrazados y con los rostros enmascarados.

Varios puestos callejeros exhibían diferentes tipos de máscaras; parado frente a uno, Anselin las observó con cuidado.

El vendedor lo vio interesado en una, y aprovechó para hablar con halagos. ―Joven, tienes un buen aura, sin duda esta máscara te sentara bien.

Le tendió un antifaz con la cara de un hombre pelirrojo, de expresión exagerada y heroica.

El Príncipe miró por varios segundos la representación de su antepasado, y negó con la cabeza antes de señalar―: Por favor, quiero aquella.

Escogió una que representaba un demonio. Estas solo solían venderse para luego ser quemadas en una hoguera pública. Las que la gente usaba eran las que llevaban el rostro de Aston Tinop, y de las deidades que se creían que los habían ayudado desde los cielos.

El Príncipe se la colocó tapándose el rostro de los ojos curiosos del vendedor.

―Joven, esa máscara es el aspecto del emperador demoníaco que fue vencido por nuestro santo liberador, la gente las compra para quemarlas. ¿Por qué la está usando?

Siempre y cuando compre, ¿por qué te importa para qué la use?

―Ah, es que quiero hacerle una broma a alguien ―Dijo.

El vendedor asintió con una sonrisa y sonrió aún más cuando Anselin le pagó generosamente.

El mercado estaba repleto de gente comprando y paseando. Unos niños jugaban en medio del camino con espadas de madera. El Príncipe no pudo evitar pararse a ver cuando escuchó que uno de ellos lo interpretaba a él.

―¡Soy el Príncipe Heredero dorado y morirás por mi espada! ¡Muere demonio!

El pequeño corrió detrás de otro, muy metidos en sus papeles.

―¡El que morirá serás tú, porque no soy un demonio, soy Aston Tinop!, ¡Muajaja!

El mini Príncipe actuó con conmoción, tirándose al suelo totalmente devastado. ―¡No!, ¡Mientes! ―Gimió―. ¡Te transformaste en él para engañarme! ―Se levantó de un salto y corrió hasta el supuesto demonio, fingiendo que clavaba la espada en su pecho.

El otro se tiró al piso mientras tosía con exageración. ―¿Por... qué...?

―Porque eres un demonio. Y los demonios son malvados, por eso deben morir bajo el filo de mi espada ancestral.

Y con su último aliento, el niño demonio dijo―: Pero... yo... siempre te... ame.

Tanto el mini Príncipe como Anselin hicieron una mueca de disgusto al oír aquello.

El mini Príncipe gritó enojado ―: ¡Qué asco!¡No estamos jugando a eso!, ¡Arruinaste el final!

En el suelo, el otro se levantó ofendido. ―¡Claro que no, lo hice más real! Mi hermano mayor dijo que el príncipe y el demonio se besuqueaban en el bosque, ¡y eso lo hacen las personas que se aman!

―¡¡Eso es asqueroso, ya no quiero jugar!!

Anselin permaneció con la mueca debajo de la máscara. Estaba francamente impresionado con la actuación e imaginación de los niños.

Pero eso era lo de menos, ¡Estaba indignado! ¿¡Por qué seguían emparejándolo con Daimon!? ¿¡En qué momento dieron a entender ese tipo de relación!? ¡Solo había sido amable! ¡Él era un hombre comprometido con una mujer! ¿¡De acuerdo!?

―Cuando resuelva los asesinatos, definitivamente me encargaré de esos rumores ―Chistó.

Con lentitud, un año entero había pasado. Para este entonces, ya todos en el palacio se habrían enterado de que él no estaba encerrado en los calabozos. Pues su benevolente padre, lo había castigado con un año entero en soledad. Todos en el castillo tenían estrictamente prohibido bajar a las mazmorras para verlo, incluido los guardias. ¡Que idea más estúpida!

Desde un estrecho agujero en el techo de su celda, le bajarían baldes con comida todos los días para que no muriera de hambre. La reclusión tenía intenciones de debilitar su mente y que volviera a su estado habitual de Príncipe-planta del que se estaba saliendo poco a poco. Porque resulta, que el Rey se percató del momento exacto en el que él había cortado la cadena del demonio, antes de que se transformara en un dragón.

Pero el Rey no podía estar más equivocado al creer que podría mantenerlo allí encerrado, cumpliendo con el castigo al pie de la letra. En el pasado lo hubiera hecho sin decir una palabra, pero desde hace un tiempo una de sus neuronas inactivas había comenzado a funcionar por cuenta propia. Poco a poco y sin darse cuenta, abandonó su estado de potus e infancia mental para tomar sus propias decisiones. Por lo que no había cumplido ni una semana de su castigo cuando escapó.

Este último año había sido infructuoso. Los crímenes y atrocidades en serie continuaron sucediendo, y Anselin no había solucionado ni encontrado nada al respecto. No porque haya estado de ocioso, al contrario.

 Se la pasó frecuentando todo tipo de tabernas para siempre mantenerse informado, y se vio atrapado por la cerveza: ese supuesto néctar que como honorable Príncipe, siempre le fue prohibida. No abusaba de ella porque había visto los términos en los que dejaba a hombres y mujeres, pero disfrutaba saborear la amargura que le parecía asquerosa al entrar en su boca, pero satisfactoria cuando pasaba por su garganta.

Después de un largo y agotador viaje que le había tomado todo el día, caminó esforzándose para no arrastrar los pies por las calles de una ciudad a dos reinos de distancia del suyo. Había oído que hace apenas unos días, dos cuerpos habían sido encontrados descuartizados en el cuarto de un burdel.

Le pareció realmente extraño, ya que esos lugares suelen ser demasiado concurridos. No pudo haber sucedido sin que nadie haya visto nada.

Las veredas estaban casi desérticas, pero a pesar de la hora algunos puestos ambulantes seguían esperando clientes.

El ambiente era tranquilo y silencioso. Sin embargo, desde hace un tiempo el Príncipe no dejaba de sentirse observado. Se hizo consciente de esta presencia invisible desde hace un tiempo; pero era una sensación que lo había acompañado desde pocos días después de abandonar el palacio. Lo había ignorado porque creyó que era un producto de su paranoia; algo normal cuando eres consciente de que hiciste algo que no debías y crees que todo el mundo te juzga por ello.

Echó un vistazo a sus espaldas, pero solo se encontró con un par de comerciantes intentando venderle algo a un joven que no alcanzaba a ver.

Acompañado de las luces de las farolas medievales, Anselin hizo un par de pasos por las veredas de adoquín y se paró frente a un gran edificio de piedra roja. "Hogar del placer" fue lo que leyó en las letras del cartel en la entrada. Varias mujeres estaban paradas en la puerta mostrándose y exhibiendo lo que podrían encontrar si entraban al burdel.

Se acomodó bien la máscara, que ya era como parte de él, y la capa para asegurarse de que nada se vea, y se dirigió allí. Fue bien recibido por las muchachas que rápidamente lo tomaron del brazo para hacerlo ingresar. Era la primera vez que entraba en un sitio de esta índole, y se sorprendió al encontrarse con un interior alegre. Un aroma dulce y embriagador se desprendía del cuerpo de las jóvenes e inundaba el lugar.

Anselin se dejó conducir hasta una mesa circular a la altura del suelo, rodeada por almohadas.

Una muchacha de cabello negro y recogido les hizo una seña a las otras para que se marcharan. Cuando estuvieron solos, relativamente hablando; porque seguían estando en un mismo salón con el resto de los clientes que estaban bebiendo con la compañía de las empleadas, la muchacha se sentó cerca de Anselin.

―Mi nombre es Alicia, y esta noche seré tu acompañante ―musitó con una voz dulce―. ¿Cuál es el nombre de nuestro preciado cliente?

Detrás de la máscara, el Príncipe la miró a los ojos. ―Lancelot. ―Mintió descaradamente.

La joven abrió los ojos con sorpresa, ―¿Será usted el famoso Lancelot, y por eso lleva una máscara?

Hizo una señal de silencio, llevando un dedo hasta donde deberían estar sus labios―Por favor, guarda el secreto.

Anselin lo sintió por el honorable caballero, pero usar su identidad y hacerse beneficio de su buena fama, muy diferente a la suya que ahora estaba sucia, podría facilitarle un par de cosas.

Con una sonrisa, Alicia le sirvió una copa de vino. El Príncipe la sujetó y en el momento de llevarla a la boca se percató de que no podía tomarlo sin quitarse la máscara. Devolvió la copa a la mesa.

La joven se apoyó cariñosamente sobre el hombro de Anselin y él se tensó. Intentó no delatarse, pero no estaba acostumbrado al contacto físico. Ni siquiera con su prometida.

La puerta de la entrada volvió a abrirse, y por el umbral apareció un joven siendo acompañado por varias mujeres que peleaban por su atención. El Príncipe no podía verle el rostro porque llevaba la mitad cubierto con la capucha de una capa negra. Pero por la desesperación de las muchachas, supuso que se trataba de alguien con buen aspecto. Se dio cuenta que era el mismo al que hasta hace unos momentos, unos hombres lo habían parado en la calle para venderle cosas.

A pesar de las bellezas innegables que le revoloteaban encima, el joven no les mostró interés. En cambió inspeccionó el lugar, y Anselin creyó que su mirada se posó en él antes de caminar por el salón y sentarse en una de las mesas frente a él. Inmediatamente fue rodeado y atendido.

Alicia que también se había percatado de la escena que hacían sus compañeras, comentó extrañada―: Debe tratarse de alguien popular en este lugar, o un cliente guapo. Pero no debe ser más guapo que usted, Sir. ¿Esta noche, cuando estemos solos, me permitirá ver su honorable rostro?

El Príncipe revoloteó los ojos entre las doncellas a varias mesas frente suyo, también curioso por la apariencia del joven. ―Tal vez, pero solo si eres obediente.

Ella soltó una risita. ―Esta noche estoy a sus órdenes.

Entonces, Anselin aprovechó. ―Sabes, he oído que algo terrible sucedió aquí hace poco. ¿Puedes contarme?

Las muchachas se acurrucaban alrededor del joven, impacientes por que las mirase. Pero este solo permanecía sentado, inmutado. Anselin se preguntaba qué tanto podría tener de especial si llevaba el rostro cubierto y sus alturas eran las mismas.

Él también cubría su identidad, pero nadie rondaba alrededor suyo. Naturalmente no es que esperara recibir atención, todo lo contrario. Pero se sentía curioso.

Alicia mostró una expresión afligida― Así es, Sir. Hace apenas unos días, encontramos a dos de mis compañeras muertas en una de las habitaciones para dar placer. Ese día, un muchacho había pedido a dos de nuestras chicas más bellas y jóvenes. Ninguna puede recordar su rostro, y nunca lo vimos salir. Lo sabríamos si lo hubiera hecho, su altura era peculiar, no pasaría desapercibido con facilidad. Estamos muy asustadas, no sabemos con qué podemos encontrarnos una vez que estamos a solas.

Anselin quitó sus ojos de la escena frente suyo, y miró a Alicia. ―Entonces, ¿cómo puedes estar tan confiada cuando me dices que te muestre mi rostro en el momento que estemos solos?

La joven levantó las comisuras de su boca. Su sonrisa era una triste y de resignación. ―He tenido una vida complicada. Aprendí a leer a las personas, aunque tengan una máscara.

No parecía tener más de diecinueve años, pero había formado un sexto sentido a base de años de experiencia que le había dado una vida difícil. No quiso tocar el tema por respeto, por lo que le pidió que le enseñara la habitación donde las trabajadoras habían sido encontradas. Sin cuestionar, la muchacha le indicó que la siguiera a las escaleras.

En el último peldaño, Anselin miró hacia abajo dándose cuenta de que el joven ahora miraba muy atento en su dirección, mientras se removía con la intención de levantarse.

Arriba el lugar se dividía en varios pasillos con puertas cerradas y pisos alfombrados. Alicia se paró en la penúltima puerta del segundo pasillo y la abrió. Se hizo a un lado para darle espacio a Anselin y con el dedo apuntó―: María estaba allí, sobre la cama. Y Ana sobre aquella mesa, y en el suelo. Ni siquiera se molestó en ocultar los cuerpos.

Ella encendió la lámpara en la entrada con un cerillo, permitiendo ver la habitación con claridad. Todavía había manchas de sangre en el piso y las paredes. Anselin inspeccionó con cuidado, encontrando solo una pluma negra debajo de la cama.

La acercó hasta su nariz y la olfateó. Olía a algo parecido al azufre.

―¿Les faltaba algo a los cuerpos?

La chica pareció pensarlo un momento―: Sí. A ambas les quitó el corazón. Y a la pobre de Ana la partió en dos, llevándose otros órganos.

Anselin asintió sin decir nada. Deslizó su vista una vez más por si estaba omitiendo algo.

De repente, una conmoción se oyó en el piso de abajo. Ambos salieron de la habitación para saber de qué se trataba. El Príncipe sintió como si un rayo lo hubiera partido al medio, y casi gritó una palabrota.

¿¡Qué hacen aquí soldados de Tinopai!? ¡No pudieron encontrarme tan rápido! ¡Mierda, mierda!

Un grupo de soldados tinopatense ingresó al burdel. La jefa del lugar se precipitó a recibirlos con una sonrisa cordial. ―¿Qué acontecimiento nos agracia con su presencia? Me atrevo a preguntar, ¿buscan nuestros servicios?

―No estamos aquí por eso. Un fugitivo de nuestro reino está suelto y estamos inspeccionando todas las ciudades, hospedajes y tabernas ―Levantó un poco la voz para ser oído en todo el salón―. ¡Si todos los presentes colaboran quedándose en sus sitios, terminaremos pronto!

Nadie los cuestiono por miedo, dejando que los hombres se dispersaran por todo el lugar.

Anselin estaba jodido. Tan jodido que comenzó a formar diferentes groserías en su cabeza, mandando al diablo toda la educación que había tenido.

Sabía que irían por él en cuanto se enterasen, pero no pensó que lo atraparían tan pronto, llegando antes de lo previsto. Según sus cálculos, recién en estos momentos su padre se estaría percatando de su escape, mandando soldados a que lo buscaran. De ser de esa forma, era imposible que hayan llegado tan pronto aquí. La falla culpable en su cálculo, fue que no tuvo en cuenta de que alguien podría hacerle una visita en las mazmorras antes de se cumplieran los trescientos sesenta y cinco días.

Tenía que escapar, pero ya había dos soldados subiendo las escaleras en su dirección. Necesitaba crear una distracción pronto, sin embargo no fue necesario; en el piso de abajo, el joven se negaba a quitarse la capucha y mostrar el rostro. Ni siquiera le importaba que los soldados lo estuvieran amenazando y permaneció sentado, atento al piso de arriba.

Uno de los soldados se enfureció por su impertinencia. ―¡No lo volveré a repetir! ¡Quítate la capucha! ―Lo tomó bruscamente de la misma, con intensión de bajarla.

Pero entonces, el joven tomó su muñeca y la torció como alguien que tuerce un pedazo de goma. Lo hizo soltar un alarido y que se doblara de dolor. Anselin estaba seguro de haber visto el hueso salirse del brazo.

Aprovechó que los otros dos que habían subido estaban distraídos, y comenzó a alejarse con rapidez. Aun así, no podía cantar victoria tan rápido.

Una mano se posó sobre su hombro y lo obligó a voltearse con rudeza.

―Nadie puede moverse ―Le advirtió un soldado que él ya había visto antes en el castillo. El primo de Darren tenía una mirada arrogante en el rostro. Ese mocoso no pasaría de los diecisiete años, pero le ganaba un par de centímetros de altura. ―¿Por qué tan apurado?, quítate la máscara.

Anselin aclaró la garganta, y con una voz mucho más grave que la suya dijo―: No puedo, tengo una horrible enfermedad que me deformó el rostro. Me temo que solo insultare tus ojos.

―Es verdad, no miente ―Alicia se apresuró a decir y a ser cómplice. 

―Eso no me importa. Quítatela por las buenas, o la haré por las malas.

Sonrió debajo de la máscara. ― Joven, si me la quito por las buenas entonces las malas serán para ti.

La vena en la frente de Alec se hinchó y le arrancó el antifaz de un tirón, revelando el rostro del Príncipe ante todos.

Los ojos de Alicia y Alec se abrieron con asombro. Este último rápidamente tomó una postura menos hostil, pero todavía autoritaria. ―¡Encontré a Su Alteza! Por órdenes del Rey, debe acompañar... ―Una jarra de vino voló por los aires y lo golpeó en la cabeza, rompiéndose en pedazos e interrumpiendo su monologo.

Anselin no supo quién fue su salvador, pero se benefició del momento para saltar por el barandal hasta el piso de abajo. El resto de los soldados que hasta hace unos momentos intentaban detener al joven, se precipitaron sobre él.

Utilizó su espada enfundada para defenderse y mantenerlos alejados. Golpeó sin intenciones de causarles un verdadero daño. Después de todo, seguían siendo sus hombres.

Alec bajó y agitó el filo de su espada hacía el Príncipe, que la detuvo con la suya haciendo que los metales sonaran. ―¡Alteza, no haga las cosas más difíciles! ¡Mi primo está muy preocupado por usted!

Los dos forcejeaban sin intenciones de ceder. ―Lo siento, no es personal. Todavía no puedo volver a Tinopai. Dile a Darren que estaré bien.

Empujó la espada del otro antes de dar una vuelta y golpearlo, haciendo que cayera sobre unas mesas, creando un alboroto.

Entonces corrió hasta la puerta y antes de salir escuchó a Alec gritar una orden para que lo capturaran.

Anselin no esperó que fuera del burdel se encontraría con más soldados.

―Hoy no es mi día...

Sin pensar que así sería su noche, ahora era solo él corriendo por las calles y siendo perseguido por una docena de soldados armados. Toda la situación era irónica; un Príncipe Heredero siendo perseguido por sus propios hombres que le habían jurado lealtad, ¡que incluso a varios él había entrenado personalmente! No quería pelear con ellos hasta la muerte, no porque no les ganaría; era obvio que sí, sino porque no quería convertirse en un verdadero delincuente.

¡Solo estaba buscando la paz y limpiar su nombre!

Mientras corría por el estrecho callejón empedrado, el eco de las botas pesadas de los soldados resonaban detrás de él. Había caído una ligera llovizna, por lo que el adoquín estaba resbaloso y hacía difícil la huida. Las fachadas altas se inclinaban hacia el callejón, creando una sensación asfixiante.

En medio de dos casas de piedra sobre el callejón, había un pequeño pasaje que las unía. Anselin pasó por debajo, y a unos segundos de hacerlo con un estruendo ensordecedor la estructura se derrumbó, bloqueando por completo el callejón y deteniendo abruptamente el avance de los soldados. Polvo y escombros llenaron el aire creando una barrera impenetrable. ­­­

Anselin se detuvo atónito. Jadeante se tomó un momento para recobrar el aliento. Desde el otro lado, los soldados desconcertados y frustrados buscaban una manera de avanzar sin éxito. Al mirar hacia arriba, con la ayuda de la luz de la luna divisó una silueta escabullirse por los techos hasta desaparecer en la oscuridad.

Esa noche logró escapar gracias a la intervención de un ser misterioso. No sabía de quién se trataba y mucho menos por qué le había hecho el favor. Pero le agradeció en silencio y se marchó de allí con rapidez.

A partir de ahora se le habían acabado los días tranquilos. Ahora que ya comenzaron a buscarlo y sabían que estaba cerca, debía ser extremadamente cauteloso. ­