Dentro del palacio, de lo único que se hablaba entre los trabajadores era sobre la lealtad jurada del demonio hacia el Príncipe. El Príncipe había sometido de forma innegable al demonio y hecho que haga un voto de rodillas, ¡Era indiscutible que servían al príncipe más poderosos de todos! Jamás se supo de algún humano que haya logrado semejante cosa. Todos se mordían las lenguas, conteniéndose, para no esparcir su grandeza fuera del castillo.
Los susurros eran poco cautelosos y las paredes del palacio muy delgadas; los cuchicheos solo hablaban de que tenía a Daimon comiendo de la palma de su mano.
Anselin por supuesto que estaba en total desacuerdo. Entendía que Daimon no conocía la importancia de un juramento tal y como ese, por lo que no le quiso tomar importancia. Creyó que tal vez, solo había escuchado esas palabras en algún lado y las había repetido cual loro.
Pero admitía que su actuación imprudente había traído algo bueno; dentro del castillo se sentían un poco más tranquilos al saber que el demonio respondería a las órdenes del príncipe.
Estaban en la habitación del Príncipe, tomando las medias del cuerpo de Daimon. Su sastre de confianza había llegado hace unos minutos, y tan rápido como vio al demonio, a pesar de temerle, se emocionó al enterarse que debería crear un atuendo para él.
¡Iba a ser el primer sastre en la historia en confeccionar para un demonio! No solo trabajaba con la realeza, ahora su categoría había subido un poco más.
Sin embargo, Anselin le pidió estrictamente que lo mantuviera en secreto. "Solo por el momento", le había dicho.
Anselin esperó sentado en un sillón rojo aterciopelado, mientras tomaba té.
El sastre paró a Daimon en el medio de la habitación y con una cinta métrica envolvió todas las partes de su cuerpo. No dejaba de pronunciar cosas como: "magnifico", "asombroso", "¡qué altura!" y "por favor, no me mires así". A pesar de que su cuerpo y extremidades eran movidos de aquí para allá, el demonio fue paciente porque el Príncipe quería que lo fuera.
Después de todo, se había tomado la molestia de llamar a alguien para que hiciera ropa solo para él.
Anselin le dio un sorbo a la taza de té antes de hablar: —Gustavo, ¿Cuánto crees que te tomará confeccionarlo? —le preguntó.
— ¡Ah! ¡Como siempre, Alteza, si se trata de usted trabajaré lo más rápido posible!
—Y te lo agradeceré. Confió en tú buen ojo y que harás algo adecuado para él.
—Por supuesto, Su Alteza. ¡No lo decepcionaré!
Gustavo le dio una última mirada a Daimon, como si estuviera tratando de grabar cada parte de su rostro y cuerpo en su mente. El demonio enarcó una ceja. — ¡Lo tengo! —soltó. Se despidió de ambos con una reverencia y desapareció con prisa.
El sastre no faltó a su palabra, y como dijo, había trabajado tan rápido que en apenas un día y medio, había confeccionado un juego de ropa. Se las hicieron llegar con rapidez al Príncipe, quien las recibió con emoción. Gustavo era su sastre personal, lo había elegido él mismo porque creaba piezas preciosas que se adaptaban al aura de las personas. Quería ver a Daimon con ellas, y averiguar si no se había equivocado en el primer pensamiento que tuvo sobre él en el bosque.
Ese mismo día, antes de que pudiera alcanzar la verdad, un sirviente le había avisado sobre la llegada de la Princesa Irina al reino. No tuvo más opción que pedirle a Daimon que se cambiara en lo que él iba a recibirla; dejándolo al cuidado de sus criados y guardias que luego lo escoltarían al salón recibidor, donde lo esperaría.
Como costumbre y señal de respeto cada vez que un soberano venía de visitas, Anselin también uso ropas presentables; un traje blanco, con bordes celestes y retoques dorados. Como símbolo oficial del reino, una flor de loto adornaba la hebilla de su cinturón.
Se paró frente a un gran ventanal, con vista a las flores del jardín. La ventana había sido abierta con la intención de perfumar el lugar naturalmente. Con paciencia esperó la llegada de la Princesa Irina.
Se escuchó la puerta abrirse, y unos pasos que eran amortiguados por la alfombra al entrar; Anselin se giró con una sonrisa para encontrarse con su prometida, y en ese momento su cerebro hizo cortocircuito.
Daimon era quien lo miraba desde la mitad de la sala, vistiendo ropas elegantes que resaltaban su atractivo. El Príncipe confirmo que, con evidencia, no se había equivocado al pensar que parecería un noble. El traje color crema, con detalles y bordados dorados, ligeramente contrastaba con su piel, pero lo hacía de manera agradable con su cabello negro, que había sido peinado y levemente recogido a un costado. El tapado largo le pasaba las rodillas y se abría casi en el medio, mostrando unos pantalones de un blanco pulcro que eran contrarrestados con unas brillantes botas negras a la altura de la pantorrilla. Y en una de sus muñecas, aquel trapo celeste y malgastado que antes había estado en su cintura, ahora fue envuelto como si fuera un vendaje.
Al notar que se había quedado prendido a su silueta, Daimon no pudo evitar sonreír de manera descarada y preguntar, — ¿Me veo agradable a tus ojos?
Anselin carraspeó y cerró los parpados. —El traje se ve bien —confesó.
—¿Solo el traje?
La puerta volvió a abrirse y Anselin sintió que fue salvado cuando vio a la Princesa Irina aparecer por el umbral. Al verlo, los ojos de la muchacha brillaron con intensidad. — ¡Alteza! —Exclamó con felicidad y con paso ligero caminó hasta él, pasando por al lado de Daimon e ignorando por completo su presencia. — ¡Mi Príncipe!, ¡Estaba tan preocupada por ti! Como no fuiste a verme, decidí ser yo la que viniese, ¿Estás bien de salud?
Irina tuvo que contenerse para no perder los modales y arrojarse a los brazos de Anselin. Estaban comprometidos, pero después de todo, todavía había una etiqueta la cual respetar.
Anselin mantuvo su sonrisa, y tomó las delicadas manos de la chica —Lamento no haber ido a visitarte, Irina. Gracias por preocuparte, gozo de buena salud.
Ella suspiró con alivio, como si soltara una gran angustia de encima. — Que felicidad saberlo. He rezado mucho por su bienestar dentro del bosque. Oí que no tuvo las cosas fáciles con el demonio.
—Nada que no pudiera manejar. Como veo que no te has enterado, los presentaré.
La Princesa frunció el entrecejo, confundida. Entonces, con una mano le indicó que voltease. Obediente, el rostro de Irina casi blanqueció por la sorpresa. Había entrado con la mente y la vista tan enfocada en el Príncipe, que ni siquiera había visto al demonio de dos metros de altura detrás de sí.
La mirada de Daimon se había vuelto aguda en el momento que Anselin tomó la mano de la muchacha y la mantuvo de ese modo.
—Tranquila, él es Daimon; el famoso demonio del bosque. Es un invitado —musitó con intención de tranquilizarla.
Irina apartó la vista del demonio para mirar unos segundos al Príncipe, antes de saludarlo ―Entiendo... Es un gusto conocerlo, joven Daimon. Mi nombre es Irina, soy Princesa del reino de Tulav y prometida del Príncipe Anselin.
El entrecejo de Daimon se frunció levemente a la vez que su ojo izquierdo hizo un tic. Pasó por alto toda la presentación, porque por supuesto que sabía el significado de la palabra "prometida". Sus ojos volaron hasta los de Anselin, y a este le pareció que eran imaginaciones suyas, pero por un segundo, parecía que su rostro se había vuelto apagado.
Daimon sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.
Los tres jóvenes se sentaron a tomar el té en el salón. Y tanto a Irina como a Anselin, les sorprendió los buenos modales del demonio. Cualquiera hubiera pensado que vivir en el bosque lo habría vuelto un salvaje. Pero se comportaba de manera elegante.
Supongo que no tendré que enseñarle demasiado. Menos trabajo para mí.
Estaban tomando el té en silencio, cuando la joven decidió que era el momento perfecto para hablar, -Ya que estás de vuelta, ¿no crees que sería apropiado elegir una nueva fecha para la boda?
Frente a ella, Daimon detuvo la taza en el camino y le dirigió una mirada que hubiera inquietado a la joven si tan solo le hubiera prestado atención.
Anselin que compartía un sofá para dos personas con Irina, bajó la taza de sus labios, — ¿Tienes una fecha en mente?
—Ya que debimos estar casados desde hace un tiempo, creo que lo correcto sería llevarlo a cabo lo antes posible, ¿Qué opinas?
No había olvidado su compromiso, solo que inevitablemente lo había pasado a segundo plano. Todas sus responsabilidades se habían retrasado por su "estadía" en el bosque. Ahora que estaba devuelta, debía cumplir.
El rostro de Daimon se había vuelto inmediatamente verde, pero Anselin ni siquiera notó su expresión de animosidad y continuó hablando de su boda con la Princesa. Daimon no lo soportó más y con una ligera brusquedad, dejó la taza sobre la mesa para interrumpir a los dos.
Las comisuras de sus labios se levantaron, sin ganas de sonreír realmente. —El Príncipe apenas ha vuelto al reino de una difícil temporada en el bosque. No creo que sea apropiado hostigarlo con responsabilidades en tú primera visita... Princesa.
Su voz salió suspicaz y con falsa amabilidad, que no fue percibida por la pareja.
Irina se llevó una mano a la boca, con culpa. —El joven Daimon tiene razón. Perdóneme Príncipe, fui desconsiderada.
Anselin le dio una ojeada al demonio, le pareció que se comportaba extraño. —No te preocupes —volvió a sonreírle a su prometida—, podemos hablar de ello en otra ocasión. Hoy disfrutemos del té.
La muchacha bajó la vista a su taza, y jugó con el borde en silencio. Tenía intenciones de preguntar,— ¿Qué es lo que trae al joven Daimon hasta aquí?
El demonio le dio un trago al té, tomándose su tiempo para responder. Aquel líquido era delicioso. —El Príncipe dijo que soy un invitado. Sin embargo, tal parece que su única intención conmigo es memorizar cada parte de mí. ¿No es así, Su Alteza?
Esta vez la sonrisa llegó a sus ojos, pero con un brillo malicioso y doble intencionado.
Anselin casi escupió el té. Trató de entender cuál fue la verdadera finalidad de sus palabras, pero se rindió pronto. —Dicho de esa forma, no suena bien. Está aquí porque quiero aprender de él.
Irina asintió con interés. —Jamás pude imaginar que la apariencia del demonio del bosque fuera, de hecho, muy agradable. No es nada parecido a las ilustraciones en los textos antiguos.
—Puede deberse a que es un mestizo, también tiene sangre humana.
—Ahora que lo mencionas, tiene unas facciones muy particulares, ¿No crees?
Los dos clavaron sus ojos en Daimon, que detrás de su semblante serio se mordía la lengua al verlos tan cercanos.
Irina tenía razón. El demonio poseía unas facciones peculiares o más bien dicho; además del tono grisáceo en su piel y las escamas, que ya era algo muy peculiar entre las personas, se apreciaban ligeramente rasgos de la Asia oriental; un continente y cultura que se declaraba prácticamente extinta. Anselin solo conocía a dos personas en su reino de las cuales sus identidades eran un misterio, pero no secretas. Y se especulaba que podían provenir de allí.
Sin embargo, preguntarle a Daimon sería inútil. No había manera de que él supiera.
La curiosidad del Príncipe por el demonio ahora era más vibrante que nunca. A pesar de que a Daimon parecía no entusiasmarle, la chispa de investigador en Anselin podría quemar todo el lugar.
La Princesa Irina se marchó, con la promesa de volver a visitarlos pronto para arreglar la nueva fecha del matrimonio. Estaba claro que debía ser antes de la coronación. Pero Anselin ya tenía la cabeza en otro lado. Ni siquiera le prestó atención a Daimon cuando este le habló, caminando ligeramente hasta la biblioteca real.
Con las palabras en la boca, el demonio lo siguió entre las enormes estanterías; hasta que le Príncipe se detuvo frente a una y extrajo un libro de abundantes páginas. Lo abrió como si supiera el lugar exacto en dónde comenzar a buscar y leyó en silencio. Daimon lo vio pasar varias hojas en cuestión de minutos, hasta que llegó a una faltante. A juzgar por lo que se veía, la página había sido arrancada intencionalmente. Anselin entorno los ojos para adivinar de qué podría tratarse; al parecer, sería un retrato sobre una familia, o eso dedujo por los bordes restantes en el libro. Dado el contexto del texto, podría tratarse de una familia imperial.
¿Pero, por qué razón había sido arrancada?
Después de un largo silencio, Daimon lo miraba expectante hasta que el pelirrojo volvió a hablar, —Este registro contiene información sobre todos los países existentes. Desde sus costumbres, hasta sus historias y gobernantes —le contó Anselin, mientras estudiaba el libro—. Aquí en particular, están los registros del imperio de Fǎnhuí. Era el imperio más grande del mundo; abarcaba varios países de Asia Oriental y eran gobernados por una misma familia. Pero desapareció hace no muchos años por un cataclismo que lo devastó todo.
Daimon asintió, honestamente confundido. — ¿Y por qué Su Alteza buscó sobre ello con tanta prisa, incluso ignorándome?
—No lo había notado antes, pero pareces tener rasgos provenientes de allí. Si Irina no lo hubiera mencionado, tal vez no me habría dado cuenta.
La expresión del demonio se volvió una de disgusto. —Su Alteza es muy cercano a ella.
Sin prestarle atención, Anselin continuó ojeando el libro. ―Claro, nos conocemos desde niños. Estamos comprometidos desde entonces.
Daimon frunció ligeramente el entrecejo, y con una expresión distante dijo: ―Nosotros también y no vamos a casarnos.
Su tono hizo que el Príncipe sacara la cabeza de entre el libro y lo mirase, pero después su atención se desvió a sus palabras. ― ¿Nos conocemos desde niños?
― ¿Entonces, Su Alteza se va a casar conmigo?
―No seas tonto. No eres mujer. Además, fue un acuerdo entre nuestros padres para unificar nuestros reinos. Aun así, la quiero.
Daimon apretó los dientes con tanta fuerza que su mandíbula dolía. Él también lo conoció de niño, entonces, ¿Por qué iba a casarse con la Princesa?
En el transcurso de la semana, Daimon se había estado comportando distante. Anselin notó que fue así desde la visita de Irina. Trató de recordar si hubo algo dentro de su conversación que pudo haberlo ofendido, pero no importaba cuanto pensaba, no encontraba una razón.
Aun así, el demonio hizo cada cosa que le pidió que hiciera; lecciones de etiqueta, aseo personal y educación. A pesar de su apretada agenda con la vuelta de sus obligaciones, él mismo se encargaba de todo. Daimon acataba en silencio y con respuestas cortas y precisas.
El día de hoy lo sentó en una mesa, y puso frente a él un papel, una pluma y tinta, ― ¿Sabes escribir? ―preguntó.
Daimon contempló el papel en blanco ―No tuve educación.
A pesar de eso, no era un tonto. De niño no era recibido en ningún lado, mucho menos en una institución. Sin embargo, se escabullía cerca de la ventana de una escuela y desde allí, pasaba horas escuchando y aprendiendo. Incluso los días de lluvia o fuertes fríos, mojado o cubierto de nieve, asistía sin falta. Deseaba con algún día poder sentarse entre todos esos niños, y aprender junto a ellos. Gracias a su curiosidad, cultivó maneras correctas de expresarse y era conocedor sobre historia. También ahí se había enterado sobre los rumores en torno a su nacimiento. Pero fingía no saber frente al Príncipe.
Anselin arrastró una silla a su lado para sentarse en ella. ―Hoy la tendrás. Empezaremos con tú nombre.
Sujetó la pluma y luego de humedecer la punta en la tinta, trazó la palabra sobre el papel, deletreando cada una de las letras que componían su nombre. ―Ahora inténtalo tú.
Le entregó la pluma y Daimon la aceptó con el semblante inexpresivo. A pesar de la nula emoción en su cara, sus ojos brillaban con intensidad y parecía radiante por aprender.
Le tomó unos momentos copiar lo que Anselin había escrito. Su caligrafía era temblorosa y casi ilegible, pero estaba bien para ser su primer intento.
Como si fuera un niño, Anselin lo felicitó. ― ¡Muy bien! Ya casi lo tienes, debes practicar más.
Una media sonrisa se deslizó levemente en los labios del demonio.
Después de varios intentos, seguía sujetando de forma incorrecta la pluma, haciendo que su letra salga más chueca y desprolija. Anselin negó con la cabeza, ―La estas sujetando mal, por eso sigue saliendo chueca.
Se dio la libertad de tomar su mano que sostenía la pluma, la acomodó y la guió con la suya, formando trazos más prolijos. Pero la atención de Daimon solo podía fijarse en el Príncipe; en su gesto concentrado, en la forma que sujetaba su mano con gentileza para guiarla a su antojo, mientras le indicaba la manera correcta de escribir.
― ¿Lo entiendes?
En cuanto Anselin soltó su mano y lo miró, el demonio apartó los ojos con rapidez ―No. ―Mintió.
Entonces, el Príncipe no tuvo más opción que volver a tomar su mano para ayudarlo a escribir.
Al cabo de unos minutos, un guardia ingresó ―Su Alteza, su presencia es requerida en el salón del trono.
Anselin se levantó, y antes de irse le indicó a Daimon que continuara con su tarea hasta que él regresara. Al demonio no le agradó nada que lo soltara y lo dejara solo, pero obedeció. Los minutos pasaban y el Príncipe no volvía. El papel se había llenado de garabatos, quedándose sin espacios para continuar. Como ya no tenía nada que hacer, dejó la pluma en el tintero y esperó sentado. En un rato se levantó y comenzó a observar a su alrededor. Anselin había dejado un par de libros sobre la mesa que para él no significaban nada porque no sabía leer. Su interés se encontraba en cuál era la razón de que el Príncipe tardara tanto. Quería ir a buscarlo, pero los dos guardias que vigilaban la entrada no le darían una salida fácil y no quería armar un escándalo; intentaba seguir portándose bien.
Se acercó lentamente hasta ellos, hasta pararse frente a la puerta. Los guardias inmediatamente lo apuntaron con sus lanzas. ―El Príncipe ordenó que te quedaras aquí, demonio ―advirtió uno.
A pesar de la hostilidad de los hombres, Daimon eligió mostrarse amigable, ―Solo necesito ir al "baño".
Los guardias se miraron entre sí, y con una seña le indicaron que lo escoltarían hasta allí. Por supuesto que él no sentía el llamado de la naturaleza, su verdadera intención era buscar al Príncipe. Ya vería la manera de escabullirse de los ojos de estos dos.
Paseó por los pasillos con ambos guardias vigilándolo a sus espaldas y ni siquiera fue un desafío para el demonio desaparecer frente a sus ojos. Un pestañeo bastó para darle tiempo de esfumarse entre las paredes y pilares del palacio. Ahora caminaba con total libertad, como si fuese dueño de todo el lugar; deslizando sus ojos de aquí a allá en busca de un joven pelirrojo y pecoso.
Terminó en un corredor cuales paredes eran adornadas por cuadros de diferentes tamaños. En ellos había retratados personas elegantes y de semblantes vacíos y miradas imponentes. Un retrato de un pequeño Anselin junto a lo que él suponía eran sus padres, le trajo una sensación nostálgica; recordando aquel día que lo había conocido, así tal cual en la imagen. Sonrió con ternura, y continuó mirando.
Sus ojos y todo su cuerpo quedaron estáticos frente a una pintura gigantesca. Era enorme y de cierta forma intimidante. No era capaz de leer el título en el marco, pero no hacía falta para adivinar de qué se trataba: El exilio de los demonios. Era plasmado de una forma cruda y salvaje la lucha entre ambos bandos, el humano y el demoniaco. Monstruos de todas formas y tamaños se ilustraban matando y devorando personas. ¿De esa forma se suponía que él debía verse y comportarse? ¿O acaso era como los humanos que parecían desesperados por vivir y tener un lugar en la tierra? Entre todo el tumulto de caos y muerte, un hombre alzaba una espada apuntando hacia los cielos. Él ya había conocido esa espada: era la que el Príncipe llevaba en el bosque y todavía conservaba la marca en su hombro. Entendió que se trataba del famoso Aston Tinop.
Estaba tan inmerso en la pintura y los pensamientos que le generaba, que ni siquiera había notado la presencia de alguien más.
La mujer de piel pálida lo observaba desde unos pocos metros, con los ojos expresos de sorpresa e incredulidad. Unos ojos que solo mirarían de esa forma a un fantasma, o algo que no debía existir pero allí estaba. Entonces, Daimon se percató de su presencia. Ambos se miraron; ella con miedo y culpa, y él con desinterés. Todo el cuerpo de la mujer temblaba, sin embargo, parecía tener intenciones de acercarse y decir algo.
Movió los labios, soltando unas palabras apenas audibles, ―Tienes sus ojos.