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Chapter 10 - L’ORXA

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L'Orxa está a mitad del camino. Es el primer pueblo de Alicante y en su término se halla el infierno, el Barranco del Infierno. Los de L'Orxa no lo llaman así, para ellos el "barranc del Infern" es simplemente "el Riu Avall". Lo dicen con mucha propiedad, porque río abajo es la continuación del cauce en busca del ansiado mar. Para los de L'Orxa, lo que pasa aguas abajo ya no tiene valor, ni le dan ninguna importancia porque ya no les afecta. "Con esa agua no podemos regar nuestra tierra, ni mover nuestros molinos", dicen. La orografía les hace gente de secano que nada tienen que ver con el cercano mar que tanto progreso y dolor les traería cuando pretendieron llegar a él por el camino más corto, subiéndose al tren.

Para Philip, L'Orxa contaba y su estación debía de estar a la altura de las mejores. Allí se cruzarían algunos convoyes y por tanto tenía que cuidarla con esmero. Pensó en dotar a la estación de una cantina para que descansasen y se nutriesen los viajeros. A una hora y media de la salida y a otro tanto de la llegada los pasajeros requerían de un reconfortante receso mientras el tren tomaba agua tras subir la pendiente del infierno y se preparaba para enfilar las laderas del ascendente valle del Perputxent hasta alcanzar el pueblo de Muro donde volvería a tomar aliento. La estación estaba alejada del pueblo, al otro lado del río Serpis y protegida por la sombra del castillo de templarios del Perputxent, cuya colina tendría que perforar para abrir las puertas del "Riu Avall", las puertas del infierno. La estación, además de la cantina, contaba con un edificio mediano con sala de espera, despacho de billetes y retretes, un muelle de carga y un depósito de agua para hidratar al sediento tren y que afrontase con casta el segundo tramo de ascensión. De los ocho túneles que había que construir seis se encontraban entre L'Orxa y Villalonga, entre el Barranc del Infern y el Recolduc. De los catorce puentes a levantar, siete se encontraban allí, en la zona más dura del trayecto, entre el infierno y el cielo. 

En aquella maravilla de desfiladero, que forma la Safor con las sierras de Benicadell y la de Ador, se concentró la esencia del tren, lo más grandioso y lo más trágico de la construcción del tren de los ingleses.

 

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En Inglaterra los días de invierno son breves, húmedos y descorazonadores. Cindy siempre encontraba entre las penumbras un resquicio de luz. Pasar unas semanas en Oxford, alejada del humo fabril de la industriosa Manchester fue una delicia. Prefería respirar el espeso ambiente de la mansión de los Parker que la carbonilla de su ciudad natal, en la que, en primavera, esperaba celebrar su ansiado matrimonio con Philip. Peter, su suegro, estaba abatido y desorientado por ver que su mujer se estaba apagando. De repente su vida se truncó y sin saber por qué, ésta fue precipitándose al vacío. Cindy estaba allí para cuidar de Elizabeth y obtener el beneplácito de su suegro. 

El rigor de los días cortos hacía que las tardes fuesen largas y hogareñas. Esto jugaba a su favor: dispondría de más tiempo para coincidir con Peter. Éste, continuamente la rehuía, en las comidas siempre estaba sola, cenaba pacientemente en el comedor, frente a los impolutos servicios del procurador que estaban sin usar. Infatigable, ignoraba el desprecio y esperaba a que él llegase y se acomodase en la biblioteca a tomar su güisqui de malta, junto a la chimenea. Entonces entraba para acompañarlo con cortés amabilidad. Sin precipitar las cosas lo saludaba, le contaba como había pasado Elizabeth el día y discretamente le preguntaba por su jornada laboral. Cada noche lo acorralaba y le dejaba el espacio justo para que huyese sin temor y cuando angustiado partía, le rozaba de soslayo la mano, dándole las buenas noches que acompañaba con una dulce sonrisa y una tierna mirada. Cindy se esperaba en la biblioteca; no quería que coincidieran en la planta de los dormitorios. Pasado un tiempo subía a despedirse de Elizabeth y a contarle, iluminadas por la luz anaranjada de la candela, lo sucedido para infundirle esperanza con la que vivir.

 

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Bernat frunció el ceño frente al convoy de treinta tartanas y cinco diligencias que esperaban las órdenes de Philip para partir desde el Grao de Gandía con destino Alcoi. Nunca había visto tantas carretas juntas, en una hilera que llegaba a desaparecer entre las curvas del camino. Estaba preocupado, esperaba que no lloviese durante los tres días que duraría el trayecto para que los caminos no se embarrasen frenándoles su arduo ascenso a la sierra de Benicadell. Los vientos no presagiaban buenos augurios, hoy la niebla de la Llacuna le anunciaba una tregua, pero ignoraba lo que esa noche ocurriría. Así es el invierno, imprevisible y frío. En el embarcadero de madera, construido por los de Muriel y Cía., el vapor soltaba amarras rumbo a Inglaterra y Philip lo miraba con nostalgia queriendo irse con él. Pasados los momentos de añoranza montó en la yegua árabe que había comprado y se dirigió a la cabecera del cortejo para ordenar su marcha. 

Llegó Philip a su altura, sacó de las alforjas su cuaderno de campo, lo abrió y se lo mostró por primera vez a Bernat, que sorprendido observaba ante sí un garabato infantil en el que se veía lo que parecían ser una hilera montañas. En paralelo había una línea con unos puntos y a su lado unas letras que él no entendía porque estaban en inglés.

—My friend, amiogo Bernat, puedo te llamar My Friend?

Y Bernat se puso a pensar antes de contestarle, "mi mujer me dice que con los señores la confianza debe ser la justa. Pero Paco es muy inteligente, ya sabe que le he puesto mote y él quiere apodarme Fran, de Francisco. Si es así yo no lo puedo contrariar, yo qué sé, parece un buen hombre.".

—Bien —le contestó Bernat tras su íntima reflexión—, yo Fran y tú Paco

—Pacou?, por qué My Pacou?

—Yo Fran, tú Paco, dos abreviaciones de Francisco.

—What?

—Así llaman los amigos a Francisco.

—Nou, amiogos de Francisco. De Francisco nou, tú y mi friends.

—¡Eso, los dos Fran!

—Yes, yes —Philip le sonrió con cara alegre y con acento átono y tono monocorde de silbato ferroviario prosiguió—. My friend, mirar plano para ir Alcoi, nau estar aquí y la noche uno dormir aquí, in Llocnou. Levantar con sol y la noche dos dormir in Beniarrés. Levantar con sol y la noche tres dormir in Alcoi. It's ok?

Ahora, se dijo Bernat, me muestra orgulloso un dibujo con cuatro garabatos cómo si fuese lo más grande del mundo. Me he quedado sorprendido si eso lo hacen hasta mis niños pequeños.

— ¿Qué son estos cucuruchos? —preguntó antes de contestar la pregunta al inglés, desde que se despeñó la yegua en el barranc del Infern, Bernat no se fiaba, quería entenderle bien y no equivocarse.

—Yo explicar plano del camino. Montañas derecha, montañas izquierda, en medio ser río, línea ser camino, pointos ser pueblos y los tresángulos ser parada noche. Dos tresángulos, dos veces dormir hasta llegada in Alcoi —le decía Philip a medida que señalaba cada uno de los símbolos con el dedo en el plano.

—¡Aaaah! —dijo Bernat con sorpresa, cuando entendió que aquello era el esquema del recorrido que iban a realizar.

—¿Tú comprender?, ¿qué ser opinión tuya?, mi interesar mucho pensamiento de my friend.

—Yo dormiría la segunda noche en Salem, así pasaría la sierra de Benicadell por la mañana. Si la cosa se nos da bien dormimos en Alcoi. Si se nos da mal porque los caminos están embarrados por la lluvia, entrar en el valle del Perputxent nos llevará hasta medio día. Entonces comemos en Beniarrés y dormimos en Muro.

—Ver si mi comprender —sentenció Philip y comenzó a señalarle la propuesta de Bernat sobre el plano que había dibujado en su cuaderno de campo.

Bernat se quedó impresionado viendo como el inglés le replicaba sobre aquel garabato, que hasta hacía poco creía que era un dibujo infantil, toda la marcha que tendrían que hacer para llegar a su destino. Desde ese momento comenzó a admirar respetuosamente a su amigo Paco y a comprender que su anterior viaje no fue en balde y que aquellas inútiles anotaciones, que pacientemente Philip realizó, ahora daban sus frutos, permitiéndole conocer, mejor que algunos autóctonos, la orografía y el terreno.

—Good, mi caso hacer, noche dos dormir in Salem. 

Pesadamente toda la caravana se puso en marcha. En ella viajaban los hombres y todas las herramientas necesarias para construir el tren de Alcoi al puerto de Gandía. Bernat se sentía orgulloso y como el paje de un rey mago iba junto a su benefactor conduciendo el convoy hasta su ansiado destino. Habían contratado todas las tartanas disponibles en los alrededores, desde Gandía hasta Xàtiva. Todo el que no necesitaba su carro o su animal de labranza lo había alquilado para transportar la enorme cantidad de aparejos necesarios para realizar las infraestructuras del tren. Los toldos de los carruajes formaban una serpiente multicolor que avanzaba lentamente por el sinuoso camino. La mayoría de los campesinos que iban en ella habían sustituido el blusón negro por uno azul festivo, liso o de cuadros, para ellos este viaje era más una romería que una semana de trabajo bien remunerado. 

Al anochecer alcanzaron el pueblo de Llocnou de Sant Jeroni donde pernoctaron. Como había intuido no llovió, pero cada vez hacía más frío que intentaron aliviar con numerosas hogueras, los animales los resguardaron en un improvisado corral hecho con seis carretas en una explanada a la entrada del pueblo. Toda la gente salió, como si de una romería se tratase, para ver la magnitud del evento. El párroco se preocupó por las personas y abrió la iglesia para que todo el que quisiese pernoctase a cubierto. El alcalde le ofreció su casa a Philip. Esta noche Bernat se libró de montarle la tienda, comió sopa de ajos con ellos en la casa del regidor y durmió en la casa parroquial. 

Como pago a la amabilidad eclesiástica, Bernat asistió a la misa de prima que el señor cura realizó a las seis. Al ver el párroco solamente a la gente del lugar, aprendió que en la expedición había herejes anglicanos. De haberlo sabido la noche anterior, no hubiese dejado dormir a ningún inglés en la parroquia. A Bernat, todo ese calentón del cura le traía sin cuidado. Era pragmático y consideraba que todos los hombres de aquella caravana eran honorables por sus actos, independientemente de su confesión.

Emprendieron la marcha con el amanecer y el día clareó de gris plomizo y un con frío que quemaba, que cortaba las manos y que enrojecía los pómulos. Bernat se alegró, porque de mantenerse el intenso frío que helaba los campos y los abrevaderos, no llovería y ellos necesitaban el terreno seco para progresar sin dificultad. El camino de Llocnou a Salem comenzaba a empinarse, suave pero continuamente. En las comarcas campesinas y del interior, donde nunca pasa nada salvo el tiempo, aquella caravana fue un gran acontecimiento que paralizó las actividades agropecuarias. La noticia del evento se extendió como la pólvora y todo el mundo salió al camino para verla pasar. Cuando llegaron al pueblo de Salem, una comisión de bienvenida les esperaba y detrás la totalidad del vecindario. Tanto jolgorio les alegraba y les infundía ánimos para recuperarse de una agotadora jornada. Bernat estaba preocupado temiéndose lo peor, la noche se había adueñado del cielo y le impedía observarlo para ratificar sus temores. Se fue al oráculo para consultar a los expertos labradores y pedirles la previsión del tiempo para mañana. Entró en la taberna y sintió la calidez de su cobijo, se encontró con dos personas sentadas enfrente de la chimenea. Eran los únicos que no se habían sumado a la festividad del cortejo y bebían un vaso de vino para descansar de la dura jornada de trabajo en el campo. Le pidió un vaso de vino al tabernero y se sentó frente a ellos. No era hombre de bebida, pero para hablar con el oráculo tenía que seguir la liturgia. Si quería conocer el tiempo, debía indagar en la experiencia de los lugareños. Dio las buenas noches, bebió un trago de clarete y conversó antes de preguntar sobre lo que le preocupaba.

—Hace tiempo que no he pasado tanto, aunque el último frío que uno pasa siempre es el peor —hizo una pausa y continuó—. No sé si es estoy en lo cierto o esta sensación se debe a que he pasado cabalgando toda la jornada sin hacer el esfuerzo que requiere la labranza —bebió otro sorbo para dar paso a los lugareños y al no obtener respuesta prosiguió. Aún no había abierto la confianza de sus acompañantes—. El clima a este lado de la sierra de Ador es algo más seco que en Villalonga. Allí la Safor, orientada a poniente, hace que anochezca media hora antes que en Salem —bebió un sorbo para dar otra pausa, no hubo respuesta y sabedor de que había provocado el sepulcral silencio que reinaba en la taberna, cambió de tema—. Este vino tiene un poco más de graduación que el de mi comarca y su gusto es más parecido al que compro en Cocentaina. Aunque el del Comtat es tinto y no se le puede comparar.

—Usted lo ha dicho, no tienen punto de comparación.

—¿Su vino aguanta bien los veranos?

—Hombre, si el tonel lo tienes en lugar fresco, no se suele picar.

—Eso hago yo, del tonel al porrón y no le doy opción, lo termino en el día.

—Su porrón debe ser pequeño.

—¿Por qué lo dice?

—Porque le veo persona de tragos breves —aprovechó su observación para pedir que le llenasen los dos vasos de vino.

—He de ser prudente, hace dos días salimos del puerto de Gandía para llevar a Alcoi todas las herramientas necesarias para construir la vía del tren y si llueve, los caminos se embarrarán y el trayecto se volverá un suplicio. Lo que más me preocupa es la subida y bajada a la sierra de Benicadell que afrontaremos mañana.

—Yo me daría prisa —dijo el más viejo que prudentemente no había abierto la boca—. Si se calma el frío y llueve, caerá una nevada de órdago, capaz de bloquear los caminos.

—En estas laderas de la montaña, me resulta difícil predecir el tiempo. ¿Cree usted que lloverá?

— Durante todo el día hemos tenido un cielo compacto, gris y pesado, que cuando se rompa tapará de blanco los campos. Sin viento que lo aleje, toda la nevada nos caerá encima.

—Saldremos con las primeras luces.

—Que tengan suerte, hoy hace menos frío que ayer y viniendo de fuertes heladas, eso es un mal presagio. Mañana igual nos levantamos con los campos nevados.

Bernat se terminó el vino, dejó la última ronda pagada y se fue. Quería contárselo a Philip y preparase para lo peor. Con ese temor, tendrían que partir con el alba.

Como predijo el veterano labrador de Salem, a la noche húmeda y templada le siguió un amanecer nevado. Bernat le aconsejó que reorganizase la caravana. Primero las diligencias con los operarios, que irían abriendo camino virgen; luego las seis tartanas con material no pesado, que irían embarrando el suelo y finalmente los animales de tiro y arrastre para surcar la tierra con su paso. Aún a sabiendas de que esto retrasaría comenzar la marcha, Philip le hizo caso. Cuando empezaron a andar la nieve caía abundante y espesa. 

Todos sabían que disponían de apenas unas horas para cruzar la sierra de Benicadell y llegar al valle de Perputxent. Si los cuatro kilómetros de subida fueron un suplicio, los cuatro de bajada se convirtieron en un tormento. A medida que ascendían la nieve crecía hasta llegarles a la rodilla y la tenían que cortar como la mantequilla. El barro, compactado por el frío, se pegaba a los radios de las ruedas y con palos había que soltarlo para facilitar su rodadura. Las manos de los hombres, amoratadas perdían sus fuerzas y sólo los animales de tiro y arrastre se portaron, desatascando las tartanas y relinchando a cada paso que avanzaban. Con bravura subían palmo a palmo la empinada pendiente de la montaña. Empapados y con una cortina de nieve que les impedía ver más allá de su nariz llegaron a lo alto del camino.

"¡Oh, Dios Santo!, no hay continuidad", gritó Bernat y paró la caravana. No sabía por dónde seguir. Ante sí había un manto blanco sin ninguna referencia ni continuidad. En aquellos momentos de dolor, empapado por la nieve y aterido por el frío, pensó que se moría y se acordó del placentero día en que, desde aquel mismo lugar, le mostró a Philip, con orgullo, la tierra prometida del valle del Perputxent que ahora se había convertido en un desierto de nieve blanca. Philip se le acercó para saber por qué se había detenido y sin mediar palabra lo entendió: la nieve había ocultado el camino y no sabía por dónde continuar sin riesgo a despeñarse. Por primera vez vio derrotado a su infatigable escudero.

—Nou problem. Bernat, tú no ser hombre de nieves, tú esperar a Michael, él te ayudar. Michael Cane ser escocia del norte y ser acostumbrado a ver camino con nieves. Yo llamar a mi top manager.

Se rió, no por la ayuda prestada, sonrió pensando que a Philip también le gustaba poner motes y en las situaciones más arduas se atrevía a bromear llamando Topo al capataz que manejaba al grupo de los constructores ferroviarios. No hizo falta mucha comunicación para ponerlos de acuerdo, Michael llegó con un puñado de ingleses y los puso a abrir, bajo las órdenes de Bernat dos finas franjas para delimitar la trayectoria, una indicaba el centro del camino y la otra el límite del barranco y a la que no había que acercarse. Con muchas penalidades descendieron la ladera. Cuando llegaron a Beniarrés ya había medio metro de espesa nieve, así que exhaustos y contentos por no haber sufrido ningún percance decidieron pernoctar allí. 

 

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La colosal nevada de frío polar que hubo en el levante español también paralizó Inglaterra e inmovilizó a Peter en su casa. Cindy intuyó que esta oportunidad no la podía dejar pasar y trazó un plan para acorralarlo y enfrentarse valientemente al infranqueable muro que se oponía a su boda. Si quería normalizar sus relaciones y salvar a Elizabeth, debía abrirle los ojos al procurador, apelando a su rigor de hombre de ley. El procurador de la corte Suprema Sir Peter Parker había sentenciado la unión de su hijo con ella y debía revocarla admitiendo que se había precipitado. Durante dos semanas Cindy le dejó puertas abiertas y resquicios por los que pudiese salir airoso de su despropósito y los rechazó. El momento para que rectificase había llegado. 

Su suegro estaba aburrido en el salón, sentado en su butacón de piel camel, frente al calor de la chimenea, releyendo por tercera vez el desfasado The Oxford Legal Journal, acompañado por su servicio de té y por su viejo güisqui de malta. Al oírla levantó la cabeza y fijó una punzante mirada en su rostro, en una grotesca forma de intimidarla que Cindy ignoró.

—Sir Peter Parker, ¿sería tan amable de concederme una breve audiencia?

—Usted y yo tenemos pocas cosas de que hablar.

—Con todos mis respetos, sólo le pido audiencia y no conversación. Mi intención es terminar con el innecesario sufrimiento que nos está infligiendo.

Ante la inutilidad de su hiriente mirada, Peter apartó la vista del rostro de Cindy y por caballerosidad la dejó proseguir.

—Mi tiempo es valioso, así que sea breve en su exposición.

—Hasta que la nieve no se despeje y el cielo no escampe, su tiempo no importa. Lo único valioso que hay en este mundo es la vida y en un santiamén usted está destrozando muchas. 

—No consentiré que siga hablándome de ese modo.

—Señor, usted sabe bien que a Philip y a mí nos está amargando y desconoce que a su mujer la está matando. Usted no quiere retractarse de lo que ha dicho y eso es el fondo del asunto.

—No me sea insolente, le recuerdo que usted se encuentra en mi casa. 

— Usted me tiene miedo, teme mi salud enfermiza y teme que sea un lastre para su hijo Philip. Todos estamos en su contra y le pedimos que reconsidere su posición, todos vemos felicidad donde usted ve amarguras y todos sentimos dicha donde usted crea desdicha. Dé su brazo a torcer y deje que la vida dicte sentencia, sea feliz y no se anticipe a las penas que el camino nos depare. Acabe con este suplicio y autorice nuestro matrimonio.

—Cállese o hable por usted, no se arrogue hablar por los demás.

—No me callaré. Yo lo hablo por mí y por la gente que quiero. Se lo ruego por ellos a sabiendas de que usted los ha traicionado y no ha entregado a Elizabeth la carta que su hijo le mandó. Sepa que en su interior había un sobre para usted y con su obcecada actitud ha silenciado unas notas que su hijo Philip le dirigía y ahora quiere silenciarme a mí. En nombre de los que le queremos escúcheme y reconsidere su locura, una locura que nos lleva a una destrucción de la que usted tampoco se salvará.

—¡Le ruego que abandone inmediatamente esta sala!

—Así lo haré. Antes de cruzar esa puerta quiero que sepa que su mujer ha visto una copia y le ruega que lea la petición de su hijo Philip. Mi presencia le ha dado esperanzas, le ha dado vida, si quiere que Elizabeth se cure no destruya su ilusión.

Sin esperar respuesta se dio media vuelta y salió del salón, subió a su habitación, hizo la maleta y se despidió de Elizabeth. Repentinamente se marchaba, en medio de aquel tiempo extremo. Valiente decidía abandonar la casa y enfilar por un angosto pasadizo de nieve, tan alto como ella, el camino hacia ninguna parte. Las calles estaban colapsadas por la nieve y el ejército había abierto por el centro una senda que se ramificaba hasta los portales de los edificios. En todos sabían que, por estas circunstancias, la estación permanecería cerrada una semana y si Cindy no encontraba cobijo tendría que volver o moriría de frío. A Peter le quedaba claro que nadie de su alrededor daría otro paso para pedir clemencia, todo estaba en sus manos y el tiempo irremediablemente se agotaba.

Las cartas de Philip llegaban a Manchester ignorantes de que en estos momentos Cindy se encontraba perdida en Oxford, bajo un manto tan blanco como el que envolvía la comarca del Alcoià. Philip desconocía que su prometida sufría por su valiente decisión y ahora vagabundeaba helada en busca de un refugio en el que cobijarse. Se encontraba exhausta, la estación estaba cerrada y no se preveía que circulasen trenes hasta la próxima semana. 

 

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Dos días más tarde de lo previsto llegaron a Alcoi y acamparon en la explanada en la que construirían la estación. Philip no le dijo a Bernat lo que pensaba, no le gustaba hacer leña del árbol caído. Si hubiesen dormido la segunda noche en Beniarrés como él previó, la nevada les habría caído en Alcoi y habrían llegado a tiempo, pero era imprevisible predecir la voluntad del tiempo. Como decía el jefe de obra del equipo de las minas de Riotinto, el gaditano, "a cojón visto, el cabrito es macho". 

Por primera vez en una ajetreada semana Philip se pudo lavar y dormir en una decente habitación. Al cerrar la puerta y quedarse solo sintió añoranza por los suyos, tomó de su baúl papel de cartas y se puso a escribir a la persona que más añoraba. 

 

Querida Cindy:

He tenido la semana más agotadora de mi vida, estoy en una tierra de contrastes, aquí todo parece imprevisible y cuando ocurre lo hace de manera exagerada. Pocas veces, incluso en Manchester, había visto nevar con tanta copiosidad. La naturaleza se ensañó con nosotros con mucha vehemencia; parecía empeñada en hacernos desistir sin darnos la oportunidad de poder comenzar. Afortunadamente estoy rodeado de gente capaz y solidaria, que han sabido remontar todas las dificultades que la climatología nos planteó. Esta vez la fortuna estuvo de nuestra parte y no tengo que lamentar ninguna baja. 

Pronto comenzaremos las obras del tren; empezaremos en Alcoi y aquí voy a fijar una temporada mi residencia. Esta ciudad, industriosa y aislada retrasará un poco más nuestro correo. La semana próxima mandaré a Bernat a Gandía a recoger todas tus cartas. Sé que puntual me has escrito y lamento no poder responderte con la regularidad que mereces; por eso disculpa si te pregunto sobre cuestiones ya resueltas, son cosas que en estos momentos desconozco y me preocupan.

¿Cómo te encuentras? ¡Lo siento mucho, sin darme cuenta he comenzado hablando de mí!, necesitaba desahogarme y no me cabe otra cosa que pensar que tú estés bien, lo demás me mataría. ¿Has elegido el sastre? ¿Has empezado las pruebas de tu vestido? ¿Quiénes formarán tu corte nupcial? En definitiva, detállame cómo van los preparativos. Quiero que me escribas una carta contándome todo sobre ti y nuestra boda. Prométeme que no me traicionarás sacándole secretos a tu padre sobre lo que yo quiero que prepare. Aunque él lo haga lo hace en mi nombre y por mis lamentables circunstancias familiares.

Cuánto me duele el daño que esta situación nos produce, tú no te merecías este trato por parte de mi padre. Ni mi madre, ni yo queríamos que pasases lo que estás pasando. No entiendo esta obcecación de mi padre por algo que es irremediable, ni tampoco entiendo que no haya aceptado mi perdón. Espero que todos estéis bien. Después de lo que he sufrido, cada vez tengo más claro que no merece la pena enfadarnos por minucias ni por aquello que es inevitable como tu delicada salud y mi estancia solitaria en España. Por eso cuando vuelva a mediados de abril haré un último intento por reconciliarme. Querría que todo se arreglase antes de nuestra boda, me haría tan feliz que ellos asistieran y que Elizabeth, mi querida madre, fuese la madrina que me volveré a tragar mi orgullo por ella y por ti. Tú te mereces la boda que has soñado y sé que te encantaría que ella me llevase al altar.

Desde la soledad y la lejanía, espero con impaciencia tus noticias.

 

Cindy, para ti siempre mi amor.

Un caluroso beso de tu prometido Philip Parker.

 

El día siguiente se levantó cálido y soleado, lo que ayudaría a derretir la copiosa nieve caída y alcanzar la normalidad tras la oleada de frío inusual que se había vivido en el levante español. Philip se fue a desayunar al ateneo de Alcoi antes de ir a correos y allí se tropezó con el alcalde de la ciudad que partiría, cuando se lo permitiese la nieve, a Valencia y le propuso entregarle la carta al cónsul mister Stanley Weyman en persona. Ésta iría por valija diplomática y llegaría con presteza a su añorada destinataria.