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Chapter 14 - COCENTAINA

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Cuando ves una persona paseando a su perro terminas por encontrarles similitud. Siempre te queda la duda de saber si es el perro quien se parece al amo o bien es el amo quien termina por parecerse al perro. Lo mismo ocurre con todos los ingenieros, no se sabe si su oficio el que ha cuadriculado su mente o es su mente la que ha cuadriculado a su oficio. Philip decía que Cocentaina le descuadraba, ¡tres kilómetros y medio! era el descuadre que le producía la capital del Comtat al ingeniero Philip. Se entiende que Potries le descuadrase, pero no una ciudad de cinco mil quinientos habitantes, con una potente agricultura y una incipiente industria. Una ciudad así no podía descuadrar a nadie. Y dudó de dotarla de una estación. Muro estaba a la distancia perfecta, dos tercios del trayecto y por ello sería un nudo de comunicaciones. Pero Cocentaina estaba tres kilómetros y medio más allá de la división exacta. Fue el apoyo que dio el diputado local, Ramón de Bonavida, quien inclinó la balanza para que la capital del Comtat tuviese una estación mediana. Los viajeros disponían de sala de espera, despacho de billetes y retretes, además contenía la vivienda del jefe de estación. Para las mercancías, Philip había previsto un almacén cubierto con zona de carga y andén para tal menester. Al final resultó una estación sencilla y funcional para poder expedir las dieciocho mil toneladas de productos hortofrutícolas e importar cinco mil toneladas de materias primas y productos semielaborados que permitirían el desarrollo de la incipiente industria local al abrigo del potente desarrollo de la comarca del Alcoià. 

A Philip le maravilló Cocentaina, una ciudad con solera y por eso se interesó por su historia, su buena gente y sus fiestas. Cocentaina le descuadraba, pero le hechizaba y esa fascinación se la transmitió a Cindy con tanta pasión que ella decidió pasar unos días con él para ver la feria de todos los Santos. Era sábado y durante dos días podrían olvidarse de los lamentables sucesos vividos durante las riadas de finales de octubre. Cogidos del brazo paseaban por el Raval de Cocentaina. Querían pasar un fin de semana de incógnito y creían que entre el gentío de la fiesta y el colorido de las calles se lo iban a permitir. La ciudad se había engalanado para la Fira de Tots Sants y se había transformado en un verdadero recinto ferial. Había dos sectores claramente diferenciados, a cada cual más bullicioso. Cindy y Philip visitaron brevemente la zona ganadera, donde disfrutaron viendo los fuertes equinos de labranza. Ella se quedó prendada del Raval, allí se encontraban una multitud de puestos con productos agrícolas y artesanales, que unido al entorno medieval de la ciudad y a la vestimenta de los tenderos la transportaba al siglo catorce, época de inicio de esa tradición. Pasadas las torrenciales lluvias hacía un sol espléndido y una temperatura primaveral que invitaba a pasear con una simple blusa. Iban por la calle mayor, en dirección al palacio condal y tropezaron con el alcalde, que lo reconoció de inmediato.

—Mister Parker, —le saludó con gran pomposidad y regocijo—, ¿qué hace usted por aquí, acompañado de esta bella señorita? —y se sonrojó, pensando en que tal vez había cometido una imprudencia.

—Ilustrísimo Amadeo, ¿cómo estás? He venido a ver la feria con mi esposa —la miró y se dirigió a ella—. Cindy, este es señor Amadeo, alcalde de Cocentaina.

—Nice too meet you —le tendió la mano Cindy mientras el alcalde, lerdo en el idioma, hacía el gesto de besarla. Bloqueado sin nada que decir, se quedó dando cabezadas—. Encantada de conocerle —y repitiendo su frase lo desbloqueó la monumental inglesa.

—¡Habla español!

—Un poquito.

—¡Ya me gustaría expresarme en inglés como usted lo hace en español!

—Hace un año que lo estudio.

—¿Dónde se hospedan? —ignorándola, le preguntó dirigiéndose a Philip.

—En la posada Real.

—Han elegido el mejor sitio del pueblo. ¿Conoce usted al señor conde de Cocentaina?

—No le conozco, nunca me he reunido con él —sentenció Philip quitándole la importancia que le había dado el alcalde.

—Está aquí, ha venido como usted para la Fira. No suele visitarnos, ha venido aposta, a ver por dónde transcurren las obras del tren y aprovecha para quedarse a las fiestas. Esta noche le invito a cenar y se lo presentaré.

—Lo siento, pero estoy con mi mujer, en viaje de placer y no quiero reuniones de negocios que me obliguen a ignorarla.

—No se preocupe, yo le enseño lo mejor de la fiesta, ¡la fira de noche! y le presento al señor conde. Él es la persona más importante de Cocentaina, cenamos y vemos la fiesta. Usted y su esposa se divertirán mucho. Todos los gastos corren de mi parte, hágame caso y déjelo todo en mis manos. 

El esforzado Amadeo no entendía la posición de Philip. No le cabía en la cabeza que no quisiese relacionarse con el señor duque de Merina y conde de Cocentaina.

—Lo siento mucho, pero quiero pasar estos días con mi mujer se lo prometí después de hacerla sufrir durante las inundaciones y no voy a quebrantar esta promesa. —Le decía Philip despacio, para asegurarse de que lo entendía—Le pido mil disculpas, pero no puedo aceptar. Déle de mi parte mis respetos a su conde. He venido con mi esposa y quiero estar a solas con ella. Nada de trabajo nada de palacio. 

—Usted no se preocupe yo me encargo de todo —insistía obcecado el alcalde—. Hablo con el Conde y esta tarde mando un alguacil a recogerlos y que los lleve al mesón donde cenaremos.

Cindy, en un segundo plano, observaba y entendía el obcecado intercambio de su marido. Aquello era una auténtica conversación de besugos el uno emocionado por agasajar y el otro por mantener su promesa de pasar un fin de semana junto a ella. Se compadeció de aquel humilde hombre que, sudando la gota gorda en pleno mes de noviembre, intentaba relacionar a las dos personas más influyentes de su pueblo. Ella era la traba y ella quitó el impedimento.

—Disculpen mi intromisión. Me gustaría mucho cenar con el señor conde, en su palacio.

—¿En su palacio?, ¡señora, eso no está en mis manos! —replicó Amadeo asustado del berenjenal en el que acababa de meterlo—. Cada uno manda en su casa y yo como alcalde en la de todos. Usted es inteligente y comprenderá que el palacio no es una casa.

—Voy a darle un salvo conducto que le facilitará la labor.

—Usted dirá. Para mí sería un honor poder compartir mesa y mantel con tan ilustres comensales y en tan insigne lugar.

Y Cindy le dijo... Y en vez de calmarlo, además de seguir sudando, le hizo palidecer. Amadeo no se imaginaba que aquella mujer de simple trato, además de ser una preciosidad de porcelana, era noble. Se despidieron y acordaron que un alguacil les traería noticias de la hora a la que se reunirían en el palacio.

Efectivamente como Cindy era noble, al ser hija de la condesa de Durham, ese título fue la llave que le permitió abrir al alcalde las puertas del palacio condal para celebrar allí la cena. El Duque de Merina y conde de Cocentaina se sintió afortunado, esa noche no esperaba a nadie y esta cena le permitía indagar de primera mano el alcance de las obras con el patrón del proyecto. Veladamente podría afinar la estrategia a seguir en la reunión que el lunes celebraría con los alcaldes de su condado. El duque lo preparó todo rápidamente y con esmero felino. 

El engreído duque quería impresionar a sus invitados y sólo consiguió deslumbrar al alcalde. Si hubiese viajado y salido de la decadente corte hispánica se hubiera dado cuenta de la inutilidad de su estrategia. Mostrar su poderío enseñándoles la solera de las piedras de su palacio, haciéndoles recorrer buena parte de los aposentos, fue inútil. Los ingleses tienen piedras de todas las clases, tan antiguas como las de su palacete, para vivir y tan modernas como las del Ship Canal, para hacer de Manchester un puerto de mar. Cuando Philip pasó por el patio porticado del palacio condal de Cocentaina, le recordó Inglaterra y se sintió orgulloso de acercar estas tierras al desarrollo industrial de su país. Lo que estaba haciendo aquí, utilizando modernas técnicas de construcción para hacer los puentes y túneles de nuestro tren, el tren de los ingleses, era enseñar al pueblo, enriquecerlo y con el tren llevar el mar a las comarcas del interior. Por eso la estrategia del duque fue burda y pasó inadvertida, porque él no estaba aquí para ver monumentos, por eso y porque Philip y Cindy asistieron a la cena para no contrariar al bueno de Amadeo y no para ver un palacio como los muchos que hay en Inglaterra. 

La mesa, con cubertería de plata, vajilla de la cartuja y cristalería de bohemia estaba preparada para seis comensales. Cenarían el duque, el alcalde y Philip acompañados por sus respectivas esposas. Ellas, más coquetas y ajenas a lo que allí se cocía se dedicaron a cotillear. Se interesaron por cómo se había adaptado Cindy a su nueva vida, en un nuevo país y se centraron en saber cómo se vivía en Inglaterra y en conocer la opinión que ella tenía de los valencianos. Amadeo, sin comerlo ni beberlo, asistía de comparsa. El duque quería saber el modo de atacar al tren y como buen tahúr interrogaba sutilmente a Philip. Cuando conoció el proyecto en detalle, lo encontró muy interesante. Él se debía a la hidalguía española que no podía, ni quería defraudar y perder una tajada por ayudarles. El duque de Merina sabía qué favor con favor se paga y a pesar de sentirse atraído no podía sumarse al proyecto. Los marqueses tarde o temprano terminarían por pagar su apoyo. Mientras que, si cooperaba con Philip, el anglosajón terminaría yéndose, dejando pendiente una cuenta que nunca podría cobrar. Avanzada la conversación y para aumentar la confianza dejó caer un hecho, a modo de confidencia, que sólo los implicados conocían.

—El lunes me reuniré con los alcaldes por donde pasa el tren. Quiero asegurarme de que la ley se cumple y de que todas las licencias son conformes. Si hubiese algún problema, que no lo creo, utilizaré mis influencias para resolverlo.

—¿Qué problemas?, salvo los destrozos provocados por las lluvias torrenciales, todo está yendo bien. En cuanto reanudemos los trabajos con un poco de esfuerzo recuperaremos el tiempo dedicado a reparar los cuantiosos desperfectos.

—Los españoles somos envidiosos y por envidia ponemos trabas donde no las hay. Si los alcaldes de L'Orxa, Beniarrés, Gaianes, Muro y Cocentaina, no han cumplido escrupulosamente la ley, otros pueblos cercanos se pueden sublevar y pleitear. ¿Usted no querrá problemas?

—No hay ningún problema administrativo y si todo va bien mejor no tocarlo.

—Una manita nunca va mal —interrumpió Amadeo apoyando al duque.

Después de la cena el duque se quedó en palacio, utilizó una excusa para no mezclarse con gente corriente y Amadeo se llevó al matrimonio inglés a disfrutar de la feria nocturna.

 

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Ahora el duque se sabía poderoso, en Alicante faltaba por construir desde Muro hasta L'Orxa y el barranc del Infern. Todo dentro de sus dominios, todo en la comarca del Comtat, en su territorio de influencia. 

El duque de Merina aprovecharía la reconstrucción del puente sobre el barranco del Sort, cuyos cimientos se los había llevado la riada, y los derrumbes del túnel de Beniarrés para atacar el proyecto. Todos los desperfectos de las riadas estaban concentrados en el término municipal de Beniarrés y de estas desgracias él iba a sacar provecho. Reunió a los alcaldes y les comunicó que las obras estaban paralizadas. A pesar de la sorpresa que supuso la noticia de interrupción de las obras, ningún alcalde indagó sobre la veracidad de las órdenes que el duque de Merina traía de Madrid. La palabra del señor Duque sobre esta buena gente de pueblo, fue suficiente para que diesen por buena la prohibición del Ministerio de Obras Civiles de paralizar los trabajos de reconstrucción hasta que no se realizase y evaluase el impacto de viabilidad de las obras ante los cataclismos, como el que recientemente habían sufrido. Les había reunido para darles información directa, proveniente de la capital del reino que ellos como representantes legítimos de la autoridad debían acatar y hacer cumplir. Vistas las recientes inundaciones, todo hacía sospechar que éstas se habían agravado por la imprudente construcción de puentes que cegaban el paso de las aguas. Además, si el túnel cercano a Beniarrés se derrumbaba podía causar un desmonte que arrastrase parte del pueblo, causando una irreparable desgracia. 

"Eso son mentiras, patrañas y artimañas" le dijo el bueno de Eusebio que no le creyó. El alcalde de Muro, harto de lo que estaba escuchando y ante el silencio de los demás alcaldes abandonó la reunión. Al duque eso no le importaba, se lo quitaría de un plumazo. Para él, el mísero alcalde del pueblo de Muro, de apenas tres mil quinientos habitantes, no supondría ningún obstáculo. "Cuando llegue a Madrid, me ocuparé de destituirlo" les dijo amenazador el duque al resto de los asistentes.

 

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El miércoles se habían paralizado las obras. Antes de partir el duque de Merina se había asegurado de que todos los tajos estaban parados. Cuando Philip se enteró se fue a Cocentaina, quería hablar con el duque y desbloquear el asunto. Durante la cena en el palacio había apoyado el proyecto y Philip estaba seguro de que todo aquello era un malentendido. Bernat lo acompañó y se quedó en la taberna del Real mientras su jefe iba a verle. Volvió desolado porque el duque de Merina se había marchado y había dejado vacía la residencia. Nadie le pudo ayudar, sólo quedaba el casero que estaba a cargo del inmueble. Tenía que hablar con su testaferro y diputado por la circunscripción de Cocentaina. Bernat se pasó toda la mañana buscando a Ramón de Bonavida, que estaba en el campo, controlando que las órdenes de su patrón se cumplían. A la hora de comer se hizo con él y tomaron cita para la tarde, después del trabajo cotidiano. Ramón fue tajante, "en las propiedades de los de Merina las órdenes del duque y la ley del reino se cumplen a rajatabla. De momento, las obras paralizadas hasta que nos llegue la autorización del ministerio". 

Por su condición de testaferro, Ramón estaba atado de pies y manos, no así el otro benefactor del tren, Sabino Gisbert. El diputado por Gandía podía agilizar los trámites en Madrid para desbloquear la situación y Philip debería encomendarse a Sabino si quería que las obras se reanudasen. Bernat, que entre idas y venidas indagó a los vecinos, aquello le olía a chamusquina y le aconsejó a Philip que se alejase del asunto, pero el inglés era terco en sus cosas y por nada del mundo consentiría que su proyecto se fuese a pique. 

Durmieron en Muro, en casa de Eusebio y pasaron la velada analizando el asunto. La Guardia Civil era el problema, ellos habían recibido órdenes de paralizar las obras y las estaban cumpliendo. Se desplazaban con sus mulas a lo largo del trayecto y dispersaban a las cuadrillas de obreros que estaban trabajando en el tajo, hasta que las pararon. Eusebio, alcalde de Muro, al ver paralizadas las obras decidió actuar por su cuenta y convenció al regidor de L'Orxa. Ambos pidieron al capitán de la guardia civil del cuartel de Cocentaina que la benemérita no actuase en sus municipios, ellos habían dado los permisos de obras y no los habían revocado. Si la actividad recomenzaba en Beniarrés, el alcalde de Gaianes caería como fruta madura. Eusebio se fue a Beniarrés y no convenció al alcalde que seguía temeroso, él se había creído el engaño del duque y por miedo no quería autorizar la reanudación de las obras.

Philip le pidió a Bernat que fuese a Cocentaina para poner un telegrama y pedirle a Sabino que viniese con Donato, su abogado, para encauzar el asunto. A nadie le interesaba que prendiese un conflicto en los municipios de la zona paralizada y cuyo inductor se resguardaba en la distancia. Bernat partió al alba, más temprano de lo previsto. Como era un hombre de campo y prudente, cuando venían mal dadas desconfiaba hasta de su sombra y además recelaba de los nuevos inventos. Quiso llevar personalmente el mensaje a su destinatario y en vez de ir a la oficina de telégrafos de Cocentaina partió, siguiendo el cauce del río Serpis, hacia Gandía. Era medio día cuando llamaba a la puerta de la casa del diputado. Estaba cansado pero contento de entregar personalmente el recado. 

Semanas más tarde todo seguía colapsado y la gente cada vez estaba más tensa, no trabajaba, no cobraba y no parecía que el conflicto se fuese a solucionar. El diputado Gisbert sentía, ahora sí, la soledad de su empresa. Nadie le quiso ayudar a desvelar la artimaña que el duque de Merina había trenzado. La nobleza había cerrado filas en torno a las pretensiones de los marqueses de hacer fracasar el proyecto paralizando las obras del tren y así resultaba imposible esclarecer el enredo. Cuando Sabino Gisbert fue a Madrid para conseguir la concesión del proyecto del tren de Alcoi al puerto de Gandía y la autorización de ceder la gestión del puerto a una compañía inglesa, nadie vio en ello una amenaza. Más aún, en su fuero interno, todos pensaron que eso sería un fracaso notorio. Estaban seguros de que no encontraría a ningún socio inglés capaz de avalar la empresa y vieron una excelente oportunidad para dar una lección a esos nuevos diputados progresistas, toca pelotas, apartados del glamour de la corte. Ahora que la dársena emergía del agua, como un grandioso iceberg y se veía que los plazos de ejecución se cumplirían sin problemas, muchos comenzaban a temer al tigre que crecía en el floreciente levante español. 

El mejor regalo que recibió Philip para las cercanas navidades vino de Donato, un lúcido abogado de pueblo que le ganaba la partida a los ilustres bufetes de la capital alicantina. Clavó la estrategia y por ello todos lo felicitaban. Planteó ganar la guerra ganando batalla a batalla. Comenzó por Muro, el ayuntamiento, aún regido por Eusebio, pidió en pleno extraordinario que se reanudasen las obras en su municipio. El juez, a la vista de las autorizaciones locales y para el cumplimiento de la ley de concesión firmada por el congreso, avaló esta decisión. Obtenida sentencia favorable y con el beneplácito de la autoridad local, el puente sobre el río Agres y los seis kilómetros que separaban Muro del término de Gaianes se podrían realizar.

 

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Philip había tenido un poco abandonada a su querida Cindy. Se acercaban las entrañables fiestas de Navidad, las primeras que pasarían alejados de su familia y quería al menos que la celebración fuese en el "Palacete París" que le regaló para su boda. Se acercó al ayuntamiento para saludar a Joan y ver si los últimos detalles estaban terminados. Con los líos de su trabajo no le había echado cuenta a la obra. 

—Está todo terminado —le dijo Joan, en perfecto inglés—. Esperaba decírtelo cuando finalizases con tus problemas. Vamos, la vemos y si estás conforme ya la puedes ocupar.

—Cuando podríamos irnos a vivir —le apremió Philip.

—Sin muebles, mañana mismo. No tienes que preocuparte de las licencias de habitabilidad y aguas, personalmente yo me ocupé de todo.

—¡Oh, gracias, esto es fantástico! 

Fue entonces cuando se fijó en su tablero de dibujo. A plumilla fina había dibujada la fachada de un gran edificio público, de trazos lineales y modernistas que le impresionó por su sencillez y energía.

— ¿Qué estás diseñando?

—Un teatro, el acaudalado empresario Peiró me ha pedido que le realice el boceto de una sala en la que se puedan hacer representaciones teatrales y circenses. 

—Me gusta. De habernos conocido antes te hubiese encargado la estación señorial de Alcoi. Prefería un estilo más actual en vez del fabril que ha diseñado el ingeniero de la Lucien Ravel & Company Ltd.

—Te hago una apuesta a ciegas. Estas navidades preparo un boceto de la fachada de la estación y lo ponemos aprueba con nuestras mujeres. Si las dos eligen el mío, tu proyecto lo rompes y ejecutas el que he diseñado.

—Trato hecho. Si ganas —concluyó Philip—, tú haces el resto de los bocetos y yo me encargo de los planos técnicos, del cálculo estructural y de realizar la obra y si pierdes Alcoi se quedará con una estación señorial de corte industrial. 

A la espera de los muebles que habían encargado en Valencia y que tardarían tres meses en llegar, mudaron el dormitorio y el salón a su nueva casa. De prestado y a lo loco vivieron las primeras navidades de casados en su recién terminado palacete.

 La Noche buena la pasaron con los Feliu. Los dos matrimonios estaban lejos de sus familias y se arroparon en una velada hogareña que los alejaba de su nostalgia. Oían bullicio por las calles de Gandía, grupos de animados amigos, niños, adolescentes y mayores que ataviados con zambombas, panderetas, chicharras y botellas ornamentales de Anís del Mono cantaban villancicos. Nada iba con ellos hasta que tocaron a la puerta con vigor. 

Es tradición por estas tierras, cenar con seres queridos, familiares o amigos, y al acabar recorrer la villa yendo de casa en casa felicitando las fiestas al resto de familiares y amigos que no cenaron juntos. De visita festiva en visita, se canta por las calles, se canta en las casas y en cada parada se acomodan los compañeros de ronda. Hay gente que se queda o que se une al grupo y parte con él, eso depende de la siguiente parada, de las amistades que haya en la casa o de los lugares ya visitados. 

Una cuadrilla, capitaneada por Sabino Gisbert, entró cantando un alegre villancico. Como bien imaginaba Sabino, la repostería navideña de Carmen era limitada en cantidad pues ella no se imaginaba que recibiría ninguna entrañable visita de vecindad. Por eso llegó con buen recaudo de buñuelos, de pastelitos de boniato, de cabello de ángel y de anís; con una barra de turrón de almendra duro, una blando y una de chocolate y unos cucuruchos de mantecados, de hojaldres y de polvorones. El arsenal alcohólico no se quedaba pequeño: mistela de Denia, brandy de Jerez y anís dulce del Mono que, además de alegrar el paladar raspando el relieve de su botella con una cuchara se utilizaba como instrumento musical para acompañar a los villancicos. 

—¡Hostia noi!, ¿de dónde has sacado la botella de anís? —exclamó el de Tortosa.

—¿Lo conoces? 

—¡Coño, Sabino, está hecho en Badalona! ¿Es que tú conoces el cava? —le replico Joan.

—No, nunca lo he probado. Cuando estoy en Madrid siempre me han ofrecido champagne francés.

—Ahora lo probarás. ¡Tengo aquí en la despensa unas botellas de Codorniu, hecho en Sant Sadurní d'Anoia, que ya las querrían los franceses!

—No hagamos chovinismo patrio que se nos puede rebotar el británico.

Philip que había escuchado la conversación quiso añadir argumentos a la discusión que se estaba formando.

—Voy a traer unas botellas de whisky. Scotch whisky de pura malta destilada. Iré a casa y cogeré de la bodega un par de botellas. Un buen inglés nunca olvida el licor nacional.

Y la fiesta terminó más allá del alba. Philip no asistió a la comida de navidad. A las dos de la tarde, como habían acordado se encontraban en la puerta de la casa de los Feliu para tomar en familia el cocido navideño. Aunque al despertar el cuerpo estaba para poco, un arroz caldoso y de segundo las verduras con una albóndiga del cocido les permitieron entonarlo. Para fin de año repetirán experiencia, aunque esta vez se reunirían en la casa de Sabino a cenar.

 

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Distendidos, comenzaron el año empleándose a fondo en las batallas que quedaban. Las obras de Muro los llevarían hasta mitad de febrero y Philip quería empezar los trabajos en el Barranc del Infern a principios de la primavera. Pretendía terminar las obras claves de ese sector antes del otoño para evitar que otras lluvias torrenciales destruyesen lo realizado. Donato tenía tres meses para ganar la batalla legal de L'Orxa. Sabino y Philip acordaron que el abogado se encargaría de la tarea judicial y Bernat de las operaciones del terreno.

Philip estaba en el recién terminado edificio de cuatro plantas de la plaza dels Colomets de Gandía. Era la sede de la Alcoy and Gandía Railway and Harbour Co. Ltd. En la planta baja se había habilitado para las tareas administrativas y oficinas del proyecto, allí se había reunido con Bernat para que le ayudase a desenmarañar el bloqueo de los trabajos.

—Bernat, quiero que me ayudes a conocer a la gente de L'Orxa. Quiero que los dos vayamos al pueblo para hablar con los propietarios de las tierras por donde va a pasar el tren. Ayúdame a saber si ellos están de acuerdo con la obra y a saber si han cobrado las indemnizaciones por su expropiación. Quiero saber si están contentos y si hay algún problema conocerlo de primera mano. 

—Philip, casi todo el trazado de L'Orxa discurre pegado a las laderas del monte Perputxent y es propiedad del Duque. Es él quien nos está jodiendo.

—No me importa lo que haga el Duque. Yo quiero conocer la opinión del pueblo, ellos nos pueden ayudar.

—Nunca contrariarán al duque de Merina.

—No te preocupes, sepamos que opina la gente. Si el pueblo quiere el tren pasará por L'Orxa, ellos y alcalde nos ayudarán.

—Que esto no es Inglaterra, que aquí los alcaldes los nombran a dedo.

—Tú no te preocupes, si la gente está de acuerdo, del alcalde se encargará Sabino.

—Bien —sentenció Bernat—, déjeme ir solo y no se inmiscuya en esto, que por su posición no le conviene.

Como Colón, Philip había señalado con su dedo el camino y él iba a recorrerlo. Pasó por casa, lleno su capacho de comida, se despidió de María y se fue a L'Orxa a pasar una semana para saber qué se cocía en el último pueblo de la toda poderosa comarca del Comtat. Iba Bernat cavilando, con su boina en la cabeza y con la jaca cogida del ramal y sonrió. Entonces lo vio claro, si su jefe quería guerra, se daban todos los ingredientes para propiciar una magnífica reyerta. Él tenía una buena razón y contaba con el carácter contestatario de la gente de estas tierras.

 

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La intervención de Duque de Merina había sido fundamental para detener la ejecución de las obras en la comarca del Comtat. Los movimientos hechos en Madrid por los marqueses de Salitre y del Arroyo, alertando del peligro del proyecto tanto para los intereses de la capital del reino como para las ciudades de Alicante y Valencia, habían dado sus frutos. La administración había paralizado los escritos presentados los letrados de la AG impidiendo que la situación se desbloquease. A pesar de la aparente influencia del diputado, en todos los despachos que Sabino pisaba y a todas las puertas que llamaba, siempre obtenía por respuesta: "Don Sabino, la cosa está complicada, es muy compleja y hay que dar tiempo al tiempo para encontrar una solución que a todos satisfaga". El equivalente al vuelva usted mañana que escucha la gente llana en las ventanillas de la administración cuando hace una gestión. Ellos no podían esperar a mañana. La gran inversión que estaban realizando tenía que dar frutos y el puerto no podía perder la década de avance que estaba cogiendo respecto al de Valencia. La desventaja frente al puerto de Alicante la reducirían canalizando el comercio de la potente industria alcoyana. 

Sabino, Philip y Donato se encontraban en Alcoi. Estaban reunidos en la cámara de comercio con su presidente y analizaban la situación de parálisis en la que se encontraba la construcción de la vía del tren.

—El diputado de la circunscripción del Comtat, Ramón de Bonavida, está con nosotros, pero tiene las manos atadas. El Duque de Merina, propietario de las tierras que representa, le dio órdenes precisas de impedir que la gente trabajase en sus tierras y sólo pedirá que intervenga la guardia civil cuando se entere de que los obreros del tren lo están haciendo. Me ha dicho que, si nadie va a decírselo, él no irá a verlo —expuso Sabino al grupo.

—Con el estudio del Colegio de Ingenieros de Minas que trajo Sabino de Madrid, yo puedo conseguir que se reanudan las obras del túnel de Beniarrés —apuntó Donato.

—¿Y las del puente del barranco del Sort? —inquirió rápidamente Philip.

—Necesitamos el estudio hidrológico del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puentes. Todos los daños causados por las pasadas riadas se atribuyen a los estribos del puente —le contestó Donato.

—No os entiendo —insistía Philip—, puedo construir los dos pilares del puente que cruza el río Serpis entre el Recolduc y el Barranc del Infern y no estamos autorizados a retomar la construcción de los estribos del puente sobre el barranco del Sort que está en Beniarrés. 

—No hay nada que entender —le replicó Sabino—, aquí las cosas son así y si protestas igual nos prohíben que hagamos las obras que acabas de mencionar.

—Todos los puentes tienen que estar hechos para cuando llegue el barco con las vías y las vigas de hierro. No importa si el puente sobre el río Agres es el último en terminarse, lo esencial es que esté construido —sentenció contundentemente Philip.

—Tenemos que ser pacientes. Apelaremos al ministerio cuando estén terminadas las estructuras de los puentes y no puedan paralizar las obras —insistió Sabino.

—Por nuestra parte —dijo el presidente de la Cámara de Comercio—, vamos a presionar al Banco de España con pedir el canje de nuestro dinero en oro y que éste se deposite en la sucursal de Alcoy. Después de las guerras coloniales sus arcas están vacías y antes de declarar el estado en quiebra preferirán autorizar la construcción de un puente en un recóndito barranco que a nadie importa.

 

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En ausencia de su marido Cindy disfrutaba de la compañía de su amiga Carmen. Ella pasaba a recogerla con su calesa y se iban a la playa. Allí aprovechaba los terapéuticos paseos para mejorar su salud y aprender español. Ella correspondía a su amiga enseñándole protocolo y las costumbres del pueblo inglés. Cindy disfrutaba de los niños de Carmen y ellas urdían una sólida amistad, que además acortaba la soledad cuando Philip se ausentaba. 

Cindy lo esperaba ilusionada. El ajetreo del proyecto lo había alejado de casa durante quince días y ella tenía una importante noticia que darle. Lo abordó con fogosidad nada más pasó el alféizar de la puerta, se lo contó ilusionada mientras lo desvestía. Él se hizo el desinteresado.

—Pensaba que me ibas a decir que estabas embarazada. En comparación con esa noticia, entenderás que tu propuesta sea secundaria y merecedora de un profundo estudio antes de aceptar.

—Bien, si me obligas utilizaré las armas de mujer.

—¿Cuáles son? —le dijo Philip ignorante de la situación desventajosa en la que en ese momento se encontraba.

A pesar de tener su cuerpo ardiente, ella lo besó suavemente, esbozó una pequeña sonrisa y se levantó, dejándolo desnudo sobre la cama. Sentada comenzó a cepillarse el pelo, mostrando el reflejo de su desnudo perfil en el espejo del tocador. Mientras, Philip la observaba desarmado y atónito, estaba sorprendido ante la hábil maña de su mujer.

—¡Claudico! —le gritó y se rindió por fin—, aunque sean horrendos, todos mis empleados irán con las ropas que tú has diseñado.

—Ahora no me vale, quiero una rendición total —le dijo al tiempo que apartaba su reflejo del espejo y le daba su desnuda espalda.

—¿Más total que aceptar que los uniformes de los futuros ferroviarios de la Alcoy and Gandía Railway and Harbour Co. Ltd. sean diseñados por ti y sin haberlos visto?

—Sí, ahora te exijo que sin verlos digas que son maravillosos, que son tan bonitos como mi querida esposa.

Sin demora se rindió incondicionalmente. Ni la abstinencia por su ausencia, ni la coquetería de su bella mujer podían permitirle estar más tiempo de inútil resistencia. También cumplió con cariño y delicadeza otros íntimos deseos de Cindy. Al terminar, acurrucada a su marido y desnuda le confesó su locura.

—De niña siempre jugaba a vestir a mis muñecas, me gustaba diseñarles la ropa y coserles las telas. De esa forma me pasaba horas y horas divertidas durante los ociosos días estivales. 

—Aún no es verano y ya no eres pequeña. ¿Me estás diciendo que te aburres? 

—No, déjame terminar —le dijo Cindy y saltó sobre él.

 Le inmovilizó sujetándole los brazos en cruz y apagó las palabras de su marido con su escultural desnudez. En silencio se miraron con ternura.

—La rendición ha sido incondicional —se defendió Philip, al sentir que volvía a desearla.

—Me apetecería dedicarme a diseñar ropa —Prosiguió aplazando la tentación para cuando hubiese terminado—. Sí, señor presidente de la Alcoy and Gandía Railway and Harbour. Además, he vencido y por eso voy a diseñar la ropa de sus ferroviarios. Sin cobrarle un sólo penique, esa será mi contribución a su primer gran proyecto.

Se dejó caer con sus carnosos labios sobre su boca antes de que Philip pudiese articular otro gemido de placer. Esa idea, que en la soledad Cindy gestó, la llenó de energía, porque la ilusionaba y la ocuparía cuando Philip se fuese a trabajar. Durante la cena le enseñó por fin sus bocetos que, con el fragor de la batalla, había olvidado mostrarle.

 

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El túnel de Beniarrés estaba cubierto con sillares y los hombres llevaban una semana parados. Si se quería terminar en plazo el proyecto no se podían demorar más las obras, había que sortear las trabas administrativas que bloqueaban los trabajos en el Comtat. Philip decidió cambiar la planificación y tomó la decisión de comenzar las obras del tramo del Recolduc. La montaña de la Safor y el río Serpis impedían el acceso fluido a los hombres y a los animales a la zona donde continuarían los trabajos. Para sortear el río Bernat le enseñó una senda que tardaban una hora para sortear sus treinta metros de desfiladero y además los carros no podían pasar. Por eso Philip construyó un puente de madera sobre el río Serpis. Utilizó los estribos del puente metálico Nº6 y añadió un pilar de madera intermedio para cruzar el río Serpis entre el Tarrassó y el Recolduc. Todo este trabajo no sería inútil porque ese pilar serviría de andamio para colocar las celosías del puente de hierro. Bernat estaba contento; mientras las obras discurriesen por el Recolduc, a tres kilómetros de Villalonga, él podría cenar y dormir en casa. En los últimos dos años sólo lo había hecho los fines de semana o cuando Philip no estaba. 

De sábado a domingo de la semana siguiente, en nueve días de duro trabajo terminaron el puente provisional de la Safor. Con el acceso al Recolduc abierto, el equipo de Michael Cane comenzó el desmonte con celeridad. Una semana más tarde habían franqueado el primer kilómetro y se encontraba en la Troballa, lugar donde se encontró la Mare de Deu de la Font, patrona de Villalonga. La ladera se había vuelto acantilado y la tierra roja en compacta piedra gris. Estaban a las puertas de un gran túnel que Jesús comenzó a perforar con avidez. Con la última explosión, que liberaba doscientos ochenta metros de paso por las entrañas de la Safor, Jesús se reunió con Philip.

—Jefe, la virgen nos ha echado una mano y no habrá que cubrir con sillares su interior. Así que parte del tiempo perdido lo vamos a ganar aquí.

—¿Por qué no se necesitan sillares?

—Dentro todo es piedra, como una cueva. La voy a picar para moldear sus puntas y Sebastián sólo tendrá que recubrir los veinticinco metros de cada boquilla de acceso.

—De acuerdo, así evitaremos la caída de piedras en las bocanas. ¡Fantástico!

 

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Llegó la primavera y las obras del Recolduc seguían desarrollándose con mucha lentitud. La dificultad orográfica y la solidez de sus laderas hacían arduo el trabajo. Era el quince de marzo y Philip tenía que atender compromisos sociales en Gandía, Así que estos días los dedicaría a la fiesta y a ver como avanzaban las obras del puerto. Pasó la mañana leyendo informes de cuentas, para ver cómo marchaban las finanzas del proyecto. Se quedó intranquilo, que no preocupado, porque había ahorrado un tres por ciento y aún faltaba contabilizar la reconstrucción del puente. "Tengo margen, pero no hay que descuidarse. Hasta que no ponga en funcionamiento el puerto y el tren siempre cabe que surja algún imprevisto". 

Era domingo y decidieron ver el partido matinal de fútbol y comer en la taberna del Puerto, un sitio simple y encantador en el cual podían tomarse una riquísima paella hecha con peces recién pescados. Pasearían apaciblemente por la playa y después comerían. 

Regresaron pronto para tener tiempo de arreglarse e ir a la solemne recepción a la que estaban invitados. Se inauguraba el Teatre Circ Serrano en el paseo Germanías, primera obra pública del arquitecto y amigo Joan Feliu. Era una obra cuya fachada de estilo modernista destacaba por la simplicidad de sus formas y ornamentos decorativos. Su zócalo de piedra terminaba con una cenefa laureada en relieve que se cortaba en cinco puertas. El conjunto daba un amplio acceso al recinto y evitaba que se aglomerase la gente a la salida del espectáculo. Tenía capacidad para trescientas personas y su estructura interior era de líneas suaves que le daban una notable acústica. Todas las lámparas eran de petróleo y se podían bajar hasta el escenario o el patio de butacas, para que se encendiesen sin peligro. Para Philip y su amigo Joan este edificio guardaba un secreto, había servido de inspiración para la estación de Alcoi. Ahora otra apuesta los unía, la de saber si alguien notaría que ambas edificaciones eran gemelas 

La inauguración del teatro era el primer gran evento de la semana fallera. Al día siguiente comenzaría la plantà y allí se celebraría la entrega de premios a los monumentos falleros. Cuatro días más tarde era la cremá y Philip debía holgazanear todos estos días ya que como personalidad relevante de la ciudad había sido invitado a todos los actos en los que participaba la corporación gandiense.

Se plantaron seis monumentos falleros, la falla ganadora fue la del Prado y el ninot indultat se lo llevó la calle Major. Philip no se esperaba el jolgorio de las bandas de música en las calles y el estruendo de los petardos y de las mascletàs de medio día, pero lo que más le sorprendió fue verse retratado con su amigo Joan en una pareja de ninots.

—¡Ah, que gracioso! —le decía a Sabino, señalando como un niño su figura. Cogido del brazo de Cindy los dos se partían de risa viendo su caricatura—. Lástima que no lo puedan ver mis amigos de Inglaterra. No entiendo por qué yo estoy representado en un muñeco de una falla.

—Las fallas son una sátira de lo ocurrido en la sociedad el último año. Joan y tú estáis cambiando la fisonomía de esta ciudad y por eso os representan.

—¡Ah y el alcalde también! No lo había reconocido. ¡Qué gracioso! Los escritos, ¿por qué hay unos carteles escritos?

—Complementan con palabras el sainete que representan los monumentos.

—¿En mi caso qué dice? No entiendo el valenciano escrito.

—"Forasters vindrán que el poble cambiarán". Más o menos dice "foráneos vendrán a cambiarnos la fisonomía del pueblo".

—Por eso detrás de nosotros hay un tren y la fachada del teatro Serrano.

Sabino llamó al fotógrafo e inmortalizaron el momento haciéndose varias fotografías al lado de los muñecos. El diecinueve por la noche ardían las fallas, lo que sin querer hizo llorar a Cindy, contagiada de los sollozos de las falleras.

Al terminar las fallas Philip y Cindy tuvieron que ir a Valencia para pasar consulta con el doctor Peset. Comenzaba la primera primavera y como le dijo el médico el año anterior se sentía mejor. El clima y el tratamiento habían hecho su efecto. El doctor no quiso bajar la guardia y le recomendó que no se saltase la medicación y que continuase con su semana de baños terapéuticos. Las radiografías indicaban que la congestión disminuía, pero sólo la persistencia garantizaría la curación. 

El resto de la semana Philip la dedicó a actualizar la planificación, controlar la marcha de las obras del puerto y a las cuentas. Iba de las oficinas de la sede a la obra del Grao de Gandía. Las obras de la estación del Puerto habían terminado recientemente y las del complejo ferroviario de Gandía lo harían en apenas dos meses. El atraso de las obras en el Comtat había provocado el adelantado de las de la Safor. El dique del puerto estaba coronado y sólo quedaba sujetar con hormigón su cima para que además fuese un camino de paso. Philip, hombre de ciudad, se dio cuenta que un dique también podría tener otra utilidad que la de retener las corrientes y aguas bravas del mar. La gente de mar comenzaba a utilizar el dique de su puerto para pescar y eso lo vio paseando al atardecer, abrazado de su mujer para ver una puesta de sol, en sintiendo la brisa marina. Les gustaba llegar hasta la última piedra del dique y sentarse un rato a escuchar el romper de olas. Al acabar la semana habló con Jack Brown, el jefe de obra del puerto.

—Vamos a comenzar la dársena, Jack y después dragaremos el puerto.

—Me parece acertado, así los barcos dragadores podrán llevarse los escombros y todas las inmundicias de la obra y el puerto estará limpio para su inauguración.

—¿Sabes lo que eso significa?

—Sí, jefe. Deberé tener terminada la dársena antes de que empiece el dragado.

—Es decir, en seis meses —sentenció Philip

—Para entonces el muelle estará terminado —le aseguró Jack.

 

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Hay veces en las que el hombre es capaz de cambiar el curso de la naturaleza y si además le facilita su camino, cuando la cicatriz de su intervención cura, deja un paraje de belleza sublime. El Serpis es un río Mediterráneo. En general los ríos Mediterráneos son cortos, rápidos, de caudal variable y sin recovecos. Son como su gente, siempre van de frente y los ves venir de lejos. Mira por donde este río tenía un meandro en pleno cañón del Recolduc. Un nervio de dura piedra de la sierra de Ador le impedía seguir su camino natural y le obliga a incrustarse en la Safor. Lo cruzaría con dos puentes gemelos de piedra, cada uno de sesenta metros y con dos arcos rebajados. Philip no quería que en las grandes crecidas el agua no cupiese por el meandro y arrasase la vía férrea. Para proteger el trazado de las riadas, había pensado que el río siguiese su cauce natural y utilizar el meandro como un desahogo adicional.

Bernat no asistió a las explosiones de apertura de los túneles Nº8 y Nº7 en el Recolduc. No había ladera, sus salidas eran dos acantilados que impedían sentarse encima de la embocadura para sentir la vibración de la explosión que lo abría. Era una sensación placentera, no exenta de riesgo y que él asociaba a sentarse sobre un cañón cuando iba a ser disparado. Esta emoción vivida en los túneles Nº1 de Cocentaina y el Nº2 de Beniarrés, aquí era imposible de repetir. Sin saberlo, Philip le había guardado un espectáculo pirotécnico excepcional que él también quería observar. Esa mañana, Bernat se sorprendió al ver a todos los trabajadores atrincherados en el segundo túnel, allí dejaron las monturas y continuaron a pie, sólo Philip y él. Nunca había notado tanta precaución y tensión en el ambiente.

—Philip, ¡qué vas a explotar la Safor! —le dijo Bernat con tono serio.

—No seas impaciente, te lo mostraré cuando lleguemos a lo alto de montaña.

—Che, ¿qué no ves, que los tienes a todos acojonados?

—¡Ay, tú siempre con los cojones!, ya te he dicho que no seas impaciente, pronto lo sabrás. Sigue tu dicho famoso: "no te preocupes por saber lo que el tiempo te dirá".

Entonces Bernat se preocupó. Después de las fallas Philip se había vuelto muy irónico y cuando las cosas estaban distendidas intentaba aplicar el humor local, salpimentado con cierto glamour inglés y eso durante el trabajo no le encajaba. Miró hacia abajo, balanceó un par de veces la cabeza y continuó, lo conocía, pasaban mucho tiempo juntos y algo gordo se preparaba. Llegaron a la ladera, por la que discurría el meandro y subieron su escarpada pendiente hasta topar con una caseta de muro de piedra que estaba excavada en la montaña. Dentro se hallaba Jesús y tuvo la certeza de que se preparaba algo con dinamita y a lo grande. Agudizó los sentidos y notó que por el río apenas bajaba un hilo de agua. Además, un dique de maderas tapaba la entrada del meandro. Jesús salió para unirse a la explicación que Philip le hacía.

—Bernat, tú serás el primer hombre de la Safor que verá cambiar el cauce del río Serpis.

—No te entiendo, Paco, pero con las cosas de comer no se juega y el Serpis ha estado ahí toda la vida.

—Ves el meandro, cuando Jesús explote la dinamita y el torrente de agua embalsada se libere, entonces el meandro se convertirá en una isla.

—¡Collons! —era lo único que se le ocurrió a Bernat

 Él podía entender las cosas medio naturales, como agujerear la tierra para hacer un túnel. Al fin y al cabo, el hombre también excava la tierra para edificar bodegas que, como las cuevas, aseguran una temperatura constante donde criar y conservar el vino. Eso, como los túneles, era casi natural y entraba dentro de su cabeza, pero cambiar el cauce de un río, de su río, del río Serpis, eso eran palabras mayores que no se podía comparar con construir la vía de un tren o echar piedras al mar para levantar un dique. 

—Voy a efectuar tres explosiones controladas. En la primera desmontaré la media lengua del meandro, la segunda reventaré la presa que hemos hecho aguas arriba.

—¡Ya sé por qué no corre agua por el río! —interrumpió el atónito Brenat.

—En la tercera lo convertiré en una isla, cortaré el meandro ayudado por la fuerza del agua que arrastrará las piedras.

—Ahora vas a ver la mascletá de Jesús. ¡Él es un pirotécnico buenísimo! —le dijo señalando hacia arriba con el pulgar.

—¡Philip, eso, lo que tú vas a hacer, tiene cojones!

—No, yo no, mañana será el tren, nuestro tren, el que tendrá cojones.

—Vayamos para dentro y comencemos con el trabajo —apuntó concentrado Jesús, consciente del delicado momento y temeroso de que algo saliese mal.

Todo salió perfecto y muy bien sincronizado. Aquello fue un auténtico espectáculo visual y de sonido. 

Tras realizar los puentes, que a partir de ahora serian llamados del desvío, todo resulto más rápido hasta llegar al puente del infierno. En este punto el trazado volvía a cruzar el río para abrirse paso sobre las laderas de las montañas de Benicadell y entrar en el término de L'Orxa. Los dos túneles, de cuarenta y de veinticinco metros, se terminaron en apenas dos semanas. Los dos puentes de mampostería, uno para salvar el barranco de la Plana y otro el Salt de la Mata, eran similares, tenían un solo vano y unos veinte metros de longitud. Las obras ya agonizaban en el término municipal de Villalonga y había que buscar una salida a la anquilosada situación.

 

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Philip se reunió con Sabino y Donato en la sede central de Gandía, les expuso el estado de avance del proyecto y les anunció que, en un mes, cuando terminase el puente del Barranco del Infierno, todo se paralizaría. Si no se desbloqueaba la construcción del tramo de Beniarrés al Barranco del Infierno el proyecto se retrasaría. La situación comenzaba a ser preocupante.

—¿Philip, estás seguro de que en un mes has terminado? —le preguntó Sabino.

—Sí, completamente. Con la experiencia que tenemos no tardaremos más de un mes en realizar la estructura de un puente de tres vanos de veintidós metros con dos pilares de ocho metros de altura. Al terminar esa estructura, nos quedan trescientos metros de solera y habremos completado el trazado en Villalonga. 

—Ya estaremos en el Barranc del Infern, territorio prohibido. Donato, ¿no hay nada que a nivel judicial puedas desbloquear? —preguntó Sabino.

—Nada, todo está cerrado a cal y canto. Nuestros enemigos tienen mucho poder —le respondió Donato.

—¿Podríamos intentar construir el tramo del Barranco del Infierno desde Villalonga, aunque estemos en término municipal de L'Orxa? En Valencia no tenemos oposición —sugirió Philip buscando alguna alternativa.

—No, eso sería una excusa perfecta para entrar en complejos procesos jurídicos que nos bloquearían por años. Les haríamos un favor si lo hiciésemos —respondió rápidamente Donato antes de que el diputado tomase aire de grandeza parlamentaria y se saltase la normativa.

—Entonces sólo queda ir a Alcoi para ver si ellos pueden hacer algo. Allí tenemos a nuestros socios y en ellos nos tenemos que apoyar.