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Chapter 15 - ALCOI

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"Poderoso caballero es don dinero". Y la gente de Alcoi tenía mucho dinero, tanto que en esa ciudad de treinta y dos mil habitantes había una sucursal del Banco de España, la única en la provincia y una de las pocas en España. Sus necesidades de liquidez la hicieron indispensable. Todas las semanas había que acuñar las monedas para pagar las nóminas de los obreros de sus fábricas y esta cantidad de dinero no se podía traer con tanta frecuencia desde Madrid. Su emergente industria textil, de papel y de máquina herramienta, daba para eso y para mucho más. Daba para granjearse las envidias de toda una nobleza, una provincia y un país. Pero ella, ignorante de lo que se cocía en los mentideros nacionales, seguía a lo suyo, a crear más prosperidad y más riqueza para su gente. Además, insolente, los había desafiado haciéndose puerto de mar al unirse a Gandía a través del tren. Para más ofensa, su puerto lo gestionarían los ingleses. Y eso con el tiempo lo pagaron y todos los envidiosos, con rencor y sin aspavientos, poco apoco, le fueron robando su prosperidad.

El alcoyano es gente alegre, emprendedora y pragmática que no entendía de nacionalidades; entendía de negocios. Y en los albores del siglo veinte, sobre construcciones, industria y comercio los mejores eran los ingleses. Por eso apoyaron a fondo el proyecto del tren y puerto que Sabino les presentó y ahora se estaba terminando. Los alcoyanos se sentían orgullosos de poder tener un tren humilde y obrero, un tren de vía estrecha. Lo que para otros un ancho de vía de un metro era un tren insignificante, para ellos era el camino al mar, su comunicación con el mundo y su nexo con el comercio internacional. Ellos sabían que sin hacer ruido este proyecto les permitiría crecer y liderar la modernidad, en la industria y en el comercio, a través de su puerto y de su tren, a través del tren de los ingleses y llegar a ser una referencia nacional. En aquella época, Alcoi era una ciudad temible por su economía y por su demografía pues se situaba entre las veinte más pobladas de España y la única que no era capital de provincia. En Alcoi nadie era consciente de ello, aunque después los reaccionarios le fueron pasando factura. 

Joan Feliu le ganó la apuesta a Philip, cuando en la cena de navidad les presentó el boceto modernista de la estación de Alcoi a sus mujeres. No hubo duda. Carmen y Cindy prefirieron la estación neoclásica de Joan a la estación industrial que el arquitecto de la Lucien Ravel & Company Ltd. había dibujado para la ciudad de Alcoi. Así que ahora le tocaba a Philip construirla.

—Yo te ayudaré y quiero afirmar ante estas bellas señoras que no lo hago por ti, no quiero que tus delineantes y proyectistas le quiten un pelo del encanto que ha provocado a estas damas —sentenció Joan eufórico por el alcohol y por su victoria.

—No rechazo tu ayuda, pero en la apuesta se decía claramente que era mi equipo quien se ocupaba de las estructuras y a eso no renunciaré. Es más —dijo Philip con gallardía británica—, seré yo personalmente quien realice lo cálculos para asegurarme que brillará durante muchos años.

Alzaron sus copas y los cuatro brindaron por la larga vida de la estación de Alcoi. Estaban ante el boceto del edificio destinado a pasajeros, formado por un bloque central de catorce metros de fachada, todo de piedra y en líneas rectas y modernistas. Tenía cuatro ventanales que nacían sobre un zócalo de sillería y la puerta para pasajeros estaba custodiada a la derecha por un reloj de metro y medio, a la izquierda por la campana que tañería el jefe de estación para autorizar la salida de los convoyes. En el frontispicio tenía un remate con el contorno del perfil del escudo de la ciudad y el nombre de Alcoi grabado en su interior. Era espectacular la sobriedad y sencillez con la que cada ventana era coronada por una vidriera que daba luz a su interior sin necesidad de abrir los postigos de madera de sus ventanales acristalados. La estación disponía de despacho de billetes, de sala de espera y de cantina. El edificio central tenía adosados dos edificios simétricos de ladrillo de cara vista y sus contornos estaban perfilados en piedra. De ese modo Joan le dio a la estación de Alcoi el toque de semblanza con las demás estaciones de la línea, utilizando para construir la fachada de los edificios anexos los mismos ladrillos que en aquellas perfilaban puertas. En definitiva, Alcoi tenía una estación no de primera clase, sino de categoría especial, una estación señorial para una ciudad industrial y próspera. Al lado de aquel edificio, el resto del complejo formado por el depósito de agua, la plataforma giratoria, el muelle de carga, la grúa, el almacén para las cocheras y los talleres, parecían insignificantes, aunque indispensables para el correcto funcionamiento del negocio. 

La estación estaba alejada de la ciudad, pero cercana a la industria, la razón de ser del proyecto. Por eso Philip, como presidente de la Alcoy & Gandia Railway & Harbour Co. Ltd., había negociado con la cámara de comercio y el ayuntamiento de la ciudad, que se hiciesen cargo de construir un tranvía tirado por caballos. Éste uniría la Plaza de la Constitución con la estación, que estaban separadas por un kilómetro y medio. Los de aquí, que eran aficionados a poner motes, ya comenzaban a llamarla la Estació de Baix, por quedar alejada y más baja que la ciudad.

 

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Enfrascados en el problema de conseguir que se reanudasen las obras en la comarca del Comtat, a nadie se le ocurrió que en Alcoi era festivo. Llegar un jueves veintitrés de abril día de San Jordi a Alcoi y pretender que hubiese posada libre era imposible. Es el día más grande de sus fiestas y los alcoyanos lo esperan con pasión. Es el corazón de la fiesta de moros y cristianos, ese día sólo trabajan las tabernas, las posadas y los hostales; el resto de los mortales de Alcoi está en la calle divirtiéndose, bebiendo, comiendo o participando en alguna filà. 

Llegaron a medio día, entre la procesión de la reliquia y la misa, Joaquina, muy devota, no estaba y Jordi no pudo darles razón, él sabía que el hostal estaba lleno. Si se podían poner otras camas era cuestión de su madre que llegaría a la hora de comer. Llenos de polvo por el largo camino, se limpiaron un poco y esperaron junto a una jarra de vino y un plato de cacahuetes con altramuces. No podía evitarlo, pero cada vez que la veía, a Bernat se le subían las tripas y hoy iba muy mujer y bien arreglada, iba de solemne domingo, vestida para la misa Mayor. Cuando los vio les saludó con respeto y efusión y de su repleto hostal les ofreció, a Philip la habitación de su hijo y a Bernat la bodega, ella y Jordi dormirían juntos. Como no quedaban colchones, le dio dos sacos de esparto para que se hiciera un jergón, así que Bernat ya tuvo con qué entretenerse, esa tarde iría a buscar hierba fina para rellenarlo.

—Hoy no encontrará a nadie —le decía Joaquina con preocupación. Era jueves y se temía que hasta el lunes perdiesen su tiempo—, todo el mundo está de fiesta. Esta tarde hay "diana vespertina, a las ocho, procesión y después retreta". Aquí el que no está de moro, está de cristiano y el que no durmiendo la mona.

—Bien, hoy todos están de fiesta y mañana todos a trabajar —insistía Philip sin perder la moral de concertar una rápida entrevista con los accionistas y empresarios de la ciudad. 

—No, señor ingeniero, mañana es un día grande y nadie trabaja.

—¡Oh, no es posible! ¿cuándo comienzan los días pequeños para vosotros? —le decía con cara de hartazgo.

—Con todos mis respetos, mire usted y verá cómo dentro de un ratito lo entiende. En Alcoi estamos en fiestas, hoy es San Jorge día devoto y grande por excelencia. Mañana es el día dels Trons, donde se celebra la batalla de moros y cristianos. Todo el mundo se reúne en la plaza, alrededor del castillo de madera que los moros toman a arcabuzazos por la mañana y los cristianos lo retoman por la tarde. El que no tiene un arcabuz, tiene alguien que tiene un arcabuz y va a la plaza a verlos desfilar. Y si no lo tienes, conoces al que lleva la pólvora para el arcabuz, o bien conoces al que conoce y unos por otros todo Alcoi está en la calle. ¿A que ahora sí me ha entendido?

—Bueno, mañana es fiesta, pero pasado mañana todos al trabajo.

—Pasado mañana Dios dirá.

—¿Qué significa Dios dirá?

—Que todos trabajan menos los que han muerto en la batalla.

—¡No me lo puedo creer que aquí se maten a las personas por hacer una batalla durante las fiestas!

—¡Hombre, señor ingeniero, que aquí no somos bestias! —le dijo como ofendida la Joaquina.

—Me acaba de decir que hay una batalla con rifles y que los muertos no van a trabajar el sábado —bromeó Philip a la hostelera.

—¡Qué eso era un suponer! Los que han bebido mucho café licor y se han emborrachado hasta el tuétano están malos y no se levantan a trabajar. El jefe, que si no van lo entiende, les descuenta el salario y a otra cosa mariposa.

—De acuerdo, hoy me voy a ver la fiesta y sábado al trabajo —de esta forma simplificó Philip el programa de fiestas de los alcoyanos.

Se fue y vio la Diana Vespertina del Cavallet, donde desfilaron la Filà dels Realistes y la Filà dels Berberiscs. En una esquina de la plaza observó cómo pasaban, ataviados con trajes medievales, hileras de hombres vestidos de moros o de cristianos y capitaneados por una persona que los hacia avanzar y cimbrear. Tras cada grupo iba una banda de música con acordes de marcha que los acompañaban y animaban instrumentalmente el pasacalle. Al terminar, como él no era de esta parroquia ni de procesionar santos, se fue a la cámara de comercio y se tomó un par de wiskis esperando encontrar algún conocido con el que conversar o preparar la reunión que relanzase la obra.

—Señor —le abordó Joaquina nada más entrar al hostal—, me ha dicho Bernat que hoy no viene a cenar y que dormirá en L'Orxa.

—¿Por qué se ha ido a L'Orxa?, tú le has dejado dormir en la bodega, ¿no le gusta dormir en la bodega?

—No, a él le gusta la bodega y le gusta mucho más de lo que usted podría pensar, no es un tema de alcoba; no es eso y no es porque yo sea cotilla, pero algo serio se lleva entre manos. Cuando llegó con la hierba fina, preparó su jergón y se marchó, "trabajo hecho no pesa" me dijo. Es verdad, ya lo tiene preparado para mañana. Hemos hablado antes de partir y me comentó que tenía unos asuntos pendientes en L'Orxa que quería arreglar —ella que, cuando se ponía a hablar, era muy de arrancarse y de no parar, prosiguió sin descanso—. Lo vi preocupado, pero no quiso decirme nada. No es que yo tenga una gran amistad, pero cierto roce sí tenemos, al menos como para hacerme alguna confidencia que otra. Sé que quiere estar mañana para ver la batalla, nunca la ha visto y el día dels Trons es muy espectacular por el colorido y ruido que los alcoyanos hacemos. Si insistí y le pregunté, no fue por meterme donde no me importa, pero yo le ofrecí mi casa y si no quiere dormir, me gusta saber por qué rechaza la oferta. Y le digo yo, señor ingeniero, que él no la rechaza porque esté molesto o porque no esté a gusto, yo creo que simplemente se fue porque tiene asuntos que resolver y deben ser muy secretos porque nada me ha querido decir. Por casualidad, y no es que yo quiera meterme donde no me importa, ¿no le habrá encargado un trabajito bajo cuerda?

—¿Qué significa bajo cuerda?, no entiendo la pregunta que me haces.

—Eso quiere decir algo que no está previsto dentro de su trabajo. Hombre, que no es que me interese, pero usted sabrá, algún trabajito delicado y no muy legal.

—¡No, nosotros no trabajamos bajo cuerda, todo el trabajo que mando es legal!

Ahí quedó el asunto y ella se fue a servirle la comida convencida de que esos dos se traían algo entre manos que no pudo averiguar. A Joaquina al ver a Bernat también le ardió el estómago, añoró la bodega y no la pudo volver a disfrutar.

La gente de negocios trabaja incluso cuando es fiesta. El sábado contactó con sus socios y decidieron reunirse el domingo en la cámara de comercio. Las presiones con el Banco de España tardaban en dar sus frutos, su consejo rector debía reunirse para hacer una propuesta al consejo de ministros, era el gobierno quien autorizaba a cancelar el papel moneda en oro. Salvo causas de fuerza mayor, el consejo rector se reunía tres veces al año la siguiente era en junio y hasta entonces no se sabría nada.

—Aunque cada billete lleva impresa la frase "El Banco de España pagará al portador la cantidad de...", hacer cumplir ese aforismo y convertir el papel dinero en su equivalente oro es muy difícil.

—Algunas de las personas que se oponen al proyecto están en el consejo. El duque de Merina es vicepresidente y los marqueses de Salitre y del Arroyo son vocales, costará mucho convencer a un consejo tan hostil.

—Esto no es un tema de deliberación, es consultivo. Si no se ponen en peligro las arcas del Estado han de realizar el informe preceptivo y elevarlo al consejo de ministros.

—Si bien os he entendido —matizó Philip—, negar vuestra petición sería tan grave como declarar al país en quiebra.

—Efectivamente, sólo se limitarán a dar un informe negativo con los inconvenientes de hacer efectiva esta petición —prosiguió el presidente de la cámara de comercio—. Yo creo que el ministro de industria nos pedirá la opinión a la Cámara de Comercio de Alcoy. Entonces mediaremos entrando en un proceso de negociación que nos lleve a la autorización inmediata de las obras en el tramo de la comarca del Comtat a cambio de que la sucursal alcoyana del Banco de España sólo acuñe la moneda que la ciudad necesita y no disponga su equivalente en lingotes de oro.

—Yendo rápido no podremos reiniciar las obras hasta septiembre y cinco meses de retraso yo no los podré recuperar —concluyó un abatido y lacónico Philip.

De regreso a Gandía en silencio, por primera vez no tenían ganas de hablar, retornaron el camino acompañados por la soledad de su silencio. Philip pensaba en que solamente podía terminar las obras que estaban en curso en el Recolduc y comenzar las estaciones que le faltaban. Esto les ocuparía hasta finales de junio, entonces debería despedir a cuatrocientos trabajadores y no contratar al centenar que tenía previsto para acometer con garantías las duras obras del Barranco del Infierno.

 

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Como reguero de pólvora comenzaban a extenderse los rumores de la paralización de las obras y el perjuicio que ello supondría para las comarcas del Alcoià y del Comtat. La burguesía de Madrid y el poder oligárquico del estado impedía, como otras veces, que el antiguo Reino de Valencia emergiese con poder y fuese el primer territorio en rehacerse del desastre colonial. El malestar crecía como la gangrena y si no se tomaban pronto medidas nadie podría parar una revuelta obrera y popular. Philip se enteró leyendo los dos diarios de Alcoi y contrastando sus noticias con lo que en Gandía se decía. 

El diario El Serpis traía el siguiente artículo en su edición del viernes:

"Las obras del tren de Alcoi al puerto de Gandía están paralizadas debido a problemas administrativos y de legalización. El mismísimo Duque de Merina hace tiempo reunió a los alcaldes de la comarca del Comtat para comunicarles una decisión del ministerio de Obras Civiles pidiendo su paralización hasta que se realizasen estudios de viabilidad para asegurarse que las mismas no taponan los cauces del río y de los arroyos impidiendo el paso de las aguas desbocadas durante las riadas. La empresa constructora debe hacer un esfuerzo y rápidamente realizar los estudios que demuestren la factibilidad del proyecto para que las obras se retomen. Desde aquí apoyaremos con todas nuestras fuerzas la elevación de este informe y su rápida resolución por parte de la autoridad competente."

El diario la Unión Republicana publicaba el lunes siguiente: 

"El alcalde de Muro destapa la farsa de la oligarquía centralista. Apoyado por el diputado local de Gandía, Sabino Gisbert, ignoró el falso edicto del Duque de Merina y dejó proseguir las obras en su municipio. Los pueblos de L'Orxa, Beniarrés y Gaianes se rebelan contra sus alcaldes y exigen a las autoridades locales que levanten la orden de paralizar las obras en sus municipios. El cierre patronal de la industria alcoyana y la multitudinaria manifestación de todos los sectores ciudadanos, obliga intervenir al Gobernador Civil de la provincia de Alicante. La revuelta corre el riesgo de extenderse a la comarca valenciana de la Safor, donde las obras avanzan a buen ritmo, pero carecerían de sentido sin la terminación de este proyecto de oxigenación de las industriosas comarcas del interior."

Ante el cariz que habían tomado los acontecimientos, su amigo y diputado por la circunscripción de Cocentaina Ramón de Bonavida intermedió en el conflicto. Los alcaldes de las poblaciones afectadas convocaron plenos extraordinarios y revocaron las prohibiciones. Por otra parte, la empresa aceptaba adaptar las construcciones y los trazados al dictamen de los informes que realizase técnicos del ministerio de Obras Civiles. Cuando la revuelta se apaciguó Philip fue a ver al diputado Sabino para pedir consejo. Quería saber este tipo de revueltas como se gestionaban en España, cuál podía ser su impacto en el proyecto y ésta podía afectar a la concesión del puerto.

—Hiciste bien en seguir el consejo del bueno de Bernat y mantenerte alejado del conflicto —le decía Sabino.

—Comprendí que esta no era mi guerra. Yo he venido a construir un puerto y un tren y a dirigir los primeros pasos de una empresa. 

—Centrado en tu negocio no viste quien prendió la mecha y luego observó cómo estallaban los petardos. Bernat entiende de hombres y fue una ayuda inestimable que se moviese a sus anchas por la comarca del Comtat. Él habló con ellos y les hizo comprender lo que se jugaban si la construcción de la vía se paralizaba.

—Por eso no durmió en la bodega de Joaquina —le explicó Philip—, ni llegó a tiempo de ver el día dels Trons. Le tendremos que invitar el año próximo a que participe en la trilogía de los moros y cristianos de Alcoy.

—Con algo le tendremos que compensar —sentenció Sabino, que daba por cerrado el conflicto y la conversación.

Todo volvió a su cauce y las obras se continuaron donde nunca se debieron abandonar. En el valle del Perputxent la normalidad se abría paso a la misma velocidad que la solera de la vía del tren. Los tensos acontecimientos dieron paso a la cotidianidad de los trabajos y los pueblos de Gaianes y Beniarrés se unieron al trayecto, cuyo reguero de modernidad avanzaba con presteza desde Alcoy hacia L'Orxa. 

El comienzo de la estación de Alcoi fue un acontecimiento. Toda la sociedad estuvo representada y simbolizó la victoria de la voluntad popular. Como el pueblo eran todos, allí estuvieron todos. Las autoridades civiles al frente, con el alcalde de la ciudad y el gobernador provincial de Alicante; las autoridades militares, representadas por el gobernador militar y el comandante de la guardia civil de Alcoi. Philip quiso que hubiese una representación de los trabajadores e invitó a los tres jefes de obra. Les pidió que se hiciesen acompañar por un representante de su equipo como símbolo del esfuerzo personal que los obreros, sin su esfuerzo el tren y el puerto no se hubiesen podido realizar en los plazos en que se estaba ejecutando. Se congregaron más de seis mil personas que aplaudieron a rabiar a los oradores en sus exaltados discursos. Para todos los asistentes se ofreció un vino de honor acompañado de rebanadas de pan con tomate, aceite y jamón. El acto terminó con una mascletá seguida de baile con orquesta. Las estaciones de Gandía, Potries y Villalonga se habían terminado y después del complejo alcoyano comenzaría el de Muro, cuyo alcalde, Eusebio, estaba impaciente porque no veía anudar su nudo.

 

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Las alimañas extienden sus tentáculos para alcanzar a sus víctimas y desangrarlas hasta la extenuación. Los marqueses no se habían dado por vencidos. Se sentían humillados y estaban resentidos. Les quedaban nueve kilómetros de trazado para poder salirse con su propósito de paralizar el proyecto, arruinarlo y apoderarse de sus concesiones por un raquítico precio. Las cosas barriobajeras es mejor no decírselas a nadie si quieres que se mantenga en secreto. No se supo ni quién y ni cómo se organizó la tragedia que esperaba a los trabajadores del tren. Se ignora si las muertes fueron intencionadas o se les fue la mano, eso no importa ni quita gravedad a los hechos. Éstos han quedado impunes e inculpan tanto a los que ejecutaron la acción como a los que lo idearon. 

A Philip le habían descuadrado los planes y eso no le gustaba. Pensaba ejecutar los cinco durísimos kilómetros del Barranc del Infern entre primavera y verano, dejando los remates para el otoño, pero con todos los problemas de paralizaciones que la obra había sufrido, los trabajos tendrían que comenzar en verano. Temía que hubiese otra barrancada que se llevase por delante las estructuras inacabadas, como ocurrió con los estribos del puente de Beniarrés.

La tierra roja del Benicadell fue una ventajosa trampa, rápidamente habían hecho la solera de los tres primeros kilómetros y la explanada de la estación de L'Orxa. Más allá había un recodo y una lengua de la montaña que bajaba hasta el río, la entrada al Barranco del Infierno se haría por un túnel. De los ocho túneles a realizar sólo quedaban dos, el Nº3 y el Nº4 y todos se habían construido a la perfección, con gran profesionalidad y sin ningún incidente.

—Vamos a abrir las puertas del infierno —le dijo Jesús contento a Bernat.

Minutos antes de la última explosión que abriría el túnel, estaban como siempre sentados en la ladera de la bocana Este, la que accedía al Barranco del Infierno.

—Disfruta del panorama que sólo nos quedan dos explosiones y termino mi trabajo en estas tierras —al acabar la frase levantó una bandera roja para indicar a su ayudante que prendiese fuego a la mecha.

—Cuando esto acabe te echaré de menos —continuó Bernat

—En dos meses habré terminado, pero siempre puedes venir a verme a Riotinto.

—Eso queda muy lejos.

—Pues pásate por los carnavales de Cádiz, que están más cerca y allí, a mitad de camino, hablamos.

—Picha, no exageres que Cádiz está al ladito de Huelva.

—Bueno si no te convence la distancia piensa que son los mejores del mundo y por el bailar, el comer y el mejor beber, no te los puedes perder.

Dejó de hablar para, un segundo después, escuchar en silencio las explosiones. Al terminar de escucharlas frunció el ceño.

—Picha, ¿qué pasa? —le preguntó Bernat.

—No lo sé —le contestó Jesús—, hay algo que no encaja. Me ha parecido escuchar una explosión más fuerte de la carga de dinamita que he puesto. Voy a hablar con Manuel para conocer su opinión y entraremos los dos antes de que empiecen las labores de desescombro.

En la mina, los trabajos con la dinamita se hacen por duplicado. Jesús y Manuel habían calculado por separado la carga y habían contado los cartuchos que se requerían. Al revisar el interior vieron que el túnel se había colapsado de escombros, había mucha tierra roja. Contaron la dinamita que les quedaba en el polvorín y confirmado que habían utilizado los cartuchos previstos. Hablaron con Philip y dedujeron que alrededor de la pared de roca predominaba la tierra y no las piedras como habían pensado. Por precaución decidieron apuntalar y recubrir con madera a medida que avanzaban el desescombro. El trabajo sería más arduo, pero más seguro. 

Nadie se imaginó que otros habían sobrecargado de dinamita su explosión y menos aún que había cartuchos sin estallar. Los marqueses habían contratado a gente ruin para que hiciese el trabajo sucio. Tenían la orden de paralizar el tren y ellos sabían que un accidente fortuito con muchos víctimas lo conseguiría. Prepararon una mecha cerca de unas piedras para que el roce de un pico provocase la tragedia. Y al día siguiente un peón provocó la chispa que activó el detonador e hizo estallar todos los cartuchos, los que terminaban de poner más los que no lo hicieron en el sabotaje anterior. Medio túnel se vino abajo abriendo una sima en la ladera por la que salió el polvo de una tremenda desgracia. La respiración de los trabajadores, de los pueblos y de las comarcas del norte de Alicante y del sur de Valencia se paralizó, a la espera de que la desgracia no hubiese alcanzado a nadie de los suyos. 

Jesús y Manuel, que estaban acostumbrados a este tipo de incidentes en las minas onubenses, organizaron rápidamente las brigadas de desescombro. Tenían la certeza que la prontitud y eficacia de estos podrían salvar alguna vida. Durante doce días se trabajó sin descanso, sin interrupción. Además de cuarenta y tres heridos se encontraron veinte cadáveres y doce personas se dieron por desaparecidas. Los cuerpos de aquellos que estuvieron más cerca de la fatídica explosión nunca se encontraron. Una gran tragedia que afectó a unas comarcas labradoras que nunca habían sufrido una catástrofe colectiva de esa magnitud. Jesús ayudó a la guardia civil a realizar el atestado del incidente. La conclusión fue que el infortunio lo provocó unos cartuchos de dinamita sin explosionar activados por una accidental chispa. La realidad fue otra, un sabotaje que sólo sus autores conocían y cuyas consecuencias no lamentaban. Los marqueses se auto exculparon pensando que eso no lo habían ordenado y que a los inútiles de sus sicarios se les había ido el asunto de las manos.

Un mes después de enterrar con gran pomposidad a los muertos, Philip decidió reanudar los trabajos. In Memoriam no habría túnel Nº3. Le ordenó a Jesús que abriera una brecha en la montaña por la que entrase la luz que purificase la tierra que se los tragó y Jesús así lo hizo, dinamitó la ladera haciéndole un surco para que al Barranco del Infierno no se entrase por un túnel; ahora se accedería por una cicatriz de ciento cincuenta metros que desgarraba la montaña que había segado la vida de veintiséis personas. A partir de allí la vía se pega al desfiladero como un balcón hasta otro punto donde no le queda más remedio que perforar sus entrañas por el túnel Nº4. Esta vez Philip acompañó a Jesús y Bernat en la última explosión de apertura de la galería. Quiso estar con ellos para calibrar sus sensaciones y cerciorarse de que nada se dejaba al azar.

Después del túnel se construyeron un puente de treinta y cinco metros con tres vanos, otro de quince con dos vanos, un depósito que se nutría con agua del Serpis, para alimentar al exhausto tren y una casilla para cobijar al ferroviario encargado de estas operaciones. Todo ello incrustado en el desfiladero de la sierra de Benicadell.

Por fin se unieron las soleras del Barranc del Infern y del Recolduc. Eran las navidades de mil ochocientos noventa y uno cuando se terminó el trazado de la vía del tren que unía Alcoy con el puerto de Gandía. Desde el infortunio todo se desarrolló sin mayores problemas, no hubo ningún incidente grave o digno de mención. El otoño, aunque lluvioso, no les paralizó más que en los días de lluvia. Por primera vez iba a pasar unas navidades enteras con Cindy, en su palacete París de Gandía. Ella lo había amueblado con elegancia, gusto y esmero. Por primera vez ellos serían los anfitriones en lo que ya consideraban su tierra de adopción. Este año, los Feliu y Sabino cenarían con ellos. Después de reyes, Philip se dedicaría a preparar el drenaje del puerto para darle el calado suficiente con el que recibir los primeros vapores, que provenientes de Inglaterra, traerían las vías y el material ferroviario que necesitaba. También arribarían un grupo de montadores metalúrgicos para ensamblar los puentes de hierro y sus plataformas. Ahora le tocaba descansar a la espera de que se reanudase el arduo trabajo.

 

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Philip supo lo que eran reyes cuando pasó las primeras navidades en España. Nunca se imaginó cómo unos hombres, disfrazados a lo oriental, con capas, barbas y uno pintado de negro, podían ilusionar a la chiquillería de esta tierra. También en su país por navidades se les hacen regalos a los niños, una espada, una pelota o una simple muñeca de trapo esmeradamente vestida. En Inglaterra se ilusiona de otra manera, Santa Claus se sabe que va a llegar, pero no se le ve llegar. Tampoco se imaginó cómo ese sueño permanecía en los corazones de los mayores hasta que no fue a Alcoi para inaugurar su estación. El alcalde le dijo que el tren era un regalo tan grande para la ciudad que sólo lo podían traer los Reyes Magos de Oriente y por ese motivo, él había elegido la víspera de reyes para su inauguración. Ese día todo el mundo lo dedicaba a los niños y por eso la ceremonia de inauguración fue austera y breve. A ella asistieron las autoridades civiles, eclesiásticas y militares de Alcoi y de la comarca del Alcoià. Todas las demás autoridades de Alicante y Valencia rechazaron su asistencia y la corporación lo atribuyó a la fecha. Con la emoción de la fiesta nadie pensó que la ausencia era una traición que, orquestada en Madrid, se estaba gestando en las dos capitales levantinas.

—Eres un cabezón —le decía el abad al alcalde—. En reyes todo el mundo quiere estar en casa para dar el regalo a sus hijos, ahijados, sobrinos o nietos y tú, erre que erre, con inaugurar la estación el cinco de enero, víspera de reyes. Por eso sólo estamos los de aquí y el comandante de la guardia civil. Esto es una lástima, un evento tan importante para el futuro de la ciudad lo debería presidir las más altas autoridades de la región.

—Che —respondía orgulloso el alcalde—, más vale estar solos que mal acompañados.

—¡Por Dios, no diga esto del señor obispo! Él, en persona, me prometió que vendría, pero en otra fecha. Comprenda que no puede estar por la mañana en Alcoi, bendiciendo la estación, y por la tarde en Alicante, celebrando la misa de la Epifanía del Señor.

—Este regalo de modernidad, que los industriales de esta tierra nos han dado, ¡es tan grande, que sólo se puede hacer en reyes! Che, acuérdese de lo feliz que era y de lo que disfrutaba cuando usted era pequeño y venían los reyes. Yo nunca lo olvidé y los alcoyanos nunca olvidarán esta obra.

Estaban las autoridades tomando un chocolate con buñuelos cuando Gorgonio Morell, alcalde de Alcoi, le hacía estos cometarios al abad y ante su falta de apoyo, se giró hacia Philip que estaba a su lado, acompañado por su esposa, para abundar en su planteamiento y esperar su aprobación. 

—Esta tarde usted asistirá a la cabalgata de reyes más grande del mundo. ¡No verá devoción y alegría más grande en hombres y niños! Todos reciben con mucho jolgorio a la cabalgata de caballos y tartanas con los regalos de los reyes. Iremos a una casa de la calle Sant Nicolau y verá como sube por una escalera un paje de su Majestad el Rey Mago de Oriente con paquetes para los niños de ese hogar. Allí, en el salón, les propondrá un trato: regalos para ellos a cambio de paja y algarrobas para su caballo —al tiempo que le hablaba con pasión, le enseñaba el brazo mostrándole como se le erizaban los pelos de sólo pensarlo.

—Ya conozco los reyes, aunque en Inglaterra los regalos los hacemos por navidad. Entonces viene Santa Claus, que es un gran hombre de rojo y con barba blanca que deja los obsequios por la noche cuando todos duermen y no hace ruido.

—Si esto fuera Inglaterra, ¿usted le regalaría a su ciudad una estación por navidad?

—El abad tiene razón las navidades son familiares y la estación no es un regalo. En Inglaterra no mezclamos trabajo con familia.

Gorgonio no supo qué más argumentarle. Un extranjero no podía entender aquello. Frunció el ceño dolido por no recibir el respaldo del hombre que había sido capaz de dirigir una obra sin parangón en todo el levante español.

A Cindy le encantó, estaba emocionada viendo desde un balcón el desfile alegre, musical y multicolor de la cabalgata de reyes cuando un hombre, vestido con una chilaba y un birrete rojo del que colgaba una borla negra, apoyó una escalera de madera en la baranda metálica del balcón. Subió, saltó la barandilla y entró en el salón, los asustados pequeños, en franca retirada, se cobijaron en las faldas de sus madres, todos los niños estaban paralizados y se quedaron embobados mirándolo, con ilusionados ojos redondos y sin saber que hacer. El mayor de los niños, empujado suavemente por su madre avanzó, le besó la mano al paje real y comenzó a recitar un poema:

"Senyor rei jo sòc aquí,

la palla i les garrofes,

per al seu rocí

i totes les coses,

bones per a mí"

Y ante el sonoro aplauso de los asistentes intercambiaron obsequios. El niño le dio un capacito de esparto con paja y algarrobas y el emisario real dos paquetes con regalos. Recibida su recompensa, se fue contento a abrir su triciclo de madera y su pelota de cuero. Esto provocó la avalancha de los otros chiquillos que pronto perdieron el temor y con el jolgorio, no se dieron cuenta de que sus padres le daban al paje los regalos para ellos. Cindy no entendía todo lo que pasaba, pero lloró de emoción al ver la cara de asombro y de felicidad de los pequeños. Fue entonces cuando Philip comprendió por qué a Gorgonio se le erizaron esta mañana los pelos cuando le habló de los reyes en la recepción de inauguración de la estación de Alcoi.

 

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Los almacenes portuarios se terminaron en febrero y todo estaba preparado para recibir el material que hacía unas semanas había partido de Inglaterra. Se habían construido dos amplios hangares de madera, con techo de placa metálica ondulada y un pequeño inmueble de una sola planta y de obra para la gestión administrativa y de aduanas, que se cedería a la autoridad portuaria. Desde los edificios al dique se había dejado un amplio espacio, suficiente para poder construir con holgura tres vías que permitiesen la carga o descarga simultáneamente de tres convoyes ferroviarios. Recién dragado el puerto y con todo terminado sólo quedaba que las autoridades hicieran su botadura. 

A la inauguración del puerto, hecha con pompa y fanfarria, asistieron todos los principales dirigentes de la región, incluidos los dos marqueses, el del Arroyo y el de Dos Cantos. Todos vieron un puerto señorial para una ciudad señorial, a todos les cuadraba y a algunos les producía envidia, sana o mal sana, pero la envidia siempre destructiva. Que Gandía fuese una ciudad señorial y ducal, no significaba que tuviese derecho a tener aquello sin contar con el beneplácito de los oligarcas y esa osadía ellos nunca lo olvidarían, aunque ese día no les quedó otra cosa que aparentar.

José María Sigalat estaba tenso y pasó toda la noche sin dormir, iba a remolcar por primera vez un vapor hacia el nuevo puerto. La tarde anterior anclaba en el litoral gandiense el vapor Palma, capitaneado por Evaristo Ruviols, con mil toneladas de rieles, de vigas de hierro y de material necesario para terminar el trazado del tren AG, como a partir de ahora técnicamente se le conocería. Se levantó al alba y a las diez de la mañana concluyó la maniobra de atraque. El barco estaba amarrado en el dique, con su proa mirando hacia la bocana del puerto y sin ningún desperfecto, ni humano ni material. Evaristo le lanzó la maroma que los unía y después de recogerla José María se abrazó efusivamente con su compañero de la menorquina. Se sentía orgulloso y estaba contento por el trabajo bien hecho y por ser el primer marino en remolcar un vapor al puerto de Gandía.

—Enhorabuena José María, es usted el primer práctico del puerto y ha hecho una maniobra de atraque perfecta —le gritó Evaristo desde el puente de su vapor al verlo tan emocionado.

Philip fue en persona a recibir al equipo de montadores metalúrgicos de la ciudad norteña de Stokton-on-Tees que embarcaron en Manchester. Ellos serían los encargados de realizar las estructuras y las plataformas de los puentes de hierro. El ingeniero jefe se bajó primero y lo saludó tendiendo la mano a una persona elegantemente vestida y con sombrero de fieltro marrón. Además de su vestimenta, no podía confundirse por altura, tez blanca y pelo rubio inglés.

—Soy Davis, Jimmy Davis, ingeniero jefe de la Head Wrightson & Co. Ltd., supongo que usted es Philip Parker.

—Sí, encantado de conocerle —le dijo Philip, al tiempo que le apretaba la mano para devolverle el saludo—. ¿Ha tenido buen viaje?

—Siempre es desapacible navegar en febrero. Los días cortos, el frío y la mar picada te obligan a permanecer enclaustrado en el sombrío camarote.

—Lo siento. Yo tengo un grato recuerdo de los dos viajes que hice en barco para venir desde Manchester. El primero de íntegro trabajo y el segundo de completo placer.

—El trabajo ha sido lo que me ha distraído un poco. He repasado los cálculos y el diseño de los puentes y eso ha hecho que el tiempo pasase más rápido.

—Bueno, a partir de ahora se verá largamente recompensado por un clima excepcional y un cielo claro que deja permanentemente brillar al sol.

Una semana se tardó en descargar de la bodega del vapor Palma las mil toneladas de raíles y vigas para la construcción de los puentes. Todo este material se almacenó en las instalaciones portuarias. Desde el puerto y a lo largo de la solera de la vía, cual mojones, había montones de grava. Las piedras eran como mandarinas y las habían obtenido machacando los escombros de los túneles o de los desmontes del Recolduc y del Barranc del Infern. Pacientemente, tartana a tartana, las habían depositado a lo largo del trayecto para esparcirlas y formar el balastro. A su lado estaban apilados las traviesas, hechas de madera de pino turolense, sobre ellos descansarían los raíles que formarían la vía de un metro de ancha del tren de los ingleses.

A medida que los raíles iban extendiéndose por el trazado la gente se iba sorprendiendo con los artilugios que los ingleses utilizaban para tenderlos sobre los durmientes. Cuando se extendió el primer kilómetro de vía los de la Wrightson sacaron dos plataformas sobre cuatro ruedas, que lo lugareños llamaron cangrejos. Las plataformas tenían un balancín que servía para desplazarlas. Estas hicieron avanzar con celeridad los trabajos pues cargaban los raíles para transportarlos con gran comodidad desde el puerto hasta el lugar donde tenían que utilizarlos. A estas plataformas se les enganchaban unos arrastres tirados por mulas y utilizaban la vía ya tendida para fácilmente desplazar los rieles. 

Los metalúrgicos, capitaneados por Jimy, eran ajenos al avance de las obras, seguían en su taller levantando una grúa sobre ruedas que necesitaban para elevar y colocar las vigas de los puentes. 

En el puente de Gandía vimos trabajar por primera vez a los de la Wrightson, más allá de la zona portuaria. Sigilosamente habían utilizado uno de los almacenes del puerto como taller de ensamblaje metálico donde cortaban, taladraban y remachaban las vigas de hierro a medida, ensamblando las celosías necesarias para realizar los puentes, de esta forma adelantaban el trabajo de campo y limitaban el montaje en altura a lo indispensable. Al llegar al río Serpis los trabajadores se dividieron en dos grupos, los de la Wrightson dirigidos por Jimmy y apoyados por el equipo de Jesús se quedaron a construir el puente, mientras que Michael y Sebastián pasaron a la otra orilla para continuar extendiendo raíles en dirección de Almoines. No había terminado marzo cuando el cangrejo llegó por primera vez a Villalonga.

Desde que llegó el vapor Palma, los trabajos se concentraron en la comarca de la Safor. El sábado Bernat recibió un recado citándole el domingo en el puerto de Gandía. Toda su familia estaba invitada a comer, por la tarde asistirían juntos a un evento que Philip había preparado especialmente para ellos. María estaba sorprendida y no sabía cómo arreglarse, así que optó por ponerse su mejor vestido y llevarse, por si acaso, un delantal para no mancharse. A él lo vestiría elegante, pantalón con correa, camisa blanca con chaleco, blusón a cuadros del domingo y le sustituiría la boina por una gorra de tela con visera que ella le había regalado por su cumpleaños. El sábado se lo pasó Bernat renegando y limpiando la tartana como ella le había mandado "no vaya a ser que los niños lleguen sucios a Gandía y tengamos que avergonzarnos". 

Cómo iban al Grao de Gandía, aprovecharon para asistir a misa de las doce y arreglar la casa parroquial del hermano de María. A la hora de comer se vieron con Philip y Cindy, pasearon por la playa, jugaron con los niños y después se fueron a la taberna del puerto, allí comieron marisco y suquet de peix. María, que hacía más de un año que no había visto el puerto. Se sorprendió del cambio que aquel trozo de tierra había sufrido, de la modernidad del conjunto y como el mar había entrado en las entrañas del río Sant Nicolau formando un precioso puerto. Le sorprendió la frenética actividad industrial que por primera vez vio. Philip les enseñó el almacén y el hangar donde se desarrollaban todos los preparativos y montajes de las celosías de los puentes. En estos momentos estaban preparando el del Tarrassó. Dejó que los niños martilleasen ruidosamente los remaches y jugasen a ser mayores, a costa de ensuciarse los vestidos, la cara y las manos. María escandalizada de cómo se estaban poniendo quiso evitarlo, pero Cindy la frenó.

—Deja disfrutar a los niños. De mayores estarán aquí para trabajar —le dijo

—El problema es que cuando lleguen a casa la ropa estará para tirar y la que llevan es la única muda que tienen para los domingos.

—No te preocupes yo les regalaré una nueva muda.

—¿Eso, cómo va a ser?, tú no puedes invitarnos y además pagarles la ropa porque ellos no se hayan comportado.

—Os hemos invitado para que disfrutéis y pasemos juntos una jornada divertida. No puedo permitir que la ropa sea una preocupación —tomó al niño en brazos para demostrarle que a ella tampoco le preocupaba ensuciarse.

María, prudente, sacó su bata del capazo y continuó con la visita guiada que por la zona portuaria les estaba haciendo Philip. Al terminar de enseñarles la coqueta estación del puerto se fueron a la caseta de la aduana, allí les esperaban dos trabajadores que Philip saludó y presentó al resto de acompañantes. Acto seguido se encaminaron hacia un cangrejo, haciendo pie en un taburete subieron con los niños y él les explicó cómo funcionaba, Bernat y Philip comenzaron a moverlo, dos metros para delante, dos metros para atrás, acompañados por el revuelo de los pequeños.

—Tengo una sorpresa para vosotros —terminó por decirle Philip a los niños.

—¿Cuál, cuál, cuál? —gritaron con regocijo a la par.

—Vamos a irnos a Villalonga con un cangrejo. ¡Vosotros seréis los primeros pasajeros que iréis desde Gandía Puerto hasta Villalonga pueblo por las vías del tren!

Subieron todos a la plataforma y propulsados por los dos braceadores que les acababan de presentar, comenzaron a recorrer lentamente el camino de hierro que los llevaba rumbo a Villalonga. El puente de Gandía estaba terminado. El ancho del perfil de la viga superior de la celosía que soportaba las traviesas, hacía un paso de ancho suficiente para que circulase una persona seguida de su animal. Una barandilla se extendía a lo largo del puente para proteger a los transeúntes. Atravesarlo, lentamente por los raíles, sobre un cangrejo, daba una sensación de flotar por el vacío del cañón. Cindy y María, empujadas por su instinto maternal, agarraron cada una a un niño mientras su corazón se aceleraba por la sorpresa de volar sobre una mesa, como había hecho Aladino con su alfombra mágica. A Bernat se le cortó el habla hasta que cruzaron el puente y el cangrejo se posó sobre el balastro gris del Recolduc. Nunca habían estado tan altos ni suspendidos sobre la nada durante tanto tiempo.

—¿Esto aguantará el peso de un tren? —preguntó el atónito Bernat para romper el hielo de la sorpresa que incluso a Cindy le había afectado.

—Bernat, he calculado esta estructura para aguantar el peso de cuatro locomotoras. Cuando viajes en el tren no verás lo que hay abajo y no te darás cuenta de que estás en el aire. Si vas a pie caminarás por el canto de la viga y te arropará la barandilla, te sentirás seguro. Aún no tienes la costumbre de pasar por los puentes, por eso te has quedado boquiabierto.

—¡Y no te creas, que tardaré en reponerme!

Cruzar por el puente de piedra del barranco de Moratal fue más divertido, porque la consistencia pétrea de su plataforma no dejaba entrever el vacío ni les daba la sensación de volar durante su travesía; además, ya los había pillado prevenidos. La estación se encontraba a medio kilómetro del pueblo. Al llegar se bajaron de la plataforma y los dos matrimonios fueron andando por el nuevo camino, hasta la casa de Bernat, allí bebieron y María aprovechó para limpiarles la cara, los brazos y las piernas a los niños antes de irse al baile del pueblo. 

Cogidos de la mano subieron hasta la plaza de la iglesia, donde los niños bebieron en la fuente y se quedaron jugando mientras sus padres subían las escaleras de mármol que llevaban a la primera planta del casino del Centro donde una orquesta estaba preparada para tocar. Se sentaron en una mesa de mármol y pidieron las bebidas y las tapas mientras el salón comenzaba a animarse. A la hora convenida que marcó el campanario de la iglesia comenzaron los cuatro músicos a tocar. Los músicos estaban subidos en un estrado de dos cuartas de alto frente a la esquina derecha de la entrada. Su repertorio breve, pero intenso, se componía de pasodobles, rancheras y alguna que otra copla para que las parejas de novios se arrimasen. Las mesas y sillas estaban pegadas a la pared contorneando la estancia para dejar libre el centro de la sala rectangular donde la gente bailaba. Al final, terminaron con una marcha mora haciendo cimbrear el suelo de la pista.

—¿Aquí no tienes miedo? —le dijo Philip a Bernat en plan guasón al ver como se movía el suelo de la sala con los saltos de los asistentes—. El piso vibra como el cuero de un tambor.

—Aquí no se ve el vacío y si caemos son sólo tres metros. 

Al terminar el baile recogieron a los niños que jugaban en la calle y pasadas las nueve de la noche se despidieron en la estación de Villalonga. El cangrejo estaba iluminado con un farol y el regreso a Gandía era cuesta abajo, así que en media hora recorrerían los diez kilómetros que les separaba de su casa.

 

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El ritmo de la obra lo marcaban los puentes metálicos que ralentizaban el tendido de la vía. Cuando los cangrejos los podían cruzar, podían traer de Gandía el material y todo tomaba un frenético avance al cargar los raíles en la plataforma que tirada por mulas circulaban por la vía ya tendida. Mientras tanto, la gente se dedicaba a acercar raíles, traviesas y a construir las instalaciones auxiliares, necesarias para el mantenimiento del trazado. A principios de junio se amontonaron los acontecimientos, se había terminado el puente sobre el barranco del Sort en Beniarrés y estaba prevista la llegada del vapor Glofer, un gran barco con más material ferroviario. Para la recepción de la mercancía, Philip quería darle una cierta ceremonia y convocó a los alcaldes de las localidades del trayecto en el puerto de Gandía. También hizo venir de Muro la grúa móvil que estaba poniendo las primeras celosías del puente sobre el río Agres. Bernat se imaginó que se trataba de algo grande, pues entre idas y venidas, este viaje supondría una semana de retraso.

—Bernat, no te preocupes, todo está planificado. Hace tiempo que sé que la grúa ha de volver al puerto. Necesito la máquina para un gran acontecimiento.

—Philip era por curiosidad, que yo de eso no entiendo. Me preocupa tu secretismo y tú no eres de los que echa petardos de balde.

—¡Ah, que gracioso! Tú siempre arreglas la fiesta con petardos. Me acabas de dar una gran idea. Esta vez voy a hacerte caso y celebraremos el acontecimiento con petardos. ¿Puedes buscar a alguien que sea capaz de preparar una gran mascletá?

—¿Una mascletá?

—Sí, una mascletá y unos petardos para hacer un gran recibimiento.

Bernat se quedó como todo el mundo, sorprendido y a dos velas. Siguiendo las órdenes de Philip le pidió a Tomás, el pirotécnico de Rafalcofer, unas tracas y una gran mascletá para el primer sábado de junio. El día en que llegó el vapor Gofler, al mando del capitán Oliver Scotch, Philip pidió a Michael Caen que acompañase a José María, el práctico del puerto, en el remolcador. Como el capitán del vapor era británico quería asegurarse de que las consignas se transmitiesen en inglés y así evitarse un problema por mal entendidos idiomáticos. El Gofler tenía tanta eslora como ancho era el puerto y para hacerlo virar y que atracase con la proa mirando hacia la bocana hicieron la maniobra desde el dique. Usaron grandes poleas y mulas de tiro y arrastre para desde el dique hacerlo girar. Desde el barco lanzaron unas maromas que ataron a las mulas y lo atracaron pegado a la dársena. Emplearon el viernes entero en amarrar el barco y el sábado a las diez de la mañana comenzó la ceremonia. Philip, como maestro de ceremonias, tomó brevemente la palabra para presentar el programa del acto y rápidamente le cedió la palabra a Sabino Gisbert, quien pronunció un discurso en valenciano. Aquel barco traía ocho locomotoras del tipo 1-3-1T fabricadas en Manchester por Beyer Peacoch & Co. Ltd. identificadas en el frontal por el logotipo AG de Alcoy & Gandia Railway & Harbour Co. Ltd. y el número de la máquina, mientras que en los laterales se indicaba el nombre de la locomotora. Como descargar todo el material llevaría varias jornadas Sabino explicó que primero se descargaría la locomotora bautizada con el nombre de L'Orxa, en honor a las víctimas del derrumbamiento del túnel Nº3 y en representación de todas las demás. El brazo de la grúa se posicionó sobre la cubierta del barco donde, ahora sí, todo el mundo sabía que ese bulto cubierto con una lona era una locomotora. Suavemente las cuatro cadenas sujetas a un cabestrante se tensaron y comenzaron a elevar el bulto. La gente, hechizada, asistía al espectáculo y hubo un momento que vieron sobre sus cabezas la panza de la máquina y sus enormes ruedas con sus radios pintados de rojo. Cuando por fin se depositó sobre los raíles, se rodeó de una cinta cuatribarrada y se acercaron los alcaldes de las once villas por las que pasaba el tren a cortar un pedacito y después el alcalde de L'Orxa tiró de una cuerda que desveló la locomotora. Todos los allí presentes arrancaron en aplausos, vítores y abrazos, momento que aprovechó Tomás para prender fuego a la mascletá. Al dispersarse el humo la gente pudo ver que, en el frente, sobre su traviesa roja tenía tipografiado en relieve dorado, a la izquierda las letras AG y a la derecha el símbolo N3, dejando el enganche en el medio. En los dos laterales había sendas planchas de color rojo con el nombre de LORCHA grabado en dorado. Cuando la algarabía del evento se apaciguó, Sabino comenzó a leer el nombre de cada máquina para que el párroco del Puerto de Gandía, en la cubierta del Glofer las fuese bendiciendo. "La máquina N1 GANDÍA" y entonces la gente se lanzó con sonoros hurras y el cura esparció el agua bendita. 

Así sucesivamente fue ocurriendo con cada una de las que faltaban, la N2 VILLALONGA, la N4 BENIARRÉS, la N5 GAYANES, la N6 MURO, la N7 COCENTAINA y la N8 ALCOY. Además de agua bendita, como buenas valencianas que a partir de ahora iban a ser, les dispararon, a cada una, cuatro carcasas y una potente traca. Aquella jornada fue una verdadera presentación en sociedad de todos los medios móviles de que dispondría la compañía. Con esa sonoridad bajaron un vagón de pasajeros, tipo americano con capacidad para cuarenta personas, un vagón cubierto para correo, mercancías o animales y una vagoneta descubierta para el transporte de carbón. Todo el material remolcado fue fabricado en Birmingham y su dotación completa iría llegando con sucesivos barcos durante los próximos meses. Como sabía que esto les llevaría todo el día, Philip hizo preparar numerosas paellas, embutidos y bebida para pasar la jornada. También organizó un campeonato de fútbol para amenizar los momentos de preparación entre las distintas descargas. 

 

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Eusebio era un hombre pragmático, que veía las cosas cuando estaban hechas. Por eso el alcalde de Muro no quiso celebraciones hasta que no se terminó de construir el espléndido puente sobre el Río Agres y los raíles del tren abandonaron el pueblo. Fue entonces cuando escribió a Philip para que viniese a inaugurar las instalaciones de Muro, que a partir de ese momento se convertiría en un nudo de comunicaciones. 

Durante los fastos, el diputado del Comtat, Ramón de Bonavida, le había complicado la existencia. Eusebio, que cuando comenzó esta aventura solamente conocía un tipo de nudo, los de atar, ahora después del discurso de don Ramón ya conocía tres, el nudo de cuerda, vamos, el de toda la vida; el nudo de comunicaciones que le trajo Philip y ahora, el nudo gordiano o de conquista, que sin beberlo ni comerlo le lanzó don Ramón en el discurso de inauguración de las instalaciones y de las infraestructuras de Muro. Con el ansia en el cuerpo, Eusebio que de nudos estaba escaldado, le interpeló durante el vino de honor.

—¿Don Ramón, a qué se refería usted con eso del nudo gandiano?

—Eusebio, gandiano no, se llama nudo gordiano.

—¡Che, de donde sea, pero que no es de aquí! Usted ya me entiende, sus palabras me dan temor, porque ustedes cada vez que vienen por aquí, me hacen un nudo nuevo. El otro, el de comunicaciones, yo no lo conocía y ¡fíjese la que han montado! y ahora me viene usted con este nudo que Dios sabrá lo que es. Yo soy un hombre precavido y me tengo que preparar.

—Eusebio, esa frase es un decir.

—¡Collons, ya estamos con un decir! Si es un decir, ¡que lo diga, che que lo diga y todos nos entendemos!

—Eusebio, un suponer. Con eso —prosiguió rápidamente el diputado para que el alcalde no le interrumpiese—, me estoy refiriendo a que cuando esta línea esté en funcionamiento, se le unirá la que venga de Yecla por Villena y luego los dos ramales que conectarán Gandía con Cullera y Denia. Cuando todo el entramado esté a pleno rendimiento, no habrá en toda España una zona industrial y de comercio más importante que la de las comarcas del Alcoià, el Comtat, la Safor, la Ribera y la Marina. Hasta Madrid querrá unirse a nuestro progreso. Por eso quien quiera impedirlo tendrá que romper el nudo de comunicaciones que será este ferrocarril. A eso me refería cuando dije que tendrán que romper el nudo gordiano.

—Si usted lo dice, así será. Yo, don Ramón, no quiero romper nada que las cosas atadas, atadas están.

—¿Quiere que le diga cómo el rey macedonio, Alejandro el Magno, desató el nudo gordiano? —esta frase Ramón la envolvió con un halo de misterio para crear en Eusebio mayor curiosidad.

—Sí. Si usted puede decírmelo, dígamelo, que yo, don Ramón, no lo quiero poner en ningún compromiso.

—Con una espada, cortándolo con su espada. Así resolvió Alejandro Magno el dilema de desatar el nudo antes de conquistar el imperio persa.

—¡Es que, sus Señorías lo saben todo y, además, lo dicen bien! —de forma simple, con voz llana y rostro de respeto, Eusebio cerró ese tema de conversación

Aquella premonición del diputado no fue desacertada, porque las otras comunicaciones que estaban previstas, tanto en el Este como en el Oeste, las bloquearon o las ralentizaron para que el eje del tren de los ingleses no cogiese ventaja. Pero Eusebio de eso ni sabía, ni entendía y tampoco quería saber, ni entender.

 

103

 

Las máquinas de vapor y los primeros vagones fueron arrastrados por fuertes mulas procedentes de Xátiva, desde el puerto hasta las cocheras de Gandía. Allí se terminaron de montar, se pusieron en marcha y se probaron para ir a recoger el material rodante que en los sucesivos viajes iba llegando. A principios de julio, Philip Parker autorizó que las locomotoras remontasen el camino y el seis de julio de mil ochocientos noventa y dos llegaba a Alcoi el primer convoy con balastros. En Beniarrés, había desenganchado dos coches de pasajeros llenos de voluntarios para probar su funcionamiento. Tras escuchar la opinión de todos puso fecha al primer viaje de inauguración que la Alcoy & Gandia Railway & Harbour Co. Ltd. realizaría. Philip hizo la lista de invitados para el primer trayecto apoyándose en Sabino, en los principales accionistas y en los alcaldes de las poblaciones por las que pasaba el tren.

El dieciocho de julio, a las trece horas, salía de la estación de Gandía un convoy con cuatro coches americanos propulsados por las locomotoras N8 Alcoy y N1 Gandia, completamente engalanadas, en dirección a Alcoi para hacer el viaje inaugural de la línea férrea. Estaba previsto que hiciese parada en todas las estaciones donde recibiría los honores de bienvenida y las autoridades pronunciarían un breve discurso para inmortalizar tal evento. Llegó a Alcoi a las ocho de la tarde, con hora y media de retraso. Le esperaban más de veinte mil personas que jalearon su llegada dejando vacía la ciudad y pueblos de la comarca y todo por estar presentes en la recepción de bienvenida. Al día siguiente y con las autoridades alcoyanas, regresó al puerto de Gandía donde se realizó otra ceremonia de bienvenida. Con este viaje de ida y vuelta se dio por inaugurado el tren de Alcoi al Puerto de Gandía.

Por la mañana el rotativo alcoyano El Serpis, publicaba en su primera página la noticia, cuyo título a tres líneas decía:

 

"EL PRIMER TREN

¡Tenemos ferrocarril! ¡Loor a la ciencia! ¡Loor a la actividad! ¡Loor al progreso!

He aquí las frases en que está compendiado nuestro entusiasmo y que ayer brotaron de todos los labios al llegar a la estación el primer tren de Gandia.

Nuestras aspiraciones cumplidas, nuestros deseos realizados.

¡Tenemos ferrocarril!

Tras tantos años de reclusión en este apartado rincón del mundo; tras tan largo tiempo de ansiedad en que nuestras industrias y nuestro comercio vivían vidas anónimas por falta de medios de comunicación; tras de tanto desear que se rompieran las vallas que nos rodeaban y que se allanaran los obstáculos que nos separaban del resto del mundo civilizado, la ciencia, la actividad y el trabajo nos han demostrado que no eran infranqueables las montañas que nos circundan y que no era imposible que Alcoy entrara en el concierto de las poblaciones que gozan de todos los adelantos y de la benéfica influencia del progreso.

La llegada del primer tren, es uno de los hechos más trascendentes que registran los anales de la historia de nuestra amada ciudad y el día de ayer quedará en el corazón de cuantos miramos en mucho la prosperidad y el engrandecimiento del pueblo que nos vio nacer.

El día de la víspera, el 18 de Julio, fue hermoso para los alcoyanos y ha de serlo mucho más el día en que ultimados los trabajos se inaugura el ferro-carril que une Alcoy con Gandía y se abra a la explotación junto con el puerto de esta última ciudad.

Difícil, muy difícil, si no imposible ha de sernos expresar el entusiasmo de nuestra población en el día de anteayer por lo que nos limitaremos a hacer una reseña de los sucesos que se desarrollaron con motivo de la llegada del primer tren de Gandía. Somos, pues, meros cronistas, ya que no intérpretes de un júbilo, de una alegría, que todos conocen, pues por todos fue sentida. 

...."

 

La crónica proseguía con los siguientes temas titulados a dos líneas: "Aspecto de la población. En la estación. El tren. El banquete. El jardín. Los brindis. A Gandía." y terminaba con unos vítores: 

 

"...

¡Viva Alcoy!, ¡Viva Gandía!, ¡Viva el Progreso!".

 

Philip había previsto comenzar el lunes de la siguiente semana la explotación de la línea. Con el rotativo debajo del brazo y con la resaca de la gran la bienvenida que recibió en el puerto de Gandía se dirigió a las oficinas de la plaza dels Colomets. Ese miércoles tenía pensado preparar las últimas pruebas antes del primer viaje comercial. Estaba en su despacho cuando apareció el secretario del juzgado con un auto de la Audiencia Provincial de Valencia, prohibiendo el tránsito comercial de trenes hasta que no se cumpliesen las ordenanzas de seguridad y la estricta ejecución del proyecto visado.

Aquello le parecía una broma de mal gusto. Las mismas autoridades que hacia unas horas estaban subidas en el tren, alabando su ejemplar construcción, su impecable funcionamiento y todas las medidas de seguridad que para usuarios y viandantes se habían tomado, ahora se destapaban con una prohibición. Inmediatamente fue al despacho de Sabino quien tampoco salía de su sorpresa. Por la tarde, en las oficinas de la AG, estaban reunidos Philip, Sabino y Donato junto con los dos letrados de la compañía y el responsable de los proyectistas para analizar el auto. Nadie salía de su asombro, el juez de la Audiencia Provincial, siguiendo la demanda de la Dirección General de Carreteras, instaba a que la empresa propietaria del ferrocarril a que concluyese las obras antes de comenzar la explotación comercial del tren. Sin estas obras, la Diputación Provincial de Valencia paralizaba la concesión del servicio y para su cumplimiento, la guardia civil había precintado las puertas de acceso a todas las estaciones del trayecto. 

Durante dos días ni Philip, ni el ingeniero Yaqué, ni el responsable de la oficina de proyectos, el ingeniero Miralles, durmieron. Se pasaron encerrados en las oficinas, a base de cafés y bocadillos, repasando el proyecto presentado en el real Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid, lo cotejaron con la copia manuscrita que estaba visada por la Dirección General de Carreteras y la que visaron en la Diputación Provincial. Todas las infraestructuras se habían realizado escrupulosamente. El viernes, con la cabeza dolorida y ojeras de interrogatorio judicial se reunían los técnicos con Sabino, Donato y los abogados para comunicarles que no habían encontrado ninguna diferencia entre el proyecto presentado y las obras realizadas. Aquello era un galimatías sin solución y no encontraban forma de que se cumpliese el auto y desbloquear la licencia de explotación.

—Para el alcalde de Villalonga todo está hecho y la obra no impide desaguar a ningún barranco —decía Donato tras su visita al pueblo—. A él, le piden que haga cumplir algo que desconoce. Me ha dicho que todo está correcto.

—Lo único que podemos hacer es ir a Valencia y pedirle al juez que especifique cual es la obra que falta ejecutar para reanudar la licencia de explotación.

Sabino, Donato y los dos abogados de la compañía se pasaron dos semanas en Valencia y al final consiguieron saber que faltaba construir el puente número trece, ese era el error de ejecución del proyecto. Cuando los funcionarios auditaron la obra, se dieron cuenta que en el término municipal de Villalonga estaba previsto construir nueve puentes y había construidos ocho, así de sencillo era el asunto. En la memoria del proyecto los puentes estaban numerados, desde el uno, que se encontraba en Cocentaina, hasta el quince, que estaba en Gandía. En el término municipal de Villalonga el número seis era el primero, que cruzaba el río Serpis en el del Barranco del Infierno, y el catorce era el último que sorteaba el barranco de Moratal. Del seis al catorce hay nueve y sólo había construidos ocho, entonces faltaba uno. Al darse cuenta la Dirección General de Carreteras pedía subsanar este error realizando el puente que faltaba, de esta forma se aseguraba que ningún barranco vería su torrente colapsado. 

Los de letras volvieron contentos a Gandía, sabían cuál era el problema y el asunto era de fácil solución. Cuando se reunieron con los ingenieros y expusieron el tema a Philip, éste se quedó boquiabierto.

—No faltaba ningún puente, el proyecto se ha ejecutado a la perfección —les dijo.

—¿Entonces? —preguntó Sabino.

—La culpa es mía —dijo por fin Miralles ante los atónitos abogados que no creían a Philip.

—¡Miralles, cómo qué la culpa es tuya! —replicó con energía el incrédulo de Donato—. ¿Sabías cuál era el problema y nos has tenido dos semanas en Valencia, dando vueltas por todas las ventanillas y los despachos de la administración?

—Ahora me he dado cuenta del error que cometí —le replicó el bueno de Miralles, con docilidad.

—¡Cómo que un error, Miralles, cómo va a ser eso­! —no salía Donato de su asombro.

—Cálmate Donato, y deja que Miralles se explique —apaciguó los ánimos, Sabino Gisbert.

—Perdona Miralles, pero lo que me han hecho sufrir los de Valencia es muy grande —se disculpó Donato.

—Yo soy supersticioso. Cuando traduje la memoria del proyecto y vi la enumeración de los puentes evité el número maligno, para que no gafase el proyecto. Desde Alcoi hasta el puente del Tarrassó hay doce. El siguiente puente está en la Assut y por no darle el doce más uno, lo numeré como el catorce y a éste le sucede el quince, que cruza el río Serpis en Gandía. En total hay catorce puentes y no quince, y aquí paz y allá gloria. ¿Quién iba a contar?, ¿a quién le iba a perjudicar? Por lo tanto, como bien dice Philip, no hay ningún puente que tengamos que hacer.

—Eso es un verdadero problema, porque sin puente no hay autorización —sentenció Donato.

—Donato, ¿no habremos perdido el juicio? —cortó tajante Sabino—. Esto está resuelto con una fe de erratas. Modificamos el proyecto, lo volvemos a presentar para su visado y aprobación y en unas semanas tenemos revocada la prohibición. ¿Qué tardáis en redactarla?

—En una hora mis proyectistas han terminado de escribir el original y las diez copias que nos hacen falta —dijo Miralles, cruzando los dedos por lo del trece.

— Bueno, mañana tú y yo cogemos en Xàtiva el primer tren que vaya a Madrid y nos vamos a legalizar la fe de erratas —terminó para concluir Sabino.

Dos meses más tarde apenas habían avanzado. De forma inesperada un fiel escribano había derrotado el proyecto. La oligarquía, capitaneada por los marqueses valencianos, se regocijaba de ello. En sus reuniones privadas se vanagloriaban de que de un plumazo habían tumbado a los ingleses, a la nueva burguesía y a los diputados provinciales y progresistas. 

Philip, incrédulo y decepcionado por el funcionamiento de la burocracia de este decadente país, tiró la toalla. Habló con Cindy y se fueron a pasar una temporada a Inglaterra. Desde Gandía embarcaron rumbo a Londres, aprovecharon un vapor que arribó al puerto para cargar fruta de la Safor y se marcharon a su tierra. Al despedirse, le dijo a Sabino que si antes de tres meses había resuelto el tema burocrático le mandase un telegrama, en caso de no recibirlo volvería después de las navidades. 

 

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A mitad de septiembre, se habían desatado una multitud de rumores en las comarcas por las que transitaría el tren. Que si la empresa había quebrado, que si el ingeniero y su mujer la habían saqueado, que si él había cogido el dinero y se había largado con otra que dejó embarazada, que si los habían encerrado por mormones al pillarlos haciendo brujería. Que, si dimes y diretes, la cosa iba engordando y a todos salpicando. Bernat, harto de lo que estaba oyendo y aguantando, se fue a ver a Donato para que le explicase, de primera mano, lo que estaba ocurriendo. El abogado le confirmó que todo era cuestión de papeles y de conseguir desbloquear la administración para que visase la fe de erratas que Miralles había redactado. Bernat no cesó de hacerle pregunta tras pregunta para intentar comprender la increíble situación. En su lógica campechana y de sentido común no le cuadraba lo que oía y este sinfín de preguntas comenzaba a hartar a Donato, que quiso dar por cerrado el asunto.

—Hemos movido Roma y Santiago para nada. ¡Qué si quieres arroz Catalina! Sólo nos queda esperar a que alguien se digne a poner un cuño sobre los cuatro papeles —sentenció con indignación.

Bernat le dio las gracias por la información. Al menos se iba tranquilo, porque todo era falso y sólo cabía esperar a que alguien reconociese el error tipográfico que había cometido Miralles. Bernat cogió su jaca y se volvió andando cabizbajo a Villalonga. Al llegar al paso a nivel de Potries abandonó el camino y continuó por la vía del tren, anduvo ajustando el paso a los durmientes, pisando las vigas de madera que sujetan los raíles. A cada paso le venía una acción o una pregunta, pero todo era como un runrún que daba vueltas y más vueltas sin concluir hasta que un resbalón de su jaca lo trajo a la realidad. Poco antes de entrar a la estación de Villalonga había una acequia que la vía sorteaba con dos vigas de hierro, sobre las cuales se apoyaban cuatro traviesas que sustentaban los raíles. Allí no había balasto y el animal, confiado por el camino y tapado por Bernat, no vio el vacío y casi se rompe una pata. Él la examinó y se sintió afortunado porque este incidente le podía haber costado la vida a la jaca y a él un dineral para comprar otra y todo por meterse en donde no le llaman. "Si dicen, que digan, pero nunca dudes de los tuyos", pensaba para sus adentros. Cenando le contó a María lo que habló con Donato en Gandía y el susto de la jaca. 

—Cuando vuelva Philip, dile que cubra la acequia como el barranco de Moratal, con mampostería. En los puentes de piedra las traviesas van sobre balasto, como en la tierra y así impedirá que otro animal o persona se lastime.

—¡Sí mujer y harán un puente para cruzar una acequia!

Aquella conversación se le quedó pillada. La acequia que canalizaba el barranco de la Font de la Mare de Deu, para desaguar al río Serpis, era un surco de tres metros de profundidad que circulaba a la vera del camino de Ador. Este camino lo cruzaba un paso a nivel justo antes de entrar a la estación. Los tres metros de ancho de la acequia los habían salvado sujetando las traviesas sobre dos vigas de hierro y en ese lugar se lastimó la jaca de Bernat. Esa pesadilla le tuvo inquieto durante toda la noche hasta que se concretó en una idea. Si lo que les sobra es un puente, es porque no han encontrado un barranco y si convierten la acequia en un barranco, podrán construir el puente que les falta. Esa descabellada idea fue tomando cuerpo en su cabeza y convencido de que no era una locura se despertó. Bernat había visto desviar el cauce de un río y al amanecer estaba seguro de que Philip podría lograrlo y hacer de la acequia un barranco. Se levantó y en vez de ir al campo volvió a Gandía, le contó su idea a Sabino y enviaron un telegrama a Philip pidiéndole que volviese urgentemente para construir un barranco y el puente que lo cruza. Metros antes de entrar a la estación de Villalonga habría un puente, el número trece, que tanto dolor de cabeza les trajo.

Las obras del barranco tenían que ser ajenas al proyecto del tren y a su empresa concesionaria. Philip y la Alcoy and Gandía Railway and Harbour Co. Ltd. tenían que quedar al margen. De eso se encargaron su amigo Onofre, capitán auditor y el alcalde de Villalonga. Con sigilo, ellos buscaron a los emprendedores locales y de la comarca, que financiasen la absurda obra de convertir una carretera plana en una vaguada, excavando una depresión por debajo de la vía que hiciese de barranco. A cambio el municipio daría las concesiones para la construcción de la moderna industria de generación hidroeléctrica, una nueva fuente de energía, recién inventada. 

Durante las bochornosas noches de verano se reunían en los veladores del casino El Centro la crema de la Safor a tomar unas copas y esperar a que la noche refrescase antes de irse a dormir. En muchas tertulias nocturnas Philip les había hablado de la novedosa industria eléctrica que a pasos agigantados se imponía en Inglaterra y daba suculentos beneficios. Onofre pensó en este negocio como una oportunidad suplementaria de desarrollo comarcal y como medio para compensar las inversiones de los industriales que apoyasen el absurdo proyecto de realizar una hondonada en mitad de una llanura para justificar la construcción de un puente. Por otra parte, obtuvo de Philip el compromiso de ayudarles a contactar con las empresas inglesas punteras para que les vendiesen esa tecnología. 

A finales de octubre, en el salón de plenos del ayuntamiento, se habían reunido el alcalde de Villalonga con el grupo de emprendedores para firmar el protocolo del reparto concesionario de la ribera del río Serpis. Este grupo realizaría urgentemente la obra y posteriormente, tras la constitución de las empresas encargadas de la explotación de los recursos hídricos, se otorgarían las concesiones. Por el convenio que en el ayuntamiento se firmaba, los alcoyanos Moltó y Santonja, construirían los dos complejos más importantes, los saltos hídricos del Infern y de la Mare de Deu. Los empresarios lloberos Moratal y Giner, se encargarían de la fábrica del Cèntim, situada junto a los puentes del desvío y el salto del Racó del Duc. Los comerciantes gandienses Seguí y Vidal, construirían la fábrica de la Reprimala. Finalmente, próximo al pueblo y sin casi potencia hidráulica para garantizar una generación de luz de manera continua, el molinero Gregori, transformaría el molí de Buixerques en una fábrica de ciclo combinado de agua y carbón. Además, en el cauce del río Serpis se levantarían seis azudes para canalizar el agua con la que alimentar las turbinas y otras dos para regar la floreciente huerta de naranjos que se estaban plantando en el valle de la Safor. Este importantísimo memorando cambiaría la fisonomía del río, de la industria y de las costumbres de la comarca, pues traería la energía que movería las máquinas, el agua que alimentaría a los productivos campos y la luz que alumbraría las noches de las villas y de las casas de esta tierra. 

En noviembre comenzaron las absurdas obras y en diciembre el puente. Mientras, la rumorología seguía instalada entre los ciudadanos y en los medios de comunicación. Desde el primer trayecto inaugural, la actividad del ferrocarril se había paralizado y comenzaba a extenderse cierto desánimo en todas las comarcas. La gente desesperada comenzaba a demandar que la administración interviniese en el asunto. Así, el rotativo alcoyano, La Unión Republicana, se hizo eco del artículo aparecido en el periódico alicantino, La Monarquía:

 

"La comisión provincial de Valencia —dice el colega— ha instado al alcalde de Villalonga a que obligue a la empresa constructora del ferrocarril a realizar las obras que la dirección General de carreteras juzga indispensables.

No nos faltaba otra cosa que la compañía concesionaria de la vía no realice las obras que le exige la Diputación Provincial de Valencia y adiós a la puesta en marcha del ferrocarril.

...."

 

Lo cierto es que todo este malestar colectivo facilitó las cosas y cuando el abogado Donato Reig interpuso una demanda para quitar el precinto de las estaciones con el fin de retomar la actividad, tuvo rápida respuesta. A tal requerimiento el juzgado de Gandía notificaba a la Dirección General de Carreteras la fecha límite para realizar la inspección de las obras. Los inspectores llegaron con retraso a mediados de enero y certificaron, con presencia notarial, la conformidad de las obras y redactaron el preceptivo informe. En él señalaban que la ejecución de este puente se había realizado conforme a la memoria del proyecto. Este hecho, obligaba a levantar la prohibición de circulación de trenes sin necesidad de publicar un nuevo edicto en el boletín oficial de la provincia.

El martes veinticuatro de enero de mil ochocientos noventa y tres quedó inaugurada oficialmente la línea con la circulación del primer tren con pasajeros. Como regalo, en la máquina viajaron María y Bernat, el convoy alcanzó los veinticinco kilómetros por hora y ellos sintieron en sus rostros el viento de la vertiginosa velocidad. Con este gesto Philip quiso agradecerles la ayuda que le prestaron para convertir su sueño en realidad.

 

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Un soleado domingo de julio de mil ochocientos noventa y cinco Philip se encontraba en la playa de Gandía, descalzo, con el pantalón de lino marfil arremangado y viendo cómo su rubia hija, de apenas año y medio, chapoteaba feliz en las cálidas aguas del Mediterráneo. Comenzaba a sentir añoranza por la tierra que le había adoptado y que tan bien le trató. Aquí se sentía querido, respetado y admirado. Siempre lo supo y sin querer lo había olvidado, Valencia era en una tierra de paso. Él vino para realizar un proyecto y hacía tiempo que éste se había terminado. 

La última semana se la pasó haciendo balance y no cabía estar más orgulloso. El puerto de Gandía, que desde ahora gestionaría su colega Thomas Bowen, estaba a pleno rendimiento y en apenas dos años movía la prodigiosa cantidad de ciento cincuenta mil toneladas y duplicaba cada año su facturación. Los apeaderos de Almoines, Beniarjó y Gaianes se habían terminado, todas las estaciones estaban operativas, funcionaban perfectamente y sin ningún tipo de incidente. La Alcoy and Gandía Railway and Harbour Co. Ltd. daba suculentos beneficios a sus socios y de continuar con esta progresión, en cinco años se amortizarían las inversiones. 

Por todo ello y porque se había adaptado a la forma de vivir de este país, Philip estaba melancólico. Fijó su vista en el azul horizonte, descuidando por unos segundos a su hija, y sonrió. Ya sabía la diferencia entre "Poco y Pacou", ya comprendía porque en privado su amigo le llamaba Paco y lamentaba no haber profundizado en hablar valenciano, ese sonoro idioma que en estas tierras se habla. A sus espaldas una voz llamó en inglés a su pequeña, Philip dio media vuelta y comenzó a andar.

—Elizabeth, ven con mamá para que te seque.

Corriendo como un patito se abalanzó sobre su regazo. Habían tenido una niña que crecía feliz y ajena al cambio que le esperaba.

—Mi amor, ¿tienes hambre?

—Sí —una escueta respuesta, que la niña adornó con una sonrisa y unos hermosos ojos verdes abiertos de par en par. 

—Nos vamos a comer al puerto —le dijo Cindy, terminándola de vestir con un blanco gorro de tela con puntillas para protegerla del sol.

Se levantó, le dio el capazo a Philip y los tres, cogidos de la mano se fueron a la taberna del puerto a comer.

Al día siguiente embarcaron rumbo a Manchester. La Lucien Ravel & Company Ltd. le requería para hacerse cargo de un importante proyecto ferroviario en la India. Cuando su sueño se convertía en realidad, la añoranza por esta tierra absorbía su alegría. Philip nunca imaginó que, al llegar ese día tan esperado, se sentiría triste.

Al puerto fueron a despedirlos Sabino, Bernat y María que les desearon lo mejor. Cuando el barco cruzó la bocana María lloró, la desbordó el vacío del adiós a unos amigos que había perdido para siempre, porque ella sabía que nunca jamás los volvería a ver.